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[UNIVERSIDAD FRANCISCANA DE MÉ XICO ]

Tiempo, memoria y otros


conceptos de san Agustín

Rosa Murillo Sánchez


11 noviembre 2019
INTRODUCCIÓN

Para el común de los mortales, el tiempo existe tal y como nos lo enseñaron
desde los estudios elementales, desde la infancia, es decir, para la mayor parte de
los individuos el tiempo se divide en tres: Pasado, presente y futuro. Lo que fue, lo
que es y lo que será no implica mayores dificultades; la vida transcurre sin
mayores sobresaltos, sin preguntas tortuosas sobre el tiempo.

Así, en las primeras enseñanzas, se da por hecho que el infante ha nacido


en el pasado, se desarrolla en el presente, y en el futuro será grande. En esta
etapa del ser, el tiempo, tal y como nos lo muestran, es una cosa sencilla; bastan
el calendario y el reloj para saber qué es el tiempo. Es, pues, en esta etapa de la
vida cuando el tiempo se experimenta desde un:” ¿ a qué jugamos?”, o un:
“Cuando sea grande voy a ser…..”. El niño, los niños, no miran mucho hacia atrás.
A pesar de que saben que existe un “atrás”, un ayer, generalmente les importa el
presente, un estar, y les importa el futuro porque en éste serán lo que ahora
sueñan o proyectan. En la infancia el tiempo no es una abstracción. Para los
niños el tiempo es extenso, es día y es noche. Para los niños, el tiempo no implica
una pregunta, una duda; el tiempo para ellos es certeza.

Hablo, entonces, de la infancia, porque en ésta la imaginación funge como


materia para ser, para hacer; ya luego, en el futuro, se mirará al tiempo desde otra
perspectiva, ya el pasado vendrá con los recuerdos, acaso, a perturbar el
presente.

En este trabajo se habla sobre el tiempo, esa cosa abstracta o tangible que
acontece en nuestra vida, que sucede y procede en cada uno de nosotros como si
fuese un relámpago, una lluvia de instantes, de infinito.

¿Qué es el tiempo, día, qué es el tiempo, noche? Silencio. Mejor callar


cuando falta la certeza, cuando la verdad se encuentra lejos. Siendo así, esta
disertación se ha de limitar a comprender, aunque sea en ínfima medida, lo que
San Agustín de Hipona nos comenta sobre el tiempo, es decir, cómo lo concibe,
cómo lo piensa y lo siente el Obispo de Hipona.

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SENTIR EL TIEMPO

Para San Agustín el hombre está compuesto de alma (forma) y cuerpo


(materia). El alma anima al cuerpo y vive en él con dinamismo y vitalidad. Agustín
no descarta que cada alma haya sido creada individualmente. La consciencia del
“yo” se manifiesta en su realidad, su independencia y permanencia. Al alma
pertenecen la memoria, la voluntad y la inteligencia. Para San Agustín el tiempo
no es pasado ni presente ni futuro sino la mera distensión del alma. El tiempo-
dice Agustín- (Confesiones, XI,XIV,17) “es triple presente, presente de las cosas
pasadas, presente de las cosas presentes, y presente de las cosas futuras”.

San Agustín habla del alma como si ésta, en sí misma, fuera una habitación
del tiempo, un ser que, constantemente, se encuentra recibiendo los instantes,
pequeños trozos de tiempo que se instalan en ella con todo y sus preciosas
cargas: experiencias, sentires, vivencias. Pero, si bien, cada instante constituye
una experiencia, no podría decirse que la experiencia y el instante son cosas
muertas o inertes, sino que, conforme estas fracciones de tiempo se depositan en
el alma, en ésta se conservan como un eterno presente, un estar en permanencia
para ser mirado a través de la memoria, del recuerdo; un estar para sentirlo, para
maravillarse de las experiencias de un tiempo que, por medio de la imaginación,
sigue emocionando al ser, al hombre.Luego dirá San Agustín:

” La edad de mi infancia, que ya no existe, está en el tiempo pasado, que


ya no existe ni lo hay; pero cuando recuerdo cosas de aquella edad y las refiero,
estoy viendo y mirando de presente la imagen de aquella edad/ Todo esto lo
ejecuto dentro del gran salón de mi memoria”( C.XI, XIII,23).

INEXISTENCIA DEL PASADO Y DEL FUTURO

En el libro XI de las Confesiones (XI, C. 14,17) San Agustín afirma que el


pasado y el futuro no existen:” el pretérito ha dejado de existir y el futuro no existe
aún”.

“Sin embargo, San Agustín tiene claro que el problema es más complejo, y
que hay un hecho indubitable, cómo es que medimos los tiempos incluyendo al
pasado y al futuro. ¿ Cómo es que puede medirse lo inexistente?” (Soto, 2008,
pág.).

¿Existen o no el pasado y el futuro?. San Agustín dice que no, y este “no”,
lo introduce al terreno de la complejidad porque, al decir que no, arriba a sitios
donde , acaso, encuentra más preguntas que respuestas sobre la cuestión del

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tiempo. Es entonces que el Obispo de Hipona elabora todo un tratado sobre la
materia, aquí, el pasado y el futuro propician que el presente se enfrasque en una
lucha con “ el fue, y con el será” en una suerte de lucha circular e infinita. Aquí,
pues, el tiempo es un estar del hombre que constantemente, segundo a segundo,
deja de ser porque el será se vuelve estar, y éste, a su vez, deja de ser porque el
presente se instala nuevamente en el presente que a su vez deja de ser. En fin,
cómo encontrar la lógica del tiempo agustiniano sino con su propia afirmación:

“Habría que decir que los tiempos son tres: presente de las cosas
pasadas, presente de las cosas presentes, y presente de las cosas futuras. Los
tres existen en cierto modo en el espíritu y fuera de él no creo que existan”
( Confesiones, X1,20,26)

MEDIDA DEL TIEMPO

En cuanto al tiempo presente- pregunta San Agustín- “¿ Cómo lo medimos,


si no tiene espacio”?. Y sobre esto, la medición del presente, propone o afirma que
lo medimos “cuando pasa, no cuando es ya pasado, porque entonces ya no hay
qué medir”. Esta afirmación, no hace sino acarrearle una serie de preguntas:
“Pero, ¿ de dónde, por dónde y a dónde pasa cuando lo medimos, ¿ de dónde,
sino del futuro?, ¿por dónde, sino por el presente?, ¿ a dónde sino hacia el
pasado”? ( Confesiones, XI, XXI, 27).

De acuerdo a lo anterior, la trayectoria del tiempo sería: ir de lo que aún no


es, pasando por una especie de puente imaginario, dirigiéndose a lo que ya no es.
“ Sin embargo- pregunta Agustín: “ ¿ qué es lo que medimos sino el tiempo en
algún espacio”?.

En esta parte de Las Confesiones, aparece el espacio como requisito para


poder medir el tiempo, pero es un espacio no anclado a la tierra, a algún lugar
específico, sino a una fracción del tiempo mismo, fragmento éste, harto vulnerable
al cambio, a la vorágine de instantes donde, el presente, al parecer, permanece
como mero espectador de sus propias afecciones. Es así como nuestro teólogo y
filósofo, San Agustín, continúa cosechando más preguntas: “ ¿ En qué espacio de
tiempo, pues, medimos el tiempo que pasa, ¿ acaso es en el futuro de donde
viene”?.

Preguntas más, preguntas menos, San Agustín cae en cuenta del intrincado
problema al que se enfrenta. Y es así como suplica a Dios, en una suerte de

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reclamo, que le ayude a resover este problema, este enigma que le perturba el
alma. Le pide, en nombre de Cristo, que le aclare este misterio tan sencillo pero
tan profundo. Y expone con ardiente fuerza: “ Mi espíritu se ha enardecido en
deseos de conocer este intrincadísimo enigma”.

Para San Agustín, pues, aclarar el asunto sobre el tiempo, parece manterlo
en un estado de mística angustia; se ha propuesto desvelar qué es el tiempo y
termina preso de el tiempo mismo, tiempo que, a la vez, recae sobre su propio ser.
Vemos, entonces, cómo declara la situación por la que está pasando:

“He aquí que has hecho viejos mis días, y pasan; mas ¿cómo? No lo sé”. A
partir de esta queja, Agustín parece aclarar que este afán de conocer más sobre el
tiempo, es porque éste es parte fundamental en la vida del hombre; el hombre, en
su curiosidad de conocer, hace preguntas: “¿ En cuánto tiempo hizo esto aquél?,
¿ en cuánto tiempo dijo aquél esto”?.

RECURRENCIA AL TIEMPO

En San Agustín el tiempo es una constante ; lo sucedido se traba a cada


instante con lo que está aconteciendo y con los hechos por venir, el tiempo, pues,
consiste en la espectación del futuro, en el aliento del presente, en el amargo
laberinto del pasado. Lo anterior tiene lugar en cuanto a la denominación
tradicional del tiempo, en la división del tiempo por todos conocida. Todos estamos
en el tiempo solo que, a diferencia de San Agustín, no reflexionamos sobre la
importancia del concepto “tiempo”, sino que, como se expone al principio de este
trabajo, el hombre vive el tiempo conforme a calendarios y relojes.

En el libro IX, principalmente, Agustín narra sus confesiones, se lamenta


sobre el tiempo en que, según su dicho, vivía en el error de los maniqueos, y lo
cuenta a profundidad, pareciera que el arrepentimiento aflora por su piel desde lo
más íntimo de su persona. Se duele en gran medida del tiempo que vivió en la
ignorancia de los maniqueos, en el desconocimiento de Cristo. Al respecto
pronuncia: “Con qué vehemente y agudo dolor me indignaba también contra los
maniqueos, a los que compadecía grandemente por ignorar aquellos misterios,
aquellos medicamentos, y ensañarse contra el antídoto que podía sanarlos”.
( Confesiones, IX, 8,54-55)

Se nota, entonces, a un Agustín abatido por su pasado pero gozoso por las
bondades del prensente y a la espera de la ventura del futuro; sobre lo anterior
comenta: “Me horroricé de temor y a la vez me enardecí de esperanza”.
(C,IX,9,55).
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En el libro IX, y acaso desde el VIII, son recurrentes los siguientes términos:
dije, inspirabas,uniste, engendró, llegó, buscábamos, confieso, haces, inspiras,
paso, desahoga, renacer, porvenir, será, iluminará, será, vendrá, etc. Y es como si
el Obispo de Hipona, organizara una reunión de verbos en el tiempo, en su triple
presente, en el concepto tiempo que se desliza a lo largo de su obra y de sus
confesiones. Son entonces los libros VIII, IX y X, libros preparatorios para las
reflexiones de temporalidad que impregnan el libro XI de San Agustín.

INTELIGENCIA DEL ALMA

En el libro X de las Confesiones, San Agustín se expresa de manera


profunda pero con más sosiego que en los libros anteriores, sobre la constitución
del hombre, es decir, el cuerpo y el alma. Del alma dice que es la vía principal
para acceder a Dios, a ese Dios que ha buscado con ahinco y por el cual, tantas
veces, en arrebatos místicos , pregunta: “¿Qué es, por tanto, lo que amo cuando
amo yo a mi Dios?”, o, “¿ Quién es él, sino el que está sobre mi cabeza?”. Es
notorio cómo la reflexión y el tropel de preguntas que se hace nuestro filósofo, lo
colocan, poco a poco, en las vías de la claridad de su propio pensamiento. Y es
ese nutrido pensamiento de donde afirma que el alma está dotada de inteligencia
y de otras capacidades vedadas al cuerpo del hombre. “Por mi alma- dice Agustín-
subiré a él. Traspasaré esta virtud mía por la que estoy unido al cuerpo y llena mi
organismo de vida”.

Para Agustín, entonces, el alma es el alimento del cuerpo, el alma es lo que


el cuerpo no puede ser: camino hacia Dios, hacia Jesucristo, su hijo. El alma es
única y es inteligible, da luz, y posee, capacidades negadas a otras creaturas.

Según San Agustín, el hombre puede acceder a Dios a través de la


inteligencia del alma, pues es el alma quien rige el cuerpo, y ve, y siente las cosas,
la realidad, pero también, sin verlas ni sentirlas, las razona. “El hombre interior-
afirma – conoce estas cosas por ministerio del exterior; yo interior conozco estas
cosas, yo, alma, por medio del sentido de mi cuerpo”. ( Confesiones, X,60,11 )

Para el obispo de Hipona, existen tres realidades inherentes al hombre:


memoria, inteligencia y voluntad. Y estas tres realidades se pronuncian en forma
separada pero las tres se encuentran dentro del hombre y obran en el hombre de
manera conjunta.

Con respecto a lo anterior, entonces, se puede decir que el alma, en tanto


inherente al hombre, se relaciona con la voluntad, con la inteligencia y la memoria,
y con ésta, por ende, se halla, de manera natural, relacionada con el tiempo.
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ALMA Y MEMORIA

De acuerdo a San Agustín, cuatro son las perturbaciones del alma: deseo,
alegría, miedo y tristeza, y todas las cosas que estas perturbaciones provocan
residen en la memoria del hombre que, al recordar, las reconoce, conoce su olor,
su color, su tacto, su sabor y su sonido, aunque en el momento en que están
siendo recordadas ni suenen, ni huelan, ni se toquen. Pero, cómo es que se alojan
allí, cuánto espacio ocupan en la mente, cuánto es capaz de contener esa cosa
denominada memoria. Para San Agustín está claro y, aún así, pregunta:”¿ Qué
haré, pues, oh tú, vida mía verdadera, Dios mío? ¿ Traspasaré también esta virtud
mía que se llama memoria?”. ( Confesiones,X,66,26).

Si para Agustín la memoria es una virtud, luego entonces, el tiempo ocupa


la virtud de la memoria, pues de qué,sino de cosas sucedidas en el tiempo se
nutre la memoria. Igual sucedería con el espacio, puesto que las cosas- los
recuerdos- necesitan de algo que los contenga.

Para San Agustín, la vía para acercarse a Dios, comienza en el traspasar la


virtud de la memoria, subiendo por el alma. Luego entonces, lo divino se halla
sobre el hombre, a Dios no se le busca por medio de los pies, caminando, sino
que se le busca por encima del hombre, por encima de la cabeza del hombre.
Pero,¿ cómo reconocerlo si es que se le encuentra?

Para aclarar esta pregunta, el filósofo de Hipona hace un largo recorrido


intelectual, se pregunta, aún más, sobre la memoria, sobre lo que ésta retiene y
sobre las cosas que olvida. Entra, otra vez, en los asuntos del tiempo. El filósofo
pregunta: “¿ Pero qué es el olvido sino privación de memoria?” ¿ Y qué cuando
nombro el olvido y al mismo tiempo conozco lo que nombro?” ( Conf, X, 65,24).
Así pues, entre disertaciones, reflexiones y aflixiones, San Agustín pregunta si la
memoria pertenece al alma; más aún, si la memoria es el vientre del alma y en
dicho vientre se depositan las impresiones captadas por la mente del hombre a
través de los sentidos. Si así fuera, entonces ese vientre del alma, la memoria,
sería no sólo un depósito de cosas concretas sino abstractas.

Para San Agustín, el hombre imprime en la memoria lo que capta con

el cuerpo, y si se busca a Dios es porque ya se le conoce, porque se halla


en la memoria de cada hombre como una suerte de herencia del primer hombre. A
Dios, pues, se le busca en la memoria del alma inteligente a través, o por medio

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de la reminiscencia, como algo olvidado pero que se encuentra en algún sitio de la
memoria, en “el recuerdo del olvido”.

Con esta tesis, El obispo de Hipona abraza la teoría de Plotino para quien,
lo Uno o Dios, podrían compararse al sol, el sol que nutre la vida del hombre, la
luz que aclara la oscuridad del hombre. Es, pues, para nuestro filósofo y Padre de
la Iglesia, la memoria, la mente, el alma inteligible quien acerca al hombre a la luz
de la divinidad.

NEOPLATONISMO DE AGUSTÍN

San Agustín, su obra, fue muy importante en los siglos XII y XIII. No en
vano es llamado: “Padre de la Igesia”. Su pensamiento fue determinante para toda
la filosofía medieval: la Gran Escolástica del siglo XIII y de los siglos posteriores
hasta nuestros días, reconocen la importancia del pensamiento filosófico-teológico
del obispo de Hipona. Si bien, la gran escolástica del siglo XIII (Dominicos) se
asume o se inclina más del lado de Aristóteles; los Franciscanos, asumen la
patrística y retoman a Platón ( Neoplatonismo).

El pensamiento cristiano de San Agustín se nutrió del neoplatonismo, sobre


todo de Plotino, es decir, del conjunto de corrientes del pensamiento helénico que,
pese a tener como guía a Platón, no era, sin embargo, el maestro al que se debe
seguir “a pie juntillas”.

Plotino, que tenía un gran conocimiento del pensamiento helénico y conocía


a profundidad el mundo griego, no fue réplica del pensamiento de Platón sino, al
contrario, criticó muchos de sus postulados filosóficos y construyó su propio
pensamiento, su propia filosofía que llegaría a hacer escuela, teniendo como
discípulo a Porfirio.

La escuela de Plotino, a saber, no comparte el objetivo de la Academia de


Platón: la formación de ciudadanos en la ética – la moral -, la política, etc. Al
servicio de la polis. Plotino, su escuela filosófica, pretendía que sus discípulos se
desempeñaran en un ámbito más íntimo, más interiorizado e interesado en
aunarse a Dios, mediante la espiritualidad y las explicaciones del pensamiento
racional.Para Plotino, todo procede del Uno y retorna al Uno; el Uno es principio
en sí y de él se deriva lo múltiple; el Uno es trascendencia absoluta.

Pero este trabajo no tiene por objeto introducirse en la obra de Plotino, y si


se nombra es por la gran influencia e importancia que tuvo para la filosofía
patrística, para el pensamiento medieval y para la filosofía de todos los tiempos.

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De la influencia de Plotino en la obra de San Agustín, en cuanto a su concepción
del tiempo, existe alguna semejanza entre ambos filósofos. Plotino, respecto a la
eternidad afirma: “Conocemos la eternidad y el tiempo cuasiintuitivamente; pero no
sabemos explicarlos filosóficamente, limitándonos a remitirnos a los filósofos
antiguos” (Enéadas, I,I.13). Lo anterior se hermana en algo con la respuesta de
San Agustín respecto a su pregunta sobre qué es el tiempo. San Agustín
responderá: “Si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si quiero explicárselo al que me
pregunta, no lo sé”. Plotino dirá sobre el tiempo: “ El tiempo existe en el hombre,
porque existe en toda alma de la misma especie que la del cosmos”. ( Enéadas,
13,66-69). San Agustín dirá respecto a la dupla alma-tiempo: “En ti, alma mía,
mido los tiempos”.

Tema controversial el del tiempo no lineal, no literal, no el que se conoce y


del que se sabe por medio de las horas, los minutos, los segundos, y con el cual
se mide la duración de la vida del hombre. La controversia viene, pues, cuando el
hombre viviente, en un acto meramente existencial, se pregunta por él: ¿ Qué es
el tiempo? ¿ Qué es el hombre en el tiempo?.

A decir de María Lacalle Noriega, en su artículo ponencial: “Tiempo y


eternidad en San Agustín”, “la experiencia del tiempo es dolorosa. El tiempo divide
y disipa la existencia. En el tiempo todo pasa, fluye y muere. Es una realidad que
nos devora”. (Revista Comunicación y hombre, número 2, 2006).

Bibliografía

Isler Soto, C. (2008) El Tiempo en Las Confesiones de San Agustín. Revista de


Humanidades, 17-18,187-199. Tomado de www.redalyc.org/pdf/321227236011.pdf

www.diocesisdecanarias.es/pdf/confesionessanagustinpdf

Lacalle N María (2006) Tiempo y eternidad en San Agustín, Revista Comunicación


y hombre (2) recuperado de
ddfv.ufv.es/xmlvi/bitstream/10641/821/1/tiempo+y+eternidadten+sanagustín

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