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Gramsci relaciona la hegemonía con el ámbito de la sociedad civil, término que designa
toda la variedad de instituciones intermedias entre el Estado y la economía: cadenas de
televisión privada, la familia, los boy scouts, iglesia metodista, etc. Todo esto estaría entre el
aparato hegemónico, que somete a los individuos al poder dominante por consentimiento y
no por coacción. La coacción se reserva para el Estado, que tiene el monopolio de la
violencia legítima (aunque ejército, tribunales, etc deben ganarse el consentimiento general
de la gente para funcionar efectivamente).
Así es que si se quiere ir contra la hegemonía se debe impugnar toda la cultura, definida en
su sentido más amplio y cotidiano. El poder de la clase gobernante es espiritual además de
material.
Para Gramsci, las ideologías deben considerarse fuerzas activamente organizativas que sn
psicológicamente “válidas” y que moldean el terreno en el cual hombres y mujeres actúan,
luchan y adquieren conciencia de sus situaciones sociales.
Una ideología orgánica no es tan sólo falsa conciencia (parte de nuestro mundo de ideas
que no es cuestionado), sino que es aquella adecuada a una etapa concreta del desarrollo
histórico y un momento político particular. Es un anacronismo, asumir que los hombres y
mujeres del pasado deben pensar como nosotros ahora.
Para Gramsci, la conciencia de los grupos subordinados de la sociedad es desigual y tiene
fisuras. En esas ideologías se dan dos concepciones del mundo conflictivas:
- Una que deriva de las nociones oficiales de los gobernantes.
- Otra que deriva de las experiencias prácticas de la realidad social de la gente
oprimida.
Intelectuales orgánicos:
Entre los que se encontraba Gramsci, son producto de una clase social emergente, y su
papel es ofrecer a esta clase una cierta autoconciencia homogénea en ámbitos políticos,
económicos y culturales.
La actividad filosófica debe ser entendida como una batalla cultural para transformar la
mentalidad popular y difundir las innovaciones filosóficas que demostrarán ser
históricamente ciertas siempre y cuando se conviertan en universales.
El intelectual orgánico será el punto de unión o el eje entre la filosofía y el pueblo, adepto a
la filosofía pero activamente identificado con el segundo. Su meta será construir, a partir de
la conciencia común, una unidad social y cultural en la que voluntades de otro modo
individuales y heterogéneas se unirán sobre la base de una concepción del mundo común.
Todos los hombres y mujeres son de alguna manera intelectuales porque su actividad
práctica lleva implícita una filosofía o concepción del mundo. El papel del intelectual
orgánico es dar forma y cohesión a este entendimiento práctico, unificando teoría y práctica.
Pero hacer esto significa combatir gran parte de lo que es negativo en la conciencia
empírica de la gente (sentido común).
La conciencia de los oprimidos está teñida por las creencias de sus superiores, pero esta
relación también se da a la inversa. Cualquier clase hegemónica debe tener en cuenta los
intereses y tendencias de aquellos sobre los que ejerce poder y debe estar preparada para
establecer compromisos en este sentido.
La ideología gobernante resultante será naturalmente un híbrido de elementos que
provienen de la experiencia de ambas clases.