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EL ESTUDIO DE LA CULTURA Y EL AMOR EN LA MISION

Anjara, Jordania-30/12/2015
1) INTRODUCCION
Damos gracias a Dios en esta santa Misa, por los frutos del capítulo provincial y
del congreso de formación, se trata de actividades importantísimas para nosotros.
¿Por qué? Porqué queremos ser misioneros, pero misioneros que cambien la
cultura y la renueven, para Cristo: en orden a la verdadera evangelización cultural
en el mundo Árabe.
Pablo VI advertía con clarividencia que asombra: “lo que importa es
evangelizar —no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino
de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces— la cultura y las
culturas del hombre. De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a
una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las
culturas”.1
La Iglesia recuerda que dos cosas se han de tener en cuenta en la formación de
los Misioneros y que creo que vienen muy bien aquí recordar:
1) El estudio de la Cultura y de la lengua de los pueblos
2) Amor entrañable al lugar de Misión.

2) EL ESTUDIO DE LA LENGUA Y LA CULTURA

El Primero el estudio serio, científico de la lengua y el conocimiento cultural:


El concilio Vaticano II recuerda que “en la formación (de los misioneros) ha de
completarse en la región a la que serán enviados, de suerte que los misioneros
conozcan ampliamente la historia, las estructuras sociales y las costumbres de
los pueblos. Aprendan las lenguas hasta el punto de poder usarlas con soltura y
elegancia, y encontrar en ello una más fácil penetración en las mentes y en los
corazones de los hombres”2.

Y Juan Pablo II, en la Redemptoris Missio no duda en exhortar a los misioneros a


inserirse en la región donde van: “Los misioneros, provenientes de otras Iglesias y
países, deben insertarse en el mundo sociocultural de aquellos a quienes son
enviados, superando los condicionamientos del propio ambiente de origen. Así,
deben aprender la lengua de la región donde trabajan, conocer las expresiones
1
EN 20
2
Ad gentes, 26 a.
más significativas de aquella cultura, descubriendo sus valores por experiencia
directa. Solamente con este conocimiento los misioneros podrán llevar a los
pueblos de manera creíble y fructífera el conocimiento del misterio escondido”
(cf. Rom 16, 25-27; Ef 3, 5) 3.
Ciertamente este conocimiento cultural implica el estudio permamnete de la
lengua. La lengua del pueblo, en nuestro caso el árabe, forma parte y es expresión
más genuina de la cultura. Nunca seremos misioneros auténticos según el sentir de
la Iglesia sin el estudio de la lengua sin el estudio de la lengua del lugar donde ella
nos envía.
Este es el ejemplo que los grandes misioneros y santos han dejado tras de sí. El
Beato Pablo Manna, fundador del PIME, delante del altar hizo este juramento:
«Me dirigiré a mis ovejas en su propia lengua, respetaré sus tradiciones, integraré
sus locuciones y sus maneras de pensar en mi trabajo de evangelización».
Lo mismo aconsejaba el Beato José Allamano, quien dirigiéndose a los misioneros
no dudaba en decirles: Si las lenguas se hablan mal, el fruto será escaso, con la
consecuencia de que se perderá el deseo de evangelizar, o se hará con poca
energía o incluso con poca autoridad. Por lo tanto, recuerden: primero la
filosofía, la teología, la Sagrada Escritura, después enseguida el idioma. Estudien
con empeño los idiomas. Cuando uno hace todo lo posible por aprender, el Señor,
si es necesario, le dará el don de lenguas prometido a los Apóstoles4.

3) EL AMOR AL LUGAR DE MISION

Sin embargo, este conocimiento de la lengua y la cultura de los pueblos seria


infructuoso, vano y dañino si no va acompañado del segundo elemento: un
verdadero amor y apreciación del lugar.

Y así, el mismo Decreto Ad Gentes del Vaticano II pone como condición a la hora
de elegir los obreros que “El que haya de ir a un pueblo extranjero aprecie
debidamente su patrimonio, su lengua y sus costumbres” 5. “no se trata
ciertamente de renegar a la propia identidad cultural, explica Juan Pablo II,
sino de comprender, apreciar, promover y evangelizar la del ambiente donde
actúan y, por consiguiente, estar en condiciones de comunicar realmente con

3
Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 53.
4
José Allamano, Así los quiero, Espiritualidad y pedagogía misionera, 92.
5
Ad gentes, 26 b.
él, asumiendo un estilo de vida que sea signo de testimonio evangélico y de
solidaridad con la gente”.

Por ello el estudio es el primer paso, pero debe estar motivado por este amor
sobrenatural al lugar donde Dios nos ha plantado. El Gran Pio XII en su carta
Encíclica Evangelii Praecones, exhorta a los misioneros a este amor “el misionero
consagra a Dios la vida, a fin de que su Reino se propague hasta los últimos
confines de la tierra. El misionero no busca sus propios intereses, sino los de
Jesucristo (Flp 2,21). El misionero considera como suyas estas palabras del
Apóstol de las Gentes: «Somos embajadores de Cristo» (2Cor 5,20) «porque,
aunque vivimos en carne, no militamos según la carne» (2Cor 10,13). «Me hice
débil con los débiles, por ganar a los débiles» (1Cor 9,22). El misionero debe, por
tanto, considerar la región a la que ha ido a llevar la luz del Evangelio como
una segunda patria, y amarla con el debido amor, de modo que no busque
ventajas terrenas ni lo que favorezca a su nación o a su Instituto religioso, sino
ante todo lo que sirva a la salvación de las almas. Ha de amar, sí, íntimamente a
su nación y a su familia religiosa, pero con más ardiente entusiasmo ha de amar
a la Iglesia. Y acuérdese de que nada que perjudique al bien de la Iglesia puede
ser provechoso a su Congregación”6.
4) CONCLUSION
Por ello en este día, damos gracias a Dios por el término de este ciclo de estudio.
Sabemos que la misión en el mundo árabe será siempre particular, por la cultura,
en especial por la lengua. El Arabe será siempre el árabe, es decir Cruz, pero lejos
desanimarse hay que continuar con el esfuerzo. No en vano escribía hermosamente
el padre Carrascal, misionero en China, a quien el chino le arranco’ más de una
lagrima:
“La lengua es la primera y la última cruz del misionero. La primera porque es la
que primero le sale al paso, y la última porque nunca le abandona del todo. Por
mucho que la estudie no logrará que le sea vehículo cómodo a su pensamiento.
Habrá muchos temas que le resultarán completamente inabordables y su
intervención en la vida social estará muy mediatizada. Si asiste a reuniones, se
tendrá que contentar con una presencia casi meramente pasiva y ante las personas
de más viso y autoridad tendrá que pasar por un «minus habens». Tendrá que
renunciar a grandes discursos y elevaciones oratorias; y si tiene dotes de escritor,
tendrá que renunciar a ellas o quedar supeditado a un amanuense o traductor que
6
Pio XII, Evangelii Praecones, 20.
no coge bien su pensamiento. Como el pájaro en la jaula entonces sobre todo
siente que está preso cuando más quiere volar”7.
Pero precisamente por ser Cruz, este estudio es ya fecundo y parte de la misión
salvadora, pues siempre será cierto que las almas se ganan, también en la misión,
solo con la cruz y el sacrificio, puesto que “sin efusión de sangre no hay remisión”
(Hb. 9, 22).
Ojalá que podamos al final de nuestras vidas apropiarnos de las palabras de
aquel gran santo y traductor que fue san Jerónimo, quien luego de una ardua lucha
con un pariente cercano del árabe, el hebreo bíblico, podía escribir al monje
Rustico:
"¡Cuánto trabajo me costó aprenderla y cuántas dificultades tuve que
vencer! ¡Cuántas veces dejé el estudio, desesperado y cuántas lo reanudé! Y
ahora doy gracias al Señor que me permite recoger los dulces frutos de la
semilla que sembré durante aquellos amargos estudios"8.
¡Que la Virgen nos acompañe en este nuevo año, para gloria de Dios y el
bien de las almas

7
P. Carrascal, Si vas a ser Misionero, las Cruces del misionero.
8
Carta CXXV a un monje llamado Rustico, n.12.

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