Comonaciolaluna2 000124

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i | . El negocio de dona ace esdle que leg6 el invierno, doa Hormiga Y sus hijas se metieron en su casa, aco- mer, a engordar y a pensar en qué harian cuando Ilegase la Primavera, Resolvieron poner una zapateria. Cuando empe- zaron los dias buenos, alquilaron una tienda en la Calle del Conde, y todo el mundo se quedé asom. brado cuando abrieron su comercio, La tienda es taba lena de zapatos desde el piso hasta el techo, Eran zapatos criollos, mejores que todos los zapa- tos exttanjeros que se vendian en las otras tiendas de la calle, Pero el negocio no iba bien. Dona Hormiga se desesperaba. Sélo cada dos o ttes dias se vendis un ar de zapatos. Cuando pasaron dos meses, pensé que el material se pudtriria, lo que habria ocurtido ¥2, si los zapatos no hubieran sido criollos, y llors muchfsimo. Al tercer mes, apenada porque sus hi- 20 as de lucit, no podian comprar ropa, y jas, jovencitas amen ie? : J casero, que era un perro al que las p rque el casero, sleas es ivan siempre de mal humor, la amenazé ae fi ia roto, porarla, lloré tanto que parecta que se habi " ‘ Si ij yn. tam- cafieria del Acueducto. Sus hijas Hloraro x una as = in, ;Perderian su preciosa zapateria, fruto i yeranza afo de laboriosidad y de ahorro y tinica esp. > de toda la familia / . Pero hete aqui que cuando més lloraban, less aang ae efiora dofia Ciempiés con cinco hijas y dos hij ; fi ya venn- uefios a comprar zapatos. Y dofia Hormig: tis Cada una de sus inesperados dié la tienda entera. clientes necesitaba cien zapatos. — Este fue el negocio de doa Hormiga, qu G hizo rica en una hora como premio a toda ana fe i los de trabajo y de confianza en el porvenir. Y todos ii de la Calle del Conde —turcos, demds comerciantes de ae espafioles ¢ italianos— se murieron de envidia. que hay ahora, vinieron después. lezt Qa oO 5 i fm (ou iS 5 @ = iS or muchas cosas grandes que se hagan, no se tiene derecho a ser vanidoso; pero el General don Gallo no lo creia asi. Verdad que era muy gallardo, con sus plumas brillantes, sus barbas y su cresta roja y su cola de mil colores, pero esto no bastaba para que se creyera, como se creia, lo mejor del mundo. El General don Gallo era del Seybo'”, y por eso andaba siempre con su gran machete a un lado, ademas de las dos finas espuelas que usaba constantemente contra sus compaferos. El seo: (Por costumbre se le lama El Seybo). Es una de las 31 provincias de la Republica Dominicana situada en el este del pais. Limita al este con la provincia de La Alta- gracia, al sur con las provincias La Romana y San Pedro de Macoris. y al oeste con la provincia Hato Mayor. Estd bordeada por el norte por el Océano Atlintico. La capital provincial es la ciudad de Santa Cruz del Seibo. 24 Un dia, mejor dicho, un amanecer, el General don Gallo se planté en una cerca, batié las alas sono- ramente, y cant6 con todas sus fuerzas: | —;Xo soy el més guapo! Y como nadie le contest, se fue a hacer la rue- da ala sefiorita Polla, una gallina blanca y joven- cita, que era, por aquellos dias, su més grande pre~ ocupacién. —Me voy del pueblo, lindura -le'dijo— por- que aqui me ahogo; nadie me comprende. 2H por qué no le comprende nadie? ~pregun- t6 ella muy azorada. —Porque yo soy para la lucha, yen toda la pro- vincia no hay compafiero mfo que se me pare por | n luchar, me delante. Y como no tengo con q voy, aunque con mucha pena. —;Pena...? ~pregunté la sefiorita Polla. —jOh, si...!’Tengo que dejarla a Ud., y eso me entristece mucho. Entonces, la sentimental sefiorita levanté una pata y se secé una ligrima, que ya le corria por el pico. —Yo también lo siento mucho —dijo entre | sollozos. | 25 E] General don Gallo dio otra vuelta con un ala bajita, murmurd no sé qué cosa, y aseguré con vor sonora: —Volveré pronto, querida. En un momento acabaré con los guapos que haya en el pais, y en- tonces vendré a ofrecerte mis triunfos, Y se fue, levantando mucho las patas, con su gran machete seybano arrastrindole por el camino, A poco, dejé este para tomar la carretera, que, segtin él, era la tinica via digna de su grandeza; y al caer la tarde, cansado, buscé un arbol donde subirse para pasar tranquilamente la noche y soar con la sefiorita Polla. Peto precisamente aquella noche decidieron los duefios de las gallinas que dormian en el mismo arbol hacer un sancocho, y como cogieron las aves en la oscuridad, le tocé al General don Gallo ser de las destinadas al fogén, —jCémo...! ~grité indignado, cuando vio el fin de sus compaieros. Y traté de sacar su gran machete seybano, pero no pudo, porque, a pesar de todo, tenia mucho Suef. Pero cuando se vio irremisiblemente perdi- do, tuvo que pensar en huir, aunque ello no éra, 1, la solucién mas digna de ener supuesto, 61 digna de un Gene por i no él. n valiente com i ; Con todo, lo hizo; pero se dejé su hermosa cola entre las manos del ducio de la casa y como a ia ce empieza pero no se acaba y, adem, huyend Pa miedo crece, don Gallo no se paré hasta que se ¢ otra vez en el Seybo. Entonces fue cuando se dio cuenta de que le faltaba su mas hermoso adorno; pero se consolé pensando que valia mas haber per- ran dido la cola que su vida. ; Alotro dia, pregunt6 por la seforita Polla; pe- ro he aqui que como, pelén como estaba, nay le reconocfa, no le hicieron caso y se fueron a chatlar con otto gallo joven. —jAndense con cuidado, sinvergtienzas. i troné-. Yo soy el més guapo! - Pero todos se le rieron, y como él no podia pe- lear con tantos, aunque pretendié desenvainar el machete, tuvo que acabar por irse, muy apenado, y ssolié esperar en el monte que le cee ou —jMiren que “bolo” tan feo...! ~decian las sefioras gallinas. 2 Bolo: gallo bolo, gallo sin co El ducito le tir6 un palo, no reconociéndole, y el General don Gallo tuvo que huir por segunda vez en un dia. Cuando volvié al pueblo, era ya tan viejo que no podia con el machete y en si no vela, a pesar de haberse comprado unos espejuelos muy buenos en la tienda de dofa Pata. Entonces se quedé asom- brado, al comprobar que ya la sefiorita Polla era una madre de familia, con pollitos de los mas gra- ciosos, que ni siquiera quiso ofrle. Don Gallo ~pues ya no queria ser General colgé su viejo machete de un clavo, en un palo del patio, y decidié hacerse maestro de escuela. Y lo due ensefiaba, sobre todo, a sus discipulos, que ran jévenes gallitos muy emperifollados, era esto: —Si no dejan de ser vanidosos, pueden fi mente perder la cola cuando menos. La vanidad, amiguitos, conduce, infaliblemente a la olla o al tidfculo, on Gato estaba una vez pasedndose sobre una pared, y al mirar hacia abajo observs que una cosase mov dentro de una barrica. Esta contenia un poco de ron y cuando don Gato se acercé se relamié de gusto al ver que quien estaba aho- gindose en el licor era nada menos que su tormentoso enemigo el joven Raton. —Compadre Gato clamé el infeliz— me estoy asfixiando aqui. Haga un favor, siquiera sea una vez. —Yo lo siento, compadre Ratén ~contesté sin iedad alguna don Gato. —Ciga —insistié el moribundo- le prometo en- gordar, cuando salga de aqui y volver donde usted, para que me coma, Al ofr tan agradable proposicién, don Gato se de- tuvo, se llevé la patita a la barbilla, como quien pien- sa, y contesté: —Yo no creo en palabra suya, amigo Ratén; pero si usted me promete engordar y volver, trataré de ayudarle, Al joven ¢ impertinente don Raton le bi tos, porque a decir verdad no se sentéa muy bien en el ron, laron los oji- quel estaba quemando las peladuras, que se habia hecho tratando de conseguir queso. —Le juro a usted, compadre Gato, que cumplo mi promesa —afirmé. Entonces don Gato buscé una tablita, la colocé de modo que tocara el fondo y el borde de la barri- a, y por ella salié el entripado don Ratén, Cuando estuvo afuera volvié la cara y se ausenté lo mas de ptisa posible, por si acaso. Pasaron los dias, las semanas, y hasta medio afo. Un dia don Gato se pascaba tranquilamente por el patio de su casa y vio unos ojitos brillar en el fondo de una cueva. —jHola, compadre don Ratén! —;Qué tal, amigo don Gato? -respondié aquel cinicamente. —;Cémo! :Ya usted no se acuerda de lo prome- tido? — ;Prometido? ~pregunté don Ratén. Entonces don Gato, con las mejores palabras de su Iéxico, explicé el caso, tal como sucediera, —iAh sit ~dijo don Ratén-, Lo recuerdo muy —2¥ no va usted a cumplir ahora su promesa? ~pregunté el Gato, relamiéndose al pensar en el proximo banquete. —2Yo cumplirla? barrica, compadre Gato? 1ué era lo que habia en la —Ron, si no me equivoco ~respondis este, El joven don Ratén se eché a reir estrepitosamen- tey cuando hubo terminado explicé: —Si era ron, es indudable que yo estaba borra- cho, y usted estard de acuerdo conmigo, compadre Gato, que nadie le hace caso a las palabras de un borracho. Y el “compadre” Gato no supo que contestar, Isencillo hecho de no haber querido asistir a laescuela durante su nifiez costé la vida a dofia Gallina Pinta, sefiora muy apreciada por su bondad y por su honorabilidad. El caso sucedié asi: A los veintidin dias de estar dofia Gallina Pin- ta en el nidal, casi sin salir a comet, por lo que se puso tan flaca que era sélo plumas, empezaron sus hijitos a picar los cascarones, Hubo tres que no nacieron, y entre los que tuvieron la envidia- ble dicha de conocer esta dulce tierra, estaban algunos que, por curioso suceso, a pesar de estar empollados por ella, no eran hijos de dofia Galli na Pinta, Se trataba de tres herederos de su p ma, la bondadosa dofia Pata Blanca, sefiora que gozaba fama de callada a limpia. Es decir que, entre los pollitos, habfa tres patos. 34 Dojia Gallina Pinta era una santa persona, a de- cir verdad; pero en su juventud no habia acendido debidamente los consejos de su padre, el malogrado y valeroso don Gallo Pinto. Mucho luché este ab- negado sefior para que su hija asistiera a la escuela. Mas ella le engafaba y, simulando que iba, se metfa donde su primita, y alli pasaba las horas hablando de modas y de cine, cosas estas muy peligrosas para las jovencitas, porque olvidan sus deberes. Volvamos a lo importante. Decfamos que ha- bian nacido tres patitos entre los hijos de dofta Gallina Pinta. Todos sabemos que estos animalitos procuran el agua desde pequeftitos; y asf lo hicie- ron también estos tres desde que abrieron los ojos ala luz del so Todos aquellos dias habia estado Hoviendo fuertemente, asi es que el patio tenia una charca de agua bastante sucia, pero de gran hondura. Ver los patitos aquellas charcas y ver un cura la gloria, son alegrias iguales. De modo que cuando dofa Gallina Pinta salié Ilena de orgullo, con las plumas paradas, a mostrar su prole, dispuesta a pelear con todo el que se acercara, los patitos echaron a correr hacia el agua. jAve Maria Purisima! Lo que sucedié entonces no tiene explicacién posible; porque cuando la santa sefiora vio a esos angelitos de Dios en el agua, pensé que se ahogarian sin remedio, y em- pezé a dar unos chillidos que partian el alma. —Ay que se ahogan! ;Ay que se ahogan! -gritaba. Pero los muy desvergonzados patitos no le ha- cfan caso. Entonces doiia Gallina eché a correr como una loca, alrededor de la charca, y grits pa- ra que la ayudaran. —jSocorro! ;Socorro! ~chillaba. Pero aquello estaba tan desolado, que sélo los pollitos la ofan y estos mismos estaban tan ner- viosos, porque su mamé creia que llevados por el mal ejemplo se iban a tirar también al agua, que apenas se daban cuenta de lo que sucedfa. Enton- ces ella, conven ja de que nadie vendria a ayu- darla, decidié echarse a la charca. ;Pobre dona Gallina Pinta! Se olvidé de que no sabia nadar; no recordé su odio al agua, la que s6lo usaba pa- ra beber. Pataleando y dando aletazos fue tras los patitos; estos buscaron el sitio mas hondo. Al Ile- gar a él le falt6 pie a la sefiora, se hundié, sacé la cabeza, grité més alto. Los patitos, asustados, sa- 36 jeron tranquilamente de la charca, pero dofa Gallina Pinta se quedé en ella, sencillamente porque se habia ahogado. Sus hijitos lloraron desconsolados. Vinieron unos cuantos gallos barbudos, con cascos de co- bre en la cabeza, una gran escalera y dos camio- nes: eran los bomberos. Sacaron el cuerpo de la pobre sefiora, y entre los gritos de dolor de sus familiares lo llevaron al nidal que habia abando- nado esa misma majiana. En la noche le hicieron un gran velorio, con mucho café, muchas velas y mil rezos. Todas las gallinas respetables del lugar acudieron a él, asi como casi todos los gallos y pollos que tenian barbita. El entierro fue uno de los més concurridos que se recuerdan en el pais y en el discurso que pronuncié dofia Guinea Voladora en el momento de dar sepultura a sus restos, explicé que su pri- ma dofia Gallina Pinta no hubiera muerto tan tragicamente si en su juventud hubiera ido a la escuela, porque en ella le hubieran ensefiado que los patos por pequefios que sean, no se ahogan. Eso més o menos entendié la atribulada concu- rrencia, porque dofia Guinea Voladora no expre- 37 saba sus ideas con clatidad, ya que, a pesar de expresarse con voz alta, hablaba demasiado de prisa, lo que denunciaba su nerviosidad, Los desconsolados hijitos de dona Gallina, muy imptesionados por el discurso de su tia, aprovecharon la vuelta del cementerio para lle. garse ala escuela, en donde dijeron que se que- fan inscribir para volver después que hubieran pasado los nueves dias de duelo de su querida y llorada madre. unque la poca gente que conocié a Poppy Parezca consternada hace una semana ue no hablan de otra cosa—, seria de tontos explic 6 xplicarles que lo que sucedié no fue un inci cidente vulgar, porque esa gente, como la gran mayoria del infacuado género humano, no acep tarfa la explicacién. Poppy, a la verdad, se precipité un poco. Era demasiado sensible, : y acaso hurgando en su “pe gree" se hallarian antecedentes, porque es lo cierto que nada se hereda tanto como la anormalidad Pero las incontables parejas de quienes Poppy vino al + i mundo ~padres, abuelos, bisabuelos— no se co- nocen. E cepto la madre, fox terrier pura, nada mis se sabe de sus antepasados, A juzgar por ciertos detalles fisicos el padre de- bi ser un sato cortiente; incluso en lo psiquico se le conocis nocia, pues el pobre Poppy tenfa una ternura casi humana, y la vivacidad y la gracia contagiosa del sato. Sin embargo era también grave, en oca~ siones demasiado. Por lo visto, nunca pusieron arencién en ese contraste. ‘Todo en Poppy era extremado. Por ejemplo, serfa dificil hallar un perro tan sumiso. Jamas tuvo Ja menor rebeldia ni traté en momento alguno de escaparse ni se fanz, como muchos compaiieros a quienes él conocfa, a morder la pieria de un visi- tante. ;No era eso extrafto, tratandose de un perto nada cobarde? Pues bien, nadie se fijé en ello, na- die se pregunté la causa de tal sumisién, ni siquie- ra Josefina, a pesar de que a ella se debia En conjunto, Poppy sentfa que su vida era muy feliz. Para él todo lo bello y agradable de este mundo tan extravagante estaba en Josefina. Desde el instante en que la luz del sol, cokindose a través de los cristales, le hacia abr se emo- cionaba pensando que Josefina no tardaria en des- pertar. Con su fina cabeza levantada acechaba los menores movimientos de su ama. A veces ella se levantaba tarde y Poppy sentia miedo de que se ara enferma, y cuando al fin ella se movia, empezaba a gemir de contento. En ocasiones, Jo- sefina extendia el brazo desde la cama y acariciaby 'a cabeza de Poppy: En tales momentos él desfalle cia de felicidad, se le iluminaban los pardos ojos se le Ilenaban de un resplandor extrait, de claridad infantil Otras veces, £0, ella no lo miraba ni una , Muy pocas por cer. Parecia notar su presencia Poppy veia entonces el entrecejo de su duefa; ob, servaba cémo una sombra vagaba por todo el ros. ‘ro de Josefina, y, herido en lo mds sensible de su set, bajaba la cabeza y se iba lentamente, con el tabo colgante, lleno de una amargura que nadie sospechaba. En verdad, esos momentos de dolor eran escasos en la vida de Poppy; incluso podia recordarlos to. dos, aunque a él no le gustaba hacerlo, Sélo cuande femfa que algo le sucediera a su ama, volvian tales instantes a amargar sus dias, Adem, la tristeza no le duraba mucho. Un gesto infimo, un amago de ternura de Josefina le hacfan olvidarlo todo. La ale. ria era en Poppy un sentimiento desbordante, que nundaba todo su ser y le enloquecta de dicha, Pero un dia abominable dia en su historia Poppy sintié que la tisa de Josefina cra secundada Por otra més seca y que las pisadas de su ama le- fpidas, tan conocidas por él- eran seguidas Byers lentas y sordas. Ademés, le llegaba un Fe vgero, Una sensacién desconocida confundié Be cncimientos. Vio llegar a un hoaibre al ado Fics ama, y vio la mano de € sujerar el brezo de de su ama, y ° J Josefina. Aquello lo llené de asombro. ;Cémo era josefina. sible que alguien tocara ese brazo? Para Poppy P tal cosa era inexplicable, y se quedé ood Jos ojos fijos en el visitante, descoso de = no may coreto Sin dua st ama compren a intenciones de Poppy porque le dijo que se . Ella lo miré con dureza y a Poppy le dolié ae esa mirada. Con la cabeza baja y la cola ca a avergonzado y triste, se fue de all rezongando a ee sobre la intromisi6n del hombre en la vida de los dems animales. Al echarse bajo la cama «dip que aquel desconocido y él no.podrian ser sen Poppy no sabia debido a qué, pero lo certo esq el extraiio no le habia sido simpatico. ; Estaba Poppy cavilando sobre esas cosas cuan- do sintié entrar a Josefina. ; — Poppy, Poppy mio! -cantaba e baleen Sefior, gqué habia ocurrido? Poppy hubiers querido tener més voluntad, ser menos emotivo, lo cual le hubiera permitido quedarse bajo si cama poner ofdos en las voces de su ama. Pero él no podia, A la segunda llamada se lanzé, con el cora- z6n ahogindosele de felicidad, y fue a dar en los pies de su ama. ja lo tomé entre sus brazos, lo cargé y le dijo mil lindezas, Hablaba un idioma especial, en el cual abundaban frases carifiosas que Poppy sospechaba dirigidas a alguien que no era él. En ese estado de nimo duré Josefina varios dias. Se arreglaba con entusiasmo; peinaba de quince maneras su bronceado pelo; se ponfa en las pestafias una pasta azul que daba a sus ojos un brillo y un tono deliciosos; se perfumaba, se cui- daba las u s. Poppy se maravillaba de lo que veia y —gpara qué esconderlo?— disfrutaba tam- bién de una dicha loca, porque antes de tantos arreglos él hallaba a Josefina lo mas bello de la creacién; admiraba sus manos largas, pausadas, distinguidas; su pelo dorado, sus ojos azules, su nariz fina y audaz; lo admiraba todo en ella y él observaba que con el cuidado todos los encantos de su duefia aumentaban sensiblemente. Lo tini- co desagradable era la presencia del hombre. Iba a menudo. Cuando él Ilegaba Josefina se quedaba 44 un instante como dormida, un solo instante; pe- ro Poppy comprendia -a pesar de que él no en una nocidn clara del tiempo- que en la vida de su duefia esas fracciones de minuto duraban una eternidad. Después Josefina y el hombre se iban ;Adénde iban? Metido bajo la cama, entristecido por la sole- dad en que lo dejaban, Poppy se hacia esa pregun- ta muchas veces. ;Serfa a la orilla del thar, frente a casa, en el sitio donde ella solia Ilevarlo a pasear? {Seria al jardin, en el rincén de las buganvillas, donde antes se pasaba ella las tardes con la mirada perdida en el cielo y donde él cazaba lagartijas? Con su fino ofdo ~herencia de su madre- atento al menor roce, Poppy trataba de percibir los ruidos provenientes del jardin; acechaba, se volvia todo atencibn. Al cabo de unos dias noté que la Ilegada de Josefina era precedida siempre por el rumor de un auromévil que se detenia frente a la casa. “Pa- sea en esos feos aparatos que ruedan y hieden’, nde solia ir el automévil, se acostumbré a cavilar mds pensé. Y como a él no le era dado saber por dé sobre las salidas de su duefia. Lo nico que le teresaba era que retornara pronto. 4% que se preparaba una salida. Hacia tiempo que Poppy no veia la calle de maiiana, Pasando por el jardin, Poppy sentia la nariz envuelta en perfumes capitosos, Su ama se detuvo en la puerta y tendié os ojos hacia el mar. El mar aparecia al frente, azul limpido y brillante como una pintura. Poppy miré asu duefia. Vestida de blanco, fina, dorad con las manos puestas en Ia reja, con lay celeste, pelo y el traje batidos por la brisa de la mafiana, a Poppy le parecia ella algo delicado, bello y tierno; una flor de as serenas, esa flor que los hombres llaman lirio, Era aquella una gloriosa mafana de abril. El aire olia deliciosamente y toda la creacién tembla- ba de alegria. Poppy gimié de dicha; se arrastré a los pies de su ama, corretes Ileno de jibilo. La felicidad lo ahogaba. Por la acera, bajo los érboles, empez6 a perseguir lagartijas y a dar veloces vuel. tas. Se embriagaba; le embriagaban el sol, el mar, el cielo distante, la sombra de los arboles, sencia de Josefina. Pero de pronto ~joh fugacided de las cosas! oy a su espalda un ruido que le disgusts: ahi estaba el automévil del hombre. S bitamente sintié ira y la pre- empezé a ladrar como un desesperado. Su ama parecié més disgusta da que é 48 —iPoppy! zQué es eso, Poppy? ~pregunts. Y por primera ver ~cosa extraordinaria~ él no sintié dolor por haberla disgustado. Pero Poppy no tardé en arrepentirse de la du- reza de su corazén. Llenéndole de asombro, su duefia lo romé en brazos y ente6 con él en el au- comévil incluso lo pegs contra su pecho y junss su cara con la suya. {Qué inolvidable momento! Pronto llegaron adonde ibas. Poppy vio a una joven graciosa vestida de blanco que le hizo caricias ya.un mozo de espejuclos, muy serio, que le estuvo tocando la cola, Josefina se eubria el rostro con un paiuelo y parecia apenada. Eso entristecié a Poppy, pero no pudo detenerse mucho en ello porque sin- ti6 un ligero pinchazo en la cola. ¢Qué sucedia’ Miré a su duefa con animos de peditle que lo ayu- dara, que no lo dejara en manos de aquellos i nocidos. El amigo de Josefina anduvo buscando rero blanco que no jertos en una especie de tenia libros. Poppy lo veia sonreir y lo ofa Er con desparpajo. La joven vestida de blanco ie mozo de espejuclos lo sujetaron fuertemente. Le parecié que alguien lo golpeaba en la cola y quiso volverse a ver qué le hacian, pero no lo dejaron. 49

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