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Capítulo

Edimburgo, Escocia
1814

Cerrando sus ojos, Lord Adam Callahan presionó sus dedos contra las teclas del
pianoforte, cada flexión de sus dedos creando notas de música. Después bajó dos
y tres al mismo tiempo en rápida sucesión, creando capas de notas; su madre los
había llamado acordes.
El pianoforte tenía reglas, le dijo ella la primera vez que lo había sentado en este
mismo banco para enseñarle como tocar. Notas, teclas, acordes… todos
trabajando juntos en armonía para hacer música. Intentó enseñarle las reglas,
mostrarle la forma en que la hoja se deletreaba sacando los parámetros para que
el los siguiera.
Pero, como en la mayoría de las cosas, Adam había encontrado su propia forma.
Ignorando la hoja de música, dejó que su oído lo guiara… sus dedos…su alma.
Si alguien le hubiera pedido que explicara cómo podía tocar una simple
composición perfectamente después de haberla escuchado un puñado de veces y
sin el beneficio de la partitura, estaría perdido. No podía explicar como lo hacía.
Parecía que era una simple faceta de su existencia, de la misma forma que su
cabello castaño oscuro y sus ojos eran un confuso enredo de colores que su
madre había llamado “avellana”. La música era parte de él, algo innato que fluía
por sus venas, una parte de su sangre vital.
Su mente, su oído, y sus dedos entendían las cuerdas tan bien como las teclas, y
a través de los años, se había vuelto competente con el violín, el cello y el arpa.
Sin embargo, ninguno de ellos le hablaba como lo hacía el pianoforte, como este
particular pianoforte lo hacía.
Era el instrumento con el que había aprendido, la primera cosa que había tocado
que le había hablado a su alma. El enorme y elaborado instrumento había sido un
regalo de casamiento del conde, su padre, que había estado perdidamente
enamorado de su primera esposa. Hecho a medida, se diferenciaba de cualquier
otro instrumento en toda Escocia, incluso rivalizando con algunas creaciones
decadentes que agraciaban los cuartos de dibujo de Londres. Madera de caoba
laqueada alardeaba de fina marquetería, representaciones de dioses griegos y
diosas estaban grabadas en la parte superior de la tapa, con tallas de criaturas
mitológicas alrededor de sus patas curvas. Había centauros, esfinges y sirenas,
todas pagando tributo a las imágenes de Zeus, Afrodita y Apolo. Como si la
pieza no fuera suficientemente elaborada, estaba terminada en oro y recortes de
madreperla, el escudo de armas de la familia Callahan estaba en el interior de la
tapa. Un poco ostentoso, pero adecuado para una condesa.
Su madre, que había estado fascinada con todas las cosas de la cultura griega,
había amado este piano, y él no podía recordar un día cuando estaba residiendo
en Dunvar House que pasara sin que ella posara las manos sobre él. A menudo él
se escapa de su aula de clase sólo para buscarla, juntarse con ella en este mismo
banco y mirarla tocar. Tenía solamente cinco años cuando sintió la urgencia de
acercarse y tocar una de las teclas… cuando la memoria de observarla tocar
comenzó a traducirse en hacer su propia música.
-Pensé que te encontraría aquí.-
Sus dedos se quedaron quietos, presionando pesadamente sobre el acorde que
justo había tocado. Se quedaron ahí, causando que las notas tocaran un
crescendo brusco antes de desvanecerse velozmente en el silencio.
Apretando los dientes, se dio vuelta para mirar sobre su hombro a la persona que
había interrumpido su soledad.
Le habían dicho a menudo que estaba hecho a imagen del conde… y siempre
encontró que las personas que decían eso eran unos idiotas. Como si tener el
mismo color de cabello y ojos que alguien, te hiciera como ellos. Ahí terminaban
las similitudes con el Conde, que poseía una cara compuesta de líneas crueles y
duras y una boca que parecía siempre deformada en una mueca de desprecio.
-Y aquí me encuentras.- dijo él secamente, girando sobre el banco para enfrentar
a su padre.
Había tenido esperanza de evitar al hombre hasta que empezara su viaje por el
continente. Ay, cuando se trataba de su padre, nunca obtenía lo que quería.
-Impertinente- el conde se burló mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y se
apoyaba en el marco de la puerta.
-E irresponsable- agregó Adam girando los ojos. –Además de insensato, frívolo
y superficial. ¿Cubre eso casi todo?-
El semblante se su padre se volvió más atronador, las motas verdes de sus ojos
brillaban como relámpagos. Incluso desde esta distancia, Adam podía verlo, el
cambio de su mirada en un alma turbulenta. El hombre había sufrido mucho en
sus cinco décadas de vida… pero Adam también había sufrido. ¿No podía su
padre verlo?
-Si quieres que cambie mi opinión sobre ti, entonces quizás deberías considerar
tu propio comportamiento. – el conde se quebró.
Levantando sus pies, Adam pasó la mano por su cabello largo hasta los hombros
que enmarcaban su cara con ondas desaliñadas, otra cosa que su padre odiaba
sobre él. Le habían dicho que eso lo marcaba como un hombre sin educación, su
cabello salvaje e indomable… aunque su línea de sangre sugería otra cosa. Le
traía infinita satisfacción dejarlo crecer, peinarlo lo suficiente para librarlo de los
nudos, pero dejarlo caer donde quisiera. Cualquier cosa que hiciera que su padre
apretara los dientes lo hacía feliz.
-Siento tener que disentir- contestó. –Ha quedado suficientemente claro que nada
de lo que yo haga será suficiente para complacerte.-
Era verdad. Su rendimiento estelar en Oxford no había sido suficiente, tampoco
ninguno de sus otros logros. Cuando había pedido que le permitieran administrar
una de las fincas de su padre para probarse a sí mismo valioso, había sobresalido
incluso más allá de sus propias expectativas. El conde simplemente se había
encogido de hombros cuando le presentaron la evidencia del éxito de su hijo,
remarcando que no había nada impresionante en un hombre que se interesaba
por su herencia. Era su obligación, nada más.
Hacía mucho tiempo que Adam se había dado por vencido y ya no intentaba
complacer al conde. Había decidido que la única persona que valía la pena
complacer era a sí mismo. Y si perseguir el placer enojaba a su padre… bueno,
tanto mejor.
-Quizás eso es porque no te tomas nada en serio.- replicó su padre. –Lo has
probado con tu completa indiferencia a mis deseos sobre este gran tour.-
El frágil hilo de control comenzó a deshilacharse, y tuvo que cerrar sus manos en
puños para evitar apretarle el cuello a ese hombre.
-Me voy y no se hable más.- declaró a través de sus dientes apretados. –Pensaría
que estarías contento de librarte de mí.-
-Ese viaje es una pérdida de dinero y tiempo- argumentó el conde. –Deberías
estar aquí preparándote para ocupar tu lugar después que yo muera… lo que
podría suceder cualquier día, lo sabes.-
Tenía en la punta de la lengua una burla a su padre por ser tan dramático. No era
la primera vez que el conde había tratado de usar lo que él llamaba la “mala
suerte Callahan” como una forma de culpa. Cada conde en su línea de sangre
había muerto joven, y a su condesa no le había ido mucho mejor. A pesar de
haber perdido a su madre siendo un niño, y después ver como su padre se casaba
una segunda vez y perdía a la segunda condesa, también. Adam no le daba
mucha importancia a la paranoia de su padre. La gente vivía y moría, raramente
había algo de justicia envuelta en el hecho en cuanto a quien, cuando o como se
moría.
Sin embargo, las palabras murieron en sus labios cuando notó la capa de sudor
que tenía el conde en la frente, la palidez de su piel. ¿Era su imaginación, o su
padre había perdido mucho peso? Un hombre grande como Adam, siempre había
lucido una figura atlética, gruesa de músculos y fuerte.
Sacudiendo su cabeza, se dijo a si mismo que no fuera ridículo. No dejaría que la
paranoia lo desequilibrara de la forma que lo hacía con su padre. Probablemente
se había cargado de responsabilidades hasta caer enfermo, algo que Adam se
negaba a hacer.
En lugar de alimentar la idea de que su padre estaba al borde de la muerte, se
aferró a su afirmación de que el viaje era algo frívolo. La experiencia era una
forma de aprendizaje sobre cultura, arte y vida en lugares fuera de los límites de
Inglaterra, que aprovechaban los hombres de poder e influencia
-Son unos pocos años.- argumentó. -¿Cómo puedes esperar que ocupe mi lugar
entre otros lores, si no he tenido las mismas experiencias que ellos? Es una
experiencia de aprendizaje—
-¡Es una excusa para jóvenes solteros para excederse!- el conde insistió. –Si tú
no bebes hasta morir, volverás con sífilis, u otra enfermedad tonta. No lo
permitiré, Adam… y mi dinero no lo va a pagar. Tu lugar está aquí.-
No pudo evitar reírse. A pesar que todavía no había heredado el condado, o la
tierra o el dinero que venía con la herencia, no era pobre. La herencia que le dejó
su madre significaba que no tenía que depender de la caridad de su padre. Nunca
se le había ocurrido pedirle al conde que financiara el viaje.
Levantándose del banco, se dirigió como un huracán hasta la puerta, rozando a
su padre cuando pasaba. –No necesito ni tu dinero, ni tu permiso.-
Sintió la mirada de su padre, caliente sobre su espalda, podía prácticamente oir
las palabras con las que quería fustigarlo el conde. Sin embargo, el hombre
permaneció en silencio y lo observó irse. Quizás, finalmente se había dado
cuenta que Adam haría lo que quisiera, sin considerar lo que cualquiera pudiera
pensar. Después de todo, el conde había dejado claro que nada de lo que hiciera
Adam nunca sería suficientemente bueno.
Pasó como una tormenta a través de la casa, sus manos se abrían y cerraban en
un ritmo inquieto y la piel le ardía de irritación. Odiaba el sentimiento, casi
como si algo dentro de él hiciera explotar las costuras, rompiera su cáscara y lo
arrasara. El sentimiento había aumentado a medida que había crecido, heridas
supurantes le recordaban contantemente el dolor y la pérdida. A menudo se
preguntaba cuanto más podría soportar antes de que todas las heridas
cicatrizaran, dejándolo áspero y quebradizo. Quizás entonces, no sentiría todo
tan profundamente… no sentiría la necesidad de salir corriendo a un continente
diferente para escapar.
Corriendo por los corredores hacia la entrada, no se molestó en buscar un abrigo
o el sombrero. Donde iba, a nadie le importaría como estaba vestido, y no estaría
vestido por mucho tiempo, de todos modos.
Una cálida brisa de verano enredó sus cabellos y acarició su rostro cuando tiró
de la puerta del frente para abrirla y bajó los escalones de dos en dos. Cuando
comenzaba a sentirse así, había pocas cosas que podía hacer para controlar las
llamas: beber, pelear o follar. No tenía deseos de despertarse con dolor de cabeza
en la mañana y la única persona que con la que quería pelear era su padre, otra
cosa en que no se quería permitir.
Eso lo dejaba sin otro recurso. Se ajustó el órgano casi duro dentro de sus
calzones y apuró el paso hacia el establo.



Capítulo 2

Menos de una hora después, Adam fue introducido en una pequeña, casi vacía
habitación sobre la tabernas, una de muchas donde hombres como él venía a
escapar de sus esposas, sus profesiones o de sus padres autoritarios. Tenía todo
lo que necesitaba para aliviar la tensión que soplaba en su estómago como un
resorte: una cama den sábanas calientes, un lavamanos y mujer dispuesta.
Dicha mujer había sido informada de su llegada y se había preparado.
Adam pintó una sonrisa de satisfacción en su rostro cuando cerraba la puerta del
pequeño cuarto detrás de él y se apoyó en ella, estudiando a la pequeña moza
frente a él.
Si Fiona se pusiera de pie, la parte superior de su cabeza casi no le llegaría al
pecho. Sin embargo, ella se arrodillaba para él, con las piernas debajo de ella, la
espalda erguida para exponer su cuerpo dándole la ventaja. Tenía pechos rellenos
con pezones rosados suculentos, su barriga era lisa y suave y las caderas anchas
que podían montar a un hombre tan perfectamente, que olvidaría sus problemas
por tanto tiempo como estuviera dentro de ella. Su cabello era rubio casi blanco
y estaba derramado sobre sus hombros, siempre se veían como si hubieran sido
enredados por los dedos de un amante. La vista de ella le dio ligereza, no por
amor o por otra emoción como esa, pero porque ella había sido creada para
hombres como él; hombres a los que les gustaba la dominación y el control.
Hombres que preferían a una mujer suficientemente fuertes para soportar sus
impulsos malvados.
-Buenas, seño- ronroneó, su tono ronco se mezclaba con su grueso acento
escocés de una forma que hacía que su sangre se derramara en su ingle.
Verla, dócil sobre sus rodillas y lista para él, hizo que su necesidad aumentara de
forma tremenda. Y no iba a poder abandonar el cuarto sin haberla satisfecho.
Se tomó su tiempo para aproximarse, saboreando la forma que su pene palpitara
a coro con el ruido de sus botas contra el piso áspero, la forma en que ella lo
miraba con esos ojos verdes abiertos, ojos que le mostraban a él su deseo
depravado.
-¿Me extrañaste, gatita?- murmuró él, inclinándose para tirar de su cabello, su
mandíbula, y pasando un pulgar sobre sus labios.
Como el gatito que él había nombrado, ella le lamió los dedos, y los mordisqueó.
Mmm, siempre seño.-
Ella alcanzó su pierna la apretó y deslizó una manos sobre la cadera y hacia el
bulto que tenía al frente de sus calzones.
-Tan tenso seño- ella murmuró. –¿Quiere contarme sus problemas?
Él abrazó su cabeza y la apoyó sobre su cadera. Ella lo acarició con el hocico y
suspiró, buscando consuelo mientras le servía de auxilio. Parecía que era algo
que ella hacía sin segundas intenciones, un instinto que llenaba una necesidad de
él. En su experiencia con mujeres, ella había sido la única que podía llegar tan
lejos como él necesitara. En verdad, él no lo entendía completamente hasta la
primera vez que ella se había arrodillado para él, ofreciendo sumisión.
-No tengo muchas ganas de hablar.- le respondió tirando de su cabello y llevando
su cabeza hacia atrás para que pudiera mirarlo hacia arriba.
Ella lo miró a los ojos por un momento sin hablar, parecía que leía sus
pensamientos antes de asentir decisivamente. –Se justo lo que necesita.-
Poniéndose de pie, hizo que él la siguiera antes de darse vuelta e ir a la cama.
Él se mordió su labio inferior y la siguió con pasos cortos, disfrutando la forma
con los mechones de su cabello acariciaban su espalda, la forma en que sus
caderas se balanceaban con cada paso. Trepó a la cama, y enfrentó los parantes
del cabecero de la cama. Atados a estos habían correas a las que les daban uso
frecuente. Habían aparecido después de que él había indicado que le gustaría
mantenerla inmóvil para él. Un par de correas a juego también se habían
colocado a los pies de la cama para abrirla bien estirada.
Ella se puso de cara al cabecero y apoyó las manos sobre una baranda de
madera, las rodillas flexionadas bajo ella, y la espalda arqueada. Él se acercó, y
rápidamente cerró unas esposas sobre sus muñecas. Después empujó su cabeza
con la mano llevándola hacia el colchón. Tomó sus caderas le dio unos cuantos
apretones, posicionándola de la forma que quería, brazos extendidos, cabeza
abajo, espalda arqueada y caderas y el culo apuntando al cielo.
Su camisa ya colgaba medio abierta, por eso fue capaz de sacársela rápidamente.
Tirando la ropa a un costado, trepó sobre la cama, se arrodilló detrás de ella. Ella
se mantuvo pasiva, sin atreverse a moverse, incluso cuando él le agarró las
caderas y se apretó contra ella. Moliendo la protuberancia rígida de su cadera
contra el centro caliente de ella canturreo su aprobación. Incluso a través de la
tela de sus calzones, pudo sentir su excitación, el calor que emanaba de ella así
como la humedad que había comenzado a juntarse ahí.
Llevó las manos por su espalda, y apretó bajando, repitiendo el movimiento una
y otra vez para calentar su piel. Ella se hamacó hacia atrás hacia él, suspirando y
dejando que su columna se relajara y que sus piernas se separaran. Su esencia le
invadió la nariz aumentando su excitación y necesidad.
-Estoy de un particular humor de perros esta tarde.- le advirtió él antes de
levantar una mano y bajarla fuertemente contra uno de los cachetes de su trasero.
La piel cremosa se estremeció bajo el golpe, poniéndose rosada, y ella jadeó
temblando bajo él. -No está en mi hacértelo fácil, gatita.- meneando sus caderas
y elevando su culo en una invitación, ella lloriqueó- No le niego lo que quiere,
patrón.-
Él no necesitaba su permiso… nunca antes lo había pedido, había un simple
entendimiento, lo que ella necesitaba era el contrapunto de las necesidades de él.
Sin embargo, sus palabras lo liberaron, y levantó su mano otra vez, agrietando su
palma contra el trasero de ella otra vez… con más fuerza esta vez, y aterrizando
en el mismo exacto lugar. Después otra vez y otra vez.
Castigó su trasero hasta que estuvo cansado y sudoroso, el cabello se le pegaba
en la frente y el cuello, su cuerpo temblaba con la velocidad de la sangre en sus
venas. Usó las dos manos, golpeando un cachete y luego el otro, y después los
dos al mismo tiempo. La piel de ella se volvió de color rojo furioso, sus hombros
y espalda estaban contraídos, sus brazos tiraban de las esposas. Ella se retorcía
debajo de él, gritando de dolor pero nunca le pidió que se detuviera. Lo haría si
ella lo pidiera, y la pequeña muchacha parecía entender eso sin haber sido dicho.
Pero esto era por lo que venía con ella y con ninguna otra, porque ella aceptaba
todo lo que él le daba y ni una vez le pidió que parara.
Adam no estaba seguro de cuánto tiempo había pasado, pero para el momento
que terminó, cada verdugón en la piel de ella, cada cm de enrojecimiento,
cargaban con su dolor interior, sus frustraciones y sus anhelo por las cosas que
nunca tuvo. Aunque la respiración de ella se había acelerado, jadeaba y
suspiraba, la de él se había calmado, encontrando un ritmo regular mientras toda
su existencia se reducía a este momento. La tensión de su cuerpo se había
empezado a aliviar, se aflojó su mandíbula apretada, y los surcos en su frente se
habían alisado.
Palmeando sus nalgas, las amasó, frotó su agonía y la dejó sobre la piel
femenina. La abrió ampliamente, revelando el frunce apretado que había
penetrado más veces de las que podía contar y debajo de él, el camino húmedo
hasta su coño. A pesar de su abuso, la prueba de su excitación regaba su cadera,
y los rosados pliegues internos brillaban a la luz del candelabro.
-Tan buena gatita.- el susurró, tanteando su monte y apretando con presión
suave, dejando que su dedo medio buscara entre sus labios internos hasta
encontrar el clítoris. –Dejándome poner todo esto sobre ti.-
Ella gimió, sus piernas se derrumbaron cuando su dedo medio dejó el clítoris y
se hundió en su coño, jugueteando en su interior con movimientos lentos y
lánguidos. –Se, patrón… lo puedo aguantar.-
Agachado detrás de ella, acarició con la nariz una de sus nalgas torturadas,
después besó la raya donde se juntaba con el muslo. Ella gritó, el sonido de las
sacudidas contra sus ataduras le produjeron una sonrisa. Ella dejó que la atara,
porque los dos sabían que difícil era para ella quedarse completamente quieta. Si
él no hubiera querido su culo levantado en el aire, le habría puesto esposas en los
tobillos también.
-Pero soy bueno contigo ¿No es cierto?- murmuró, rozando su coño con los
labios, abriéndolo para probar su sabor. –Devolviéndote cada pedacito de lo que
me das.-
-Siempre patrón,- ella gimió, sus muslos temblaron cuando empezó a lamerla,
tentándola con suaves golpes de su lengua.
Se había ganado bien su placer, pero él quería hacerlo durar, hacer que ella le
rogara. Entonces lamió sus pliegues y deslizó la lengua dentro de su entrada
húmeda, le dio pequeños besos y la apretó con los dedos… hasta que ella se
sacudió, su cuerpo se quebró en espasmos que parecían imposibles de controlar,
hasta que ella le rogó que la follara.
Incluso en ese momento, el no cedió, cerró las labios alrededor de su clítoris y
chupó hasta que ella se vino con un lamento torturado, y la sostuvo con sus
manos en las caderas para evitar que se retorciera y alejara de él. Estaba inquieto
y chupó su pequeño nudo hasta que empezó a llorar, rogándole que se detuviera,
que no podía soportar más. Él sabía que podía tomar más porque había probado
sus límites una y otra vez. Sin embargo su polla había comenzado a empujar la
tela del calzón, rogando por meterse dentro de ella. Golpearla lo había llevado al
borde, pero nada le traería tanta paz y claridad como la liberación.
Enderezándose detrás de ella, abrió sus calzones y dejó que su polla cayera libre.
Le palmeó las nalgas otra vez, poniéndola en el ángulo en que la necesitaba y la
abrió para poder ver con salvaje satisfacción como su polla se hundía en ella.
Ella gimió y giró sus caderas, llevándolo más profundo, sumando un perfecto
contrapunto a los empujes masculinos. Cerrando los ojos, el hundió sus dedos en
la carne y tiró de ella hacia atrás, perforándola con cada gramo de sus
frustraciones contenidas.
El pequeño cuerpo de la chica probó ser más resistente de lo que parecía, capaz
de aceptar los martillazos de sus caderas y la toma brutal de sus dedos. Sus
gemidos crecieron rápidamente, y la respiración de él comenzó a salir con
gemidos irregulares. Él se estiró y alcanzó su cabello, envolvió un grueso
mechón alrededor de su mano, la cerró en un puño, y tiró hasta que ella hizo un
sonido estrangulado con su garganta. Ese sonido lo envió sobre el borde y
mientras ella gritaba y se estremecía alrededor de la su polla en el climax, él
golpeó dentro de ella unas cuantas veces más, apretando los dientes y luchando
por durar un poco más. Consiguió resistir hasta que ella colapsó, agotada, antes
de salir y explotar sobre ella hasta el final. Su semilla explotó casi
violentamente, rociando su culo y espalda baja, manchándola, marcándola. No
importaba que fuera una puta que servía a la mitad de los hombres de
Edimburgo; cada vez que entraba en este cuarto, y ella se arrodillaba para él, ella
era de él.
Sentándose sobre los talones, cerró los ojos y esperó que su respiración se
calmara, escuchando que los rápidos jadeos se volvían cada más silenciosos.
Solo podía descansar en este lugar por poco tiempo, ya que urgía que ayudara a
su gatita, la limpiara y la soltara de las esposas, porque estas acciones primaban
sobre sus propios deseos. Dejó la cama y fue hasta el lavatorio, encontró una pila
de linos limpios que ella siempre guardaba en ese lugar. Los sumergió en la
palangana de agua tibia, lo escurrió y volvió a la cama, y la limpió rápidamente.
Después la soltó de las esposas, y permitió que ella se pusiera cómoda en la
cama.
Trabajó rápidamente para limpiar su propio cuerpo con un lino limpio, y volvió
para encontrarla a ella corriéndose para hacerle lugar a su lado. Deslizándose
bajo la sábana fresca, la abrazó contra su costado y dejó que ella descansara su
cabeza contra el pecho. Su cuerpo liviano era placentero, y aunque fuera una
puta, siempre conseguía oler como un campo de flores silvestres. Bajó su
cabeza, y se embebió de su fragancia, acarició con la nariz su coronilla.
La mayoría de las noches, prefería recostarse en silencio, y ella siempre estaba
dispuesta a dejarlo. Al contrario de las otras mujeres con las que se acostaba, no
le hacía demandas… no trataba de presionarlo cuando deseaba estar en silencio.
Pero, ahora, el silencio no era lo que quería.
-Tendría que hacer tiempo para visitarte una última vez, gatita. –le dijo él. –Pero
no falta mucho para que parta de viaje.-
Sintió la sonrisa de ella contra su pecho.
-Oh- ¿Por qué tienes que arruinar mi buen humor, patrón?-
Riéndose, le tiró juguetonamente del pelo. –Seguramente no te faltarán
compañeros de cama cuando no esté. Además, no será para siempre. Volveré y
apuesto que tu cama será uno de los primeros lugares que a los que iré.-
Se sentó y ella lo miró con una sonrisa suave. –Compañeros de cama. Pero
ninguno como tú, como bien sabes. Y… los dos sabemos que no volverás.-
Frunciendo el ceño, él inclinó su cabeza.- ¿Por qué piensas eso?-
No eran amantes, y tampoco la amaba pero Adam siempre había sentido un
cierto afecto por ella. El arreglo que tenían satisfacía sus necesidades y él dudaba
que unos años viajando por Italia, Francia y España cambiaría eso.
-Así es como son las cosas- dijo ella encogiendo un hombro. –No eres el primer
cliente que se va al continente y no serás el último. Nunca vuelven.-
-Bueno… si la predicción de mi padre se cumple, estará muerto para cuando
termine el viaje. –Ironizó- Entonces tengo muchas razones para volver… además
de tu pequeño dulce coño-
Ella miró de una forma que decía que no le creía pero no protestó cuando la rodó
sobre su espalda y se apoyó sobre ella. Su polla se estremeció otra vez, viva,
insaciable. Para cuando dejara el lugar, la habría tenido por lo menos media
docena de veces. Cuanto peor se sentía cuando llegaba al umbral de su puerta,
más tiempo se quedaba, más la necesitaba.
Por el momento, se perdió en esos placeres primitivos, del tipo que le permitía
no pensar ni sentir.


Capítulo 3

A la mañana siguiente, Adam volvió a su casa con un mejor humor del que tenía
cuando se fue. Después de ventilar sus frustraciones con Fiona, se quedó
dormido en la cama, con su enorme cuerpo envuelto alrededor del de ella. La
despertó durante la noche, atándola nuevamente con las esposas y la usó de la
forma que estimó más conveniente. Se hartó usando su cuerpo hasta que salió el
sol, después durmió una horas más, y volvió a su casa, saciado y completamente
exprimido.
El personal de la casa había recién comenzado a moverse y despertarse, los
sirvientes se ajetreaban con sus tareas diarias cuando subía los escalones de la
escalera de dos en dos hacia sus aposentos. Ahí, encontró una bendita soledad.
Nunca había tenido un valet, era un hombre que había crecido con suficiente
sentido como para saber cómo atar sus botas y corbatas. Así que no había nadie
en sus habitaciones privadas a menos que quisiera gente ahí, que no era muy a
menudo.
Una sirvienta de la recámara había venido y dejado un cuenco con agua fresca
no mucho antes de su llegada y la encontró todavía cálida cuando hundió una
mano para probarla. Se desvistió y dejando su ropa en una pila en el piso, se
tomó su tiempo lavando y secándose antes de deambular desnudo hacia su
vestidor. Como siempre, se puso solamente calzones, una camisa y botas, no
tenía intención de dejar la casa el día de hoy. Eso enojaba a su padre, pero Adam
siempre pensó que no tenía sentido vestir chaleco, saco, y corbata para quedarse
en casa.
Dejó sus habitaciones, bajó la escalera trotando y se dirigió al comedor en busca
de comida. El desayuno debería estar todavía sobre el aparador, y después de la
noche que había pasado en el burdel, estaba hambriento como para comerse un
caballo entero.
El sonido de un ruido sordo detrás de la puerta del cuarto de dibujo lo hizo
detenerse e inclinó la cabeza con una risa burlona. La puerta se sacudió en el
marco cuando se acercó a ella, y los jadeos de una mujer se escucharon,
intercalados con los gemidos restringidos de un hombre.
Mirando a izquierda y derecha para asegurarse que su padre no estaba a la vista,
se apoyó en la pared junto a la puerta, y se estiró para golpearla. Los ruidos se
detuvieron y los sonidos de pies arrastrándose y de ropa siendo arreglada lo
hicieron reir.
-Podrías salir de ahí, Livvie.- bromeó a través de la puerta. –No me voy a ir a
ningún lado.-
Después de más arreglos de ropas y susurros suaves, la puerta se abrió para
revelar a su hermanastra. Espió con sus grandes ojos marrones a través de la
abertura, los mechones de su negro cabello completamente desarreglados y
colgando alrededor de su rostro. Su piel pálida se cubrió de rosado y sus labios
estaban más hinchados que de costumbre por haber sido besada.
-Oh, hola Adam- dijo sin aliento, tratando de sonreír y parecer natural.
Como siempre falló miserablemente. Olivia era una alma gentil y además una
inocente. No podía mentir bien, y esconder sus sentimientos, casi imposible.
-Oh, hola querida hermana- bromeó el en una postura relajada y sus labios
extendiéndose en una sonrisa real.
Su hermana era la única persona que lograba eso, lo había sido desde la primera
vez que la vio, el día que su padre se casó con la madre de ella. La ceremonia
había sido íntima, tuvo lugar en el cuarto de dibujo de Dunvar House. Forzado a
usar calzones a las rodillas y saco, el ceño muy fruncido en su rostro, Adam
había estado de pie al lado de su padre y miró mal al pequeño paquete envuelto
en encajes y puntillas en los brazos de su madre. Esta mujer sería la nueva
condesa, y le habían dicho que su bebé sería su hermana.
Pero Adam, no quería una hermana, Quería devuelta a su madre, la hermosa
mujer con el cabello dorado y sonrisa suave que le había enseñado a tocar el
pianoforte. La única persona en el mundo que lo había aceptado como era. No le
importaba si su cabello estaba peinado, o si vestía la ropa apropiada. Lo había
protegido de los desprecios de su padre, insistiendo que le sería permitido
florecer en la música, incluso cuando no era algo que a un caballero de la alta
sociedad se le consintiera. Lo abrazaba y lo besaba a menudo.
Y nadie lo había tocado desde su muerte.
Había pasado una quincena desde que la condesa y su hija habían comenzado a
formar parte de la familia cuando él comenzó a suavizarse hacia ella. Había
estado saltando a la soga ida y vuelta por el corredor, y por eso había pasado
frente a la puerta de las habitaciones infantiles cada pocos minutos. Había sido
una treta inteligente para ver más de cerca de la condesa que estaba sentada en
una mecedora cerca de un moisés, con un marco de bordado frente a ella.
Sin embargo, después de la cuarta pasada, Lady Edith lo llamó, invitándolo a
entrar. Ella le había sonreído de una forma que le había recordado a su madre, y
luego le acarició la parte superior de la cabeza, haciendo que un mechón se
quedara parado. Ella olía a flores y se veía como los dibujos que había visto de
las hadas: Ojos enormes marrones, cabello oscuro, pálida piel y rasgos delicados
y luminosos.
El bebé había comenzado a llorar, y la condesa le había pedido que mirara a su
hermana, insistiendo que su posición como hermano mayor significaba que
debía cuidarla. Cuando tomó el borde del moisés y miró dentro, vio una pequeña
cara rosada de bebé y sintió un cambio profundo dentro de él. Y cuando Olivia
dejó de llorar y miró hacia arriba y lo miró con esos ojos oscuros, le sonrió a él
con una boca desdentada y su corazón quedó seducido.
Desde ese día en adelante, fueron inseparables. Él pasaba cada momento, no en
el aula de las habitaciones de los niños, sino en la nursery, jugando con Olivia y
disfrutando de la atención de su nueva madrastra. Lo trataba como lo había
hecho su madre, y a él gustaba… aunque ella no supiera tocar el pianoforte.
Los sirvientes susurraban que ella se había casado con el conde solamente por
dinero y seguridad, necesitaba los dos después de la muerte súbita de su primer
marido, pero esas cosas no le importaban a un niño que había perdido a su
mamá. La amó casi tanto como amaba a Olivia… hasta su muerte.
Cuando estaba en la cama, muriéndose de una enfermedad fatal, le apoyó la
palma húmeda en su mejilla y le rogó que cuidara a su hermana. Entonces
murmuró un débil –Lo siento, hijo mío- antes de cerrar los ojos por última vez.
No fue hasta que se convirtió en un hombre, que se dio cuenta porqué se estaba
disculpando.
Por dejarlos a los dos solos con el frío y distante conde.
Sin embargo, descubrió que su madrastra no tenía ninguna razón para
disculparse, no cuando le dejó Olivia a él, que había apartado el aguijón de los
constantes desprecios de su padre. Con ella llenando sus días con risas y alegría,
no tenía que preocuparse porque el hombre que lo engendró pareciera
despreciarlo.
-¿Está papá aquí?- preguntó ella sacándolo de sus pensamientos.
Su mirada recorrió los alrededores como si tuviera miedo que el conde fuera a
aparecer dando vuelta la esquina en cualquier momento.
Él encogió un hombro. –No estoy seguro. Recién llego a casa.-
Ella le sonrió tímidamente. -¿Cómo está la justa Fiona?-
Haciéndole morros el preguntó -¿Cómo está Niall?-
La sonrisa de ella se desvaneció, y miró más allá de él, el rubor profundizándose
en las mejillas. –No tengo la menor idea de lo que estás diciendo.-
Él se habría reído de ella sino fuera una desgracia. Su hermana se había
convertido en una hermosa joven mujer, una que podría haber elegido cualquier
hombre de Edinburgo. Pero se había enamorado por un mozo de cuadra.
Mientras que ese mozo de cuadra resultaba ser uno de los pocos amigos
verdaderos de Adam, incluso él no podía aprobar esa unión. Nunca serían libres
para amarse sin desdén: una dama y un sirviente que limpiaba establos. Los
había atrapado más de una vez besándose y manoseándose, pero no había
intervenido. Tratar de mantenerlos separados solo lograría que se escondieran de
él.
Además, nadie sabía mejor que él que no podía durar. En unos meses, Olivia, se
iría a Londres, a vivir su primera temporada. Seguramente encontraría una pareja
ahí, y se casaría en menos de un año, y eso la pondría fuera del alcance de Niall
para siempre. ¿Quién era él para negarles el simple placer de estar juntos por el
poco tiempo que les quedaba?
-Entonces, no has visto a Niall- bromeó él moviendo las cejas hacia ella.
Ella se enojó pasándose la mano por el cabello despeinado. –No, Adam, no lo
vi.-
-Muy bien- cedió, decidiendo hacerla fácil esta vez. –Si resulta que lo ves, dile
que lo estoy buscando. Necesito un contrincante de esgrima para practicar.-
Ella levantó la barbilla y fingió descuido.- Estoy segura que no me lo voy a
encontrar pronto, pero si lo hago, le pasaré tu mensaje.-
-Bueno, entonces. –dijo riéndose. –Descansa.-
Ella cerró la puerta, y el continuó su camino hacia el comedor. Su hermana era la
única cosa de su vida en Dunver House que extrañaría durante su viaje, pero
sabía que la separación ocurriría tarde o temprano. Se estaban convirtiendo en
adultos, él iba a aprender sobre el mundo antes de que lo obligaran a asentarse y
hacerse cargo del condado y ella se iba en busca de un marido y una nueva vida.
Pero, verdaderamente creía que a ella le iría bien en su ausencia. Tenía una
pareja de chaperones apropiados para su viaje a Londres, y una cabeza
equilibrada. Para cuando el volviera del continente, esperaba encontrarla casada
y quizá incluso pesada con su primer hijo.
Sonrió por el pensamiento, deseándolo con todo su corazón… si no por otra
razón que el matrimonio y convertirse en madre, esto podría salvarla del dolor de
corazón que sufriría si se permitía enamorarse de Niall.




Capítulo 4

Un día antes de su partida programada, Adam se paró en el vestíbulo de Dunvar
House, mirando como un enorme cajón de embalaje era cargado dentro de la
vivienda por un grupo de sirvientes robustos. Uno de ellos era Niall, el sudor le
surgía de las cejas mientras ayudaba a colocar su regalo para Olivia sobre las
baldosas brillantes.
Ella apareció en la parte superior de la escalera cuando los sirvientes se alejaron,
jadeando y maldiciendo sin aliento. El cajón y su contenido había sido una
molestia para traerla hasta la casa y un dolor cargarla subiendo la escalera del
frente, pero valdría la pena cuando ella descubriera lo que había conseguido para
ella.
-¿Es eso?- Ella chilló, atravesando el vestíbulo y tirándose sobre el costado de él.
-¿Es mi regalo?-
Envolviendo sus hombros con un brazo y girando la cabeza para besarle la
coronilla, él se rió. –Qué terrible eres pequeña chica… tan impaciente.-
-Tienes razón, lo soy- ella contestó- Ahora… abre la caja, muero por saber que
me trajiste.-
-Enseguida, Lady Olivia- murmuró Niall, adelantándose y moviéndose hacia el
lacayo para ayudarlo a abrir el cajón.
Ella se puso rígida al costado de Adam, contuvo el aliento cuando el mozo de
cuadra le mantuvo la mirada por un momento. Adam sintió la forma en que la
afectaba, desde la cabeza hasta la punta de los pies.
Niall apartó la mirada, ayudando a sacar el panel frontal del cajón para revelar el
regalo extravagante que contenía. Olivia jadeó y se separó de él, tropezando
hacia adelante con una mano tapando su boca abierta cuando miraba el arpa.
Estaba hecha de oro sólido, adornada con figuras de ángeles, parecía como el
perfecto regalo de despedida para su hermana. Era una cosa que tenían en
común, la música, a pesar de haber nacido de diferentes padres. Había probado
ser bastante decente con el pianoforte, pero con el arpa realmente brillaba, sus
manos y dedos se movían tan ligeros sobre las cuerdas, que creaban una música
celestial. A menudo tocaban juntos, pero el arpa en la que había tocado la última
década era vieja y estaba en mal estado. Esta, era digna de ella, hermosa y bien
construida, un instrumento que podría tocar felizmente por el resto de su vida si
lo deseaba.
Se dio vuelta para enfrentarlo, sus ojos brillantes de lágrimas, y sacudió su
cabeza. –No deberías haberlo hecho. Es muy extravagante.-
-Es perfecta para ti.- argumentó él.
-A padre no le gustará semejante gasto.-
Él frunció el ceño. -¿Estás tratando de arruinar mi buen humor a propósito? Me
voy mañana, por Dios. Quería que tuvieras esto, y es tuya. ¿Qué tal un gracias y
después cierras tu boca?-
Ella rió y se lanzó en sus brazos y palmeó su espalda. –Es hermosa, Adam.
Gracias.-
El sostuvo su delicado cuerpo en sus brazos y palmeó su espalda. –Lo que sea
para ti, mariposa. No importa el gasto. Y padre se puede ir al demonio.-
-¿No te gustaría eso?- interrumpió el conde.
Adam apoyó a Olivia sobre sus pies y se dio vuelta para encontrar a su padre
caminando hacia ellos, con la desaprobación pintada en el rostro. Inclinó su
cabeza hacia el arpa que todavía estaba dentro del cajón y frunció el ceño.
-¿Otro capricho en el que elegiste gastar la herencia?- se quejó.
-La felicidad de tu hijastra debería preocuparle por lo menos a uno de nosotros.-
contestó Adam.
Los labios del hombre se fruncieron en los extremos, y su cara se enrojeció un
poco. Odiaba más que nada que Adam lo detractara delante de otros,
particularmente los sirvientes. Lo consideraba una afrenta a su autoridad como
jefe de la casa.
Haciendo un ruido bajo de desaprobación, pero no diciendo nada más, el conde
siguió de largo, poniendo el sombrero sobre su cabeza con demasiada fuerza de
camino a la puerta del frente. Todo el servicio soltó un suspiro ahora que se
había ido. Adam estuba seguro que él no era el único que esperaba que no
volviera hasta mucho, mucho más tarde.
-Niall, ayúdame a poner esto en el cuarto de dibujos rosa.- dijo él, moviéndose
hacia la puerta abierta de la habitación favorita de Olivia. Tenía vistas al
pequeño jardín y estaba decorada de su color favorito.
Los otros sirvientes se dispersaron mientras él y Niall tenían trabajo que hacer.
Olivia estaba detrás de ellos viéndolos tirar del pesado instrumento para sacarlo
del cajón y transportarlo hacia el salón de dibujo. Entonces, los dos hombres se
sentaron y la miraron tocar el arpa por primera vez, tocando una pieza de
memoria con la sonrisa más cálida en el rostro.
Tocó algunas composiciones más, después de la primera, parecía que no podía
evitarlo. Después de un rato, Niall los dejó para atender sus obligaciones
mientras Olivia se permitió una pieza más antes de pararse del banquito en el
que había estado sentada y uniéndose a él en el sillón que estaba cerca de la
chimenea.
Descansó la cabeza en el hombro masculino y suspiró feliz. –Amo mi regalo,
gracias. Incluso aunque sé que me lo regalaste por culpa.-
Estirando un brazo sobre el respaldo del asiento, frunció el ceño. -¿Culpa?-
-Por dejarme- agregó –Está bien, sabes. Niall y yo estaremos bien aquí, sin ti.-
Ante la mención del mozo de establo, el suspiró profundamente. –Livvie…-
Ella se enderezó en el sillón y lo miró, pequeñas líneas aparecieron entre sus
cejas. –No tengas una apoplejía, Adam. No soy una idiota. Yo sé que nuestro…
coqueteo no puede durar. Pero me gusta, ¿sabes? Es inofensivo.-
Recordando la manera en que el hombre la había mirado, él sacudió la cabeza. –
Te ama. No hay nada inofensivo en eso.-
Ella bajó la vista en un movimiento que él supo era intencional. Si le permitía
mirar a sus ojos, sería capaz de ver la verdad que estaba escondiéndole.
-Al final no importa, y todos lo sabemos.- le contestó ella. –Tú te irás al
continente, y yo me iré a Londres para asegurarme un marido. Niall podrá o no
estar enamorado de mí, pero sin importar sus sentimientos, nunca podrá tenerme.
No de la manera que él podría querer.-
-¿Y tú?- la pinchó. -¿Qué es lo que quieres?-
Ella suspiró y sacudió su cabeza. –No lo se… pero de la forma en que veo las
cosas, tengo por lo menos una temporada o dos para averiguarlo. Felicidad,
supongo, de la forma en que la pueda encontrar. Justo ahora, tengo eso con Niall,
pero nunca iba a durar. Encontraré una nueva felicidad en Londres. Ya verás. Te
escribiré innumerables cartas contándote cuanta diversión estoy teniendo en la
ciudad.-
-Si, estoy seguro que lo harás.- acordó él. –Escribe seguido. Las cartas pueden
tardar años en llegarme, pero yo las buscaré igual. Velaré por garantizar que
sepas siempre donde enviarlas.-
Encontrando otra vez la mirada masculina, ella sonrió tristemente. –Que lo pases
bien, Adam. Haz todas las cosas que el odiaría… y después vuelve a casa y me
cuentas todo.-
Él se rió, y tomó un mechón del cabello de ella y lo puso detrás de su oreja. –Si,
mariposa… si insistes.-
-Lo hago- declaró ella, descansando su cabeza otra vez sobre el hombro de él.
Se quedaron sentados en silencio por un rato antes que ella hablara otra vez.
-Creo que regresarás siendo un conde.- ella susurró. –Padre no se ve bien.-
Él se burló, su garganta apretada de la rabia que siempre lo atacaba ante la
mención de su padre. – Se ve tan adusto como siempre… no hay nada nuevo
ahí.-
-Está pálido- insistió ella. –He notado que sus manos tiemblan y parece débil. Sé
que no lo amas, Adam, pero es tu padre y el único que siempre haz conocido. No
creo que viva mucho tiempo más.-
-Qué se pudra- escupió. –Seré mucho mejor conde de lo que él ha sido. Un
mejor padre si alguna vez soy bendecido con niños.-
-Por supuesto, que lo serás.- estuvo ella de acuerdo. –Lord Adam Callahan,
Conde de Hartmoor. Serás un hombre apuesto en la ciudad… todas las damas
querrán ser tu condesa. Sonreirán detrás de sus abanicos cuando pases cerca de
ellas y dejarán caer sus pañuelos a tu paso para conseguir tu atención. Los
hombres te envidiarán secretamente, pero clamarán por tu amistad y aprobación.
Te llamarán Hart.-
Él sonrió ante el cuadro que ella pintó, uno que no sonaba ni la mitad de mal.
Por lo menos, una vez que fuera conde, sería libre de disfrutarlo sin la censura de
su padre.
-¿Y cómo me llamarás tu?- preguntó.
-Oh, Hart, creo.- el respondió rápidamente. –Me gusta bastante cómo suena.-
-¿Por qué?- le preguntó. –No es que tenga uno… un corazón. Supongo que
podría agradecerle a padre por eso. Él se empeñó en arrancar todos los
sentimientos que podría tener.-
Mirándolo de frente, ella frunció el ceño- Claro que tienes corazón, tonto. Lo he
sabido desde que éramos niños, que eras diferente… pero de la mejor manera.
No es que no sientas cosas. Es que sientes todo. Por eso eres tan bueno con los
instrumentos musicales. No necesitaste que te enseñaran música… tu
simplemente la sientes. Es bastante extraordinario, Hart. Mm, si. Creo que me
gusta cómo suena.-
Se quedaron en silencio otra vez, y Adam estuvo feliz de quedarse así, perdido
en sus pensamientos. Olivia tenía razón, por supuesto. Su temperamento
explosivo, lo probaba, así como el profundo y e indestructible amor que sentía
por esta muchacha que se había robado su corazón con nada más que una
sonrisa.
Su padre siempre había lamentado este aspecto de su personalidad, la forma en
que su humor cambiaba por impulsos, la rabia que saltaba caliente un momento,
y desaparecía después. Esto lo haría un conde terrible, le habían dicho,
impulsivo, imprudente, muy diferente de los otros hombre la sociedad.
El recuerdo del desprecio de su padre le dejó un gusto amargo en su boca, pero
el simplemente sostuvo a Olivia más fuerte contra él y se deleitó en lo que ella le
ofrecía. Ella lo amaba, tenía fe en él y eso era todo lo que necesitaba.
El conde se podía ir al infierno.


Capítulo 5

Venecia, Italia
Un año después…

Adam bajó trotando los escalones de la pequeña casa de ciudad en la que había
pasado la noche, y rebotaba en sus pasos mientras se dirigía a su propia vivienda.
El buen tiempo y los efectos prolongados de la noche pasada lo hacían silbar
mientras buscaba en el bolsillo de su abrigo la caja de cigarrillos. Le había dado
por el hábito de fumar después de haber probado la variedad de tabaco que
existía en los países europeos, y descubrió que disfrutaba la rápida chupada de
un cigarrillo cuando no podía disfrutar de un cigarro completo.
Puso el cigarrillo entre sus labios, y atravesó la calle empedrada, cayendo en el
flujo de cuerpos que se movían en diferentes direcciones de la ciudad de Venecia
que despertaba a un nuevo día. Esta demostró ser una de sus paradas favoritas
del viaje, y no solamente por la comida, el vino o la ópera. La verdad era que
tenía mucho más que ver con la bella signora que conoció en una cena la
primera noche en la ciudad. Él y un grupo de otros hombres jóvenes habían sido
invitados a cenar en la casa de un conte, junto con el enviado británico y un
puñado de otros nobles italianos.
La signora viuda había captado su atención, piel morena olivácea, grueso
cabello negro, oscuros ojos seductores y un cuerpo hecho de puro pecado. Pasó
toda la noche flirteando con ella y las horas siguientes intentando seducirla y
llenándola de vino. Al final de la cena, ella le dio su mano para que la bese,
usando ese momento para presionar una nota en su palma. Era una invitación
para visitarla en su casa más tarde, esa noche. Llegó a su casa un poquito
después de medianoche, y encontró que lo esperaba vestida con una bata y nada
más.
La mujer no perdió tiempo, sacándose la bata y confesando su deseo por él.
-¿Tienes mano dominante en el dormitorio, no es cierto?- ella ronroneó en una
voz con mucho acento, apretando su cuerpo desnudo al de él, y pasando la mano
sobre su pecho y hombros.
La llevó a la cama, y le mostró cuan dominante podía ser. A cambio, ella lo
sorprendió con los extremos a los que podía llegar, cuanto poder estaba dispuesta
a ceder y cuanto la podía empujar siendo que siempre estaba dispuesta a
complacer sus deseos.
Pasó semanas en su cama, explorando la clase de fantasías que nunca se había
permitido a probar con Fiona. Con su signora, no tenía que preocuparse por ser
muy duro o muy demandante o muy cruel… porque a ella le gustaba duro y
demandante. Ella se deleitaba con su crueldad.
El día que debía irse de Venecia y viajar a la próxima parada del tour se acercó
rápidamente y se dio cuenta que la extrañaría. Sin embargo se estaba poniendo
intranquilo otra vez, tal como estaba cada vez que se quedaba mucho tiempo en
una ciudad. El tiempo que había estado en París había parecido interminable, y
después de un tiempo, había perdido su encanto. Esperaba con interés explorar
las ruinas de Roma, y las playas de Grecia, otro año de viaje aparecía delante de
él.
De camino a la casa que compartía con otros cinco hombres del viaje, apagó su
cigarrillo y subió los escalones de la entrada. Quería estar en su cama por unas
cuantas horas, ya que no había dormido mucho la noche anterior, su amante se
había ocupado bien de él durante la noche y lo había despertado después con sus
labios envolviendo su polla. Después de dormir algo, debería explorar un poco
más la ciudad. Quería visitar algunos museos que le había recomendado la
signora.
Se llevó una sorpresa cuando encontró un hombre caminando en su vestíbulo
con las manos apretadas detrás de su espalda. Cuando la puerta se cerró detrás de
Adam, el hombre lo enfrentó y él lo reconoció como el enviado británico, Sir
William Caplan.
-Buenos días, Sir William.-
El enviado pareció aliviado de verlo y su postura se relajó un poco. –Aquí está,
mi lord. Esperaba que usted llegara antes que estuviera forzado a irme hasta
mañana.-
Frunció el ceño, preguntándose qué podía querer el hombre. Había visto a Sir
William un puñado de veces desde que había llegado a Venecia. -¿Ocurre algo?-
El hombre le dio un sobre. –Esto llegó para usted días atrás y yo recién averigüé
su dirección para poder entregársela.-
Mirando el sobre, sonrió, pensando que debía ser una carta de Olivia. Hacía por
lo menos dos meses desde su última carta, aunque se daba cuenta que ella estaría
ocupada con las actividades de la temporada en pleno apogeo. Para cuando las
cartas de ella lo alcanzaban, ya tenían meses de antigüedad, pero no le
importaba. Cada carta de ella era bienvenida.
Pero dándola vuelta, descubrió que el sello le pertenecía a su primo, el
Honorable Sr Alexander Goodall. El hombre y su mujer eran los responsables y
acompañantes de Olivia y durante la estadía en Londres. No tenía ninguna razón
para escribirle a Adam, teniendo al conde tan cerca y a mano, en Dunvar House.
Lo que significaba que algo debía estar terriblemente mal.
-Gracias- consiguió decirle al enviado antes de darse vuelta y subir las escaleras
buscando su recámara.
No había querido ser rudo, pero necesitaba saber que había ocurrido. Si algo le
había pasado a Olivia, tenía volver a Londres.
Una vez solo en sus habitaciones, cerró la puerta y rompió el sobre, acercándose
a la ventana para recibir los beneficios de la luz del sol. Sus manos temblaban
cuando desdobló el papel, las palabras flotaron frente a sus ojos por un momento
antes de ser capaz de enfocarlas.
En las primeras líneas de la carta, Alexander le informaba que su padre había
muerto… una circunstancia que sólo provocó la ira de Adam. Apretó la mano en
un puño alrededor del papel, arrugando los bordes cuando se dio cuenta lo que
eso significaba. Él era Hartmoor ahora, y se requería su presencia de vuelta en
casa. Había llegado el momento de hacerse cargo de su herencia.
-¿No es esto propio del viejo de mierda?- gruñó para sí mismo.
Había estado disfrutando, libre de su padre y su censura, haciendo lo que le daba
placer. Incluso en la muerte, parecía que el conde lo escupía, iba y se moría para
acortarle el viaje.
Se dio cuenta que debería sentir algo… alguna tristeza profunda por la noticia de
la muerte de su padre. Sin embargo, no podía encontrar nada de eso en su
interior salvo sentir frustración porque le había arruinado la diversión. El hombre
sabía que se iba a morir, incluso parecía que deseaba hacerlo. Cumplió su deseo
y ahora, Adam estaría cargado con tierras y títulos.
Dejó salir su enojo, y volvió a la carta, se le heló la sangre en las venas y su
pecho empezó a quemarse cuando siguió leyendo.
Olivia había desaparecido y no había sido vista ni se había escuchado sobre ella
en varias semanas. Su doncella entró una mañana en su habitación y ella se había
ido, quedaba una nota sobre su almohada rogando que la perdonaran. Que todo
sería explicado cuando volviera, les aseguró. Que todo estaría bien.
Sin embargo, habían pasado semanas sin que ella volviera, y Alexander había
peinado todo Londres buscándola.
Mirando la parte superior de la carta, Adam se dio cuenta que había sido escrita
hacía tres meses y murmuró un asqueroso juramento. No tenía manera de saber
si la habían encontrado. Leyó el resto de las palabras aturdido, una persistente
sensación haciéndole doler el estómago cuando Alexander lo urgía a volver a
casa lo más pronto posible.
Cayó sobre la cama, enterrando la cara en sus manos, tratando de controlar sus
furiosas emociones. El miedo le retorcía las entrañas mientras la necesidad de
actuar hacía que su corazón latiera más fuerte y su sangre corriera a toda
velocidad. Inspiró profundamente y se forzó a encontrar claridad para pensar.
Lo más probable era que había huido con algún tipo del que se había enamorado.
Cuando él llegara a Londres, la encontraría esperándolo con una sonrisa
avergonzada y alguna historia de amor extravagante. Quizás estaría embarazada.
Sonrió. Si, eso era. Cuando llegara a casa, simplemente se enteraría que había
ganado un cuñado y hasta un sobrino o sobrina. Olivia sería feliz, y ellos se
reirían de la historia… preferiblemente a los pies de la tumba de su padre.
Con eso decidido, se levantó y comenzó a empacar para el viaje a casa.


Capítulo 6


Edimburgo, Escocia.
4 meses después


-Aguanta mariposa, casi llegamos- Adam le murmuró al cuerpo inerte que
descansaba en sus brazos.
La lluvia le golpeaba sobre la cabeza, y el trató de no pensar como, incluso
empapada, la mujer en sus brazos pesaba mucho menos de lo que debería. Sobre
cómo, a pesar de haber dado a luz, sus contextura había perdido tanto de la
suavidad femenina que debería tener. Podía sentir el relieve de sus costillas a
través de la bata y el abrigo, y el recuerdo de las cosas que había soportado lo
tenían apretando los dientes porque mordía rugidos y bramidos de furia.
Quería irrumpir en el estudio de su padre, suyo ahora suponía, y tomar el par de
pistolas que descansaban en la caja de cedro en la caja fuerte. Quería armarse,
correr al establo, montar el primer caballo que llegara a sus manos, y volver a
Londres. No le importaría cabalgar toda la noche, o si moría en el camino en esta
clima espantoso.
No importaría, porque una vez que llegara a destino, sacaría una pistola y la
usaría para terminar la vida de Bertram Fairchild. Lo había imaginado tantas
veces desde que encontró a Olivia. Amartillaría el arma, tiraría del gatillo para
producir el rayo de luz, llenaría el aire con la esencia de pólvora y sangre.
Observaría caer al sinvergüenza sobre sus rodillas con una bala entre sus ojos, la
boca abierta en shock, los ojos vidriosos y desenfocados.
Pero, cuando la puerta se abrió para mostrar al mayordomo, y el rostro pálido y
descompuesto de Niall detrás de él, Adam se forzó a enfocarse a la tarea que
tenía en la mano. Había pasado meses viajando a Inglaterra por barco, solo para
llegar a Londres y descubrir que Olivia todavía estaba perdida. Su primo, se
había rendido, parecía que se había resignado a la idea de que ella se había
fugado por su cuenta, quizás con un amante. Adam había destrozado al hombre,
en parte por haber sido tan despreocupado respecto de la desaparición de su
hermana, pero mayormente por haber sido un guardián tan pobre que Olivia tuvo
la oportunidad de desparecer.
Si él hubiera estado aquí…
Ese pensamiento lo puso en acción, y se desplazó por la ciudad, entrevistando a
los amigos y conocidos de ella y todos indicaron al sr Bertram Faichild como la
único al que ella le había mostrado algún interés. Así que fue a Fairchild House,
donde el hombre joven le había asegurado que no había visto, ni escondido, ni
escuchado sobre Olivia en meses.
Bertram se veía como el tipo de hombre que Adam odiaba: barbilla débil, ojos
claros y una arrogancia que no se había ganado. Sin embargo, parecía sincero, y
no parecía el tipo de hombre con el que su hermana se fugaría. Ella tenía más
sentido común que eso.
¿No es cierto?
Continuó la búsqueda, dejando Londres y buscando en posadas sobre el camino,
lugares donde ella habría parado para dormir de camino hacia Dios sabía dónde.
Finalmente, se había cruzado con un posadero que recordaba haberla visto en la
compañía de un caballero suficientemente mayor como para ser su padre. No
tenía sentido que ella se hubiera fugado con un pesado y viejo lord, pero Adam
no tenía tiempo para cuestionar eso. Esta era la única pista que tenía, así que la
siguió, llegando a varias posadas y tabernas donde ella y el hombre misterioso
habían parado para descansar los caballos, comer o dormir.
Al final, salió lanzado de una posada en el extremo más apartado del país, un
lugar que llevaba a un único destino en muchos km a la redonda.
Un asilo para madres solteras.
Ahí encontró a su Livvie, vestida en harapos sucios y sangrientos y murmurando
para sí misma, sosteniendo a un bebe gritón contra su pecho. No hubo tiempo
para hacer que las viejas monjas que administraban el lugar se hicieran cargo
del desastre, para gritar, destrozar el maldito edificio ladrillo a ladrillo como él
quería. No cuando Olivia necesitaba ayuda, un médico, ropa limpia y una cama
caliente.
Así que la envolvió en su abrigo gris, y la levantó con un solo brazo, mientras en
el otro llevaba el bebé envuelto. Después, los llevó al carruaje donde el
conductor lo esperaba, salieron volando de ahí y partieron hacia el interminable
viaje de regreso a casa. Forzó al cochero sin descanso, solo permitiendo que se
detuvieran para conseguir ropas limpias y cálidas para Olivia, pañales limpios
para el bebé y comida. Algunas noches las pasaron en posadas y otras Adam
asumía la conducción del coche así el cochero podía dormir y podían cubrir una
mayor distancia.
Todo el tiempo, Olivia se había sentado simplemente a un costado del carruaje
con el bebé en sus brazos, mirando silenciosa al paisaje. Él intentó hablarle,
preguntarle qué había pasado y quien le había hecho esto. Sin embargo, ella no
le respondió, parecía que era incapaz de mirarlo. Ella respondía solamente al
bebé, al sonido de su llanto parecido a un maullido que la sacaba de su
ensimismamiento. Como si una parte profunda de ella lo reconociera como
propio y le urgiera atenderlo y cuidarlo sin importarle su propio estado. Sostenía
al bebé a su pecho para alimentarlo y se aseguraba que los pañales estuvieran
limpios y bien ajustados. Aparte de eso, ella estaba insensible, llevando a Adam
más profundo en la desesperación con cada día que pasaban en el camino.
Llevarla a casa arreglaría las cosas, tenía que arreglarlo. Estar rodeada de su
hogar familiar, con él ahí… y Niall, si, Niall, que la amaba. Él ayudaría a Adam
a traerla de vuelta. No podía ser demasiado tarde para traerla de vuelta.
Sin embargo, cuando se apuraba a subir los escalones de la entrada de su cálida
casa, su cabello y vestido colgando sobre las baldosas, algo dentro de él se
rompió. Se convirtió en pedazos y se posó en sus entrañas, quedándose ahí con
todo el peso de una fría piedra.
Era la comprensión de que Olivia nunca sería la misma otra vez.
Los sirvientes parecían correr hacia él salidos de ningún lado, doncellas con
delantales blancos y cofias, lacayos de librea, Niall con su cara marcada
convertida en una máscara de horror y preocupación. Ninguno de ellos parecía
ser capaz de creer lo que veían más de lo que podía él. La habían conocido como
un alma vibrante, y no como este cuerpo, sin vida en sus brazos.
Por un largo momento, todos miraron con los ojos grandes, y la boca abierta.
Una doncella comenzó a llorar, sollozando ruidosamente en sus manos. Todos
parecían estar encarcelados en una suerte de hechizo, a pesar de que había dado
aviso para asegurarse que el servicio estaría listo para su vuelta. Aquí estaban,
todos parados, como se esperaba, observando y esperando.
Para que el conde diera las órdenes, que los obligara a actuar. Él era ahora el
conde. Él era Hartmoore ahora.
El chillido del niño que descansaba en los brazos de un sirviente que había
entrado detrás de él, rompió el hechizo, y todos al mismo tiempo, convirtieron el
vestíbulo en un caos. Los sirvientes se afanaron en hacer algo, menciones de té,
baños calientes mezclándose con una orden de traer a la niñera recientemente
contratada.
El movimiento repentino y el ruido lo ayudaron a reaccionar, y cuando la mujer
que le habían dicho que era la mejor niñera de Edimburgo se adelantó para
hacerse cargo del bebé, Adam corrió hacia las escaleras con su hermana,
siguiendo al grupo de doncellas que se adelantaron a él. Los pesados pasos que
se escuchaban detrás proclamaban que Niall estaba cerca y era un cambio
bienvenido. A pesar de que su trabajo era atender a los caballos, Adam no lo
hubiera querido en ningún otro lugar. Él esperaba que Olivia quisiera tenerlo
cerca también, que saber que estaba rodeada de personas que la amaban la
ayudaría a aliviar la tensión que había soportado.
Llegaron al rellano del segundo piso y encontró a las doncellas que ya estaban
llenando la bañera de cobre usando baldes de agua caliente. Otras dos se movían
alrededor preparando vestimenta limpia. Él la apoyó sobre sus pies como pudo,
manteniendo los brazos alrededor de ella para mantenerla de pie cuando otras
doncellas se la quitaron de las manos y se la llevaron para cuidarla.
Una mujer que reconoció como el ama de llaves se le acercó, con las manos
adelante, y en la cara una expresión consternada. –Yo sé que usted quiere
cuidarla, señor, pero usted mejor se va y nos deja que la atendamos.-
Él parpadeó, acobardado por ser echado de esa manera.
Señor
Ese era él.
Le llevaría un tiempo acostumbrarse a que lo llamaran de esa manera.
Tratando de pasar la saliva por el nudo que tenía en la garganta, asintió. -Bueno,
entonces. Llámenme cuando esté vestida y el médico haya llegado.-
-Por supuesto, señor.- contestó ella con una rápida cortesía, antes de darse vuelta
para unirse a las mujeres que ayudaban a Olivia a sacarse las ropas sucias.
Él se retiró y encontró a Niall, parado en el umbral de la puerta, tenía una
expresión de dolor desnudo en su rostro. Parecía incapaz de moverse, devastado
por la vista de la estructura enflaquecida y perseguido por la visión de su dolor.
Tomó al hombre por el hombro, lo apartó de la habitación y cerró la puerta para
darle privacidad a Olivia.
A pesar de todo lo que se estaba haciendo para ayudar a su hermana y su bebé, se
sentía completamente inútil, incapaz de nada más que esperar. Lo estaba
volviendo loco porque estaba acostumbrado a actuar, haciéndose cargo de cada
situación. Un aspecto de su condado para el que estaba preparado.
Con un gruñido frustrante, se dio vuelta y voló, bajando las escaleras al trote
hacia el salón que tenía el bar lleno.
-¡Adam!-
La voz de Niall le gritó, los pasos pesados del otro hombre le decían que lo
estaba siguiendo. Convirtió la mano en un puño y usó la otra para abrir la puerta
más cercana, aliviado por encontrar tres decantadores llenos en el aparador
cercano a la chimenea. Tomó el primero y su manó cayó, y se detuvo porque
sentía que su mano temblaba.
-Adam- Niall lo llamó otra vez desde la puerta.
Sacudió la cabeza, se sirvió y tomó la mitad del licor de un trago, haciendo una
mueca por el ardor que sintió. Necesitaba adormecer sus sentidos, calmar la
rabia ardiente que lo hacía temblar de la cabeza a los pies. Esa sensación
profunda y visceral lo rompía desde adentro, algo que no podía alcanzar con las
manos desnudas. Quería golpear los puños contra la pared y derrumbar la casa
hasta sus bases, romper su piel hasta que pudiera encontrar ese lugar dentro de
él, el lugar donde la furia y el dolor se retorcían como un enredo de víboras.
Necesitaba pararlo.
Terminando el resto del brandy, se sirvió otra medida, sus manos más estables
ahora. Después de tomar otro saludable trago, suspiró, sintiendo que algo de sus
torrenciales emociones se habían aliviado. Era suficiente para oir más allá del
rugido en sus oídos.
-¡Hartmoore!- Niall rugió, parecía que se había vuelto más impaciente esperando
que el respondiera.
Miró al muchacho… un hombre de quien se había hecho amigo cuando eran
chicos, cuando Niall solo había sido el chico del establo. Había amado a Olivia,
tal como lo hacía ahora, y se aseguraría de conseguir la sangre de Bertram
Fairchild tanto como Adam.
-No me llames así- explotó.
-Es lo que eres ahora.- Nial contestó, cruzando los brazos sobre el pecho. –El
conde del maldito Hartmoor. Así que, dime, señor… ¿quién le hizo esto a ella, y
qué vas a hacer tu?-
Sacudiendo su cabeza otra vez, tomó otro trago, bañando las llamas de su
estómago y tratando de resistir la urgencia por estrangular a Niall por hablarle de
esta manera. Sabía que sería imposible. Niall era el único sirviente que podía
salirse con la suya por tratarlo como un igual.
-Un tipo llamado Fairchild.- gruño, la sola mención del nombre del hombre lo
hacía querer arrojar su vaso a través de la habitación y romperlo contra la pared.
– Yo se que fue él… el bebé tiene su cabello rojo, y la mitad de Londres los vio
juntos antes… bueno. No estoy completamente seguro de lo que pasó, porque
ella no quiere hablarme sobre lo que pasó. Ella no habla de nada.-
Descansó una mano sobre su cara, respiró profundo, y pestañeó para contener las
lágrimas que colgaban de sus ojos. Esta era la parte más dolorosa de todo, que la
niña que amaba reir y charlar se había vuelto completamente silenciosa. Quizás
nunca volvería a escuchar su voz.
Niall le tocó el hombro, y lo sacó de sus pensamientos, y el miró hacia arriba
para encontrar al otro hombre que lo miraba y también tenía lágrimas en sus
ojos. Puso la mano en la nuca de Adam y lo sostuvo fuerte, obligándolo a prestar
a atención y enfocarse.
-El conde era un frío hijo de puta, pero no dejaba que nadie jodiera con lo que
era de él.- gruño. –Está muerto, y ahora eres tú. Eres el único que puede arreglar
esto. Yo solo… yo únicamente…-
Se le fue la voz, se quebró su sonido cuando parecía que luchaba consigo mismo,
con sus emociones.
Adam escuchó lo que Niall no dijo. Como era un sirviente, un hombre de la
clase más baja de la sociedad, sus manos estaban atadas. No podía perseguir una
venganza contra el hijo de un lord… a menos que quisiera enfrentar la cuerda del
verdugo.
Haciendo los mismos movimientos de Niall, se aferró al cuello de su hermano,
usando su mano libre, el único hombre de su edad que parecía entenderlo,
asintió. Su rabia y dolor se enfocó en la determinación y le dio un propósito
además de servir a su condado que no significaba nada para él en comparación a
la mujer que languidecía en el piso superior.
-Pagará, Niall- le prometió. –Le sacaré todo. Cuando termine no habrá una parte
de su vida que yo no haya tocado y destruido.-
El muchacho asintió, su nariz se estremeció y la barbilla se apretó cuando hizo el
mismo juramento que Adam. –Siempre cubriré tu espalda.-
Eso lo sabía sin cuestionar. Dondequiera que fuera desde ahora, lo que hiciera,
Niall lo ayudaría a concretarlo. Más importante aún, no juzgaría a Adam por los
extremos a los que pudiera llegar o lo profundo que se podría hundir, las cosas
que estaría forzado a hacer para destruir el hombre que había destruido a su
hermana.

Capítulo 7

Después de algunas horas de su arribo a Dunvar House, el médico vino a


examinar a Olivia y al bebé mientras Adam y Niall se paseaban por el corredor.
El hombre había visto a la niña primero, y declaró que tenía buena salud, nada
menos que un milagro, dada la condición de su hermana. La niñera se la había
traído y le había puesto el pequeño bulto en sus brazos. El miró a la bebé e hizo
un inventario de todas las cosas que la marcaban como una semilla de Bertram
Fairchild. El cabello rojo. Los grandes ojos azules que lo miraban
inocentemente. La forma de la boca.
Las partes de Olivia que él podía ver estaban eclipsadas por el claro linaje del
hombre que la había estado cortejando durante la temporada. Como había
llegado su hermana embarazada a ser tirada en un asilo, todavía no lo había
desentrañado, pero lo haría.
Cuando lo consiguiera, Fairchild desearía nunca haber puesto los ojos en Olivia.
Miró al bebé durante un largo rato preparado para sentir odio sabiendo de donde
venía. Sin embargo, no pudo sentir nada más que el mismo sentimiento doloroso
alrededor de su corazón como cuando miraba a Olivia, amor mezclado con dolor.
Esta niña era su sobrina quizás no por la sangre, pero por un lazo más fuerte que
eso. Él la protegería… no le fallaría como le había fallado a Olivia.
La niñera se había llevado la niña para alimentarla, prometiendo cuidarla como
si fuera suya. Le preguntó a Adam como llamarla, y él se enojó por no tener una
respuesta. Sin embargo, no deseaba darle un nombre al bebé si Olivia ya lo había
hecho. Eventualmente, ella hablaría, tenía que hacerlo, y entonces, ellos sabrían
el nombre.
Después que el doctor entró en el dormitorio de Olivia, ellos esperaron lo que
parecieron horas. Cuando el hombre finalmente salió, tenía una expresión adusta
en su cara larga, Adam sintió que su última esperanza se desmoronaba.
-Es muy peculiar, mi lord,- dijo el hombre ajustando las solapas de su abrigo. –
Físicamente no parece que nada estuviera mal. Está un poco delgada, pero con
una dieta apropiada conseguiría en poco tiempo a un peso saludable. Parece
haberse recobrado bien del parto. Sin embargo, su mente…-
Adam escuchó la filosa inspiración de Niall, sintió sus propios pulmones
comenzando a quemar mientras esperaba el diagnóstico. Tendría que haber algo
de lo que su Livvie se pudiera recuperar. Se negaba a aceptar que ella nunca
fuera la misma.
-Quizás… un asilo…- tartamudeó el médico.
Antes que pudiera pronunciar otra palabra, Adam estaba sobre él, tomando al
hombre de las solapas y levantándolo limpiamente en el aire. El doctor gritó,
temblando cuando Adam lo estampó en la pared más próxima y lo apretó ahí. Su
pecho pesaba de la furia que casi no podía controlar, los estremecimientos lo
estrujaban por lo duro que batallaba para no arrancarle limpiamente la cabeza de
los hombros.
-Pronuncie esa palabra otra vez bajo este techo, y le arrancaré la lengua.- gruñó.
De hecho, usted nunca estuvo aquí… nunca vio a Olivia y por lo que le
concierne, el bebé que ella tuvo nació muerto antes de respirar por primera vez.
¿Entiende?-
El doctor asintió, temblando en las manos de Adam, su labio inferior se
estremecía. –Por supuesto, mi lord. Nunca diré una palabra.-
-Bien- murmuró, bajando al hombre para ponerlo sobre sus pies.
Lo último que necesitaba era que todos en Edimburgo supieran que su hermana
se había vuelto loca… o que ella había tenido un hijo fuera del matrimonio.
-Ahora, díganos que podemos hacer por ella- dijo el, alisando las solapas del
doctor antes de alejarse y darle espacio para moverse y alejarse de la pared. –Lo
que sea… lo haremos.-
El médico suspiró, evitando la mirada de Adam. –Las enfermedades de la mente
no están bien entendidas, milord. Hay algunos que eventualmente encuentran la
forma de volver… pero la mayoría no lo hace. Manténgala cómoda, evite
alterarla si puede. También… cuando se agitó le administré una dosis pequeña de
láudano. Parece que la calma, y ella descansa mejor ahora. Quizás eso pueda
ayudar. –
Adam asintió lentamente, las palabras del hombre se revolvían en una
mezcolanza que casi no podía entender. El doctor le había dado esperanza y se la
había quitado en un aliento. Podría haber esperanza para su hermana… o no. La
incertidumbre de todo lo volvería loco.
-Gracias, doctor.- le dijo con voz baja y áspera.
El hombre lo miró con tristeza, tomó su maletín de cuero, y sacó una pequeña
botella. –Aquí tiene. Hasta que pueda comprar su propio láudano.-
La botella estaba medio llena con el líquido de olor dulzón del láudano y le
volvió a agradecer. Niall acompañó al hombre a la escalera y se fue solo,
dejándolos en el corredor.
La puerta a la habitación de Olivia estaba entreabierta, la quietud y el silencio se
rompieron por su voz suave. El tono bajo hacía difícil entender sus palabras,
pero los ojos de Adam se abrieron cuando intercambió miradas con Niall. Como
uno, corrieron a la puerta, Adam llegó antes, abriéndola con Niall pegado a sus
talones.
Juntos, se apuraron en llegar a la cama, donde Olivia estaba sentada apoyada en
varias almohadas, la ropa de cama enrollada en su cintura. La bata de noche se
tragaba su pequeño cuerpo, y su cabello, que habían cepillado hasta que brilló,
colgaba alrededor de su cara demacrada. Ella miró a través de la habitación con
los ojos desenfocados, sus labios se movían y su voz suave se filtraba entre los
labios.
Su voz era tan baja, que se tuvieron que inclinar sobre ella para escucharla, cada
uno de cada lado de la cama, intercambiando miradas preocupadas mientras
trataban de descifrar sus palabras.
-Solo una muestra…- ella susurró, un suave sollozo siguió a sus palabras. –Solo
una muestra, amor…-
Bajó la cabeza y sollozó un poco más, sus hombros delgados temblaban con una
fuerza que parecía muy grande para un cuerpo tan pequeño como el de ella.
Él apretó los dientes cuando se dio cuenta lo que ella estaba tratando de decirle.
-¿Eso fue lo que te dijo?- le pregunto roncamente, el calor y la furia crecían en
su garganta hasta que sintió que podría escupir llamas. -¿El hombre que te hizo
esto?-
Ella asintió suavemente, levantando la mirada para mirarlo a través de la cortina
de su cabello. –Tú no estabas ahí, Adam… tú no estabas y yo….traté de pelear,
traté…-
Las lágrimas le picaron en los ojos y esta vez, no pudo controlarlas, las gotas
calientes le mojaban la cara, una cayó mojándole el dorso de la mano. –Livvie,
tienes que tratar de decirme. Si este hombre… si él te violó…-
Casi no pudo pronunciar las palabras, su estómago se retorcía mientras trataba
de hablar. Una cosa era pensar que quizás Fairchild la había arruinado y
simplemente falló en hacer lo correcto después. Pero esto…
-Solo una probada, amor- ella susurró otra vez con otro sollozo. –Me empujó y
me dejó acostada… dolía… dolía tanto, Adam. Grité, lloré.-
Bajando la cabeza, trató de tomar una respiración profunda, trató de calmarse.
Enfrente de él, Niall miró la pared, sus puños temblaban en su falda, la
mandíbula apretada, los dientes se apretaban juntos como si luchara por
contenerse, también.
-¿Quién fue, mariposa?- le rogó, necesitando escuchar las palabras… estar
absolutamente seguro que estaba poniendo el blanco en el hombre correcto
cuando se fuera para Londres. –Di su nombre y lo haré pagar.-
Él le puso su cabello hacia atrás, alejándolo de su rostro, y sostuvo su barbilla…
obligándola a mirarlo, queriendo que tomara de él toda la fuerza que necesitara.
Aunque fuera suficiente solo para decir el nombre del agresor.
-B-Bertram.- consiguió decir, apretando los ojos cerrados como si tratara de
bloquear el recuerdo desagradable. –Bertram Fairchild.-
Justo lo que sospechaba. Entonces, el canalla no solamente le había mentido,
había ultrajado a su hermana y la había tirado en ese miserable asilo, dejándola
para que languideciera hasta la nada. Adam estaba seguro que Olivia hubiera
muerto si no la hubiera encontrado. ¿Y entonces, donde habría terminado el bebé
recién nacido?
Y como si le estuviera leyendo la mente, ella jadeó, mirando alrededor de la
habitación con los ojos enormes. -¿Dónde está ella? ¿Dónde está mi hija?-
Comenzó a llorar otra vez, clavándole las uñas, tratando de salir de la cama. Él la
tomó por los hombros y le dio una sacudida gentil.
-Está aquí Livvie, … está segura.-
Ella lo apretó, temblando y sollozando. –Mi Serena… no dejes que se la lleven.-
Él frunció el ceño, tratando de darle sentido a sus palabras confusas. –Serena.
¿Ese es su nombre? ¿Quién se la quiere llevar?-
-Fairchild- dijo ella entre hipos. –No Bertram… el otro. ¡Él la lastimará,
Adam… la matará! No los dejes… no…-
Él la apretó contra su cuerpo, abrazándole la cabeza contra su pecho y
acunándola como si fuera un niño. Ella se quedó quieta entre sus brazos,
sollozando contra su camisa.
-Te tengo, mariposa.- susurró. –Tú y Serena están seguras ahora. Nadie te
lastimará nunca más.-
Llevando la cabeza hacia atrás para mirarlo con sus ojos vidriosos del láudano,
ella sonrió, parecía una máscara macabra en su cara fantasmal.
-Hart- susurró. –Ya recuerdo.-
Él asintió, entendiendo a pesar de su charla deshilachada. –Si, padre ha
muerto…. Soy el conde ahora. Lo que significa que tengo el poder a mi
disposición vengarte. Déjame arreglarlo.-
Ella cerró los ojos por un momento, su cabeza se balanceaba sobre los hombros
porque empezaba a dormirse. Entonces se abrieron de repente y dio vuelta su
cabeza. Su mirada cayó sobre Niall y pareció notar su presencia en el cuarto por
primera vez.
-Niall- susurró alejándose de Adam y yendo hacia el mozo. –Mi Niall…-
-Si, mo ghradad.- le respondió, con la voz gruesa y pesada por la emoción
cuando Adam la dejó ir, permitiéndole caer en su abrazo. –Estoy aquí.-
Ella sonrió ante las palabras en gaélico, unas que parecían hacer brillar algo en
ella. Envolvió el rostro masculino con las manos, sus párpados estaban cada vez
más pesados.
-Me tendría que haber quedado… contigo… siempre me has protegido.-
Niall hizo un ruido áspero que podría ser un sollozo… que trató de contener, y
mantenerlo escondido en la garganta y bajó la cabeza hacia el hombro de ella.
-Nunca debería haberte dejado ir- declaró él. Pero nunca más, mi amor… nunca
más.-
Se apretaron entre los dos mientras Niall lloraba contra el cuello de ella, su gran
cuerpo se convulsionaba por la fuerza de su dolor.
Adam miró a otro lado, incapaz de soportar la vista que únicamente agregaba
combustible a su furia. Viéndolos de esta manera, incluso sabiendo que nunca
tendrían la chance de realmente estar juntos, lo rompió en pedazos. Porque,
incluso si no pudieran haber estado juntos se merecían algo mejor. Ella merecía
recordar a Niall con amor, incluso si encontraba un esposo para casarse y con
quien tener hijos.
Niall merecía saber que lo dejaría para encontrar la felicidad, y quizás encontrar
a alguien de su día a día, alguien de su propia clase para establecerse.
Ahora, ninguno de ellos podría ser capaz de olvidar esto y avanzar por la vida.
Olivia, por su mente rota, y Niall por la misma culpa que lo había empezado a
comer vivo a él. Los tres iban a permanecer así, encerrados en la locura y el
dolor, hasta…
Hasta que lo arreglara.
Parándose de la cama, dejó la habitación tan rápido como las piernas lo pudieron
llevar. Niall y Olivia merecían un tiempo solos si lo querían, si esto hacía algo
por hacerla sentir mejor.
Y él… él necesitaba tiempo para pensar, planear. Para armar la perfecta
estrategia.
Aunque fuera la última cosa que hiciera, buscaría la destrucción de Bertram
Fairchild y de cualquiera que llamara su familia. Así como todo su mundo, las
únicas personas que el realmente amaba, habían sido destruidas, ellos también lo
serían.


Capítulo 8

Kincardineshire, Escocia
Castillo Dunnottar
Cinco años después…

Parado frente a una de las chimeneas de su estudio, las manos agarradas detrás
de su espalda, Adam miró las llamas. Como siempre, estaba inquieto, incapaz de
encontrar paz en el sueño. Esta profunda sensación de cansancio se había vuelto
una parte de él, algo que había aprendido a aceptar. No dormía. Casi nunca
dormía. Incluso después de cinco largos años, casi no podía dejar a de lado su
furia lo suficiente como para poder descansar unas cuantas horas cada vez.
Hacía que su disposición fuera más huraña de lo que había sido antes, pero no
importaba ya que pasaba la mayor parte de su tiempo solo. En la parte más
alejada del país, sobre un acantilado frente al mar, encontró su nuevo hogar. Una
cosa suntuosa, este castillo, pero parte de su herencia. Y también resultó el
perfecto lugar a esconder a Olivia, para evitar que cualquiera la molestara a ella
o a Serena. Aquí, nadie podría sacárselas… nadie podría decir que la madre
necesitaba un asilo, o que la hija estaría mejor con el padre.
Apretó los dientes al pensar en el padre de Serena. Recién había vuelto de
Londres hacia unas semanas, donde había llevado adelante uno de los pasos
finales para arruinar a los Fairchilds. Pasó años poniendo las cosas en
movimiento, manipulando eventos para conducirlos a su caída.
Había sido sorprendentemente fácil una vez que había investigado a la familia
más extensamente. Ya estaban fuertemente endeudados, el vizconde había
pagado unos cuantos arreglos bastante importantes a las familias de mujeres
arruinadas, y así los había empujado cada vez más cerca de la bancarrota.
En verdad, todo lo que Adam había hecho era empujarlos por el borde…
incitando al más débil de ellos a apostar todo. William Fairchild había sido una
presa fácil, por su obvia culpa y su predilección por la bebida. Adam había
pasado semanas encontrándose con él en las mesas de juego de cartas,
atrayéndolo hacia apuestas que no podría ganar. Y cuando el hombre ya no tenía
fondos para respaldar sus apuestas, el presentó el pagaré que tenía sobre la casa
de la ciudad, que Adam también había conseguido.
William, que era el que había engañado a su hermana para que confiara en él
para después secuestrarla y tirarla en el asilo, había sido el blanco de la mayoría
de su rabia… secundado solamente por Bertram. El hombre había estado en la
posición de hacer las cosas bien, de demandarle al derrochador de su sobrino que
encontrara los cojones para arreglar lo que había hecho mal. En su lugar, se le
ocurrió la idea de engañarla… llevarla a un lugar donde casi muere dando a luz a
Serena. De acuerdo a su hermana, que había contado más detalles durante sus
momentos más lúcidos, él pretendía volver a buscar el bebé. Adam se estremecía
al pensar que le hubiera pasado a su sobrina si no los hubiera interceptado a
tiempo.
Por eso era, que el día que llegó a informarle a William que sería forzado a
abandonar la casa de la ciudad, él había deslizado una pistola en el bolsillo de su
abrigo. Era por eso, que cuando encontró al hombre, que ya había tomado medio
decantador de gin y que estaba sollozando sobre el escritorio de su estudio, se
refrenó y no la usó. El hombre se había convertido en una criatura lamentable,
una que no solo había perdido todo, sino que era plenamente consciente de la
clase de cretino era.
William había levantado la vista para verlo con los ojos inyectados en sangre,
sus mejillas manchadas y brillantes. –Hartmoor… supongo que viene a
echarme.-
Eso era exactamente la razón por la que había venido, y todavía…
-No- declaró en voz alta. –Vengo a entregarle la cuenta.-
El hombre se burló, el seco sonido seguido del hipo de la ebriedad. –Usted no
tiene idea de las cuentas que debo.-
Acercándose al escritorio, Adam apoyó las manos sobre la superficie y se inclinó
sobre el hombre. –Oh, pero yo se.-
Como William frunció el ceño, él sonrió. El hombre tenía razón sobre lo que
quería Adam, y de repente, rogar por la mierda no era suficiente. Quería
verdadera venganza por la ruina de Olivia.
Quería sangre.
La sangre de Bertram específicamente… pero él no estaba cerca de haber
terminado con Bertram todavía. William, sin embargo…
-Vea, yo sé porque usted se va al fondo de la botella cada noche… porque
apuesta para distraerse de la culpa de sus pecados.-
William enderezó los hombros, fanfarroneando con la seguridad para defenderse
a sí mismo. – Vea, Hartmoor. Solo porque se haya quedado con mi casa—
-Su nombre es Olivia Goodall.- gruño, cortando al hombre a la mitad de su
oración. -¿La recuerda?-
William palideció, sus pupilas se dilataron oscureciendo sus ojos claros. -¿Q-que
sabe usted de ella?-
-Sé que su sobrino la violó.- dijo ásperamente, la furia hacía temblar sus brazos y
se sacudían los objetos sobre el escritorio. –Sé que la embarazó como resultado
de esa violación… y sé que usted y su hermano decidieron juntos, que había que
hacer algo para destruir la evidencia… para destruirla a ella.-
Sacudiendo la cabeza como si lo estuviera negando, William lloriqueó. –Eso no
fue así. Ella nos hubiera arruinado—
Él golpeó la mano sobre la madera y mandó el pisapapeles dando vueltas al piso.
-¿Entonces en su lugar la arruinaron a ella? ¿Sabía que las monjas de ese asilo
casi no le dieron de comer? ¿Sabía que la obligaron a trabajar para ganar su
sustento, incluso cuando estaba pesada del embarazo?… ¡Que ellas casi la
dejaron morir durante el parto como penitencia por haber sido violada!-
William estalló en sollozos, las lágrimas mojaban su cara cuando bajaba la
cabeza hacia el escritorio. –Me aseguraron que la cuidarían… me dijeron…-
-Usted lo sabía- Adam lo acusó, el asco le fruncía el labio superior mientras el
hombre seguía sollozando como un niño. –Dejándola ahí, usted sabía
exactamente qué estaba haciendo. Sabía que no estaría en condiciones de pelear
cuando usted volviera para llevarse su bebé.-
Levantando la cabeza, William frunció el ceño entre sus lágrimas, inclinando la
cabeza. -¿Cómo sabe estas cosas? ¿Qué le importa a usted el destino de Lady
Olivia?-
Se inclinó más cerca, tan cerca que podía oler el gin que empapaba el aliento del
hombre, y gruñó. –Ella es mi hermanastra, y la única familia que me queda.
¡Usted destruyó la única familiar que me queda!-
William cayó hacia atrás sobre su silla y cubrió su cara con las manos, tratando
de secar sus lágrimas, pero salieron muchas más. –Tiene razón… tiene razón
sobre mí. Pienso en esa pobre chica cada día. Me arrepiento haber dejado que
Gilliam me convenciera.-
-Usted era capaz de pensar por sí mismo.- le dijo al hombre rehusando permitirle
depositar la culpa en otro lugar. –Sin embargo usted eligió destruir la vida de una
joven inocente.-
Suspirando William miró hacia fuera del estudio, sus manos temblaban cuando
se apoyaban sobre el escritorio. –Si hubiera algo que pudiera hacer para arreglar
esto, lo haría. Como están las cosas, no tengo nada… no soy nada. Y supongo
que fue usted el que lo hizo. Devolviéndome lo que le hice a su hermana. Es su
derecho. ¿No es cierto? ¿Terminó conmigo? ¿O está aquí para sacarme de mi
miseria?-
Buscó dentro de su abrigo y Adam sacó la pistola y la sostuvo en alto, así el
candelabro brilló sobre ella. William jadeó, pero se calmó cuando se dio cuenta
que Adam no tenía intención de apretar el gatillo. Él la depositó sobre el
escritorio, mirando intencionalmente al hombre.
El revolver era todo negro, una reliquia antigua de su padre. Solamente llevaba
una bala.
Solo necesitaba una.
-Lo pensé- admitió Adam. –Presionar el arma en su frente y tirar del gatillo.
Pero, venir aquí esta noche y verlo cómo está ha sido más que suficiente. ¿Cómo
puedo tomar la vida de un hombre que ya está medio muerto? Usted no vale que
yo apriete el gatillo… no vale la molestia de reventarlo con el gusano que es.-
William comenzó a sollozar otra vez, poniéndose de pie y tratando de alcanzar a
Adam como si rogara que levantara la mano y lo pusiera en la mira. –Por
favor… le ruego que lo termine. No puedo seguir mucho más. No merezco vivir
después de lo que hice.-
-No- coincidió. –No lo merece. Pero si quiere salir de este desastre que usted
hizo, entonces tendrá que encontrar la forma usted mismo. Desde este momento,
terminé con usted.-
Le dio una mirada conocedora, y luego mirando la pistola que estaba sobre el
escritorio, Adam no dejó duda sobre lo que quería significar. Después comenzó a
irse, mirando una vez más al hombre, se dio vuelta y salió de la habitación.
Si, esto había sido mejor… se dio cuenta cuando dejaba la casa, bajando
rápidamente los escalones del frente.
Porque, justo antes que su transporte arrancara de su lugar de estacionamiento, el
sonido de un solo disparo salió de la casa.
No se quedó, golpeó el techo de su carruaje para avisar al conductor que
arrancara. Cuando se corrió la voz la mañana siguiente que el hermano de Lord
Gilliam Fairchild había puesto una pistola en su boca y había apretado el gatillo,
Adam se fue de Londres. No quedaba nada de lo que pudiera disfrutar. La
familia estaba arruinada, y el poseía la casa de uno de los hermanos. Las semillas
que habían sido plantadas empezarían a florecer pronto, empañando la
reputación de Bertram y terminando con el compromiso que tenía con una mujer
demasiado buena para su gusto. Todo estaba hecho.
Ahora, mientras estaba parado frente al fuego, viendo las llamas amarillas y
naranjas danzar y sacar chispas, buscó en su mente la razón de su inquietud.
¿Por qué sentía que no era suficiente? Después de cinco años buscando
revancha, justicia alguna restitución de lo que sabía que Bertram le había hecho
a infinidad de mujeres, ¿Por qué estaba todavía furioso? ¿Por qué no podía parar
de planear nuevas formas de poner sal en las heridas que había infligido?
La respuesta lo seguía esquivando. Casi se había dado por vencido, y había
decidido intentar dormir una vez más, cuando la puerta de su estudio se abrió.
Solo una persona entraría sin golpear, así que no se molestó en darse vuelta para
saludar a Niall. Sin embargo, la voz del hombre, las palabras que dijo, lo
hicieron darse vuelta y alejarse del fuego.
-La chica Fairchild está aquí.-
Sus ojos se agrandaron cuando buscaba la cara de Niall, buscando algún signo de
que podría estar bromeando. El hombre estaba tan serio como siempre, su negra
vestimenta de mayordomo le añadía severidad a su enorme cuerpo y rasgos
ásperos. Era inusual, elevar un hombre desde su posición en el establo hasta la
mayordomía, pero necesitaba alguien confiable para manejar Dunnotar. Además,
después de la forma en que ayudó a Adam a cuidar de Olivia estos últimos cinco
años, era lo menos que podía hacer, ofrecerle una posición con buena paga y
beneficios que lo dejarían acomodado de por vida después de su retiro. Niall
merecía tanto más, pero era todo lo que Adam tenía para darle.
-¿Qué dices?- preguntó inclinando la cabeza y acercándose.
Niall levantó sus cejas.- Intentó entrar usando el nombre de su hermano, pero yo
me di cuenta fácilmente. Es la hermana, y está aquí, sola.-
Lady Daphne.
Sabía de su existencia, por supuesto, la hermosa hija soltera del vizconde. Sin
embargo, cuando se dispuso a arruinar la familia, a propósito dejó afuera a la
vizcondesa y su hija. Ellas sufrirían bastante cuando Gilliam quedara en la ruina.
-¿Qué supones que quiere?- meditó en voz alta, a pesar de que no requería una
respuesta de Niall.
Si había venido desde Londres para una audiencia con él, ella debería saber.
Debe haber descubierto que él había orquestado los eventos para arruinar su
familia. Muchas muchachas jóvenes solteras se cubrirían y esconderían detrás de
sus padres lamentando su destino.
Pero, ¿venir a Dunnottar sola? Era increíblemente valiente o increíblemente
estúpida.
-¿Quizás está buscando un poco de revancha por sí misma?- dijo Niall.
Eso llamó su atención, y acarició su barbilla, mirando pensativamente a Niall. –
Revancha…-
Si, eso era… la respuesta que estaba buscando. La manera única de arruinar a
Bertram Fairchild que no había pensado todavía. Esta era la causa de no poder
dormir, no poder dejar de pensar que había fallado.
Ojo por ojo.
Diente por diente.
Hermana por hermana.
Pero, a diferencia de Bertram, él no tiraría su presa al piso y la devastaría,
aunque en su presente estado, era más que capaz de tener ese comportamiento.
No, no serviría violar simplemente a Lady Daphne. Tenía que seducirla,
mancharla meticulosa y completamente. Y se aseguraría que Bertram, Gillian y
toda la Ton supiera que había sido él.
Entonces y solo entonces, sentiría que finalmente había ganado de verdad.
-Niall, haz pasar a Lady Daphne.- dijo mirando al mayordomo con una sonrisa. –
Después, prepara una habitación de invitados para ella… una de las que está en
el hall principal. Encuentra a una doncella para que reemplace a Maeve como
doncella personal de Olivia por un tiempo… la voy a necesitar también. –
Niall que conocía la mente de Adam tan bien como la conocía él mismo, levantó
una ceja. –Arruinar a la hermana… un buen plan. Uno bueno y justo.-
Él asintió demostrando su acuerdo. –Si, pensé que lo sería. Es esto, Niall, el
último clavo en su cajón.-
Nial inclinó la cabeza antes de darse vuelta para dejar la habitación.
-Haz que valga la pena- disparó sobre su hombro antes de desaparecer del
estudio.
Se dio vuelta para enfrentar el fuego, Adam rumió sobre las posibilidades que la
presencia de Lady Daphne aquí, ofrecían. Todas las formas en que podría usarla
para atacar a Bertram.
Ningún hombre que él conociera sería capaz de soportar que su hermana fuera
corrompida, incluso uno sin corazón como era Bertram, Adam no podía
imaginarse que se hiciera el que no veía. Otra sonrisa cubrió su rostro, y la
superficie de su piel comenzó a hormiguear cuando la emoción de la caza
comenzó a recorrer su cuerpo. La matanza final… el golpe de gracia.
La puerta se abrió detrás de él otra vez y la energía de la habitación pareció
cambiar, algo desconocido tiraba de él, lo obligaba a darse vuelta. Se tomó su
tiempo, saboreando la sensación y haciéndola durar. Disfrutaría cada momento,
deleitándose de una forma que no había sentido en bastante tiempo.
Cuando se dio vuelta para enfrentarla, sintió la mirada de Lady Daphne sobre él,
siguiendo las formas de su cuerpo a través de su vestimenta. Podía prácticamente
oler su miedo, la incertidumbre que debía sentir cuando lo encontrara muy
diferente de lo que esperaba. Le habían dicho que tenía ese efecto sobre las
personas.
Cuando, finalmente, se puso frente a ella, se quedó desconcertado
momentáneamente, el hormigueo en su piel se hundió más profundamente,
transformándolo en un latido de su sangre.
Vestía un abrigo masculino pesado sobre calzones y botas, un sombrero cubría
su cabello. Pero no podía esconderle nada, la pequeña nariz impertinente
cubierta de pecas, la forma de una boca exuberante y el labio superior con forma
de arco de Cupido, el pocito de su barbilla y pómulos sesgados. Cuando se
acercó, ella levantó la cabeza para mirarlo, revelando sus ojos que tenían un
intrigante tono azul de los zafiros. Un azul tan oscuro y profundo, que tuvo que
observar de cerca para detectar los tonos índigo.
Unos mechones de cabello dorado enmarcaban su rostro, que se habían soltado
del sombrero. Podía ver ese cabello ahora, una trenza gruesa que desaparecía
bajo el cuello del abrigo.
Él imaginó tirar de esa trenza para liberarla, y envolverla alrededor de su mano,
empujándola sobre sus rodillas y llenar su hermosa boca con su polla. El órgano
se agitó en sus calzones, su boca se secó mientras peleaba por mantener sus
ansias bajo control.
Todavía no… no la tocaría todavía. Si la tocaba, se volvería loco, porque
mientras estaban parados mirándose uno al otro, vio algo en sus ojos. Algo que
había visto en los ojos de su pequeña gatita, Fiona, y en la signora de Italia.
Vio la única cosa diseñada para llamar la atención de un hombre como él.
El anhelo de algo más, la inquietud de nunca haberlo encontrado. Un gusto por
la sumisión, por ser cazada y conquistada. La atracción por el peligro.
Se veía como un ángel, pero olía como una víctima.
Intacta, inmaculada, deliciosa.
No podría haber pedido un mejor golpe de suerte si lo hubiera intentado. No
solamente iba a arruinar a la hermana de Bertram Faichild… la iba a arruinar
para cualquier hombre que pudiera perseguirla. No sería capaz de cerrar los ojos
sin verlo a él, sentirlo a él, anhelarlo a él.
Y así comenzó la caza, cuando él inclinó la cabeza y abrió la boca para hablar.
-Usted no es Bertram Fairchild.-…

Fin

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