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Dios-Amor:

El Espíritu Santo en algunas obras de San Agustín

En este trabajo se tendrá por empresa abordar desde el pensamiento de San


Agustín lo pertinente al Espíritu Santo entendido como Dios-amor, apoyándonos
de manera particular y entre otros textos en la obra “La Trinidad”. Para llevar a
cabo tal objetivo se tratará de responder a las preguntas ¿Quién es el Espíritu
Santo? ¿Se distingue el Espíritu Santo en la Trinidad? ¿Puede entenderse el
Espíritu Santo como Dios-amor? ¿Actúa el Espíritu Santo en la historia? Teniendo
en cuenta que “cuando se nos pregunta qué son estos tres (Dios Uno y Trino),
tenemos que reconocer la indigencia extremada de nuestro lenguaje” (Agustín, La
Trinidad V, 9, 10).

En otras palabras, teniendo en cuenta la limitación del lenguaje y del conocimiento


humano para tratar todo cuanto de Dios se diga, con la ayuda del Águila de
Hipona, se tratará en cuanto fuere posible lo pertinente al Espíritu Santo.

¿Quién es el Espíritu Santo?

Al adentrarnos en la cuestión del Espíritu Santo, es preciso tratar grosso modo lo


correspondiente a la Trinidad, esto con tal de identificar quien es el Espíritu Santo
en relación con las demas personas divinas, teniendo en cuenta que cuando
hablamos de la Trinidad, no se entiende por absurdo el que se llame a Dios Padre,
Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, pensando así en un único Dios y no en tres dioses
en la Trinidad. A la problemática que a quí se nos presenta, el Aquinate por un
lado nos dirá:

“si se nos pregunta sobre cada una de las personas y se nos dice: El Padre,
¿es Dios? Responderemos: es Dios. Si se nos pregunta si el Hijo es Dios,
responderemos lo mismo. Si tal pregunta fuese acerca del Espíritu Santo,
debemos responder que no es otra cosa que Dios. […] Por consiguiente,
aunque respondamos al que nos pregunta sobre cada uno, que es Dios
aquel de quien se pregunta: ya sea el Padre, ya sea el Hijo, ya sea el
Espíritu Santo; sin embargo, nadie pensará que nosotros adoramos a tres
dioses. (Agustín, La Fe y el Símbolo de los Apóstoles, IX, 16).

Por otro lado, con tal de ayudarnos a comprender un tanto lo dicho a otrora, nos
presenta los dos ejemplos, uno a partir de la relación fuente, río y bebida, en el
agua; nos dice que aunque el agua esta en la fuente, en el río y en la bebida, no
decimos que sean tres aguas, sino una sola (La Fe y el Símbolo de los Apóstoles,
IX, 17). Y en otro ejemplo a partir de la relación raíz, tronco y ramas, en la madera;
nos dirá que tanto la raíz, el tronco y las ramas pertenecen a una sola madera y no
a tres (Idem). Teniendo en cuenta estos ejemplos, no se ha de entender la
Trinidad como una fuente visible y corpórea como el agua o la madera, ya que
esto podría llevarnos a una mala comprensión en cuanto a la relación dada en la
Trinidad, puesto que no puede ser que el Padre sea unas veces Hijo y otras el
Espíritu Santo.

Con lo expuesto hasta ahora, se identifica al Espíritu Santo como una de las tres
personas divinas que no es ni mayor o menor en relación con el Padre y con El
Hijo. En otras palabras tenemos que, “el Padre no es mayor que el Hijo, ni los dos
juntos son mayores que el Espíritu Santo, ni dos de ellos son en la Trinidad
superiores a uno solo, y los tres juntos no son mayores que uno de ellos en
particular” (La Trinidad XV, 3, 5).

El Espíritu Santo como Dios-Amor

Es posible hablar del Espíritu Santo como amor, gracias a la imagen que utiliza
Agustín en la Obra la Trinidad al identificar al Padre como el amante, al Hijo como
el amado y al Espíritu Santo como el amor (XV, 3, 5). Pero, ¿Cómo llega Agustín a
la conclusión que El espíritu Santo es Amor?
Por un lado, siguendo el comentario a la primera epistola de san Juan, san
Agustín dirá que “si el amor viene de Dios y Dios es amor, entonces el Espíritu
Santo es Amor que procede de Dios” (Citado en Fitzgerald, 2001, p. 512). Por otro
lado, nos dirá que “en consecuencia Dios es amor, como la Escritura Sagrada lo
proclama, y el amor viene de Dios y actúa en nosotros para que Dios permanezca
dentro de nosotros y nosotros en El, y esto lo sabemos porque nos dio su Espíritu,
entonces este mismo Espíritu es el Dios amor” (La Trinidad XV, 19, 37).

San Agustín, frente a este tema, insiste en que al Espíritu Santo se le llame amor
(y es amor de Dios), gracias a que por medio de esta persona divina todo hombre
por medio de los dones que le otorga se hace participe de la vida divina, puesto
que Dios es amor, y el que permanece en el amor, en Dios permanece y Dios
permanece en él (1 Jn. 4,16) 1. Ahora, cuando Dios amor (el Espíritu Santo)se da al
hombre, le inflama en amor de Dios y del prójimo, puesto que, ningun hombre
puede ser capaz de amar a Dios y a los demas, sino es porque Dios le ha amado
primero (La Trinidad XV, 17, 31) y esto se debe gracias a que la caridad de Dios
ha sido derramada en el corazón del hombre por el Espiritu Santo que le ha sido
dado (Rm. 5, 5).

Identificado grosso modo el Espíritu Santo como Dios-amor, y antes de pasar al


siguiente punto, conviene subrayar que aunque por apropiación se llame al
Espiritu Santo como amor, en sentido ecuménico tambien del Pabre y del Hijo se
predique el amor, puesto que así como damos propiamente el nombre de
sabiduría al Verbo único de Dios (el Hijo), en un sentido universal el Padre y El
Espíritu Santo son sabiduría (Agustín, La Trinidad XV, 17, 31) .

La Acción del Espíritu Santo en la Historia.

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En 1 Jn. 4, 13 se nos dice que: “Conocemos que permanecemos en Él (en Dios) y Él en nosotros
porque nos dio de su Espíritu.”
Conocemos de la acción del Espíritu Santo en la Historia, gracias a lo que de Él se
dice en el Nuevo Testamento. Siguiendo a San Agustín, podemos identificar tres
momentos en los que el Espíritu Santo Actúa en la historia a la luz del Nuevo
Testamento, el primero, es la acción del Espíritu en la encarnación del Verbo; el
segundo, es la acción del Espíritu Santo por mandato del Hijo antes de su
glorificación; y el tercero, es la acción del Espíritu Santo en la solemnidad de
Pentecostés. Desarrollemos a continuación cada uno de los tres momentos.

Primer momento, la acción del Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo: por un
lado, el Espíritu Santo cumple la función de llevar a la humanidad de Cristo a la
unidad de la persona con l Verbo, teniendo en cuenta que es el Verbo el que llega
a encarnarse (Citado en Fitzgerald, 2001, p. 510); y por otro lado, es el Espíritu
santo quien capacita a la virgen María para que pueda responder y aceptar con fe
al verbo, de tal manera que Jesús fue engendrado por fe (Idem).

Segundo momento, la acción del Espíritu Santo antes de la glorificación del Hijo:
De manera particular dicha acción se ve realizada en los evangelios sinópticos
Jesús luego de ser bautizado recibe el Espíritu Santo y es llevado al desierto por
el mismo Espíritu para ser tentado (Mc. 1, 10; Mt. 3, 16; 4, 1; Lc. 4, 1). San
Agustín, desde un ejercicio exegético de Mt. 28, 19. dirá que el Espíritu Santo es
dado por Jesús en un primer momento cuando sopló y dijo: Id, bautizad a todas
las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (La Trinidad XV,
26, 46).

Tercer momento, la acción del Espíritu Santo en a partir de la Solemnidad del


Pentecostés: De este último momento, afirma Agustín que el Espíritu Santo fue
enviado en la solemnidad de Pentecostés, es decir, diez días después de haber
subido el Señor al cielo (Idem), para que Este enseñe a los hombres todas las
cosas y les recuerde las enseñanzas de Jesús (Jn. 14, 26); y realice las acciones
maravillosas que se nos narran en los pasajes bíblicos distintos a los evangelios.

En lo que aquí llamamos segundo y tercer momento, San Agustín nos presenta
una doble donación del Espíritu Santo por parte del Hijo, puesto que el Señor
Jesús envió dos veces el Espíritu Santo, a saber: una en la tierra, para significar el
amor al prójimo y la segunda, desde el cielo (pentecostés), para indicar el amor de
Dios. (Idem).

Conclusión
Cuando San Agustín nos presenta al Espíritu Santo, como una de las tres
personas divinas de la Trinidad destacando ante todo la unidad en Dios. De
manera creativa, el de Hipona, desarrolla una comprensión pneumatológica
interesante y novedosa, apoyándose no sólo en la Sagrada Escritura, puesto que
recurre a múltiples herramientas que nos permiten acercarnos un tanto al misterio
inabarcable de Dios, reconociendo la imposibilidad del lenguaje al tratar de hablar
algo sobre lo que es Dios, de manera particular lo que es el Espíritu Santo al
identificarlo como Dios-amor (el don más exquisito de Dios) vislumbrando la
acción del mismo en la historia.

Frente a lo expuesto, nos queda decir en palabras de Congar, que el pensamiento


y la obra de San Agustín sobre el Espíritu santo eran tan ricos que fecundaron y
alimentaron la reflexión de los demás doctores de la Edad Media. (1991, p. 533).

Bibliografía

Agustín, S. (1957). Tratados sobre el Evangelio de san Juan (36-124). (V.


Rabanal, Trad.) Madrid: BAC.
Agustín, S. (s.f.). Augustinus.it. (O. Pío de Luís, Trad.) BAC. Recuperado el 08 de
03 de 2020, de https://www.augustinus.it/spagnolo/discorsi/index2.htm
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Congar, Y. (1991). El Espíritu Santo. Barcelona: Herder.
O.S.A., A. D. (Ed.). (2001). Diccionario De San Agustín. España: Monte Carmelo.
Spicer, M. (1991). El De Trinitate, bautismo de la inteligencia. Augustinus, 36, 259-
293.

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