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1
VIRTUDES Y VALORES EN LA BASE DE
LA CULTURA
Febrero 2008
Cultura y libertad.
“La cultura es un
conjunto de há
hábitos
intelectuales y morales LIBERTAD
LIBERTAD
que liberan al hombre
de la prisió
prisión
semianimal de la pura
naturaleza y le SUMISIÓN
SUMISIÓN
permiten entrar en el
ámbito humano de la
libertad”
libertad”. VALORES
VALORES
A. FONTÁ
FONTÁN (2005).
1
Conciencia de la propia muerte...
Enterramiento en la Prehistoria
“Adán y Eva” (A. Durero, 1507)
2
La muerte: condici ó n para la vida.
EXISTENCIA
(colectiva)
MUERTE
VIDA
(individual)
REPRODUCCIÓN
3
La jefatura, la jerarquí
jerarquía, los valores y las
virtudes en el marco de la cultura:
•I M P O N E R I T M O S D E
CONDUCTA.
VIRTUS
EL DESARROLLO DE COMUNIDADES
ESTABLES HACE QUE EL GUERRERO
Prudencia, templanza,
INDIVIDUALISTA SE CONVIERTA EN
fortaleza, justicia...
COMBATIENTE DE LA COMUNIDAD.
4
La transmisió
transmisió n de la vida:
1) El hombre quien tiene mayor interés por establecer
reglas acerca del reparto de las hembras, así se evita a nivel
interno una agresividad que puede destruir al grupo (y con
ello dañar los objetivos del jefe).
2) De este modo se desvía hacia el exterior del grupo el
desorden natural que implica el deseo continuo de aliviar
las pulsiones sexuales biológicas.
3) Será pues el hombre el que imponga las virtudes del
matrimonio y organice, a través de un elaborado sistema de
tabúes (incesto), quién puede acceder al sexo y en qué
condiciones.
4) Se crearán así los sistemas de parentesco, en los cuales la
mujer juega un papel muy importante en principio pero
siempre subordinado.
La “SANTÍ
SANTÍSIMA DUALIDAD”
DUALIDAD”:
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reproducción
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5
Diosa-Madre adversus Dios-Padre:
6
Hombre y Mujer tras el 6 de Agosto de 1945:
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sus
hijos
hijos
RESULTADO: Desconcierto de la
nueva juventud
7
SELECCIÓN DE LECTURAS
Prof. Dr. Genaro Chic García
Dpto. de Historia Antigua
Universidad de Sevilla
Señala A. Fontán, en una glosa de J. Ortega y Gasset, que “la cultura es un conjunto
de hábitos intelectuales y morales que liberan al hombre de la prisión semianimal de la pura
naturaleza y le permiten entrar en el ámbito humano de la libertad”. Una “libertad” que,
paradójicamente, sólo se logra con una previa sumisión, consentida y sublimada, a una serie
de principios. O sea la libertad como hecho cultural se ejerce en función de la existencia
previamente admitida de una serie de valores, que no son sino estructuras de la conciencia
sobre las que se construye el sentido de la vida en sus diferentes aspectos.
Posiblemente la conciencia de la propia muerte (evidenciada en la ritualización de la
misma a través de los enterramientos, desde hace 35.000 años) sea el arranque de toda cultura.
En la nuestra el mito de Adán y Eva señala este evento, ligado al nacimiento de la libertad
humana. La psicología médica actual tiende a considerar que la ansiedad ante la muerte -como
cualquier otra ansiedad ante el cambio, que implica separación y pérdida- deriva de una
ansiedad primaria, el miedo a la separación que surge con el nacimiento; que los niños muy
pequeños se afectan más por la separación, especialmente de sus madres, que por la muerte, ya
que ésta es intercambiable con la vida para ellos. De hecho los niños pequeños no son
conscientes del carácter inevitable de su propia muerte. Según S. Freud el inconsciente no
conoce la muerte y nadie cree realmente en su mortalidad; existe una tendencia general de todas
las cosas vivientes a retornar a un estado anterior (eterno retorno) y la muerte no escapa a esa
tendencia. Así pues la idea de la muerte genera una ansiedad que va ligada a la idea de un
tiempo que transcurre (un tiempo racional), individualizando a la persona, desde un absoluto
anterior en el que se encuentra la seguridad del ser hasta un punto indeterminado de otro -o el
mismo- absoluto.
La vida y la muerte como fin particular de la misma no se nos muestran, en realidad,
sino como facetas de la existencia. Matamos para vivir y no comemos nada sin destruirlo. Y
la vida, que parte en cada uno del nacimiento, está destinada en cualquier caso a la muerte
individual. La existencia es colectiva y nuestra vida es sólo individual. Pero lo que mete lo
individual en lo colectivo es el hecho de la reproducción. Algo en lo que genéticamente, en
el caso de la especie animal humana, participan tanto el macho como la hembra, pero que a
la hora de pasarlo al campo del sentimiento indiscutiblemente está ligado de manera muy
predominante a la madre. De forma que se puede decir que mientras la mujer es un ser para
la vida, el varón es un ser para la muerte. Si uno vive su vida en la continuidad, el otro lo
hace en el enfrentamiento, lo que tiene repercusiones en todos los ámbitos de la existencia
de ambos.
1
Ser para la muerte, el hombre vive de manera más intensa la agresividad física. Él es
el guerrero, el que lucha por hacerse notar y por tener el premio de cubrir con más facilidad
a las hembras, aliviando de esta manera sus pulsiones vitales. Porque no hay que olvidar que
mientras la mujer nace con decenas de miles de ovocitos en su overa, y va soltando sus
huevos mensualmente una vez llegada a la madurez, el varón sólo entonces empieza a
producir el líquido seminal que ha de transportar su semilla o esperma. Y ese líquido
seminal se acumula en las correspondientes vejigas o vesículas de manera constante, lo que
le hace vivir en una tensión -de la que se puede ser más o menos consciente, pero que nunca
falta- que le lleva a buscar la mejor manera de evacuar el reservorio, una vez lleno, igual que
pasa en ambos sexos con el correspondiente a la orina: no se puede dejar de orinar por más
que se quiera, aunque la mente puede ser educada para que busque los ritmos y los
momentos más adecuados para hacerlo. Tensión que, siendo continua, ayuda a comprender
la importancia que para el hombre tiene su alivio, y por consiguiente la imagen de ansiedad
sexual que normalmente presenta (S. Freud).
El combate lleva a la jerarquización social. Y el elemento dominante tiende
naturalmente a imponer los ritmos de conducta a los otros miembros de su grupo. Será él el
que regule el acceso a las hembras, tanto el acceso propio desde luego, como, por
necesidades de cohesión del grupo de guerreros, el de los demás. Será su virtus (en latín), su
valor personal, su virtud, la que los demás tengan que seguir1 , convirtiéndolo de esta manera
en valor social. Puede suceder, con el paso del tiempo y el desarrollo de comunidades
estables, que los demás miembros tengan que verse en la práctica obligados a interiorizar, en
un proceso reactivo, las virtudes ajenas como elemento de la propia vida, en lo que hoy
tendemos a llamar “valores” en abstracto. Admitida la supremacía del jefe, y con ella las
órdenes conducentes al mantenimiento de la estabilidad del grupo (por ejemplo, en el campo
de la economía, el trabajo), el individuo terminará por aceptar como virtud el dominar sus
propias tendencias o pulsiones naturales, algo que es perfectamente observable cuando se
desarrolla el mundo político ("de la guerra", en sentido original) y el guerrero va perdiendo
progresivamente su individualidad para transformarse en combatiente de la comunidad. Se
irán desarrollando así un número importante de virtudes al servicio de los valores, de las
cuales habrá que destacar, en nuestra civilización y como propias de un jefe, la prudencia, la
justicia, la fortaleza y la templanza (aunque el jefe tienda a huir de las restricciones puestas a
los otros), y por tanto como las principales a la hora de ser imitadas como base del
desarrollo de todas las demás. Se trata, pues, de valores en principio impuestos que se
desarrollan como marco imprescindible de una vida social que vaya más allá de lo
puramente exigible a una comunidad natural, o sea una vida social que se desarrolle en el
marco de una cultura.
En cualquier caso los valores fundamentales de una comunidad serán siempre los
tendentes a controlar la vida y la muerte dentro de la misma. El principio de "no matarás a tu
prójimo” es general, y sólo en circunstancias muy bien delimitadas del bien superior de la
1
Jean-Claude Fredouille, Diccionario de civilización romana, Barcelona, 1996, pp. 214-
215: uirtus resume el ideal moral de los romanos; más que un valor, es un conjunto de
valores: energía, dinamismo, sentido común práctico, conducta decorosa y acaso austera,
predisposición hacia la justicia, desprecio de la muerte y el dolor, dominio de uno mismo
susceptibilidad de acceder a la felicitas... Se opone por naturaleza (vir) a la impotentia
muliebris.
2
comunidad podrá ser transgredido. Y se entiende que el principio rige sólo en el marco
interno de los límites de la propia comunidad, porque la guerra, cada vez más ritualizada si
se quiere conforme se desarrolla desde el simple combate, no sólo puede ser lícita sino
incluso muy positiva como medio de seguir obteniendo predominio y ventajas.
En cuanto al control de la transmisión de la vida, es sabido que es el hombre quien
tiene mayor interés por establecer reglas acerca del reparto de las hembras, porque
estableciendo cuáles son los límites de posesión de cada uno se evita a nivel interno una
agresividad que puede destruir al grupo (y con ello dañar los objetivos del jefe) y se puede
desviar igualmente hacia el exterior del grupo el desorden natural que implica el deseo
continuo de aliviar las pulsiones sexuales marcadas por la biología. Será pues el hombre el
que imponga las virtudes del matrimonio y organice, a través de un elaborado sistema de
tabúes (el principal, el del incesto), quién puede acceder al sexo y en qué condiciones. Se
crearán así los sistemas de parentesco, en los cuales la mujer juega un papel muy importante
en principio pero siempre subordinado.
¿Qué ventaja saca ella? En principio su papel como transmisora de la vida antes de la
propia muerte (puede seguir sintiendo que sigue viva aunque muera, porque una parte física
de ella –la cría- así lo hace) no le fuerza a generar cultura de la misma manera que al varón,
que sólo puede pervivir en el recuerdo de una sociedad que adquiere el carácter de estable
(la épica -e incluso la historia- es, fundamentalmente, una necesidad masculina). Sin
embargo el sometimiento a unas reglas que le son extrañas también puede beneficiarla, en
cuanto que el reparto de los machos y las hembras libera tensión dentro del grupo y le da
seguridad al mismo, lo que es favorable para el desarrollo de las propias crías. El instinto de
posesión de los machos respecto a sus hembras –derivado más del orgullo que del concepto
de propiedad- hará que ellos estén dispuestos a luchar por ellas, al tiempo que imprimirá un
carácter “virtuoso” a la educación de la descendencia. La transmisión de los valores
civilizadores masculinos 2 se hará más fácil a través del control de la reproducción, no sólo
física sino también de esquemas intelectuales, que efectúa la hembra. Con lo cual se crea
una especie de equilibrio desigual que favorece a ambos elementos de la santísima dualidad
(el ser humano, que no es ni macho ni hembra, sino las dos cosas juntas) en el marco de unas
relaciones sociales culturizadas.
La agricultura, consecuencia del sedentarismo necesario o posible, parece ser una
actividad en principio femenina, y la importancia de la mujer en la estructura social se
aprecia en el predominio del culto a la Diosa Madre (A. Getty). Pero la riqueza de un grupo
desata los deseos de otro y da pábulo a la violencia física, en la que el hombre –adorador del
Dios Padre- tiende a manifestar su poder y a desplazar a la mujer de la centralidad en el
proceso organizativo de la comunidad. En todo caso el desarrollo de la cultura humana se
verá, como siempre, sobre todo a través de los desarrollos realizados en el marco de la
lucha. Del combate singular se irá poco a poco pasando a la guerra organizada en torno a
jefes estables o al menos a comunidades de identidad bien definida. La técnica de matar se
irá poniendo cada vez más al servicio de la comunidad, en su forma política, y el combate
individual irá perdiendo progresivamente sentido para subsumirse en una idea más general
de destrucción del enemigo. Cuando la idea de progreso se impone sobre la de regreso,
2
Señala G. Cardona, Antropología de la escritura, Barcelona, 1994 [1981], p. 91, que el
principio general en las sociedades tradicionales es que “a las mujeres debe vedárseles toda
actividad que de algún modo rija o guíe a la sociedad, e indudablemente la actividad de
escribir se encuentra entre ellas".
3
cuando la economía se libera a partir del siglo XVIII de la moral y la técnica se hace tan
avanzada que implica una tecnología científica que sólo se puede desarrollar a nivel social,
el combate personal queda reducido al mínimo y avanza el sentido de matanza generalizada
(bombardeos aéreos, artillería pesada, armas de destrucción masiva…) al tiempo que se
separa la fuerza y el arrojo físico de la utilización del nuevo armamento, que puede ser
utilizado incluso por personas frágiles. El lugar del hombre como portador básico de la
agresividad va desapareciendo, y con ello el sentido del patriarcado. Se puede decir, sin gran
riesgo de error, que si hay que poner una fecha simbólica a la desaparición del patriarcado
esa es la de 6 de Agosto de 1945, fecha en que se lanza la primera bomba atómica sobre
Hiroshima: el combate ha dado paso a la matanza indiscriminada. No tiene nada de extraño,
en el marco de este proceso, que la población mundial se haya duplicado desde entonces,
demostrando el fracaso del ser para la muerte (el varón) y el éxito relativo del ser para la
vida (la mujer).
Así, la mujer, más poderosa desde el punto de vista mental (tiene millones de
conexiones entre los dos hemisferios del cerebro más que el varón, lo que le permite una
visión más holística de la realidad) y más fuerte que el hombre (el 75 % de los pacientes de
los pediatras son de sexo masculino, según A. Naouri) aunque más frágil (como las ánforas
de barro frente a los pellejos de cuero), tiende a ocupar el lugar del hombre en los esquemas
sociales, en un proceso de creciente individualización, y la autoridad paterna sufre
gravemente en el marco de la reproducción familiar. Protectora de sus hijos por encima de
todo, como no puede ser de otro modo según la propia tendencia biológica –sobre todo
protectora de los varones, más débiles-, los valores represivos propios del patriarcado
tienden a diluirse. Y, no lo olvidemos, la cultura tradicional era la consecuencia de una
actitud represiva frente a las tendencias naturales, que se intentan forzar en un sentido
distinto al que habrían tenido si no existiese la acción intelectual humana. Dejando aparte el
hecho comprobado de que ello va acompañado de un descenso vertiginoso entre nosotros en
la capacidad genésica masculina, el resultado es que tienden a desaparecer los valores
típicamente masculinos (como el trabajo o la sumisión a reglas: un ejemplo claro puede
verse en la escuela, donde se tiende a hacer desaparecer el trauma de los exámenes) y una
tendencia a desarrollarse una cultura más lúdica, con menos represión en los aspectos
sexuales y que detesta el hecho básico de la muerte (tan ligada al carácter del hombre-
guerrero) como si fuese oponente de la vida, de la que no es en realidad más que su puerta
de salida individual (M. Maffesoli). El macho ya tiende a no aparecer como el dueño que
protege a su hembra y su camada (al ser innecesario en el nuevo sistema socioeconómico
desarrollado) y la nueva juventud, perdido el rumbo marcado por las antiguas virtudes y
valores, sin que se haya desarrollado aún el sentido de otro sustitutivo, se encuentra perdida
y desconcertada después de haber estado sobreprotegida. Ello nos lleva, en el marco de
nuestra cultura occidental ante el umbral repetido una y otra vez de la decadencia relativa (la
decadencia de forma objetiva no existe en los procesos históricos) por falta de adaptación a
nuevos modelos necesarios tras un período de desarrollo. Como ello no sucede de la misma
manera en otras culturas coetáneas, es de esperar que la nuestra se vea fecundada por otras
que no hayan llegado a producir los mismos desequilibrios, posiblemente más atrasadas en
los aspectos organizativos o técnicos, pero dotadas de un rumbo claro.
Todo esto que he expuesto aquí no es más que un esquema sumario, escrito a
vuelapluma y que pretende abrir un debate sobre estos temas, a sabiendas de que su
complejidad es enorme y que con casi total seguridad no sirva para corregir en nada la
orientación de los hechos en los que nos encontramos inmersos. Pero, a falta de otro tipo de
4
luchas personales más gratificantes, el debate intelectual estimo que vale la pena como
forma de sentirnos vivos.
5
SELECCIÓN DE LECTURAS
Prof. Dr. Genaro Chic García
Dpto. de Historia Antigua
Universidad de Sevilla
2
"Psiquiatría y lenguaje: Filosofía e historia de la enfermedad mental", en Moscas en una
botella. Cómo dominar a la gente con palabras, Tres Cantos, 2007, p. 127.
3
"Ensayo sobre el don. Motivo y forma de intercambio en las sociedades primitivas", en
Sociología y Antropología, Madrid, 1971 [París, 1950], pp. 153-263.
3
entiende siempre al mismo nivel. Cuando los niveles de “ser” son distintos, entonces se
establecen relaciones de patronazgo-clientela, que son definidas como “amistad mal
equilibrada”, o sea entre gente de niveles distintos. Los patronos están obligados a prestar
defensa y servicios superiores a los clientes, y éstos, a cambio de la protección, deben
guardar una relación de piedad (en el sentido romano de la palabra: cumplir los
compromisos sociales establecidos, con independencia del afecto que se pueda tener) hacia
sus patronos. Tanto en el plano de igualdad como en el de desigualdad se prestan servicios
mutuos y se realizan dones o regalos que están fuera de una economía de mercado, por que
la relación es siempre personal y no cuantificable: los regalos y los favores realizados
obligan, pero en un sentido abstracto aunque altamente constringente. Entre ellos podemos
(y debemos) meter como algo especial, por su primacía, los regalos de prestigio, sin utilidad
concreta, que se establecen en medio de ceremonias de hospitalidad, sobre todo en las capas
más notables de la sociedad.
Conforme las sociedades se van haciendo más complejas en sus sistemas de
relaciones, y los medios de comunicación y transporte van aumentando, las relaciones de
intercambio a distancia van haciendo desarrollarse formas de mercado más impersonales, en
las que el elemento cuantitativo va desplazando paulatinamente a una forma de equiparación
cualitativa que cada vez es más difícil entre sociedades distintas, donde los conceptos de
valor pueden y suelen divergir. En cualquier caso las distinciones entre personas, que valen
para el interior, no significan lo mismo respecto a unos extranjeros que, por definición
etnológica, se entiende que carecen de auténtica realidad. Los que sólo saben decir “bar-
bar”, esos bárbaros que ignoran algo tan fundamental como el lenguaje con el que se
comunican los verdaderos hombres, los extranjeros, son siempre por definición inferiores y
no cabe con ellos intercambio de ser cualitativo alguno. Sólo el cuantitativo, considerado
inferior, es posible.
Pero poco a poco, a medida que los mercaderes extranjeros, al principio confinados a
un espacio aparte al que en griego se denomina “emporio” y en latín “puerto” (con
indiferencia de que esté junto a una vía navegable o no), van siendo integrados poco a poco
en el marco de las comunidades receptoras y el mercado se traslada a la plaza pública (ágora
o foro) como consecuencia del desarrollo de las necesidades de la vida diaria, el comercio
de mercado se va manifestando cada vez con más fuerza en medio de sociedades en las que
el tráfico de prestigio había sido casi exclusivo. Poco a poco se va desarrollando un
individualismo que subraya lo que hay de distinto entre los hombres, lo que marca la
separación entre el que da y el que recibe, en vez de la situación anterior en la que la
continuidad del ser era contemplada como lo fundamental, y por consiguiente lo colectivo
como superior a lo individual. Sólo el mito liberal, surgido a partir del siglo XVII, puede
sostener la precedencia del comercio impersonal sobre el de prestigio, solo inteligible en el
marco de la sociedad que lo sustenta. La Historia, desde luego no lo apoya.
Hoy, cuando se produce el reflujo del pensamiento de la Ilustración en todos los
órdenes de la vida, no se deja de reconocer que el prestigio, la fascinación producida por la
excelencia del ser, sigue siendo el principal motor de la economía, una vez satisfechas las
necesidades vitales mínimas. En realidad, nunca ha dejado de serlo. No es hora de
explayarse en las relaciones existentes en cada momento histórico entre la economía de
prestigio y la de mercado impersonal, que nunca se han dado de forma pura. Ciertamente
podemos afirmar que, a lo largo del discurrir del tiempo, no ha habido nunca dos situaciones
iguales, por la misma razón de que no hay dos seres vivos exactamente iguales. La mujer,
por ejemplo, es un concepto abstracto. Tenemos constancia de que existe cada una en
particular, con su nombre concreto, y que son distintas entre sí. Pese a eso ha surgido la
ciencia de la ginecología, que parte de unos planteamientos que son metafísicos (la
4
existencia de la mujer como ente abstracto) y permite un notable grado de eficacia al aplicar
esos supuestos principios generales a lo particular. Es evidente que no se puede hacer
ciencia si no se tiene fe, de la misma manera que sería impensable el desarrollo actual de los
mercados impersonales (en los que no suele haber relación personal entre el productor y el
consumidor) si no creyésemos en esa esencia virtual que es en la actualidad el dinero. Por
eso aunque en la investigación (o “historia”, por decirlo en griego) del pasado no hay nunca
dos situaciones que se repitan, podemos percibir que en el fondo todo sigue siendo igual
mientras todo cambia, y que más que de un círculo podemos hablar de una espiral en la
dirección de los comportamientos humanos. De ahí que unos cuantos investigadores (o
historiadores) hayamos considerado interesante reflexionar sobre las relaciones que
estimamos que siempre se han dado entre las dos formas económicas que podríamos
denominar básicas y hallamos formado un grupo de investigación al que hemos dado el
nombre del objetivo de nuestro estudio: “Economía de prestigio versus economía de
mercado”, insistiendo siempre en que “versus” no significa “contra” [adversus], como
muchos creen, sino “hacia”, pues es una palabra latina y no del vocabulario del sistema
judicial americano. Puesto que las dos han convivido y siguen conviviendo, entendemos que
su estudio es de una gran utilidad social con vistas a conocernos a nosotros mismos y hacer
más fructíferas nuestras relaciones sociales.
No podemos, pues, sin más identificar lo racional con lo verdadero. Hay otro tipo de
verdad, llena de gracia, que sólo se mide por su densidad de ser, de forma que cuando ésta
es pequeña se tiende al olvido de su realidad. Que el prestigio, y la economía basada en él,
no sean conmensurables, en términos racionales u objetivos, no implica desde luego su
inexistencia. En realidad, si no pueden ser conmensurables, o sea considerados en relación a
otro objeto de dimensiones determinadas, sí que son susceptibles de ser mensurados,
medidos desde el punto de vista subjetivo: mucho, poco, bastante, etc. Pero para acercarse a
su conocimiento es más válida la emoción que la razón.
5
SELECCIÓN DE LECTURAS
Prof. Dr. Genaro Chic García
Dpto. de Historia Antigua
Universidad de Sevilla
"Afirmar que las mujeres no sirven para la actividad científica le ha costado un nuevo
disgusto al presidente de la Universidad de Harvard. El claustro le ha retirado la confianza. La
historia de las diferencias sociales entre las mujeres y los varones viene de muy lejos. Incluso
en la Europa civilizada no se reconoció el derecho a votar de las mujeres hasta entrado el siglo
XX.
Entre hembras y varones hay diferencias, de siempre conocidas, en la función
reproductora, que se corresponden con estructuras cerebrales también diversas,
especialmente en lo que refiere al aparato hormonal. Pero hay más diferencias. Las mujeres
tienen unos cuantos millones más de fibras nerviosas que los varones en la conexión
entre la parte derecha y la izquierda del cerebro. Gracias a esta diferencia son capaces de
comprender una determinada situación con echar un vistazo, mientras que a los varones
a menudo nos han de explicar las cosas con detenimiento. Las mujeres tienen una mayor
capacidad para el lenguaje hablado, de forma que cuando sufren una lesión cerebral se
recuperan mejor que los hombres.
Este conjunto de diferencias hacen posible que hembras y varones seamos
complementarios, y que podamos entendernos y pasarlo bien algunas veces. Pero no deben
confundirse con una menor capacidad social, laboral o científica de uno u otro sexo. Éste fue
el error del presidente de Harvard, que quizá ignora que sólo una persona ha ganado dos
premios Nobel, uno de Física y otro de Química, fue Maria Sklodowska, más conocida como
Madame Curie".
XIMENA BEDREGAL, “Tres Guineas, de Virginia Woolf, vigente análisis sobre la viril
cultura de la guerra”. http://www.ft.org.ar/Notas.asp?ID=980 (4/7/2003).
Este es un documento extraordinario que a pesar de sus 65 años (se publicó por primera
vez en 1938) mantiene no sólo una absoluta actualidad interpretativa sobre la relación entre
masculinidad, autoritarismo y guerra (cultura de la guerra) sino una capacidad de
proyección analítica que pocas reflexiones sobre el tema han tenido y que en estos aciagos días
bélicos, llenos de dolor, de peligro y de preguntas de difícil respuesta que nos obligan no solo a
pensar más sino sobre todo mejor, resulta imprescindible leer o releer.
¿De qué se trata este libro? Me atrevo a sintetizarlo así: se trata de la primera obra que
ha sido capaz de desmenuzar el logos masculino, la simbólica viril que construye la
relación entre autoritarismo, cultura de privilegios/poder masculino (patriarcado) y la
generación de la guerra, y la única hasta hoy que lo ha hecho de manera tan global. Una
obra que, anclándose en las condiciones de las mujeres de su época, la trasciende al ir
demostrando paso a paso que, siendo la independencia material una base imprescindible y
necesaria -objetivo para el cual dona dos de las tres guineas-, sin independencia simbólica la
incorporación de las mujeres al mundo público (educación, trabajo y militancia) no evitará que,
en unos años, se vuelva a formular la misma pregunta "¿En su opinión, como podemos evitar
la guerra?".
Virginia Woolf marca todo su libro con la idea de la diferencia; empieza aclarándole a
su interlocutor varón que hay una "dificultad de comunicación entre nosotros" que hace
casi imposible responder a su pregunta. Disparar -le dice- ha sido un juguete y un deporte de
los hombres en la caza y en la guerra, para ustedes, en la lucha, hay cierta gloria, cierta
necesidad, cierta satisfacción que nosotras jamás hemos sentido ni gozado; para ustedes la
guerra es una profesión; una fuente de realización y diversión; y también es cauce de
viriles cualidades sin las cuales los hombres quedarían menoscabados y que nos hace
imposible comprender los impulsos que inducen a ir a la guerra..."; estos tres puntos
suspensivos representan un abismo, una separación tan profunda entre nosotros que, durante
estos tres años, he estado preguntándome, sentada en mi lado del abismo, si acaso puede
servir de algo intentar hablar al otro lado."
Sin embargo no se queda allí y se pregunta si el que las mujeres estudien lo mismo
y de la misma forma que los hombres ayudará a evitar la guerra. Su respuesta es no. No
si las mujeres reciben la misma educación que los hombres, llena de símbolos, jerarquías,
títulos, rituales (que va describiendo en una magistral poética literaria) "que sucitan la
competencia, la envidia, el deseo de superioridad, grandeza, poder y triunfo sobre los demás,
deseos de posesiones que mantendrán a cualquier costo, emociones todas que fomentan la
disposición hacia la guerra". "La mejor educación del mundo no enseña a aborrecer la
fuerza sino a utilizarla", dice. Por ello, aunque sabe que las mujeres necesitan escuelas que
les den conocimientos para construir su libertad, piensa que esa guinea aportaría más a evitar
la guerra si se utilizara para comprar cerillos y gasolina e incendiar esa escuela. En su lugar,
las mujeres deberían fundar otra "donde nadie tenga temor de pisar una raya trazada con tiza,
donde la competencia quede abolida, la vida sea abierta y fácil, que acuda con alegría la gente
que ama los diversos saberes y encuentren lugar las mentes de diferente clase y gradación, los
diferentes cuerpos, donde no haya dignatarios, ni desfiles, ni sermones. Una escuela para
enseñar el arte de la humana relación y no el segregar, el especializar, el competir, el envidiar"
(padres de todas las guerras).
4
SELECCIÓN DE LECTURAS
Prof. Dr. Genaro Chic García
Dpto. de Historia Antigua
Universidad de Sevilla
LA MUERTE Y EL TRABAJO
1
El prologuista resume una parte del pensamiento del autor.
1
subsistencia; de modo que estos bienes se convierten a su vez en medios para ese otro fin
que es renovar la energía del cuerpo. Y la energía del cuerpo, a su vez, es la principal
herramienta de que dispone el hombre, el medio del que ha de servirse para obtener
nuevamente los fines del trabajo. En el mundo del trabajo, todos los fines son relativos,
son a un tiempo medios para otros fines, de modo que unos y otros sé sitúan en el
mismo plano, se remiten entre sí circularmente, en una cadena interminable. El propio
hombre se convierte en un útil, en un elemento funcional de la cadena reproductora, y
todas sus acciones deben subordinarse a ella. El hombre no adquiere condición de sujeto
(separado del mundo de los objetos, capaz de conocerlos y utilizarlos para su provecho) más
que convirtiéndose, simultáneamente, en un objeto para sí mismo, en una cosa clara y
distinta, susceptible de ser conocida, y utilizada.
Pero, ¿por qué abandona el hombre la relación de intimidad o de inmanencia que le
une a los otros seres y entabla con ellos una relación de exterioridad, de trascendencia, de
separación?, ¿por qué se reduce a sí mismo a la condición de objeto útil, sometiéndose a la
lógica del trabajo y del cálculo económico?, ¿por qué se convierte en un mero eslabón de
la cadena, en una mera función del proceso de reproducción material?, ¿por qué
subordina el presente al futuro? Precisamente porque el temor al futuro, que no es
sino el temor a la muerte, pesa angustiosamente sobre él. El hombre trabaja para evitar la
muerte y asegurar la perduración de la vida. Es el temor a la muerte el que hace del hombre
un trabajador, un ser que niega en sí mismo el presente para asegurarse el futuro. De modo
que la humanidad surge a un tiempo con el trabajo y con el miedo a la muerte.
Pero el trabajo humano surge como una actividad social, como una actividad
colectiva que requiere la coordinación funcional de las acciones y la subordinación o
encadenamiento teleológico de las mismas. Ahora bien, esto no puede conseguirse si no se
prohíbe la satisfacción inmediata del deseo, si no se pone en suspenso el primado de la
inmediatez animal. La supervivencia del individuo y del grupo dependen del trabajo
colectivo, pero el éxito del trabajo depende de la instauración de leyes que prohíban la
irrupción repentina y desordenada de las pasiones animales, al menos durante el
tiempo de trabajo. Y hay dos grandes pasiones que pueden poner en peligro el rendimiento
y la supervivencia del grupo laborante: la pasión erótica y la pasión tanática, el desorden
del amor y el desorden de la violencia: Ambas pasiones, aunque contrarias, mantienen
estrechas relaciones entre sí: la pasión erótica puede llevar a los amantes a afirmar su deseo
aun a riesgo de morir, y la lucha a muerte entre los miembros del grupo {generalmente entre
los varones) puede deberse a una rivalidad por la posesión sexual (de las mujeres). Por eso,
las dos grandes prohibiciones sobre las que se funda toda sociedad humana son el tabú
del sexo y el tabú del asesinato. Ambos tabúes, al limitar los movimientos desordenados
del amor y de la violencia, tratan de regular los dos azarosos acontecimientos de los que
depende la vida humana: el nacimiento y la muerte. La ley social prohíbe entregarse al amor
y a la violencia de forma indiscriminada, sobre todo en el interior del propio grupo y durante
el tiempo de trabajo; en cambio, prescribe practicarlos en ciertas ocasiones, con ciertas
personas, sobre todo con personas ajenas al propio grupo, con las que cabe establecer
relaciones de alianza matrimonial o de guerra. En una palabra, la ley social prohíbe el
primado de la inmediatez animal, y lo condena como el mal por excelencia, como
aquello que pone en peligro la supervivencia del individuo y del grupo. Porque la ley
social se impone precisamente para asegurar la perduración de la vida y conjurar el temor a
la muerte, para impedir el desorden de las pasiones animales e imponer la racionalidad del
trabajo. La ley se presenta como necesaria, incluso bajo pena de muerte, precisamente para
hacer frente a la necesidad de la muerte.
2
De modo que la humanidad surge a un tiempo con el trabajo y con la ley, que son los
dos modos de que dispone el hombre para conjurar el temor a la muerte. El trabajo está en el
origen de todo conocimiento, de todos los saberes técnicos y científicos que pretenden
conocer y dominar el mundo como una totalidad de objetos exteriores al sujeto y
susceptibles de ser manipulados por él con vistas a un fin. La ley está en el origen de todos
los códigos jurídicos y morales que pretenden regular las relaciones entre los hombres y
subordinarlas a un determinado fin o bien supremo. El trabajo y la ley, la relación del
hombre con la naturaleza y las relaciones de los hombres entre sí, el encadenamiento
entre medios y fines (al que está asociado el encadenamiento entre causas y efectos) y
la subordinación de la parte al todo, del individuo a la sociedad (asegurada mediante
la secuencia entre prohibiciones y castigos, o entre prescripciones y premios),
responden a una misma lógica temporal, a una misma racionalidad calculadora, que
subordina el presente al futuro. La economía y el derecho, la ciencia y la moral coinciden
en este primado de la razón sobre el deseo, del «bien» o valor futuro sobre el «mal» o valor
presente. El hombre niega en sí la inmediatez animal y afirma el cálculo racional para
asegurar la perduración de su vida. Detrás de la racionalidad humana está la conciencia y
la angustia de la muerte. El hombre pretende conjurar la muerte mediante el trabajo y la
ley, mediante una racionalidad que es a un tiempo económica y jurídica, científica y moral,
pero lo que obtiene a cambio no es más que una vida reducida a su mera condición de
subsistencia, una vida que se limita a reproducirse con la sola voluntad de perdurar.
Por eso, la humanidad no puede dejar de negarse a sí misma, no puede dejar de negar
ese mundo del trabajo y de la ley que ella misma ha edificado, no puede dejar de negar la
negación que ella misma es, en fin, no puede dejar de afirmar el retorno de lo reprimido, el
retorno de esa inmediatez que mantiene al animal en una relación de intimidad o inmanencia
con el mundo. Evidentemente, no se trata de retroceder a la animalidad perdida, sino de
recobrar para lo humano el valor de la animalidad negada. Este segundo movimiento
constitutivo de lo humano, esta negación de la negación, que se resuelve en una
reafirmación de la inmediatez animal, pone de manifiesto una dimensión diferente de
la humanidad, sin la cual no serían comprensibles los más diversos aspectos de la
cultura. Bataille se servirá de la escuela francesa de sociología, del psicoanálisis freudiano
y de la filosofía nietzscheana para revelar la importancia de esta otra dimensión de la
experiencia humana.
Sin ella, no sería siquiera comprensible el orden de la economía, en el que
ocupan un lugar fundamental las actividades inútiles o antieconómicas. La satisfacción
inmediata del deseo hace que los objetos externos (e incluso el propio cuerpo, las propias
energías, las propias acciones) dejen de ser útiles, dejen de ser medios para un fin, y se
conviertan en fines absolutos. Esto quiere decir que ya no son consumidos para obtener
de ellos un beneficio ulterior, sino que el beneficio consiste en consumirlos por el
placer de consumirlos, sin cálculo económico alguno. Lo que ahora importa de los objetos
externos y de las propias energías no es su consumo productivo sino su gasto improductivo,
no su ahorro sino su derroche, no su ganancia sino su pérdida; no su producción sino su
destrucción, no su adquisición sino su donación. Lo que ahora importa no es la mera
perduración de la vida sino su intensificación, su exaltación, su incandescencia, aun a
riesgo de consumirla por completo, aun a riesgo de perderla. No se busca la muerte, pero
tampoco se la teme. Lo que ahora importa no es la preocupación por el futuro, sino la
afirmación del presente; no la supervivencia o perduración de uno mismo como ser
separado, sino la convivencia o comunicación con el resto de los seres; no, pues, el temor a
la muerte, sino el amor a la vida.
3
COMENTARIO DE G. CHIC: Los que conocéis mi opinión sobre este tema podréis
entender que esté en desacuerdo con el planteamiento racionalista (poniendo la razón como
única forma de pensamiento humano) del autor, que sigue en esto a la corriente del
liberalismo que inspira al marxismo. Concuerdo con él en el desarrollo de los argumentos,
pero difiero en que no entiendo que las sociedades surjan sin más por contrato social
(aunque luego puedan funcionar de acuerdo con ello, más o menos). Si partimos, como hace
Bataille (y en lo que concuerdo con él), de que el humano es un animal mamífero más, no
entiendo cómo no parte del hecho de la fuerza (implícito sin embargo en su contemplación
de la ley) como origen de todo orden, como se da en todos nuestros primos evolutivos.
Aunque señala el sentido de “valor social” del trabajo, ignora el sentido de la palabra
“virtud” o “valor” del animal o jefe dominante, que es el que impone a los otros su ley y que
los demás terminan por acatar “haciendo de necesidad virtud” y pasando a la interiorización
de la orden como un sentimiento de orden (valga el juego de palabras). Por lo demás y en
general, la reflexión que hace Bataille me parece soberbia y por eso la he copiado de la
síntesis que hace A. Campillo.
4
SELECCIÓN DE LECTURAS
Prof. Dr. Genaro Chic García
Dpto. de Historia Antigua
Universidad de Sevilla
Si tuviera que transmitir a las mujeres una lección aprendida mientras escribía este
libro, sería la de que comprender nuestra biología innata nos permite planear mejor nuestro
futuro. Actualmente, cuando tantas mujeres han ganado el control de su fertilidad y logrado
la independencia económica, podemos crear una hoja de ruta para el camino que queda.
Esto significa introducir cambios revolucionarios en la sociedad y en nuestra elección
personal de pareja, carrera y momento oportuno para tener hijos.
Desde que las mujeres consumen la década de sus veinte años en formarse y
consolidar su carrera, muchas profesionales fuerzan los límites de su reloj biológico y
tienen hijos entre los treinta y cinco y los cuarenta y pico. Un amplio tanto por ciento de
mis médicas residentes, ya en plena treintena, ni siquiera han encontrado al hombre con
quien querrían formar una familia, porque han estado muy ocupadas en forjarse una carrera.
Eso no quiere decir que las mujeres se hayan equivocado en la elección, sino que las fases
de su vida se han estirado considerablemente. En la Europa de comienzos de la Edad
Moderna las mujeres empezaban a tener hijos a los dieciséis o diecisiete años y
dejaban de tenerlos antes de llegar a los treinta. Actualmente, en la época en que «el
cerebro de mamá» se hace cargo del poder, las mujeres están completamente dedicadas a su
carrera y eso significa una lucha dura y prolongada por efecto de la sobrecarga de los
circuitos cerebrales. Las mujeres se encuentran enfrentadas a los altibajos de la
perimenopausia y la menopausia con bebés y párvulos que corretean por casa. Al mismo
tiempo tienen que ocuparse de carreras absorbentes. Si una mujer no acude a mi consulta
alrededor de los treinta y cinco años para comentar los retos de su fertilidad y profesión, es
que vendrá alrededor de los cuarenta y cinco diciendo que no le queda tiempo para la
perimenopausia. No puede permitirse perder la memoria y preocuparse por estados de
humor que la entristecen, porque sus hormonas estén desbaratadas.
¿Qué significa todo esto en términos de la biología innata del cerebro de las
mujeres? No significa que las mujeres deban apartarse de una maternidad combinada con la
profesión; sólo significa que les conviene tener una idea de los malabarismos que deberán
hacer a partir de la adolescencia. Sin duda, no es posible que nadie pueda ver tras la vuelta
de la esquina de nuestras vidas y prever todos los tipos de apoyo que necesitaremos. De
cualquier modo, constituye un primer paso importante para el control de nuestro destino
comprender lo que ocurre en nuestro cerebro en cada fase. Uno de los desafíos de los
tiempos modernos estriba en ayudar a la sociedad a que apoye mejor nuestras aptitudes
naturales y nuestras necesidades femeninas.
El propósito de este libro era ayudar a las mujeres en el curso de los diferentes
cambios que acaecen en sus vidas: son virajes tan grandes que crean auténticas variaciones
en la percepción de la realidad que tiene una mujer, en sus valores y en las cosas que
1
merecen su atención. Si logramos entender de qué modo están configuradas nuestras vidas
por la química del cerebro, percibiremos quizá mejor el camino que nos que- da por
recorrer. Es importante visualizarlo y planear lo que ha de venir. Espero que este libro haya
contribuido a la descripción de la realidad femenina.
Hay quien desea que no existan diferencias entre hombres y mujeres. En la década de los
setenta, en la Universidad de California, en Berkeley, la consigna entre las mujeres jóvenes
era «unisex obligatorio», lo cual significaba que parecía políticamente incorrecto mencionar
siquiera la diferencia de sexos. Todavía quedan quienes creen que para que las mujeres
logren la igualdad, la norma debe ser unisex. Sin embargo, la realidad biológica señala
que no existe un cerebro unisex. Está arraigado el temor a la discriminación basada en la
diferencia, y durante muchos años, quedaron sin examinar científicamente las nociones
acerca de las diferencias de los sexos, por miedo a que las mujeres no pudieran reclamar la
igualdad con los hombres. La pretensión, empero, de que mujeres y hombres son lo
mismo, a la vez que perjudica a ambos daña, en definitiva, a las mujeres. La
perpetuación de la norma masculina mítica significa desconocer las diferencias biológicas
reales de las mujeres en gravedad, vulnerabilidad y tratamiento de las enfermedades.
También deja de lado las diferentes formas en que ellas procesan las ideas y por ende
perciben lo que es importante.
Asumir la norma masculina significa también minusvalorar los poderosos
recursos y talentos específicos del sexo que tiene el cerebro femenino. Hasta el presente,
las mujeres han tenido que efectuar una intensa adaptación cultural y lingüística en el
mundo del trabajo. Hemos luchado por acomodarnos a un mundo masculino; después de
todo, los cerebros de las mujeres están estructurados para ser eficaces en los cambios.
Espero que este libro haya sido una guía para las mentes y la conducta vital de las mujeres,
para nosotras, nuestros maridos, madres, hijos, colegas masculinos y amigos. Quizás esta
información ayudará a los hombres a empezar a ajustarse a nuestro mundo.
Cuando pregunto a casi todas las mujeres que he visto en mi consulta cuáles serían
sus tres deseos primordiales si el hada madrina moviera su varita mágica y se los
concediera, dicen: «Alegría en mi vida, una relación satisfactoria y menos estrés con más
tiempo para mí». Nuestra vida moderna -la doble variación de la carrera y la
responsabilidad básica del hogar y la familia- ha sido la causa de que dichos fines sean
particularmente difíciles de lograr. Estamos estresadas por esas aspiraciones y la principal
causa de represión y angustia es el estrés. Uno de los grandes misterios de nuestra vida es la
razón por la cual, como mujeres, estamos tan consagradas a mantener el contrato social
habitual que a menudo actúa contra los circuitos naturales de los cerebros femeninos y de
nuestra realidad biológica.
Durante la década de los noventa y el comienzo de este milenio se ha ido revelando
un nuevo conjunto de ideas y hechos científicos acerca del cerebro femenino. Tales
verdades biológicas han constituido un vigoroso estímulo para la reconsideración del
contrato social de una mujer. Al escribir este libro me he enfrentado con dos voces en mi
cabeza: una es la verdad científica; la otra la corrección política. He optado por
subrayar la verdad científica por encima de la corrección política, aun cuando las
verdades científicas no sean siempre bien acogidas.
He tratado a miles de mujeres durante los años en que mi clínica ha funcionado. Me
han explicado los detalles más íntimos de los acontecimientos de su infancia, adolescencia,
decisiones profesionales, elección de pareja, sexo, maternidad y menopausia. Mientras los
circuitos del cerebro femenino no han cambiado mucho en un millón de años, los retos
modernos de las diferentes fases de la vida femenina son notablemente distintos de los que
conocieron nuestras antepasadas.
2
Aun cuando existen actualmente demostradas diferencias científicas entre los
cerebros de hombres y mujeres, la nuestra es en muchos sentidos como una Edad de
Oro de Pericles para las mujeres. La época de Aristóteles, Sócrates y Platón fue la
primera en la historia de Occidente en que los hombres ganaron recursos suficientes para
disfrutar de ocio y dedicarlo a iniciativas intelectuales y científicas. El siglo XXI es la
primera etapa de la historia en que las mujeres se encuentran en una posición similar. No
sólo disponemos de un control crítico sin precedentes sobre nuestra fertilidad, sino también
de medios económicos independientes en una economía en cadena. Los progresos
científicos en la fertilidad femenina nos han dado enormes opciones. Podemos escoger
cuándo y cómo tener hijos -o no tener- durante muchos más años de nuestra vida. Ya no
dependemos económicamente de los hombres y la tecnología nos ha proporcionado
flexibilidad para combinar las obligaciones profesionales y las domésticas a la vez y en
el mismo lugar. Estas opciones proporcionan a la mujer el don de emplear su cerebro
femenino para crear un nuevo paradigma, referente a la manera en que rigen su vida
profesional, reproductiva y personal.
Vivimos en el seno de una revolución en la conciencia sobre la realidad
biológica femenina, que transformará la sociedad humana. No puedo predecir la
naturaleza exacta del cambio, pero sospecho que será una modificación desde las ideas
simplistas a las ideas profundas, sobre las transformaciones que necesitamos hacer a gran
escala. Si la realidad externa es la suma total de las maneras en que la gente la concibe,
nuestra realidad externa sólo cambiará cuando el concepto predominante de la misma se
modifique. La realidad femenina son los hechos científico correspondientes a cómo
funciona el cerebro femenino; cómo percibe la realidad, responde a emociones, lee las
emociones de los demás, provee y cuida a otros. Está aclarándose científicamente la
necesidad de las mujeres en cuanto a funcionar a plena potencia y a usar los talentos innatos
de su cerebro. Las mujeres cuentan con un imperativo biológico para insistir en que un
nuevo contrato social las tenga en cuenta a ellas y a sus necesidades. Nuestro futuro y el de
nuestros hijos dependen de ello.
3
SELECCIÓN DE LECTURAS
Prof. Dr. Genaro Chic García
Dpto. de Historia Antigua
Universidad de Sevilla
R.- Ésa otra de las cosas que ha molestado a los musulmanes, porque el discurso del Papa en
[la Universidad de] Ratisbona [2006] daba una visión equivocada de lo que es la yihad 2 . La
yihad es un bello concepto espiritual que, básicamente, significa que cumplir con la
voluntad de Dios no es una cosa fácil, es una lucha en la que hay que hacer sacrificios y
controlar las bajas pasiones, la venganza, la pereza, el enfado, la ira. ..Es una lucha que dura
toda la vida. Y los musulmanes, además, tienen que luchar en contra de la injusticia, de la
opresión. A veces esta lucha puede implicar el uso de la violencia, pero eso es lo más
infrecuente. La mayoría de los musulmanes que conozco recorren el camino que va desde el
nacimiento hasta la muerte sin involucrarse en la violencia. Es un error pensar que los
musulmanes, en base a creencias religiosas, están obligados a tomar las armas ya actuar de
manera violenta.
1
Secretario para el Diálogo Religioso de la compañía de Jesús y ex responsable del
departamento especializado en islam del Vaticano. Doctor en teología islámica por la
Universidad de Chicago.
2
Voz árabe que significa esfuerzo. El término dar al-yihad se suele asimilar a dar al-harb,
“escenario del esfuerzo”, y comprende los confines y lugares fronterizos de los países
musulmanes.
subsistencia; de modo que estos bienes se convierten a su vez en medios para ese otro fin
que es renovar la energía del cuerpo. Y la energía del cuerpo, a su vez, es la principal
herramienta de que dispone el hombre, el medio del que ha de servirse para obtener
nuevamente los fines del trabajo. En el mundo del trabajo, todos los fines son relativos,
son a un tiempo medios para otros fines, de modo que unos y otros sé sitúan en el
mismo plano, se remiten entre sí circularmente, en una cadena interminable. El propio
hombre se convierte en un útil, en un elemento funcional de la cadena reproductora, y
todas sus acciones deben subordinarse a ella. El hombre no adquiere condición de sujeto
(separado del mundo de los objetos, capaz de conocerlos y utilizarlos para su provecho) más
que convirtiéndose, simultáneamente, en un objeto para sí mismo, en una cosa clara y
distinta, susceptible de ser conocida, y utilizada.
Pero, ¿por qué abandona el hombre la relación de intimidad o de inmanencia que le
une a los otros seres y entabla con ellos una relación de exterioridad, de trascendencia, de
separación?, ¿por qué se reduce a sí mismo a la condición de objeto útil, sometiéndose a la
lógica del trabajo y del cálculo económico?, ¿por qué se convierte en un mero eslabón de
la cadena, en una mera función del proceso de reproducción material?, ¿por qué
subordina el presente al futuro? Precisamente porque el temor al futuro, que no es
sino el temor a la muerte, pesa angustiosamente sobre él. El hombre trabaja para evitar la
muerte y asegurar la perduración de la vida. Es el temor a la muerte el que hace del hombre
un trabajador, un ser que niega en sí mismo el presente para asegurarse el futuro. De modo
que la humanidad surge a un tiempo con el trabajo y con el miedo a la muerte.
Pero el trabajo humano surge como una actividad social, como una actividad
colectiva que requiere la coordinación funcional de las acciones y la subordinación o
encadenamiento teleológico de las mismas. Ahora bien, esto no puede conseguirse si no se
prohíbe la satisfacción inmediata del deseo, si no se pone en suspenso el primado de la
inmediatez animal. La supervivencia del individuo y del grupo dependen del trabajo
colectivo, pero el éxito del trabajo depende de la instauración de leyes que prohíban la
irrupción repentina y desordenada de las pasiones animales, al menos durante el
tiempo de trabajo. Y hay dos grandes pasiones que pueden poner en peligro el rendimiento
y la supervivencia del grupo laborante: la pasión erótica y la pasión tanática, el desorden
del amor y el desorden de la violencia: Ambas pasiones, aunque contrarias, mantienen
estrechas relaciones entre sí: la pasión erótica puede llevar a los amantes a afirmar su deseo
aun a riesgo de morir, y la lucha a muerte entre los miembros del grupo {generalmente entre
los varones) puede deberse a una rivalidad por la posesión sexual (de las mujeres). Por eso,
las dos grandes prohibiciones sobre las que se funda toda sociedad humana son el tabú
del sexo y el tabú del asesinato. Ambos tabúes, al limitar los movimientos desordenados
del amor y de la violencia, tratan de regular los dos azarosos acontecimientos de los que
depende la vida humana: el nacimiento y la muerte. La ley social prohíbe entregarse al amor
y a la violencia de forma indiscriminada, sobre todo en el interior del propio grupo y durante
el tiempo de trabajo; en cambio, prescribe practicarlos en ciertas ocasiones, con ciertas
personas, sobre todo con personas ajenas al propio grupo, con las que cabe establecer
relaciones de alianza matrimonial o de guerra. En una palabra, la ley social prohíbe el
primado de la inmediatez animal, y lo condena como el mal por excelencia, como
aquello que pone en peligro la supervivencia del individuo y del grupo. Porque la ley
social se impone precisamente para asegurar la perduración de la vida y conjurar el temor a
la muerte, para impedir el desorden de las pasiones animales e imponer la racionalidad del
trabajo. La ley se presenta como necesaria, incluso bajo pena de muerte, precisamente para
hacer frente a la necesidad de la muerte.
2
De modo que la humanidad surge a un tiempo con el trabajo y con la ley, que son los
dos modos de que dispone el hombre para conjurar el temor a la muerte. El trabajo está en el
origen de todo conocimiento, de todos los saberes técnicos y científicos que pretenden
conocer y dominar el mundo como una totalidad de objetos exteriores al sujeto y
susceptibles de ser manipulados por él con vistas a un fin. La ley está en el origen de todos
los códigos jurídicos y morales que pretenden regular las relaciones entre los hombres y
subordinarlas a un determinado fin o bien supremo. El trabajo y la ley, la relación del
hombre con la naturaleza y las relaciones de los hombres entre sí, el encadenamiento
entre medios y fines (al que está asociado el encadenamiento entre causas y efectos) y
la subordinación de la parte al todo, del individuo a la sociedad (asegurada mediante
la secuencia entre prohibiciones y castigos, o entre prescripciones y premios),
responden a una misma lógica temporal, a una misma racionalidad calculadora, que
subordina el presente al futuro. La economía y el derecho, la ciencia y la moral coinciden
en este primado de la razón sobre el deseo, del «bien» o valor futuro sobre el «mal» o valor
presente. El hombre niega en sí la inmediatez animal y afirma el cálculo racional para
asegurar la perduración de su vida. Detrás de la racionalidad humana está la conciencia y
la angustia de la muerte. El hombre pretende conjurar la muerte mediante el trabajo y la
ley, mediante una racionalidad que es a un tiempo económica y jurídica, científica y moral,
pero lo que obtiene a cambio no es más que una vida reducida a su mera condición de
subsistencia, una vida que se limita a reproducirse con la sola voluntad de perdurar.
Por eso, la humanidad no puede dejar de negarse a sí misma, no puede dejar de negar
ese mundo del trabajo y de la ley que ella misma ha edificado, no puede dejar de negar la
negación que ella misma es, en fin, no puede dejar de afirmar el retorno de lo reprimido, el
retorno de esa inmediatez que mantiene al animal en una relación de intimidad o inmanencia
con el mundo. Evidentemente, no se trata de retroceder a la animalidad perdida, sino de
recobrar para lo humano el valor de la animalidad negada. Este segundo movimiento
constitutivo de lo humano, esta negación de la negación, que se resuelve en una
reafirmación de la inmediatez animal, pone de manifiesto una dimensión diferente de
la humanidad, sin la cual no serían comprensibles los más diversos aspectos de la
cultura. Bataille se servirá de la escuela francesa de sociología, del psicoanálisis freudiano
y de la filosofía nietzscheana para revelar la importancia de esta otra dimensión de la
experiencia humana.
Sin ella, no sería siquiera comprensible el orden de la economía, en el que
ocupan un lugar fundamental las actividades inútiles o antieconómicas. La satisfacción
inmediata del deseo hace que los objetos externos (e incluso el propio cuerpo, las propias
energías, las propias acciones) dejen de ser útiles, dejen de ser medios para un fin, y se
conviertan en fines absolutos. Esto quiere decir que ya no son consumidos para obtener
de ellos un beneficio ulterior, sino que el beneficio consiste en consumirlos por el
placer de consumirlos, sin cálculo económico alguno. Lo que ahora importa de los objetos
externos y de las propias energías no es su consumo productivo sino su gasto improductivo,
no su ahorro sino su derroche, no su ganancia sino su pérdida; no su producción sino su
destrucción, no su adquisición sino su donación. Lo que ahora importa no es la mera
perduración de la vida sino su intensificación, su exaltación, su incandescencia, aun a
riesgo de consumirla por completo, aun a riesgo de perderla. No se busca la muerte, pero
tampoco se la teme. Lo que ahora importa no es la preocupación por el futuro, sino la
afirmación del presente; no la supervivencia o perduración de uno mismo como ser
separado, sino la convivencia o comunicación con el resto de los seres; no, pues, el temor a
la muerte, sino el amor a la vida.
3
COMENTARIO DE G. CHIC: Los que conocéis mi opinión sobre este tema podréis
entender que esté en desacuerdo con el planteamiento racionalista (poniendo la razón como
única forma de pensamiento humano) del autor, que sigue en esto a la corriente del
liberalismo que inspira al marxismo. Concuerdo con él en el desarrollo de los argumentos,
pero difiero en que no entiendo que las sociedades surjan sin más por contrato social
(aunque luego puedan funcionar de acuerdo con ello, más o menos). Si partimos, como hace
Bataille (y en lo que concuerdo con él), de que el humano es un animal mamífero más, no
entiendo cómo no parte del hecho de la fuerza (implícito sin embargo en su contemplación
de la ley) como origen de todo orden, como se da en todos nuestros primos evolutivos.
Aunque señala el sentido de “valor social” del trabajo, ignora el sentido de la palabra
“virtud” o “valor” del animal o jefe dominante, que es el que impone a los otros su ley y que
los demás terminan por acatar “haciendo de necesidad virtud” y pasando a la interiorización
de la orden como un sentimiento de orden (valga el juego de palabras). Por lo demás y en
general, la reflexión que hace Bataille me parece soberbia y por eso la he copiado de la
síntesis que hace A. Campillo.
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SELECCIÓN DE LECTURAS
Prof. Dr. Genaro Chic García
Dpto. de Historia Antigua
Universidad de Sevilla
CREENCIAS
J. BRIS, "Raimon Panikkar: Un puente entre Oriente y Occidente" (entrevista), Iris, 12, Enero
2005, p. 2:
PREGUNTA: ¿Por qué ahora se cree en una Democracia, una Banca y un Mercado
Mundial y antes se creía en un Dios, una Civilización, una Cultura?
R.: Primero, porque la humanidad debe siempre creer en alguna cosa. O sea, que no
hay hombre ni periodo histórico que no crea en alguna cosa. Y esto que se cree, lo es tan
profundamente, porque ni siquiera se cree que se cree en ello. Y esto es lo que yo llamo un
mito. Y, en consecuencia, ya no se pregunta, porque se ve evidente que, si no, iríamos al
infinito: ¿Por qué, por qué, por qué...?. Allí donde todos los porqués se paran y uno cree en ello,
pues esto es lo que es un mito. Es que la creencia es una cosa muy fuerte y muy peligrosa. Y
ahora, como estamos dentro de esta cultura y no hemos sabido integrar la visión profunda de las
otras culturas, las hemos tolerado como folclore: muy bien, Vd. viste como quiera, o puede
danzar, o comer con las manos, o ir a un restaurante chino. Esto no es... Por esto, yo tampoco
creo en la multiculturalidad. Yo creo en la interculturalidad. La multiculturalidad es aquello de
lo que nosotros nos enorgullecemos. Porque, como soy multicultural, puedo tolerarte a ti, y a ti,
y a ti... y yo estoy por encima. Pues tampoco. Y, en consecuencia, no hemos salido del
colonialismo. Y la esencia del colonialismo es el monoculturalismo. Y esto es falta de
conocimiento de otras culturas y, evidentemente, también falta de respeto.
1
MASTER EN SISTEMAS DE
CAPACITACIÓN EMPRENDEDORA
Describe cómo incluirías los aspectos que más te han llamado la atención, y otros que
consideres oportunos, en un Sistema de Formación para Capacitación de Emprendedores y
con qué finalidades.