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Al respecto M. Vela (2015) señala que siendo tan vasta la literatura disponible, esta puede ser
ordenada en tres tipos de discursos: paradigmas institucionales (guerrillas-ejército); paradigma
centrado en las estrategias insurgentes y contrainsurgentes; y finalmente el paradigma complejo
(explicación de la coyuntura revolucionaria desde la formación de una nueva elite indígena en
las comunidades) (pp. 615-620).
Sin embargo, por mucho que haya corrido la tinta, aún falta mucho por decir, incluso dentro de
lo que ya se dijo. Vale la pena mencionar que ninguno de estos paradigmas discursivos ha
agotado la discusión sobre tal o cual tema, es más, han dejado enconados debates que aún hoy
en día siguen generando polémica.
A mi parecer, la verdadera cuestión no radica tanto en qué se ha escrito, sino, más bien, en
cómo se ha escrito y en si la pretensión de generar un “pensamiento único” o una obra
“definitiva” en torno al conflicto armado interno sea el camino a seguir, puesto que esto nos
conduciría a un callejón sin salida en la que un determinado sector impondría su “régimen de
verdad” sobre la historia.
El pasado, sin lugar a dudas, es un territorio en constante disputa. Así nos lo ha demostrado
con mucha claridad la última publicación de unos de los esbirros del liberalismo, me refiero a
Mario Vargas Llosa.
Por ello considero que las investigaciones sobre el conflicto armado interno deben tener un
enfoque comprometido no solo con la verdad y la justicia, sino también con aquellos
movimientos sociales que buscan acechar a la utopía, como alguna vez lo dijo Mario Payeras,
en referencia a que a lucha por un nuevo paradigma civilizatorio no debe darse por muerta.
El recuerdo de las luchas truncadas, por ejemplo, la revolución de 1944, pueden convertirse en
las bases sociales de la desobediencia, como hacía ver M. Moore. En la dialéctica del recuerdo
y el olvido es en donde se teje el pasado y en donde cobra relevancia las investigaciones del
conflicto armado interno y las implicaciones de la memoria histórica, ya que esta puede
utilizarse para provocar olvidos, legitimar recuerdos y políticas concretas.
Al respecto Lindo, Ching y Lara (2010), hablando sobre el conflicto salvadoreño, nos dicen
que «el hecho de que las palabras sacadas del pasado, las narraciones alternativas acerca de
acontecimientos que ocurrieron hace mucho tiempo, puedan convertirse en armas de guerra es
la razón por la cual el estudio de la memoria histórica es tan importante como el conocimiento
de lo que “realmente ocurrió” (p. 35).
Así, por ejemplo, las palabras sacadas del pasado en relación a la truncada reforma agraria de
1952, pueden cambiarle el sentido que ahora se le quiere dar a la revolución de 1944. Pues
como bien señala Marta Gutiérrez (2015), el reparto agrario de 1952 fue un factor decisivo que
intentó cambiar las detestables relaciones de poder en el campo guatemalteco. Sin embargo,
esa vía “desde arriba” para transformar las relaciones feudales del agro se acabó en 1954. Se
cerraron las movilizaciones masivas de campesinos y trabajadores por tierra, dignidad y
libertad (p. 289).
En ese sentido, a lo que quiero llegar es a que el paradigma de estudios sobre el conflicto
armado interno que considero necesario desde donde pienso, debe interrogar al pasado
dialécticamente con relación al presente. Así como la vuelta a la historia larga de los mayas era
la base de la insurgencia campesina de San Marcos, la vuelta a la historia desde la izquierda —
una izquierda con autonomía moral— puede ser la base sobre la cual se construya un
movimiento social orgánico que suponga el principio de la desobediencia.
Para cual considero que debe reescribirse la historia sobre el conflicto armado interno, a cargo
de todos aquellos que no la vivimos en carne propia, pero que día con día la sentimos a través
de sus múltiples resabios, dígase violencia extrema, precarización del trabajo, militarización
de la seguridad pública, grupos clandestinos y paralegales de seguridad, escuadrones de la
muerte, redes de corrupción, etc.
La tarea generacional de los futuros cientístas sociales, a mi parecer, es, como señala Margarita
Hurtado (2015), hilvanar los retazos de la memoria individual, con el objetivo de tejer una
memoria colectiva tan grande que se convierta en un caldo de cultivo de todas aquellas luchas
sociales que se perfilen hacia la desestabilización y destrucción del statu quo.
Referencias bibliográficas:
Vela, M. (2015). Notas teórico metodológicas. En Guatemala infinita historia de resistencias (615-647).
Guatemala: Magna Terra editores.
Aguilar, Y. (2016). De la violencia a la afirmación de las mujeres. En Antología del pensamiento crítico
guatemalteco contemporáneo (633-644). Buenos Aires: CLACSO
Hurtado, M. (2015). Organización y lucha rural, campesina e indígena. Huehuetenango, Guatemala, 1981. En
Guatemala infinita historia de resistencias (31-72). Guatemala: Maga Terra editores.
Gutiérrez, M. (2015). San Marcos, frontera de fuego. En Guatemala infinita historia de resistencias (243-316).
Guatemala: Maga Terra editores.
Lindo, Ching & Lara. (2010). Recordando 1932: la Matanza, Roque Dalton y la política de la Memoria Histórica.
San Salvador: FLACSO.