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Indice

HABLEMOS DEL DIABLO


Sobre el autor
Hablemos del Diablo
1. Hablemos del Diablo
Inteligencia versus Revelación
Las tácticas de siempre
Los Padres de la Iglesia
Hablemos del Diablo
2. Los Nombres del Diablo
Tres nombres
Tres imágenes
Otros nombres
El Maligno
3. La primera aparición del Diablo
La voz de Dios
El paraíso perdido
4. El Diablo nos tienta
La puerta de la mente
Cómo derrotar al tentador
La oración
La Palabra
El ayuno
Paz en la tormenta
5. Los tentados por el Diablo
La tentación de Luzbel
Adán y Eva
Caín y Saúl
Moisés
Sansón
David
Pedro
Nuestras tentaciones
6. El Diablo quiere reinar en nosotros
La enseñanza de Jesús
La sanación
Expulsión de los malos espíritus
Desde el Génesis
7. La batalla contra el Diablo
Todos somos enviados

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También nosotros
Nos ataca siempre
También a los buenos…
La manera de ingresar
Los traumas de las personas
Lo toma o lo deja
8. “Líbranos del mal”
El poder del Maligno
Jesús ataca
Tenemos que defendernos
9. El espiritismo
Enseñanzas básicas del Espiritismo
Una reunión espiritista
¿Qué dice la ciencia?
Orientación cristiana
¿Los espíritus o el Espíritu?
10. El satanismo
¿Adorar al diablo?
El satanismo siempre ha existido
Los ritos satánicos
Cómo se llega a estas situaciones diabólicas
Tristes consecuencias
11. Música satánica
Mensajes que inculcan
Conjuntos satánicos
Cinco pasos hacia el satanismo
El relativismo moral
El entorno familiar
12. El exorcismo
Entregó este poder a sus discípulos
Distinción entre posesión y obsesión
Un ministerio de la Iglesia
Iglesia victoriosa
13. Los exorcismos de Jesús
El hombre de la sinagoga
El endemoniado de Gerasa
La hija de la mujer cananea
El muchacho epiléptico
La mujer encorvada
El combate de Jesús
Hacer lo mismo que hacía Jesús
14. ¿Cómo se hace un Exorcismo? (1º)

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“A mí no me toca…”
Destruir el reino del diablo
Posesión y opresión
Mi aprendizaje
15. ¿Cómo se hace un exorcismo? (2º)
Hablan los exorcistas
Consejos prácticos
La liberación
Lo más importante
16. Discernimiento de Espíritus
¿De Dios o del diablo?
Examínenlo todo…
Los frutos
17. La armadura contra el diablo
El casco de la Salvación
La coraza de la Justicia
El cinturón de la Verdad
El escudo de la Fe
La espada del Espíritu Santo
El calzado del Evangelio de la Paz
El guerrillero
18. Los sacramentos de liberación
Bautismo
La Reconciliación
La Eucaristía
La Unción de los Enfermos
El mal se revuelve
19. ¡Resistan al diablo!
Ataca nuestra mente
Ataca nuestro cuerpo
Ataca nuestras cosas
Resistir
20. Nuestro acusador
El caso de Job
El objetivo del diablo
La obra del Espíritu Santo
Nuestro abogado
Cambio de vestiduras
21. Satanás, ¡Fuera de mi Casa!
La contaminación del pecado
Hogares Light
La puerta abierta del rencor

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La pornografía
El ocultismo
La oración en familia

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P. HUGO ESTRADA, sdb.

HABLEMOS DEL DIABLO

Ediciones San Pablo


Guatemala

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NIHIL OBSTAT

CON LICENCIA ECLESIASTICA

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Sobre el autor

EL PADRE HUGO ESTRADA, s.d.b., es un sacerdote salesiano, egresado del Instituto Teológico Salesiano de
Guatemala. Obtuvo el título de Licenciado en Letras en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Tiene
programas por radio y televisión. Durante 18 años dirigió la revista internacional “Boletín Salesiano”.
Ha publicado 46 obras de tema religioso, cuyos títulos seran parte de esta colección. Además de las obras de
tema religioso, ha editado varias obras literarias: “Veneno tropical” (narrativa), “Asimetría del alma” (poesía), “La
poesía de Rafael Arévalo Martínez” (crítica literaria), “Ya somos una gran ciudad” (poesía), “Por el ojo de la
cerradura” (cuentos), “Selección de mis poesías” y “ Selección de mis cuentos”.

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Hablemos del Diablo

El mismo Padre Hugo Estrada, en la presentación de su libro, nos da la síntesis de su obra, cuando escribe: El
título de mi libro, “Hablemos del diablo”, a más de alguno le puede parecer agresivo, y lo es. Precisamente en él
quiero exponer que, en estos tiempos de tanta confusión con respecto al diablo, cuando muchos intelectuales —
también algunos eclesiásticos— tienen miedo de abordar este tema, los cristianos, a la luz de la Biblia y del
Magisterio de nuestra Iglesia, no debemos tener miedo de hablar abiertamente del diablo, como lo hicieron Jesús,
los Apóstoles y los grandes Santos de nuestra Iglesia. Aquí no se trata de enfocar “morbosamente” con curiosidad
malsana el tema del diablo. Aquí se busca abordar con sencillez este tema, con confianza plena, en la iluminación
del Espíritu Santo en la Biblia y en el Magisterio de nuestra Iglesia.

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1. Hablemos del Diablo

El título de mi libro, “Hablemos del diablo”, a más de alguno le puede parecer


agresivo, y lo es. En estos tiempos de tanta confusión con respecto al diablo, cuando
muchos intelectuales —también algunos eclesiásticos— tienen miedo de abordar este
tema, los cristianos, a la luz de la Biblia y del Magisterio de nuestra Iglesia, no debemos
tener miedo de hablar abiertamente del diablo, como lo hicieron Jesús, los Apóstoles y
los grandes Santos de nuestra Iglesia. En mi libro no busco exponer “morbosamente”,
con curiosidad malsana, el tema del diablo. Más bien pretendo abordar con sencillez este
tema, con confianza plena, en la iluminación del Espíritu Santo, en la Biblia y en el
Magisterio de nuestra Iglesia.
Mi objetivo en este libro es hablar abiertamente del diablo, pero no con curiosidad
malsana ni con fascinación por lo misterioso. Mi intención es exponer sencillamente lo
que nos enseña la Biblia, interpretada por el Magisterio de nuestra Iglesia. Lo que los
Padres de la Iglesia y nuestros grandes santos nos han enseñado.
Me llaman la atención los títulos de algunos libros que se refieren al tema del diablo.
El famoso teólogo René Laurentin escribió el libro titulado: “El demonio ¿símbolo o
realidad?” El profesor de la Universidad de Salamanca, José Antonio Sayés, editó el
libro: “El demonio ¿símbolo o realidad”. El también profesor de la Universidad
salmantina, Ricardo Piñero, escribió la obra titulada: “El olvido del diablo”. H. Haag se
añade a la lista con su obra: “El diablo, su existencia como problema”. Me interesan los
títulos de estos libros porque o están entre signos de interrogación, o, de entrada, hablan
de la duda acerca de la existencia del diablo. En resumidas cuentas, el diablo siempre es
signo de contradicción. Unos, niegan su existencia. Otros, sobre todo los intelectuales,
dudan de su existencia o no se atreven a hablar abiertamente de este tema. Muchos
teólogos y eclesiásticos llevan bastante tiempo de no abordar este tema en la predicación.
Mientras muchos eclesiásticos callan con respecto al tema del diablo, en la sociedad,
pululan los temas acerca del espíritu del mal, las misas negras, el ocultismo, las películas
sobre el diablo, la música satánica. Muchos de nuestros fieles laicos están
desconcertados: en el ambiente en que viven el tema del diablo se ventila con la mayor
naturalidad y morbosidad. En cambio, muchos de los pastores de la Iglesia, tienen miedo
de abordar abiertamente ese tema: no se sienten seguros al hablar del demonio. Temen
hacer el ridículo. Tenía razón Giovanni Papini, cuando en su libro, “El diablo”, afirmaba
que los teólogos “apenas cuchichean al hablar de él, como si se avergonzaran de creer en
su presencia real o si tuvieran miedo de mirarlo a la cara”. Es una de nuestras tristes
realidades en el campo eclesiástico.
Seguramente ha influido mucho la mala presentación que, repetidamente, se ha hecho
del demonio. Se le ha descrito como un medio hombre y medio animal, con barba, con

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cuernos, con rabo, con tridente. Una figura así, en lugar de suscitar interés de tipo
teológico y espiritual, más bien, inclina a desprestigiar un tema tan serio como es el del
espíritu del mal.

Inteligencia versus Revelación

En nuestra Iglesia ha habido una mala influencia de parte de algunos teólogos de


moda, que, basándose más en su brillante inteligencia, que en la Revelación de la Biblia
y el Magisterio de la Iglesia, han desorientado con sus teorías acerca del diablo, a
muchas personas. El famoso teólogo protestante, Bultmann, llegó a afirmar: “No se
puede emplear la luz eléctrica, encender la radio o, cuando se está enfermo, recurrir a la
ciencia médica y a las clínicas modernas y creer al mismo tiempo en el mundo de los
espíritus y en los milagros del Nuevo Testamento”. En el campo católico, el teólogo H.
Haag presentó su libro “El diablo, su existencia como problema”, en el que va contra la
enseñanza del Magisterio de nuestra Iglesia, acerca del diablo. El mencionado teólogo
llegó a decir que su opinión con el tiempo sería aceptada por todos. El escritor y
sacerdote, José Antonio Sayés, cuenta que en su época de seminario, nunca les hablaron
del demonio. Todas estas circunstancias han venido a minar entre algunos eclesiásticos e
intelectuales, la sana enseñanza de la Iglesia con relación del diablo. Son muchos los que
se han dejado fascinar por las brillantes exposiciones de algunos teólogos, que le dan
más importancia a su talento humano que a la “revelación bíblica” y a la enseñanza de la
Iglesia.
Algunos llegaron a sostener que Jesús “se adaptó” a la mentalidad de su tiempo con
respecto al concepto que tenían acerca de los malos espíritus y del diablo; pero que
Jesús, de ninguna manera, avaló esa mentalidad primitiva. Esta opinión nos hace
plantearnos algunas preguntas. Ninguno estaba presente cuando Jesús tuvo sus
tentaciones en el desierto. Es lógico que fue el mismo Jesús el que compartió con sus
discípulos esta experiencia de su vida. Pero, si Jesús no creía en el diablo, ¿con quién se
encontró en el desierto? ¿Con algún fantasma? Si no creía en el diablo, ¿por qué en sus
exorcismos le ordenaba al demonio que saliera de los individuos? ¿Estaba fingiendo
Jesús? ¿Estaba representando una especie de teatro? Si Jesús no creía en el diablo,
entonces, les mintió a los apóstoles, cuando les aseguró que les daba poder para
“expulsar espíritus malos”.
El tema del diablo, como enemigo de Dios y de los hombres, es un tema básico en la
historia de la salvación. El diablo aparece en el primer libro de la Biblia, en el Génesis,
bajo el símbolo de una serpiente. En el libro del Apocalipsis se habla de la derrota
definitiva del espíritu del mal. No es posible que el gran Maestro Jesús nos dejara en la
ignorancia y en la duda en relación a un tema tan importante en la historia de la

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salvación. Bien opina con respecto a este tema, el teólogo Adolf Rodewiyk, cuando
escribe: “Cristo no podía dejar a los hombres en la confusión y la ignorancia. Era
oportuno que hablara. Jesús siempre intervenía ante los discípulos para aclararles los
puntos básicos de la historia de la salvación. ¡Qué triste pensar que Jesús nos dejó en la
oscuridad con respecto al diablo y su obra nefasta contra el Reino de Dios!”
El teólogo Ricardo Piñero, que escribió el libro “El olvido del diablo”, expone: “La
Biblia no pretende hacer un compendio de demonología, sino tan sólo constatar que el
diablo es un personaje fundamental, tan relevante que sólo en el Nuevo Testamento —
libros históricamente bien probados — las referencias al Adversario superan el medio
millar, y son bien conocidas las escenas de lucha que narra el Apocalipsis. Una de las
claves de lectura de los Evangelios —no la única, ni la eminente— es, desde luego, el
combate de Cristo mismo contra el diablo, una lucha que termina con el triunfo soberano
de Jesús sobre “el príncipe de este mundo”.
El cristianismo se basa en la vida, obra y enseñanza de Jesús. San Juan,
contundentemente, escribe: “Para eso apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras
del diablo” (1Jn 3,8). Pedro definió la obra de Jesús, cuando dijo: “Jesús pasó haciendo
el bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo” (Hch 10,38). Jesús
resucitado, en su aparición a Pablo, lo envió a los paganos, advirtiéndole que lo mandaba
para que los paganos “no sigan bajo el poder de Satanás, sino que sigan a Dios” (Hch
26,18). Cuando vuelven los apóstoles y los setenta y dos discípulos de su misión
evangelizadora, llegan gritando: “¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu
nombre!” (Lc 10,17) Jesús les responde: “Yo vi que Satanás caía del cielo como un
rayo” (Lc 10.18). Las palabras “Satanás y diablo” quedan vaciadas de todo sentido, si el
diablo es algo mitológico de pueblos primitivos.

Las tácticas de siempre

El teólogo Dámaso Zahringer, escribe: “Más de una vez se ha dicho, y no sin razón,
que la primera y mayor argucia del diablo consiste en negarse a sí mismo: que el mejor
presupuesto para que él logre sus objetivos es poner en duda o negar su existencia”.
Denis Rougemont comenta que es como el que diablo nos dijera: “No soy nadie. ¿De
qué tienes miedo? ¿Vas a ponerte a temblar ante lo que no existe?” Monseñor Alfonso
Uribe, muy duramente, llamaba “idiotas útiles” a los teólogos y predicadores que le
siguen el juego al diablo, afirmando que no existe, pues de esta manera, el espíritu del
mal puede obrar a sus anchas.
Por otra parte, a muchos les conviene aceptar que el diablo es un “invento de los
curas” para tener dominados a los fieles. Así tienen mano libre para su vida licenciosa;
para ser los “señores” de su propia existencia. Por eso mismo, también se empecinan en

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afirmar que el infierno no existe. Lo triste del caso es que cuando se convenzan de su
existencia, ya van a estar a las puertas del infierno mismo, sin posibilidad de retornar.
El “Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica”, al referirse al diablo, apunta:
“Con la expresión “caída de los ángeles” se indica que Satanás y los otros demonios, de
los que hablan la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia, eran inicialmente ángeles
creados buenos por Dios, que se transformaron en malvados porque rechazaron a Dios y
a su Reino, mediante una libre e irrevocable elección, dando así origen al infierno. Los
demonios intentan asociar al hombre a su rebelión contra Dios, pero Dios afirma en
Cristo su segura victoria sobre el Maligno” (#74). En el mismo “Compendio del
catecismo de la Iglesia Católica” se enseña que Jesús en la cruz venció al diablo ( #125).
Si el diablo es una fábula, según algunos teólogos, ¿a quién venció Jesús en la cruz? Son
muchas las inconsecuencias que resultarían en los Evangelios, si el demonio es sólo una
fábula y no un ser espiritual y personal, como lo presenta la Biblia y la Tradición de la
Iglesia.

Los Padres de la Iglesia

Se llama “Padres de la Iglesia” a los doctos y santos escritores de los primeros


tiempos de la Iglesia. Algunos de ellos fueron discípulos de los apóstoles. Sus escritos
son muy importantes para la interpretación bíblica, porque transmiten la enseñanza
recibida de los apóstoles. Los Padres de la Iglesia no tuvieron temor de hablar del diablo
como lo hacían Jesús y los apóstoles. Dice José Antonio Sayés: “No hay ni un solo Padre
que haya dudado de la existencia del demonio, así como de su carácter personal”.
En los diccionarios modernos de teología, se resume la doctrina de la Iglesia, con
respecto al demonio, en estos puntos básicos:
1. El diablo es un ser espiritual que se opone a Dios.
2. Es muy poderoso y se manifiesta de muchas formas.
3. Puede afectar la personalidad misma de todo hombre y mujer, y ha causado estragos
a través de toda la creación.
4. Únicamente Cristo pudo vencerlo.
5. La muerte de Cristo fue esencial para esta victoria.
6. El diablo será totalmente vencido al final de los tiempos.
Con la valentía, que le caracterizaba, Pablo VI, ante las teorías negativas de algunos

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teólogos, con respecto a la existencia del demonio, no tuvo miedo de declarar: “El mal
no es sólo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y
pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Sale del cuadro de la enseñanza
bíblica y eclesiástica el que se niega a reconocerla como existente, o el que hace de ella
un principio subsistente, que no tiene, como toda criatura, su origen en Dios, o incluso la
explica como una pseudorrealidad, una personificación conceptual y fantástica de las
causas ignoradas de nuestras desgracias” (15 de noviembre de 1972).
Ciertamente en esta catequesis, el Papa no tenía en mente a los fieles laicos, sino a los
intelectuales eclesiásticos y a teólogos, que hacían gala de su ingenio oponiéndose a la
sana doctrina de la Biblia y de la Tradición de la Iglesia.

Hablemos del Diablo

Muy acertadamente el teólogo y novelista Carl Lewis afirma: “Hay dos errores iguales
y opuestos, en los cuales el género humano puede caer a propósito de los diablos. Uno es
no creer en su existencia. El otro es creer en ella y sentir un interés excesivo y malsano
por ellos. Por su parte, a ellos les gusta por igual uno y otro error y saludan con idéntico
placer al materialista y al mago”.
Un proverbio chino dice: “Conócete y conoce a tu enemigo y ganarás cien veces en
cien batallas”. Muchos, por desconocer lo que enseña la Biblia y la Iglesia acerca del
diablo, han caído incautamente en las redes del “padre de la mentira”, que los ha
“zarandeado” y los sigue “zarandeando”, como a Pedro, cuando se metió a pelear con el
diablo sin el poder de Jesús. Son muchos los que llegan a misa el domingo y, al mismo
tiempo, a la primera dificultad de su vida, corren a pedir ayuda en centros espiritistas o
de adivinación. Se llaman cristianos y, no tienen reparos en ser adictos a los horóscopos
y a cuantas “cosas raras” les aconsejan a la vuelta de la esquina de su casa.
Jesús y los apóstoles no tuvieron miedo de hablar abiertamente del diablo. Nuestros
santos se refirieron sin pelos en la lengua a la maléfica acción del demonio. Nuestra
Iglesia, en el Concilio IV de Letrán, en el Concilio de Trento, en el Vaticano II, en el
Catecismo, de manera especial, ha expuesto sin complejos las directivas para no dejarse
sorprender por el espíritu del mal. Un cristiano maduro no puede vivir en la ignorancia
con respecto a la personalidad del diablo y de sus tácticas para atacar y confundir a los
cristianos. Bien lo inculcó el Papa Pablo VI, cuando escribió: “¿Cuáles son hoy las
mayores necesidades de la Iglesia? No les cause extrañeza como algo simplista, e
inclusive, como supersticioso e irreal, nuestra respuesta: una de las mayores necesidades
es defendernos de aquel mal, que llamamos demonio”. Más adelante, Pablo VI agrega:
“El demonio y la influencia que puede ejercer sobre cada persona, así como

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comunidades, sobre enteras sociedades o sobre diversos acontecimientos, es un capítulo
muy importante de la doctrina católica en moda de volver a ser estudiado”. Es por eso
que no debemos tener miedo de “hablar del diablo” y tomar “toda la armadura de Dios”
para no dejarnos sorprender por sus ataques, y para ayudar a los que son confundidos por
el espíritu del mal.
Un cristiano maduro no le tiene miedo al diablo, como no se lo tuvieron los apóstoles,
los Padres de la Iglesia y nuestros grandes santos. Un cristiano instruido es consciente de
lo que dice la Palabra de Dios: “El que está en ustedes es más poderoso que el que está
en el mundo“ (1Jn 4,4). Es muy aleccionadora la imagen del diablo, como un perro, que
está amarrado a la cruz de Cristo; con sus insistentes ladridos nos puede asustar; pero
hay que tener presente que ese diablo, amarrado a la cruz de Jesús, sólo se puede mover
lo que la cadena le permite. Mientras no nos acerquemos imprudentemente a él, nada
puede contra nosotros. El cristiano de corazón, más que hablar del diablo y tenerle
miedo, busca siempre estar bien agarrado de la mano de Jesús. Por sus manos divinas
sólo podemos ser conducidos por nuestro Buen Pastor a “verdes pastos y a aguas
tranquilas” (Sal 23).

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2. Los Nombres del Diablo

El nombre de una persona para los orientales de los tiempos bíblicos tenía una
significación muy personal; intentaba definir la personalidad del individuo. Jacob
significa “tramposo”. Cuando Jacob se convierte, al ser vencido por el ángel de Dios, el
emisario angélico le cambia de nombre: lo llama Israel, que significa “príncipe con
Dios”. El tío de Jacob se llamaba Labán, que significa “rubio”. Bernabé significa “hijo
de la consolación. Bernabé se distinguía por su bondad. Jesús quiere decir “Salvador”;
fue el nombre que el ángel les dio a José y María para su Hijo, porque la misión de Jesús
era ser Salvador de los hombres. El oriental bíblico, por medio del nombre, trataba de
traducir la personalidad o la cualidad de una persona.
La Biblia menciona varios nombres del espíritu del mal; por medio de ellos nos está
definiendo quién es este personaje perverso que causa tantos males a la humanidad.
Recordemos algunos de los nombres que la Biblia le da al mal espíritu; por medio de
esos nombres podemos profundizar más en la personalidad de este maléfico personaje.

Tres nombres

La Biblia, al espíritu del mal lo llama: Satanás, Beelzebú, y diablo. Cada uno de estos
nombres nos ayuda a penetrar más hondamente en la personalidad de este misterioso ser,
que es la esencia del mal.
SATANÁS significa “adversario”, “enemigo”. El diablo es enemigo de Dios y de los
hijos de Dios. Según la tradición, el diablo fue creado como un ángel bueno. Los
ángeles, para poder conservar el estado de perfección en que habían sido creados, fueron
sometidos a una prueba. Lucifer, que quiere decir “lleno de luz”; era el nombre del ángel
que no aceptó servir en todo a Dios. Se rebeló y arrastró a muchos otros ángeles en su
rebeldía. Todos los ángeles rebeldes se convirtieron en “demonios”, que es el nombre
que se les da a los espíritus malvados. Así se originó el infierno, que es el estado de
Satanás y los demonios. Demonio, en el lenguaje cristiano, significa “un ser hostil a
Dios y a los hombres”.
Jesús, en la parábola del trigo y la cizaña, dice que es “un enemigo” el que ha
sembrado la cizaña en medio del trigo (Mt 13,28). Satanás es el enemigo de Dios, que
intenta siempre impedir que la Palabra de Dios penetre en el corazón de los hombres.
San Pablo les escribía a los Tesalonisences y les decía que había querido varias veces ir a
visitarlos pero que “Satanás lo estorbó” (1Tes 2, 18). La obra de Satanás es impedir que

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la gracia de Dios llegue a los hombres.
DIABLO, en griego, quiere decir “falso acusador”. El papel del diablo es calumniar a
Dios. A los primeros seres humanos les presenta a Dios como un “mentiroso”; les ha
dicho que si comen del fruto del árbol del bien y del mal habrá muerte; pero lo que busca
es que no coman de ese fruto para que no sean como Él, para que no sepan lo mismo que
Él sabe. El diablo quiere que Adán y Eva pierdan la “confianza” en Dios (Gen 3,5). Una
vez perdida la confianza, ya está abierta la puerta para cualquier otro pecado.
En el Libro de Job, el diablo se presenta a Dios para “calumniar a Job”. Le asegura
que Job lo sirve por puro interés material para tener muchos bienes, mucho dinero. Al
mismo tiempo, el diablo reta a Dios: le apuesta a que si le quita sus bienes a Job,
terminará “blasfemando” contra Él.
El diablo también nos acusa a nosotros: después de hacernos caer en el pecado, nos
hace sentir miedo de Dios, nos incita a huir de él para que no recibamos su perdón.
Cuando intentamos rezar, el diablo procura echarnos en cara nuestros pecados del
pasado para que no tengamos confianza en Dios, para que le tengamos miedo y nos
apartemos de Él. El diablo aprovecha sobre todo nuestros momentos de crisis para
“acusar” falsamente a Dios, para hacernos dudar de Él o desconfiar de su providencia.
También nos incita a “acusar” a los demás. A mentir, a levantar falsos testimonios. De
esa manera obtiene que seamos una especie de “diablos”, de acusadores de los
hermanos.
BEELZEBÚ es otro de los nombres bíblicos del diablo. Beelzebú, en hebreo, significa:
“Señor de las moscas” o “Señor del estercolero”. El reino del diablo es un estercolero,
lugar del estiércol, donde abundan las moscas. El diablo “corrompe”, “contamina” todo
lo que toca. Corrompe el alma de los hombres; corrompe la sociedad, la política, las
instituciones. Donde está el diablo, hay corrupción, contaminación. Es un estercolero,
donde abundan las moscas. Por eso es el “Señor de las moscas”.

Tres imágenes

El autor bíblico, para describir la obra maléfica del diablo, lo representa con imágenes
de animales despreciables y temidos.
La “serpiente” es la primera imagen con la que se representa al diablo en el libro del
Génesis (3,1). Se acerca a los primeros seres humanos como una “astuta serpiente”, que
simboliza, a alguien que fascina, que engaña, que se arrastra, que es algo repugnante. En
el mismo capítulo tercero del Génesis, Dios “maldice” a la serpiente por haber engañado
y corrompido a los primeros seres humanos. El diablo es alguien astuto, engañador,
corruptor del corazón y la mente. Trabaja fino. Procura desacreditar a Dios para alejar a

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las personas del Único que las puede salvar.
En el libro del Apocalipsis, al hacer referencia al diablo, lo identifica con la “serpiente
antigua”, es decir, la del Génesis (Apoc 12,9). San Pablo, al escribirles a los de Corinto,
les expresa: “Pero temo que así como la serpiente engañó con su astucia a Eva, también
ustedes se dejen engañar y que sus pensamientos se aparten de la devoción pura y
sincera de Cristo” (2Cor 11,3).
El león es otra imagen bíblica del diablo. Fue san Pedro el que escribió: “Su
adversario, el diablo, como león rugiente anda alrededor buscando a quien devorar”
(1Ped 5,8). La figura del león trae a la mente la imagen del rey de la selva, que merodea
por la selva y luego da un zarpazo a su presa. San Pedro había experimentado los
“zarpazos de ese león rugiente” y, por eso, prevenía a los fieles para que no se dejaran
sorprender por este terrible devorador de almas. Por donde pasa el diablo, siembra el
terror como el león que infunde miedo a todos.
En el Apocalipsis se describe al diablo con la imagen de un “dragón rojo” con siete
cabezas, diez cuernos y una corona en cada cabeza. Por medio de estas figuras, se quiere
detallar algunos rasgos de la personalidad del diablo. El número siete, en el Apocalipsis,
indica plenitud. Siete cabezas indican mucha inteligencia. El diablo es un ser muy
inteligente. Los diez cuernos hablan de mucho poder. Las coronas en cada cabeza
simbolizan los muchos y poderosos colaboradores con que cuenta el diablo en el mundo.
El libro del Apocalipsis, resume la personalidad del diablo cuando aclara: “Después
hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. El dragón
y sus ángeles lucharon, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar en el cielo para
ellos. Así que fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua, que se llama
Diablo y Satanás, y que engaña a todo el mundo. Él y sus ángeles fueron lanzados a la
tierra” (Apoc 12,7-9). Aquí, por medio de una imagen, se habla de la batalla de tipo
espiritual, que se realizó en el cielo, cuando los demonios eran ángeles, que se rebelaron
contra Dios.
El Apocalipsis anticipa que el “falso profeta”, que aparecerá al fin del mundo, se
presentará con cuernos de cordero, como que fuera alguien bueno; pero su manera de
hablar lo traicionará porque hablará como el dragón, es decir, con el lenguaje del diablo
(Apoc 13,11). El dragón da la idea de algo monstruoso, horripilante. El diablo es un
monstruo de prepotencia y de maldad.
San Agustín, muy acertadamente, representa al diablo también con una imagen de un
animal. Llama al diablo, en latín, “Simius Dei”, que quiere decir: “Mono de Dios”. El
mono se caracteriza porque hace gestos por medio de los cuales imita al hombre. El
diablo quiere imitar a Dios. Por eso se exhibe como alguien “bueno”. Dice san Pablo:
“Satanás se disfraza de ángel de luz” (2Cor 11,14). Simula ser bueno, pero es sólo un
disfraz. Jesús dio la clave para desenmascarar a los falsos profetas; dice Jesús: “Por sus
frutos los conocerán” (Mt 7,16). Los frutos del Espíritu Santo son: “Amor, gozo, paz,

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paciencia, benignidad, bondad, fe mansedumbre, templanza” (Ga 5, 22). Por más que el
diablo se disfrace de “ángel de luz”, lo delatan sus frutos de mentira, de violencia, de
lujuria, de odio, de conflictos. El cristiano lleno del Espíritu Santo no se deja engañar.

Otros nombres

Jesús llamó al diablo “Padre de la mentira” (Jn 8,44). Su especialidad es mentir


refinadamente. Por medio de la mentira engañó a los primeros seres humanos y continúa
engañando a la gente, presentando su mensaje como algo que nos beneficia que nos
ennoblece. A los primeros seres humanos les aseguró que si comían del fruto del árbol
del bien y del mal, serían como Dios. Una vez que los engañó, los dejó solos con su
complejo de culpa y su depresión. El diablo, como especialista en la mentira, sabe
presentarla como una verdad fabulosa. El cristiano, que tiene a Jesús en su corazón, no
puede ser engañado, porque Jesús es la Verdad. Adán y Eva cayeron en la trampa de la
mentira del diablo porque espiritualmente se habían separado de Dios.
Al diablo se le llama también “tentador” (Mt 4,3). Expresamente el Evangelio de
Mateo apunta: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el
diablo” (Mt 4,1). “Tentar”, en la Biblia, tiene dos sentidos: poner a alguien a prueba o
inducirlo al mal. Aquí no se indica que el Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto para
que cayera en la tentación del diablo, sino para que discerniera su manera de cumplir con
su misión evangelizadora. El diablo, en cambio, se le acercó para tratar de hacerlo caer
en la tentación, para que fuera por un camino que no era el de Dios.
Lo que el diablo intentó hacer con Jesús, es lo que sigue intentando hacer con
nosotros. Se esfuerza por hacernos resbalar en el pecado. El diablo no nos pone a prueba,
sino busca tentarnos para inducirnos al mal; para apartarnos del camino de Dios.
Mientras somos peregrinos en este mundo, no estamos eximidos de la tentación
diabólica; pero contamos con nuestro abogado, el Espíritu Santo, que nos da la fuerza
para vencerlo y salir más que vendedores en la batalla espiritual.
Jesús le dio al diablo el apelativo de “Príncipe de este mundo” (Jn 14,30). No lo llama
“rey de este mundo”, sino sólo “príncipe”, es decir, que tiene mucho poder, pero que está
supeditado al “Rey de reyes” (Ap 17,14). El diablo tiene mucho poder, pero sólo el que
Dios, misteriosamente, le permite. El diablo fue vencido por Jesús en la cruz; pero, en su
misteriosa manera de dirigir al mundo, le dejó todavía mucho poder. El diablo es
“príncipe de este mundo”; pero no el “rey del mundo”. Sólo Jesús es “Rey de reyes y
Señor de señores” (Ap 17,14).
San Pablo les escribió a los Corintios: “Pues como ellos no creen, el dios de este
mundo los ha hecho ciegos de entendimiento para que no vean la brillante luz del

19
evangelio del Cristo glorioso, imagen viva de Dios” (2Cor 4, 4). Aquí, “dios de este
mundo”, significa que el mundo, que se ha independizado de Dios, se ha creado su
propio dios, como el becerro de oro, a quien adoraron los extraviados israelitas en el
desierto (Ex 32).
San Pablo llama al diablo “dios de este mundo”, con minúscula, para señalar que el
diablo tiene mucho poder y muchos colaboradores en el mundo. El hombre no puede
vivir sin Dios. Al apartarse del Único Dios, crea su propio dios. Ése es “el dios de este
mundo”. Por eso san Juan, al que vive en pecado mortal, al que “practica el pecado” lo
llama “hijo del diablo” (1Jn 3,10), porque se deja controlar por el diablo. Jesús advierte
que no se puede servir a “dos señores” a la vez. O servimos a Dios o servimos al diablo.

El Maligno

En el Padrenuestro, Jesús nos enseña a pedir: “Líbranos del mal”. Los comentaristas de la Biblia dicen que la
traducción literal debe ser: “Líbranos del Maligno”. El diablo es llamado “maligno” por Jesús. Maligno, aquí,
señala que el diablo es la esencia del mal. Jesús nos enseña que diariamente debemos pedir a Dios no caer en la
trampa del maligno. Dice el Salmo: “No duerme ni reposa el guardián de Israel” (Sal 121,4) .Dios no duerme
nunca. Siempre está para guiarnos y librarnos. Pero el espíritu del mal, el Maligno, tampoco duerme nunca.
Siempre, como león rugiente, está al asecho buscando darnos un zarpazo cuando nos encuentre sin vigilar.

El diablo es como una astuta serpiente, tiene mucha malicia y poder; si como Eva nos
acercamos a platicar con la serpiente, nos derrota, nos hace caer en la tentación. Con la
serpiente no hay que platicar. A la serpiente hay que aplastarle la cabeza. La Virgen
María le pudo poner su pie a la serpiente en la cabeza porque estaba llena de Jesús. Lo
llevaba en su seno. Cuando estamos llenos de Jesús, la Paloma del Espíritu Santo nos da
poder para aplastar la cabeza de la serpiente. Por eso san Juan nos asegura: “El que está
en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo”. (1Jn 4,4). Cuando la Paloma
del Espíritu Santo llena nuestra vida, la serpiente del pecado no puede hacer nada contra
nosotros.
El diablo es un dragón rojo con siete cabezas. Es inteligentísimo y tiene mucho poder.
Sólo con nuestras fuerzas no podemos enfrentarnos a ese dragón rojo: nos vence una y
otra vez. Pero cuando nosotros somos enrojecidos con la Sangre de Cristo, tenemos el
poder de derrotar al dragón rojo. Este terrible monstruo tiene siete cabezas: mucha
inteligencia y poder. Pero nosotros tenemos los siete Sacramentos por medio de los
cuales se nos comunica el poder de Jesús contra el Maligno. Un cristiano de
Sacramentos es un cristiano que, como David, puede vencer con una sola piedra al
gigante Goliat. Con el poder de la Sangre de Cristo derrotamos totalmente al dragón rojo
con sus siete cabezas.
El diablo es un terrible “león rugiente”, que ha despedazado a muchos cristianos
incautos. Cuando está con nosotros Jesús, “El león de Judá”, el diablo tiene que batirse

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en retirada. Sabe que no puede hacernos ni un solo rasguño. Razón tenía Santo Tomás de
Aquino cuando afirmaba que cuando comulgamos con fe somos como “leones que echan
fuego por la boca”. El león rugiente, el diablo, tiembla ante el fuego de Jesús que
nosotros echamos por la boca, cuando comulgamos con devoción y fe.
El diablo es una terrible realidad, un misterio de iniquidad .El cristiano no está para
estar “hablando del diablo” con miedo, sino para hablar de Jesús resucitado, que en la
cruz ha vencido al enemigo y nos entrega el valor de su “Sangre Preciosa” para salir más
que vencedores en la batalla contra el “príncipe de este mundo”, contra el “dios de este
mundo”.

21
3. La primera aparición del Diablo

Los dos primeros capítulos del Génesis despiden luz de principio a fin. Hay armonía y
optimismo. La creación entera es un himno de alabanza a Dios. Los primeros seres
humanos tienen perfecta relación con su Creador y entre ellos mismos. El capítulo
tercero es el más negro de la historia de la humanidad. Aquí se encuentra la raíz de todos
los males que padecemos los hombres. Este capítulo es un tratado de teología y de
psicología al mismo tiempo. Sin este capítulo tercero de la Biblia no podríamos explicar
la tortuosidad del corazón humano, la grandeza de Dios y lo oscuro del pecado y del
espíritu del mal. En este capítulo, aparece por primera vez la misteriosa figura del diablo,
bajo el símbolo de una serpiente. Desde un primer momento, el diablo manifiesta sus
características esenciales con las que continuará su terrible presencia hasta el fin del
mundo. Recordemos los hechos como los narra la Biblia: “La serpiente era el más
astuto de todos los animales del campo que había hecho el Señor Dios. Fue y dijo a la
mujer: “¿Con que Dios les dijo que no comieran de todos los árboles del jardín?” La
mujer respondió a la serpiente: “Podemos comer el fruto de los árboles del jardín; sólo
nos prohibió Dios, bajo amenaza de muerte, comer o tocar el fruto del árbol que está en
medio del jardín”. La serpiente contestó a la mujer: “¡De ningún modo morirán! Lo que
pasa es que Dios sabe que en el momento en que coman se les abrirán los ojos y serán
como Dios, conocedores del bien y del mal”.
Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era apetitoso, hermoso a la vista y
deseable para adquirir sabiduría. Así que tomó de su fruto, comió y lo ofreció también a
su marido, que estaba junto a ella, y él también comió. Entonces se les abrieron los ojos,
se dieron cuenta de que estaban desnudos, entrelazaron hojas de higuera y se taparon
con ellas” (Gn 3,1-7).
La serpiente de por sí es repulsiva. Es símbolo de la astucia, de la maldad. Así la
exhibe el escritor del Génesis. Como la encarnación del mal. Esta serpiente, imagen del
mal, sabemos que es el diablo. Así lo expone el libro del Apocalipsis; llama a Satanás:
“serpiente antigua” (Ap 12,20). El mismo libro del Apocalipsis se refiere a Satanás como
a un ángel que se rebeló contra Dios y que fue expulsado del cielo (Ap 12,9). Satanás,
bajo la figura de la serpiente, quiere echar a perder el Plan de Dios. Lo primero que
planea es en envenenar el limpio corazón de los seres humanos.
“¡Con que Dios les prohibió comer de todos los árboles del jardín!” ( v.1), son las
primeras palabras del espíritu del mal en el Génesis. Dios no les había prohibido a sus
hijos comer de “todos” los árboles. Únicamente del árbol de la “Ciencia del bien y del
mal”. El demonio quiere presentar a Dios como alguien despótico. Un dios tremendo. La
mujer explica que pueden comer de todos los árboles menos de uno. Ahora, el tentador
vuelve a la carga. Procura convencer a los primeros seres humanos que Dios les está
jugando sucio. Les prohíbe comer de ese árbol misterioso porque tiene temor de que

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lleguen a ser como Él. Si comen de ese árbol, no sólo no morirán, como Dios afirma,
sino que se les “abrirán los ojos” y “serán como Dios”.
Jesús llamó a Satanás “Padre de la mentira“ (Jn 8,44). Su especialidad es mentir, pero
de una manera muy solapada. Su método es sembrar la duda, la desconfianza con
respecto a Dios. Una vez que el hombre desconfía de Dios, ya el camino está preparado
para que el mal encuentre abiertas las puertas del corazón para depositarse allí. La táctica
de siempre de la “serpiente antigua“ es ridiculizar la Palabra de Dios. Restarle
importancia. El que no confía en la Palabra de Dios, ya no tiene una “lámpara para sus
pies” (Sal 119). Se ha apagado para él la luz de la Palabra. Va en tinieblas. El padre de
las tinieblas domina en la oscuridad. En la confusión.
“La mujer vio que el árbol era apetitoso… Tomó del fruto, lo comió y lo ofreció a su
marido, el cual comió” (v.6). Una vez con la duda en el corazón, la mujer ya no está
parada sobre la roca de la Palabra de Dios. Ahora, comienza a fijarse en el fruto
prohibido. Le parece fascinante. Toda tentación comienza en la mente. Todo pecado
tiene su origen en la desconfianza en la Palabra de Dios. El primer bocado del fruto
prohibido fue muy agradable. Por eso quiso que su marido también lo probara.
“Se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos” (v.7). El
diablo, en medio de tantas mentiras, siempre afirma algunas verdades. A los tentados les
había asegurado que “se les abrirían los ojos” ¡Y se les abrieron para darse cuenta de su
pecado! De que habían perdido la inocencia. Ahora estaban “experimentando” en carne
propia lo que era el pecado. El fruto prohibido era sabroso, pero “indigestaba”. ¡Ahora,
lo sabían! Sentían que había muerto su gozo, la armonía con Dios, con el universo. El
Señor les había advertido: “Si comen, morirán”. ¡Era cierto! La muerte se había metido
en sus corazones. Nunca antes habían tenido esa experiencia.
Niño y niña, inocentemente, juegan desnudos sin malicia. Antes, Adán y Eva eran
como dos niños creados en estado de inocencia. Pero, ahora, la malicia se ha introducido
en su corazón. Caen en la cuenta de que están desnudos. Se sienten pecadores ante Dios.
Se sienten desprotegidos, ante Dios y ante el mundo.
“Entrelazaron hojas de higuera y se taparon con ellas” (v.7b.) El hombre cree que
con sus propios medios puede solucionar su problema del pecado. Se vale de todos los
recursos para acallar el remordimiento de su conciencia. Las “hojas de higuera”
representan el afán del hombre de solucionar sus problemas sin Dios. Pero por más hojas
de higuera que se ciña, continúa sintiéndose pecador, angustiado. Desnudo ante Dios.
“Se escondieron de la vista del Señor” (v.8). Una de las salidas del hombre para
acallar la voz de su conciencia pecadora, es huir de Dios, esconderse. Pero eso es
imposible. Bien escribió el salmista: “¿A dónde escaparé de tu presencia? Si subo hasta
los cielos, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro” (Sal 139,7). ¡Vana
ilusión pretender huir de Dios, esconderse de su presencia! El hombre escondido,
temblando, huyendo de Dios, es el retrato perfecto del alma del pecador. Pecado y

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armonía no pueden convivir. Pecado y angustia van de la mano.
Ésta es la historia de la primera tentación y de la primera caída. Ésta es nuestra
historia personal, tantas veces repetida. En este cuadro, tan sugestivo, cada uno nos
encontramos. Todos hemos pasado por allí. Por eso lo comprendemos y sabemos que,
con su lenguaje metafórico, el autor no está contando algo de ciencia ficción, sino la
historia de cada uno de nosotros.

La voz de Dios

Una revelación infaltable en la Biblia: Dios siempre le habla al hombre. A los buenos
y a los malos. Por medio de su voz los bendice, los dirige o los llama a la conversión. En
el libro de los indígenas mayas, “El Popol Vuh”, los dioses hacen las primeras pruebas
de seres humanos: de barro, de madera. Pero los seres humanos les fallan. Entonces los
aniquilan. El hombre le falló a Dios desde un principio; pero Dios no lo aniquiló: lo fue a
buscar en su escondite. Le habló animándolo a salir de su falso refugio de miedo. La
Biblia continúa la narración:
Oyeron después los pasos del Señor Dios que se paseaba por el jardín, al fresco de la
tarde, y el hombre y su mujer se escondieron de su vista entre los árboles del jardín.
Pero el Señor Dios llamó al hombre diciendo: “¿Dónde estás?” El hombre respondió:
“Oí tus pasos en el jardín, tuve miedo y me escondí, porque estaba desnudo”. El Señor
Dios le preguntó: ¿Quién te hizo saber que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del
árbol del que te prohibí comer? Respondió el hombre: “La mujer que me diste por
compañera me ofreció el fruto del árbol, y comí”. Entonces el Señor Dios dijo a la
mujer: “¿Qué es lo que has hecho?” Y ella respondió: “La serpiente me engañó, y
comí”. Entonces el Señor dijo a la serpiente: “Por haber hecho esto, serás maldita entre
todos los animales y entre toda las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y
comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre tí y la mujer, entre tu
descendencia y la suya: ella te aplastará la cabeza, pero tú sólo herirás su talón” (Gn 3,
8-15)
“¿Dónde estás?” (v.9). Muy bien sabía el Señor dónde estaban sus hijos rebeldes. Les
hablaba para ayudarlos a ver su realidad. Para que se arrepintieran y recibieran su
perdón. La voz del Señor no era la de un verdugo, que busca a su víctima para destruirla.
Era como el padre que busca con cariño a su hijo que se ha escondido debajo de la cama
después de haber cometido alguna travesura.
“Estaba desnudo, por eso me escondí” (v.10) . Ésa fue la respuesta del hombre. El
Señor le hizo ver que se había cumplido lo que les había advertido: habían comido del
fruto prohibido, por eso estaban experimentado la muerte de su gozo, la pérdida de la

24
armonía, el pecado.
“La mujer que me diste me ofreció del fruto” (v.12). Una de las cosas más difíciles es
reconocerse culpable. Siempre buscamos echarles a los demás la culpa de nuestros
errores. Adán le echa la culpa a su mujer. Pero, en el fondo, Adán está culpando al
mismo Dios: “La mujer que me diste...”. Es como que dijera: “Tú tienes la culpa porque
tú me diste a esta compañera”. Eva tampoco quiere aceptar su culpa. Acusa a la
serpiente: ella la indujo a comer del fruto prohibido.
“Pondré enemistad entre tí y la mujer entre su descendencia y la suya: ella te
aplastará la cabeza, pero tú sólo herirás su talón” (Gn 3,15). Al mismo tiempo que
resuena la maldición sobre la serpiente, se promete la redención al hombre. De la
descendencia de la mujer saldrá el que aplastará la cabeza de la serpiente, del diablo. A
esta promesa se le ha llamado “Protoevangelio”, que significa “adelanto del Evangelio”,
adelanto de la buena noticia de un Salvador, que vendrá a rescatarnos de la esclavitud del
pecado, de la muerte y del diablo. Literalmente, la mujer de la que va a salir el que
aplastará al diablo es el pueblo de Dios. En la Biblia, con frecuencia, se presenta al
pueblo de Dios como la esposa de Dios. La Virgen María es la principal representante
del pueblo de Dios: ella fue escogida para ser la Madre del Salvador. La Virgen María es
la puerta por la que ingresó la salvación al mundo.
En la vida de Jesús se aprecia cómo Satanás, desde que Jesús nace, busca eliminarlo.
Luego le pone tentaciones para apartarlo del camino de la cruz. En la misma cruz, llega
el ataque más terrible: quiere destruir a Jesús. Pero es, precisamente, en la cruz en donde
Jesús aplasta la cabeza de Satanás. Lo vence definitivamente.
Como el espíritu del mal “hirió el talón” de Jesús, así intenta también herirnos a
nosotros. Como serpiente tentadora intenta sembrar en nosotros desconfianza en la
Palabra de Dios. Como Jesús, también nosotros podemos aplastar la cabeza de la
serpiente, cuando junto a la cruz de Jesús recibimos la salvación y el poder contra el
pecado y la muerte eterna. Por eso afirma San Pablo que en Jesús somos más que
vencedores (Rm 8,37).
“Darás a luz a tus hijos con dolor” (v.16). A la mujer se le anuncia que la maternidad
será para ella un don y un sufrimiento. Ser madre es llevar la propia cruz y las de los
hijos. Aquí no hay nada que vaya contra el “parto sin dolor”. Aquí, se habla del dolor
propio de la maternidad y de la violencia que sufre la mujer por parte del hombre.
“Te ganarás el pan con el sudor de tu frente” (v.19). Debido a su pecado, el hombre
experimentará dificultades al tener que ser la cabeza de su hogar. Le costará ganar el pan
de cada día para su familia.

El paraíso perdido

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Dice el libro del Génesis: El hombre puso a su mujer el nombre de Eva - es decir,
Vida -, porque ella sería madre de todos los vivientes. El Señor Dios hizo para Adán y su
mujer unas túnicas de piel, y los vistió. Después el Señor Dios pensó: “Ahora que el
hombre es como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal, sólo le falta echar mano
al árbol de la vida, comer su fruto y vivir para siempre”.
Así el Señor Dios lo expulsó del jardín de Edén, para que trabajara la tierra de la que
había sido sacado. Expulsó al hombre y, en la parte oriental del jardín de Edén, puso a
los querubines y la espada de fuego para custodiar el camino que lleva al árbol de la
vida (Gn 3,20-24).
“Hizo para Adán y su mujer unas túnicas de piel (v.21). Dios no aniquila a los
primeros seres humanos, que se han rebelado contra Él, que han intentado ser como
Dios. Los va a buscar, los ayuda a salir de su escondite, a reconocer su pecado. Al verlos
tan indefensos, siente compasión y les fabrica unas túnicas para vestirlos. La
misericordia del Señor triunfa sobre su indignación. El padre del hijo pródigo, al ver a su
hijo casi desnudo, inmediatamente, mandó que le trajeran una túnica limpia, y sandalias
para sus pies. El Señor, al ver a sus hijos desnudos, les echó encima unas pieles, los
cubrió con las pieles de su misericordia.
“Puso querubines y la espada llameante ” (v.24). El hombre, al pecar, ha perdido el
derecho de comer del “árbol de la vida”: la vida eterna. Por eso el Señor coloca unos
querubines con espadas de fuego para que cierren la entrada del jardín al hombre. La
puerta queda cerrada, pero no para siempre. Por encima de todo resuena la promesa del
Señor: de la “simiente de la mujer” saldrá el que aplastará definitivamente la cabeza de
la serpiente engañadora —el diablo— y abrirá de nuevo la puerta del paraíso para todos
los que acepten ser redimidos con la Sangre de Jesús. Así concluye el capítulo más triste
de la Biblia. El capítulo del pecado. El capítulo de la aparición del maligno, de la
mezquindad del hombre y de la misericordia de Dios.

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4. El Diablo nos tienta

Frente a la antigua ciudad de Jericó hay un monte que se llama “de las tentaciones”.
Allí se llevó a cabo el duelo de los siglos: Satanás intentó desviar a Jesús del camino del
Padre. Dice la Carta a los Hebreos que Jesús se hizo en todo igual a nosotros, menos en
el pecado. Es impresionante ver cómo Jesús se somete a ser tentado por el diablo. Al
hacerlo, nos manifiesta que no debemos asustarnos por las tentaciones, cuando estamos
unidos a Dios; también Jesús nos muestra cómo vencer al espíritu del mal, que busca por
todos los medios apartarnos del camino de Dios.
La primera tentación de los seres humanos está magistralmente descrita en el Génesis,
el primer libro de la Biblia. Sin lugar a dudas, ningún otro libro expone tan genialmente
lo que podríamos llamar “la psicología de la tentación”: la psicología del tentador como
del tentado. Por medio de esta descripción de lo que es una tentación, la Biblia nos
descubre las tácticas del espíritu del mal, y la manera de vencerlo como lo venció Jesús
en el desierto.
El tentador comienza por acercarse con la astucia de una serpiente. Se nos presenta —
espiritualmente — como alguien bueno, que busca nuestro bien. San Pablo decía que el
diablo se nos manifiesta como “un ángel de luz” (2Cor 11,14), con apariencia de bueno.
A los primeros seres humanos se les muestra como alguien que tiene compasión por
ellos; por eso les dice: “Así que Dios les prohibió comer de todos los frutos del paraíso”
(Gn 3,1). Dios sólo les había prohibido comer del “árbol de la ciencia del bien y del
mal”, símbolo del pecado. El diablo quería presentar a Dios como alguien despótico, que
les ha prohibido comer los frutos de “todos” los árboles. Eva sale en defensa de Dios y
aclara que Dios sólo les ha prohibido comer de un solo árbol. El diablo no se da por
vencido. Es perseverante. Vuelve a la carga. Ahora, hace gala de su apelativo de “padre
de la mentira” (Jn 8,44), que le da Jesús. Su especialidad es fascinar a los hombres
haciéndoles pasar por verdad lo que es mentira. Satanás alega que Dios les prohibió
comer de ese árbol porque no quiere que se les abran los ojos y sepan lo mismo que Él
sabe (Gn 3, 2-5).
La intención del maligno es presentar a Dios como alguien despótico. Quiere que los
primeros seres humanos desconfíen de Él. El pecado más grave contra Dios es la
desconfianza. Es por allí por donde ataca Satanás. Logra sembrar la duda en el corazón
de Eva, que comienza a fijarse en el fruto prohibido, que se muestra apetitoso. Eva no
quiere desobedecer a Dios; pero, por otro lado, piensa en lo que Satanás les ha
prometido: saber lo mismo que Dios.

La puerta de la mente

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Todo pecado comienza siempre en la mente. Nuestro corazón es como un “banco”: de
allí va a salir lo que previamente depositemos. El espíritu del mal procura introducirnos
muchos pensamientos negativos y morbosos; sabe que, tarde o temprano, eso va a
estallar dentro de nosotros. La leyenda recuerda el caso de la ciudad de Troya, que no
podía ser conquistada por los griegos. Hasta que a los astutos griegos se les ocurrió dejar
un enorme caballo de madera, en un simulacro de retirada vergonzosa. Los troyanos
creyeron que se trataba de un ídolo de los griegos; lo introdujeron en la ciudad, como un
trofeo ganado en la batalla. No sabían que dentro del caballo iban varios hombres muy
valientes que, en la noche, salieron y abrieron las puertas de la ciudad. Allí se definió la
derrota de Troya. Los malos pensamientos, las tentaciones, son como enanitos inocentes,
que se nos acercan indefensos. Pero, una vez dentro de nosotros, se agigantan y nos
derrotan. Cada pensamiento malo, cada mirada inconveniente, cada criterio mundano,
que dejamos entrar en nuestra mente, es como un caballo de Troya, que va a provocar
nuestra derrota.
San Bernardo, con toda su experiencia de director espiritual, llegó a afirmar que con
sólo ponerse en la tentación, ya se había cometido un pecado. Ése fue el caso de David.
Su gran caída comenzó con una simple mirada a una mujer desnuda, que se bañaba.
Luego quiso tener con ella una simple plática para conocerla. Una vez que David se puso
en el resbaladero de la tentación, ya no se detuvo: vino luego un adulterio, un embarazo,
el asesinato del marido de la mujer embarazada. ¡Nadie sabe hasta dónde va a llegar, una
vez que se ha puesto en el resbaladero de la tentación!
Cuando Eva permitió que la desconfianza en Dios se depositaria en su corazón,
automáticamente, alargó la mano para tomar el fruto prohibido. Después de probarlo,
quiso que su esposo también comiera del fruto. Cuando nos convertimos en pecadores,
nos convertimos también en colaboradores del espíritu del mal. No queremos sentirnos
solitarios en el pecado. Queremos que otros se embarren también, como nosotros, para
sentirnos iguales. Para no sentirnos los únicos hundidos en el pecado. Dios emplea
ángeles para enviar sus mensajes. El demonio también emplea emisarios para llevar al
pecado. Muchas veces, nos convertimos en emisarios del diablo para inducir a otros al
mal. Fue lo que hizo Eva.
El fruto era hermoso; pero era un fruto envenenado. Adán y Eva, al momento,
comenzaron a experimentar miedo hacia Dios, un temor terrible, que los llevó a
esconderse. Se sentían desnudos ante el universo. Al instante, desapareció el diablo. Ya
no estuvo presente para justificar sus falsas promesas. Los dejó hundidos en la
desolación y puso en sus corazones el miedo a Dios. Comenzaron a huir de Él.
Al mismo tiempo que desapareció de la escena el diablo, apareció Dios. Comenzó a
buscar a sus hijos, que no aceptaban su responsabilidad, y le huían. Dios los ayudó a
reconocer su culpa y a salir de su escondite. Cuando salieron, Dios los encontró

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totalmente desnudos, desprotegidos; por eso les echó encima unas pieles, que eran
símbolo de su perdón y su misericordia.

Cómo derrotar al tentador

Jesús, al mismo tiempo que se somete a la tentación, nos muestra la manera de derrotar al tentador, que se nos
acerca para tratar de fascinarnos con falsas promesas, para apartarnos del camino de Dios. Durante cuarenta días,
Jesús permaneció en profunda meditación, buscando la voluntad del Padre. Cuando el tentador se le acercó, lo
encontró con su mente llena de sabiduría: no pudo nada contra él.

Los griegos habían escrito en el templo de Delfos: “Conócete a tí mismo”. Decían los
griegos que el conocimiento de uno mismo era la esencia de la sabiduría. Una de
nuestras tristes realidades es que no nos conocemos a nosotros mismos. Más aún:
tenemos miedo de conocernos, de encontrarnos con nuestro yo lleno de complicaciones.
El joven que se encierra en su cuarto para oír música metálica, a todo volumen, no quiere
conocerse. Se tiene miedo a sí mismo. El adulto que se emborracha, que frecuenta
lugares de vicio, en el fondo, tiene miedo de hablar con su yo profundo.
Por medio de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo nos ayuda a profundizar en nuestro
yo. Dice la Carta a los Hebreos que la Palabra de Dios es como “espada de doble filo”
(Hb 4,12), que explora lo profundo de nosotros hasta dejar al descubierto nuestros
pensamientos y nuestras intenciones. De esa manera, la meditación en la Palabra nos
ayuda a conocernos en más profundidad. A saber cuáles son nuestras debilidades y
fortalezas.
Gente aturdida y que no sabe quién es y a dónde va, es presa fácil del “padre de la
mentira” (Jn 8,44), que busca personas con la mente entenebrecida para poderlas fascinar
más fácilmente. La meditación diaria, el examen diario de conciencia, en la presencia de
Dios, a la luz de la Palabra, impide que nuestra mente se encuentre aturdida. Cuando
llega el tentador, nos halla con la mente llena del discernimiento del Espíritu Santo. La
tentación no puede penetrar en una mente llena de Dios.

La oración

Durante largos cuarenta días, el Señor permaneció en profunda oración en el desierto. Antes de iniciar su
misión evangelizadora, Jesús quiso tener una dirección más concreta de su Padre; por eso se apartó para dedicarse
a la oración en el desierto. Cuando el demonio se le acercó, ni siquiera pudo ganar un milímetro de terreno en su
ataque.

La orden —no consejo—, que les dio Jesús a sus apóstoles, antes de la terrible

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tentación del Huerto de Getsemaní, fue: “Vigilen y oren para no caer en la tentación” (
Mt 26,41). Los apóstoles no obedecieron: se durmieron, a pesar de que el Señor los
despertaba, una y otra vez. No oraron. No pudieron acompañar al Señor en su agónica
plegaria. Resultado: llegó la tentación, y el espíritu del mal los zarandeó a su gusto.
Por medio de la oración, recibimos la iluminación del Espíritu Santo para no dejarnos
confundir por el “padre de la mentira”; al mismo tiempo, por medio de la oración, somos
llenados por la fortaleza de Dios. Orar es estar agarrados de la mano de Dios, y el que
está agarrado de la mano de Dios, no puede caer en la tentación. Nuestras grandes
derrotas espirituales son producto de que la tentación nos ha sorprendido, como a los
apóstoles, sin vigilancia y oración.

La Palabra

Fue san Pablo el que llamó a la Palabra de Dios la “Espada del Espíritu Santo” (Ef
6,17). Jesús empleó la Palabra, como espada, para defenderse del demonio. A cada
insinuación, que el demonio le hacía, Jesús respondía con una frase de la Biblia. Jesús,
tajantemente, le objetaba: “Está escrito” ( Mt 4,4), que quiere decir: “Dios dice”. En
otras palabras, Jesús le estaba gritando: “Mentiroso, cállate; me estás diciendo lo
contrario de lo que dice Dios”.
El salmo 119 afirma que la Palabra de Dios es “lámpara a nuestros pies, luz en
nuestro sendero”. La oscuridad se presta para la incertidumbre, para el peligro. Cuando
avanzamos por la senda iluminada, nos sentimos seguros. La Palabra de Dios,
esencialmente, nos recuerda lo que Dios ya dijo. Lo que es recto, lo que es limpio, lo que
quiere para sus hijos. Bien decía san Pedro: “Señor, sólo Tú tienes palabras de vida
eterna”. (Jn 6,68). Vida eterna, en el Evangelio de san Juan, significa “vida de Dios”. El
demonio busca fascinarnos con propuestas halagadoras. Cuando confrontamos la palabra
del diablo con la Palabra de Dios, sabemos cuál es la diferencia. Estamos seguros del
camino que Dios quiere para nosotros. Ante las propuestas falsas, que el demonio nos
presenta, no nos queda más que decir con seguridad, como Pedro: “Sólo Tú tienes
palabras de vida eterna. Me quedo contigo”.

El ayuno

San Pablo escribió: “Golpeo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que


habiendo predicado a otros, quede yo descalificado” (1Cor 9,27). Pablo, aquí, alude a la
rígida disciplina a la que se sometían los atletas para estar en forma a la hora de la

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competencia. El cristiano sabe que su naturaleza lo inclina hacia el mal y, por eso, sabe
también que debe someterse a una disciplina espiritual para estar siempre bien preparado
para presentar batalla al tentador, que aprovecha toda circunstancia de desventaja para
atacarnos.
Jesús nos dio ejemplo de esta disciplina espiritual; durante cuarenta días se sometió a
ella en el desierto para prepararse a su misión evangelizadora. Fue en ese momento que,
con la astucia propia de una serpiente, se le acercó el demonio para tratar de apartarlo del
camino de la cruz. Jesús, fortalecido, espiritualmente, derrotó al maligno, y nos enseñó
cómo estar siempre bien disciplinados para no ser vencidos por el enemigo.
Cuando ayunamos, cuando nos mortificamos, nos sentimos menos dominados por el
hombre “carnal”, y más llenos del Espíritu Santo. Por eso, más fácilmente, le decimos
“No”, al diablo, y “Sí” a Dios. Por medio de los sacramentos de la Confesión y
Comunión, nuestra disciplina espiritual, nos fortalece con el poder de la Sangre de
Cristo, que nos purifica, y con el alimento espiritual del Pan de Vida. No hay mejor
fortalecimiento contra la tentación que la Sangre de Cristo y el Pan que da Vida Eterna.

Paz en la tormenta

El libro de Job nos advierte claramente: “Milicia es la vida del hombre en la tierra”
(Jb 7,1). Es una batalla constante. Nadie está eximido de la lucha espiritual. San
Francisco de Sales nos invita a ser, en las tentaciones, como los apicultores
experimentados. Si el apicultor se muestra nervioso, todas las abejas se le van encima y
le inyectan su veneno. Cuando el apicultor trabaja, sin nerviosismo, puede acercarse a las
colmenas sin guantes y sin mascarilla. El cristiano, que no se suelta en ningún momento
de la mano de Jesús, no debe ir con temor, sino con la paz que Jesús quiere para su
discípulo, que está aferrado a su mano.
Durante la tentación hay una promesa de la Biblia, que no se nos debe olvidar. Dice
san Pablo: “Pueden ustedes confiar en Dios, que no les dejará sufrir pruebas más duras
de lo que pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará
también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla” (1Co 10,13). Dios es
Padre amoroso: nunca va a permitir para nosotros, sus hijos, un peso mayor del que
podamos llevar. Nunca va a dejar que una tentación superior a nuestras fuerzas nos
doblegue. Esto lo tradujo maravillosamente el poeta guatemalteco, Arévalo Martínez,
cuando escribió: “Es que sus manos sedeñas/ hacen las cuentas cabales /, y no mandan
grandes males / para las almas pequeñas”. Toda tentación, que Dios permite, está a la
medida de nuestro hombro.
Toda caída en el pecado, nos indica que no estábamos suficientemente preparados,

31
disciplinados espiritualmente, para la batalla contra el tentador. Toda caída, es señal de
que no nos servimos de los medios espirituales de la oración, de la vigilancia, de los
sacramentos, de la mortificación, que Jesús nos dejó para defendernos contra el tentador.
Hay dos cosas que nunca se deben olvidar, cuando el tentador nos hace caer en la
tentación. En ese momento, desaparece la serpiente tentadora; ya no está presente para
responder por la trampa en la que nos hizo resbalar; por el complejo de culpa que sembró
en nuestro corazón; por el miedo a Dios que nos inoculó. En ese momento de desolación,
siempre aparece el Señor, buscándonos y diciendo: “Adán, Adán, ¿dónde estás?” (Gn
3,9). Es Dios Padre que nos quiere ayudar a salir de nuestro escondite de pecado, para
podernos echar encima, las pieles de su perdón, de su misericordia.
Dice el Evangelio que después de las tentaciones de Jesús, “los ángeles le servían”
(Mt 4,11). Después de la tormenta viene la calma. Después de la tentación se
experimenta la bendición de Dios. Después de haber sido purificados, después de darle
muestras al Señor de nuestra fidelidad, los ángeles nos vienen a servir, experimentamos
la paz de Dios; su amor de Padre. Noé, durante el diluvio, pasó momentos de gran
angustia; pero, al salir del arca, vio que la tierra estaba totalmente limpia, y que el arco
iris lucía maravillosamente sobre su cabeza. Después de salir victoriosos de las
tentaciones, sentimos que la mano de Jesús se posa sobre nuestra cabeza y nos bendice:
los ángeles vienen a servirnos.

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5. Los tentados por el Diablo

Todo ser humano está sometido a las tentaciones, a las insinuaciones del diablo, que
busca por todos los medios apartarnos del camino de Dios para llevarnos por su camino,
el camino del pecado. Hasta los más santos han sido duramente tentados. Tal vez más
que los demás: al demonio le interesa sobremanera que caiga un santo, porque detrás de
él caen muchos más.
Es muy impresionante que Jesús, al vaciarse de sus privilegios de Dios, llegó hasta el
punto de permitir que el demonio también lo quisiera hacer caer en la tentación. Por
medio de este incidente, Jesús nos mostró que el ser tentados por el diablo no es de por sí
un pecado. También Jesús, al ser sometido a la tentación, nos enseñó cómo podemos
vencer al espíritu del mal, cuando estamos llenos del Espíritu Santo. Es muy
aleccionador analizar la manera cómo fueron tentados varios personajes bíblicos. Este
análisis nos ayuda a tomar las debidas precauciones para no caer, como los que fueron
derrotados, y a salir vencedores, como los que superaron esos críticos momentos de la
prueba. Recordemos algunos casos.

La tentación de Luzbel

Lucifer es el nombre del espíritu del mal, de Satanás. También se le llama Lucero,
Luzbel. Todos estos nombres indican la cualidad de luminosidad, que era una
característica del ángel bueno, que se va a convertir en Satanás, el diablo. La tradición
recuerda lo que el profeta Isaías 14,12-14, le aplica al orgulloso rey de Babilonia, a quien
le dice: “¡Cómo caíste del cielo, lucero del amanecer!.... Pensabas: Subiré más allá de
las nubes; seré como el Altísimo” (Is 14,12.14). Algunos comentaristas, como David
Howar, afirman que, tipológicamente, este pasaje puede describir la caída de Satanás, un
ángel de brillante posición en el cielo (Diccionario de la Biblia, Editorial Caribe, Miami,
1988). San Pedro habla de los ángeles, que Dios envió al infierno (2P 4). Judas (v.6)
también hace alusión a los ángeles que perdieron su lugar en el cielo y fueron a parar al
infierno.
A san Miguel lo presenta el Apocalipsis como el se enfrenta a Satanás (Ap 12, 7-13).
Miguel es el arcángel, que comanda a los ángeles fieles. El nombre hebreo de Miguel
significa: “¿Quién como Dios?”. De aquí se deduce que la gran tentación de Luzbel fue
querer “ser como Dios”. Eso es lo que, más tarde, ya convertido en “tentador”, va a
proponer a los primeros seres humanos: saber lo mismo que Dios, ser como Dios.
En el fondo, toda tentación, a eso nos lleva: a ser dioses para nosotros mismos. A no

33
depender de nadie más. A ser señores de nosotros mismos. Eso es lo esencial de toda
tentación: independizarse de Dios. No seguir su camino, sino el nuestro, que en última
instancia, es el camino que el diablo nos propone.
Esta primera tentación, en la que cayeron los ángeles malos —que fueron creados
buenos—, nos habla de que es la misma tentación que el diablo nos sigue proponiendo a
nosotros. Ante esa tentación, sólo queda la actitud del arcángel san Miguel: “¿Quién
como Dios?”. Ante Dios, sólo queda la confianza absoluta, que nos lleva a hincarnos
ante Él, no por miedo, sino por amor, y adorarlo y amarlo con todo nuestro corazón,
aceptando con confianza su proyecto de amor para nosotros.

Adán y Eva

La Biblia los presenta, al principio, como los que “hablan con Dios” (Gn 2,8). Pero, de
pronto, aceptan el diálogo, que les propone un ser extraño: una serpiente. Por medio de
este género literario, el Génesis, detalla cómo los primeros seres humanos comienzan a
hablar con el diablo, el ángel caído, que se dedica a apartar a los seres humanos del
camino de Dios. La primera tentación está genialmente descrita en el capítulo tercero del
Génesis, desde un punto de vista psicológico y espiritual.
Bien definió Jesús al diablo como el “padre de la mentira” (Jn 8,44). Su especialidad
es saber presentar su mentira como que fuera la verdad que nos conviene. Los primeros
seres humanos se enfrentaron a aquel ser superinteligente y maléfico. Una vez aceptado
el diálogo, cayeron en la tentación más terrible: la desconfianza en Dios, en su Palabra.
El espíritu del mal los convenció de que Dios no quería que comieran del fruto del árbol
de la ciencia del bien y del mal porque, de esa manera, llegarían a saber lo mismo que
Dios. Fue la gran tentación. Los primeros seres humanos comenzaron por “desconfiar”
de la Palabra de Dios. Creyeron que les estaba ocultando algo, que no era el buen Dios,
que ellos creían. Ése fue el primer paso. Los demás pasos, vinieron uno tras otro. Había
ingresado el pecado con su secuela de maleficios y desgracias. Luzbel fue expulsado del
cielo. Los primeros seres humanos fueron también expulsados del paraíso.
La enseñanza, que se desprende de la Biblia, es muy elocuente. No hay que dialogar
con el diablo. Un joven me alegaba que afirmar que nosotros hablamos con el diablo
parece tonto. Yo le respondí que los tontos somos nosotros, que, nos hemos convertido
en especialistas en hablar con el diablo. Cuando nos detenemos a darles vueltas y más
vueltas a nuestros malos pensamientos, lo que estamos haciendo, en todo el sentido de la
palabra, es hablar con el diablo, como lo hizo Eva. Los confesionarios son los mudos
testigos de que la historia de Eva y de Adán se repite en nosotros. No vemos ninguna
serpiente parlante; pero experimentamos lo mismo que Adán y Eva: la conciencia, que
nos muerde y nos remuerde; el sentido de frustración; el huir de Dios y acercarnos cada

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vez más al diablo.
Una vez que le abrimos la puerta al diablo y le aceptamos el diálogo, que nos propone,
nos estamos poniendo a caminar sobre el filo de la navaja de Satanás. El Apocalipsis lo
presenta, literariamente, como un dragón de siete cabezas, de siete cuernos y diez
diademas. Es decir, un ser superinteligente y de mucho poder. No podemos darnos el
lujo de pretender catequizarlo. Si proseguimos el diálogo, cuando menos lo pensamos, el
diablo invade nuestra mente y nuestro corazón. Se enseñorea de nosotros. De nuestra
familia y de nuestro trabajo.
¿Cómo le habló el diablo a Jesús? Como nos habla a nosotros: mentalmente. Es a
través de la mente que se nos introduce la tentación. Son nuestros pensamientos los que
debemos cuidar. El “padre de la mentira”, hila muy fino y se nos introduce en el corazón
por el camino de nuestros pensamientos. Una vez conquistada nuestra mente, la puerta
está totalmente abierta para su ataque despiadado. Jesús nos se puso a dialogar con el
diablo, que le propuso fabulosos métodos de evangelización, a base de exhibicionismo y
milagrería. Jesús, simplemente, le respondió: “Está escrito” (Mt 4,4), “Apártate de mí,
Satanás” (Mt 4,10).
“Está escrito” significa: “Dios dice”. O, sea, la Palabra de Dios contra la del diablo. Ni
hablar. Por eso, sólo nos queda gritar: “¡Apártate de mí, Satanás!”. No tiene sentido
ponerse a acariciar a una serpiente. Hay que salir huyendo. Bien decían los santos, que
en esta lucha con el diablo ganan los “cobardes”, los que salen huyendo. El que,
creyéndose valiente, se pone a pelear con la serpiente, experimentará su veneno mortal.

Caín y Saúl

Cuando Caín se dio cuenta de que el sacrificio de su hermano Abel era más agradable
a Dios que el suyo, su mente comenzó a hervir de pensamientos negativos hacia su
hermano. Primero, fue un resentimiento molesto. El resentimiento se convirtió, luego, en
odio. En esta crisis de Caín, la Biblia, hace ver cómo Dios le habló a Caín, y le dijo: “El
pecado está esperando el momento de dominarte. Sin embargo, tú puedes dominarlo a
él” (Gn 4,7). Aquí, de manera excepcional, la Biblia pone de relieve cómo ingresa el
pecado en nuestro corazón. Es por medio de un pensamiento venenoso, que nos
comienza a perturbar y a hacer perder el sentido del equilibrio. Pero, también, muy
elocuentemente, la Biblia nos indica que nosotros podemos vencer el mal pensamiento.
No es algo superior a nosotros. San Pablo nos asegura que fiel es Dios que no va a
permitir una tentación superior a nuestras fuerzas (1Co 10,13). Si estamos llenos del
poder de Dios, por medio del Espíritu Santo, nosotros podemos ponerle el pie en la
cabeza a la serpiente.

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Caín se dejó permear por su pensamiento venenoso de odio. Planeó invitar a su
hermano a un paseo al campo. A un lugar solitario donde no hubiera gente. De pronto,
Caín se abalanzó sobre su hermano y lo hirió gravemente. Cuando Caín se dio cuenta, su
hermano estaba tendido en el suelo, sin vida. Fue la primera experiencia de muerte
humana en el mundo. Lo que apareció como un simple resentimiento, se había
convertido en el primer asesinato en el mundo.
Como el diablo nos habla mentalmente, también Dios nos habla de la misma manera.
Dios, primero, previno a Caín acerca del pecado, que quería introducirse en su corazón.
Ahora, después del asesinato, Dios no deja solo a Caín. Lo va a buscar para auxiliarlo en
su tragedia. Para ayudarlo a recapacitar en lo que ha hecho, le pregunta: “Caín, ¿dónde
está tu hermano? (Gn 4,9). Caín aceptó el diálogo con el mal, pero, ahora, no acepta el
diálogo con Dios. Alega que no es el custodio de su hermano, y sigue corriendo
frenéticamente. Desde ese momento, Caín comienza a ser un hombre “atormentado”; un
hombre para quien su conciencia se convierte en un perro que le muerte el alma.
A Saúl le sucede lo mismo. Aparece, al principio, como un joven insignificante, que
busca unas burritas. Dios envía al profeta Samuel para que lo unja como rey de Israel.
Saúl queda lleno del Espíritu Santo y causa admiración a los demás profetas, que lo ven
profetizando. Pero Saúl, pronto comienza a llenarse de envidia y resentimiento hacia
David porque la gente lo aprecia y lo aclama. El resentimiento degenera en odio: un día,
mientras David toca su arpa para que le pase la depresión a Saúl, éste le tira su lanza para
clavarlo en la pared, pero no lo logra, porque ágilmente, David logra salvarse.
El odio sigue creciendo. Hay un momento en que un mal espíritu domina a Saúl, que,
cada vez más, se hunde en el pecado; hasta se atreve a visitar a una mujer espiritista en
Endor. Saúl va a morir suicidándose, después de haber perdido una batalla. Toda la
desgracia de Saúl comenzó con el mal pensamiento de resentimiento, que se convirtió en
odio, y lo dominó totalmente. El proceso de la tentación se inicia con un sencillo
pensamiento venenoso. Si no se ataja a tiempo, crece el mal pensamiento y abre la puerta
al espíritu del mal, que nos domina y nos derrota. Con razón san Juan llama “hijos del
diablo” a los que viven en pecado (1Jn 3,8). Porque son dominados por el diablo.
Abrirle, mentalmente, la puerta al diablo por medio de un mal pensamiento consentido,
es darle poder para que nos manipule, nos domine y nos derrote. En eso consiste el
pecado. Se repite en nosotros la historia de Caín y de Saúl.

Moisés

También los santos son tentados. Moisés logra superar muchos obstáculos para dirigir
al pueblo de Israel, que es terco y rebelde, de dura cerviz. Al comenzar las
contrariedades en el desierto, el pueblo se rebeló contra Dios porque carecía de agua y la

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sed ardiente lo estaba matando. Moisés se mostró grandioso, cuando con humildad y
obediencia golpeó una roca, como Dios le había ordenado. De la roca brotó agua en
abundancia. Moisés y el pueblo no terminaban de alabar y bendecir al Señor (Ex 17,5).
Pasaron muchos años. El pueblo de Israel nunca se conformaba con nada. La
murmuración era su hábito más común. Estas murmuraciones y rebeldías, fueron
minando la paciencia del “manso” Moisés. Más tarde Jesús va a afirmar que Moisés fue
el hombre “más manso”. Ante las acres murmuraciones del pueblo, porque nuevamente
les faltaba el agua, el Señor le ordenó a Moisés que “le hablara” a la roca, y manaría
agua. Moisés, lleno de cólera; no le habló a la roca, sino que la golpeó dos veces, como
para hacerla brotar agua con su propio poder. La roca brotó agua; pero a Dios le
desagradó inmensamente la actitud de Moisés. Ante Dios fue tan grave la actitud de
Moisés, que el Señor le indicó que no podría ingresar en la Tierra Prometida. Moisés
reconoció su culpa y aceptó humildemente la disposición del Señor (Nm 20,11-13).
Nuestros momentos de subido estrés, de tensión son peligrosísimos en nuestra vida. Es
la ocasión precisa que aprovecha el espíritu del mal para atacarnos, para llenar nuestra
mente de dudas y desconfianza en Dios. Nos llena de resentimiento subconsciente hacia
Dios. Rezamos, pero tal vez, mecánicamente. No es una oración “en Espíritu y en
Verdad”. Todo esto nos debilita espiritualmente, y muchas veces, terminamos golpeando
la roca, en lugar de hablarle. Hacemos nuestra voluntad y no la de Dios.
Hay que cuidar esos momentos de demasiado estrés. Es cuando más debemos acudir a
Dios inmediatamente. Y es, por lo general, cuando menos lo hacemos. David, en su
salmo 40 recuerda un momento crítico de su vida, cuando sentía que sus pies resbalaban
y se encaminaba hacia el fango de una fosa fatal. En ese preciso momento, David
comenzó a clamar a Dios. De pronto sintió que sus pies ya no resbalaban; experimentó
que estaba bien plantado sobre una roca firme. El clamor en la oración en nuestros
momentos de crisis espiritual o psicológica atrae el poder de Dios, que impide que
caigamos en la tentación, y nos fortalece para que la tentación se convierta en victoria
contra el tentador.

Sansón

El pelo largo de Sansón siempre ha llamado la atención de muchos como que fuera
algo mágico, que le infundía poder. El pelo largo, en esa época, era el distintivo de los
“consagrados a Dios”, que se llamaban “nazareos” (Jc 1,5). Sansón era un consagrado a
Dios. El Señor lo había dotado de belleza extraordinaria y de fuerza excepcional para
que fuera un líder defensor de su pueblo. Sansón comenzó muy bien, pero, poco a poco,
fue perdiendo su consagración. Parece un hecho insignificante el que Sansón tomara un
poco de miel, que encontró dentro del cadáver de un león (Jue 14,8). Pero para un

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consagrado estaba absolutamente prohibido tocar algo muerto, un cadáver; quedaba
impuro. Sansón no le dio importancia a esa norma.
Luego, Sansón, comienza a valerse de sus carismas — belleza y fuerza — para su
beneficio personal, nada más, y no para servicio de su pueblo. Sansón inicia una relación
con una mujer pagana, llamada Dalila. Para todo israelita estaba terminantemente
prohibida una relación sentimental con una persona pagana. Sansón fue cayendo cada
vez más bajo en su relación prohibida hasta que fue totalmente dominado por aquella
mala mujer, enviada por los enemigos para descubrir el secreto de la fuerza de Sansón.
Un día, al fin, Sansón le confió que el secreto de su fuerza excepcional residía en su
pelo abundante. Es decir en su consagración. La mujer espía lo comunicó a sus
enemigos. Durante una borrachera, Dalila le cortó la cabellera a Sansón. Sus enemigos lo
capturaron. Sansón se sonrió con burla, e intentó romper las ataduras con que lo habían
apresado, como lo había hecho en otras oportunidades. No sucedió nada. La Biblia
comenta que el Espíritu Santo lo había abandonado (Jc 16,20). Sansón fue hecho
prisionero; le sacaron los ojos y lo pusieron a dar vueltas a una gran rueda, como que
fuera un buey.
Todo pecado comienza con algo insignificante. La polilla es diminuta, pero logra
hacer desastres en los muebles y bibliotecas. Sansón, al caer en “pequeñas” tentaciones,
como la de tomar miel encontrada en un cadáver, estaba preparando su fatal caída. Su
amistad con una pagana, poco a poco, se volvió una obsesión por esa mujer. La tentación
se inicia como una polilla insignificante. Pero esa polilla va carcomiendo nuestras
fortalezas espirituales, hasta que perdemos nuestra cabellera de consagrados; se nos va el
poder del Espíritu Santo. Por el pecado, “entristecemos” al Espíritu Santo (Ef 4,30),
bloqueamos su acción en nosotros. Cuando llega el tentador, nos encuentra
desprotegidos del poder del Espíritu Santo, y nos zarandea a su gusto, como a Sansón.
Nos saca los ojos: ya no logramos ver los signos de Dios. Nos esclaviza en el pecado.
Con razón san Juan afirma que el que vive en pecado, es “hijo del diablo”, está
esclavizado por el espíritu maligno.
“Fidelidad en las cosas pequeñas”, nos recomiendan los maestros de espiritualidad.
Las grandes caídas, son producto de pequeñas desviaciones del camino de Dios. Parecía
insignificante que Sansón tomara un poco de miel, que encontró dentro del cadáver de
un animal. Pero, para él, como consagrado, era un pecado grave.
El tentador nos ataca, precisamente, en lo que son nuestras fortalezas, nuestros
carismas. Sansón tenía una belleza extraordinaria, y una fuerza excepcional. Esos dones
se los había concedido el Señor para que sirviera al pueblo y no para que se sirviera de
esos dones para sus amoríos y desviaciones. Nuestros dones bien empleados redundan en
nuestra santidad. Nuestros dones mal empleados sólo sirven para nuestra perdición. Un
don bien administrado es una fortaleza espiritual. Un don mal administrado es nuestra
peor debilidad.

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David

Mientras David estaba como soldado fiel, luchando, liberando al pueblo, su corazón
permanecía fiel siempre al Señor. Cuando David triunfó, fue coronado como rey,
llegaron la abundancia, los placeres, los halagos, el ocio. Fue, precisamente, mientras
estaba en los ocios del palacio, que le llegó la gran tentación de quedarse viendo,
lujuriosamente, a una bella mujer, llamada Betsabé, que se estaba bañando. Ése fue el
primer paso hacia el pecado. Con frecuencia, por los ojos nos entra el pecado. El mundo
con sus novedades pecaminosas, nos invita a detener nuestra mirada en lo que nos incita
al mal y despierta en nosotros las malas pasiones. Antes de comer del fruto prohibido,
Eva se quedó viendo con complacencia el fruto prohibido. No tenía mala intención. Sólo
lo miraba detenidamente. Nuestros ojos son ventanas por las que puede ingresar la
pureza de la luz, o las tinieblas de lo pecaminoso.
David mandó a llamar a aquella mujer, que había visto bañándose, sólo para
conocerla, para platicar con ella un momento. Se inició así, un largo adulterio con
Betsabé, que era esposa de Urías, uno de sus generales más fieles de David. Vino, de
repente, el embarazo de Betzabé. David no sabía cómo afrontar el problema con su
general Urías. Perdió el sentido del equilibrio; su mente se oscureció por el pecado. Lo
único que se le ocurrió fue ordenar a sus militares que dejaran solo a Urías en lo más
encendido de la batalla. Urías murió. Fue, en todo sentido de la palabra, un asesinato
indirecto. David lo sabía muy bien. Pero durante un año trató de silenciar su conciencia,
que le provocaba profundas depresiones y tristeza constante. Antes, David era el jubiloso
cantor de los más bellos Salmos. Ahora, era un hombre que “se sentía como flor
marchita”, y que sentía que “la mano de Dios pesaba sobre él” (Sal 32).
Nunca se imaginó David que aquella mirada de lujuria, lo iba a llevar a convertirse en
un asesino. La tentación se presenta como algo “no muy malo”. Procuramos encontrar
todas las justificaciones posibles para convencernos de que “no es tan malo” lo que
queremos hacer. Y, en realidad, al principio, “no es tan malo”, lo que se está
comenzando. Pero, una vez, que ingresó el veneno del pecado, comienza a expandirse su
efecto mortal. Una vez que nuestra mente se ha turbado, como la de David, somos
capaces de convertirnos en asesinos, y en algo peor. Por eso, la batalla hay que ganarla al
iniciar, la tentación, aplastando de inmediato la cabeza de la astuta serpiente, que nos
propone “algo muy bueno” para nuestra felicidad. Un fruto muy apetitoso. Y, en realidad
es apetitoso; pero es un fruto envenenado. Eso es lo que oculta la serpiente, y lo que
Dios nos indica, al instante, por medio del Espíritu Santo.
A José, en Egipto, lo quiso seducir una mala y rica mujer. Para el joven José era una
gran oportunidad de salir de su pobreza. Pero, José, amaba a Dios sobre todas las cosas.

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Por eso salió corriendo. La mujer todavía le logró arrancar su manto; pero no le pudo
arrancar la gracia de Dios. Huir ante la serpiente de la tentación, no es cobardía; es
valentía.

Pedro

En la Última Cena, cuando Jesús les anticipó a los apóstoles que esa noche se iban a
escandalizar de él, Pedro, inmediatamente, alegó: “Aunque todos te abandonen, yo jamás
te abandonaré” (Mc 14,29). Pedro con mucha autosuficiencia, contradijo al Señor:
según él estaba lo suficientemente preparado para no avergonzarse del Señor. Se
comparó con los demás, y se creyó mejor que todos ellos. Tal vez ellos podían fallar,
pero él, de ninguna manera iba a quedar mal con Jesús. El orgullo nos despoja de la
gracia. Con razón decía Santiago: “Dios da su gracia al humilde y resiste al orgulloso”
(St 4,6). El orgullo impide que nos llegue la bendición de Dios, sin la cual no estamos
preparados para resistir la tentación. El orgullo de Pedro, lo estaba predisponiendo para
resbalar en las tentaciones que estaban por atacarlo.
En el Getsemaní, el Señor, con insistencia, les recomendó a los apóstoles la oración
para prepararse a la terrible crisis, que estaba por estallar. “Vigilen y oren para no caer
en la tentación”, insistió el Señor. Pedro y sus compañeros ni vigilaron ni oraron. Jesús,
por el contrario, permaneció en una oración agónica, llorando, clamándole a su Padre.
Llegó la tentación, Pedro y compañeros, salieron huyendo. Se escandalizaron de
Jesús. No se habían preparado en la oración para estar fortalecidos en el momento de la
crisis. Sin la fuerza de la oración, sin la vigilancia, el enemigo nos sorprende y derrota.
Imposible poder resistir la tentación con sólo nuestras fuerzas. Sin el poder de Dios,
imposible hacerle frente a un enemigo tan poderoso como Satanás. En cambio, el que
está en oración, está agarrado de la mano de Dios. Imposible que el enemigo lo pueda
vencer.
Más tarde, se ve a Pedro, que siente remordimiento, y va siguiendo, “de lejos”, a
Jesús. Es alguien que está confundido. A Jesús no se le puede seguir “de lejos”. Jesús
mismo lo dijo: “El que no está conmigo, está contra mí” (Lc 11,23). Ese seguir a Jesús
“de lejos”, llevó a Pedro a meterse en la boca del lobo. Nada menos que fue a parar al
lugar donde estaban los principales enemigos de Jesús. Alguien lo descubrió y lo acusó.
Pedro negó rotundamente que él fuera seguidor de Jesús. Volvió a hacerlo varias veces
más.
Cuando, en el desierto, el demonio le propuso al Señor lanzarse desde la parte más
alta del templo y que antes de caer fuera librado del mal por los ángeles, Jesús le replicó:
“No tentarás al Señor tu Dios” (Mt 4,7). Pedro, al irse a meter a la boca del lobo, estaba

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“tentando a Dios”. En su debilidad, no podía exponerse a un peligro tan grave. Pedro, en
su aturdimiento, se expuso a una tentación para la que no estaba preparado. Terminó
negando tres veces al Señor. Cuando seguimos a Jesús “de lejos”, con aturdimiento, sin
una definición clara, terminamos yendo a parar a la boca del lobo: nos exponemos a
tentaciones para las que no estamos preparados. Propiamente, estamos “tentando a
Dios”. Estamos haciendo lo contrario que Él nos indica y manda.
Pedro, más tarde, seguramente, recordando su triste experiencia, escribió: “Sean
sobrios y velen, porque su adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando,
viendo a quien devorar; resístanle firmes en la fe” (1Pe 5,8-9). Pedro había sufrido los
zarpazos del león rugiente: había sido derrotado. Por eso, ahora, recomienda varias cosas
para que a nosotros no nos suceda lo mismos. Pedro aconseja vigilancia, sobriedad y una
fe firme. Lo mismo que Jesús le había aconsejado y que él no puso en práctica. Toda
caída en la tentación es producto de nuestra falta de oración, de vigilancia y de
sobriedad, de una vida disciplinada según las normas del Evangelio.

Nuestras tentaciones

Decía Job: “Milicia es la vida del hombre en la tierra” (Jb 7,1). Mientras nos toque
peregrinar por este mundo, necesariamente, tendremos tentaciones. Nadie ha sido
eximido. Es una Ley Divina. Ser tentados, de por sí, no es pecado. Jesús también fue
sometido a la tentación. La tentación es la única manera de probar nuestra fe, nuestro
amor a Dios. Un alumno puede afirmar que ya sabe toda la materia de la clase. Tiene que
probarlo en el examen. La tentación es el examen de nuestra fe y de nuestro amor a Dios.
Aquí, no cuenta sólo la teoría. Debe comprobarse en la práctica.
Lo consolador en la tentación es lo que nos recuerda san Pablo, cuando escribe: “Fiel
es Dios que no los dejará ser tentados más de lo que pueden resistir, sino que dará
juntamente con la tentación, la salida, para que puedan soportar” (1Co 10,13).
También, en el momento de la dura tentación, nos debe animar lo que dice la Carta a los
Hebreos con respecto a Jesús sacerdote, que intercede por nosotros; dice el autor : “No
tenemos un sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que
fue tentado en todo, según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hb 4,15). Debemos
estar seguros de que en el momento de la tentación Jesús, sacerdote, nos comprende y
ruega por nosotros para que no caigamos en la tentación.
La tentación es el momento en que nos toca pasar por oscuridades. La Palabra de Dios
nos asegura: “Aunque camine por valles de sombras, no temo ningún mal porque tú vas
conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan” (Sal 23). Es alentador pensar que no estamos
solos en la tentación. Jesús no acompaña, como Buen Pastor. Su vara y su cayado nos
deben infundir seguridad y paz. Durante un largo período de tentaciones, Santa Catalina

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de Siena fue atacada por muchos malos pensamientos. Un día tuvo una visión de Jesús, y
le reclamó: “Señor, ¿dónde estabas?” Jesús le respondió que estaba en su corazón
ayudándola a resistir. Nunca estamos solos en las tentaciones: cuando oramos y velamos,
Jesús nos acompaña, aunque no percibamos su presencia. Aunque tengamos la
impresión, que somos unos solitarios.
El Evangelio, expresamente, afirma que el Espíritu Santo “empujó” a Jesús al desierto
para que fuera tentado por el demonio (Mc 1,12). No para que fuera derrotado, sino para
derrotar al diablo. Lo mismo sucede con nosotros. Dios permite la tentación, la prueba
porque necesitamos ser examinados en nuestra fe, en nuestro amor. Porque por medio de
la prueba tenemos que definir algunas situaciones de nuestra vida. La tentación no es un
mal, que Dios quiere para nosotros; es un bien necesario para examinarnos en cuanto a la
fe y nuestro amor a Dios, o para purificarnos y fortalecernos contra el mal. Cuando Jonás
fue lanzado al mar; Dios no quería que se ahogara o que pereciera en el vientre de la
ballena. La permisión de Dios era para que Jonás se salvara y dejara su camino de
pecado. La tentación es una bendición de Dios. Si el Espíritu Santo nos lleva, como a
Jesús, al desierto de la tentación, es porque nos ama y quiere una gran bendición para
nosotros. Pero la tentación, siempre es un examen: podemos perderlo o ganarlo. Por eso,
Jesús nos dice que siempre, en nuestra oración, debemos repetir: “No nos dejes caer en
la tentación”.

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6. El Diablo quiere reinar en nosotros

Jesús nos ordenó que en la oración debíamos suplicar: “Venga tu reino” (Mt 6,10). El
reino o reinado de Dios llega cuando se hace la voluntad de Dios en todo. Entre más
perfectamente se haga la voluntad de Dios, más se parece la tierra al cielo, donde se hace
siempre a la perfección la voluntad de Dios.
Según la revelación de la Biblia, el reinado de Dios era totalmente perfecto en el
principio de la humanidad. Dice la Biblia que cuando Dios contempló el mundo, que
había creado, “Vio que era bueno” (Gn 1, 10). Cuando contempló al hombre, “vio que
era muy bueno” (Gn 1, 31). Todo lo hizo bien el Señor. Pero Dios no creó autómatas.
Creó seres humanos a los que les dio libertad. Por eso les advirtió que si se acercaban al
“árbol de la ciencia del bien y del mal” (símbolo del pecado), ingresaría el mal en el
mundo (Gn 2,17). Es decir, se le daría poder al espíritu del mal.
Por medio del pecado, la puerta se abrió para el mal, para el Maligno. Los primeros
seres humanos, al optar por el camino del Maligno, y no por el de Dios, le dieron poder
al Maligno. Entró Satanás y comenzó a tener su “cuota de poder”. Jesús, más tarde, va a
decir, que el demonio llega para “robar, matar y destruir” (Jn 10,10). De aquí que
podemos hablar del “reinado de Dios” y del “reinado de Satanás”. No queremos afirmar
que se encuentren en igualdad de poder. De ninguna manera. Jesús llamó a Satanás
“Príncipe de este mundo” (Jn 12,31). No lo llamó “Señor”. Sólo hay un Señor: Jesús.
Satanás tiene poder: el ser humano, al desprenderse de la mano de su Señor,
automáticamente, le dio poder al espíritu del mal. De ahí viene el “reino de Satanás”, que
consiste en la esfera de poder que le entregan los seres humanos en sus vidas, cuando se
zafan de la mano de Dios y se dejan conducir por el Maligno.
Expresamente el Nuevo Testamento revela que Jesús viene para destruir el reino de
Satanás. Para arrancarle el terreno que los hombres le han cedido. San Pedro en su
prédica, en casa de Cornelio, dice que Jesús “pasó haciendo el bien y sanando a los
atacados por el diablo” (Hch 10,38). Cuando Pablo es enviado por Jesús para
evangelizar a los paganos, se le dice que va para arrancar a los paganos de las manos de
Satanás para pasarlos a las manos de Dios (Hch 26,18). Evangelizar es edificar el Reino
de Dios.

La enseñanza de Jesús

En el Evangelio de san Marcos, al comenzar a predicar, Jesús dice: “El tiempo se ha


cumplido; el reino de Dios ha llegado a ustedes. Conviértanse y crean en el Evangelio”

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(Mc 1, 15). El pecado permite que reine en nosotros el diablo. Por eso san Juan afirma
que el que está en pecado es “hijo del diablo” (1Jn 3,10). Por medio de la “conversión”
el hombre pasa de las manos de Satanás a las manos de Dios. Pero no basta eso para que
el reino de Dios se implante en él. Tiene que “creer en el Evangelio”. Creer no consiste
solamente en tener conceptos evangélicos, sino en “vivir el Evangelio”. Cuando la
persona se convierte y vive el Evangelio, entonces Dios está reinando en su vida. Ha
llegado el reino de Dios.
En la Última Cena, Jesús luchó por llegar al corazón de Judas. Le hablaba en clave, en
un lenguaje que sólo Judas podía entender. Pero el corazón de Judas se fue cerrando más
y más. Dice san Juan que cuando Judas comió el pan, el demonio entró en su corazón.
En ese momento, Judas huyó de Jesús y de los apóstoles. El mismo san Juan afirma que
“era de noche”. Había oscuridad en la atmósfera y en el corazón de Judas. El Diablo
estaba reinando en su corazón; lo llevó a entregar a Jesús por medio de un beso
hipócrita.

La sanación

Gran parte de la evangelización de Jesús va acompañada de la sanación de los


enfermos. Según la Biblia, la enfermedad llega con el pecado. Dios creó el mundo
perfecto, no contaminado. Con el pecado, se enferma el corazón del hombre, que
contagia a la naturaleza. La enfermedad es hija de la muerte. Contra el reinado de la
muerte, llega Jesús sanando, liberando. San Mateo, al describir la evangelización de
Jesús, apunta: “Recorrió toda Galilea, enseñando en las sinagogas, predicando el
Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y dolencia” (Mt 4,23).
La primera sanación de tipo personal, que Jesús realiza en el Evangelio de san Mateo,
es la de un leproso. La lepra, en ese tiempo, se consideraba como una enfermedad
incurable. Más tarde, el Señor envía a sus apóstoles y discípulos a predicar el evangelio
del reino, a sanar y a expulsar los malos espíritus. San Pedro escribe: “Por sus llaga
ustedes son sanados” (1Pe 2, 24). Pedro recuerda que la sanación es producto del valor
de la Sangre de Cristo. De su sacrificio en el Calvario. De ahí viene el poder contra el
reinado de la muerte.
Al no más resucitar Jesús, lo primero que hace es aparecerse a los angustiados y
deprimidos apóstoles. Comienza por mostrarles las señales de sus llagas en sus manos y
costado. Cuando ellos aceptan el valor de su sacrificio en la cruz, les llega el “Shalom”
de Jesús, la paz de Jesús. Su absolución. Los apóstoles se sienten sanados del alma y del
cuerpo. Vuelve, entonces, la alegría a sus corazones.
Inmediatamente, el Señor sopla sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo. A

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quienes ustedes perdonen los pecados, les quedan perdonados, a quienes no se los
perdonen, les quedan sin perdonar” (Jn 20, 23). De esta manera, el Señor envía a sus
apóstoles a sanar almas y cuerpos por el valor de sus llagas con la fuerza del Espíritu
Santo. Así se le va quitando poder al reinado de Satanás. Y avanza el reino de Dios.

Expulsión de los malos espíritus

El primer signo de poder de Jesús, en el Evangelio de san Marcos, es un exorcismo.


Jesús está predicando en la sinagoga. Ante la Palabra de Dios, un hombre comienza a
contorsionarse y a gritar. Tiene un mal espíritu. Jesús, inmediatamente, lo libera. Todos
quedan asombrados por su poder contra el mal (Mc 1,15-27).
Los enemigos de Jesús, no pueden negar el poder de Jesús contra los malos espíritus.
Alegan que ese poder le viene de Beelzebú, príncipe de los demonios (Mt 12, 24). Jesús
les responde: “Si con el dedo de Dios expulso los demonios es señal de que el reino de
Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20).
Luego, el Señor envía, tanto a los apóstoles (su jerarquía) como a los setenta y dos
discípulos, a predicar, a sanar y a expulsar los espíritus malos. Cuando vuelven los
setenta y dos discípulos, se muestran eufóricos por su triunfo contra el poder del mal; le
dicen a Jesús: “¡Hasta los demonios se nos someten en tu nombre!” (Lc 10 ,17). Todo
cristiano es enviado con poder, no sólo a llevar el Evangelio y a sanar a los enfermos,
sino también a liberar a los que estén infestados por malos espíritus. No se trata de un
“exorcismo clásico”, reservado a los sacerdotes nombrados por el obispo( Canon 1172),
sino de las liberaciones de malos espíritus contra los cuales Jesús nos da poder a todos
los bautizados. Este poder Jesús lo prometió cuando dijo: “Estas señales van a
acompañar a los que crean. En mi nombre expulsarán espíritus malos” (Mc 16,17).
Según los documentos de los investigadores, este don de liberación de malos espíritus
era muy manifiesto en los primeros cristianos. Así lo atestiguan los grandes escritores
Orígenes y Eusebio de Cesarea.

Desde el Génesis

Desde el Génesis ya se profetiza el triunfo del reino de Dios sobre el reinado de


Satanás. A la serpiente, símbolo del demonio, Dios le dijo: “Pondré enemistades entre ti
y la mujer, entre su simiente y la tuya: ella te aplastará la cabeza” (Gn 3,15). La
simiente de la Mujer es Jesús. Jesús llegó, como dice san Juan, “para deshacer las obras

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del diablo” (1Jn 3,8).
Jesús le explicó a Nicodemo que Él había llegado para desbaratar las obras del diablo.
Jesús le aseguró a Nicodemo que como Moisés había levantado la serpiente en el
desierto, de la misma manera Él iba a ser levantado para que todo el que creyera en Él,
en su sacrificio expiatorio en la cruz, tuviera salvación (Jn 3,16). Cuando en el desierto
los israelitas murmuradores fueron mordidos por serpientes venenosas, el Señor le
prometió a Moisés que los que vieran la imagen de una serpiente de bronce sobre un
palo, quedarían sanados del veneno de las serpientes. Jesús se comparó a la serpiente de
bronce. Nosotros, ahora, al ver a Jesús en lo alto de la cruz, aceptamos con fe el valor de
su Sangre preciosa y quedamos sanados del veneno de la serpiente del pecado. Al ver
con fe a Jesús en la cruz, recibimos el poder contra el maligno. Lo podemos vencer.
El Libro de Hechos de los Apóstoles recuerda el caso de los hijos de Esceva (Hch
16,14-16). Vieron que Pablo expulsaba malos espíritus, invocando el nombre de Jesús, y
ellos quisieron hacer lo mismo. El demonio se lanzó sobre ellos y tuvieron que salir
huyendo medio desnudos. Los hijos de Esceva creyeron que bastaba invocar el nombre
de Jesús, como que fuera una fórmula mágica. Pero no tenían fe en Jesús; no estaban
protegidos por el poder de su nombre. Dice san Pablo que nosotros somos templos del
Espíritu Santo. Cuando el Espíritu controla nuestra vida, tenemos el poder contra el
Maligno y sus emisarios. En ese momento, se cumple en nosotros la promesa de Jesús:
“En mi nombre expulsarán espíritus malos”. (Mc 16,17).
San Pablo habla de que nosotros podemos “entristecer” al Espíritu Santo (Ef 4,30);
significa que por el pecado podemos bloquear en nosotros la obra del Espíritu Santo. En
ese momento, el Maligno tiene poder contra nosotros. Nos puede vencer. El cristiano
maduro es el que siempre vive lleno del Espíritu Santo; no le tiene miedo al Maligno
porque recuerda lo que dice san Juan: “El que está en ustedes es superior al que está en
el mundo” (1Jn 4,4).
Dice Jesús: “El varón fuerte y armado que custodia su atrio, tiene en paz todas sus
cosas” (Lc 11,21). Cuando tengamos puesta toda “la armadura de Dios”, cuando
vigilemos y oremos, podemos estar seguros de que el reino de Dios está en nosotros y
que el Maligno no podrá vencernos. Obedientes al mandato del Señor, todos los días
rezamos: “Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Lo esencial
de nuestra vida, que imploramos en el Padrenuestro, es que Dios reine en nosotros; en
todas las esferas de nuestra vida. Y que en todo, como la Virgen María, podamos decir:
“Hágase en mí según tu Palabra”

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7. La batalla contra el Diablo

Las primeras palabras, que Jesús pronuncia en el Evangelio de san Marcos, indican claramente la misión de
Jesús, al venir al mundo. Llega para implantar el reino de Dios y para destruir el reino del diablo (1Jn 3,8). Jesús,
al iniciar su misión evangelizadora, comenzó diciendo: “El reino ha llegado a ustedes; conviértanse y crean en el
Evangelio” (Mc 1,15). Con Jesús se acerca el reino de Dios. Para que Dios reine en un individuo, primero, la
persona tiene que “convertirse” y romper con el reinado del diablo en su vida. En segundo lugar, tiene que buscar
un nuevo nacimiento, viviendo según el Evangelio de Jesús.

Es muy indicativo que en el evangelio de san Marcos, el primer signo de poder que
Jesús realiza es un “exorcismo”. Cuando por primera vez va a la sinagoga a predicar, un
hombre, al oír la Palabra, comienza a retorcerse y a gritar. Tiene un mal espíritu. Jesús
inmediatamente expulsa al demonio con una simple orden de mando (Mc 1, 23-25). Con
esta manera de obrar, Jesús está indicando que antes de implantar el reinado de Dios en
los corazones, hay que expulsar lo malo, lo que impide que Dios reine en los corazones.
Jesús lleva a cabo su obra evangelizadora, primero, proclamando el Evangelio de
salvación, que Dios envía por medio de Él. Luego, “sanando” y “liberando” a las
personas, que están oprimidas por la influencia maligna. De esta manera, Jesús
demuestra que tiene poder contra el maligno, que quiere aprisionar a las almas. La
“sanación y los exorcismos” son la señal clara de que Jesús tiene poder total contra el
espíritu del mal. Antes de curar a un paralítico, primero, procede a “perdonarle los
pecados”, a liberarlo del poder del maligno, que impide su sanación (Mc 2, 5,8). La
proclamación del Evangelio y la liberación del pecado y del maligno es la táctica de
Jesús para que el reino de Dios llegue a los que lo siguen.

Todos somos enviados

Una vez que Jesús ha preparado a sus discípulos, les da tres poderes para que ellos
comiéncen a ser sus colaboradores eficaces. Les confiere poder para proclamar el
Evangelio, para sanar a los enfermos y para expulsar espíritus malos. Primero, entrega
este poder a los apóstoles. Luego, llama a otros 72 discípulos, y también los envía a
llevar el Evangelio, a sanar y a expulsar espíritus malos (Mt 10,5-15; Lc 10,1-20). De
aquí se desprende que, en la Iglesia, tanto la jerarquía como los laicos, somos enviados
con el poder de Jesús para continuar su obra de extender el reinado de Dios en todo el
mundo. Este concepto no ha sido muy bien asimilado por muchos laicos, que piensan
que eso es propio de eclesiásticos, nada más. Sería muy indicado que leyeran el capítulo
décimo de san Lucas, en donde el Señor envía a misionar también a 72 “laicos”, que
regresan gozosos, diciendo: “¡Hasta los demonios se nos someten en tu nombre!” (Lc
10).

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Jesús venció a Satanás en la cruz. Para poder implantar el reino de Dios, primero,
tenía que destruir el reinado del diablo. La Carta a los Colosenses lo hace constar,
cuando afirma: “Por medio de Cristo, Dios venció a los seres espirituales que tienen
poder y autoridad, y los humilló públicamente llevándolos como prisioneros en su
desfile victorioso” (Col 2,15). Con su Sangre preciosa, Jesús nos liberó del pecado y del
poder de Satanás. Además, nos dio poder para aplastarle la cabeza, cuando estamos
unidos a Él y recibimos su poder.
Cuando los 72 discípulos volvieron gritando: “¡Hasta los demonios se nos someten en
tu nombre!”, Jesús les explicó que no debían sorprenderse por eso, porque Él les había
dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones” ( Lc 10,19). Decía san Juan:
“Les he escrito también a ustedes, jóvenes, porque son fuertes y han aceptado la
Palabra de Dios en su corazón, porque han vencido al maligno” (1Jn 2,14). Cuando la
Palabra de Dios reina en nuestros corazones, tenemos el poder para vencer al diablo.

También nosotros

Como Jesús, también nosotros, para difundir el reinado de Dios, tenemos que
proclamar el Evangelio y ganarle terreno al diablo, sanando a los enfermos y liberando a
los que estén dominados por el espíritu del mal. No es una tarea fácil; San Pedro nos
advierte que el diablo es como “un león rugiente, que anda rondando viendo a quién
devorar” (1Pe 5,8). El mismo Pedro nos asegura que podemos vencerlo, si estamos
“firmes es la fe” (1Pe 5,9). San Pablo también nos pone alerta contra esa lucha contra el
diablo; no es un combate contra un personaje humano; es una potencia espiritual
maléfica. Pero no debemos temerle, si estamos revestidos con la “armadura de Dios” (Ef
6, 23), que nos protege contra el ataque del diablo.
El cristiano sabe que el diablo lo atacará durante toda su vida. Lo hace porque tiene
odio contra Dios y contra los hijos de Dios. El cristiano no es un soldado acobardado por
el peligro. Está seguro de lo que le dice Dios en su Palabra. Por eso no teme al enemigo.
Todo lo contrario. Se siente enviado, como Pablo, a rescatar a muchos que no están en el
reino de Dios, porque han sido ganados para el reino del diablo.
Cuando Pablo cayó de su cabalgadura y fue ganado por Dios, se le dijo que debía ir a
los paganos para “arrancarlos de las manos de Satanás y pasarlos a las manos de Dios”
(Hch 26,18). Ésa es nuestra misión: arrancar de las manos de Satanás a los hermanos
para llevarlos a las manos de Jesús. La evangelización es una batalla. La misma batalla
de Jesús contra el reino del diablo. Como Jesús sanaba enfermos y expulsaba espíritus
malos para ganarle terreno al mal, así nuestra misión es evangelizar sanando enfermos y
expulsando espíritus malos para que sea destruido el reinado del diablo en muchas almas
y lugares.

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Jesús en la cruz venció al diablo; pero el reinado de Jesús todavía no ha llegado a su
plenitud. Jesús dijo que su reinado total será cuando vuelva nuevamente a la tierra (Mt
13, 41-43). Mientras tanto, somos nosotros los que continuamos la obra de Jesús, con la
seguridad de que, si Jesús reina en nuestro corazón, tenemos garantía de que, como los
72 discípulos, vamos a volver gritando: “¡Hasta los demonios nos se nos someten en tu
nombre!”

Nos ataca siempre

El Apocalipsis relata la batalla que el arcángel Miguel sostuvo contra los ángeles que
se rebelaron contra Dios. Los ángeles rebeldes fueron expulsados del cielo y lanzados al
infierno. Después de narrar esta batalla espiritual, el Apocalipsis añade: “¡Ay de los
moradores de la tierra y el mar ¡ porque el diablo ha descendido a ustedes con gran ira,
sabiendo que tiene poco tiempo” (Ap 12, 7-12).
Un cristiano no debe sorprenderse de ser atacado por el diablo. Esa batalla durará toda
nuestra vida. El diablo, como le puso tentaciones a Jesús, también nos tienta a nosotros.
Procura, por todos los medios apartarnos del camino de Dios. Para eso comienza por
introducir en nuestra mente un mal deseo. Luego, trata de convencernos de que lo que
dice la Biblia no nos conviene de ninguna manera. El siguiente paso, es asegurarnos de
que no trae beneficios desobedecer lo que dice la Biblia. Cuando el diablo ya ha
preparado el terreno, y nosotros, al dialogar con él, hemos permitido que gane terreno en
nuestra mente y corazón, sólo le resta darnos el empujón final para que caigamos en la
tentación.
La historia de Adán y Eva se repite en nosotros. O, mejor dicho, nosotros repetimos la
historia de ellos. Comenzamos a desconfiar de Dios; huimos de Él; nos llega la angustia,
el desconcierto. En lugar de la bendición, entonces, ingresa la maldición en nuestra vida.
El pecado es la puerta que se le abre al diablo para que reine en nosotros. De esa manera,
Jesús deja de ser nuestro Señor y el diablo comienza a reinar en nuestra vida.
El diablo también nos ataca, impidiendo que nos llegue la Palabra de Dios. Dice la
Carta a los Romanos: “La fe viene como resultado de oír el mensaje que habla de Jesús”
(Rm 10,17). Por eso, Jesús describe al diablo, que, apenas cae la semilla de la Palabra en
nuestra mente, interviene para arrancarla e impedir que llegue a nuestro corazón. Dice
Jesús: “Cuando alguno oye la Palabra del Reino y no la entiende, viene el maligno y
arrebata lo que fue sembrado en su corazón” (Mt 13,19). También Jesús pinta al diablo
como su “enemigo, que, en el terreno donde ha sido sembrado el trigo de la Palabra, va a
sembrar cizaña (Mt 13,25). De esa manera, el diablo procura que Dios no reine en
nuestro corazón.

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Otra de las “artimañas” del diablo es atacarnos sutilmente por medio de obsesiones y
opresiones; Corrado Balducci, especialista en demonología, las llama “infestaciones”.
Por medio de esas opresiones, el diablo logra tener algún dominio en nuestra
personalidad o nuestro cuerpo. Es lo que la Biblia llama “tener un espíritu inmundo”. No
se trata de una “posesión diabólica”, un dominio casi total de la persona, sino una
“opresión” u “obsesión”. Caso clásico de esto es el rey Saúl. Su envidia hacia David, se
convierte en odio acervo. Siente impulsos de matar a David. En una oportunidad le tira
su lanza para clavarlo en la pared. David es muy ágil, y logra esquivar el golpe mortal.
Esta opresión diabólica influye en la personalidad de Saúl; lo lleva a meterse a hacer de
sacerdote, sin serlo. Luego va a visitar a una espiritista en Endor. La misma Biblia
afirma que un mal espíritu estaba controlando la vida del rey Saúl (1S 19,9).
La Biblia menciona también el caso de un muchacho epiléptico a quien un mal
espíritu le provoca ataques epilépticos. Para sanarlo, Jesús no ora por él como por los
demás enfermos, a quienes les impone las manos. En el caso del epiléptico, Jesús emplea
una oración de exorcismo. Con autoridad le ordena al mal espíritu que deje libre al
muchacho. Instantáneamente el joven queda curado. El demonio, en este caso, ha
provocado la epilepsia. No quiere decir con eso que toda epilepsia sea provocada por un
mal espíritu. En el caso del joven epiléptico, es el mismo Jesús, por su oración de
exorcismo, el que demuestra que la causa de aquella enfermedad es un mal espíritu.
En estos casos, lo que conviene a la persona afectada por un mal espíritu, o por varios,
es una “oración de liberación”. No se trata de un “exorcismo clásico”, para el que hay
que pedir autorización al obispo del lugar, según el Canon 1172. No. Aquí no se trata de
una “posesión diabólica”, sino de una “opresión” o infestación diabólicas. Estas
molestias u opresiones nos pueden ocurrir a todos. Varios santos fueron duramente
atacados por el demonio por largas temporadas.

También a los buenos…

Los ataques espirituales y físicos del diablo no les acontecen solamente a los que están
alejados de Dios. También los santos son duramente atacados espiritual y físicamente. Y
algo más: los santos son los más “zarandeados” por el diablo. Seguramente, en los
designios de Dios, los santos, como vanguardia de la Iglesia, al ir abriendo camino a los
fieles de la Iglesia, reciben los impactos más terribles del diablo. Los santos son los
mejor preparados para resistir al diablo y para vencerlo, como testimonio del poder de
Jesús en ellos.
Algo que hay que valorar de manera especialísima es cómo, al mismo tiempo que los
santos son duramente “zarandeados” por el diablo, gozan de las mejores experiencias
místicas, que Dios reserva para las almas privilegiadas. En la vida de los santos corren

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parejas las vejaciones por parte del diablo y las visitaciones divinas por medio de
visiones y éxtasis.
En la vida de san Juan Bosco, los ataques del diablo fueron muy terribles en
determinada época de su vida. Mientras Don Bosco escribía un libro sobre el demonio,
fue tremendamente atacado por el diablo. Los salesianos, al verlo demacrado y decaído,
le preguntaron el motivo. Don Bosco les comunicó que desde hacía bastante tiempo era
duramente atacado por el demonio. En la noche, le levantaba la cama y la dejaba caer; le
quitaba las sábanas; esparcía sus documentos y libros por el suelo. En la habitación se
oían carcajadas y gritos a altas horas de la noche, que le impedían dormir.
El Padre Ángel Savio y otros salesianos, le dijeron a Don Bosco que no se preocupara
por eso, pues ellos se quedarían con él en la habitación contigua. Así lo hicieron. Pero a
la hora de los estruendos y hechos sobrenaturales, salieron corriendo despavoridos. Más
tarde, Don Bosco les comentó que ya había cesado su tribulación. Le preguntaron de qué
manera había ahuyentado aquel mal diabólico. Don Bosco no lo quiso revelar. Los
salesianos comprendieron que, por humildad, el santo no quiso que supieran que había
sido a base de mucha oración y ayuno.
Es impresionante saber que el obispo de la santa Madre Teresa de Calcuta, contó que
en los últimos días de vida de la santa, le tuvo que hacer un exorcismo, pues los síntomas
sobrenaturales, que le sucedían, indicaban la presencia del demonio.
De manera extraordinaria, el diablo atacó despiadadamente al Santo Cura de Ars y al
Santo Padre Pío. Las presencias diabólicas en los casos de estos dos santos sacerdotes
son casi idénticas. Recordemos algunos casos: El Hermano Atanasio, que había vivido
junto al santo Cura de Ars, en el proceso ordinario de canonización, declaró que el Cura
de Ars le había dicho: “El espíritu del mal permanecía como un perro, invisiblemente;
pero su presencia se dejaba sentir. Tumbaba las sillas, sacudía los mueves de la
habitación, y gritaba con voz horrible…. A veces imitaba a los animales, gruñía como un
oso y aullaba como un perro, y arrojándose contra las cortinas, las sacudía con furor”
Varios sacerdotes recordaban cuando se predicó el jubileo en Saint Trivier sur
Moignans. Los sacerdotes invitados estaban alojados en una misma casa; todos ellos
comenzaron a protestar porque durante la noche no podían dormir porque en la
habitación del Cura de Ars se escuchaban ruidos muy molestos. El santo les contestó que
era el demonio. Pero los sacerdotes, enojados, no le dieron ninguna importancia a lo que
afirmaba el humilde sacerdote. Al tercer día, durante la noche, hubo un estruendo
espantoso; como que un carro chocara contra la casa. Todo retumbó. Los asustados
sacerdotes corrieron al cuarto del Cura de Ars. Encontraron al santo acostado en su
cama, que había sido lanzada al centro de la habitación por una mano invisible. El Cura
de Ars les dijo: “No es nada. Es buena señal, porque mañana caerá un pez gordo (un
gran pecador)”. Al día siguiente, todos con sorpresa, vieron que, después del sermón, el
caballero Murs, muy conocido en el pueblo porque por su mala vida se había alejado de

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la Iglesia, pasó a confesarse con el Cura de Ars.
Dionisio Chaland, en el proceso apostólico cuantitativo, dio testimonio de que cuando
él era joven estudiante se fue a confesar con el Cura de Ars. A mitad de la confesión, un
temblor general agitó toda la casa; él quiso salir huyendo, pero el Cura de Ars lo tomó
del brazo con serenidad y le dijo: “No es nada; es el demonio porque tú vas a ser
sacerdote”. Dionisio Chaland recordaba que había salido jubiloso de aquella confesión”.
Uno de los confesores del Cura de Ars, el reverendo Beau, en el proceso ordinario,
testificó que le había preguntado al Cura de Ars de qué manera se defendía cuando le
llegaban los ataques del demonio, y que el santo le había respondido: “Me vuelvo al
demonio y lo desprecio. Por lo demás, he advertido que el estruendo es mucho mayor, y
los asaltos se multiplican, cuando al día siguiente, ha de venir algún gran pecador. Eso
me consuela en mis insomnios.” Debido a estas experiencias con el demonio, el obispo
nombró exorcista al Cura de Ars. Por medio de este ministerio atendió a innumerables
personas atacadas terriblemente por el mal espíritu.
En la vida del Santo padre Pío, acaecieron hechos muy similares a los que se narran
del Santo Cura de Ars. En 1912, el padre Pío, refiriéndose al diablo escribió: “Adopta
todas las formas. Desde hace varios días viene a visitarme con otros comparsas, armados
de palos y de instrumentos de hierro, y, lo que es peor, mostrándose bajo sus propias
formas. No sé cuántas veces me ha arrojado del lecho para arrastrarme por la
habitación”. Uno de los biógrafos del Padre Pío, Yves Chiron, en su libro “Padre Pío”,
escribió: “El diablo se le apareció al padre Pío en forma de gato negro, del papa Pío X,
de una joven desnuda, que danzaba lascivamente, o también de la propia Virgen
Santísima . Esos fenómenos diabólicos parecían asombrosos. Pero la teología mística los
ha observado en la vida de los santos” (Ediciones Palabra, Madrid, 2000).
En 1913, en carta a su director espiritual, el Padre Pío, escribió: “Era noche avanzada
y comenzaron sus asaltos con ruidos endiablados. Se me representaron bajo las formas
más abominables… cuando vieron que sus esfuerzos eran vanos, se me echaron encima;
me tiraron por tierra; me golpearon con muchísima fuerza: arrojaron por el aire los libros
y las sillas”.
Yves Chiron trae a colación un dato muy ilustrativo; hace ver cómo en la vida del
Padre Pío, al mismo tiempo que era duramente atacado por el diablo, inmediatamente era
consolado por Jesús, por la Virgen María y algún santo. Escribe Chiron: “El Padre Pío
padeció esas vejaciones diabólicas, que no duraban más de un cuarto de hora; pero
inmediatamente era consolado por Jesús, por la Virgen María, por su ángel custodio, por
san Francisco de Asís y otros santos. Apariciones, que eran más bien, exactamente,
visiones de éxtasis, que le sucedían dos o tres veces al día, y duraban una o dos horas
cada una”. El mismo biógrafo añade: “Los asaltos del demonio alternaron con los éxtasis
y las visiones.”
Este dado acerca de las vejaciones diabólicas y de las consolaciones divinas es muy

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ilustrativo. A veces, nos preguntamos por qué el Señor permite que esos santos varones
sean torturados de esta manera terrible por el demonio. En el dato que aporta Yves
Chiron, de alguna forma, vemos una posible respuesta. Dios permite estas situaciones
espantosas en los santos, para su mayor purificación y santificación, ya que, al mismo
tiempo que son terriblemente atacados por el mal, son los más visitados por el Señor por
medio de éxtasis, visiones y milagros excepcionales.
El investigador de estos fenómenos impresionantes, el teólogo René Laurentin,
consultó a varios exorcistas en varias partes del mundo acerca de su ministerio. Ellos
estuvieron acordes en declarar que los de la Renovación Carismática Católica son los
que más han ayudado a las personas que sufren estos duros ataques de los malos
espíritus. El motivo es porque los “carismáticos” no creen que las palabras de Jesús: “En
mi nombre expulsarán demonios” (Mc 16,16)) sean metafóricas. Por el contrario, creen
que son literalmente una realidad, que ellos han podido comprobar en sus respectivos
ministerios. Según mi experiencia, yo me atrevería a afirmar, con tristeza, que, en la
actualidad, son más los laicos que los sacerdotes que toman al pie de la letra esta
promesa del Señor, en el Evangelio de san Marcos.

La manera de ingresar

El mal espíritu tiene varias maneras de ingresar en nuestra vida para oprimir nuestro
espíritu o nuestro cuerpo. La primera puerta por la que ingresa, es el “pecado mortal”. El
que vive normalmente en pecado mortal, propiamente, le está dando autoridad y poder al
demonio para controlar su vida. Le permite ganar terreno en su mente y corazón. San
Juan llama “hijos del diablo” a los que viven continuamente en pecado grave (1Jn 3,10 ).
Y tiene razón porque el demonio controla sus vidas, esclavizándolos, más y más, cada
día.
Otra puerta de ingreso para el espíritu del mal es el ocultismo bajo todas sus formas.
De manera especial el espiritismo, el juego de la “güija”. La Biblia, expresamente,
condena esta clase de ocultismo: “A Dios le repugnan los que hacen estas cosas, recalca
el libro del Deuteronomio (18,12). En los centros espiritistas, al exponerse a la
comunicación con espíritus o fuerzas ocultas, que, ciertamente, no son de Dios, porque
Dios no se contradice, las personas, propiamente, le están dado paso libre a espíritus
malignos para que, de alguna manera, comiencen a influir en su vida. Casi todas las
personas, que llegan con “síntomas raros” ( escuchan voces, ven sombras, hay ruidos
molestos en sus casas), han frecuentado centros de espiritismo o adivinación.
También es común que muchas personas, cuyos parientes cercanos han practicado el
ocultismo, de alguna manera, han quedado contaminados y sufren las consecuencias.
Recuerdo el caso de una joven de unos veinte años. Después de un “Retiro de Vida en el

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Espíritu”, se encontraba muy triste porque veía que sus compañeros de retiro estaban
muy gozosos después de haber recibido el Bautismo en el Espíritu, mientras ella se
encontraba muy triste y decaída. Le pregunté si tenía algún pecado grave no confesado.
Me dijo que no. Indagamos acerca de otras posibles causas, y nada. Le pregunté si había
frecuentado centros espiritistas o de adivinación. Me dijo que no creía en eso.
Únicamente le ayudaba a su mamá a poner flores y veladoras, en el “centro espiritista”,
que su mamá tenía en su propia casa. Le hice ver que, posiblemente, allí había adquirido
alguna contaminación con fuerzas malas. Le ofrecí hacerle una oración de liberación.
Acababa de comenzar la oración, y, al punto, la joven comenzó a alabar a Dios en
lenguas con mucho júbilo. Sin lugar a dudas, la proximidad con parientes relacionados
con el ocultismo es una fuente de contaminación maléfica para las personas.

Los traumas de las personas

Los expertos en oración de “liberación y de sanación interior” han comprobado que


las personas que han sufrido violación, abuso sexual, o agresión física de parte de
parientes cercanos, muchas veces, son atacados por algún mal espíritu, ya que el trauma
no atendido a tiempo, debilita a la persona y le da oportunidad al mal espíritu para
perturbar, más fácilmente, a esa persona, que está debilitada por su trauma emocional. El
solo hecho de acudir con humildad a la comunidad para pedir ayuda, por medio de la
oración de liberación, es muy agradable a Dios, y favorece la liberación de la opresión
que padece.
Cuando una persona sufre estos fenómenos extraños, por la posible opresión de algún
mal espíritu, le conviene una “oración de liberación”, hecha por hermanos que tengan fe
y experiencia en esta clase de oración. Algunos, además, por su problema más agudo,
necesitan una intervención más directa de parte de la Iglesia por medio de algún
exorcista autorizado para atender esa clase de problema espiritual.
El Padre Michael Scanlan, de Estados Unidos, que tiene mucha experiencia en este
campo, indica que cuando hay opresiones, que podríamos llamar “menores”, nosotros
mismo podemos efectuar una oración de “autoliberación”. Para hacerla, nos indica los
siguientes pasos: Una confesión de pecado bien hecha. Declarar con fe a Jesús como
Salvador y Señor. Tomar con fe la autoridad que Jesús nos entrega contra el poder del
mal. Por ejemplo, se podría decir: “En nombre de Jesús, por la Sangre de Cristo, te
ordeno que me dejes libre (espíritu de lujuria, de odio, de suicidio, según cada caso),
pues Jesús es mi Salvador y el Señor de mi vida”. Se puede repetir varias veces esta
oración con autoridad y confianza en el poder que Jesús nos ha entregado. Hay que
resaltar que la santa Comunión frecuente, hecha con fe es la mejor medicina para la
sanación de nuestros traumas espirituales.

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El mismo padre Scanlan , recomienda que la persona, que ha sufrido esta clase de
opresiones, al ser liberada, debe alejarse de las circunstancias y objetos, que,
posiblemente, hayan propiciado su opresión por parte de algún mal espíritu.

Lo toma o lo deja

El libro de Hechos de los Apóstoles, recuerda el caso de los hijos de un tal Esceva,
que, al ver el poder que Pablo tenía, por el nombre de Jesús, contra los espíritus malos,
quisieron también ellos convertirse en exorcistas. Ordenaron al mal espíritu en nombre
de Jesús que se retirara. El mal espíritu les dijo que conocía a Jesús y también a Pablo,
pero que a ellos los desconocía. El mal espíritu los atacó violentamente, y tuvieron que
salir huyendo desnudos (Hch 19.16).
No existen “fórmulas mágicas” para la oración de liberación y para el exorcismo. Lo
que sí existe es la promesa del Señor, que dice: “Estas señales acompañarán a los que
crean: en mi nombre expulsarán espíritus malos” (Mc 16,16). La promesa se cumple
siempre que se da la condición de tener fe. Me admira y me llena de satisfacción ver la fe
de muchos laicos, que, como los primeros cristianos, están ayudando con la oración de
liberación y sanación, a tantas personas oprimidas por malos espíritus.
Todos, cuando somos oprimidos por algún mal espíritu, que se ha aprovechado de
nuestra debilidad, en alguna esfera de nuestra personalidad, necesitamos una “oración de
liberación”. Hay que insistir que no se trata de un “exorcismo clásico”, reservado a los
exorcistas autorizados por el obispo, sino de una sencilla “oración de liberación”. Jesús
es el mismo ayer, hoy y siempre ( Hb 13,8 ); lo mismo que les dijo a sus discípulos ayer,
nos los repite, ahora, a nosotros. De nosotros depende tomar en serio la promesa del
Señor o, por el contrario, creer que es una piadosa metáfora para tiempos pasados. De
allí depende el resultado.

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8. “Líbranos del mal”

Los comentaristas de la Biblia nos indican que cuando Jesús, en el Padrenuestro, nos
enseña a pedir: “Líbranos del mal”, se refiere directamente al Maligno, al diablo. La
traducción literal sería: “Líbranos del Maligno”. Eso lo vemos confirmado en la Última
Cena, cuando Jesús pide al Padre: “No te pido que los saques del mundo, sino que los
libres del Maligno” (Jn 17,15). Concretamente, Jesús nos manda que en nuestra oración
diaria pidamos ser librados de las asechanzas del Maligno, del Diablo, que busca por
todos los medios apartarnos del camino de la salvación, alejarnos de Dios.

El poder del Maligno

Muy importante encontrarse con la manera en que varios escritores bíblicos muestran
la obra del espíritu del mal. San Juan afirma: “Quien comete pecado, es hijo del diablo”
(1Jn 3,8). Es decir, es dominado por el espíritu del mal. También san Juan escribe:
“Todo el mundo yace bajo el poder del Maligno” (1Jn 5,19)
San Pablo llama al diablo el “tentador”, que puede destruir el trabajo de la
evangelización (1Tes 3,5). También afirma san Pablo que el demonio se transfigura en
“ángel de luz” (2Co 11,14). Nunca se presenta como alguien perverso, sino como quien
desea nuestro bien. En su Carta a los Efesios, san Pablo nos abre los ojos para hacernos
ver nuestra terrible realidad: nos tenemos que enfrentar contra potestades espirituales.
Pero no debemos tener miedo porque podemos ponernos la “armadura de Dios”, con la
cual somos invencibles (Ef 6, 12).
San Pedro había experimentado en carne propia lo que eran los zarpazos de Satanás,
por eso escribió: “Vivan con sobriedad y vigilen. El diablo, su adversario, como león
rugiente anda buscando a quien devorar. Háganle frente con la firmeza de la fe” (1Pe
5,8-9). Pedro lo llama “diablo”; dice que es un “adversario”, que busca “devorarnos”. En
pocas palabras, Pedro nos ha expuesto un retrato exacto de la personalidad del demonio.
Jesús señala al diablo como un instrumento de “tentación”, que induce al ser humano
por la senda del pecado, de la condenación. También lo muestra como el que “se opone”
constantemente a que se expanda el reinado de Dios. En la parábola del Sembrador,
Jesús afirma: “Enseguida viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos” ( Mc
4,15). En la parábola en la que aparece la cizaña en medio del trigo, comenta Jesús: “El
enemigo la ha sembrado” (Mt 13,39).

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También Jesús revela que, además de los males espirituales, el demonio puede causar
males físicos. De una mujer encorvada, comenta Jesús: “Esta mujer, que Satanás tenía
atada con esta enfermedad, durante dieciocho años” (Lc 13,16). También aseguró el
Señor que la causa del mudo sanado y del joven epiléptico era de origen diabólico (Mc
9,25). No quiere decir que toda mudez y toda epilepsia vengan del diablo. En los casos
citados, es el mismo Jesús el que asegura el origen diabólico de esas enfermedades. Ante
el endemoniado de Gerasa, totalmente enloquecido y dominado por la violencia, el Señor
emplea un exorcismo para liberarlo, y sanarlo instantáneamente (Mc 5,1).

Jesús ataca

En su Evangelio, san Juan demuestra que Jesús “vino a destruir las obras del diablo”
(1Jn 3,8). San Pedro, en casa del militar Cornelio, afirma que Jesús “anduvo haciendo el
bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él” (Hch
10,38). Según Pedro, toda la obra de Jesús es un avance contra el reino de las tinieblas:
la predicación que lleva la conversión, las sanaciones, los exorcismos, todo está
encaminado a destruir las obras del diablo. En el Evangelio, Jesús reprende al diablo
como a un ser personal. Le ordena: “Sal”, “Apártate”, “Di tu nombre”. Los evangelistas
hacen bien la distinción entre lo que es una sanación y una liberación del espíritu
maligno.
Jesús compartió con los apóstoles su experiencia acerca, del diablo, que se le había
acercado en el desierto y le había propuesto un método de evangelización triunfalista, a
base de exhibicionismo de poder y autosuficiencia. De esa manera, quería apartarlo del
camino de la cruz. También les indicó que lo que le había servido para vencer al
demonio había sido la perseverancia en la oración, en la meditación, el ayuno, y la
Palabra de Dios para esgrimirla como un arma defensiva contra la palabra del diablo.
Cuando siete apóstoles fracasaron ante el demonio, que tenía dominado a un joven
epiléptico, el Señor les hizo ver que les había faltado fe, oración y ayuno ( Mt 17,21. Mc
9, 29). Lo mismo nos repite el Señor a nosotros ahora. Sólo con nuestra fuerza no
podemos hacerle frente a Satanás. Pero con el poder de Dios, que nos viene por medio de
la oración, de la Palabra de Dios y del ayuno, nosotros, como Jesús, podemos vencer al
demonio tentador.

Tenemos que defendernos

San Pedro había sido “zarandeado” por el diablo. Con su experiencia de santo pastor,

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Pedro nos aconseja que para vencer al demonio debemos “vivir sobriamente” y
“permanecer vigilantes, firmes en la fe” (1Pe 5,8-9). Para san Pedro la vida sacrificada y
vigilante, con confianza en Jesús, es la mejor manera de defenderse del diablo, nuestro
adversario.
San Pablo nos anima a no temer al diablo, si aceptamos la “armadura”, que Dios nos
entrega (Ef 6,12). El “yelmo de la salvación”: nuestra relación personal con Jesús; la
“coraza de la justicia”: la buena relación con Dios por medio de la Sangre de Cristo; el
“escudo de la fe”, que impide que las flechas encendidas del diablo lleguen a nuestro
corazón. La “espada del Espíritu Santo”: la Palabra de Dios por medio de la cual somos
iluminados para conocer la mente de Cristo contra la del diablo. El “cinturón de la
verdad”. Jesús dijo: “Yo soy la Verdad”. También nos dijo Jesús, que el diablo es el
“padre de la mentira” (Jn 8,44). El que está agarrado de la mano de Jesús, no cae en las
trampas del padre de la mentira. El “calzado del Evangelio de la paz”: los zapatos
claveteados de la Palabra de Dios, que nos ayudan para clavarnos bien en la fe y no
retroceder ante el impacto del enemigo.
Jesús, en la Última Cena, antes de dejar a los apóstoles para ir a su pasión, rogó al
Padre que los “librara del maligno”. Sabía Jesús la terrible lucha que les esperaba a sus
discípulos. A nosotros, el Señor, nos “manda” — no es un consejo — que en nuestra
oración diaria, digamos: “Líbranos del maligno”. No hay día de Dios que el diablo no
esté rondando alrededor de nosotros para sorprendernos desprevenidos y hacernos caer
en la tentación. Por eso, a diario, rogamos al Señor que nos libre de las asechanzas de
nuestro enemigo. Algo muy consolador en nuestra vida de lucha contra el mal, es ver a
Jesús como lo presenta la Carta los Hebreos. Jesús está como sacerdote rogando por
nosotros ante el Padre. En esta vida de lucha continua contra las potencias maléficas, no
estamos solos. Jesús está rogando siempre por nosotros para que seamos protegidos
contra el mal, bendecidos en todo momento.

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9. El espiritismo

Después de un retiro espiritual para jóvenes, se me acercó una muchacha de unos


veinte años, muy triste; veía que sus compañeros cantaban y estaban llenos del Espíritu
Santo. Ella afirmaba que no sentía gozo, que quería cantar como sus compañeros y no
lograba hacerlo. Le hice algunas preguntas acerca de su vida. También le pregunté si
había sido llevada a algún centro de espiritismo. Me dijo que ella no creía en esas cosas,
pero que como su mamá tenía un centro espiritista, ella le ayudaba poner las veladoras y
flores. Le hice ver que posiblemente allí estaba el problema. La invité para que
hiciéramos una oración de liberación. Estábamos por concluir la oración, cuando la
joven comenzó a hablar en lenguas y a llenarse de júbilo. Son muchas las personas que
se consideran cristianas y que por alguna situación conflictiva de su vida, acuden algún
centro espiritista, buscando una solución para su problema. No saben a lo malo que se
exponen. Ignoran que el espiritismo contradice puntos fundamentales del cristianismo.
El espiritismo es la doctrina que enseña que por medio de un intermediario, llamado
“médium”, puede haber comunicación con los espíritus de los difuntos, para preguntar
algo o para solicitar ayuda. Desde muy antiguo las personas han intentando comunicarse
con los espíritus. En la Biblia, aparece el rey Saúl que va a consultar a una espiritista en
Endor. Es reprendido duramente por el profeta Samuel. Saúl termina suicidándose.
Alejandro Magno, antes de una batalla, consultaba a los espiritistas. En la Edad Media
abundaron los magos y espiritistas.
El espiritismo moderno, se inició en Nueva York, en 1848, por medio de las
adolescentes hermanas Margarita y Katie Fox. Ellas comenzaron a escuchar toques
misteriosos. Optaron por preguntar quién era. Sugirieron que si se trataba de un viviente,
que diera un toque. Si era un espíritu que diera dos toques. De esta manera, según
cuentan ellas, aprendieron a comunicarse con el espíritu de Charles Rosna, que había
sido asesinado cuando contaba 31 años. Lo que hacían las hermanas Fox, en Nueva
York, comenzó a ser noticia destacada y se extendió por todo el mundo. Así nació el
espiritismo moderno. Uno de sus ideólogos fue Allan Kardec.
Las hermanas Fox terminaron muy mal: en la pobreza y en el alcoholismo. Una de
ellas, Margarita, en 1888, en la Academia de música de Nueva York, dio testimonio de
que todo había sido un fraude y que ésa era la gran pena de su vida. Pero la gente ya se
había embarcado en el espiritismo, y no tomaron en cuenta el testimonio de Margarita
Fox.

Enseñanzas básicas del Espiritismo

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Para el espiritismo, Dios es sólo una “inteligencia cósmica”, Creador y sustentador del
mundo; pero se encuentra muy alejado de los seres humanos. Por eso, es más fácil tener
acceso a los espíritus. Los espiritistas no aceptan la Biblia como Revelación de Dios;
confían, más bien, en las revelaciones de los espíritus.
Los espiritistas creen en la reencarnación. Según ellos, cuando alguien muere, su alma
se reencarna en otro cuerpo de un ser superior o inferior, según la bondad o maldad de su
vida. De esta manera, la persona se va purificando, cada vez más, hasta llegar a la total
purificación.
Para los espiritistas, Jesús únicamente es un ser extraordinario, un “médium
excepcional” para comunicarse con Dios. Los espiritistas no reconocen la Divinidad de
Jesús. No lo aceptan como Salvador, que muere para redimir a los seres humanos. Según
los espiritistas, no existe el infierno. El médium, para los espiritistas es el que ha sido
dotado de esta cualidad para poder comunicarse con los espíritus y transmitir a los demás
sus mensajes.

Una reunión espiritista

Los espiritistas se reúnen en un salón alrededor de una mesa redonda. Se toman de las
manos y apagan las luces. En ese momento, el “médium” entra en trance y comienza a
recibir mensajes de los espíritus, acerca de lo que los participantes han preguntado. Por
lo general, le cambia la voz al médium.
Durante la reunión espiritista, suceden fenómenos impactantes: mesas que se ladean,
objetos que se elevan o aparecen flotando. Alguna vez, alguno escribe vertiginosamente
lo que algún espíritu le está dictando. Los participantes hacen preguntas a los espíritus
por medio del médium, y reciben respuestas. Se dice que se operan sanaciones
espectaculares. Muchos de los que acuden a estos centros espiritistas van para tener el
consuelo de comunicarse con sus difuntos o para recavar alguna información acerca de
algo que les preocupa. Algunos van para pedir que se haga un maleficio contra
determinada persona. También acuden para ser librados de algún maleficio que les
hubieran hecho.

¿Qué dice la ciencia?

Los sacerdotes y científicos José María Heredia y el Padre Irala estudiaron desde un
punto científico el espiritismo. Llegaron a la conclusión de que los espíritus no tienen

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nada que ver con relación a los fenómenos espectaculares, que se dan en los centros
espiritistas. Más bien ahí se ponen en juego poderes mentales, parasicológicos e
hipnóticos. Los mencionados sacerdotes, para demostrarlo, también aprendieron a
levantar mesas, a hacer aparecer objetos suspendidos en el espacio sin tener que
relacionarse con espíritus.
El sacerdote Jesús Ortíz López, que ha estudiado el tema del espiritismo, afirma: “El
espiritismo tiene afinidad con la adivinación pues consiste en técnicas para mantener
comunicación con los espíritus, principalmente de los difuntos conocidos, para averiguar
de ellos cosas ocultas. Hoy día los estudios más serios y documentados sobre el
espiritismo llegan a la conclusión de que la mayor parte de los casos se deben a puros y
simples fraudes. Sin embargo consideran que un porcentaje mínimo se debe a verdadero
trato con los espíritus malignos (magia diabólica), mientras que un porcentaje de casos
se explican por los fenómenos metapsíquicos, cuyas posibilidades naturales son amplias
y no totalmente conocidas aun por la ciencia (parapsicología).
La asistencia a las reuniones espiritistas está gravemente prohibida por la Iglesia. Se
comprende que sea así por ser cooperación a una cosa pecaminosa, por el escándalo de
los demás y por los graves peligros para la propia fe. Son muchísimas las personas que
confiesan que en esos lugares las han engañado al mismo tiempo que las han estafado.
Hay que comenzar por decir que muchas de las personas que van a esos lugares, son
personas asustadas y desorientadas, inclinadas a la credulidad, a aceptar cualquier cosa
que se les diga. Por lo general, cuando una persona llega, lo primero que hacen, es
aterrorizarla asegurándole que ven detrás de ellas una “sombra” horrible; que hay un
tremendo maleficio en su vida. Ése es el primer paso. El segundo paso consiste en que le
ofrecen ayuda, pero le hacen ver que todo esto es muy complicado y que cuesta mucho
dinero. Tercer paso: la gente, atemorizada en exceso, termina haciendo todo lo que le
dicen y pagando, lo que le piden para solucionar su “peligrosa situación”.
Una maestra me contaba que le dijeron que sobre ella había un terrible maleficio. Para
que pudiera ser librada de ese mal, había que mandar a decir a Roma, treinta y tres
misas, ya que los años de Jesús habían sido treinta y tres. El costo de las mismas era diez
mil dólares. La maestra asustada dijo que ella nunca lograría conseguir esa cantidad.
Entonces le dijeron que podían conseguir unas misas de menor precio. Los que
conocemos acerca de misas y de la situación de la Iglesia en Roma, sabemos de sobra
que esas misas de miles de dólares no existen; son un invento de los estafadores. Pero
cuando la gente está aterrorizada ya no razona. Termina dejándose embaucar.
He conocido muchos casos como éstos. Si fueran solamente personas sencillas las que
son engañadas, no habría por qué admirarse. Pero, con mucha frecuencia, los que caen
en la trampa son profesionales, personas de cierta cultura en su rama profesional, pero
con una ignorancia crasa en los fundamentos de la religión cristiana. Una persona
aterrorizada, en un ambiente de misterio y miedo, ya no piensa con lucidez. Acepta todo
lo que le dicen.

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He sabido de casos en los que el médium le ha dicho a alguna mujer, que los va a
consultar, que parte esencial de la liberación, que necesita, es que tenga una relación
sexual con él. Mujeres atontadas y amedrentadas, confiesan que han aceptado lo que les
proponía el médium, con tal de ser liberadas del maleficio. Una de ellas, una señora de
más de setenta años. No quiero asegurar que siempre se estafe a la gente en estos centros
espiritistas; pero sí conozco muchos casos como los que aquí he mencionado.

Orientación cristiana

La Biblia es muy específica al condenar tajantemente el espiritismo. Dice el libro del


Deuteronomio: “Que nadie de ustedes ofrezca en sacrificio a su hijo haciéndolo pasar
por el fuego, ni practique la adivinación, ni pretenda predecir el futuro, ni se dedique a
la hechicería, ni consulte a los adivinos y a los que consultan a los espíritus, ni consulte
a los muertos. Porque al Señor le repugnan los que hacen estas cosas” (Dt 18,11-12).
En el Levítico, el Señor dice: “No recurran a espíritus y adivinos. No se hagan impuros
por consultarlos. Yo soy el Señor su Dios” (Lv 19,31).
Si el Señor prohíbe estas prácticas espiritistas es porque como Padre quiere evitar a
sus hijos la “contaminación” y el influjo de las “malas presencias” que se dan en los
centros espiritistas. Por algo, la Biblia afirma que “a Dios le repugnan” los que hacen
estas cosas. En todo el sentido de la palabra, para uno que es cristiano es como un
“adulterio” espiritual. Se acude a “otros dioses”, como que el Señor no fuera suficiente
para auxiliar a sus hijos a quienes ha prometido protegerlos y cuidarlos.
En muchísimas oportunidades, he tenido que atender a personas que vienen con
temores excesivos porque oyen voces extrañas, perciben presencias malas en sus vidas,
han perdido la serenidad, el gozo de que gozaban antes. Lo primero que hago es
preguntarles si han frecuentado centros espiritistas. La casi totalidad de estas personas
responden afirmativamente. Cuando son jóvenes, por lo general, han jugado “güija”, un
método también de tipo espiritista, que causa tantos males psicológicos y espirituales a
muchas personas.
Las personas, que acuden a centros espiritistas, en el fondo, por más que se declaren
cristianas, creen que tiene fe sólo porque tienen algunas prácticas piadosas. Lo cierto es
que, propiamente, no tienen fe porque, al ir al centro espiritista, desobedecen la Palabra
de Dios, y demuestran que creen más en lo que enseñan los espiritistas que lo que enseña
Dios en la Biblia, y lo que enseña la Iglesia.
Cuando una persona acude a un centro espiritista, se pone en manos de los que no
creen que la Biblia sea Palabra de Dios y que Jesús sea nuestro Señor y Salvador. Por
eso mismo, al ir al centro espiritista, está “renegando” de las enseñanzas de Dios, de

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Jesús y de su Iglesia. Por otra parte, al introducirse en esos lugares, en donde se mueven
fuerzas extrañas, que, ciertamente no son de Dios, que prohíbe el espiritismo, la persona
se expone a la contaminación maléfica .Por eso el libro del Levítico dice : “No se hagan
impuros al consultar a los espíritus”. (Lv 19,31). La persona que va a un centro
espiritista, al renegar, automáticamente, de su fe en Jesús, le está abriendo la puerta a los
malos espíritus, que ingresan en su vida y en su casa, y causan estragos espirituales y
materiales.
Los que van a centros espiritistas no deben extrañarse de los descontroles espirituales
y psicológicos, que aparecen en sus vidas: le abrieron la puerta de par en par al espíritu
del mal, que hace estragos en la vida de los que, propiamente, “reniegan” de Jesús, al
hacer lo contrario de lo que el Señor indica la Palabra de Dios. Varios de los que van a
centros espiritistas, alegan de que allí hay cuadros del Sagrado Corazón, veladoras,
cuadros de la Virgen María. Jesús es muy explícito cuando dice: “No todos los que me
dicen: Señor, Señor, va entrar en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la
voluntad del Padre que está en el cielo” (Mt 7,21). No se puede ser cristiano y espiritista
al mismo tiempo. No se puede servir a dos señores al mismo tiempo. De nada valen los
cuadros de Jesús y de la Virgen María, las veladoras y candelas, si se desobedece lo que
indica la Palabra de Dios, que afirma que “A Dios le repugnan los que consultan a
adivinos y a espiritistas” (Dt 18,11-12 ).
Un hombre, totalmente angustiado, se me presentó. Afirmaba que no lograba dormir,
que en todas partes se sentía perseguido y turbado por el espíritu de Judas. Que esto le
sucedía desde hacía mil quinientos años. Este individuo era un clásico espiritista. Creía
en la reencarnación; según él, había pasado ya por varios cuerpos en varias vidas. Me
pedía ayuda. Por supuesto, le hice ver que para poderlo ayudar, primero, tenía que
confesar su pecado y renunciar al espiritismo, por causa del cual le había sucedido todo
lo que estaba padeciendo. Este señor no quiso renunciar de ninguna manera al
espiritismo. Afirmó que era lo único que lo podía ayudar. No pude hacer nada por él.
Únicamente, en mi oración privada, le pedía al Señor que tuviera misericordia de él.
Un cristiano practicante, de ninguna manera, puede frecuentar un centro espiritista, ya
que la Biblia y la Iglesia lo prohiben con toda claridad. Un cristiano no puede frecuentar
un centro espiritista, donde no se cree que Jesús sea nuestro Salvador, ni se cree en la
Biblia como revelación de Dios. Para nosotros, Jesús no es simplemente un ser
extraordinario, un “médium” excepcional. Para nosotros Jesús es la Palabra de Dios
hecha carne, que vino a poner su tienda entre nosotros (Jn 1, 14). Vino a explicarnos y
completar toda la revelación de Dios para nuestra salvación. Y como nadie podía
limpiarnos del pecado, murió en la cruz para que fuéramos perdonados y “justificados”,
es decir, para ponernos en buena relación con Dios. Jesús, al morir y resucitar, nos
demostró que era Dios; que toda su enseñanza es la verdad de Dios. Además, nos envió a
su Espíritu Santo para morar siempre en nosotros. Jesús nos prometió que volverá otras
vez al fin del mundo, cuando habrá resurrección de todos los muertos: unos irán al cielo

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otros al infierno por toda la eternidad (Mt 25). Jesús no nos habló de reencarnaciones,
como enseña el espiritismo. Jesús nos prometió la resurrección en cuerpo y alma al final
de los tiempos.

¿Los espíritus o el Espíritu?

Se me presentó una señora muy alterada; me dijo que había ido a un grupo de oración
de la Renovación carismática católica y que allí, después de rezar por ella, le habían
dicho que debía quitarse un medallón que llevaba al cuello porque tenía alguna
contaminación maléfica. La señora me dijo que seguramente esos “carismáticos” no
querían a la Virgen, pues el medallón era de la Virgen María. Me llamó la atención de
que le hubieran dicho a la señora en un grupo de oración que se quitara el medallón de la
Virgen. Pero como era una persona de mucho discernimiento religioso la que se lo había
dicho, pensé profundizar más en el asunto. Le pregunté a la señora que cómo había
adquirido esa medalla. Me refirió que su mamá, que tenía un centro espiritista, en una
isla del Caribe, le había regalado el medallón que había sido “bendecido” en ese centro
espiritista. Inmediatamente capté dónde estaba el problema. Le hice ver a la señora el
gran discernimiento que el Espíritu Santo le había dado a la persona que le había
indicado que había algo malo en el medallón. No era la medalla de la Virgen la causante
del problema, sino el lugar de donde venía esa medalla, de un centro espiritista,
prohibido expresamente por Dios. Le expliqué que la Biblia afirma que a Dios le
repugnan los que consultan a los espiritistas. La señora, entonces, comprendió por qué su
medallón estaba contaminado espiritualmente porque provenía de un centro espiritista.
Toda persona que acude a un centro espiritista, primero, desobedece la prohibición de
Dios en la Biblia (Dt 18,11-12); en segundo lugar, queda “contaminada” con las fuerzas
malas que dominan en esos lugares, como lo afirma el libro de Levítico (19,31). Muchos
dicen que fueron sólo por curiosidad. Si por curiosidad usted se mete en la jaula de un
león rugiente, no le garantizo que le vaya ir muy bien. La Biblia llama al demonio “león
rugiente que anda rondando viendo a quién devorar” (1Pe 5,8). Muchos “cristianos de
nombre”, no de corazón, se han ido a meter en la jaula del león rugiente, y han sido
heridos por sus terribles zarpazos. Por misericordia de Dios todavía tienen oportunidad
de arrepentirse, de ser perdonados, y, en lugar de confiar en los espíritus, ser llenados
por el Espíritu Santo, que es la plenitud de la bendición de Dios para sus hijos. Uno que
está lleno del Espíritu Santo no necesita ir a buscar la ayuda de los espíritus, que,
ciertamente, no vienen de parte de Dios, que prohíbe el espiritismo.

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10. El satanismo

San Juan Crisóstomo escribió: “No es para mí ningún placer hablarles del demonio,
pero la doctrina que de este tema resurge será para ustedes muy útil”. No se trata de darle
protagonismo al diablo ni de infundir miedo en ese personaje maléfico. Lo que se busca,
al hablar del diablo, es conocer al enemigo, su astucia, sus tretas , sus estrategias de
ataque , para no dejarse sorprender y para permanecer siempre vigilantes y en oración,
con la armadura de Dios, como nos indica la Palabra de Dios.

¿Adorar al diablo?

¿Es posible que alguien adore al diablo? Parece algo increíble, espantoso, y sin
sentido; pero la realidad es que el “satanismo”, es una escandalosa realidad de la que
muchos participan. El satanismo consiste en el culto de adoración que se tributa al
diablo. El que practica el satanismo, automáticamente, rechaza a Jesús y su Evangelio.
La Biblia no quiere que permanezcamos en la ignorancia con respecto al poder del
diablo y a los males que nos puede causar. Jesús mismo llamó al diablo “Príncipe de este
mundo” (Jn 12,31). San Pablo se refirió a él como “el dios de este mundo”. San Juan
afirmó sin ambajes: “El mundo está puesto en el Maligno” (1Jn 5,19). Todo esto nos está
indicando que hay una esfera del mundo que está dominada por el espíritu del mal. Esto
lo resaltó san Agustín en su obra “La ciudad de Dios”. San Agustín, habla de dos
ciudades: en una reina Dios; en la otra, reina el diablo. San Agustín no enseña que Dios
y el diablo sean dos dioses con igualdad de poderes. De ninguna manera. Lo que el Santo
de Hipona sostiene es que el diablo tiene un poder muy grande en el mundo. Tan notorio
es este poder que Dios, misteriosamente, le ha permitido, que algunos de los Santos
Padres más antiguos, llegaron a hablar del “Cuerpo místico” de Satanás. San Pablo a la
Iglesia la llama el “Cuerpo místicos de Jesús”. El Señor es la cabeza y nosotros somos
los miembros. El diablo es la cabeza de tantos seres humanos y espirituales, que son
dominados por este ser maléfico, que llamamos Satanás.
La obra del diablo, esencialmente, consiste en tratar de destruir el reino de Dios. Por
eso comienza por pervertir el corazón humano, fomenta las aberraciones sexuales, el
odio, la blasfemia, la profanación de lo sagrado, los abortos, la idolatría, las injusticias
sociales, la pornografía. También la magia negra, la brujería y las supersticiones por
medio de las cuales aparta a los hombres de Dios para llevarlos paulatinamente a su
reinado.

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El satanismo siempre ha existido

La adoración a Satanás y el rechazo a Dios ha sido una constante de la humanidad. En


la antigüedad, el grupo de los “Ofitas” rendían culto a la serpiente, símbolo del mal. Los
“Cainitas” escogieron como bandera al asesino Caín para celebrar la actuación de los
“malvados” de la historia. Comenzaron con Caín y llegaron hasta Judas. Los
“Maniqueos” rendían culto a dos dioses: uno bueno y otro malo. Antes de su conversión,
san Agustín pertenecía a esta secta.
En la Edad Media, los “Patarinos y Cátaros” tenían reuniones nocturnas en honor a
Satanás; durante esas reuniones había exceso de obscenidades. Los “Luciferianos”, en
Europa, rendían culto a Lucifer, uno de los nombres del diablo. Practicaban la magia, la
brujería; abundaban entre ellos los excesos sexuales y las drogas.
El Satanismo moderno se debe, sobre todo, a Aleister Crowley y a Antón La Vey.
Aleister Crowley (1875-1947). Fundó en Inglaterra la secta “La estrella de plata”. Se
servía de las desviaciones sexuales para llegar a la concentración esotérica de lo oculto.
Fundó en Cerdeña (Italia), el “Convento de Satán”. Vendía un elixir para tener larga
vida. En la composición química de este medicamento introducía su propio líquido
seminal. La gente lo tomaba con la ilusión de tener larga vida. Aleister Crowley murió
destruido por las drogas: no tuvo él mismo la larga vida, que ofrecía a sus seguidores. La
secta que fundó, se difundió por Brasil, Alemania y Estados Unidos. A esta secta
perteneció el famoso asesino Charles Manson que asesinó a la actriz Sharon Tates y a
otros más, en Los Ángeles.
Antón La Vey, nacido en 1930, en Estados Unidos, funda “La iglesia de Satán”. Se le
llama el “Papa negro”; vestía de negro de la misma manera que aparece el diablo en
algunos cuadros. Antón La Vey escribió la “Biblia satánica”, en la que se enseña toda
clase de perversión. Sus grandes principios son la total permisión en lugar de la
abstinencia . La venganza en lugar de “poner la otra mejilla”. Toda clase de satisfacción
física y emocional. En esta Biblia se lee: “Bienaventurados los fuertes porque poseerán
la tierra. ¡Ay de los débiles, heredarán el yugo! ¡Ay de los que adoran a Dios, serán
esquilados!”
Propiamente, Antón La Vey, era un ateo. No creía ni en Dios ni en el diablo. Así lo
expone en su escrito “Magic” en el que afirma: “El diablo no existe. Es un falso nombre
inventado por los hermanos negros para poner una unidad en su ignorante confusión”. Es
por eso, que el “satanismo” de La Vey, habría que ponerlo entre comillas.

Los ritos satánicos

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El satanismo cuenta con sus propios ritos, que, propiamente, son una caricatura de los
ritos católicos. En sus ceremonias, hay candelas, flores, música. Hay un oficiante, que se
viste al estilo de un obispo. Lleva una cruz invertida (que indica el fracaso de Jesús en la
cruz). Durante el culto hay un retrato de Satanás. Se pisotea la cruz de Jesús. Se recita el
“Padrenuestro” al revés. En lugar de decir: “Santificado sea tu nombre”, dicen: “Maldito
sea el nombre de Dios”. En vez de “No nos dejes caer en la tentación”, repiten: “Déjanos
caer en la tentación”. Y así, por el estilo, invierten todo lo cristiano en su culto. Como
altar ponen a una mujer desnuda. El oficiante, termina teniendo una relación sexual con
esa mujer. A todo esto se le llama la “Misa negra”. ¡De veras que es negro y diabólico
este culto! No por nada se llama expresamente satánico.
Durante el rito satánico se hacen pactos con el diablo. No hay que imaginar al diablo
que se aparece para firmar un documento con sangre del pactante. No. Todo es de tipo
espiritual, en la mente y corazón del satánico. Antes de un pacto, el pactante debe
renegar de su bautismo, de la Eucaristía; debe pisotear la cruz y la imagen de la Virgen
María; debe renunciar a los Sacramentos. Tiene que hacer juramento de no obedecer a
Dios y obedecer en todo a Satanás. Tiene que ser bautizado en el nombre del diablo y
recibir una marca en el muslo con el nombre del diablo. Además, debe comprometerse a
robar hostias consagradas en alguna iglesia, para profanarlas.

Cómo se llega a estas situaciones diabólicas

Nadie se vuelve satánico de un día para otro. Es un lento proceso. Por lo general, las
personas comienzan metiéndose en cosas de ocultismo y magia, que le abren la puerta al
espíritu del mal para dominar a las personas. Viene, luego, el desenfreno de los instintos,
sobre todo sexuales. Se sigue el recurso a la droga con intención de entrar en el éxtasis.
A todo esto aparece el sadismo, la crueldad, los abortos, el odio cruel, la venganza, el
asesinato de niños y adultos como una misión que deben cumplir en algunas
oportunidades.
Después de este proceso de degradación, la persona está totalmente dominada por el
maligno. Le ha abierto de par en par las puertas de su alma, y el maligno la domina
terriblemente. La persona, entonces, está preparada para hacer su pacto con el diablo.
Para entregarse a él totalmente.
Se llega a estas situaciones extremas porque varios de los satanistas creen que el
hombre es mortal. Por lo tanto hay que aprovechar el tiempo de esta vida para vivir al
máximo el placer, el goce espiritual y físico con mucho dinero y poder. Otros satanistas
creen que Dios y el diablo tienen igual poder, y que un día, el diablo logrará vencer a
Dios.

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Además, existen los satanistas que creen en la reencarnación. Si aquí han llevado una
vida degenerada, tienen todavía, la oportunidad en otras vidas, de ser purificados de sus
maldades. Lo normal, es que entre los satanistas exista una gran confusión con respecto a
Dios, al diablo y el más allá. Y no puede ser de otra manera, ya que sirven a su padre, el
“padre de la mentira”, de la confusión.
Muchas otras cosas se podrían conocer acerca del satanismo, pero los que han
investigado acerca de este tema, confiesan que se estrellan contra el “secreto impuesto”,
que los satanistas guardan rigurosamente, ya que han podido ver cómo los que traicionan
a la secta han sido cruelmente masacrados.

Tristes consecuencias

Una mamá me contó el triste caso de su hijo de trece años. Le encontró una carta
dirigida a Satanás, en la que el adolescente le entregaba su alma con la condición de que
le concediera un carro último modelo. Los efectos de esta entrega no tardaron en
evidenciarse. En el colegio en el que estudiaba este adolescente, comenzaron a
desaparece los objetos personales de los alumnos. Cada día había algún robo. Todos
estaban alarmados. Hasta que al fin se encontró a los culpables. El hijo de la señora, que
me exponía su pena, era el que había formado una “mafia” entre sus compañeros de su
misma edad. Se habían organizado perfectamente y estaban actuando como ladroncitos
profesionales.
Aquel adolescente, le había ofrecido su alma al diablo, y el mal espíritu ya había
comenzado su obra de perversión en el corazón de aquel pobre adolescente. El satanismo
se inicia cuando la persona, imbuida en un ambiente alejado de Dios, comienza a
encaminarse hacia lo prohibido. Hacia lo pecaminoso. Cada vez le va dando más y más
poder al demonio en su vida. Hasta que el demonio lo llega a dominar a su antojo.
Las consecuencias de los que caen en el satanismo son terribles. Una vez que el diablo
domina a la persona, vienen los problemas emocionales, que desequilibran al individuo.
Las personas son esclavizadas por el maligno. Algunos, en su desesperación, han
enloquecido totalmente. Otros, se han suicidado. Muchos tienen su corazón lleno de
odio, y sienten placer en hacer el mal a otros.
El rey Saúl aparece en la Biblia, al principio, como un joven lleno del Espíritu Santo.
Los demás profetas comentaban: “No sabíamos que Saúl también profetizaba” (1S
10,11). Saúl comenzó a alimentar envidia hacia David porque era más apreciado que él
por la gente. La envidia se convirtió en odio. Un día, quiso clavar con su lanza en la
pared a David, que tocaba el arpa para que cesara la depresión del rey. Más tarde Saúl, se
metió a hacer, sacrílegamente, de sacerdote, aunque no lo era. También fue a consultar

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una mujer espiritista en Endor. La Biblia indica que “un mal espíritu” dominaba a Saúl.
El rey Saúl terminó suicidándose. De profeta, lleno del Espíritu, pasó a ser un suicida.
Cuando nos alejamos de la oración, de los sacramentos, de la Palabra de Dios,
comenzamos a darle participación en nuestra vida al espíritu del mal. San Juan, a los que
viven continuamente en pecado, los llama “hijos del diablo” (1Jn 3,8). Es decir, están
controlados por el diablo. Cuando una persona es controlada por el diablo, es llevada a
abismos de maldad cada vez más profundos. El pueblo dice: “Nadie se hace santo de
repente”. Tampoco nadie se hace satánico de repente. Es un lento proceso de
acercamiento al mal.
La gran tentación que el espíritu del mal pone a los que están en las tinieblas del
desconcierto, por haberse alejado de Dios, es la misma que le puso a Jesús. A los
alejados de Dios, el diablo les repite con voz melíflua: “Si te postras ante mí y me
adoras, te daré todo esto”. Lo que la gente pide en su agonía existencial es dinero, poder,
placer sexual. “Todo esto te daré” — repite el diablo—, pero con una condición: que te
postres ante mí y me adores”.
Eso es el Satanismo. No es un efecto especial de una película de Spilberg. Es algo de
la vida real, que muchos están viviendo y pagando su terrible precio de angustia y
tribulación. El demonio es un experto vendedor. Ofrece y fascina con lo que promete.
Pero el precio que hay que pagarle es astronómico, hablando espiritualmente. Los pactos
con el diablo se cree que son sólo para las películas y leyendas; pero son muchos los que
le han entregado su alma al diablo a cambio de dinero, poder, sexo erótico. La mayoría
de los que practican el satanismo, un día, hicieron su primera comunión, participaron en
la Iglesia de Jesús. Ahora son miembros activos de la iglesia del diablo. No es ningún
cuento de terror. Es el terror mismo que están viviendo muchos satánicos, que no saben
cómo librarse de la esclavitud en que los tiene su nuevo señor.

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11. Música satánica

En 1992, en Roma, y en el 2005, en Lyon (Francia), se reunieron los principales


exorcistas católicos para un congreso. Una de las constataciones que volvieron a
confirmar fue que por medio del “Rock satánico” muchos jóvenes encuentran la puerta
de entrada hacia el “satanismo”. Se llama “Rock satánico” aquella música en la que
abiertamente se invoca a Satanás y se difunden mensajes satánicos. Los mencionados
exorcistas afirmaron: “El incremento de sectas satánicas en Francia, es un fenómeno
social asociado a la cultura juvenil, que bebe de nuevas fuentes como Internet y los
juegos de rol, pero que mantiene al rock como emisor principal de los mensajes
satánicos.”
El Rock satánico se vale de ritmos que descoyuntan el cuerpo y ciegan la razón. Se
emplean gestos obscenos, y ruido a grandes decibelios, que producen un estruendo
desgarrador. La revista “Lumiere et paix” apunta: “Estos ultrasonidos no percibidos
provocan en el cerebro la producción de endomorfina (una especie de droga natural). El
sujeto se siente extraño, empujado a buscar la droga, o a forzar la dosis, si ya es tóxico-
dependiente”.
Pero lo más dañino de todo esto son los “mensajes subliminales”, que se envían por
medio del rock satánico. El diccionario apunta: “Subliminal: se dice del carácter de
aquellas percepciones sensoriales, u otras actividades psíquicas, de las que el sujeto no
llega a tener conciencia.” Sin que los jóvenes lo sospechen, les están introduciendo en su
subconciencia muchos mensajes totalmente satánicos, que son como semillas diabólicas,
que, lentamente, van haciendo crecer la planta del satanismo. Por medio de estos
mensajes, que se van grabando en la mente de los jóvenes, los arrastran a
comportamientos que los avergüenzan cuando recobran la razón.

Mensajes que inculcan

Por medio de esta música estruendosa, que enloquece a los jóvenes, se les inyectan
mensajes de perversión sexual bajo todas sus formas. Los incitan a ir contra todo lo
establecido. Muchos de estos mensajes animan al suicidio, a la violencia, al asesinato, a
la consagración a Satanás.
Especialistas, que se han dedicado a descifrar algunos de estos mensajes subliminales,
muestran algunos: “Satán es Dios”. “El poder de Satán”. “Señor, Satán, yo te deseo”.
“Satán está en mí.” “Satanás, manifiéstate por nuestras voces” “Yo mato niños.” “Yo
hago llorar a las mamás.” “Aplasto bajo mi auto.” “Denles bombones envenenados.”

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Bastan estos ejemplos para apreciar el mal que se puede producir en la mente y corazón
de los jóvenes. De los hijos.
En las canciones satánicas predominan, sobre todo, tres temas: “La muerte” por medio
de la violencia. “La confusión”, ya que según ellos, nada tiene sentido. El “desenfreno”
por medio del libertinaje sexual; el licor y las drogas. En una canción se dice: “Cualquier
cosa que desees, hazla”. Otra canción tiene el siguiente título: “Oren por su lugar en el
infierno”. Por medio de la música estruendosa los jóvenes, atontados e hipnotizados, no
se dan cuenta de la semilla del diablo que les van sembrando en sus mentes y corazones.

Conjuntos satánicos

Según los expertos, fueron los “Beatles” los que en 1965 comenzaron a enviar
mensajes subliminales satánicos. Los “Rolling Stones”, con Mich Jagger, eran
abiertamente satánicos. Una de sus canciones se titula “Simpatía por el diablo.” El grupo
“Who” glorificaba el mal por el mal. El grupo Black Sabbat, “con su líder, Ozzy
Osburne, tenían un show en el que Ozzy Osburne le daba una detallada a un murciélago
(símbolo diabólico) y lo lanzaba al público. Los jóvenes enloquecían con ese espectáculo
del cantante.
Alice Cooper hacía algo parecido: lanzaba una serpiente (signo del diablo) a la masa
embrutecida, que lo escuchaba. Este cantante en sus canciones proponía todas las formas
de perversión sexual. “Kiss” es el terrible nombre de otro grupo musical. Kiss son las
siglas que significan: “Kins in Satan service” “Reyes al servicio de Satanás”.
Los jóvenes idolatran a sus cantantes; tan hipnotizados y atolondrados están por la música estridente, que ni
cuenta se dan que sus amados ídolos son los mismos que los están envenenando y desquiciando. Muchos de esos
ídolos murieron destrozados por la droga, algunos se suicidaron; sus vidas no son un ejemplo de paz, de bondad,
de equilibrio. En el escenario se les admira como millonarios triunfadores; pero en su vida privada son una piltrafa
humana.

Los informes médicos, con respecto a esta música diabólica, han detectado males
terribles para los seguidores de estos millonarios y maléficos cantantes. Afirman los
médicos que una música superior a 90 decibelios destruye el oído, y estos conjuntos
suben su estruendosa música a 120 decibelios.
También afirman los médicos que esta música, que produce sonidos horripilantes,
produce enfermedades cardiovasculares, trastornos del equilibrio, trastornos de las
hormonas sexuales y suprarrenales, cambio radical de la tasa de insulina en la sangre,
disminución del control de la inteligencia y de la voluntad. Provoca estados depresivos y
tendencias suicidas.
Con estos alarmantes diagnósticos, habría que preguntarse si los cantantes del rock

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satánico no son unos auténticos delincuentes, que están envenenando y destruyendo a
nuestros jóvenes, al inducirlos a la perversión sexual, al licor y a las drogas.

Cinco pasos hacia el satanismo

El escritor italiano Carlo Climati, especialista en el tema del satanismo y ocultismo, en


su libro “Los jóvenes y el esoterismo”, se refiere a cinco pasos que dan los jóvenes antes
de involucrarse en el satanismo.
En primer lugar, el joven se apasiona por la música de algún cantante satánico. Luego,
por medio de la letras de las canciones, se va introduciendo en la filosofía satánica. Para
conocer más acerca de su ídolo musical, busca revistas que, además de proporcionarle
información sobre la música y discos de su cantante, lo dirigen hacia la “magia y el
ocultismo”. Estos temas le comienzan a fascinar al joven, que ignora que el espiritismo y
la magia son puertas seguras por las cuales se introduce el espíritu del mal. La Biblia es
muy específica al condenar el espiritismo y la magia. En el libro del Deuteronomio se
afirma que a Dios “le repugnan los que hacen estas cosas” (Dt 18,12).
El joven, en su curiosidad por conocer más acerca de estos temas, que le comienzan a
fascinar, acude al Internet, en donde ya no sólo se le sirve abundante información, sino
se le conecta con sectas satánicas. Viene, entonces, el quinto paso: el joven, ya
ilusionado con estos caminos para conseguir con facilidad dinero y placer, quiere tener
un “contacto directo” con alguna secta de ocultismo o satánica. Cuando el joven se da
cuenta, ya está enredado en alguna secta satánica de la que le es muy difícil salir. Hay
amenazas terribles para los desertores. Le han mostrado con abundancia de detalles
cómo han sido masacrados los traidores a la secta.
El ocultismo, por lo general, es el paso previo antes de ingresar en el satanismo. En
cierta oportunidad, un grupo de jóvenes me trajeron a una muchacha que gritaba y a la
que apenas lograban detener. Quería agredir a los demás. Hablaba con voz de hombre.
Se arrastraba por el suelo con los movimientos de una culebra. Después de larga oración,
al fin, se tranquilizó y recobró la normalidad. Le pregunté a la joven si había estado
haciendo algo inconveniente antes de que le sucediera todo lo que habíamos
presenciado. Me contestó que con otros jóvenes había estado jugando a la “güija”. La
“güija” es un tablero en el que están impresas las letras del alfabeto. Los jóvenes se
ponen alrededor del tablero, se concentran, y comienzan a hacerle preguntas a algún
espíritu. Un vaso, colocado sobre el tablero, empieza a moverse sin que nadie de los
presentes lo mueva; va de una letra a otra del tablero, y forma respuestas a las preguntas
hechas por los jóvenes. Parece un juego inocente. La experiencia ha demostrado que por
medio de este sistema, fuerzas extrañas, que, ciertamente no son de Dios, comienzan
entreteniendo a los participantes en el juego; después viene la tortura psicológica y

72
espiritual. Según los investigadores cristianos, los resultados de este juego son dañinos
espiritualmente para toda clase de personas. La “güija” es una forma de espiritismo.
Algunos de los que han jugado a la “güija” resultan escuchando voces extrañas, que los
invitan a hacer algo prohibido. Otros, se llenan de miedo, de ansiedad. Ya no logran
rezar, ni meditar con la Biblia. Nada bueno resulta de esas sesiones de espiritismo
camuflado. La experiencia ha demostrado lo pernicioso del que, inocentemente, se llama
juego a la “güija”. Es una forma taimada de espiritismo. La Biblia con razón condena el
espiritismo (Dt 18,12). Para muchos, el “ocultismo” ha sido el paso previo antes de
relacionarse con el satanismo.

El relativismo moral

El escritor Carlo Climati, resalta que en la música satánica prevalece la idea de “Haz
lo que quieras”, que lleva al “relativismo moral”. A vivir una vida sin “reglas”. La gran
tentación del hombre es llegar a ser “su propio dios”. No depender de nadie. No
obedecerle a nadie. El relativismo moral, desemboca en la incredulidad. No se quiere
creer en nada ni en nadie. Muchos de los jóvenes, alcanzados por el satanismo, van
vestidos de negro, con tatuajes y heridas, que ellos mismos se hacen. Esas heridas nos
indican a las claras que esos jóvenes tienen su corazón herido, sangrando y buscan en el
ocultismo y satanismo un camino fácil para encontrara la solución a sus problemas.
Me trajeron a una joven de 14 años. La familia estaba alarmada porque la jovencita
había tomado un afilado cuchillo y se había lanzado contra su hermanita. A tiempo
pudieron detenerla para que no cometiera un terrible error. Platicando con la joven, que
reconocía su error y estaba asustada, le pregunté qué era lo que estaba haciendo antes de
que le sucediera el terrible accidente. Me contestó que estaba escuchando un disco de
música satánica a una alta velocidad. Esa joven, seguramente, no sabía que a través de
esa música satánica le estaban llenando su mente con “mensajes subliminales”, por
medio de los cuales la desequilibraron y la impulsaron a intentar matar a su hermana.
No por nada esa música se llama “satánica”. Es el diablo que se ha servido de la
música, que fascina a los jóvenes, para apartarlos de Dios y destruir sus mentes y
corazones. Y, algunas veces, también sus cuerpos por las drogas y los suicidios.

El entorno familiar

Si se examinara el entorno familiar de los jóvenes, que han sido atrapados por el
“satanismo”, se comprobaría que, en la mayoría de los casos, se han ido alejando de las

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cosas de Dios, de la oración, de los Sacramentos, de la Biblia. A esos jóvenes les ha
faltado “diálogo familiar”. Los papás, muchas veces, están tan centrados en su trabajo,
en el terrible cotidiano de la vida, que no se dan cuenta de que sus hijos jóvenes
necesitan continuamente ser atendidos, escuchados, orientados. Reprendidos con amor.
La soledad es muy mala consejera. Los jóvenes sufren de terrible soledad en su hogar.
Cada uno va por su cuenta. Cada uno se encierra en su chiquito espacio para ver
televisión horas y horas, y para dejarse controlar por el Internet. En nuestras pequeñas
casas, hay muchas personas, pero abunda la soledad. En el siglo de los medios de
comunicación: celulares, internet, radio, televisión, los habitantes de nuestras casas son
unos empedernidos solitarios: no saben comunicarse en la familia. Nuestros jóvenes
hablan más con la radio, la televisión y el Internet, que con sus propios padres. Los
mismo jóvenes ven que sus padres pasan discutiendo, peleando; nos los ven dialogar
serenamente, no los buscan para preguntarles qué cómo va su vida.
En tiempos pasados, al trabajar con los jóvenes y tratar de amar lo que ellos aman,
para ganarlos para Dios, tantas veces tuve en mis manos los mismos discos, que ellos
escuchaban, sin saber que allí había dinamitas de tiempo que iban a hacer estallar los
corazones y mentes de tantos jóvenes incautos.
Los jóvenes necesitan que los adultos les enseñemos a ser críticos ante los cantantes
de moda, que emplean música satánica para pervertir corazones y mentes; hay que
señalarles que esos cantantes son grandes artistas, pero que son instrumentos del diablo
para pervertir a los incautos jóvenes. Hay que mostrarles la miserable vida que esos
cantantes llevan fuera del escenario. Cómo muchos de ellos han terminado suicidándose,
carcomidos por la droga, sin poder tener un hogar feliz y un matrimonio estable. Por otra
parte, hay que enseñarles a los jóvenes lo bello de la buena música, de los cantantes, que
no destruyen a sus admiradores, sino que difunden, por medio de la música, los grandes
valores que dignifican y llevan bendición a las personas.
Sobre todo, los jóvenes necesitan padres piadosos y enérgicos que no se dejen
atemorizar porque sus hijos les dicen, que son “anticuados”, y que no entienden la
música que ellos escuchan. Lo cierto es que si una música es expresamente satánica, con
culto a Satanás o con mensajes diabólicos, los padres, de ninguna manera, deben aceptar
que esos discos infecten su hogar. Los hijos pueden gritar, patalear, protestar lo que
quieran, pero los padres no pueden, en conciencia, aceptar que sus hijos envenenen su
mente y corazón. No deben permitir, bajo ningún pretexto, que esa música invada la
santidad de su hogar ¿Qué sentido tiene que se dejen ingresar en el hogar discos en los
que se rinde culto a Satanás, o que se difunden mensajes expresamente diabólicos? Sólo
padres muy “flojos”, permiten esa aberración.
Una casa donde no reina Dios, donde Jesús no es el Señor del hogar, es una casa sin
techo. Con facilidad ingresa el espíritu del mal. Si Jesús no es el Señor, el diablo tiene
puerta abierta para comenzar su reinado en esa casa. Una casa donde Jesús y la Virgen

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María no son simples huéspedes, sino miembros activos de la familia, allí el diablo no
puede hacer nada. La mejor defensa contra el satanismo, que atrae a muchos, es un hogar
eminentemente cristiano. Donde hay oración de fe, amor, demostrado con hechos,
Sacramentos, meditación de la Santa Biblia, allí la puerta está cerrada para el “león
rugiente”, que, solamente, seguirá rugiendo, pero no podrá ingresar.

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12. El exorcismo

El primer signo de poder, que realiza Jesús en el Evangelio de san Marcos, es un


exorcismo (Mc 1,21-28). Jesús estaba iniciando su obra de evangelización, de promoción
del Reino de Dios. Tenía que comenzar por eliminar lo que se oponía al Reino de Dios.
Mientras Jesús está predicando en la sinagoga, un hombre comienza a retorcerse y a
gritar; está dominado por un mal espíritu, que no logra aguantar el poder de la Palabra de
Dios. El mal espíritu habla por medio del hombre poseído, y grita: “¿Por qué te metes
con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco, y sé que eres
el Santo de Dios” (Mc 1,24). Jesús estaba comenzando su evangelización. Ni Pedro, ni
Juan, ni ninguno de los apóstoles sabían que Jesús era el Mesías. Todavía Jesús no se los
había revelado. El mal espíritu ya lo sabía y lo gritaba. Jesús con una orden, expulsó al
mal espíritu. El hombre afectado por la mala presencia, quedó totalmente liberado.
El exorcismo consiste en hacer lo mismo que hizo Jesús en la sinagoga, ante el
hombre que se retorcía y gritaba: Jesús, inmediatamente, expulsó al mal espíritu con el
poder de Dios. No fue por medio de una terapia de tipo psicológico o psiquiátrico que el
Señor liberó al hombre, que gritaba y se retorcía. Fue simplemente con una orden con el
poder de Dios. Gozzelino escribe: “Jesús realiza el exorcismo de una forma nueva, sin
seguir un ritual, como hacían los judíos, sino con una palabra llena de autoridad, de tal
manera que la gente quedaba admirada” (G. Gozzelino, Vocazione e destino in Cristo,
Turín, 1985).
Al salir, el espíritu malo, arma un escándalo. Fue su manera de rubricar su presencia.
Aquí se nota una clara diferencia entre lo que es una “sanación” y un “exorcismo”. El
evangelista hace bien esa distinción. En la sanación, Jesús impone manos, ora. Todo es
con calma, con serenidad. Aquí, en cambio, todo es violencia, escándalo. Jesús no ora
por el enfermo calmadamente: aquí, da una orden tajante al mal espíritu. Los mismos
síntomas se van a repetir en los exorcismos, que Jesús realiza con el joven epiléptico (Mt
17,18) y con el endemoniado Geraseno (Mc 5,1-20).
Jesús le da mucha importancia al exorcismo. Al comenzar a propagar el Reino de
Dios, tiene que limpiar el terreno contaminado por malas presencias. Pedro lo expresó,
cuando dijo: (Jesús) “pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo” (
Hch 10,38). Los evangelistas muestran claramente la manera en que Jesús sana a los
enfermos y la manera cómo expulsa a los malos espíritus.

Entregó este poder a sus discípulos

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Jesús, primero, envió a sus apóstoles a “predicar”, a “sanar a los enfermos” y a
“expulsar espíritus malos” (Lc 9,1-2). Luego llamó a otros 72 discípulos y les entregó los
mismos tres poderes (Lc 10). En san Lucas, se puede apreciar de manera especial, cómo
los 72 discípulos regresan eufóricos de su primera misión evangelizadora, y le dicen a
Jesús: “¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre!” (Lc 10,17). Jesús les
explica que no deben extrañarse porque Él les ha dado poder para “caminar sobre
serpientes y escorpiones” (Lc 10,19). Aquí, se puede apreciar con toda claridad cómo
Jesús confía el poder de expulsar espíritus malos, primero, a su jerarquía —los apóstoles
—, luego a otros 72 discípulos. Aquí, con términos modernos, podríamos hablar de los
laicos en la Iglesia.
Cuando los apóstoles estaban comenzando, en su ministerio de exorcistas, al principio,
fallaron. Un padre de familia les llevó a su hijo con un mal espíritu. Los nueve apóstoles
presentes fracasaron, bochornosamente, ante la gente. Cuando bajó Jesús del Monte
Tabor, con Pedro, Santiago y Juan, expulsó inmediatamente al mal espíritu, que le estaba
causando al joven ataque epilépticos. Los apóstoles, aparte y en voz baja, para no ser
escuchados por la gente, le preguntaron a Jesús: “¿Por qué no pudimos expulsar el
demonio?”. Jesús les contestó: “Porque ustedes tienen muy poca fe” (Mt 17,19-20). Si
consultamos los pasaje “paralelos” en los que los sinópticos narran el mismo incidente,
notamos que Jesús también les hace ver que fracasaron porque les falta oración y ayuno”
(Mc 9,29).
Cuando Jesús se despide de sus discípulos, antes de ascender al cielo, les renueva el
poder para exorcizar; les dice: “A los que crean les van a seguir estas señales: en mi
nombre van a expulsar espíritus malos…” (Mc 16,17). El exorcismo fue un ministerio
entregado a la Iglesia como parte integrante de la evangelización. De san Pedro recuerda
el libro de Hechos que bastaba que la sombra de Pedro tocara a los enfermos para que
quedaran curados y para que los malos espíritus salieran huyendo (Hch 5,16). El escritor,
aquí, hace bien la diferencia entre sanación y exorcismo. De san Pablo se narra que
exorcizó a una joven adivina en Filipos (Hch 16,16). El mismo libro de Hechos recuerda
que los hijos de un tal Esceva, quisieron imitar a Pablo en cuanto a los exorcismos, pero
que el mal espíritu se les lanzó encima y tuvieron que salir corriendo medio desnudos
(Hch 19,16 ). El diácono Felipe, además de los carismas de poderosa predicación y don
de milagros, tenía el don de exorcismo; dice el libro de Hechos: “De muchos salían los
espíritus dando voces” (Hch 8,7).
El teólogo Michael Green, en su estudio sobre la evangelización de la Iglesia
primitiva, anota que el exorcismo era algo normal en la evangelización para los
cristianos de la Iglesia primitiva. Hace constar que el exorcismo formaba parte de la
evangelización de los primeros cristianos (“Evangelización en la Iglesia primitiva,
Ediciones Certeza, Buenos Aires, 1979). San Justino, en el siglo segundo, en su libro
“Apología”, asegura que los primeros cristianos se distinguían frente a los paganos
porque sus exorcismos eran más eficaces.

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Con el tiempo, la Iglesia se vio en la necesidad de reglamentar la manera en que
debían realizarse los exorcismos. Debido a cierto rigorismo en la reglamentación, hubo
un momento en que el ministerio del exorcismo casi desapareció de la Iglesia o se tuvo
como algo muy raro. En la investigación, que, modernamente, ha efectuado el teólogo
René Laurentin, se ha demostrado que, debido a múltiples ataques del espíritu del mal,
muchas diócesis se han visto precisadas a nombrar varios exorcistas. René Laurentin
afirma que, después de consultar a muchos exorcistas en varias partes del mundo, ellos le
expresaron que la Renovación Carismática Católica es la que más ha colaborado en este
aspecto (“El demonio”, Bilbao, Desclee de Brouwer, 1988).

Distinción entre posesión y obsesión

Los especialistas en el ministerio del exorcismo, sobre todo los de Roma, Gabriele
Amorth y Corrado Balducci, sostienen que los casos de auténtica “posesión diabólica”
son “muy raros”. Los que sí abundan son lo que ellos llaman “infestaciones”; otros
exorcistas, más bien, hablan de “obsesiones diabólicas”.
Según el teólogo Antonio Royo Marín “La posesión diabólica es un fenómeno
sorprendente en virtud del cual el demonio invade el cuerpo de un hombre vivo y mueve
sus órganos en su nombre y gusto como si se tratara de su propio cuerpo” (Teología de la
perfección cristiana, BAC, Madrid, 1972). El Dr. Luis Mariotti hace una descripción
detallada de lo que es la posesión diabólica, cuando escribe: “En la posesión el maligno
ocupa al hombre, domina su inteligencia, la sensibilidad y las facultades físicas, llegando
hasta privarle de su libertad sobre el cuerpo, alterando el comportamiento físico e
influyendo la conducta moral” (“Expulsarán demonios” pág. 99. Guatemala, 1999).
Un caso clásico de posesión diabólica, según reconocidos exorcistas, es presentado
por san Marcos al describir la actitud de un hombre de Gerasa. Un energúmeno que vive
en los cementerios; muchos han intentado atarlo con cadenas y las ha roto. Va gritando y
golpeándose con piedras .Cuando ve a Jesús le dice: “No te metas conmigo, Jesús, Hijo
del Dios Altísimo. ¡Te ruego por Dios que no me atormentes!” .Cuando Jesús le pregunta
su nombre, responde que se llama “Legión”, porque son muchos los demonios que han
invadido al energúmeno. Luego le pide que, al expulsarlo, lo envíe a una piara de
cerdos” (Mc 5,1-20). Jesús lo libera inmediatamente. Los malos espíritus invaden la
piara de cerdos, que, alocadamente, se precipita por un acantilado en el mar. Al punto,
todos ven que había estado endemoniado, sentado tranquilamente, en su sano juicio.
Además, ahora, el que ha sido liberado, le pide a Jesús que lo acepte en su comitiva de
discípulos. El Señor le indica que lo que, por ahora, le corresponde es ir a dar testimonio
de su liberación a su familia. Luego aquel hombre, va a través de diez ciudades contando
lo que Jesús ha obrado en su vida.

78
Es posible que alguno simplemente quiera ver un caso de tipo psiquiátrico en este
energúmeno de Gerasa. Lo que no hay que dejar de acentuar es que el endemoniado sabe
perfectamente que Jesús es el Hijo de Dios. Los apóstoles y la demás gente, hasta el
momento, ignoraban esta verdad acerca de Jesús. El Señor no lo sana a base de una
terapia de tipo psicológico, sino por medio de una palabra de poder con la que lo libera
de los malos espíritus. Los demás no habían logrado atarlo con cadenas, pues las rompía.
¿Qué psiquiatra logra sanar al paciente de esta clase con una sola palabra?
El caso de los cerdos, que enloquecen y se precipitan en el mar, ha sido comentado de
muy diversas maneras por los especialistas de la Biblia. Los que tienen experiencia en
exorcismos, por eso mismo, tienen más competencia para poder emitir un juicio más
adecuado en este incidente tan llamativo y raro. El teólogo René Laurentin, con respecto
al caso de los cerdos, que se precipitan en el mar, comenta: “El hecho es ciertamente
desconcertante, pero, en este terreno, la experiencia reserva más sorpresas de las que se
publican, y es una fácil solución reducirlas a nuestra conveniencia” (o.c. Pág 45). Otro
comentarista expone que los malos espíritus, al ser expulsados, son enviados a los
cerdos, para que las personas presentes no vayan a ser invadidas por esos malos
espíritus.
Según los exorcistas Amorth y Balducci, las auténticas posesiones diabólicas son
“muy raras”. En una entrevista a la Revista “Trenta Giorni”, Amorth decía: “Repito: los
casos de verdadera posesión son pocos…. La mayoría de casos que curo son
“infestaciones diabólicas” (Trenta giorni”, Nº 100, Roma 1996). Casi lo mismo afirma
Balducci en su libro: “El demonio existe y se puede reconocer” (o.c, Bogotá, 1996).
Según estos teólogos, las causas más comunes de la posesión diabólica son pactos con
Satanás y los acercamientos al ocultismo, donde abundan las malas presencias; así como
el descuido de la oración y los Sacramentos.
Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo, de Colombia, es otro sacerdote que tuvo
amplísima trayectoria en lo que respecta a los exorcismos. En su libro “Ángeles y
demonios” (Lumen, Argentina, 1995), también él acepta que los casos de verdadera
posesión diabólica son “raros”; destaca que las que abundan, más bien, son “opresiones”
demoníacas. Monseñor Uribe, llama “opresiones diabólicas” a lo que Amorth menciona
como “infestaciones diabólicas”. Monseñor Uribe define la opresión diabólica como “la
influencia del demonio en un área de la persona”; lo explica como cuando un ejército ha
invadido una parte de una ciudad, pero no toda la ciudad.
Esta diferencia entre “posesión diabólica” y “opresión diabólica”, es muy importante
en los casos prácticos. Muchos sacerdotes y laicos, con facilidad se “lavan las manos”,
como Pilato, cuando se encuentran con alguno de estos casos extraños. Se escudan en
que el Código de Derecho Canónico, en el canon 1172, afirma: “Sin licencia peculiar y
expresa del Ordinario del lugar, nadie puede realizar legítimamente exorcismos sobre los
POSESOS. El Ordinario del lugar concederá esta licencia solamente a un presbítero
piadoso, docto, prudente y con integridad de vida”. Aquí, el Código de Derecho

79
Canónico habla, expresamente, de “POSESOS”. No se refiere a la “opresión diabólica”,
que es lo más común en estos casos raros, que afectan a muchos feligreses. Cuando Jesús
dice: “En mi nombre expulsarán espíritus malos”, les está otorgando ese poder, según
san Marcos, a “todos los que crean” (Mc 16,17). También a los laicos que creen. Si el
laico cree más que el sacerdote, tendrá más poder para exorcizar. Yo he podido
comprobar que muchos laicos tienen más poder en el ministerio de oración de liberación
que muchos sacerdotes; porque “creen”, con sencillez y sin racionalismos, en el poder
que Jesús ha entregado a sus seguidores para predicar, para sanar a los enfermos y para
expulsar espíritus malos” (Lc 9,1-2).
Creo que la distinción entre “posesión y obsesión”, que hacen los expertos en el
ministerio de liberación, Amorth y Balducci, es muy importante. De otra manera, los que
atendemos a tantísimas personas, que se presentan con síntomas de opresiones
diabólicas, volveríamos loco al “obispo”, pidiéndole autorización, varias veces al día,
para ayudar a esas personas. Por otra parte, cuando nos traen a esas personas con esos
síntomas, en lo que se va a pedir permiso y se consigue una cita con el Obispo, para la
cual, a veces, hay que esperar varias horas o varios días, el enfermo y su familia ya se
habrán marchado a buscar a un brujo, a un espiritista o a un pastor protestante, para que
los atienda, ya que su Iglesia no les presenta una solución en el momento de su angustia.
Es cierto que estos casos de “liberaciones” se prestan a abusos y exageraciones. En
todas las situaciones se dan los mismos peligros: también en la administración del
sacramento de la confesión y la celebración de la Eucaristía, hay peligros de
exageraciones y abusos. Pero no por eso, se va a privar a los fieles de un servicio que es
“obligación” de todo sacerdote y de todo laico comprometido y preparado.
Lo anterior, lo expone muy bien en su libro sobre el demonio, el teólogo René
Laurentin, cuando subraya: “En el clima de duda y agnosticismo actual, muchos
cristianos, fieles a las enseñanzas de los papas y de la tradición, permanecen confusos, a
veces trágicamente, puesto que se les ha enseñado el combate espiritual con el demonio.
Tienen la experiencia y, a veces, la impresión de estar fuertemente sacudidos por el
adversario, pero sin solución en la Iglesia: ya sea porque no hay exorcista autorizado, en
su diócesis, o porque el exorcista pone todo su celo en permanecer oculto, o bien porque
se contenta, exclusivamente, con tranquilizar al paciente, con liberarle de sus ilusiones
sobre la infestación demoníaca y con remitirle a psicólogos o psiquiatras, en los que ya
han estado, sin encontrar solución” (o.c pág 211).
Jesús, primero, entregó el poder de liberar de malos espíritus a su jerarquía, a los
apóstoles. Después lo entregó a otros 72 discípulos, que volvieron gritando: “¡Hasta los
demonios nos obedecen en tu nombre!” (Lc 10,17). Todo cristiano, que tenga el carisma
de liberación de espíritus malos, debe poner al servicio de la Iglesia su don. Sobre todo
en estos tiempo de crisis espiritual en que abundan los casos de “opresiones diabólicas”.
Hay muchos eclesiásticos, que ponen en tela de juicio lo de los “espíritus malos y el
diablo”. El problema, entonces, ya no es de los que “creen” en lo que dijo Jesús: “En mi

80
nombre expulsarán espíritus malos”, sino de los que son sacerdotes o religiosos, y “no
creen” en esa promesa del Señor. Este problema es muy serio para al Iglesia. A alguno
de los eclesiásticos, que no creen en “estas cosas”, habría que preguntarles, si alguna
vez, han ayudado a las personas que sufren de “opresión diabólica”. O si sólo se limitan
a decir que son casos psiquiátricos. Entonces, ¡pobres los feligreses que en su angustia
no encuentran la ayuda adecuada en sus pastores! No será raro que acudan a otros
“lugares” — que abundan — ofreciendo esos servicios. Esto lo escribo después de
muchos años de estar atendiendo a los muchos feligreses, que llegan angustiados porque
sus “pastores” se les rieron en la cara cuando les hablaron de estas situaciones tan
comunes en tantas familias.
En varias partes del mundo, Turín (Italia), Londres, París (cito naciones muy cultas
para que no se piense que es problema de los tercermundistas), los obispos se han visto
precisados a nombrar, emergentemente, muchos exorcistas, para atender tantos casos de
esta índole. El teólogo René Laurentin afirma que los exorcistas mejor organizados de
Europa son los de Francia, en donde se han presentado muchos de estos casos de
“opresiones diabólicas”. Habría que preguntarse hasta qué punto la Iglesia Católica, por
no atender estos casos de manera adecuada, es responsable por las muchas personas que
van a buscar brujos, espiritistas o protestantes.

Un ministerio de la Iglesia

El teólogo René Laurentin, apunta: “Los exorcismos han jugado un gran papel en la
Iglesia primitiva. Asumían entonces una función liberadora y apologética…”… “La
necesidad de organizar y los riesgos propios de este ministerio hicieron privar
progresivamente la orden sobre el carisma, lo jurídico sobre la ordenación. La función
del exorcista quedó cada vez más reservada a los sacerdotes, que habían recibido el
ministerio de exorcista; después, cada vez más estrictamente, a sacerdotes formalmente
escogidos y delegados por el obispo, con secreto creciente y en retirada, para terminar
con la supresión de la orden de exorcista el 15 de Agosto de 1972, en la fiesta de la
Asunción…” El mismo teólogo, concluye haciendo su comentario: “Fue en este nuevo
cuadro en el que se desarrollaron espontáneamente los ministerios laicos de liberación”
(o.c Pág. 123 ).
Los exorcistas actuales afirman que para los exorcismos se han tenido que servir del
Ritual de la Iglesia del año 1614. Otro dato de importancia, que aporta el mismo escritor,
es lo que se refiere a los grupos de la Renovación carismática católica, que han tomado
parte activa en la solución de este problema candente en la Iglesia. Dice Laurentin: “Se
trata principalmente de carismáticos, sensibles a lo espiritual, preocupados por
problemas sin solución, buscan remedios mediante oración de liberación improvisadas o

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tomadas de la Tradición Cristiana”…. “En respuesta a mi encuesta de una treintena de
exorcistas practicantes (junio 1994), la mayoría se manifestaron favorable a la acción
discreta y prudente de los “carismáticos”, que conocían. Le atribuían el doble mérito de
prevenir o resolver casos menores y de preparar la intervención del exorcista, al que
saben acudir para los casos extraordinarios” (o.c. Pág. 212). “Los mismos doce apóstoles
exorcizaron antes de haber sido ordenados en la última Cena, y muchos de los 72 (Lc 10
) no lo fueron nunca . Cuando la Iglesia está viva, las necesidades funcionales crean sus
órganos, en caso de carencia” (o.c pág. 213).

Iglesia victoriosa

La Biblia y nuestra Iglesia, no nos enseñan a tenerle miedo al diablo. Todo lo


contrario: nos demuestran que el diablo ha sido vencido por Jesús en la cruz (Col 2,14-
15), y que el Señor nos da participación en su victoria contra el demonio (Mc 16,17).
Jesús nos entregó la oración, los Sacramentos y el ministerio de Exorcismo para vencer
al demonio, que quiere impedir que Jesús reine en nuestros corazones y en el mundo.
Jesús a “todos” nos envió a llevar el Evangelio, a sanar enfermos y a expulsar espíritus
malos (Lc 9,1-2); nos garantizó que cuando “creyéramos en Él”, en su nombre,
podríamos expulsar los espíritus malos” (Mc 16,17). Los primeros cristianos, sacerdotes
y laicos, se gloriaban ante los paganos de que tenían el poder de Jesús para expulsar a los
espíritus malos, y lo demostraban ayudando a muchas personas. Una iglesia viva es una
Iglesia que debe seguir creyendo en el poder que Jesús le ha dejado contra el mal.
Por un abundante racionalismo, muy metido en muchos intelectuales de la Iglesia,
muchos cristianos, como los hijos de Esceva, han “salido corriendo”, derrotados y
maltratados por los estragos que el diablo ha causado a muchos fieles. La Iglesia de
Jesús no tiene que “salir huyendo” ante estas situaciones de “opresiones diabólicas”, tan
comunes en nuestro tiempo, debido a que muchos, se llaman cristianos, pero viven como
paganos. Son auténticos ateos prácticos. Los fieles de nuestra Iglesia nos están pidiendo
a gritos a los pastores —sacerdotes y laicos— que les demostremos con hechos
fehacientes que el poder de Jesús contra el diablo está activo en la Iglesia. Que Jesús está
vivo y que nos sigue haciendo partícipes de su poder contra el reino de las tinieblas.
Jesús nos entregó su poder contra el demonio para que, como los 72 discípulos, gritemos
con gozo: “¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre!” (Lc 10 ,17).

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13. Los exorcismos de Jesús

El Nuevo Testamento no nos da una enseñanza específica acerca del origen del diablo
ni de su naturaleza. En el Nuevo Testamento, más bien, se presenta a Jesús que viene a
implantar el Reino de Dios; por eso, primero, tiene que “destruir las obras del diablo”
(1Jn 3, 8), el reino del demonio. En el Evangelio se describen varios exorcismos, que
realiza Jesús; para nosotros son como una escuela para evidenciar, en primer lugar, la
presencia del maligno, que trata por todos los medios de impedir la difusión del reino de
Dios. En los varios casos de exorcismo, que Jesús realiza, encontramos una escuela de
cómo enfrentar a Satanás de la misma manera que Jesús lo hizo. Por eso, es muy
ilustrativo examinar algunos de los exorcismos, que Jesús realizó, para aprender lo que
es un exorcismo y cómo se debe realizar. El Evangelio de san Marcos se presta para
analizar algunos exorcismos y la manera cómo Jesús los efectúa.

El hombre de la sinagoga

(Mc 1, 21-28)

En el Evangelio de san Marcos, el primer signo de poder, que Jesús manifiesta, es un


exorcismo. Llega a la sinagoga a predicar; mientras comenta la Palabra de Dios, un
hombre empieza a retorcerse y a gritar. Jesús inmediatamente detecta la presencia de un
mal espíritu, y lo exorciza. El proceso que sigue es muy ilustrativo:
1) El hombre grita y causa escándalo en la asamblea.
2) El mal espíritu habla y afirma que Jesús es el “Santo de Dios”, que viene a
destruirlos: Ninguno de los presentes sabía, propiamente, quién era Jesús. El Señor
estaba comenzado su misión evangelizadora: todavía no se había revelado como el Hijo
de Dios.
3) Jesús le da dos órdenes al mal espíritu: “Cállate”, “Déjalo”. El exorcismo consiste
en una orden al mal espíritu con el poder de Dios.
4) El mal espíritu provoca un ataque epiléptico al muchacho, y sale con gran
estruendo. El mal espíritu tiene poder sobre el cuerpo del individuo. Sale armando un
escándalo, quiere impresionar y asustar.
5) Todos se asustan: es normal. Pero, al mismo tiempo, comienzan a preguntarse
quién es esa persona que tiene ese poder excepcional para exorcizar con una simple
orden.

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6) Aquí, no se trata de una “posesión diabólica”. Aquí, más bien, se aprecia lo que los
exorcistas experimentados llaman una “obsesión diabólica” o una “infestación
diabólica”. En efecto, la forma en que este hombre es sanado por Jesús, es muy distinta
del siguiente caso, que presenta san Marcos (Mc 5), el de un verdadero poseso: el
geraseno.
7) Es normal que la gente se asuste ante los escándalos provocados por el mal espíritu.
Muchas veces, cuando se hace algún exorcismo o una oración de liberación, se repiten
estos mismos efectos en la asamblea. Algunos se irritan contra los que se han animado a
hacer la oración de liberación. Alegan que no debería suceder eso en la Iglesia, que es un
escándalo. Lo cierto es que si eso le sucedió a Jesús, no es nada raro que le pueda ocurrir
a todo el que se atreva a enfrentarse al mal espíritu con el poder que Jesús entregó a sus
discípulos para expulsar los malos espíritus.
8) Un cristiano maduro, más que asustarse y escandalizarse, debe alegrarse al ver que
un hermano está siendo liberado por el poder de Jesús, que sigue manifestándose en la
Iglesia, y cumple su promesa: “En mi nombre expulsarán demonios”.

El endemoniado de Gerasa

(Lc 8, 16-39)

Según los expertos en exorcismos, el caso del endemoniado de Gerasa es un auténtico


caso de “posesión diabólica”. Es conveniente leer este incidente, como lo narra el
“médico” san Lucas, que es un profesional, que no se deja llevar fácilmente por la
superstición.
El poseso de Gerasa vivía entre las tumbas. Iba sin ropa y tenía una fuerza
excepcional: varios hombres habían intentado sujetarlo con cadenas y no había logrado,
porque el energúmeno rompía las cadenas. Se golpeaba con piedras el pecho y gritaba
noche y día.
Cuando aparece Jesús, el endemoniado se postra ante Él y le grita: “No te metas
conmigo, Jesús Hijo del Altísimo”. Jesús le pregunta su nombre al espíritu malo, y
responde: “Me llamo legión, porque somos muchos”. Cuando el Señor le ordena al mal
espíritu que salga del hombre, los malos espíritus le ruegan a Jesús, que por lo menos los
deje vivir en la piara de cerdos, que están allí cerca. Jesús acepta. Había allí millares de
cerdos que, al ser invadidos por los malos espíritus, se precipitan aparatosamente,
pendiente abajo, en el mar.
Una vez liberado, el endemoniado, se muestra sereno, tranquilo. Se sienta a los pies de
Jesús. Le pide que lo acepte en su grupo de evangelización. El Señor le responde, que,

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comience por dar testimonio de su liberación entre sus familiares y que, luego, vaya por
la Decápolis, diez ciudades cercanas, dando testimonio de lo que Dios había hecho en su
vida.
Por medio de este pasaje evangélico, se nos enseñan muchas cosas con respecto a la
posesión diabólica y los exorcismos.
1) Según los expertos en exorcismos, aquí se aprecia un auténtico caso de “posesión
diabólica”. Un hombre manipulado casi totalmente por malos espíritus. Se ha convertido
en un hombre violentísimo, que busca su autodestrucción. Grita entre las tumbas, día y
noche.
2) Este poseso, sabe que Jesús es el Hijo del Altísimo; los demás lo ignoraban: Jesús
acababa de iniciar su misión evangelizadora, y todavía no lo había revelado.
3) Cuando Jesús le ordena que diga su nombre, el mal espíritu responde que se llama
“Legión”, pues son muchos los que están dentro del hombre de Gerasa. Según los
expertos en el exorcismo, el saber el nombre del poseso, ayuda para saber cuál es el
origen del mal del que debe ser liberado (Odio, lujuria, ocultismo, violencia etc.)
4) Es impresionante el caso de los cerdos que, aparatosamente, se precipitan en el mar.
Aquí, los comentaristas se desconciertan y exponen sus diversos puntos de vista. El
teólogo, René Laurentin, comenta: “El hecho es ciertamente desconcertante, pero en este
terreno, la experiencia reserva más sorpresas de las que se publican, y es una fácil
solución reducirlas a nuestra conveniencia”. Me parece de valor la opinión de otro
comentarista, que afirma que, cuando son expulsados los malos espíritus, tienden a
refugiarse en otros cuerpos. En este caso, Jesús para liberar a tantas personas, que
estaban presenciando lo que sucedía, optó por dirigirlos directamente a los cerdos (c.
Ryle).
5) Más que fijarnos en los enloquecidos cerdos, tenemos que centrar nuestra atención
en el poder de Jesús, que, con una orden libera a aquel hombre de su terrible tribulación:
un caso psiquiátrico-espiritual. Aquí no hubo la terapia acostumbrada en casos
semejantes, ni medicinas, ni un largo proceso terapéutico. El poseso quedó liberado,
totalmente, por medio de un exorcismo en todo el sentido de la palabra.
6) Es decepcionante, que muchos, cuando leen este pasaje del Evangelio, se quedan
trabados en hipótesis y teorías acerca de los cerdos enloquecidos, y no se fijan en el
hombre que, después de ser un caso psiquiátrico-espiritual, en un instante, se vuelve un
hombre pacífico. Además, no toman en cuenta que el que era endemoniado, se convierte
en un predicador ambulante, que va por diez ciudades, dando testimonio de lo que Jesús
había obrado en su vida.
7) Hay un dato importante, que no hay que dejar pasar por alto, en el caso de este
endemoniado. Cuando ve a Jesús va a postrarse ante Él. En el fondo, se adivina un
intento de pedir ayuda .Ese “postrarse ante Jesús” es muy indicativo. Mientras un

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hombre tenga vida, el demonio no lo puede dominar “totalmente”. Siempre queda en su
interior, un resquicio para la Gracia, por medio de la cual, puede pedir ayuda a Dios o a
los demás.

La hija de la mujer cananea

(Mc 7,29-30)

Una mujer pagana, una cananea, se acerca a Jesús para suplicarle que sane a su hija,
que tiene un espíritu malo. En la narración de san Mateo, hay más colorido que en los
demás evangelistas, que narran el mismo hecho. Jesús ni voltea a ver a la mujer. Los
apóstoles intervienen para que la atienda porque les está causando problemas con sus
gritos. Los apóstoles no interceden por compasión, sino porque está provocando
desorden en el grupo, que rodea a Jesús. El Señor, alega que no hay que dar el pan de los
hijos a los perros. Los judíos, llamaban perros a los paganos. La cananea era una pagana.
La mujer, ante lo que dice Jesús con respecto al pan, no se rebela, sino que suplica que,
por lo menos, le den las migajas como a los perritos. Jesús, aparentemente, no atendía, al
principio, a la mujer, no por falta de amor, sino porque por ser pagana, seguramente la
hacía esperar, para que escuchara algo de su predicación y llegara a tener fe. Cuando
escucha la respuesta de la cananea, Jesús alaba la fe de aquella mujer, y le dice: “El
demonio ya ha salido de tu hija” (Mc 7,29). El texto evangélico confirma que cuando la
mujer llegó a su casa, “el demonio ya había salido de la niña” (Mc 7,30).
1) Aquí, un caso que no es una “posesión diabólica”, sino lo que los expertos llaman
una “obsesión diabólica” o una “infestación diabólica”. Una intervención fuerte del
demonio, que perturba incesantemente a la persona de manera obsesiva.
2) Es Jesús mismo el que consuela a la madre, diciéndole que el mal espíritu ya ha
salido de su hija.
3) Éste es el único exorcismo a distancia, que Jesús realiza. Lo podríamos llamar un
“exorcismo” simple, como el que nos hacen a nosotros en el bautismo, o como el que se
hace cuando en una casa se presiente una mala presencia.

El muchacho epiléptico

(Mc 9, 14-29)

También aquí, según los expertos, el caso del joven epiléptico, se puede incluir entre

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los casos de “posesión diabólica”. Un papá les lleva a los apóstoles a su hijo epiléptico;
los apóstoles fracasan: no logran ningún resultado. Cuando baja Jesús del Monte Tabor,
el papá se queja con el Señor. Jesús le pregunta acerca de los síntomas de la enfermedad.
Aquí el papá comienza a detallar lo que le hace el mal espíritu a su hijo; dice el papá:
“Un espíritu lo ha dejado mudo. Donde quiera que se encuentra, el espíritu lo agarra y
lo tira al suelo, y echa espuma por la boca, le rechinan los dientes y se queda tieso” (Mc
8,17). Jesús le hace ver al angustiado papá que, con fe, todo es posible. El pobre hombre
se da cuenta de que no tiene la fe suficiente. Le pide a Jesús que lo ayude a creer. Al
Señor eso le basta.
Jesús efectúa el exorcismo, diciendo: “Espíritu mudo y sordo, yo te ordeno que salgas
de él y no vuelvas a entrar en él” (Mc 9,25). Antes de salir, el mal espíritu, todavía logra
armar un escándalo; dice el texto: “El espíritu gritó, e hizo que le diera otro ataque al
muchacho. Luego salió de él, dejándolo como muerto” (Mc 9,26).
1) En primer lugar, hay que indicar, que no toda epilepsia tiene origen diabólico. En
este caso, sí: es el mismo Jesús el que lo señala por la forma de hacer el exorcismo ante
el dominio que el diablo ejerce sobre el joven.
2) Los apóstoles, que fracasaron, en voz baja para no ser oídos por la gente, le
preguntan a Jesús el motivo de su fracaso. Es importante tomar de los tres evangelistas,
que narran este hecho, los varios datos que se encuentran en cada uno. Jesús les responde
tres cosas: no han podido realizar el exorcismo porque no tienen fe (Mt 17,20), porque
no se han preparado con suficiente oración y ayuno (Mc 9,29). Estos datos son de suma
importancia para nosotros. El enfrentamiento con el poder diabólico no es así no más.
Hay que tener fe, y estar fortalecidos con mucha oración y ayuno. Éstas son,
precisamente, algunas de las indicaciones, que la Iglesia les da a los exorcistas en el
Ritual Romano.
3) Aquí, nuevamente, se observa que la curación no se verifica por medio de una
terapia normal; no hay medicinas, ni proceso largo de curación. Aquí, simplemente, hay
un exorcismo, y el joven queda totalmente sanado.

La mujer encorvada

(Lc 13, 10-16)

La mujer encorvada, que acudió a la sinagoga el día sábado, para rezar, cantar y
escuchar la Palabra de Dios, ni siquiera sospechaba que su enfermedad la estaba
provocando un mal espíritu. Es Jesús quien lo descubre, y pasa a liberar a la mujer de su
dura carga durante muchos años.

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Cuando el jefe de la sinagoga protesta porque Jesús ha obrado esta curación en
sábado, el Señor les hace ver que ellos, en sábado, desatan a su burro y su buey para
llevarlos al pozo para que beban agua, y que cómo va a ser posible que no se pueda
liberar a esta pobre mujer que durante dieciocho años Satanás tenía atada (Lc13, 16). Es
el mismo Jesús el que afirma que Satanás ha provocado la enfermedad de la pobre mujer.
No se trata, aquí, de una posesión diabólica, pero sí de una “infestación diabólica”,
que provoca esta enfermedad.

El combate de Jesús

San Marcos, de manera especial, es el que nos muestra a Jesús proclamando la


Palabra, sanando a los enfermo y expulsado los malos espíritus. Desde su primera
presentación en público, para predicar, Jesús comienza realizando un exorcismo.
Demostrando que tiene poder total contra el espíritu del mal.
San Lucas, como médico, que era, hace muy bien la distinción entre las sanaciones y
liberaciones, que realiza Jesús. Cuando Lucas se refiere a la obra sanadora de Jesús,
escribe: “Jesús curó a muchos de sus enfermedades, dolencias y espíritus malignos” (Lc
7,21)
San Mateo resalta que Jesús preparó a sus apóstoles para continuar su batalla contra
los malos espíritus. Dice san Mateo: “Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder
para expulsar espíritus impuros y para curar toda clase de enfermedades y dolencias” (Mt
12,21 ) Es san Lucas el que consigna que Jesús, después de haber preparado en su misión
a los apóstoles, llamó también a otros setenta y dos discípulos, y los envió a proclamar la
Palabra, a sanar enfermos y a expulsar espíritus malos. Estos discípulos, que representan
a los laicos en la Iglesia, regresan de su misión evangelizadora, llenos de júbilo,
gritando: “¡Hasta los demonios se nos someten en tu nombre!” (Lc 10,17). Jesús les
recuerda que Él les ha dado poder para “caminar sobre serpientes y escorpiones” (Lc
10,19).
Cuando ya no está físicamente Jesús, los apóstoles, y los discípulos, continúan su
combate espiritual contra el reino del diablo. A Pedro se le ha concedido que su sombra
sane a los enfermos y expulse a los demonios. Dice el texto bíblico: “Le traían a los
enfermos y a personas atormentadas por espíritus inmundos, y a todos los curaban”
(Hch 5,16).
De Pablo se narra que, en Filipos, se enfrentó a una adivina, y le hizo un exorcismo; al
punto, la muchacha quedó totalmente liberada del espíritu de adivinación (Hch 16,18).
En el mismo libro de Hechos, se recuerda que bastaba que acercaran los pañuelos y
delantales de Pablo a los enfermos para que quedaran sanados y liberados de los malos

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espíritus (Hch 19,11). De Felipe, se narra que mientras predicaba, la gente “escuchaba” y
“veía” las señales milagrosas que hacía. Expresamente se dice que sanaba a los enfermos
y expulsaba a los malos espíritus (Hch 8,7).
Se ha escrito que en el libro de Hechos de los Apóstoles, Jesús continúa vivo,
predicando, sanando y exorcizando por medio de su Iglesia. Se cumple a plenitud la
promesa de Jesús de que los que creyeran iban a seguir sanando a los enfermos y
expulsado a los espíritus malos.

Hacer lo mismo que hacía Jesús

Sobre todo en el Evangelio de san Marcos, se aprecia que, desde un principio, Jesús
comienza su combate contra las fuerzas del mal que se manifiesta poderosamente,
cuando aparece Jesús. Por eso Jesús les revela a sus discípulos que Satanás está presto a
arrancar la semilla de la Palabra, que cae en los corazones, y a sembrar la cizaña de la
duda y de la tentación. También les reveló que era Satánas el que había poseído al
energúmeno de Gerasa y al joven epiléptico ante el cual ellos habían fracasado en su
intento de sanarlo. Les demostró que la mujer encorvada y la hija de la cananea habían
sido enfermadas por un mal espíritu.
Jesús nunca les dijo a sus discípulos que debían ponerse a temblar ante la aparición
del poder diabólico. Todo lo contrario: les enseñó a combatirlo con el poder, que les
había entregado. Por eso, les recordó: “Yo a ustedes les he dado poder para caminar
sobre serpientes y escorpiones” (Lc 10, 19). Antes de despedirse, les recordó algo
básico: que los que tuvieran fe firme en el poder, que les había dado, iban a poder
expulsar demonios en su nombre (Mc 16,16).
La promesa del Señor es muy específica: el poder de expulsar demonios sólo está
prometido a los que crean. Muchos no creen ni en demonios, ni exorcismos. Pueden ser
muy intelectuales y brillantes, pero nunca han ayudado a los que tienen obsesiones o
infestaciones diabólicas, como hacían Jesús, los apóstoles, los discípulos y los primeros
cristianos. El Señor nos envió, no sólo a predicar, sino también a sanar y a expulsar
espíritus malos. Cuando el caso tiene un origen diabólico, no se ayuda a la persona con
sólo enviarla a los psicólogos y psiquiatras. Y tampoco se cumple la orden expresa del
Señor de “expulsar demonios en su nombre”
Todos, como sacerdotes, o como laicos comprometidos, somos enviados a ayudar a
los hermanos en su lucha contra el demonio. Aquí, no se trata de las auténticas
posesiones diabólicas, que según los expertos, Amorth y Balducci, son raras. Se trata de
las “infestaciones diabólicas”, que abundan, ahora, más que en otras épocas, porque los
poderes malignos se han manifestado, de manera extraordinaria, ante la aparición

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poderosísima de la “corriente de Gracia del Espíritu Santo” en nuestro tiempo.
No nos toca a nosotros dejarnos deslumbrar por la inteligencia y el bien decir de
algunos intelectuales, que se burlan y desprecian a los que “todavía” hablan de
liberaciones de malos espíritus. Nos toca seguir el mandato de Jesús, de seguir haciendo
lo mismo que hacían los apóstoles, los discípulos y los laicos comprometidos, de la
época de oro de la Iglesia.

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14. ¿Cómo se hace un Exorcismo? (1º)

Actualmente, en todas partes del mundo son muchos los obispos que se han visto en la
urgencia de nombrar exorcistas, ya que son muchos los casos de personas que se sienten
oprimidas por fuerzas misteriosas. También llama la atención que, en muchos lugares,
como en Roma, París, México y en otras partes, se han organizado congresos de
exorcistas para ponerse de acuerdo con respecto a la “nueva situación”, que se ha
presentado en el mundo actual, en el que muchas personas insisten en que su problema
no es puramente psicológico, sino que tiene una raíz demoníaca.
El periódico italiano, “La Crónica de hoy”, el 18 de febrero de 2005, informaba: “Es
un hecho inédito e histórico, el primer curso de satanismo y exorcismo del mundo fue
inaugurado ayer en Roma en la Pontificia Universidad Regina Apostolorum, ante un
centenar de sacerdotes y con la participación de expertos en sectas diabólicas”. Otro
periódico italiano comentaba: “La iniciativa de crear este curso responde a la
preocupación del Vaticano por el aumento de ritos ligados al satanismo, especialmente
entre los jóvenes, así como la creciente demanda por parte de feligreses, de sacerdotes
que realicen servicios de exorcismo” .
Así, como al aparecer Jesús se desataron los poderes del mal para impedir la obra del
Señor, así también, ahora, que estamos viviendo una “corriente de Gracia” por medio de
la presencia fuerte del Espíritu Santo, también experimentamos la fuerza del poder de las
tinieblas, que, a toda costa, quiere impedir la obra de Jesús por medio del Espíritu Santo.

“A mí no me toca…”

La actitud de muchos eclesiásticos, cuando se enfrentan a estos casos, muchas veces,


consiste excusarse citando el canon 1172, del Derecho Canónico, en el que se estipula
que un exorcismo sólo puede ser hecho por una sacerdote autorizado por el obispo del
lugar. Hay que destacar que el canon 1172 se refiere, expresamente, a la “posesión
diabólica” y no a lo que los expertos en demonología llaman “infestación diabólica” u
“opresión diabólica”. Es por eso que urge que en la Iglesia, los pastores, más que
“lavarnos las manos”, alegando: “A mí eso no me gusta”, nos preocupemos de
profundizar cuál debe ser nuestra obligación en lo que respecta a la atención
personalizada de estos hermanos que, sinceramente, se sienten oprimidos por fueras que
según los expertos, pueden ser, de veras, diabólicas.
Estos fenómenos misteriosos se están dando tanto en ciudades altamente desarrolladas
como Roma, París, Londres, Turín, como en países del tercer mundo, de los cuales

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muchas veces se desconfía, cuando se refieren a cosas del diablo. El teólogo René
Laurentin, que, con motivo de su investigación acerca del diablo, ha tenido que
relacionarse con muchos exorcistas del mundo, ha constatado que hay un movimiento a
nivel mundial en la Iglesia Católica para dar una respuesta adecuada al problema de
muchas personas que se sienten oprimidas por fuerzas, que no son naturales. El mismo
teólogo afirma que en Francia hay más de setenta exorcistas autorizados y que son los
mejor organizados de Europa. Así que no es un problema de tercermundistas, sino un
problema global.
Las circunstancias en que me ha tocado trabajar, me han “empujado” a meterme en
este campo del que muchos eclesiásticos rehúyen. Creo que muchos, como el Cardenal
Suenens, en su libro “Renovación y poder de las tinieblas”, tendríamos, tal vez, que
confesar lo mismo que él, cuando escribió: “Confieso que yo mismo me siento
interpelado, ya que me doy cuenta de que a lo largo de mi ministerio pastoral no he
subrayado bastante la realidad de las potencias del mal, que actúan en nuestro mundo
contemporáneo y la necesidad del combate espiritual que se impone entre nosotros”.
A la luz del Evangelio y de la Tradición de la Iglesia, veo claro que atender a estos
hermanos, torturados por malos espíritus, es una grave obligación que el Señor nos ha
dejado. No hay ninguna excusa para decir: “Esas cosas a mí no me gustan”, “A mí no me
toca”. Todos debemos sentirnos involucrados por Jesús en proclamar la Palabra, en sanar
a los enfermos y en expulsar espíritus malos (Mt 10,1; Lc 10,1.19-20) Lo que he
aprendido en la práctica acerca de la “oración de liberación”, me lo han enseñado los
laicos de la Renovación Carismática Católica, que sin mayores complejos teológicos, a
luz de la Biblia, han afrontado valientemente estos casos y han ayudado a tantas
personas: han sido una respuesta para tantos fieles que en este delicado campo se
encuentran tantas veces desorientados y desamparados.
El teólogo René Laurentin en su investigación sobre demonología deja constancia que
los varios exorcistas del mundo le han confiado que los “carismáticos” son los que más
han ayudado en estos casos difíciles que se dan en todo el mundo. El reconocido
exorcista español, Padre José Fortea, que hizo su tesis en Roma sobre el exorcismo, en
su Web, aconseja a los que se sienten oprimidos por fuerzas diabólicas, que, en vez de
acudir a brujos y adivinos, como lo están haciendo, acudan a los de la Renovación
Carismática Católica, que les van a ayudar eficazmente. Ante esta situación de
emergencia, que estamos viviendo, tímidamente, ahora, me atrevo a comentar algunos
aspectos concernientes a la oración de liberación, que, es la que pueden hacer los
sacerdotes, y también los laicos preparados, sin tener que echar mano del canon 1172.

Destruir el reino del diablo

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San Pedro en la evangelización que llevó a cabo en la casa del centurión pagano,
llamado Cornelio, aseguró: “Jesús pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos por
el diablo (Hch 10,38). Los muchos exorcismos de los cuales da razón el Evangelio, son
testimonios fehacientes del enfrentamiento de Jesús con la presencia de los malos
espíritus, que atacaban a los que se acercan al reino de los cielos.
Jesús entregó el poder de “expulsar a los espíritus malos” tanto a su jerarquía, los
apóstoles, como a setenta y dos discípulos, que podríamos llamar los laicos en la iglesia
(Mt 10,1 y Lc 10,1. 19-20). Al despedirse Jesús, de su Iglesia, volvió a insistir en que les
dejaba a los que creyeran el poder de “expulsar demonios en su nombre” (Mc 16,17). En
el libro de Hechos, explícitamente, se habla de los exorcismos de Pedro, de Pablo y del
diácono Felipe. A través de estos exorcismos la gente comprobaba que Jesús continuaba
vivo en la Iglesia.
San Justino, en el siglo II, en su libro Apología, dejó constancia de que los primeros
cristianos se gloriaban ante los paganos de que tenían más poder que los exorcistas
paganos porque obraban con el poder del nombre de Jesús. La casi totalidad de estos
exorcistas, a los que alude san Justino, eran laicos comprometidos, que creían
firmemente en la promesa de Jesús de que en su nombre expulsarían espíritus malos.
Michael Green, en su libro “Evangelización en la Iglesia primitiva” (Ediciones
Certeza, Buenos Aires, 1979, Pág. 70), hace constar que algo esencial de la
evangelización de los primeros cristianos, era la expulsión de malos espíritus, ya que
muchos se convertían del paganismo al cristianismo, y estaban contaminados por malas
presencias. También, aquí, el autor detalla que esos exorcistas de la Iglesia primitiva
eran sencillos laicos con mucha fe en el poder que Jesús les había confiado para expulsar
los malos espíritus.
El especialista en demonología y exorcista de Roma, Corrado Balducci, escribe:
“Todo creyente puede exorcizar a Satanás en el nombre de Dios, obviamente sin servirse
de las fórmulas del Ritual y con algunas precauciones prudenciales tendientes a excluir
todo lo que puede hacer pensar en el poder ordinario de la Iglesia o en don carismático.
Como añadidura a esta justificada apropiación del mando sobre el demonio, en los
primeros tiempos estaba muy difundido entre los fieles el poder carismático concedido
por Jesús a los apóstoles y a los discípulos y prometido, antes de la Ascensión, a todos
los creyentes, para facilitar en sus comienzos la difusión de la fe cristiana” (o.c. Pág.
122).
Balducci continúa comentando. “Más tarde, ya sea la menor frecuencia de los
endemoniados ya sea, especialmente, la dificultad en el diagnóstico y la importancia y la
delicadeza de ese oficio, impulsaron a la Iglesia a limitar el ejercicio de este poder a
número más restringido de personas, con el objetivo de exigir para su uso, determinadas
facultades y garantías de vida y de prudencia”.
El reconocido exorcista, Gabriele Amorth, también está de acuerdo en esto cuando

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escribe: “Todos los fieles o comunidades pueden rezar las oraciones de liberación
siguiendo la enseñanza de Cristo, que consta en el capítulo 16 de san Marcos: “Los que
crean echarán demonios en mi nombre” (Revista 30 días nº 100, 1996) . El experto
exorcista español, José Antonio Fortea, tiene mucha confianza en la oración de
liberación que practican los de la Renovación Carismática, por eso, no duda en enviar a
las personas con problemas para que sean atendidos por estos laicos llenos de fe en el
poder que Jesús ha dejado a todos los que crean para expulsar espíritus malos” (Mc
16,17). En los documentos citados, sobresale la acción de los laicos en lo que podríamos
llamar, más que un “exorcismo clásico”, “una oración de liberación”, para ayudar a los
que estaban oprimidos, por fuerzas malignas.
Al principio de la Iglesia, todos los cristianos, sacerdotes y laicos, estaban
involucrados en los exorcismos para ayudar a tantos paganos que llegaban a la Iglesia
contaminados con muchas presencias maléficas. Más tarde, debido a lo delicado del
asunto y a los peligros de exageraciones y de imprudencias, la Iglesia reglamentó lo que
debía ser un exorcismo y quiénes lo podrían realizar. El canon 1172 establece: “Sin
licencia peculiar y expresa del Ordinario del lugar, nadie puede realizar legítimamente,
exorcismos sobre los posesos”. Esta reglamentación, con la mejor buena voluntad, lo que
logró a través de los años es que se introdujera una especie complejo de miedo con
respecto a orar por los que presentan “infestaciones de tipo diabólico”. Desde hace
muchos años, la mayoría de los sacerdotes y laicos no quieren saber nada de estos
asuntos. Cuando alguien se encuentra en una situación crítica con respeto a una
“opresión diabólica”, le toca ir de Herodes a Pilato, sin encontrar quién lo pueda atender
de manera adecuada. Son muchos los fieles que, en su desesperación, van a parar a
centros espiritistas, de brujería, o a iglesias protestantes, en donde los atienden y los
presionan para que cambien de iglesia. Este problema es muy común en muchas de
nuestras iglesias. Es una materia pendiente, que no se ha logrado aprobar.
Cuando alguien con esta clase de síntomas se presenta a muchos sacerdotes, alegan
que eso corresponde a un exorcista nombrado por el obispo, y que no es de su
competencia. ¿Pero donde está ese exorcista nombrado por el Obispo? Si existe, tiene la
cualidad de ser “secreto” porque nadie lo conoce. Por otra parte, se critica severamente a
los laicos de la Renovación Carismática, que, con la mejor buena voluntad, oran a su
manera, por los que presentan esta clase de síntomas misteriosos y raros. Según mi
experiencia, estos laicos, son los que han ayudado, en gran manera, a fieles católicos,
que se sienten desamparados en este campo por sus pastores, que por lo general, les
dicen que se trata de algo puramente psicológico.
El famoso pensador francés, León Bloy, comentaba: “Los sacerdotes no usan casi
nunca su poder de exorcistas porque les falta fe y tienen miedo, en el fondo de disgustar
al demonio”. También añadía: “Si los sacerdotes han perdido la fe hasta el punto de que
ya no creen en su privilegio de exorcistas ni hacen ya uso de él, esto representa una
horrible desventura, una atroz prevaricación” Las palabras de este eminente pensador

94
francés, ponen el dedo en una llaga que está todavía sangrando; necesita ser sanada. .

Posesión y opresión

Pienso que habría que aclarar algunos conceptos, que nos pueden ayudar en la
reflexión sobre los “exorcismos” y la “oración de liberación”. Lo que el canon 1172
reglamenta, se refiere, expresamente, a la “posesión diabólica”. Para un exorcismo de un
“poseso” se necesita la autorización del obispo del lugar. Ahora, bien, ¿Qué es una
posesión diabólica? Aquí acudo directamente, no a teólogos teóricos, que nunca han
hecho un exorcismo, sino a los expertos, que al mismo tiempo que han profundizado en
el tema, son exorcistas de mucha experiencia.
El especialista en demonología, Corrado Balducci, es uno de los demonólogos más
destacados. Ha sido nombrado exorcista en Roma. Uno de sus libros sobre demonología,
se titula: “La posesión diabólica” (San Pablo, Bogotá, 2002). Balducci afirma: “La
posesión diabólica es el dominio que Satanás ejerce directamente sobre el cuerpo e,
indirectamente, sobre el alma de una persona. La posesión representa la mayor
manifestación extraordinaria más grave y terrible, por cuanto transforma a un individuo
en un instrumento fatalmente dócil al poder despótico y perverso del demonio” El
mismo escritor añade: “El paciente no es responsable de las acciones que realiza, aunque
sean ofensivas en grado sumo para todo lo que es sagrado y divino, aunque sean
brutales, inmorales y, en fin, contrarias a cualquier ordenamiento positivo y natural.
Balducci hace ver cómo en la “posesión” se dan dos elementos: la “presencia del
demonio en el cuerpo del hombre”, y el “ejercicio de un poder”. Balducci también
indica: “Es también posible que varios demonios estén presentes, como en otros tantos
lugares, en un mismo cuerpo”.
El experimentado exorcista de Roma, Gabriele Amorth, asegura: “La posesión es muy
rara” … “son pocos los casos de verdadera posesión”. En su libro sobre el demonio, el
teólogo José Antonio Sayés, anota: “Todos los expertos en el tema, como Amorth y
Balducci, afirman que las posesiones son muchas menos de las que habitualmente se
pueden pensar”. Monseñor Baluducci, basado en su experiencia, aventura alguna cifra:
“Los auténticos “endemoniados” no superan el 5 ó 6 por mil del total de personas que se
confían a los exorcistas”.
Los expertos en la práctica del exorcismo, al mismo tiempo que nos aseguran que las
“posesiones diabólicas” son raras, nos indican que lo que abunda son las “infestaciones
diabólicas”, que también llaman “opresiones diabólicas”. Balducci nos describe qué es
una “infestación diabólica” cuando especifica: “La infestación personal es una molestia
que el demonio ejerce directamente sobre el hombre; puede ser interior o exterior según
si actúa sobre los sentidos internos y las pasiones o sobre los sentidos externos”.

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Balducci describe los síntomas de la opresión , cuando escribe : “ La persona infestada
se sentirá, aunque no lo quiera, invadida por ideas enfadosas, molestias que persisten, a
pesar de los esfuerzos por ahuyentarlas ; se sentirá poseída por arranques de ira, por
angustias y desesperación, por movimientos instintivos de antipatía o por ternuras
improvisas; podrá tener apariciones monstruosas y seductoras, percibir olores
nauseabundos, ruidos , palabras y canciones, incluso obscenas y blasfemas, sufrir
abrazos provocadores, azotes etc.!” (o.c pág. 102). Corrado Balduicci, además de ser
Doctor en Teología, tiene un doctorado en Psicología. De manera, que lo que expone
está basado en su práctica como exorcista y como científico.
Esta distinción entre “posesión” y “opresión” es muy importante para resolver la
cuestión de quién puede hacer una “oración de liberación”. El canon 1172,
expresamente, indica que para una “posesión” sólo un sacerdote, autorizado por el
Obispo del lugar, puede realizar ese exorcismo. Aquí, el canon habla de “poseso”, de
“posesión diabólica”. No se refiere, entonces, a lo que los expertos en exorcismos llaman
“opresión diabólica”, que es muy distinta a la posesión diabólica.
Además, los expertos en demonología nos informan que las “posesiones diabólicas”
son “raras”. De aquí, que la casi totalidad de casos de “influencias malignas” no están
reservados a un sacerdote autorizado por el Obispo. Jesús entregó el poder para expulsar
espíritus malos, tanto a su jerarquía, los apóstoles, como a los 72 discípulos, que
podríamos llamar los “laicos” en la Iglesia. Esa fue la tradición de la Iglesia, reflejada en
los escritos de los primeros cristianos. Esa santa tradición, por un tiempo, quedó casi
anulada en la Iglesia. En nuestros tiempos, el Espíritu Santo ha suscitado, debido a la
urgente necesidad, el carisma de oración de liberación, tanto entre los sacerdotes como
entre los laicos.

Mi aprendizaje

En el ambiente en que me toca trabajar, he notado que ante la emergencia de tantas


personas, que se declaran “oprimidas” por “malos espíritus” y que, angustiados, solicitan
el auxilio de su Iglesia, son los laicos, por lo general de la Renovación Carismática, los
que han respondido de mejor manera, basados en el mandato de Jesús de ir a bautizar,
sanar y expulsar malos espíritus en su nombre. Por mi parte, he comprobado que son
más los laicos que los sacerdotes, que han tomado en serio este problema candente, y se
han lanzado con fe a ayudar a los fieles afectados por esta plaga global; por cierto, estos
laicos han tenido mucho éxito y han sido de gran ayuda para tantas personas atribuladas.
Personalmente, lo que conozco acerca de la práctica del exorcismo y de la oración de
liberación, lo he aprendido de los laicos.
Es cierto que ha habido “desórdenes y abusos”. Siempre en un campo tan delicado, los

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problemas vienen tanto de los que abusan o exageran, como también de los que deberían
afrontar el problema y han tenido miedo de hacerlo. Inconvenientes siempre se dan en
las cosas de Dios. También con relación al Sacramento de la Confesión, que sólo los
sacerdotes pueden administrar, se han dado serios abusos y exageraciones; pero no por
eso se va a suprimir el Sacramento o se va a exigir que para poder confesar el sacerdote
tenga que ser tan santo como el Padre Pío.
Creo que en estos momentos de emergencia a nivel mundial, en lo que respecta a las
“infestaciones diabólicas”, en lugar de criticar a los laicos, que se han atrevido a tomar
en serio el mandato del Señor de ir con su poder a “expulsar espíritus malos”,
deberíamos animarlos y cualificarlos, pues son una potencia necesaria en la Iglesia en
estos tiempos de crisis espiritual, y, por eso mismo, de una fuerte presencia diabólica en
el mundo. Sobre todo hay que recordar que Jesús envió tanto a los apóstoles como a los
72 discípulos con poder para expulsar malos espíritus, en su nombre (Mc 16,17). Sería el
caso de replantearnos también el problema de muchos que se han fugado de la Iglesia
porque no han encontrado una respuesta adecuada en el momento que acudieron a sus
pastores en su crisis espiritual por presencias maléficas que los torturaban.
Para nosotros, por la muerte y resurrección de Jesús, el demonio está virtualmente
vencido. Misteriosamente, Dios le ha permitido todavía mucho poder antes de su derrota
final. Conscientes de ese poder diabólico, que está atacando a tantos hermanos, debemos
cerrar filas y formar un frente común para defendernos y atender a tantas personas, que
han sido duramente atacadas por el espíritu del mal, que quiere impedir que pertenezcan
al Reino de Dios y se salven. Jesús ya no está físicamente entre nosotros; pero nos ha
dejado el poder de su Espíritu Santo para que continuemos haciendo lo que Él hacía
cuando vino a establecer el reino de Dios. Una de las preocupaciones básicas de Jesús en
su evangelización fue derrotar las fuerzas del mal, que impedían y siguen impidiendo
que Dios reine en los corazones de todos.

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15. ¿Cómo se hace un exorcismo? (2º)

La casi totalidad de los fieles y de los sacerdotes nunca han asistido a un exorcismo.
Cuando se habla de exorcismo, a algunos les parece que son cosas pasadas de moda.
Algo de lo que no tiene sentido hablar ahora. Muchos han ido al cine para ver algunas
películas acerca de exorcismo; lo que sucede en estos filmes es que a los directores de la
película lo que les interesa son, más bien, los “efectos especiales”, y no la verdad
espiritual acerca del exorcismo.
Las circunstancias de “paganismo”, que se está viviendo a nivel mundial le ha abierto
la puerta a fuerzas del mal y, por eso, el exorcismo se ha puesto nuevamente de moda, ya
que son muchos los casos de personas que se sienten oprimidas por fuerzas diabólicas.
En el año 2005, el Vaticano se vio precisado a organizar el “primer curso sobre
exorcismo y liberación” en la Universidad Regina Apostolorum, de Roma. Los
exorcistas, a su vez, han organizado Congresos para ponerse de acuerdo acerca de
determinados problemas en relación al exorcismo. En enero de 1999, finalmente, la
Iglesia presentó el Ritual de Exorcismo, renovado, como lo había pedido el Vaticano II
desde hacía cuarenta años.
Cuando el Cardenal Jorge Medina, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino,
presentó el Nuevo Ritual de Exorcismo, expuso algunos conceptos, que vienen muy al
caso para ilustrar acerca de qué es un exorcismo y de cómo debe realizarse.
En la presentación, que hizo el Cardenal Medina, puntualizó: “Exorcismo es una
antigua y particular forma de oración que la Iglesia emplea contra el poder del diablo”.
Dijo también: “El exorcismo tiene como punto de partida la fe de la Iglesia, según la
cual, existen Satanás y los otros espíritus malignos. La doctrina católica nos enseña que
los demonios son ángeles caídos a causa de sus pecados, que son seres espirituales de
gran inteligencia y poder”. El mismo cardenal explicó por qué se hace un exorcismo, al
comentar: “La capacidad del hombre de acoger a Dios es ofuscada por el pecado, y, a
veces, el mal ocupa el puesto en el que Dios quiere vivir. Por eso, Jesucristo ha venido a
liberar al hombre del dominio del mal y del pecado (…) Jesucristo expulsaba a los
demonios y liberaba a los hombres de las posesiones de los espíritus malignos para
hacerse espacio en el hombre”.

Hablan los exorcistas

Para conocer mejor qué es un exorcismo es bueno recurrir a los que son expertos en la
práctica del exorcismo. Ellos son los que con competencia nos pueden hablar más

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detalladamente acerca de cómo se realiza un exorcismo y de las precauciones que hay
que tomar al practicarlo. Me voy a servir de las declaraciones que han dado algunos
exorcistas reconocidos a nivel mundial.
El sacerdote José Antonio Fortea es especialista en demonología; hizo su Tesis sobre
“El Exorcismo en la época actual”; además, tiene mucha experiencia en la
administración del exorcismo. El periodista Rodrigo Bláquez, de Tele 5, de España, le
hizo una entrevista acerca de los exorcismos que ha realizado este sacerdote. Algunas de
sus respuestas, nos pueden ilustrar acerca del tema en cuestión.
Cuando lo interrogan acerca de los posesos, el Padre Fortea respondió: “Los posesos
pueden hablar en lenguas que desconocen, pueden estar dotados de una fuerza
descomunal, vomitar objetos como cristales o clavos e incluso, en unos pocos casos muy
extraños, pueden levitar”. Por medio de la levitación la persona se eleva del suelo y
queda suspendida en el aire
El Padre Gabriele Amorth es de los exorcistas más conocidos en Roma y en el mundo.
Este sacerdote cuenta que durante el exorcismo ha visto algunos individuos “levitar”, y
que entre varias personas no logran hacerlos descender para retenerlos sentados en una
silla. El padre Fortea se refiere a un niño que contestaba las preguntas que le hacía en
perfecto latín, sin conocer esa lengua.
En otra entrevista, el Padre Fortea, comentando lo que había visto durante algún
exorcismo, decía: “Los peores gritos y convulsiones se producen al inicio de la oración
de conjuro. Durante el ritual, el exorcista es ayudado por cuatro o seis personas que
sujetan al poseso. Éste escupe, grita y lanza terribles alaridos y risas malignas. A veces
hay que atarlos. Algunos posesos muerden. Una vez liberado, el poseso queda normal,
no recuerda el exorcismo para nada y suele preguntar: “¿Qué hago en el suelo?”. Eso sí,
“siente un cansancio enorme, como si le hubieran dado una paliza”.
Cuando al Padre Fortea le preguntaron de dónde provenían las personas que le
llegaban con síntomas de posesión diabólica, respondió: “Hay cuatro vías: Psiquiatras,
que llevan años trabajando con un paciente y observan que lo que les ocurre se aleja cada
día más de los manuales de psiquiatría, y me piden que les eche una ojeada; familias que
recurren a mí, diciendo: “A mi hijo le ocurren cosas muy raras desde que hizo
espiritismo”; eclesiásticos, e incluso personas que temen haber sido poseídas y me piden
ayuda”.
Al Padre Fortea le preguntaron acerca del procedimiento que seguía para atender a los
posibles posesos; respondió: “Lo primero que hay que hacer es averiguar si el presunto
poseso es real o tiene problemas psicológicos y sólo cree estar poseído. Trabajo con
psiquiatras en el análisis psicológico de la persona. Escucho a las familias, y finalmente,
hago una serie de pruebas para confirmar la presencia del diablo en su cuerpo”. Aquí, el
P. Fortea se está ateniendo a lo que manda el Ritual del exorcismo, que indica que no se
debe proceder a la ligera, que primero hay que comprobar si no se trata sólo de un

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problema psiquiátrico o psicológico.
El Padre Fortea también indicó qué es lo que norma el Ritual del Exorcismo de la
Iglesia católica para el proceso del exorcismo. Decía el Padre Fortea: “De forma muy
resumida: se pide perdón por los pecados, se lee la Biblia, se reza la letanía de los santos
y una larga oración a Dios, y al final, se hace una conjuración del Demonio ordenándole
que salga del cuerpo del poseso.” De esta manera, el Padre Fortea, resumió los pasos que
se deben dar, según lo indica el nuevo Ritual del Exorcismo. El Padre Amorth añade que
a él le ha ayudado mucho en los exorcismos, invocar la intercesión de la Virgen María.
Una pregunta importante que le hizo el entrevistador al Padre Fortea, fue: ¿Cuánto
dura un exorcismo? El exorcista respondió: “De 30 minutos a varios meses. Depende de
muchos factores, pero para liberarse del demonio hay que abandonar el pecado y aceptar
a Cristo y perseverar”.
Cuando la revista “30 días”, le preguntó al P. Amorth que cuál era la duración de un
exorcismo, indicó que había algunos se realizan brevemente; otros duran varios años. Se
refirió al caso de una joven a quien estaba atendiendo todavía. Decía Amorth: “El que
estoy tratando ahora, desde hace dos años, es el de la misma chica que fue bendecida —
no fue un exorcismo verdadero— por el Papa Juan Pablo II, en octubre, en el Vaticano, y
que tanto dio que hablar en los periódicos. Ella es golpeada las veinticuatro horas del
día, y es víctima de tormentos inimaginables. Ni los médicos, ni los psiquiatras,
consiguen entender lo que pasa. Ella está completamente lúcida, y es muy inteligente. Es
un caso realmente triste”.
Como señalan los exorcistas citados, hay que tener muy en cuenta que no basta hacer
un exorcismo para que, automáticamente, la persona quede liberada de su mal. A veces
se necesitan varias sesiones de exorcismo. O como, señala el P. Amorth, se necesitan
años. Es un campo muy misterioso, que no es regido de ninguna manera por los relojes
humanos.
El Padre Fortea habla de que la posesión diabólica llega cuando se le abre la puerta al
demonio. Con respecto a la manera de cómo se le abre la puerta al demonio comentó:
“Europa se está olvidando del cristianismo y ahora se interesa mucho por la brujería, el
espiritismo, la güija, la New Age, la santería afrocubana. Todas estas cosas que están
llegando a occidente están abriendo la puerta al diablo. En el futuro se hablará mucho de
esto, cada vez habrá más casos”.
En el año 2001, la revista “30 días”, de Italia, le preguntó al experimentado exorcista
de Roma, Gabriel Amorth, que cómo se abría la puerta al demonio para una posesión; el
exorcista respondió: “La terrible desaparición de la fe en toda Europa católica, hace que
la gente se ponga en manos de hechiceros y adivinos, y así, las sectas satánicas
prosperan. Se hace fuerte propaganda del culto al demonio, a las masas, mediante el rock
satánico, y personajes como Marilyn Manson. Los niños también están siendo atacados:
hay revistas e historietas, que enseñan la hechicería y el satanismo. Las sesiones de

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espiritismo, en las que se evocan a los muertos para conseguir respuestas, están muy
difundidas. Ahora se enseña a efectuar sesiones de espiritismo a través de computadoras,
teléfonos y televisores, y videograbadoras, pero sobre todo, con la escritura automática.
Ya ni siquiera se necesita un medium: es un espiritismo que cada quien puede hacer por
sí mismo”. El padre Amorth recordó el caso de los dos adolescentes, Erika y Omar, de
Novi Ligure (Italia). Esos adolescentes mataron a la mamá y la hermanita de Erika. La
policía descubrió que esos adolescentes tenían libros satánicos.
El padre Amorth afirma que la puerta de entrada para que el demonio tome posesión
de un cuerpo proviene de cuatro fuentes: la afiliación a sectas satánicas, el espiritismo y
ocultismo; el endurecimiento en el pecado grave; el maleficio, y lo que no tiene ninguna
explicación humana.
Muy oportuna fue la pregunta que le hicieron al exorcista Gabriele Amorth; le dijeron:
“¿Cómo son vistos ustedes, los exorcistas dentro de la Iglesia? Amorth respondió:
“Somos muy mal tratados. Nuestros hermanos sacerdotes, a cargo de esta delicadísima
tarea, son vistos como locos, como fanáticos. Por lo general, ni siquiera son tolerados
por los mismos obispos que los nombraron”. El padre Amorth con toda su experiencia de
tantos años, se atrevió a decir, en Roma, es una de las lacerantes verdades de nuestra
Iglesia.

Consejos prácticos

Monseñor Alfonso (+) Uribe, obispo en Colombia, ejerció un valioso ministerio de


exorcista. En su libro “Ángeles y demonios”, nos dejó breves y muy prácticos consejos
para el que hace un exorcismo o reza por la liberación de algún hermano oprimido por
fuerzas malignas. Los consejos de Monseñor Uribe son muy prácticos y contienen una
síntesis de las normas del Ritual de Exorcismo de la Iglesia católica. Comento algunos
de los consejos que daba Monseñor Uribe.
DISCERNIMIENTO: No hay que creer que todo síntoma raro es indicativo de que
hay posesión diabólica. El Ritual Romano aconseja mucha precaución y no confundir
enfermedad psiquiátrica con posesión diabólica. Es bueno consultar a psicólogos y
psiquiatras. Pero la realidad es que, al tratar con gente sencilla, esto no es nada fácil.
Muy difícilmente una persona de escasos recursos pecuniarios puede acudir a un
psicólogo o a un psiquiatra. La consulta es muy cara. Por otra parte, cuando la persona
va a los hospitales del Estado, por lo general, no la pueden recibir en el momento mismo
de su crisis, ya que hay superabundancia de pacientes. Además, la atención que se le
ofrece es muy a la carrera.
Por otra parte, hay que tener muy en cuenta lo que señala el experimentado exorcista,

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el P. Amorth. Según él, es muy difícil tener “plena seguridad” de que se trata de algo
diabólico, antes de iniciar el exorcismo, ya que es, precisamente, durante el mismo
exorcismo cuando se logra evidenciar la presencia del maligno, por las reacciones del
que está siendo exorcizado. Recuerdo el caso de un joven que me consultaba acerca de
cosas raras, que acontecían en su vida. El joven me aseguraba que todos los días iba a
misa y comulgaba. Yo lo animé a seguir por ese camino. Le dije que, por el momento,
únicamente, íbamos a hacer una oración para que Dios lo guiara en la solución de su
problema. Apenas comencé a rezar por el joven, el muchacho cambió de personalidad.
Me miró con agresividad, comenzó con otra voz a retarme, a amenazarme. Sólo después
de una larga oración logró calmarse. Tiene razón el P. Amorth, al afirmar que es durante
la oración de liberación cuando se manifiesta el maligno.
MUCHA PREPARACIÓN: A los apóstoles, que fallaron ante el joven epiléptico, que
tenía un mal espíritu, Jesús les hizo notar que les faltaba fe, oración y ayuno (Mc 9,19.
29). No podemos atrevernos a enfrentarnos al “príncipe de este mundo” (Jn 14, 8), si no
tenemos asegurado el poder de Dios por medio de la fe, la oración y el ayuno. Si no
hemos invocado el poder del nombre de Jesús y de su sangre preciosa. No se trata aquí
de fuerza magnética, sino del poder del nombre de Jesús.
El AMBIENTE: El lugar en que se realiza el exorcismo hay que cuidarlo también. Los
exorcistas experimentados prefieren hacerlo en alguna capilla privada ante el Santísimo
Sacramento. También hay que impedir que personas, que no están en gracia de Dios,
participen en la oración: no están habilitadas para eso. Por el pecado grave en su
corazón, más bien sirven de estorbo.
COSAS: Hay ciertas cosas que no deben faltar: En primer lugar, la Biblia. Esencial en
la oración de exorcismo y liberación es la Palabra de Dios. Es por medio de ella que
llega la fe o se aumenta, si ya se tiene. En base a lo que dice la Biblia es que se procede a
expulsar los espíritus malos en nombre de Jesús.
“El crucifijo” debe estar en manos del exorcista. Le sirve para tener presente lo que
significa la victoria de Jesús sobre el diablo en la cruz, y sirve, de manera especialísima,
porque la experiencia de los exorcistas ha comprobado que el demonio le teme al
crucifijo, ya que en la cruz fue vencido.
El “agua bendita” no debe faltar. Los exorcistas, unánimemente, coinciden en que los
demonios le temen al agua bendita. El motivo profundo es porque sobre esa agua ha
orado la Iglesia pidiendo que sea símbolo del poder de Jesús en la cruz contra el diablo.
EL PACIENTE: Antes de proceder al exorcismo o a la oración de liberación, lo
conveniente sería que el paciente hiciera una buena confesión. Sacar lo malo, lo
pecaminoso, ayuda para que la oración de liberación sea más fácil. Lo cierto es que
cuando una persona está afectada por un mal espíritu, éste le impide confesar sus
pecados. El individuo intenta hablar, y no le salen las palabras. Es por eso que, muchas
veces, no se logra esta previa confesión de pecado.

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FENÓMENOS RAROS. Antes y durante la oración de liberación, no hay que dejarse
impresionar por todos los fenómenos raros que el espíritu malo va a provocar: amenazas,
espuma por la boca; la persona que se arrastra por el suelo como una culebra. El que
tiene un mal espíritu demuestra una fuerza excepcional. Un robusto campesino trató de
dominar a su joven hija, que con sus gestos y gritos nos impedía la oración de liberación.
El papá se sentó sobre su hija, que estaba en el suelo, pero ella lo dominaba. Tuvimos
que pedir ayuda a cuatro personas más para inmovilizarla y poder rezar por ella. La
táctica del demonio es impresionar, asustar, atemorizar, impresionar a los que oran para
que la oración no tenga la fuerza necesaria para expulsarlo.
Otra de sus artimañas es “adormecer” a la persona para que se crea que ya ha sido
liberada y no se continúe orando por ella. En uno de estos casos, cuando pensé que una
joven ya había sido liberada porque se quedó como dormida, me acerqué por detrás para
ponerle el crucifijo en la cabeza. Ella no me podía ver; pero, al intentar acercarle el
crucifijo a la cabeza, dio un manotazo y me hizo pedazos el crucifijo. También parecía
que rebotaba cuando le echaba agua bendita.
ALGUNOS EXORCISTAS, al estilo de Jesús, aconsejan, obligar al mal espíritu, en
nombre de Jesús, a que diga “su nombre”. Si se logra, se avanza en la oración de
liberación, pues, al declarar que es un espíritu de lujuria, o de odio, o de hechicería,
etc…, el que está orando ya sabe cuál es la raíz del mal de la persona, y por qué área de
su vida se debe orar.
EN COMUNIDAD: Lo más indicado para una oración de exorcismo o de liberación
es hacerla “en comunidad”; de esta forma se intercomunican los varios carismas de los
participantes y hay menos peligro de que el demonio canse a las personas con su
resistencia y escándalos que provoca. La persona, al orar en comunidad, se siente más
respaldada y fortalecida, ya que Jesús ha prometido su presencia especial para los que se
reúnen en su nombre (Mt 18, 20).
Nadie puede determinar cuánto tiempo se empleará en la oración de exorcismo. Los
expertos aconsejan no alargar demasiado la oración. Más bien proponen hacerla en
varias sesiones. El Padre Amorth afirma que un exorcismo puede durar media hora o
varios años, como a él le ha tocado con alguna persona.
Todo esto, parece fácil, pero no es así, ya que la mayoría de las veces, traen a la
persona oprimida o poseída en un lamentable estado y hay que hacer frente a la situación
con los medios y recursos de los que se dispone en ese momento. El Señor es
misericordioso y siempre nos auxilia en el momento oportuno. Cuando obramos en su
nombre y bajo la guía del Espíritu Santo, el Señor nunca nos deja solos.

La liberación

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Aquí, más que hablar de sanación, hay que referirse de la “liberación”. La persona no
queda sanada, sino liberada de un mal espíritu. Por lo general, antes de salir el mal
espíritu, arma un escándalo, da gritos estentóreos; hace que la persona vomite o se
desmaye, como se puede apreciar en los exorcismos que Jesús realizó. Después de todo
este aparato desagradable, la persona liberada queda tranquila, serena. No se acuerda de
lo que dijo e hizo. Se siente cansada, pero con gozo. Con gusto quiere rezar. Hay que
aprovechar ese momento para hacer una oración de “sanación interior”. La persona lo
necesita. También es la oportunidad para una oración de acción de gracias y de alabanza
al Señor por la liberación que se ha realizado con el poder de su nombre. La oración de
alabanza es eminentemente sanadora y liberadora.
Una cosa muy descuidada es el “seguimiento” del que ha sido liberado. La persona
que ha sido liberada, por lo general, se alegra y cree que todo está arreglado. No es así.
Jesús nos puso sobre aviso acerca de lo que sucede. Dijo Jesús: “Cuando un espíritu
impuro sale de un hombre, anda por lugares secos, buscando descanso, pero al no
encontrarlo, piensa: ‘Volveré a mi casa de donde salí’. Cuando regresa, encuentra a
este hombre como una casa barrida y arreglada. Entonces va y reúne otros siete
espíritus peores que él, y todos juntos se meten a vivir en aquel hombre, que, al final,
queda peor que al principio” (Lc 11,24- 26). Hay que remarcar esta situación: ¿Por qué
los demonios pudieron instalarse nuevamente en el cuerpo de la persona que había sido
liberada? Porque se contentó con limpiar su casa, pero no la aseguró. No tenía defensas,
cuando se presentó el nuevo ataque. El que ha sido liberado, necesita perseverar en la
constante oración, en la frecuencia a los Sacramentos, en la meditación de la Palabra.
Cuando vuelven los malos espíritus para atacar nuevamente, no pueden hacer nada
porque la casa, no sólo ha sido limpiada, sino que ha sido asegurada con alarmas y
candados. A los que han sido liberados de un mal espíritu, les ha favorecido
grandemente participar todos los días en la Eucaristía durante largo tiempo.

Lo más importante

Lo que nunca hay que olvidar es que el demonio ha sido vencido en la cruz de Jesús;
es un enemigo derrotado. Todavía, misteriosamente, Dios le ha permitido mucho poder;
pero, al mismo tiempo, a nosotros nos ha dado participación en el poder de la cruz contra
el demonio. El diablo sigue siendo el “príncipe de este mundo” (Jn 14,30), pero nosotros,
al ser atacados por él, salimos “más que vencedores” con el poder que de Jesús en
nosotros (Rm 8,37).
Un cristiano de oración constante, de frecuencia a los Sacramentos, de meditación

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diaria de la Biblia, de vida evangelizadora, es un castillo inexpugnable contra Satanás. El
cristiano, más que tenerle miedo al diablo y verlo en todas partes, piensa siempre en
Jesús resucitado, y, como san Pablo, dice: “Si el Señor está con nosotros, ¿quién contra
nosotros?” El cristiano maduro, más que andar viendo al diablo en todos lados, se
protege con la Sangre de Cristo, se hace acompañar de la Madre de Jesús y grita, como
los 72 discípulos: “¡Hasta los demonios se nos someten en tu nombre!” (Lc 10,17).

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16. Discernimiento de Espíritus

Cuando una persona es llenada por el Espíritu Santo, inmediatamente capta, como
nunca, dos realidades en su vida: la presencia fuerte de Dios y la presencia del espíritu
del mal. Esta realidad la expone muy bien san Juan, cuando escribe: “Sabemos que
somos de Dios y que el mundo entero yace en el poder del Maligno” (1Jn 5, 19). Dios y
el Diablo: Dos realidades espirituales en nuestra vida. No que sean dos potencias de
igual poder, sino dos evidencias en nuestra vida espiritual, que se captan mejor cuando el
Espíritu Santo nos llena de su luz, de su discernimiento, es decir, de percepción de lo que
es de Dios y lo que es del Maligno; lo que es espiritual y lo que es carnal, no espiritual.
Es lo que se llama “discernimiento de espíritus” (1 Co 12, 10).
Tanto Dios como el diablo tienen sus respectivos “ángeles”. Ángel quiere decir
“mensajero”. Mensajeros del bien y del mal. Es impresionante lo que advierte Jesús; dice
que el último día llegarán muchos y le dirán: “Señor, Señor ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros?” Jesús afirma que Él les responderá: “¡Jamás los conocí; apártense de mí
agentes de iniquidad!” (Mt 7, 22-23).
No todo lo “espectacular” y “prodigioso”, que acontece en el mundo, viene de Dios.
En los centros espiritistas, por ejemplo, se realizan cosas inexplicables, curaciones
sorprendentes, pero no vienen de Dios. Dios no se contradice. En el libro del
Deuteronomio, expresamente, Dios afirma que el espiritismo es “abominable” ante Él
(Dt 18, 10-12). Quiere decir, entonces, que hay que tener el debido “discernimiento”,
que viene del Espíritu Santo, para no dejarse embaucar por estas cosas espectaculares
que, ciertamente, no vienen de Dios.

¿De Dios o del diablo?

Por medio del “don discernimiento de espíritus”, el Espíritu Santo nos ilumina para
saber valorar lo que viene de Dios y lo que viene del Maligno. Este discernimiento no
depende de una aptitud puramente psicológica o parapsicológica. No es producto de la
experiencia puramente humana. El discernimiento de espíritus es un don “sobrenatural”,
que nos concede el Espíritu Santo. No porque una persona haya estudiado mucha
teología ya tiene discernimiento de espíritus, automáticamente. El rudo campesino, que
apenas sabe leer, pero que es muy espiritual, puede tener más discernimiento de espíritus
que el más connotado teólogo de moda. Y esto lo estamos evidenciando con frecuencia.
Eminentes teólogos no logran detectar ciertos fenómenos que no vienen de Dios, sino del
espíritu del Mal. En los últimos tiempos el Magisterio de la Iglesia señaló que algunos de

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los escritos del famoso sacerdote Anthony de Mello estaban imbuidos de enseñanzas de
la “Nueva Era”. Eso lo captaron con anterioridad muchos sencillos laicos, llenos del
Espíritu Santo. Muchos teólogos ni siquiera se dieron cuenta de eso. Ni le dieron
importancia. Todavía algunos de ellos no aceptan los señalamientos que hizo el
Magisterio del la Iglesia Católica.
Al don de discernimiento de espíritus se le ha llamado “El guardián de los dones”.
Donde hay dones del Espíritu Santo, existe también el peligro de la falsificación de esos
dones. El espíritu del mal es un gran “imitador” del Espíritu Santo. San Pablo decía que
se presenta como “ángel de luz” (2Cor 11,14). A un ángel de luz nadie le tiene miedo.
Pero donde hay discernimiento de espíritus, pronto se detecta que algo no viene de Dios,
aunque parezca muy luminoso y bello. Donde hay discernimiento de espíritus se detecta
la auténtica profecía y la falsa. El don de lenguas verdadero y el falso. La palabra de
ciencia y la palabra de sabiduría, y sus respectivas falsificaciones.
Los falsos profetas, que han abundando y seguirán abundando en la historia de la
Iglesia, son los emisarios del espíritu del mal. Se presentan con cualidades llamativas y
con poderes excepcionales. Hablan muy bien y sus palabras son muy convincentes. Se
presentan en nombre de Dios. Jesús nos dio una pista muy segura para descubrirlos. En
el Sermón de la Montaña dice Jesús: “Guárdense de los falsos profetas, que vienen a
ustedes con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los
conocerán... Todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos”
(Mt 7, 15-16).
El Apocalipsis exhibe a los dos grandes falsos profetas de los últimos tiempos —el
Anticristo y su vicario—, como bestias de cuyas bocas salen tres espíritus malos con
apariencia de ranas (Ap 16, 13). El simbolismo es fabuloso: las ranas, al croar, hacen
mucho ruido, pero nunca logran cantar como el canario. El falso profeta llega a
hipnotizar a las masas, pero nunca tiene palabras de vida eterna, como Jesús, como los
verdaderos enviados de Jesús. Este simbolismo también se aprecia cuando san Juan
afirma que el falso profeta del Anticristo tiene “dos cuernos como de cordero”, pero
habla como el dragón. El falso profeta quiere aparentar que es bueno como un cordero;
pero su hablar lo delata: no habla como Jesús, sino como el dragón, como el diablo (Ap
13,11).

Examínenlo todo…

A san Juan, le tocó enfrentarse con las primeras sectas, que aparecieron en la Iglesia,
con máscara de espiritualidad, como los “gnósticos”. San Juan con mucho tino advierte:
“No se fíen de cualquier espíritu, antes bien, examinen si los espíritus son de Dios, pues
muchos falsos profetas han venido al mundo” (1Jn 4, 1). San Pablo, por su parte, le

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escribía a Timoteo: “El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos
apostatarán de la fe entregándose a espíritus engañadores y a doctrinas diabólicas...”
(1Tm 4, 1). Para Pablo, los últimos tiempos son la última etapa de la historia de la
salvación, que inició con la venida de Jesús. Estos últimos tiempos, que estamos
viviendo, se caracterizan por avalanchas de falsos profetas y por gente desorientada, que
se deja llevar por cualquier corriente novedosa, que aparece con tinte de religiosidad.
Algunos ejemplos bíblicos nos pueden dar una pauta para el debido discernimiento,
que Dios quiere de nosotros. En el primer libro de los Reyes se recuerda el caso de los
reyes Acab y Josafat; antes de ir a la guerra quisieron saber la voluntad de Dios.
Cuatrocientos profetas le aseguraron a Acab que la voluntad de Dios era que atacara,
pues tendría éxito. Josafat era piadoso no se fió de la adulación de los profetas, que había
llamado Acab, y consultó a otro profeta. Josafat pidió el parecer del santo profeta
Micaías. Este profeta tuvo una visión en la que vio al pueblo de Israel huyendo sin su
pastor. (1R 22, 17). De aquí dedujo que Acab moriría en la batalla. El parecer de Micaías
no le gustó para nada a Acab; lo despreció y se lanzó a la pelea. Se cumplió el vaticinio
de Micaías. La bendición de Dios no estaba con Acab porque se había rebelado contra
Él. Los cuatrocientos profetas se dejaron llevar por principios poco espirituales y
trataron de adular a Acab. Micaías tuvo el discernimiento del Espíritu y captó la
voluntad de Dios. (1R 22).
Otro caso muy ilustrativo. Un mago llamado Simón se convirtió, aparentemente, ante
la predicación del evangelista Felipe. Todos veían el gran cambio de Simón; todos creían
que se había convertido de veras. El mismo Felipe, según el contexto, parece que así lo
juzgaba también; Pero cuando Pedro se encontró con que Simón le ofrecía dinero para
que le vendiera el poder de imponer las manos, para que se dieran signos carismáticos,
Pedro tuvo discernimiento, y le dijo a Simón: “Tu corazón no es recto delante de Dios.
Arrepiéntete, pues, de esa maldad...” (Hch 8, 21). Según la tradición, así lo recuerda el
historiador Eusebio de Cesarea, Simón volvió a la magia, y, murió mientras intentaba
volar lanzándose desde un lugar muy alto.
Dos hechos demuestran el gran don de discernimiento que tenía Pablo. En Filipos, una
joven iba detrás de Pablo y sus colaboradores, gritando que eran siervos de Dios, y que
debían escuchar su predicación. Todo parecía inocente, muy espiritual. Sin embargo,
Pablo, de pronto, se volvió hacia la joven, y le dijo al mal espíritu: “En nombre de
Jesucristo te mando que salgas de ella” (Hch 16, 18). La muchacha, al punto, quedó
liberada de un espíritu de adivinación. Cuando la joven perdió este poder, los amos de la
joven se encolerizaron y metieron a la cárcel a Pablo y su amigo Silas. Este caso es
sumamente curioso porque lo que la joven adivina iba pregonando era bueno. Sin
embargo, el Espíritu Santo le hizo detectar a Pablo que era un espíritu de adivinación el
que manipulaba a la joven y se presentaba como “ángel de luz”, para desorientar a todos
y para que siguieran frecuentando el lugar de adivinación en donde trabajaba la joven.
Otro caso similar. En la ciudad de Pafos había un mago llamado Elimas, que con sus

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artes espectaculares, apartaba del camino de Dios a los ciudadanos. Pablo, ante todos, lo
llamó “hijo del diablo” y le aseguró, en nombre de Dios, que quedaría ciego al instante.
Así sucedió. Este hecho sirvió para que todos se dieran cuenta de los embustes del mago
Elimas. Por medio del don de discernimiento, Pablo captó y denunció públicamente la
maldad del mago. El signo milagroso con que fue acompañada la denuncia les demostró
a todos que lo que el mago realizaba no venía de Dios, sino del diablo (Hch 13, 9-10).
El libro de Hechos de los Apóstoles expone lo que les sucedió a los hijos de un tal
Esceva. Como vieron que Pablo expulsaba los demonios en nombre de Jesús, quisieron
ellos hacer lo mismo. El libro de Hechos narra que el mal espíritu se lanzó contra estos
improvisados exorcistas, que tuvieron que salir huyendo desnudos y heridos (Hch 19,
16). Si alguien no tiene discernimiento de espíritus y el don de exorcista, no debe
meterse a medir sus propias fuerzas con el Maligno, porque el resultado será lamentable
para todos: para el que está atado por el mal espíritu y para el pseudoexorcista. Lo
mismo debe decirse del que no está en gracia de Dios. No debe cometer tamaño error.
Por algo la Iglesia tiene normas muy exigentes y precisas para los que deben enfrentarse
al mal espíritu por medio del exorcismo.
San Juan Bosco recibió un raro don del Señor: cuando se le acercaba alguna persona
con pecado grave, sentía un olor fétido, tan fuerte que, muchas veces, debía llevar al
confesionario un frasquito de esencia amoniacal para no vomitar. Un don raro, que Dios
le había regalado para detectar el pecado grave en una persona, para ayudarla a liberarse
de ese terrible mal. Este don muy bien puede ser considerado como discernimiento de
espíritus. Este don tan extraño se dio también en otros santos de nuestra Iglesia, como
san Felipe Neri. También, mientras Don Bosco confesaba a los jóvenes, a veces, tenía
alguna visión en la que veía a algún diablo, que le tapaba la boca a un determinado
joven. Esto le servía al santo para darse cuenta de que aquel joven tenía dificultad de
confesar algún pecado grave, y para ayudarlo en la confesión. Esta visión también se
puede tomar como un don para el discernimiento.

Los frutos

Decía Jesús, con respecto a los malos profetas: “Por sus frutos los van a conocerán”
(Mt 7, 16). De un árbol malo no pueden venir frutos buenos. Es algo definitivo para
poder discernir acerca del comportamiento de los profetas. Esto nos hace pensar
seriamente en lo que sucedió con el pastor protestante David Koresh, en Dallas, Texas.
Con la Biblia en la mano, explicando el Apocalipsis a su manera, se refugió con varias
familias en una gran casa. Tenía relaciones sexuales con algunas hijas de los que estaban
allí dentro. Nadie decía nada, pues como era, según ellos, un gran profeta de Dios, no se
le podía contradecir. Si en esa secta hubiera habido personas con “discernimiento de

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espíritus”, inmediatamente habrían captado que la Biblia no se contradice. No puede
decir que algo es pecaminoso y bueno al mismo tiempo. Pero, por lo general, los que se
han alineado en alguna secta, no quieren pensar con su cabeza, sino con la de su líder. El
resultado de todo fue que David Koresh, al verse perdido, perseguido por las autoridades
civiles, indujo a toda la secta a un holocausto colectivo.
Otro caso parecido es el de Sun Moon, un pastor protestante, coreano, que ha
fascinado a muchas personas. A base de “su” profetismo se ha hecho millonario. Muchas
personas lo siguen. De por medio corre mucho dinero: viajes pagados, hoteles lujosos,
etc. Lo cierto es que el señor Moon enseña que Jesús no completó su misión y por eso él
es enviado, ahora, como nuevo Mesías a terminar lo que Jesús no pudo llevar a cabo.
Bastaría sólo esta afirmación, tan descabellada y antibíblica, para detectar su falsedad a
la luz de la misma Biblia. Pero la masa no quiere pensar. Pretende que otros piensen en
lugar de ella. Falta el discernimiento de espíritus para saber hacer la diferencia entre la
verdad y la mentira.
Muy bien anticipaba san Pablo que vendría una época en la que muchos apostatarían
de la fe y se dejarían conducir por doctrinas falsas y diabólicas. En esa época estamos
viviendo. No se trata de ver al demonio en cada esquina, pero sí de tener la debida
iluminación del Espíritu Santo para no ser guiados por falsos profetas, cuya doctrina no
está acorde con la Biblia, con la Tradición y con el Magisterio de la Iglesia.
Una gran bendición en nuestra Iglesia católica son la Biblia, la Tradición. Por medio
de la Biblia, Dios nos habla y nos expresa su voluntad, el camino recto. Es “lámpara a
nuestros pies” (Sal 119) en el oscuro camino de la vida. La Tradición nos expone la
interpretación de la Biblia desde el Magisterio de nuestra Iglesia, fundamentado sobre la
doctrina de tantos siglos de nuestros grandes teólogos, biblistas, santos y místicos.
Sabemos que Jesús prometió la asistencia de su Espíritu Santo al Magisterio de la
Iglesia: “El que a ustedes los escucha a mí me escucha” (Lc 10, 16). La enseñanza del
Magisterio de la Iglesia está sintetizada, de manera admirable, en el “Catecismo de la
Iglesia Católica”. Esto nos da seguridad para basamos en un sano discernimiento y para
enfilar por el camino de la salvación. Para no dejarnos desorientar por manadas de falsos
profetas que abundan y seguirán en la historia de la Iglesia.
Cuando Jesús les preguntó a los discípulos que quién era Él para ellos, Pedro en
nombre de todos respondió: “Tu eres el Mesías el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Jesús le
dijo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 16-17). En esta
oportunidad, Pedro tuvo el discernimiento del Espíritu Santo. Pero, inmediatamente,
cuando Jesús les anunció que tenía que ir a Jerusalén para ser crucificado, el mismo
Pedro le aconsejó que eso no le convenía de ninguna manera. Jesús le dijo: “iQuítate de
mi vista, Satanás! iEscándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios,
sino los de los hombres” (Mt 16, 23). En esta otra oportunidad, Pedro se dejó llevar por
el espíritu del mal. Como Pedro, un día, en nuestro fervor, nos dejamos conducir por el

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Espíritu Santo. Otro día, por nuestra debilidad, nos dejamos aconsejar por el espíritu del
mal. Esa es nuestra triste situación! De allí la importancia de suplicar al Señor
continuamente el “don de discernimiento de espíritus”, para que, en todo momento y en
todas nuestras decisiones, busquemos la Gloria de Dios y la salvación de las almas. Para
que no nos dejemos sorprender por doctrinas falsas y diabólicas. Para que sepamos
discernir quién es el buen profeta con sus dones espirituales y el mal profeta con la
imitación de los dones del Espíritu Santo.

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17. La armadura contra el diablo

El día de nuestro Bautismo, se nos entregaron dos regalos simbólicos: una vestidura
blanca y una candela encendida. La vestidura blanca simboliza la Gracia de Dios, el
estado de salvación. La candela encendida es la Luz del Espíritu Santo, que se nos regala
para que nos alumbremos en el peregrinaje de nuestra vida.
Al mismo tiempo que comenzamos a tener experiencia de Dios, se inicia en nosotros
la experiencia de una fuerza mala: el espíritu del mal que quiere manchar nuestra
vestidura; sabe que sin la vestidura blanca no podemos ingresar en el reino de Dios. El
espíritu del mal busca apagarnos la Luz del Espíritu Santo para que no caminemos en la
Luz, sino en las tinieblas. Al espíritu del mal, la Biblia lo llama Satanás, que significa
enemigo. Jesús lo llamó “Príncipe de este mundo” ya que tiene un poder sobrenatural.
Jesús nunca nos enseña a estar angustiados por la presencia del diablo, más bien nos
instruye para saberle “resistir” sin temor, cuando vamos con el poder de Dios. Dice
Jesús: “El varón fuerte y armado que custodia su atrio, tiene paz en todas sus cosas” (Lc
11, 21). Si permanecemos vigilantes y armados, no hay por qué tenerle miedo al diablo.
Sabemos que la victoria está de nuestra parte, pues el Señor va con nosotros.
San Pablo, en su carta a los Efesios, nos pone alerta contra el poder de las fuerzas
malignas; nos asegura Pablo que esos poderes no son simplemente humanos, sino
sobrenaturales; nos hace ver que Satanás y sus secuaces disponen de poderes
demoníacos. Pero Pablo no nos invita al temor, sino a defendemos estratégicamente.
Pablo propone un método de lucha, que, él mismo ya había experimentado.
San Pablo se imagina a un soldado romano con su respectiva armadura. Le da un
significado espiritual a cada una de las seis piezas de la armadura del soldado romano, y
nos invita a ponemos toda la armadura de Dios. Dice Pablo: “¡Pónganse en pie!, ceñida
la cintura con la Verdad y revestidos con la coraza de la Justicia, calzados los pies con
el celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que
puedan apagar con Él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomen también el
yelmo de la Salvación y la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios; siempre en
oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con
perseverancia...” (Ef 6, 1418).
Procuremos reflexionar en el simbolismo espiritual que Pablo le aplica a cada una de
las piezas de la armadura del soldado romano. Imaginemos al soldado romano soldado
armado de la cabeza a los pies para enfrentarse al enemigo.

El casco de la Salvación

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El soldado romano protegía muy bien su cabeza con un casco de acero. Nuestro
enemigo, el diablo, comienza por atacar nuestra mente. Todo pecado nace primero en la
mente. El diablo busca confundirnos, acomplejarnos, acusarnos, hacernos sentir débiles
y malos, para atemorizarnos y podernos derrotar fácilmente. La Carta a los Corintios se
refiere a “la mente de Cristo” (1Co 2,16), que nos recuerda su salvación, su plan de amor
para nosotros. El diablo procura incubar en nosotros “su mente”, que infunde acusación,
miedo, desconfianza en Dios.
Ponerse el casco de la salvación significa aceptar que somos “hijos de Dios”, que
hemos sido sellados por el Espíritu Santo en nuestro Bautismo. El sello indica propiedad.
Somos propiedad de Dios. Hay un Padre que tiene un plan de amor para nosotros; un
Padre, que se compromete a darnos todos los medios necesarios, espirituales y
materiales, para que podamos ser felices y cumplir la misión que nos ha encomendado.
Además de ser hijos de Dios, tenemos al Espíritu Santo, que Jesús nos dejó como
nuestro “paráclito”, que quiere decir, nuestro “defensor” contra las insidias del espíritu
del mal. Contamos también con la presencia de la Madre de Jesús a quien el mismo
Señor le encomendó el cuidado de cada uno de nosotros, cuando le dijo: “Mujer, he ahí a
tu hijo”. San Juan, junto a la cruz, estaba representando a toda la Iglesia: el Cuerpo
místico de Cristo. María recibió el encargo de cuidar el cuerpo místico de Jesús, que
somos nosotros.
Cuando nos sentimos hijos amados de Dios, cuando somos conscientes de que en nosotros está nuestro
defensor, el Espíritu Santo; cuando sabemos que la Virgen María cuida de nosotros como cuidó de Jesús,
entonces, tenemos bien puesto el “casco de la salvación”, y el enemigo no puede derrotarnos. Nosotros lo
derrotamos a él.

Al apropiarnos de estos conceptos y al vivirlos, nuestra mente está protegida por el


casco de la salvación. El enemigo no puede turbar nuestra mente. No puede sembrar en
nosotros la cizaña de la duda y del pecado.

La coraza de la Justicia

Por medio de la coraza, el soldado protegía su corazón. Justicia, en la Biblia, significa


la justificación, que nos pone en buena relación con Dios por medio de la Sangre de
Jesús. El que tiene una conciencia manchada se siente inseguro: no está en buena
relación con Dios, no tiene poder en la oración, no tiene hambre de la Palabra de Dios;
no se siente con la unción del Espíritu para evangelizar. Esta situación anímica es
detectada por el espíritu del mal, que “acusa” a la persona, que se da cuenta del estado de
pecado en que se encuentra y más fácilmente la derrota.

113
En el libro del profeta Zacarías (3,1-7), se muestra al sacerdote Josué entre dos
ángeles: el ángel acusador y el ángel de Dios. El sacerdote Josué se da cuenta de que sus
vestiduras están sucias y eso lo acompleja ante las acusaciones del ángel acusador. Pero
el ángel de Dios manda que le cambien las vestiduras sucias por unas limpias. Sólo
entonces le encomienda, de parte de Dios, el cuidado del templo. Las vestiduras sucias
del sacerdote Josué, simbolizan nuestra “propia justicia”, que según el profeta Isaías,
ante Dios sólo es un “trapo de inmundicia” (Is 64,6). Cuando hemos sido limpiados por
la Sangre de Jesús, ya no nos encontramos “acobardados” ante el ángel acusador; todo lo
contrario: nos sentimos hijos amados de Dios, y con todo el poder de Dios para vencer al
enemigo de nuestra alma.
El que se ha puesto la coraza de la justicia, se siente “justificado”, es decir, en buena
relación con Dios. Sabe que tiene poder en la oración, que es fortalecido por la Palabra
de Dios. Eso lo hace sentirse fuerte en la batalla. Sabe que Dios está de su parte y que lo
defiende contra el mal. Tiene asegurada la victoria.

El cinturón de la Verdad

Por medio de un grueso cinturón de cuero, el soldado romano defendía partes vitales
de su cuerpo. A Satanás, Jesús lo llamó “padre de la mentira”: su especialidad es mentir.
Hacer pasar la mentira como que fuera una verdad atrayente, que nos conviene. A los
primeros seres humanos, les habló maravillas acerca del fruto del árbol de la ciencia del
bien y del mal. Sobre todo les aseguró que no les pasaría nada malo. Que lo que Dios
pretendía era que ellos no supieran lo mismo que Él sabía.
El diablo fascinó a Adán y Eva con su propuesta tentadora. Vieron que se les prometía algo fabuloso. Cuando
se dieron cuenta, ya habían caído en el pecado. Al instante, estaban experimentado la falsedad de la serpiente.

Jesús dijo: “Yo soy la Verdad” (Jn 14,6). La Verdad absoluta. El único que tiene la
Verdad completa. Todos los demás tenemos parte de la Verdad. Lo importante, por eso,
es estar revestidos de Jesús. De su Verdad absoluta. Eso se obtiene cuando conocemos y
tratamos de vivir según el Evangelio de Jesús. Sin paliativos. Sin recortes. Es lo que san
Pablo llama ponerse el cinturón de la Verdad.
Para poder llevar el cinturón de la Verdad, hay que conocer cada día más la Palabra de
Dios. Asimilarla. Vivirla. En cierta oportunidad, la multitud abandonó a Jesús porque les
decía que debían comer su carne y beber su sangre. Jesús les advirtió a los apóstoles que
estaban en libertad para marcharse, si querían. Pedro respondió: “Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). En el evangelio de san Juan, “Vida
Eterna” significa “Vida de Dios”. Los demás podrán tener palabras sabias, geniales, pero
sólo Jesús tiene palabras de vida eterna, Palabras de Dios. Sólo Él es la Verdad.

114
Jesús les prometió a los apóstoles: “Cuando venga el Espíritu de la Verdad, los
llevará a toda la Verdad” (Jn 16,13). Si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, sólo
nos puede llevar a “toda la Verdad”, que es Jesús mismo. Jesús, además, nos dejó
también a la Iglesia para que, como Madre y Maestra, nos lleve a la Verdad por medio
de su Magisterio al que le prometió la asistencia del Espíritu Santo. Bien decía san
Pedro: “La Escritura no es de interpretación privada” (2Pe 1,20). Es el Magisterio de la
Iglesia, asistido por el Espíritu Santo, el que nos impide interpretaciones privadas y
erróneas de la Biblia. Cuando conocemos la Palabra de Dios; cuando la memorizamos;
cuando la vivimos, y nos dejamos guiar por el Espíritu Santo y la Iglesia, tenemos puesto
el cinturón de la Verdad, que nos libra de ser fascinados por el padre de la mentira,
Satanás.

El escudo de la Fe

El escudo, que empleaba el soldado romano, cubría todo su cuerpo. No podía dejar al
descubierto alguna parte del mismo: bastaba una flecha envenenada que lo tocara y le
llevaba la muerte. Para Pablo el escudo de la fe es la confianza en Dios, que es Padre
bondadoso, sabio y providente. Ésta es la mayor defensa contra el espíritu del mal, que
quiere provocar en nosotros desconfianza en Dios. El primer pecado de la humanidad fue
de desconfianza. El diablo, por todos los medios, buscó que los primeros seres humanos
desconfiaran de Dios. Primero, les presentó un Dios tiránico, que les había prohibido
comer de “todos” los frutos de los árboles del paraíso. Luego les insinuó que Dios no
quería que comieran de ese fruto porque entonces iban a saber lo mismo que Dios.
Adán y Eva cayeron en la red del enemigo. Desconfiaron de Dios. Llegaron a creer
que Dios les estaba “jugando sucio”. Aceptaron que el camino del demonio era mejor
que el de Dios. Ése fue el primer pecado de la humanidad: la desconfianza en Dios.
Cuando se desconfía de Dios, se abre la puerta para todos los pecados.
De allí la importancia de tener constantemente el escudo de la fe. Dice la carta a los
Romanos: “La fe viene como resultado de oír la Palabra que nos habla del mensaje de
Jesús” (Rm 10, 17). Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios o la leemos en la
Biblia, nuestra fe aumenta, se consolida. En ese momento estamos protegidos por el
escudo de la fe, contra la desconfianza en Dios, que nos abre la puerta para todos los
pecados.
Las tentaciones de desconfianza en Dios se suscitan sobre todo en épocas críticas de
nuestra vida. El tiempo de la tribulación es tiempo de tentación. El espíritu del mal
aprovecha para convencemos de que Dios nos ha abandonado o que, tal vez, no existe. Si
en estos instantes de prueba continuamos confiando en Dios, como Padre bondadoso, si
perseveramos aceptando su voluntad y confiando en su bondad, estamos protegidos por

115
el escudo de la fe contra las flechas encendidas del adversario.
En la antigüedad, cuando el enemigo atacaba una ciudad amurallada, lanzaba flechas
con fuego. Los habitantes de la ciudad, por estar apagando incendios, descuidaban al
enemigo, que aprovechaba para escalar las murallas e introducirse en la ciudad. El diablo
nos lanza sus dardos encendidos, de dudas, de turbación, de desconfianza en Dios.
Quiere distraernos, debilitarnos. Si en todo momento nos defendemos con el escudo de
la fe, de la confianza constante en Dios, el enemigo no puede ingresar en nuestro
corazón.

La espada del Espíritu Santo

La Carta a los Hebreos define la Palabra de Dios como “espada de doble filo” (Hb 4,
12). Nos sirve para explorar nuestro interior y limpiarlo de toda contaminación que el
espíritu del mal haya introducido. También está a nuestra disposición para defendemos
contra los ataques del maligno.
Cuando el diablo se le acercó a Jesús en el desierto para proponerle proyectos
espectaculares para la evangelización, Jesús lo rechazó diciendo: “Está escrito”, que
equivalía a decir: “Dios dice”. A cada tentación, que el diablo le puso a Jesús, el Señor le
contestó con una frase de la Escritura. De esa manera, Jesús nos enseñó a esgrimir la
Palabra de Dios como espada que el Espíritu Santo nos da contra las insinuaciones del
maligno.
La persona, que conoce la Palabra de Dios, sabe cuál es el pensamiento de Dios. Su
voluntad. Su camino. El espíritu de la mentira no puede hacer resbalar a la persona que
conoce la Palabra de Dios, que la sabe esgrimir contra las tentaciones, como lo hizo
Jesús en el desierto.
Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn
6,68). Para nosotros, sólo Jesús tiene Palabras de Dios. Las palabras de los hombres
pueden ser geniales, llenas de ciencia, pero son simplemente humanas. El espíritu del
mal se sirve de las palabras humanas para confundirnos con la sabiduría humana. El
cristiano, que conoce la Palabra de Dios, sabrá en todo momento rebatir las
insinuaciones del diablo con la espada del Espíritu, la Palabra de Dios.
Es muy conveniente “memorizar” pasajes clave de la Biblia para que estén “dentro”
de nosotros, sobre todo, en circunstancias difíciles de la vida. En su “noche oscura” de la
cruz, Jesús, al sentirse abandonado por Dios Padre, comenzó a rezar el salmo 22, que lo
fortaleció en su angustia. En nuestras noches oscuras, es cuando Satanás se esfuerza en
confundirnos. Con la Palabra de Dios en nuestro corazón lo derrotamos como Jesús lo
derrotó en el desierto.

116
El calzado del Evangelio de la Paz

Cuando el soldado romano tenía que enfrentarse al enemigo, se ponía unas botas
claveteadas: necesitaba estar bien clavado al suelo para no retroceder en la batalla cuerpo
a cuerpo. El que vive el Evangelio, tiene paz con Dios, con los demás y consigo mismo.
Esa paz que nos da la vivencia del Evangelio nos trae seguridad, nos impide retroceder
ante el embate del enemigo.
Jesús quiere que confiemos en Él, en sus muchas y preciosas promesas. Eso nos da
seguridad, confianza en Dios y en nosotros mismos. Un soldado temeroso se turba en el
momento de la batalla: se le olvidan las tácticas militares de su general y es un estorbo
para todo el batallón de soldados. Un cristiano asustado es presa fácil del enemigo
espiritual. El Evangelio de la paz nos trae la paz que Jesús quiere para nosotros. Nos da
seguridad, confianza en la victoria. Saldremos más que vencedores en Jesús.
Antes de la batalla crucial de la pasión, Jesús, les dijo a los apóstoles: “No se turbe el
corazón de ustedes; confíen en Dios: confíen en mi”. (Jn 14,1). Les pedía paz, confianza
para que no fueran enredados por el maligno con los lazos de la turbación, del escándalo
de la cruz. Turbarse, en el contexto bíblico, significa: “No se dejen llevar de un lado a
otro como las olas del mar”. Los apóstoles perdieron la paz, se dejaron llevar de un lado
para otro por la tentación: el espíritu del mal los zarandeó, los llevó a desconfiar de
Jesús, los hizo perder la fe.
El salmo 40 expresa la experiencia de David durante una crisis en su vida. El salmista
se sentía patinar en el fango; iba hacía el abismo. De pronto sintió la mano de Dios que
lo salvaba del abismo y que afirmaba sus pies sobre una roca. Se sintió seguro en medio
de la tribulación. El Evangelio de la paz está simbolizado por las botas claveteadas, que
nos ayudan a clavarnos en la roca, que es Jesús, y a sentirnos firmes con su poder, a salir
más que vencedores.

El guerrillero

San Pablo habla de las “artimañas” del demonio. Su táctica es la guerrilla: la sorpresa,
la perseverancia en la emboscada. Y, por eso, el cristiano nunca se quita la armadura de
Dios. Ni cuando duerme. Fue mientras dormía Sansón, que Dalila le cortó su cabellera,
que era signo de su consagración a Dios, que le daba poder. San Pablo, al concluir de
enumerar las seis piezas de la armadura romana, añade que hay que “permanecer

117
siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión, en el Espíritu” (Ef 6,18).
Fue lo mismo que Jesús indicó a sus apóstoles antes de iniciar la terrible batalla de la
pasión; les dijo Jesús: “Y oren para no caer en la tentación” (Mt 26,41). Jesús se
preparó con una insistente oración agónica. La película “La Pasión”, de Mel Gibson, lo
expresa muy bien. En el Huerto de los Olivos, una serpiente, símbolo del diablo, intenta
enroscarse en el brazo de Jesús. Pero el Señor aplasta la serpiente. Jesús ha velado y
orado; no lo puede sorprender el demonio.
Los apóstoles, por el contrario, se durmieron; una y otra vez, el Señor los despertó,
pero ellos volvían a dormirse. Cuando llegó la tentación, no tenían puesta toda la
armadura de Dios; no habían vigilado ni orado. La serpiente se les enroscó. Los
apóstoles se turbaron. Fueron zarandeados por el diablo. Se escandalizaron, perdieron la
fe, cayeron en la más profunda depresión demoníaca. San Pablo nos señala que
luchamos con fuerzas que no son de carne y hueso, sino diabólicas. Pero no nos enseña a
vivir acomplejados y temerosos. Todo lo contrario. Nos anima a ponernos toda la
armadura de Dios y a permanecer orando en todo tiempo en el Espíritu para poder salir
más que vencedores en Jesús.
Jesús no nos oculta la presencia malévola del “príncipe de este mundo”, del “padre de
la mentira”; pero nos señala la táctica para vencerlo. Dice Jesús: “El varón fuerte y
armado, que custodia su casa, tiene en paz todas sus cosas” ( Lc 11,21). Dios no nos
manda a pelear contra Satanás, que es muy poderoso. Dios lo que nos ordena es que
tengamos siempre puesta la armadura de Dios. Ésa debe ser constantemente nuestra
actitud: estar siempre revestidos con la armadura que Dios nos proporciona para la
batalla. Sólo en el cielo ya no tendremos necesidad de llevar armadura. Allí, según el
Apocalipsis, sólo vestiremos túnicas blancas, lavadas en la Sangre del Cordero, y
levantaremos palmas en las manos para alabar a Dios que nos ayudó a vencer a la
serpiente antigua y a tomar parte en la asamblea de los bienaventurados del cielo.

118
18. Los sacramentos de liberación

Con frecuencia, nos encontramos con personas que tienen la manía de ver al diablo en
todas partes; le echan la culpa de todo lo malo que les sucede. Esta postura no es
cristiana. Ante ciertos fenómenos extraños, misteriosos y desconcertantes, no es
adecuado afirmar, inmediatamente, que es el diablo el autor de todo ese mal. Antes hay
que tener un discernimiento profundo; debemos dejarnos ayudar por la ciencia, la
psicología, la psiquiatría, y, sobre todo, por el Magisterio de la Iglesia, basado en la
Biblia y en la Tradición.
La gran buena noticia de la Biblia, es, precisamente, que Jesús, en la cruz, venció el
poder de la muerte y el poder de Satanás. Ese poder, Jesús nos los comunica a los que
nos atrevemos a tomarlo por medio de la fe, cuando declaramos a Jesús como nuestro
Salvador y Señor. Por eso, los cristianos, en lugar de hablar en demasía del diablo,
hablamos del poder liberador de Jesús resucitado, que vive en medio de nosotros. Ese
poder de Jesús contra las fuerzas malignas, que “pueblan el cosmos” (Ef 6, 12), se nos
comunica, sobre todo, por medio de los Sacramentos, que Jesús mismo instituyó, y que
son signos eficaces de la Gracia.
En cada Sacramento, recibido con fe, es Jesús mismo quien se acerca a nosotros y nos
aplica su poder liberador, que nos adquirió con su muerte y resurrección. Muy bien decía
San Agustín: “Pedro bautiza, Jesús bautiza; Judas bautiza, Jesús bautiza”. Lo que cuenta
no es el instrumento, sino la Iglesia a quien Jesús encomendó los Sacramentos como
medios de Salvación.
Sobre todo, quisiera referirme a cuatro sacramentos que, de manera especial, en
nuestra vida cotidiana, nos liberan de las fuerzas malignas y nos protegen contra ellas: el
Bautismo, la Reconciliación, la Comunión y la Unción de los enfermos.

Bautismo

Los paganos se bañaban en la sangre de un toro para que les fuera transmitida la
fuerza del toro. Nosotros, en el Bautismo, nos hundimos, nos bañamos, simbólicamente,
en Jesús para ser partícipes de los méritos que el Señor nos adquirió con su muerte y
resurrección. Bautizarse es revestirse de Jesús. Una de las primeras ceremonias del
bautismo consiste en un “exorcismo” simple. El mundo ha quedado contaminado desde
un principio por el pecado de origen de la humanidad. Cuando nosotros ingresamos en el
mundo, llegamos a un cosmos contaminado con el pecado, con el mal que nos toca desde
nuestro ingreso en el mundo. Muchas veces somos tocados desde el seno materno. Hay

119
madres que han concebido a sus hijos en condiciones psicológicas y espirituales que en
nada podían favorecer a su hijo. La Iglesia, con el poder que Jesús le ha concedido, pide
en nombre de Jesús que sea expulsado ese mal, que ha tocado al niño en el seno materno
y en su ingreso en el mundo. En eso consiste el exorcismo el día del Bautismo. Nuestra
Iglesia nos hunde desde niños en Jesús, ora por nosotros para que seamos liberados de
toda contaminación maligna. Desde el momento del bautismo somos “sellados” (Ef
1,13) como “hijos de Dios”, convertidos en “Templos del Espíritu Santo”, y protegidos
contra el espíritu del mal, que buscará, por todos los medios, echar a perder el plan de
amor con que Dios nos envía al mundo.
Después de su bautismo, Jesús fue tentado por el demonio; pero no pudo nada contra
Él; Jesús lo derrotó. En nuestro bautismo se nos comunica el poder de Jesús para no ser
derrotados por las asechanzas del espíritu del mal. El sacramento del bautismo tiene un
poder liberador contra el mal; es también un “escudo” de fe contra las flechas encendidas
del demonio. El sello del Espíritu Santo, que recibimos en el Bautismo, es nuestra gran
sanación y liberación contra las fuerzas enemigas, que, a toda costa, quieren
contaminarnos y enfermarnos del alma y del cuerpo.
Al ser hundidos en Jesús en el bautismo, nuestro “hombre viejo”, contaminado por el
mal, queda sepultado, y del agua sale un “hombre nuevo”, revestido con la Gracia de
Jesús, con el poder de Jesús contra el mal y la muerte eterna.

La Reconciliación

K. Menninger escribió un libro titulado: “¿Qué se ha hecho del pecado?”. El autor


sostiene que el mundo actual ha perdido la noción de lo que es el pecado. Difícil poder
definir qué es un pecado. Es un abismo insondable; nuestra mente queda turbada. En
última instancia, habría que ver a Jesús en la cruz, escupido, maltratado, sanguinolento,
para poder tener una idea desteñida de lo que significa un pecado. Lo cierto es que
nuestro mundo moderno le teme a muchas cosas: a hechizos, a brujerías, a maleficios, al
cáncer, al sida; pero no le teme al pecado, que es el “mayor mal” que pueda existir en el
mundo, lo peor que nos puede acontecer.
Por el pecado nos zafamos de la mano de Dios, como el niño, que, en medio de una
feria, en la noche, se desprende de la mano de su papá y queda a merced de mil peligros.
Al alejarnos de Dios por el pecado, quedamos totalmente desprotegidos y a merced de
las fuerzas malignas, que nos zarandean a su antojo. Una persona, que estaba en
adulterio, me pedía un poco de agua bendita para echar en su casa, para que se fuera “lo
raro” que estaba sucediendo. Le hice ver que mientras estuviera en pecado, el agua
bendita no tenía ningún significado para ella; hasta podría convertirse en una
“superstición”. El agua bendita únicamente es símbolo de nuestra fe en el poder de Dios;

120
pero ese poder solamente se nos comunica cuando abrimos nuestra puerta a Jesús. El
Señor no puede ingresar en nuestra vida mientras tengamos tapiada nuestra puerta con el
pecado mortal, un pecado grave.
Muchas personas llegan pidiendo que vaya un sacerdote a su casa a echar agua bendita
porque se escuchan “ruidos raros”, porque se evidencian fenómenos turbadores. Lo
primero que hago es preguntarles si se confiesan y comulgan. La casi totalidad de las
veces responden que no. Cuando les indico que lo primero que deben hacer es
confesarse, ponerse en Gracia de Dios, se disgustan, se rebelan; ellos quieren soluciones
instantáneas, algo mágico en que no tengan que molestarse mayormente. Estas
soluciones “instantáneas” no existen, a la luz de la Palabra. El Evangelio exige
conversión, sinceridad. No podemos pretender tener paz cuando hemos introducido, por
el pecado, la causa de la mayoría de nuestros conflictos. No podemos gozar de la
bendición de Dios, cuando por el pecado cerramos nuestra puerta a la Gracia.
Es muy significado, que fue el día de la resurrección cuando el Señor entregó el
“ministerio del perdón” a su Iglesia. Después de mostrarles a los apóstoles sus llagas,
símbolo de su cruz, de su pasión, les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes
les perdonen los pecados, les quedarán perdonados. A quienes no se los perdonen, les
quedarán sin perdonar” (Jn 20, 2223). Antes, solamente los había enviado con poderes
para “predicar”, “expulsar espíritus malos” y “sanar a los enfermos”. Ahora, después de
su muerte y resurrección, les concede el poder para perdonar pecados, es decir, poder
para liberar a los que estuvieran atados por el mal mayor del mundo: el pecado.
Dice la Biblia: “Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Dios para perdonamos
y limpiarnos de toda maldad” (1Jn 1, 9). Es una promesa explícita de Dios. Cuando con
fe, con sinceridad, con arrepentimiento confesamos nuestros pecados, quedamos
liberados del mal por el poder de Jesús. Somos limpiados por la Sangre preciosa de
Jesús, que no mancha, sino limpia. La confesión es una de nuestras principales
medicinas contra el veneno del maligno.
Me impresionó el gran aprecio que tiene por la confesión, el pastor protestante, Dr.
Kurt Koch, muy conocido a nivel internacional por su ministerio de liberación. En su
libro “Entre Cristo y Satanás”, hace notar, que a pesar de que sus hermanos protestantes
no aceptan la confesión, él ha comprobado que ninguno se puede liberar totalmente de
las fuerzas del ocultismo, si antes no ha hecho una buena confesión. (ob. cit .pág. 54.
Editorial Clie, Barcelona, 1974).
Ésta es una experiencia vivida durante muchos siglos en nuestra Iglesia Católica. Una
de las vivencias más comunes para un sacerdote, en un confesionario, es comprobar
cómo la fuerza maligna, que durante muchos años ha atado a un individuo, queda rota
cuando la persona con arrepentimiento y fe confiesa sus pecados. Se evidencia, aquí, la
promesa de la Biblia: “Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Dios para
perdonarnos y limpiarnos de toda maldad” (1Jn 1, 9). Por medio de la confesión la

121
persona queda desatada del mayor mal que puede oprimirla: el pecado. El individuo
queda protegido contra las fuerzas del mal, que quieren zarandearlo. Mientras se
mantenga en el camino del Evangelio, el espíritu del mal será, una y otra vez, derrotado
como lo fue en el desierto por Jesús.

La Eucaristía

La Eucaristía es la cumbre de nuestros actos de culto. Así lo afirma el Vaticano II.


Cuando Jesús, en la Ultima Cena, consagró el pan y el vino, dijo: “Ésta es mi Sangre
derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 28). En la comunión,
recibida con fe, se nos comunica el valor de la Sangre de Cristo. Somos purificados en
profundidad. En la santa Comunión nos comemos, por la fe, el poder limpiador y
liberador, que Jesús nos regala. San Pablo indica: “Cada vez que comen de este pan y
beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor hasta que Él vuelva” (1Co 11, 26).
Proclamar la muerte del Señor, no es sólo recordarla, sino apropiarse el valor de la
muerte redentora de Jesús, que es, esencialmente, liberadora contra todo el mal. Cada
vez que comulgamos, somos limpiados de las presencias malignas, que nos turban y
desarmonizan; somos fortalecidos contra el diablo, contra el mal, que puebla el cosmos.
San Agustín, cuando meditaba en el martirio de San Lorenzo, que, serenamente,
padecía mientras lo asaban en una parrilla ardiente, decía: “Ya sé de dónde saca su
fuerza: se alimenta de la carne del Cordero”. En la Santa Comunión, Jesús nos concede
la fortaleza para no sucumbir ante el fuego ardiente de la tentación, del ataque diabólico,
que pretende dominar nuestra vida.
Una celebración Eucarística tiene una fuerza liberadora inigualable. Uno de los Padres
de la Iglesia, más cercano a los apóstoles, San Ignacio de Antioquía, escribió: “Pongan
empeño en reunirse con frecuencia para celebrar la Eucaristía de Dios y tributarle gloria.
Porque cuando apretadamente se congregan en uno, se derriban las fortalezas de Satanás,
y por la concordia de su fe se destruye la ruina que les procura” (Ad. Ef 13,1).
San Ignacio de Antioquía destaca varios factores, que deben prevalecer en la
Eucaristía. Habla de “congregación apretada”; se refiere al sentido de “comunidad de fe
y de amor”, que es indispensable para que haya una auténtica Eucaristía. Habla también
de “poner empeño” en reunirse “con frecuencia”. Se trata de Eucaristías vividas,
buscadas, y no de aquellas misas a las que se va por compromiso. Dice San Ignacio: “Por
la concordia de su fe”. Fe y caridad son indispensables para que Jesús se haga presente
en la comunidad durante la Santa Misa. Cuando se dan estas condiciones, entonces “se
vienen abajo las fortalezas de Satanás y la ruina que nos quiere procurar”.
La Eucaristía es un momento privilegiado para quedar liberados de las fuerzas

122
malignas psicológicas y espirituales, que nos dominan y desarmonizan. Por medio de la
Santa Comunión somos liberados del mal y fortalecidos contra la tentación. Los que
tienen experiencia de Eucaristías vividas en la fe y el amor, pueden dar testimonio del
poder liberador de la Santa Comunión en nuestras enfermedades físicas y espirituales. La
Eucaristía es el sacramento en que, de manera especialísima, se nos aplica el poder
liberador que Jesús nos adquirió con su muerte y resurrección.
Uno de los consejos, que le damos a los que acaban de ser liberados de un mal
espíritu, es la comunión diaria. El mal espíritu, como afirma Jesús (Lc 11 24-26), va a
volver acompañado de otros siete espíritus peores que él. Atacarán despiadadamente. La
persona tiene que estar muy bien protegida para no volver a ser derrotada. No hay mejor
protección que la Santa Comunión. El demonio no logra hacer nada, cuando en nuestro
corazón está Jesús como Señor de nuestra vida. Una persona de comunión diaria es una
fortaleza inexpugnable para Satanás.

La Unción de los Enfermos

La enfermedad grave es una circunstancia crucial para todo enfermo. Desde un punto
de vista psicológico, frecuentemente, el enfermo se siente inútil, abatido, solitario,
incomprendido, abandonado por sus mismos familiares. Por eso cae en una terrible
depresión. Desde un punto de vista espiritual, el sufrimiento, provoca una crisis
profunda, que el demonio aprovecha para turbar al enfermo, para acusarlo por los
pecados de su vida; para hacerle creer que Dios lo ha abandonado, que no lo puede
perdonar. El demonio lucha por convencer al enfermo para que dude de la bondad de
Dios, para que le tenga miedo y no se atreva a arrepentirse y a confesarse.
Sobre todo, si se trata de una enfermedad terminal, el diablo insiste en acusar
duramente al enfermo por sus pecados y en convencerlo de que no hay perdón para él.
De esta manera, el demonio, busca llevar al enfermo a la desesperación; a la pérdida de
la fe, para que no pueda clamar a Dios en esos últimos momentos de su vida. Es la dura
batalla final, que debe librar el enfermo.
El apóstol Santiago, como buen pastor, dio algunas normas para esas circunstancias.
Escribió Santiago: “Si alguno está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, que
oren por él, que lo unjan con aceite, y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo
restaurará, y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados” (St 5, 1 S). Santiago se
refiere expresamente a la “oración comunitaria”. Se llama a los presbíteros para que oren
con la familia. Es un momento decisivo en la vida del enfermo; necesita ser respaldado
por una comunidad. A muchos enfermos les fallan sus propios familiares porque no
saben rezar o no se atreven a hacerlo. El sacerdote no puede estar continuamente
presente junto al lecho del enfermo: hay muchas otras personas que lo reclaman. Es allí

123
donde la familia debe poner en juego su “carácter sacerdotal”: todos deben perseverar en
la oración ayudando al enfermo a ser fuerte contra el mal que lo asecha en ese momento
crítico de su vida.
Santiago se refiere, expresamente, a la “unción del enfermo”. El aceite es símbolo de
la fuerza del Espíritu Santo. En una de las parábolas de Jesús, el buen samaritano unge
con aceite las heridas del que ha sido asaltado por los bandidos. El aceite le indica al
enfermo que Jesús —el buen samaritano— está junto a él, ungiéndolo con su
misericordia y su bondad, ahora, que se encuentra caído a la vera del camino de la vida.
El aceite también le recuerda al enfermo que fue ungido como “hijo de Dios” en el
bautismo, que es templo del Espíritu Santo, algo sagrado. Que Dios lo ama como Padre y
que lo envió al mundo con un plan de amor, que quiere que se lleve a cabo en su
totalidad
La unción del enfermo va precedida por la confesión de sus pecados, y seguida por la
Santa Comunión. Nada tan liberador como la comunión y la confesión. Recibir el perdón
de Dios y la santa Comunión por medio de la Iglesia de Jesús es lo más consolador y
reconfortante para un enfermo. Por medio de la Unción de los enfermos se le aplica al
doliente el poder de Jesús contra la muerte y contra el diablo. Es la mejor medicina
contra la turbación y el miedo, que el espíritu del mal quiere provocar en el enfermo
durante su dura enfermedad o durante su batalla final.

El mal se revuelve

San Marcos recuerda, en su evangelio, que un día Jesús fue a la sinagoga; mientras
estaba predicando, alguien de la asamblea, comenzó a retorcerse; estaba dominado por
un mal espíritu. Jesús suspendió, momentáneamente, su prédica, y oró por aquel
individuo para que fuera liberado (Mt 1, 21-28). Todo sacramento nos pone en contacto
directo con la Palabra de Dios, que como espada de doble filo, penetra hasta lo más
profundo de nuestra subconciencia. Ante la Palabra de Jesús se revuelve cualquier mal
que haya dentro de nosotros; es expulsado. Todo sacramento nos acerca a Jesús, que es
la Luz del mundo. Ante esa luz maravillosa, las tinieblas se ponen en fuga. Quedamos
totalmente liberados.
Jesús nos enseñó a pedir: “Líbranos de todo mal” (Mt 6,13). Según los comentaristas, la traducción literal del
griego, es: “Líbranos del Maligno”. Cada sacramento, recibido con las debidas condiciones, es una liberación del
mal, que se opera en nosotros, y un fortalecimiento por medio de la Gracia, que se nos otorga. El cristiano no
centra su atención en el demonio y en sus nefastas obras; el seguidor de Jesús tiene su mirada fija en el Señor; por
eso no le teme al mar embravecido, sino que, con la mirada fija en Jesús, camina sobre las revueltas y rugidoras
olas, que el Maligno desata contra nosotros.

El seguidor de Jesús no teme al demonio porque se ha puesto el yelmo de la


Salvación, la coraza de la Justicia, el cinturón de la Verdad, el escudo de la Fe, el

124
calzado el Evangelio de la Paz, y lleva en su mano la espada del Espíritu Santo, la
Palabra de Dios (Ef 6, 1416). Nuestro cosmos está poblado de presencias maléficas; pero
el cristiano no teme porque está revestido de Cristo, protegido con su Sangre preciosa,
que lo fortalece contra el mal y lo inunda de santidad y de poder. Ése es el poder
maravilloso que Jesús nos comunica por medio de los Sacramentos.

125
19. ¡Resistan al diablo!

Una ancianita, de unos noventa años, cuando la fui a confesar y darle la unción de los
enfermos, me decía: “Yo soy viejita: ya no puedo pecar”. No hay edad para sentirse
exentos de los ataques del espíritu del mal. Y, sin lugar a dudas, el demonio aprovecha
los últimos años de los ancianos para atacarlos reciamente. Es su última oportunidad
para hacerlos resbalar en la tentación. Bien decía el libro de Job: “Milicia es la vida del
hombre en la tierra” (Job 7,1). Mientras tengamos un hálito de vida, debemos estar
seguros de que el diablo no perderá oportunidad de sembrar en nosotros la cizaña de la
duda, de la turbación, de la desconfianza en Dios.

Ataca nuestra mente

Lo primero que el diablo ataca es nuestra mente. Todo pecado comienza siempre con
un mal pensamiento, que se introduce sutilmente. Luego el demonio se industria para
convencernos que lo que la Biblia dice, no es verdad, que nos conviene más el camino
que él nos presenta. Cuando aceptamos el diálogo mental con el diablo, permitimos que
siembre en nosotros la cizaña de la desconfianza en Dios, como lo hizo con los primeros
seres humanos. Al entretenernos en platicar mentalmente con el diablo acerca de los “pro
y los contra”, sin darnos cuenta, le estamos permitiendo que gane terreno en nuestra
mente y nuestro corazón. Lo que viene después, ya es inexplicable para nosotros. No
podemos saber cómo nos dejamos engañar y resbalamos hacia la tentación. David nunca
se imaginó que aquella mirada morbosa a una mujer, que se estaba bañando, le iba a
traer tan terribles consecuencias en su vida: un adulterio y un asesinato indirecto.
Bien dice Jesús que el diablo es el “Padre de la mentira” (Jn 8,44), es especialista en
embrujarnos con sus mentiras. Tiene razón san Pablo, cuando nos advierte que el
demonio no se nos va a presentar como demonio, sino como “ángel de luz” (2Co 11,14).
San Pedro nos advierte que Satanás es como un león que sólo espera un descuido nuestro
para darnos el zarpazo fatal (1Pe 5,8). Una traducción antigua del Evangelio, decía: “El
varón fuerte y armado que custodia su atrio, tiene en paz todas sus cosas” (Lc 11,21) .El
atrio de un castillo era por donde el enemigo intentaba penetrar . Ahí se colocaban a los
hombres más valientes de ambos bandos. Nuestro atrio es nuestra mente. Por allí se mete
el diablo por medio de un mal pensamiento, que comienza como una animalito
microscópico que, una vez dentro de la mente, se convierte en un dinosaurio que nos
domina.
El diablo también pone “escrúpulos” y “obsesiones” en nuestra mente. Quiere que nos
sintamos pecadores por cualquier imperfección que cometemos. Si nos sentimos

126
culpables, más fácilmente vamos a desconfiar de nosotros mismo y de la misericordia de
Dios. Aquilino de Pedro explica que el escrúpulo es “temor de conciencia infundado o
exagerado: angustia interior provocada por un juicio equivocado sobre la malicia de un
acto.” Nos tragamos un mosquito y el diablo nos hace ver que nos hemos tragado un
elefante. La conciencia escrupulosa tiende a desconfiar de la misericordia de Dios. Es lo
que el diablo pretende: que nos alejemos de Dios, para podernos dominar.
Bien le sienta al diablo su nombre de diablo, que significa “acusador”. En todo tiempo
procura provocar en nosotros “complejo de culpa”. Nos recuerda nuestras faltas ya
confesadas. Desentierra el cadáver de algún pecado y nos hace sentir su mal olor. Dice
san Juan: “Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Dios para perdonarnos y
limpiarnos de toda maldad” (1Jn 1,9). El que se atiene a la Palabra de Dios, no permite
que el demonio lo esté atormentando con malos recuerdos. Acepta que ha sido
perdonado. Que la Sangre de Cristo lo ha limpiado. Por eso no acepta, de ninguna
manera, dialogar con el diablo. Más bien, dialoga con Dios: acude a la oración,
inmediatamente.
No hay que confundir lo que hace el Espíritu Santo con lo que hace el espíritu del mal.
El Espíritu Santo, “nos convence del pecado” (Jn 16,8). No para turbarnos y hundirnos,
sino para que nos arrepintamos, expulsemos de nosotros el pecado, y podamos ser
llenados de su bendición. El diablo “nos convence de pecado” para que le tengamos
miedo a Dios, y huyamos de Él. Lo que hicieron Adán y Eva. Pensaron que con huir de
Dios y esconderse de Él, iban a recobrar la paz de su corazón. Y no fue así. En su
escondite se sintieron los seres más infelices del universo. Una persona que le tiene
miedo a Dios y huye de Él, automáticamente, está pasando al campo contrario: al reino
de diablo.
La obra perturbadora de la mente, que realiza el diablo, la detalla san Pablo, cuando
escribe: “El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les
resplandezca la Luz del Evangelio de Cristo, el cual es imagen de Dios” (2Co 4,4). San
Pablo nos sugiere un recurso eficaz para no permitir que el diablo invada nuestra mente
con escrúpulos, con complejos de culpa y con obsesiones. Nos dice san Pablo: “Piensen
en todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo
puro, en todo lo agradable, en todo o que tiene buena fama. Piensen en toda clase de
virtudes, en todo lo que merece alabanza” (Flp 4,8). El demonio no puede ingresar en
una mente que está repleta de bondad.
Jesús contó el caso de un hombre del que habían expulsado un mal espíritu. El diablo
fue a buscar a otros siete espíritus peores que él, encontraron al hombre como una casa
barrida y arreglada, y se metieron a vivir en aquel hombre, que al final quedó peor que
antes (Lc 11,24-26). El gran error de este individuo consistió en no llenar su casa de
oración, de meditación de la Palabra de Dios. De sentimientos nobles y santos. Nuestra
defensa del “atrio” de nuestra mente consiste en que el diablo no encuentre la “casa”
solamente barrida y arreglada, sino llena de santos y nobles pensamientos, que nos

127
vienen de la oración y de la meditación de la Biblia. Una mente bien oxigenada con
pensamientos bíblicos, no puede ser contaminada con el “smog”, que el diablo quiere
introducir.

Ataca nuestro cuerpo

En el libro de Job, es muy impactante que el diablo le pida permiso a Dios para atacar
a Job, que es un santo; dice el texto bíblico: (El acusador) “envió a Job una terrible
enfermedad de la piel que lo cubrió de los pies a la cabeza” (Jb 2,7). Lo más
impresionante de todo es que Dios le conceda permiso al diablo para causarle muchos
males a Job. Sólo al final del libro caemos en la cuenta de que “todo resultó para bien de
Job”. Todo lo que Dios “permite” es para bien de sus hijos. Job por medio de todas las
desgracias que le causó el diablo con la permisión de Dios, salió fortalecido en su fe y en
su santidad.
El diablo puede atacar nuestro cuerpo. El Evangelio indica que la epilepsia del
muchacho, que su padre lleva a Jesús para que lo sane, fue causada por un mal espíritu.
El papá del joven le detalla el mal que el espíritu malo le causa a su hijo. Dice el padre
del joven: “Un espíritu lo agarra, y hace que grite y que le den ataques y eche espuma
por la boca. Lo maltrata y no lo quiere soltar” (Lc 9,39). El texto evangélico añade:
“Cuando el muchacho se acercaba, el demonio lo tiró al suelo e hizo que le diera otro
ataque; pero Jesús reprendió al espíritu impuro, sanó al muchacho y se lo devolvió a su
padre” (Lc 9,42). No se quiere indicar aquí que la epilepsia tenga siempre origen
diabólico. En este casó, sí; es Jesús el que demuestra que es un “mal espíritu” el que está
atacando al joven.
Cuando el Señor cura a la mujer encorvada, él mismo Jesús comenta: “Esta mujer, que
es descendiente de Abrahán, y que Satanás tenía atada con esta enfermedad desde hace
dieciocho años” (Lc 13,16). Esta mujer había ido a las oraciones de la sinagoga. Ni
siquiera se le ocurría pedirle a Jesús la sanación de su mal. Es el Señor el que detecta que
es un mal espíritu el que le ha provocado esa enfermad.
Cuando al Señor le piden que sane a la suegra de Pedro, que tiene una fiebre muy alta,
el Señor no ora por ella como lo hace por otros enfermos. Aquí, el Señor, discierne que
es un “mal espíritu” el que le está provocando la fiebre. Por eso el Señor hace un
exorcismo sencillo (Lc 4,38). A nadie de los presentes se le ocurrió que la suegra de
Pedro fuera atacada por un mal espíritu. Fue el discernimiento de Jesús el que captó que
de por medio había un “mal espíritu” provocando la fiebre alta. Mal haríamos nosotros si
concluyéramos sosteniendo que toda fiebre alta es producto de un mal espíritu. San
Marcos expone el caso de un “mudo endemoniado”. Se lo llevan a Jesús; dice el texto:
“En cuanto Jesús expulsó al demonio, el mudo comenzó a hablar” (Mc 9,33).

128
Hay casos en que los psiquiatras y psicólogos cristianos, sospechan que el mal de su
paciente no es tipo psiquiátrico ni psicológico. Por eso lo envían a algún sacerdote, que
tenga experiencia en oración de liberación o exorcismo. Son muchas las veces que el
paciente, después de haber sido tratado técnicamente por los médicos, psiquiatras o
psicólogos, se cura ante una sencilla oración de liberación o por medio de un exorcismo.
Se da el caso contrario también. Algunas veces se cree que el mal es causado por un mal
espíritu; se ora por la persona y no sucede nada. El mal, en este caso, no es de tipo
espiritual, sino psicológico. No es nada fácil, en ciertos casos misteriosos, saber el origen
del mal. El cristiano nunca se equivoca cuando reza con fe; es lo mejor que puede hacer.
Pero no debe impedir que el paciente sea también atendido por un psiquiatra o un
psicólogo, según cada caso.

Ataca nuestras cosas

El libro de Job expone el caso del diablo, que con el permiso de Dios, destruye todas
las posesiones de Job y logra que mueran sus hijos. Impresionante que Dios le permita al
diablo causarle a Job todos esos males. Es aventurado presentar hipótesis acerca del
motivo por el cual Dios le dio esa autorización al diablo. A la luz de la Biblia, sólo
sabemos una cosa: Todo lo que Dios hace y permite es para nuestro bien. Dios es Padre
bueno y nunca va a permitir el mal para nuestro daño; siempre Dios tiene un motivo
bueno para obrar de esa manera. Esto sólo por la fe se puede aceptar. El novelista Albert
Camus sostenía que él no podía creer en Dios porque durante la guerra había visto morir
cruelmente a muchos niños. Sólo por la fe podemos seguir confiando en Dios, a pesar de
que, como a Job, nos sucedan desgracias a granel, cuando estamos llevando una vida
muy apegada al camino del Evangelio.
El diablo también tiene el poder, que Dios le permite para atacar las cosas materiales.
El Evangelio describe cómo los apóstoles durante una tormenta, se llenan de pavor,
creen que van a perecer. Jesús, que dormía en la barca (o se hacía el dormido para
probarlos), cuando fue despertado, se puso de pie y reprendió al mar, que, al momento,
se calmó (Mc 4, 39). Propiamente, Jesús hizo un exorcismo. Los comentaristas hacen
notar que en esta oportunidad Jesús empleó, en el texto griego, las mismas palabras que
empleaba para los exorcismos.
Algunos comentaristas, ven en esto un ataque claro de Satanás. Se basan en lo
siguiente: Jesús y sus apóstoles se dirigían a la ciudad de Gerasa, en donde Jesús iba a
liberar a un hombre poseído por el diablo (Mc 5 ). El demonio presintió lo que le
esperaba y se adelantó a atacar al Señor y sus discípulos. El diablo tiene mucho poder en
el cosmos. En la Carta a los Efesios escribe san Pablo: “No estamos luchando contra
poderes humanos, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen

129
mando, y autoridad sobre el mundo de tinieblas que nos rodea” (Ef 6,12).
Cuando Jesús llama al diablo “príncipe de este mundo”, nos está señalando que tiene
mucho poder. San Pablo, en Efesios, expresa que el diablo es un poderoso ser espiritual.
El Apocalipsis es muy explícito, cuando representa al diablo como un dragón rojo con
siete cabezas, siete cuernos y con diez diademas (Ap 12,3). Las siete cabezas indican
mucha inteligencia; los siete cuernos son símbolo de enorme poder. Las coronas indican
las alianzas con seres poderosos del mundo.
El párroco de la iglesia de San Andrés Izapa (Guatemala), me invitó para predicar en
su iglesia. San Andrés Izapa es el lugar clásico donde mucha gente “adora” al ídolo
llamado “Machimón”, san Simón. La Iglesia condena este culto verdaderamente
satánico. Este ídolo se presenta con un puro entre los labios, con enormes bigotes, con un
traje y sombrero negros, con una botella de aguardiente en la mano. La gente
desorientada lo visita, le llevan ofrendas de toda clase, y dicen que es muy “milagroso”.
En aquella oportunidad, en que fui invitado a la parroquia de San Andrés, me
acompañaba el “Ministerio de sanación San Pedro”, personas muy experimentadas en la
oración de sanación y liberación. Cuando llegamos, los del grupo musical de la
parroquia estaban cantando; todo funcionaba muy bien. También el micrófono por medio
del cual el sacerdote César Alonso les habló a los feligreses para presentarnos. Apenas
me entregaron el micrófono para predicar, el micrófono comenzó a chirriar con
estruendo. Procuraron arreglar el desperfecto. Nada. Me dieron otro micrófono,
revisaron todos los aparatos, y, nuevamente, ruidos y chirridos. El sacerdote,
preocupado, cambió tres o cuatro micrófonos y todo seguía igual.
Para dar oportunidad de arreglar el micrófono, se pidió que el coro del “Ministerio de
sanación San Pedro”, entonara un canto. Las guitarras no les funcionaban, tampoco los
micrófonos. Los aparatos eran los mismos que antes había usado el coro de la Iglesia.
Entre tanto, los centenares de niños “de pecho”, que llevaban las indígenas, comenzaron
a llorar todos al mismo tiempo. La asamblea se estaba tornando una confusión. La
dirigente del “Ministerio de sanación San Pedro”, que tiene mucha experiencia en estos
fenómenos raros, valientemente, intervino, y comenzó a hacer una “oración de
liberación” sobre la asamblea. La gente se fue calmando. Los niños dejaron de llorar. Se
hizo un silencio impresionante. Después de esto, ya funcionaron los instrumentos
musicales y el micrófono. Todos se pudieron dar cuenta de la presencia del maligno y
del poder de la oración de liberación en nombre de Jesús. Esa noche la predicación y
oración tenían la finalidad expresa de hablar del poder de Jesús resucitado contra las
fuerzas del mal. De sobra los indígenas de ese pueblo pudieron comprobar lo que era el
poder de la oración de liberación en nombre de Jesús.
Esto me hizo recordar lo que le escuché al padre Emiliano Tardif. En su iglesia no
funcionaban los micrófonos. Habían llegado técnicos experimentados para arreglar el
desperfecto y no habían logrado nada. Una señora piadosa y con reconocido don de

130
“discernimiento”, le dijo al padre Tardif que le hiciera un exorcismo a la bocina. El
padre Tardif contaba que a él le pareció un consejo “muy raro”; pero como la señora era
una persona conocida en la comunidad por sus dones, se atrevió a hacer el exorcismo. Al
momento, el parlante comenzó funcionar a perfección. Parecen “cosas raras” y
legendarias. Es porque el espíritu del mal es “muy raro”. Siempre nos quiere jugar malas
partidas. Pero cuando nosotros recordamos, que la Biblia nos dice: “El que está en
ustedes es más poderoso que el que está en el mundo” (1Jn 4,4), no le tememos, sino
que tomamos la autoridad, que nos dio Jesús, y lo expulsamos.
Lo mismo que afirmamos acerca del olvido de la “oración de liberación” en tiempos
pasados, podría decirse del “exorcismo clásico” para el que según el Derecho Canónico,
se necesita la autorización del obispo del lugar. En la actualidad, en muchas diócesis de
Europa (Turín, París, Londres… ), los obispos han tenido que desempolvar el ritual del
exorcista, ya que se han dado muchos casos de presencias diabólicas en que se ha
requerido la intervención más fuerte de parte de la Iglesia por medio de un exorcista
autorizado. Menciono expresamente ciudades de Europa para que no se crea que estos
“asuntos” son propios de los países “tercermundistas”.
Cuando apareció Jesús, los poderes satánicos arreciaron su ataque ya que Jesús venía a
destruir el reinado del diablo. Siempre que hay en la Iglesia una fuerte presencia de Dios,
se arremolinan los poderes satánicos. En este tiempo, en que la Iglesia ha experimentado
“una corriente de Gracia” por medio de la irrupción fortísima del Espíritu Santo, también
las fuerzas del mal se han manifestado de manera extraordinaria. Por eso mismo, la
Iglesia se ha visto precisada a renovar el Ritual del Exorcista y a darle importancia a la
“oración de liberación”.
Esto no nos debe llevar a vivir angustiados, viendo al diablo hasta en la sopa. No.
Nuestra actitud debe ser la que nos enseñó Jesús. A los setenta y dos discípulos, que
gritaban: “¡Hasta los demonios se nos someten en tu nombre”, el Señor les explicó: “Yo
les he dado poder a ustedes para caminar sobre serpientes y escorpiones” (Lc 10,19). El
diablo es el “príncipe” de este mundo; tiene mucho poder. Pero Jesús es el Rey de reyes
y Señor de señores” (Ap 17,14 ). En nuestra vida el diablo puede provocar tormentas,
pero si Jesús va en nuestra barca, no hay nada que temer. A los apóstoles, aterrorizados
por la tormenta, Jesús les dijo: “Hombres de poca fe, ¿por qué dudaron?” Era como que
les dijera: “Si me llevan a mí, que soy la vida, no piensen en la muerte”.

Resistir

En el Evangelio, la palabra de orden, con respecto a los ataques del diablo es:
“resistan”. No se nos dice que si somos fieles y obedientes a los mandatos del Señor,
vamos a ser eximidos de los ataques del maligno. No. Desde el momento que se nos

131
ordena “resistir”, se nos está indicando con toda seguridad que vamos a ser atacados y
debemos estar preparados para “resistir”.
Los que nos ordenan resistir, son los mismos que en determinadas ocasiones fueron
derrotados por el espíritu del mal. Conocían muy bien sus “artimañas”. Habían
experimentado lo que era ser vencidos por el diablo. San Pedro nos dice: “Resistan
firmes en la fe” (1Pe 5,9). Firmes en la fe significa aferrados en todo a la Palabra del
Señor. “La fe viene como resultado de oír el mensaje que nos habla de Jesús”, dice la
Carta a los Romanos. Es por la palabra que nos llega la fe salvadora, que provoca en
nosotros la conversión y el nuevo nacimiento por obra del Espíritu Santo. El diablo
busca por todos los medios, “arrancar” la semilla de la Palabra, que Dios siembra en
nuestro corazón. El diablo, por su parte, trata de sembrar cizaña donde ha sido sembrado
el trigo puro de la Palabra de Dios. Permanecer “firmes en la fe”, es permanecer sobre la
roca de la Palabra. No dudar de ella. No aceptar el camino alternativo que el diablo
propone para la felicidad.
Santiago recomienda: “Sométanse a Dios, y resistan al diablo, y huirá de ustedes” (St
4,7). La clave en el consejo de Santiago es, en primer lugar, “someterse a Dios”, es decir,
dejarse controlar en todo por el Espíritu Santo. Sólo con el poder del Santo Espíritu
podemos resistir las insinuaciones y ataques del demonio, que es poderosísimo. Pero más
poderosos somos nosotros, cuando estamos sometidos a Dios y contamos con el poder de
su Espíritu Santo. Fue lo esencial que Jesús les ordenó a sus apóstoles antes del terrible
ataque en Getsemaní: “Vigilen y oren para no caer en la tentación” (Mt 26,41 ), fue la
palabra de orden que Jesús les dio a sus apóstoles. Fue en lo que fallaron. Se durmieron.
Una y otra vez, Jesús los despertó y los reprendió por no estar ni vigilando ni orando.
Mientras tanto, Jesús permanecía en una oración agónica, tendido en el suelo, sudando
sangre. Cuando llegó el terrible ataque del diablo en Getsemaní, Jesús salió vencedor en
todo momento. Los apóstoles fueron totalmente derrotados. No permanecieron firmes en
la fe, no se sometieron a Dios, no llevaban puesta la armadura de Dios.
Que nadie se haga ilusiones de que habrá alguna época de su vida en que no tenga
tentaciones. Ya el libro de Job nos previno, asegurándonos: “Milicia es la vida del
hombre en la tierra” (Jb 7,1). Mientras permanezcamos aquí en la tierra, el diablo
siempre estará al asecho para tratar de hacernos resbalar en la tentación. Pero si
permanecemos firmes en la fe ; si nos sometemos a Dios y resistimos, si llevamos puesta
toda la armadura de Dios, estamos más que seguros de que “saldremos más que
vencedores en Jesús”.
San Pablo conocía muy bien las asechanzas de Satanás. En una época de su vida,
había sido inducido a rechazar el camino de Jesús como algo maldito. Pablo nos dice:
“Tomen toda la armadura, que Dios les ha dado, para que puedan resistir en el día
malo” (Ef 6,13). Es importante tener en cuenta lo que especifica Pablo; la armadura nos
la ha entregado Dios. No es la armadura que nosotros nos fabricamos. Es Dios mismo
que nos ha revelado los medios espirituales para defendernos de los ataques del diablo.

132
Tan importante es esta armadura, que Dios nos provee, que, por eso mismo, hemos
dedicado un capitulo completo de este libro a meditar en cada una de las piezas de esa
armadura.
Después de haber mencionado las varias piezas de la armadura de Dios, Pablo
concluye insistiendo: “No dejen de orar: rueguen y pidan a Dios siempre, guiados por el
Espíritu” (Ef 6,18). Aquí, Pablo, está recalcando lo esencial en la lucha contra el diablo:
la oración guiada por el Espíritu Santo.

133
20. Nuestro acusador

En griego, “diabolos”, significa “acusador”. Es el papel del diablo: acusar a Dios, para
provocar desconfianza en Él, y acusar a los seres humanos para que se sientan culpables
y no se atrevan acercarse a Dios. Este papel del diablo se aprecia minuciosamente en el
Génesis, en la escena del primer pecado. Primero, el diablo acusa a Dios ante los
hombres; les dice: “Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol
del jardín” (Gn 3, 1). Una mentira enorme: Dios sólo les había prohibido comer del
“árbol de la ciencia del bien y del mal”, símbolo del pecado. También acusó a Dios,
haciéndolo pasar como un engañador: el diablo les aseguró que Dios les había ordenado
no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal porque si comían iban a
saber lo mismo que Él. Las acusaciones del espíritu del mal surtieron efecto: los
primeros seres humanos cayeron en la tentación de la “desconfianza” en Dios.
Una vez que Adán y Eva cayeron en la trampa del pecado, entonces, la acusación fue
contra ellos mismos. Los hizo sentirse tan pecadores que tuvieron miedo de Dios; se
fueron a esconder de Él. No querían oír su voz, cuando antes gozaban hablando con Él
(Gn 1,27-30). El gran triunfo del diablo es hacernos caer en el pecado de la desconfianza
en Dios; sabe que si desconfiamos de Dios, todas las puertas del alma están abiertas, de
par en par, para cualquier pecado.
La rehabilitación de Adán y Eva se llevó a cabo, cuando aceptaron la insistente
invitación de Dios de salir de su escondite, de volver a confiar en Él. Cuando aceptaron
la oportunidad de rehabilitarse, sintieron que Dios les echaba encima unas pieles para
cubrir su desnudez. Eran las pieles del perdón y la misericordia de Dios, que Él concede
al que deja de hablar con el diablo y vuelve a hablar con Él, y se arrepiente.

El caso de Job

La Biblia describe a Dios muy satisfecho por la vida del santo Job. Entonces ingresa
en escena el diablo. Acusa despiadadamente a Job. Le arguye a Dios que Job se porta
bien porque se le ha concedido ser un millonario. El diablo le apuesta a Dios que si le
quita sus cosas a Job, y lo toca en carne viva, con seguridad va a renegar de Dios. En
esta especie de teatro, por medio del cual el autor representa el caso de Job, Dios acepta
la apuesta que le propone el diablo. Todos conocemos la avalancha de desdichas que se
le vienen encima a Job por parte del maligno. Al principio, el santo Job dice: “El Señor
me lo dio todo, el Señor me lo quitó.
¡ Bendito sea el nombre del Señor!” (Jb 1,21).

134
Pero las desdichas en lugar de concluir se multiplican. Entonces, en el texto bíblico, se
adivina que el diablo acusa a Dios ante Job por las desgracias que le llueven. Hay un
momento en que el desconsolado Job, comienza a desconfiar de la bondad de Dios. Por
eso Job afirma que va a llevar a Dios a un juzgado y que está seguro de ganar el pleito.
No hay razón para que él, que es bueno y cumplidor, sea castigado injustamente de esa
manera. Éste es el terrible problema de Job. Ante la insistente acusación del diablo, que
Job experimenta contra Dios, comienza a desconfiar.
Dios se le manifiesta a Job; para ayudarle le pone una especie de test de unas setenta
preguntas. En resumidas cuentas, el Señor le pregunta a Job que dónde estaba, cuando él
creaba los cielos, la tierra, los animales, todo. Job comienza reflexionar. Cae en la cuenta
de su pecado. Hunde la frente en el polvo y pide perdón (Jb 42,1-6). En ese momento,
Dios sana a Job y le recompensa con muchas más cosas que las que antes tenía. La
terrible acusación interna, que sembró el mal espíritu en Job, lo hizo tambalear por un
momento. Nada tan terrible como perder la confianza en Dios. Es el tiro de gracia que
intenta darnos el diablo.
Todos hemos experimentado la halagadora voz del diablo durante la tentación. De
entrada, nos hace desconfiar de Dios. Es su táctica preferida. Una vez que hemos
resbalado en el pecado, volvemos a escuchar la voz del diablo. Ahora, ya no tiene nada
de dulce el tono de voz. Ahora se ha convertido en un terrible acusador. Su voz nos hace
sentir desdichados, malvados. Perdidos irremediablemente. Por bendición, siempre se
repite la historia sagrada: Dios va a buscar al pecador en su escondite de miedo; siempre
le tiende un puente de misericordia para que pueda volver al primer amor.

El objetivo del diablo

Lo que más le conviene al diablo es llevarnos a la desesperación para que pensemos


que ya no hay solución para nosotros; que ya se nos terminó la cuota de perdón; que
Dios nos ha abandonado para siempre. El caso de Judas y de Pedro es muy aleccionador.
Los dos habían negado a Jesús; lo habían abandonado. A Judas lo llevó el diablo a
pensar que su culpa era imperdonable. El diablo logró que Judas centrara su atención en
la gravedad de su pecado y no en la misericordia de Jesús. El Señor, en el Getsemaní,
cuando Judas culminó su traición, no lo llamó traidor, sino amigo. Le expresó que seguía
siendo su amigo; que no lo rechazaba para siempre. Pero Judas le dio más importancia a
la voz acusadora del diablo que a la voz de perdón de Jesús.
Todas las palabras (gritos) y gestos de Judas, después de su traición, no fueron más
que proyección de su desesperación. No fue arrepentimiento, sino remordimiento el de
Judas: la conciencia que lo mordía con rabia. Judas quiso castigarse él mismo. Por eso
terminó ahorcándose. El demonio lo llevó a huir de Jesús, a no recordar para nada las

135
palabras de misericordia de Jesús: las parábolas del hijo pródigo y de la oveja perdida. El
diablo venció a Judas a base de acusaciones terribles con respecto a su traición.
Pedro podía haber seguido el mismo camino de Judas, en su desesperación, si hubiera
aceptado las acusaciones terribles, que el demonio aprovecharía para introducirle en su
mente y su corazón. Pero Pedro se dejó ver por Jesús. No le esquivó la mirada. Por eso
pudo leer en los ojos de Jesús la parábola del hijo pródigo: él mismo se sintió hijo
prodigo, que tenía la oportunidad de ser recibido nuevamente en la casa del Padre. Pedro
se sintió oveja perdida, buscada por la mirada de Jesús. El diablo no pudo llevar a Pedro
al suicidio porque Pedro se atrevió a confiar en la mirada de misericordia de Jesús. Se
acordó que Jesús ya le había anticipado que lo iba a negar antes de que cantara el gallo.
Cuando cantó el gallo, Pedro lloró amargamente, porque recordaba que Jesús ya le había
anticipado que había rezado por él para que, cuando volviera, confirmara a sus hermanos
(Lc 22,32). Pedro confió en la palabra de Jesús, que le había profetizado que volvería
para confirmar a sus hermanos.
A Jonás le sucedió algo parecido a lo de Pedro y Judas. Cuando Jonás fue descubierto
por los marineros como el culpable de la tormenta, que amenazaba hundir el barco en
que viajaban, Jonás, como Judas, se dejó convencer por las acusaciones del espíritu del
mal: pensó en un suicidio indirecto. Pidió que lo lanzaran al mar. Dios le dio una
oportunidad; dice la Biblia que lo tragó un gran cetáceo. En el vientre del gran pez, Jonás
se atrevió a confiar en la misericordia de Dios; se arrepintió de su pecado y clamó a Dios
pidiendo misericordia. Dice el salmo 51: “Dios no desprecia un corazón humillado y
contrito”. Dios no despreció el arrepentimiento ni el clamor de Jonás. La ballena lo
vomitó en la playa del mar. Jonás pudo rehabilitarse ante Dios. El diablo siempre insiste
en que ya no hay otra oportunidad. La Biblia presenta a Dios como el Padre de las
oportunidades, que siempre tiene abierta la puerta de su corazón, a todas horas, para que
el hijo pródigo la encuentre abierta cuando decida retornar.

La obra del Espíritu Santo

La misión del Espíritu Santo es “convencernos de pecado” (Jn 16,8). No para


hacernos sentir perdidos, rechazados por Dios, sino para recordarnos que Dios nos invita
a regresar a la casa paterna, para ser perdonados y abrazados por nuestro Padre. La
misión del diablo, en cambio, es convencernos de que ya no hay nada que hacer; que la
puerta de la misericordia se ha cerrado para nosotros. El diablo provoca en nosotros
“remordimiento”: una conciencia que nos muerde atrozmente y nos lleva a la
desesperación. El Espíritu Santo, por el contrario, nos lleva al “arrepentimiento”, a pedir
perdón y confiar en la misericordia de Dios, que, por medio de la Sangre de Cristo,
destruye todo pecado (1Jn 1,7).

136
Con toda seguridad, el hijo pródigo, mientras cuidaba los cerdos, en cierta forma, los
envidiaba: ellos tenían bellotas inmundas para comer, y él ni siquiera de eso disponía.
Ciertamente el demonio trató de llevarlo a la desesperación total. Tal vez habrá pensado
en poner fin a su vida. Por otra parte, fue el Espíritu Santo el que comenzó por
“convencerlo de pecado” y animarlo a regresar a su casa para pedirle perdón a su papá.
Este muchacho tuvo una dura lucha interna: “¿Volver o no volver? Mi padre me va a
rechazar después de la mala jugada que le hice. Para mí ya no hay otra solución: debo
desaparecer”.
Por otra parte, en el fondo del corazón trataba de abrirse camino otra voz: “Regresa…
No es la primera vez que tu padre te perdona… Él es bueno… Imposible que no te
reciba”… Al fin el hijo pródigo: exclamó: “Me levantaré e iré a la casa de mi padre, y le
diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti. No soy digno de llamarme tu hijo” (Lc
15,18) . Esa batalla espiritual la conocemos muy bien. La hemos vivido. Conocemos
muy bien la voz del acusador y la voz del Ayudador, el Espíritu Santo. Si estamos en la
Iglesia es porque pudimos rechazar al acusador y nos dejamos guiar por nuestro
Ayudador. El acusador nos aseguró que nuestro padre nos rechazaría. Nuestro Ayudador
nos convenció del pecado y nos llevó a los brazos de nuestro padre, que, en lugar de
rechazarnos, nos admitió en su casa y nos ofreció una fiesta para que olvidáramos el
pasado malo y gozáramos de la paz de la casa paterna.

Nuestro abogado

En el capítulo tercero del profeta Zacarías hay una estampa de la misericordia de Dios,
que debemos tener siempre presente. Aparece el sumo sacerdote Josué; tiene las
vestiduras manchadas, símbolo del pecado. A la derecha de Josué está un “ángel
acusador”, el demonio, que le echa en cara sus maldades. A la izquierda está el ángel del
Señor, que reprende al ángel acusador y afirma que Josué es “un carbón encendido,
sacado de entre las brasas” (Za 3,2). Luego el ángel del Señor manda a otros ángeles
que le quiten sus ropas sucias a Josué y le pongan blancas vestiduras de fiesta. El ángel
le dice a Josué: “Esto significa que te he quitado tus pecados” (Za 3, 4).
Esta escena señala lo que sucede cuando Dios nos perdona. El demonio insiste en
acusarnos, en hundirnos y destruirnos. Dios envía al Espíritu Santo, para convencernos
que, al reconocer nuestro pecado y confesarlo, vamos a ser como “carbones encendidos,
retirados de las brasas”. La vestidura blanca indica la gracia, recuperada por la
misericordia de Dios.
Me tocó atender a una anciana de más de ochenta años, que se estaba muriendo. La
pobre anciana con desesperación gritaba: “¡Dios no me va a perdonar Dios! ¡Dios no me
va a perdonar!” Esta anciana había sido prostituta en una época de su vida. En este

137
momento crucial de su existencia, el diablo aprovechó para echarle en cara sus pecados.
La anciana ya había confesado esos pecados, pero, en el fondo de su corazón, no había
aceptado el perdón total de Dios. El motivo era porque se basaba en su propia manera de
concebir la justicia de Dios, y no en lo que dice Dios, en la Biblia, acerca de su justicia.
Por medio del profeta Isaías, el Señor nos dice: “Aunque los pecados de ustedes
fueran rojos como la grana, yo los dejaré más blancos que la nieve” (Is 1, 18). También
por medio del mismo profeta, el Señor nos dice: “Yo por ser tu Dios, borro tus crímenes;
no me acordaré más de tus pecados” (Is 43, 25). Si aquella ancianita angustiada no se
hubiera basado en su propia concepción de la justicia de Dios, sino en lo que Dios
mismo nos dice, no hubiera pasado por aquellos momentos de desesperación, cuando se
encontraba a las puertas de la muerte.
Dice san Juan; “Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no cometan pecado.
Aunque, si alguno comete pecado, tenemos un abogado ante el Padre, que es Jesucristo,
y Él es justo. Jesucristo se ofreció en sacrificio para que nuestros pecados sean
perdonados” (1Jn 2,1-2). La imagen de Jesús como abogado nuestro ante Dios Padre es
de una dimensión espiritual muy profunda. Mientras, por un lado, el diablo insiste en
acusarnos, para hacernos sentir sin esperanza, la Palabra de Dios, por el contrario, nos
recuerda que Jesús, ante el Padre, actualiza el valor de su Sangre preciosa, que borra
todo pecado (1Jn 1,7). Por medio del Sacramento de la Reconciliación, Jesús nos aplica
el valor de su Sangre .En ese momento, aunque nuestros pecados sean rojos como la
grana, quedamos más blancos que la nieve, por la purificación, que obra en nosotros la
Sangre de Jesús. Además, a la luz de la Palabra, estamos plenamente seguros de que
Dios nunca más “se acordará de nuestros pecados”. Nunca nos echará en cara nuestras
maldades ya anuladas cuando confesamos nuestros pecados.
San Juan, nos recuerda algo que nunca debemos olvidar, sobre todo, cuando caemos
en pecado. Dice san Juan: “Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a
nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros; pero si confesamos nuestros pecados,
podemos confiar en que Dios hará lo que es justo: nos perdonará nuestros pecados y
nos limpiará de toda maldad” (1Jn 1,8-9). No debemos concebir la justicia de Dios a
nuestra manera, sino como Dios mismo nos ha señalado en su santa Palabra.
San Juan no nos oculta que “somos pecadores”, que lamentablemente, nuestra
naturaleza, herida por el pecado original, nos inclina al pecado. El demonio aprovecha
esos deslices para que, como Adán y Eva, en lugar de acudir a Dios, huyamos de Dios,
nos escondamos para no ser encontrados por Él. Por gracia, Dios siempre sigue
buscándonos en todo momento para salvarnos. Para la misericordia de Dios no existe un
ultimátum. Para Jesús sólo existe la misericordia.
Seguramente, a los dos ladrones, crucificados junto a Jesús, el demonio, en ese
momento extremo, los quiso llevar a la desesperación: por eso los dos insultaban a Jesús,
blasfemaban. Según ellos todo estaba ya perdido. No había otra salida. Se despedían de

138
la vida maldiciendo. Pero el ladrón de la derecha, logró escuchar las siete Palabras de
Jesús, que como espadas de doble filo le penetraron en su corazón. Entonces, logró ver la
magnitud de su pecado y la infinita misericordia de Jesús, que pedía perdón por sus
verdugos. Su corazón se quebrantó. Sintió la urgencia de hacer una confesión en público.
Se declaró delincuente. Pero no se quedó allí. Acudió al que podía salvarlo. Lo llamó
con su propio nombre: “Jesús”, que quiere decir Salvador (Lc 23,42). En ese momento,
sus pecados, rojos como la grana, quedaron convertidos en la blanca vestidura de Gracia.
Por eso, Jesús le pudo decir: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43).

Cambio de vestiduras

Como el Sumo Sacerdote Josué, continuamente nos encontramos ante el ángel


acusador, el demonio, que saca partido de nuestras caídas en el pecado para acusarnos,
para confundirnos, para acusar a Dios como un Dios terrible . Pero, al mismo tiempo que
el ángel acusador, el demonio, nos quiere llevar a la desesperación, está a nuestro lado el
Espíritu Santo, que nos recuerda la misericordia de Dios, que nos salva del fuego del
infierno, al ofrecernos salir de nuestro escondite de pecado, aceptar nuestra culpa y
confiar en que Jesús nos puede cambiar las vestiduras.
Como el padre del hijo pródigo, Dios, nos entrega la nueva vestidura de su Gracia, nos
recibe con los brazos abiertos y, además, nos prepara una fiesta para que olvidemos para
siempre el chiquero de los cerdos, y nos atrevamos a vivir en el gozo del Señor. No
oigamos la voz del “acusador”, que quiere hundirnos en la desesperanza. Estemos
siempre atentos a la voz de nuestro Ayudador, el Espíritu Santo que nos quiere regresar a
la misericordia de nuestro Padre perdonador.

139
21. Satanás, ¡Fuera de mi Casa!

Hay un cuadro en el que aparece Jesús resucitado tocando a la puerta de una casa para
llevar su bendición. Esta estampa está tomada del libro del Apocalipsis en donde Jesús
promete llevar bendición si se le abre la puerta. Así como Jesús toca a la puerta de la
familia, también el diablo hace lo mismo: ofrece cosas fabulosas, si se le deja entrar. El
primer hogar del mundo le abrió con ilusión su puerta al diablo; pero una vez que lo
tuvieron dentro de la casa, experimentaron la presencia de la maldición en sus vidas.
Cuando dejamos ingresar a Jesús en nuestra familia, nos lleva su bendición. Cuando
dejamos que ingrese el diablo, sufrimos las consecuencias de la maldición.

La contaminación del pecado

Dice el Salmo 127: “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los
albañiles”. Si en el hogar no reina Jesús, el que reina es el diablo. No hay término
intermedio. Eso es lo que el salmo 127 quiere decir. Cuando reinaba Dios en la vida de
los primeros seres humanos, cuando bajaba para platicar con ellos, reinaba la armonía, la
bendición de Dios. Cuando le abrieron la puerta al espíritu del mal, ingresó la maldición.
Se rompió la armonía en el hogar. Adán lleno de ira dijo: “La mujer que mediste tiene la
culpa” (Gn 3, 12). Ya no hablaba de su esposa como de una bendición de Dios, sino
como un regalo de mal gusto. Se había ido la bendición. Ahora, ya no reinaba Dios.
Ahora, reinaba el diablo.
La consecuencia de ese primer pecado se proyecta en la primera tragedia familiar.
Caín, lleno de envidia hacia su inocente hermano Abel, no se detuvo hasta descargar
todo su odio sobre su hermano, golpeándolo sin piedad. En ese momento, tuvieron la
primera experiencia de muerte: Abel no se levantó más del suelo. Podemos imaginar los
gritos desesperados de la madre; el dolor del padre; el complejo de culpa que el
“acusador” habrá depositado en el corazón de Caín. Aquel primer hogar estaba sufriendo
las consecuencias de haber dejado que el diablo ingresara en su casa.
Cuando la comunidad de Babel, se independizó de Dios e hizo las cosas “a su
manera”, perdieron la bendición y comenzaron a pelear entre ellos. Reinó la intriga; el
odio llenó sus corazones. No pudieron concluir la mega construcción que se habían
propuesto levantar. Su torre quedó inconclusa. Cuando un hogar vive bajo el signo del
pecado, la bendición de Dios se aleja y el maligno tiene mano libre para zarandear a los
de la familia. El Señor no puede ser el refugio y auxilio para la familia, ya que, por el
pecado, ha sido “expulsado” del hogar. Por el pecado, la persona se “independiza” de
Dios. Hogares donde Dios es un ausente, se convierten en auténticas babeles.

140
Muy bien decía Jesús, en el Sermón de la montaña, que un hogar se puede construir de
dos maneras: como lo construye el tonto: sobre arena; o como lo construye el sabio:
sobre la roca de la Palabra de Dios (Mt 6,24-28). Construir sobre la arena, significa,
construir según los criterios del mundo, que son contrarios a los de Dios. El hogar
cimentado sobre los criterios del mundo (poder, dinero, fama, placer), se derrumbará al
primer temblor que azote el hogar.
Construir sobre la roca de la Palabra de Dios, es vivir según Mandamientos del Señor.
Una familia que cumple los Mandamientos del Señor, está cimentada sobre una roca.
Habrá tormentas, huracanes y terremotos; pero esa familia no se derrumbará porque tiene
como base la roca de la Palabra del Señor. Es promesa de Dios.
En el cuadro de Holmant Hunt, titulado “Jesús luz del mundo”, se ve a Jesús, que con
una lámpara en la mano, toca a la puerta de una familia. Es de noche, el portón de la casa
tiene barrotes de hierro enmohecidos; alrededor hay mucha maleza. Arriba, revolotea un
cuervo. La familia en la que Jesús no ha podido ingresar todavía es una familia encerrada
entre barrotes enmohecidos de maldición, con mucha maleza de miedo, de ansiedad. Allí
revolotea un cuervo, que el símbolo del diablo.

Hogares Light

Las encuestas acerca de la infidelidad y del alcoholismo en los hogares son


alarmantes. En lugar de disminuir los altos porcentajes de infidelidad conyugal, de
alcoholismo y de violencia familiar, más bien, aumentan cada vez más. La causa
profunda habría que buscarla en la filosofía de la Nueva Era, que se está viviendo en
muchas familias. Vivimos en un mundo postmoderno. Prevalece el “relativismo”: todo
puede ser malo o bueno, según mi manera de pensar. Lo importante es gozar del
momento presente. Con tal de conseguir dinero fácil, todo es permitido. Se han perdido
los valores absolutos.
Ahora, se estila estar un poco con Dios, pero, al mismo tiempo, con el diablo, con la
mayor naturalidad. Un refrán popular define muy bien al hombre postmoderno: “Ni tanto
que queme al santo, ni tan poco que no le alumbre”. Esta filosofía del la Nueva Era, es la
que ha creado al “hombre light”, a su imagen y semejanza. El hombre “light” es una
persona sin valores absolutos, pues no le convienen. El hombre postmoderno es religioso
“ocasional” y pagano al mismo tiempo. Una vida sin el poder de la Gracia de Dios, lleva
irremediablemente a la infidelidad conyugal, al alcoholismo, a la violencia en el hogar,
porque no se cuenta para nada con el poder de Dios con la Gracia, para aplastar la
serpiente de la serpiente del pecado, que se ha introducido en los hogares y está bien
escondida en los armarios de la indiferencia.

141
Una vida sin la Gracia de Dios, es fácil presa de la infidelidad conyugal, del
alcoholismo, de la violencia en la familia. Son plagas que destruyen la armonía del
hogar, que siembran pobreza y causan terribles traumas en los niños y jóvenes. Traumas
que los acompañan, muchas veces, durante toda su existencia.
En muchos hogares sucede como en la noche de Navidad. En la sala hay un gran árbol
con luces de colores, con adornos, con regalos. En un rincón, está un muñequito, que
dicen que es la imagen del Niño Jesús. En esos hogares no han eliminado del todo al
Niño Jesús, el protagonista de la Navidad; pero lo han refundido en un rincón de la sala.
En otros hogares, por desgracia, ya sólo queda el árbol de Navidad. El Señor del hogar
es Santa Claus, con su mensaje consumista. Se podría decir que Santa Claus (no el San
Nicolás de la tradición cristiana), es el antagonista de Jesús. En todo el sentido de la
palabra, es Satanás, con disfraz de Santa Claus. Con sus carcajadas estereofónicas, se
constituye en el centro de la navidad, el centro del hogar. De esta manera, desplaza a
Jesús como el Señor del hogar.
En una época de crisis espiritual, en el pueblo de Dios, Josué desafió al pueblo,
diciéndole: “Decidan hoy a quién van a servir: si a los dioses a quienes sus antepasados
servían a orillas del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos que viven en esta tierra.
Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor” (Jos 24,15). Mientras los padres de
familia no cierren filas ante esta avalancha de paganismo, que ha ingresado en tantos
hogares, no hay duda que el señor del hogar, nos es Jesús, sino su antagonista, el diablo.
No hay duda que en esos hogares no prevalece la bendición del Señor, sino maldición
del espíritu del mal.

La puerta abierta del rencor

Con el tiempo, como sacerdote, me he convenido que el hogar es donde, muchas


veces, abunda más el rencor, sobre todo entre esposo y esposa; entre padres e hijos. Lo
malo del caso es que “ya se acostumbraron” a vivir así. Cada uno asegura que ya
perdonó; pero en el fondo de su corazón no ha roto las facturas por las ofensas que le han
inferido. Las heridas no se han cerrado: están sangrando.
Cuando alguien tiene una herida abierta, sucede como con un cántaro rajado. Por más
que se llene de agua en la noche, a la mañana ya está casi vacío. Corazones heridos y no
sanados son como cántaros rajados: no logran retener el amor, la armonía, el gozo. Dice
san Pablo: “Si se enojan, no pequen. Que la puesta del sol no los sorprenda en su enojo,
dando así ocasión al pecado” (Ef 4,26-27).
Es casi imposible no enojarse en el hogar ante tantas situaciones conflictivas. Pero, lo
que la Biblia recalca, es que al irse a dormir sin perdonar, es como concederle espacio al

142
diablo en nuestro corazón, en el hogar. Durante la noche, en la subconciencia, el diablo
se encarga de poner más leña al enojo hasta convertirlo en odio. Cuando ingresa el odio,
ha ingresado el demonio, que comienza dominar a las personas, hasta llevarlas a
extremos de maldad, que nunca hubieran imaginado. En muchos hogares está ardiendo la
llama del odio. Es allí también donde debe buscarse constantemente el perdón. Cuando
ingresa el odio, se le da espacio al diablo en el hogar. Cuando hay perdón, ingresa la
bendición de Dios, que había sido ahuyentada.
Producto del rencor, del odio, muchas veces, es el castigo sexual, sobre todo de parte
de la mujer. A la luz de la Biblia, es una trampa del demonio. San Pablo, al hablar de las
relaciones íntimas entre los cónyuges, advierte: “No se nieguen el uno al otro, a no ser
que se pongan de acuerdo en no juntarse por algún tiempo para dedicarse a la oración.
Después deben volver a juntarse; no sea que, por no poder dominarse, Satanás los haga
pecar” (Ef 4,26). La indicación de san Pablo es muy específica. El castigo sexual, con
frecuencia, es una insinuación del diablo para hacer caer en la infidelidad a los esposos.
La oración diaria, en Espíritu y en Verdad, es una ocasión maravillosa para recibir el
perdón de Dios y para que ese perdón siga fluyendo hacia el esposo o esposa.

La pornografía

La pornografía no es algo nuevo. Siempre ha sido una tentación para adultos y


jóvenes. Pero nunca como ahora, la pornografía había invadido el hogar. Antes, cuando
alguno quería ver una película pornográfica, tenía que ir a un determinado cine; se
exponía a las miradas indiscretas de los que lo veían de lejos o de cerca.
Ahora, la pornografía nos la sirven a domicilio. Casi parece imposible controlar lo que
ven los hijos. Me contaba un papá que había bloqueado un canal pornográfico en su
casa. Un día, llegó de pronto a su casa. Su desagradable sorpresa, fue que sus hijos,
niños, estaban viendo el canal pornográfico, que él había bloqueado. Los niños, más
expertos que el papá en bloquear y desbloquear los canales del televisor,
clandestinamente, habían activado el canal prohibido.
Un señor de avanzada edad, que caía continuamente en el vicio de la pornografía, al
fin, decidió ir la compañía de cable y pidió que en su casa suprimieran el canal
pornográfico. Al día siguiente, se le ocurrió comprobar si la compañía había eliminado el
canal pornográfico. Conectó el aparato: allí estaba todavía el canal inconveniente.
Contaba el señor de avanzada edad, que, nuevamente, se quedó prendido del canal
pornográfico. La pornografía es una de las más sutiles artimañas que el diablo ha
esgrimido para infectar los hogares. Para pudrir la mente de niños y adultos. Bien sabe el
espíritu del mal que todo pecado comienza en la mente. Una vez que la mente ha sido
corrompida, todo lo de más viene sólo como por arte de magia.

143
La gran tragedia de nuestra sociedad permisiva es que muchísimos tienen la mente
“podrida” por la pornografía. Jesús decía: “Del corazón del hombre bueno, salen cosas
buenas. Del corazón del hombre malo salen cosas malas”. (Mt 12, 35). Lo que dejemos
ingresar en nuestra mente, eso es lo que va a salir y nos va a dominar. De los que han
dejado que su mente se pudra, por la pornografía, de allí saldrán, mañana, tarde y noche,
más adulterios, violaciones y pensamientos lujuriosos. Ciertamente no soñarán con
ángeles. Sus sueños serán reflejo de lo que han almacenado en su subconciencia.
Una manera fácil y exitosa por la que el diablo se mete a los hogares, es la
pornografía. Es un flagelo para la familia. Los medios de comunicación, en porcentajes
muy elevados, en lugar de sembrar el trigo puro de los grandes valores, siembran a mano
llena, la cizaña de la pornografía, que envenena mentes y conciencias. Por medio de la
pornografía, el diablo tiene entrada libre a los hogares para zarandear a niños, jóvenes y
adultos. Nadie está protegido contra este ataque despiadado de Satanás.

El ocultismo

“El retorno de los brujos” es el título de un libro que describe la situación del hombre
que, al abandonar a Dios, tiene que buscar apoyo en la adivinación, en los brujos, en el
espiritismo, en el ocultismo y hasta en sectas satánicas, donde, expresamente, se le rinde
culto a Satanás.
Es frecuente, que lleguen personas o familias que aseguran que escuchan ruidos raros
en su casa; que oyen voces insistentes al oído y miran sombras. También son varios los
que ven cómo, repetidamente, caen objetos, que no saben de dónde vienen. Todo esto
provoca miedo, angustia, desesperación. Ya no logran dormir. Tienen miedo de todo.
Cuando una persona o una familia llegan con esta clase de problemas, inmediatamente,
les pregunto si han ido a centros espiritistas, de adivinación, o si han jugado güija. Casi
la totalidad afirma que ha frecuentado esos lugares. También les pregunto si van
semanalmente a la Misa y si comulgan. De antemano conozco la respuesta: No.
A estas familias, les hago ver que no deben extrañarse de lo que les está sucediendo,
ya que ellos mismos le han abierto la puerta al diablo. Le dieron entrada libre a su hogar.
Son culpables de lo que les sucede. Por algo el Señor, en la Biblia, nos prohíbe
frecuentar esos centros de ocultismo. Dice el libro del Deuteronomio: “Que nadie de
ustedes ofrezca en sacrificio a su hijo, haciéndolo pasar por el fuego, ni practique la
adivinación, ni pretenda predecir el futuro, ni se dedique a la hechicería, ni a los
encantamientos, ni consulte a los adivinos y a los que invocan a los espíritus, ni consulte
a los muertos. Porque al Señor le repugnan los que hacen estas cosas” (Dt 18,10-12).
Si nuestro Padre Dios nos prohíbe el ocultismo, es porque quiere librarnos de algo

144
maligno. La frase de la Biblia es muy clara: “A Dios le repugnan los que hacen estas
cosas” ¿Por qué? Acudir a estos centros, prohibido por Dios, es como una especie de
“adulterio espiritual”. La esposa se siente indignada de que su esposo frecuente
pecaminosamente la compañía de otra mujer. En este caso, es su contrincante. Es la que
le roba el amor y el dinero de su marido. Es la que hace que en su hogar ingrese la
maldición del adulterio. El que va a un centro de ocultismo, en el fondo de su corazón, es
como que aceptara que hay alguien más poderoso que Dios, que le puede solucionar su
problema o iluminarlo en determinada situación. Es un “adulterio espiritual”. Por eso:
“A Dios le repugna los que hacen estas cosas”. Algunos se defienden diciendo que
siguen amando a Dios. Es como que el marido le dijera a su esposa: “Te amo, pero amo
también a la otra”. O que la esposa le dijera lo mismo a su marido.
La gente, por lo general, quiere soluciones fáciles para problemas complicados.
Cuando suceden estos fenómenos misteriosos, que desconciertan a las personas y a las
familias, algunos, alarmados, llegan a pedir que vaya un sacerdote para echar agua
bendita en su casa. Yo les digo a esas personas que las paredes de su casa no tienen la
culpa de lo que está sucediendo. Son ellos los que deben hacer una buena confesión y
comunión, y renunciar a ir a esos centros de ocultismo, que son puerta abierta para que el
demonio se meta en la vida de las personas y los vaya dominando más y más. Mientras
no se expulse de esas casas el pecado, la relación con el ocultismo o con objetos
adquiridos en esos lugares, el espíritu del mal permanecerá allí turbando y martirizando a
los que le han dado entrada libre a sus hogares.

La oración en familia

En nuestro mundo, turbado y contaminado por malas presencias, se impone una


constante limpieza espiritual en nuestras familias. Tenía razón san Pablo, cuando, en su
Carta a los Efesios, decía que estamos rodeados por malas presencias que contaminan el
ambiente (Ef 6,12). Así como se echa un repelente contra las cucarachas e insectos
peligrosos, así también hay que purificar el hogar con frecuencia de contaminaciones,
que ingresan por descuido de los moradores de esos hogares.
Dice Jesús: “El varón fuerte y armado que custodia su casa, tiene paz todas sus
cosas” (Lc 11,21). Una familia de oración, de sacramentos, es una familia protegida por
la presencia de Jesús y la oración de la Virgen María. Jesús anticipó que cuando un
demonio es expulsado de un individuo, va a buscar otros siete espíritus peores que él
para dar un nuevo asalto. Encuentran la casa barrida y arreglada. Dan un nuevo asalto y
todo queda peor que antes (Lc 11, 24-26). Esto no sucede en la casa del “varón fuerte y
armado, que custodia su casa”. Porque no comete el mismo error del hombre al que se
refiere la parábola de Jesús, que sólo barrió y arregló su casa, pero no la aseguró contra

145
los nuevos asaltos del maligno. El varón fuerte y armado, que custodia su casa, pone las
alarmas y candados necesarios de la oración, de la Palabra de Dios y los Sacramentos.
En esa casa está la asegurada protección de Jesús. Esa casa es inexpugnable.
Donde están Jesús y la Virgen María, el diablo sabe que no puede ingresar. En la casa,
que ha abierto su puerta a Jesús resucitado, ha ingresado la bendición; no hay maleza de
ansiedad y miedo, no existen barrotes oxidados de resentimiento y pecado, y no
revolotea por su entorno el cuervo, símbolo de Satanás. Lo dice muy claro el Salmo 128:
“Feliz tú que temes al Señor y sigues sus caminos, comerás del fruto de tu trabajo, serás
feliz y te irá bien”.
Familias que tienen a Jesús como el Señor de su casa, y que cumplen con amor sus
mandamientos, tienen la mejor alarma y el mejor seguro de vida. Cuentan con la
protección del Señor. No sólo no van a ser vencidos por el diablo, sino que podrán
ayudar a los vecinos, que, por descuidar la presencia de Dios, han sido atacados y
vencidos por el príncipe de este mundo. Familia donde reina Jesús es la dichosa familia,
que describe el Salmo 128, la familia donde el diablo no puede ingresar con libertad,
porque su puerta está marcada con la Sangre de Jesús.
Así como se emplean “repelentes” contra las cucarachas e insectos dañinos, así
también hay que purificar el hogar con frecuencia de contaminaciones, que ingresan por
descuido de los moradores de esos hogares. No hay mejor purificador del hogar que la
oración diaria. La oración de fe es incienso oloroso ante Dios, que ahuyenta las malas
presencias. Tobías y su joven esposa Sara, enfrentaban un delicado problema con una
presencia maléfica, que afectaba a Sara. En la noche de su boda, Tobías propuso que se
pusieran de rodillas para enfrentar este problema. Los recién casados hicieron una
poderosa oración de fe que terminó con la influencia maléfica, que padecía Sara (Tb 8,
1-8). Esposos, que oran juntos con fe, son un poder grandísimo de protección de su
familia y de su vida personal.
La Eucaristía del domingo en familia, es la mayor bendición semanal para una familia.
En la Eucaristía hay abundante oración, proclamación de la Palabra de Dios, vida de
comunidad, y, sobre todo, la presencia sacramental de Jesús en la Santa Comunión. Una
familia, que inicia su semana con la Eucaristía, no debe temer la presencias maligna,
pues están protegidos con la Sangre de Cristo. Y la oración de la Virgen María.
Pero, por otro lado, familias, que se llaman cristianas, pero viven paganamente: donde
no hay oración y donde se asiste a la Eucaristía, sólo alguna vez, para algún evento
familiar, son familias totalmente desprotegidas. La puerta de su hogar está abierta de par
en par para que ingrese, campante, el demonio o cualquier maleficio, que les quieran
hacer. Los maleficios no son “cosas de la fantasía”. Los expertos en demonología dan fe
de su terrible existencia. Pero esos maleficios, se topan con la puerta donde está la marca
del Cordero: la Sangre de Jesús. Así como en Egipto, la plaga de muerte no pudo
ingresar en las casas marcadas con la Sangre del Cordero, así en los hogares cristianos,

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no puede ingresar el maleficio, cuando la familia, por medio de la oración y la
Eucaristía, ha marcado su puerta con la Sangre de Jesús, que ahuyenta la presencia de
todo mal espíritu.
En mi experiencia sacerdotal, he comprobado cómo las familias de oración, de
sacramentos, no sufren esta clase de perturbaciones maléficas. En cambio, las familias,
cristianas de nombre, pero no de corazón, son las que son atacadas y vencidas por
misteriosas fuerzas del mal, sobre todo en estos tiempo de confusión, de ocultismo y
maleficios. Bien decía el Papa Pío XII: “Familia que reza unida, va permanecer unida”.
Podríamos añadir: “Familia que reza unida es una familia defendida contra las presencias
maléficas.

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Índice
HABLEMOS DEL DIABLO 6
Sobre el autor 8
Hablemos del Diablo 9
1. Hablemos del Diablo 10
Inteligencia versus Revelación 11
Las tácticas de siempre 12
Los Padres de la Iglesia 13
Hablemos del Diablo 14
2. Los Nombres del Diablo 16
Tres nombres 16
Tres imágenes 17
Otros nombres 19
El Maligno 20
3. La primera aparición del Diablo 22
La voz de Dios 24
El paraíso perdido 25
4. El Diablo nos tienta 27
La puerta de la mente 27
Cómo derrotar al tentador 29
La oración 29
La Palabra 30
El ayuno 30
Paz en la tormenta 31
5. Los tentados por el Diablo 33
La tentación de Luzbel 33
Adán y Eva 34
Caín y Saúl 35
Moisés 36
Sansón 37
David 39
Pedro 40
Nuestras tentaciones 41

148
6. El Diablo quiere reinar en nosotros 43
La enseñanza de Jesús 43
La sanación 44
Expulsión de los malos espíritus 45
Desde el Génesis 45
7. La batalla contra el Diablo 47
Todos somos enviados 47
También nosotros 48
Nos ataca siempre 49
También a los buenos… 50
La manera de ingresar 53
Los traumas de las personas 54
Lo toma o lo deja 55
8. “Líbranos del mal” 56
El poder del Maligno 56
Jesús ataca 57
Tenemos que defendernos 57
9. El espiritismo 59
Enseñanzas básicas del Espiritismo 59
Una reunión espiritista 60
¿Qué dice la ciencia? 60
Orientación cristiana 62
¿Los espíritus o el Espíritu? 64
10. El satanismo 65
¿Adorar al diablo? 65
El satanismo siempre ha existido 66
Los ritos satánicos 66
Cómo se llega a estas situaciones diabólicas 67
Tristes consecuencias 68
11. Música satánica 70
Mensajes que inculcan 70
Conjuntos satánicos 71
Cinco pasos hacia el satanismo 72
El relativismo moral 73
El entorno familiar 73

149
12. El exorcismo 76
Entregó este poder a sus discípulos 76
Distinción entre posesión y obsesión 78
Un ministerio de la Iglesia 81
Iglesia victoriosa 82
13. Los exorcismos de Jesús 83
El hombre de la sinagoga 83
El endemoniado de Gerasa 84
La hija de la mujer cananea 86
El muchacho epiléptico 86
La mujer encorvada 87
El combate de Jesús 88
Hacer lo mismo que hacía Jesús 89
14. ¿Cómo se hace un Exorcismo? (1º) 91
“A mí no me toca…” 91
Destruir el reino del diablo 92
Posesión y opresión 95
Mi aprendizaje 96
15. ¿Cómo se hace un exorcismo? (2º) 98
Hablan los exorcistas 98
Consejos prácticos 101
La liberación 103
Lo más importante 104
16. Discernimiento de Espíritus 106
¿De Dios o del diablo? 106
Examínenlo todo… 107
Los frutos 109
17. La armadura contra el diablo 112
El casco de la Salvación 112
La coraza de la Justicia 113
El cinturón de la Verdad 114
El escudo de la Fe 115
La espada del Espíritu Santo 116
El calzado del Evangelio de la Paz 117

150
El guerrillero 117
18. Los sacramentos de liberación 119
Bautismo 119
La Reconciliación 120
La Eucaristía 122
La Unción de los Enfermos 123
El mal se revuelve 124
19. ¡Resistan al diablo! 126
Ataca nuestra mente 126
Ataca nuestro cuerpo 128
Ataca nuestras cosas 129
Resistir 131
20. Nuestro acusador 134
El caso de Job 134
El objetivo del diablo 135
La obra del Espíritu Santo 136
Nuestro abogado 137
Cambio de vestiduras 139
21. Satanás, ¡Fuera de mi Casa! 140
La contaminación del pecado 140
Hogares Light 141
La puerta abierta del rencor 142
La pornografía 143
El ocultismo 144
La oración en familia 145

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