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“El conocimiento empieza en el asombro”.

Sócrates de Atenas Orravan

“TALLER FILOSÓFICO EL LOGOS”


AREA: FILOSOFÍA TEMA: LA CULTURA Y SUS NIVELES.
DOCENTE: Mg. HUMBERTO NAVARRO MACÍAS GRADO: 10° GUÍA Nº 12

La Educación base de la Construcción de la Cultura

“Mientras la humanidad busca desesperadamente nuevas fuentes de energía para pervivir, olvida o menosprecia la
más grande de ellas: el hombre”

¿Qué es educar? Para algunos la educación es un proceso que termina con la


“madurez” del individuo, es obra de la escuela y la familia. Para otros, es un proceso
permanente, obra de la sociedad, que dura tanto como nuestra existencia, como
seres inacabados que somos. No faltan quienes la consideran predominantemente
como transmisión de conocimientos y valores. Para unos la educación debe centrarse
en el individuo; para otros, en la sociedad.

No hay labor ni tarea humana que carezca de metas, y no existen metas sin
proyectos. La acción educativa, que tiene como tarea colaborar en la construcción del
hombre y de su sociedad a través de la historia, tiene implícita o explícitamente su
proyecto de hombre y de sociedad. Tal proyecto determinará sus metas y estrategias.
¿Cuál es ese modelo de ser humano y de sociedad humana que nos proponemos
convertir en realidad mediante la acción educativa?

¿Cómo se manifiesta la crisis de la institución escolar? Cada vez hay estadísticamente menos oportunidades de
estudiar una carrera. El cupo de las universidades es una lotería. Los costos son cada vez mayores, de tal manera
que ningún país del mundo puede costear, mediante escuelas, la educación que su pueblo desea. Los programas
escolares son inútiles, desvinculados de la vida. La carencia de orientación escolar produce pérdida de tiempo y
energías. La consecuente deserción escolar es fuente de muchas frustraciones. A esto se añade que la proliferación
de títulos lleva consigo, además de envilecimiento inflacionario de la divisa académica, el desempleo o subempleo
de profesionales.

La escuela crea y sostiene los mitos de la sociedad tecnológica (sociedad de la globalización). He aquí alguno de
ellos: el mito de la igualdad, el de la libertad y el del progreso.

Se pretende hacer creer que en la sociedad moderna todos los hombres tienen las mismas posibilidades de lograr lo
que se proponen. La realidad es distinta: el triunfo de un pobre en la vida es una lotería. La posibilidad de quedarse
abajo es mayor que la de sobresalir. Aún más, las escuelas se convierten en factor de discriminación. Las personas
sin títulos son rebajadas de status y remuneración económica. El título es un privilegio, es la salvación por el
“mérito” escolar. El acceso a la escuela, especialmente en ese cuello de botella que es la entrada a la universidad,
es limitado, en particular para las personas pobres, y por lo mismo los títulos son socialmente discriminatorios.

Si la remuneración fuera hecha enteramente con bases en cualidades y capacidades relacionadas con el trabajo, si
no hubiera títulos escolares, los individuos menos “educados” no serían víctima de la discriminación.

Otro de los mitos alimentados por la escuela es el de la libertad. La sociedad moderna demuestra así su respeto a
los derechos inalienables del hombre: libertad de pensamiento, de opinión, de reunión, de cátedra. Nos
preguntamos: ¿Hasta dónde llega y para qué sirve esa libertad? Tan solo para hablar de ella, porque cuando la
palabra se transforma en acción, la sociedad corre para amordazarla. También sustenta la escuela el mito del
“El conocimiento empieza en el asombro”. Sócrates de Atenas Orravan

progreso; que la sociedad mejora día a día ilimitadamente mediante la ciencia y la investigación; falsa ilusión. La
habilidad para matarnos y la proximidad de una catástrofe ecológica crece más rápidamente que nuestra capacidad
productiva. Las tensiones sicológicas crecen más rápidamente que nuestra habilidad para hacerles frente.

La escuela y las estructuras escolares, además de ser solo uno de los elementos
educadores de la sociedad son reflejo y consecuencia de las estructuras sociales. Así
como es utópico pretender cambiar la sociedad desde la escuela lo es también darle un
vuelco a las estructuras escolares sin un cambio radical de nuestra sociedad. Así, por
ejemplo, no puede darse un progreso material sin fin tal como la plantea nuestra sociedad
de consumo. Los recursos energéticos y naturales se acabarían. La injusticia del mundo no
se debe a la naturaleza del hombre, sino a las estructuras contradictorias que éste mismo
ha establecido; estructuras competitivas, despilfarradoras, anti-ecológicas, generadoras de
desigualdades, enemigas de la vida. No es, pues, la educación la que está primeramente en
crisis, sino la sociedad.

La humanidad, a través de su historia y en permanente confrontación con la realidad, ha adquirido nuevos


conocimientos y experiencias; ha creado ciencia y ha impulsado normas, valores, y formas de vida. La educación ha
cumplido con la casi exclusiva función de guardar y transmitir ese depósito, rara vez se ha ocupado de enriquecerlo y
transformarlo. Ha tomado como objeto el depósito mismo; no la realidad de la cual emana. La teorización y el
moralismo son manifestaciones de este divorcio entre educación y realidad. Los métodos de enseñanza han sido el
reflejo de la orientación repetitiva, no creadora de la educación.

Por demás, la ciencia y la tecnología, ordenada más hacia la muerte que hacia la vida, han colocado a la humanidad
actual ante la encrucijada de su misma supervivencia física, social, mental y emocional. La violencia y la
contaminación generalizadas, son claro índice de esta crítica situación. Nos encontramos ante un mundo que,
embriagado por las cosas y por un falso y desorientado progreso, ha olvidado al hombre, único fin y sentido de la
realidad. El educador deberá cumplir la tarea clave de rescatar al hombre del pantano en el cual se sumerge a
agigantados pasos. Mediante nuevos métodos y enfoques, desarrollando las capacidades creadoras y la energía
humana, presentes en el corazón de todos los hombres y de todos los pueblos, la educación deberá forjar otras
mentalidades, nuevas formas de vida y otros tejidos sociales y económicos acordes con la naturaleza del ser
humano. Labor compleja y azarosa, pero fascinante y sublime.

¿Qué es la Cultura?
La UNESCO define la Cultura como un “Conjunto de rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y
afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos
de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.

La Cultura como Resultado del Proceso Histórico del Trabajo

El hombre al producir su vida a través del desarrollo del trabajo ha logrado superar las determinaciones o
limitaciones de carácter natural y avanzar hacia formas de existencia diferentes como lo son su existencia social,
histórica y racional. Así pues, el hombre no es solo un ser natural, es además un “ser cultural”, un “ser humano”. El
hombre a diferencia del animal va asegurando su intercambio con la naturaleza a través de su propia actividad; deja
de ser pasivo en la dinámica del desarrollo de la naturaleza y se constituye, por medio del desarrollo del trabajo, en
activo, ya que “asegura” su existencia mediante su propia actividad vital.

Según el sociólogo Roger Bartra, como resultado del proceso histórico del trabajo la cultura puede ser entendida
como:
“El conocimiento empieza en el asombro”. Sócrates de Atenas Orravan

El conjunto articulado y acumulado de partes de la naturaleza que rodea al hombre y que éste como ser social ha
transformado a lo largo de su desarrollo histórico.

Evidentemente, la cultura no puede ser entendida sin la comprensión de la estructura socioeconómica; ambas
forman una unidad. La cultura es el resultado de la interacción entre los hombres y la naturaleza exterior; interacción
que produce la constelación cultural de una sociedad dada y cuyo contenido no es otra cosa que la estructura
social y económica. La dialéctica de los conceptos de cultura y sociedad expresa una relación entre forma y
contenido de los fenómenos humanos. La cultura es el conjunto de los productos de la actividad social del hombre
(desde alimentos e instrumentos, hasta piezas de arte y obras filosóficas) que demuestran la especificidad de un
grupo humano; la estructura social y económica es la base y el modo como se produce la cultura.

La cultura, por tanto, no es un sinónimo de superestructura, pues abarca también las peculiaridades de los medios
de producción; es claro que si la estructura social es la transformación de la naturaleza humana y la cultura la
transformación del ambiente realizada por el hombre, entonces ambos conceptos resultan inseparables pues no se
podrá entender cómo el hombre se modifica a sí mismo sin analizar cómo modifica al medio que le rodea. Por esto
no tiene sentido separar a las ciencias de la cultura (antropología) de las ciencias de la sociedad (sociología,
economía).

El Mundo como Cultura

La palabra “mundo” la empleamos para designar el conjunto de todas las cosas físicas o naturales. Pero también la
usamos en sentido humano. Así, por ejemplo, hablamos del Viejo Mundo, del Nuevo mundo, del Tercer Mundo, etc.
Mundo, en sentido humano, es el horizonte finito de las posibilidades creadas por el hombre a lo largo de la historia.
El mundo humano está afectado por el espacio y el tiempo. En español, cuando una persona nace, decimos que
viene al mundo, lo que no podríamos afirmar de un animal. Nosotros, por el hecho de hacer nacido en Colombia,
tenemos unas posibilidades que no las tienen los chinos. Si hubiéramos nacido en India, nuestro mundo cultural
hubiera sido oriental. Si en vez de nacer en el siglo XX, hubiéramos nacido en la Edad Media, nuestro mundo cultural
hubiera sido medieval; la cultura es siempre histórica. Los hombres que nazcan en el año 3000 (si es que aún existe
la humanidad sobre la tierra) van a tener un mundo muy diferente al nuestro y, por tanto, una cultura distinta. Nuestro
mundo es nuestra cultura.

Niveles de la Cultura

En primer lugar, está el nivel de las


industrias. A partir de cosas naturales como
árboles, rocas minerales, etc., el hombre
construye casas y caminos, fabrica máquinas
e instrumentos de toda clase, con los cuales
satisface las necesidades de su vida. Estos
objetos que fabrica o construye el hombre,
reciben diferentes nombres genéricos: obras, productos, útiles, artefactos, etc. Es a lo que aquí llamamos industrias,
cosas-sentido que formalmente pertenecen al mundo humano. Las “industrias” son productos humanos que tienen
carácter físico, construyendo la dimensión material de la cultura.

En este nivel de industrias las fronteras entre los diversos mundos culturales se van desdibujando. Estamos
llegando a una especie de cultura material planetaria o aldea total, donde las industrias disponibles son casi las
mismas en todas partes. Se trata de un proceso irreversible. Hay que aceptar que el mundo desde el punto de vista
de la cultura material marcha hacia la globalización. Las diferencias en el vestir, por ejemplo, ya no existen o, mejor
dicho, las dictan las modas de París o Nueva York para todo el planeta; los carros, los aviones, las casas de
“El conocimiento empieza en el asombro”. Sócrates de Atenas Orravan

nuestras modernas ciudades se construyen siguiendo modelos funcionales comunes. Es un hecho que las culturas,
antes diferentes, cada vez se unifican más a nivel material.

Pero el nivel industrial es el aspecto epidérmico o exterior de una cultura. A este aspecto lo llaman algunos
“civilización”. El fenómeno de globalización de la cultura material no implica necesariamente la pérdida de las
diferencias en cuanto a la cultura espiritual. Un pueblo puede asimilar perfectamente la tecnología más avanzada y
ponerse a la cabeza del desarrollo, sin que pierda su propia cultura profunda. El Japón, por ejemplo, se apropió de la
tecnología occidental llegando a producir artefactos tan bien o mejor que los occidentales, sin dejar de ser por eso
culturalmente japoneses. Por otra parte, no necesariamente los pueblos más civilizados materialmente, son
espiritualmente los más cultos. Esto quiere decir que la cultura tiene otros niveles más profundos.

Las instituciones conforman el segundo nivel de la cultura. El hombre para


poder vivir con libertad y dignidad necesita institucionalizar su vida, porque
no puede vivir humanamente a lo que salga. Desde la más remota
prehistoria ha ido creando instituciones. Hoy la vida humana se desenvuelve
dentro de un complejo entramado de instituciones políticas, económicas,
jurídicas, religiosas, pedagógicas, deportivas, etc.; algunas buenas, otras
regulares e incluso malas. Podemos reaccionar en contra de las malas para
cambiarlas o mejorarlas, pero son siempre necesarias.

Las instituciones no tienen, como las industrias, carácter físico: no se ven, ni


las puedo tocar ni medir; cuando admiro el edificio del Senado o la Catedral,
no estoy viendo formalmente las instituciones que en ellos funcionan, sino
bellas construcciones y por tanto industrias. Las instituciones tampoco son
las personas que las representan o los códigos en los que están impresas las normas. Pero las instituciones, por su
carácter intencional y moral influyen decisivamente en los hombres, que las han creado como marcos jurídicos para
que por ellas discurra libremente su vida sin sobresaltos. ¿Hasta qué punto las instituciones son hoy un elemento
diferencial de las respectivas culturas?

Existen hoy patrones aceptados universalmente, por ejemplo, la democracia política, que postula la soberanía del
pueblo, la división tripartita del poder, la elección de las personas que lo detentan por votación universal, etc. Lo
mismo se diga de las instituciones económicas como la banca, la bolsa de valores, el comercio, etc., y de otras coma
las pedagógicas, investigativas o deportivas obedientes cada día más a patrones universales. Pero también es
evidente que las instituciones en muchos casos tienen carácter diferencial. Qué duda cabe que la monarquía
caracteriza al pueblo inglés o que el parlamentarismo es una institución política europea que no ha podido
aclimatarse por muchas razones en América, donde se rige el presidencialismo como forma democrática típica de
nuestros pueblos. En el ámbito religioso son muchas las diferencias que caracterizan y dan identidad a los diversos
mundos culturales.

El dialogo entra las diferentes iglesias y culturas no pretenden suprimir las diferencias que hay entre ellas, sino
comprometerse mejor las unas a las otras y aprender de las demás a dar cada una lo mejor de si misma. Pero las
instituciones, siendo tan importantes, tampoco constituyen el corazón de una cultura; su nivel más profundo son los
valores.

Los valores constituyen el tercer nivel. La parte de la filosofía que trata del tema de los valores se llama axiología.
Esta disciplina tuvo gran desarrollo en el pensamiento europeo en la segunda y la tercera década de este siglo en
pensadores tan importantes como Scheler y Hartmann. Pero estas axiologías tienen un inconveniente y es que en
general son individualistas. Hoy tenemos la percepción de que el sujeto de los valores no es tanto el individuo, sino
el colectivo social o mundo cultural. Como individuos participamos de los valores de un determinado grupo y de una
determinada cultura. Nacer es venir a un mundo cultural; durante los primeros años el hombre en formación recibe
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los valores vigentes en ese mundo, los asimila y vive conforme a ellos; a medida que uno va madurando, puede
reaccionar ante esos valores recibidos, apropiándoselos personalmente o rompiendo con ellos. Pero no se puede
romper con nada si no está previamente instalado en aquello con lo que se rompe. En este sentido cultural, ¿qué son
los valores?

Los valores son determinadas maneras concretas


de apreciar ciertos aspectos importantes en la vida
humana, por parte de los individuos que
pertenecen a un determinado grupo cultural.

En la anterior definición de valor es esencial la


dimensión de estima o aprecio. Si no hay aprecio,
puede haber bienes, pero no valores. Bien es el
conjunto de perfecciones que poseen las personas
o las cosas. Sin bienes reales (o aparentes) no
podríamos apreciar valores en las cosas, pero los
valores no son formalmente esos bienes. Hay cosas que valen más para nosotros, aunque reconozcamos que en
términos absolutos no son las mejores. Para cualquier hijo su mamá vale mucho más que cualquier otra mujer,
aunque tenga que reconocer que no es la más bella, ni la más sabia, ni la más virtuosa entre las mujeres. Lo mismo
se puede decir de la novia, de un amigo, de la casa a la que estamos aquerenciados o de una pintura que nos gusta;
realidades que, en concreto, pueden valer para nosotros más, aunque reconozcamos que nos objetivamente las
mejores.

Así pues, los valores son maneras de apreciar por parte de un determinado grupo ciertas cosas importantes en la
vida, como son: la vida misma, el amor, la familia, el trabajo, el tiempo, la religión, las fiestas, la muerte, etc. No
todos, por ejemplo, apreciamos de la misma manera el tiempo: para los ingleses es oro o negocio, para nosotros los
latinos es más bien fiesta u ocio; en forma análoga, el trabajo, las profesiones, el status social, la amistad, o la
relación hombre-mujer, etc., son aspectos que se aprecian de forma distinta en las diferentes culturas.

Finalmente, los valores, con más razón que las instituciones, tienen un carácter espiritual: son realidades intangibles,
no pertenecen al mundo físico sino al axiológico. ¿Cómo entonces es posible hablar y estudiar los valores de un
determinado grupo? La respuesta es muy sencilla: porque los valores se objetivizan en forma de prácticas, de
tradiciones y de símbolos.

Las prácticas son las mil cosas que hace el hombre en su vida como hablar, saludar, pasear, trabajar, etc. Estudiar
las prácticas de una cultura equivale a comprender el significado profundo subyacente a las mismas. Llegar tarde a
una cita, por ejemplo, es práctica frecuente en nuestra cultura; comprenderla significa averiguar por qué llegamos
tarde, es decir, el valor que damos al tiempo los latinos. La práctica del saludo, ya sea la respetuosa reverencia, el
apretón de manos o el besuqueo, tiene una significación.

En munchas ocasiones, es muy importante distanciarse del propio mundo para comprender mejor el sentido de sus
prácticas. Nuestras prácticas habituales nos parecen naturales, mientras que las prácticas de culturales distintas a la
nuestra nos parecen raras, en tanto no entramos en ellas y comprendemos los valores que las sustentan.

Las tradiciones están conformadas por todo lo que el pasado ha entregado al presente en que vivimos. La gran
tradición es, pues, la historia. A los pueblos, a las culturas, les es tan necesaria la tradición histórica como a los
individuos la memoria. Cuando un individuo pierde la memoria sufre la terrible enfermedad de la amnesia. Esto
mismo les pasa a las culturas desmemoriadas: no saben a dónde van, porque no saben de dónde vienen. Los
ingleses son ingleses, porque tienen detrás de ellos un pasado inglés y lo saben.
“El conocimiento empieza en el asombro”. Sócrates de Atenas Orravan

Los latinoamericanos somos lo que somos, en parte, porque así nos ha hecho nuestra historia. Entonces, si yo
quiero conocer mi propio mundo cultural, debo interesarme por la historia. La historia es la conciencia el pasado, ese
pasado que conocido críticamente posibilita el presente y nos permite proyectarnos con lucidez hacia el futuro. En
conclusión, para conocer los valores de una cultura hay que adentrarse en su historia y escrudiñar sus raíces. Los
historiadores tienen la importante misión de formar la conciencia histórica de los pueblos.

Los símbolos son las expresiones de la vida profunda de un


pueblo. Hay un subconsciente colectivo. La vida profunda
personal la compartimos con los demás y la expresamos de
múltiples maneras, ante todo con la lengua, símbolo por
excelencia. De la lengua decía Ortega que es “un
sacramento de muy difícil administración”. Son muchas las
cosas que pensamos y sentimos como personas y no las
podemos expresar de manera fácil y adecuada: “Qué difícil
decirte: yo te amo” (G. Lorca). Esta misma dificultad existe
cuando una cultura lucha por expresar el subconsciente
colectivo que la anima, es decir, sus sentimientos, amores,
temores, sueños, esperanzas, fracasos e ideales profundos.
Todo ese mundo profundo, trágico o bello a la vez, lo
expresamos a través de los símbolos.

La forma más bella que tenemos de expresar el mundo de nuestra propia cultura es la palabra hablada y escrita,
símbolo de los símbolos. Una cultura sin poetas, sin novelistas, sin literatura en general es una cultura defectiva. No
todas las culturas han logrado expresar literariamente su propio mundo con la misma excelencia. Algunos lo han
hecho de manera genial. La cultura griega sería más pobre sin Homero, la inglesa sin Shakespeare, la española sin
Cervantes, o la cultura colombiana sin Cien Años de Soledad de García Márquez, que nos ha expresado de pies a
cabeza, con todos nuestros valores y antivalores. Latinoamérica sería hoy más pobre sin sus grandes poetas,
novelistas, pintores, músicos, artistas, y artesanos en general.

Siendo muy importante que los obreros cualificados fabriquen máquinas perfectas, que edifiquen nuestras ciudades,
que produzcan con el sudor de su frente el pan nuestro de cada día, no lo es menos que los trabajadores de la
cultura nos den un alma colectiva, que nos reconcilie, nos una y nos identifique como grupo cultural al que
pertenecemos. Alemania n sería lo que es sin sus grandes músicos y pensadores. Lo mismo podríamos decir de
otros pueblos que han tenido grandes arquitectos, escultores, pintores, o un gran cine. La arquitectura, la escultura,
la pintura, el cine etc., son otras formas simbólicas para expresar la condición humana de acuerdo al carácter de
cada cultura.

Según Paul Ricoeur, los símbolos constituyen el núcleo ético-mítico de una cultura, es decir, el corazón o alma de la
misma. Precisamente en este punto es donde hay que poner la identidad cultural. Los japoneses han dejado
guardados en los armarios sus kimonos para usarlos solo en actos folklóricos u oficiales; se han occidentalizado en
muchos aspectos de la cultura material, incluso han aceptado las instituciones occidentales en economía y política;
pero no han perdido su cultura profunda, su núcleo ético-mítico. Es claro, entonces, que si se quiere conocer a fondo
una cultura, hay que comprender principalmente sus expresiones simbólicas.
“El conocimiento empieza en el asombro”. Sócrates de Atenas Orravan

ACTIVIDAD DE REFLEXION FILOSOFICA Nº 12

TEMA: LA CULTURA Y SUS NIVELES. GRADO: 10º


ESTUDIANTE: FECHA:

FACTOR / PENSAMIENTO. ENTORNO: LA PREGUNTA POR EL HOMBRE

Determino el sentido y el quehacer del ser humano en el mundo, teniendo en cuenta las condiciones
sociales e históricas en las que está inmerso.

Observación(es). Con el material de apoyo y la contextualización de la temática por el docente, realiza la


siguiente actividad en tu cuaderno de apuntes.

Resolver las siguientes preguntas

1. ¿Se encuentra en crisis, la educación o la sociedad actual?

2. ¿Cómo se concibe el desarrollo humano en la sociedad actual?

3. ¿Cómo influye la globalización en la educación en una sociedad de consumo?

4. ¿Cómo ciudadanos, que retos educativos debemos asumir en una sociedad de consumo?

5. ¿Cuáles son las características de la cultura?

6. ¿Cómo se ve afectada la cultura colombiana bajo la globalización y la era de las telecomunicaciones?

7. ¿Por qué se puede afirmar que la cultura es el resultado de la evolución social del ser humano?

8. ¿Cómo se entiende la cultura a través del proceso histórico del trabajo humano y de la re-significación
de las prácticas, las tradiciones y los símbolos?

BIBLIOGRAFIA Y WEBGRAFIA:

 EL HOMBRE Y SU PENSAMIENTO Nº 1 Y 2. EDITORIAL NORMA.


 FILOSOFIA I DE LUIS E GALINDO EDITORIAL SANTILLANA
 IDENTIDAD CULTURAL Y VALORES EDITORIAL ZAFIRO
 www.webdianoia.com

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