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La libertad individual
A lo largo de su obra, Lewis infundió una visión interconectada del mundo que defendía
la verdad objetiva, la ética moral, la ley natural, la excelencia literaria, la razón, la
ciencia, la libertad individual, la responsabilidad personal y la virtud, y el teísmo
cristiano. Al hacerlo, criticó el naturalismo, el reduccionismo, el nihilismo, el
positivismo, el cientificismo, el historicismo, el colectivismo, el ateísmo, el estatismo, el
igualitarismo coercitivo, el militarismo, el asistencialismo, y la deshumanización y la
tiranía de todas las formas. A diferencia de los cruzados “progresistas” a favor de
las facultades depredatorias del gobierno sobre los fines pacíficos de
personas inocentes, Lewis señaló: “no me agradan que las pretensiones del gobierno
—los motivos por los cuales exige mi obediencia—sean catapultadas demasiado alto.
No me agradan las pretensiones mágicas del curandero, ni el derecho divino del
Borbón. Esto no es solamente porque descreo de la magia y la Politique de Bossuet.
Creo en Dios, pero detesto la teocracia. Todo gobierno está integrado por simples
hombres y es, estrictamente considerado, un arreglo provisorio; si añade a sus
mandamientos “Así dice el Señor, miente, y miente peligrosamente”. [4]
Lewis se ocupó no sólo de los males del totalitarismo tal como se manifestaron en el
fascismo y el comunismo, sino de las formas más sutiles que enfrentamos a diario,
incluyendo los Estados de Bienestar, terapéuticos, niñeras, y cientificistas. “De todas
las tiranías”, sostuvo,
una tiranía ejercida por el bien de sus víctimas puede ser la más opresiva. Tal vez sea
mejor vivir sujetos a barones ladrones que bajo omnipotentes entrometidos morales.
La crueldad del barón ladrón puede a veces sosegarse, su avaricia puede en algún
momento ser saciada; pero aquellos que nos atormentan por nuestro propio bien nos
atormentarán sin fin pues lo hacen con la aprobación de su propia conciencia. Ellos
pueden ser más propensos a ir al cielo pero al mismo tiempo más proclives a hacer un
infierno de la tierra. Esta bondad aguijonea con un insulto intolerable. Ser “curados” en
contra de nuestra voluntad y curados de estados a los que podemos no considerar
como una enfermedad es ser colocado en el nivel de aquellos que no han alcanzado
aún la edad de la razón o aquellos que nunca la alcanzarán; ser categorizado junto a
los infantes, los imbéciles, y los animales domésticos. [5]
A lo largo de sus libros, defendió los derechos y la santidad de los individuos contra la
tiranía no sólo porque se oponía al mal, sino porque consideraba que una vida en
libertad—incluyendo tanto a la libertad social como la económica—es esencial:
“Considero que un hombre es más feliz, y feliz de una manera más rica, si ha “nacido
libre de mente”. Pero dudo que pueda tener esto sin la independencia económica, que
la nueva sociedad está aboliendo. La independencia económica permite una educación
no controlada por el gobierno; y en la vida adulta es el hombre quien no precisa, ni
pide, nada de un gobierno que pueda criticar sus actos y chasquear los dedos ante su
ideología”. [6]
Como Rodney Stark analiza en su libro “The Victory of Reason, [7] Marco Tulio
Cicerón y otros habían contemplado el concepto de uno mismo (individualismo) y del
libre albedrío antes de la era cristiana, pero no fue hasta que Jesús personalmente
afirmó con palabras y hechos el concepto de la igualdad moral universal ante Dios y la
responsabilidad para con El y hasta que los teólogos cristianos hicieron de ella una
característica central de su doctrina, que los derechos de todos y cada uno fueron
defendidos y la esclavitud fue condenada. Este audaz progreso en el pensamiento tuvo
su origen en parte en la idea revolucionaria del individualismo metodológico aplicada al
estudio del comportamiento humano, en donde el individuo es considerado primario.
Como señala Jon Elster, “La unidad elemental de la vida social es la acción humana
individual. Explicar las instituciones sociales y el cambio social es mostrar cómo surgen
como resultado de las acciones y la interacción de los individuos. Este punto de vista,
al que menudo se refiere como individualismo metodológico, es en mi opinión una
verdad trivial”. [8] El economista de la escuela austríaca Murray Rothbard escribió
de manera similar: “El axioma fundamental, entonces, para el estudio del hombre es la
existencia de la conciencia individual”. [9] Ludwig von Mises agregó además, que “el
colectivo no tiene existencia ni realidad salvo en las acciones de los individuos. Cobra
existencia por las ideas que mueven a los individuos a comportarse como miembros de
un grupo definido y deja de existir cuando el poder persuasivo de estas ideas
aminora”. [10] Y Stark ha señalado que a pesar de que casi cualquier otra cultura y
religión anteriores veían a la sociedad humana en términos de la tribu, la polis, o el
colectivo, “es el individuo quien era el tema central del pensamiento político cristiano,
y esto, a su vez, dio forma explícitamente a las opiniones de los filósofos políticos
europeos posteriores”. [11]
Este enfoque produjo un cambio radical en un mundo donde, a pesar de notables pero
limitadas excepciones de descentralización política, la esclavitud y el despotismo casi
universal e inquebrantable han gobernado [12], donde las personas eran tratadas
como meros miembros de un grupo sin derechos. Con el cristianismo, cada persona es
“un hijo de Dios” o un objeto sagrado (res sacra homo) que posee libre albedrío y es
individualmente responsable de las decisiones que él o ella toman. En esta
tradición, Tomás de Aquino afirmó: “Un hombre puede también dirigir y gobernar sus
propias acciones. Por lo tanto la criatura racional participa de la providencia divina no
sólo siendo gobernado, sino también gobernando”. [13]
La ley natural
Trabajando a partir de estos antecedentes cristianos, Lewis destacó la importancia de
la ley natural de la ética moral, un código de conciencia moral que es ineludible y
define a cada persona como humana. Tal moralidad existe por sí misma, independiente
de las elecciones subjetivas o experiencias, así como uno puede comprender la
perogrullada inherente de las matemáticas o las leyes naturales de la física como la de
gravedad. Lewis se inspiró en las ideas de la ley natural de pensadores como el apóstol
Pablo, Agustín, Magno, Santo Tomás, Cicerón, Grocio, Blackstone, Acton, y Locke, y
consideró que los rechazos modernistas a esos trabajos eran fundamentalmente
erróneos. En particular, tanto la noción de “sentido común” (sensus communis) de
Santo Tomás tal como es descripta en su Summa Theologica como el legado del
teísmo racional encontrado en ciertos escritores judíos, islámicos, cristianos y paganos
—el sistema filosófico medular Occidente—tuvieron un poderoso efecto sobre Lewis.
Para él, la cultura del “modernismo” no es sólo una aberración histórica de este
“sentido común”, sino una profunda amenaza a la búsqueda de la verdad, la bondad y
la propia civilización.
[S]i un hombre concurre a una biblioteca y pasa algunos días con la Enciclopedia de la
Religión y la Etica, pronto descubrirá la unanimidad masiva de la razón práctica del
hombre. Desde el himno babilónico a Samos, de las Leyes de Manu, el Libro de los
Muertos, las Analectas [de Confucio], los estoicos, los plantonistas, desde los
aborígenes australianos y los Pieles Rojas, recavará las mismas denuncias
triunfalmente monótonas de opresión, asesinato, traición y falsedad, los mismos
mandatos de bondad para los ancianos, los jóvenes, y los débiles, de caridad e
imparcialidad y honestidad. Puede estar un poco sorprendido (yo ciertamente lo
estuve) al descubrir que los preceptos de la misericordia son más frecuentes que los
preceptos de la justicia; pero ya no tendrá duda de que existe tal cosa como la ley de
la naturaleza. . . . . . [E]l pretexto de que somos presentados con un mero caos—
aunque no se insinue esbozo alguno de un valor universalmente aceptado—es
simplemente falso y debe ser contradicho a tiempo y a destiempo donde quiera que se
lo encuentre. Lejos de encontrar un caos, hallamos exactamente lo que deberíamos
esperar si el bien es en verdad algo objetivo y la razón el órgano mediante el cual es
aprehendido—es decir, un acuerdo sustancial con considerables diferencias locales de
énfasis y, tal vez, ningún código que lo incluya todo. [17]
Lewis señaló que lo que es común a todos estos conceptos es algo crucial: “Es la
doctrina del valor objetivo, la creencia de que ciertas actitudes son realmente
verdaderas, y otras efectivamente falsas, para la clase de cosa que es el universo y la
clase de cosas que somos. . . . Ninguna emoción es, en sí misma, una sentencia; en
ese sentido todas las emociones y sentimientos son ilógicos. Pero pueden ser
razonables o no razonables en la medida en que sean conformes a la razón o fallen en
ajustarse a ella. El corazón nunca ocupa el lugar de la cabeza: pero puede, y debería
obedecerle”. [18]
De por sí, Lewis rechazó firmemente la idea de que sólo aquellos que son cristianos
pueden entender o ser morales porque la ley natural es fundamental para la existencia
humana y sirve como base para la elección humana. Señaló que si solo los cristianos
fuesen capaces de ser morales o de entender la moral, entonces existiría un dilema
inviable por el cual nadie que no fuese ya un cristiano sería persuadido de ser (o ni
siquiera ser capaz de volverse) moral, y por lo tanto nadie se convertiría jamás en
cristiano. “A menudo se afirma que el mundo debe retornar a la ética cristiana a fin de
preservar la civilización. Aunque yo mismo soy un cristiano, e incluso un cristiano
dogmático al margen de las reservas modernistas y comprometido con el
supernaturalismo en todo su rigor, me hallo incapaz de tomar mi lugar al lado de los
partidarios de [éste] punto de vista. Está lejos de mi intención negar que encontramos
en la ética cristiana una profundización, una internalización, algunos cambios de
énfasis en el código moral. Pero sólo una ignorancia grave de la cultura judía y pagana
llevaría a alguien a la conclusión de que es algo radicalmente nuevo”. [19]
Lewis sostuvo que una ley moral natural es conocida por todos, y este código moral
natural es ineludible; es la base para todos los juicios morales. Sus verdades
fundacionales tales como “interesarse por los demás es algo bueno”, “debería hacerse
el bien y evitarse el mal”, “morir por una causa justa es algo noble”—son
comprendidas independientemente de la experiencia, del mismo modo que sabemos
que 2 + 2 = 4.
Como declaró Pablo: “Cuando los gentiles hacen por naturaleza lo que exige la ley, son
ley para sí mismos, aunque no tengan ley, ya que demuestran que los requisitos de la
ley están escritos en sus corazones, sus conciencias también dan testimonio, y sus
pensamientos están ahora acusándolos, ahora incluso defendiéndolos”. [20]
Sin embargo, como todos los defensores del derecho natural, tuvo cuidado en señalar
que la ley natural no ofrece soluciones fáciles ni precisas a todas los interrogantes.
Haciéndose eco de la Etica a Nicómaco de Aristóteles, observó que “las decisiones
morales no admiten certeza matemática”. [23]
Lewis describió por lo tanto al derecho natural como un estándar objetivo cohesivo e
interrelacionado de la conducta correcta:
Esto a lo que he denominado por conveniencia el Tao, y que otros pueden llamar
derecho natural o moral tradicional o los primeros principios de la razón práctica o las
primeras banalidades, no es uno entre una serie de posibles sistemas de valor.
Es la única fuente de todos los juicios de valor. Si es rechazada, todos los valores son
rechazados. Si algún valor es retenido, ella es retenida. El esfuerzo por refutarla y
plantear un nuevo sistema de valores en su lugar es contradictorio en sí mismo. Nunca
ha habido, y nunca habrá, un juicio de valor radicalmente nuevo en la historia del
mundo. Los que pretenden ser sistemas nuevos o (como ahora los llaman)
“ideologías”, consisten todos de fragmentos del propio Tao. Arrancados arbitrariamente
de su contexto en el todo y luego llevados a la locura en su aislamiento, aún así deben
al Tao y sólo a él la validez que poseen. Si mi deber para con mis padres es una
superstición, también lo es deber con la posteridad. Si la justicia es una superstición,
entonces también lo es mi deber para con mi país o mi raza. Si la búsqueda del
conocimiento científico es un valor real, entonces también lo es la fidelidad conyugal.
[25]
Lewis preguntó luego, si dado que ningún nuevo sistema de juicio de valor al margen
del derecho natural puede ser desarrollado, ¿significa ello que “ningún progreso en
nuestras percepciones de valor puede llevarse a cabo jamás? ¿Que estamos sujetos
por siempre a un código inmodificable concedido de una vez por todas? . . . Si
agrupamos, como lo he hecho, a las morales tradicionales de Oriente y Occidente, la
cristiana, la pagana y la judía, ¿no encontraremos muchas contradicciones y algunos
absurdos?” Su respuesta simple: “Admito todo esto. Algunas críticas, alguna supresión
de contradicciones, incluso algunos avances reales, son requeridos. . . . Pero la ética
nietzscheana sólo puede ser aceptada si estamos listos para descartar a la moral
tradicional como un mero error y colocarnos luego en una posición en la cual no
podemos encontrar fundamento alguno para ningún juicio de valor en absoluto. . . .
Desde dentro del propio Tao proviene la única autoridad para modificar el Tao”. [26]
Libertad e Igualdad
Como proponente del derecho natural, Lewis era un partidario de la “ley de igual
libertad"” pero un firme crítico del igualitarismo impuesto por cualquier motivo.
Entendía además que el igualitarismo es con demasiada frecuencia un cobijo para la
envidia (el pecado de la codicia) y que tales simpatías por la regimentación son
tiránicas:
La exigencia de igualdad tiene dos fuentes; una de ellas se encuentra entre las más
nobles, la otra es la más baja de las emociones humanas. La fuente noble es el deseo
de juego limpio. Pero la otra fuente es el odio de la superioridad. . . . La igualdad
(fuera de las matemáticas) es una concepción puramente social. Se aplica al hombre
como un animal político y económico. No tiene cabida en el mundo de la mente. La
belleza no es democrática; se revela más a los pocos que a los muchos, más a los
solicitantes persistentes y disciplinados que a los muchos, más a los solicitantes
persistentes y disciplinados que a los distraídos. La virtud no es democrática; ella es
lograda por aquellos que la buscan más calurosamente que la mayoría de los hombres.
La verdad no es democrática; ella exige talentos especiales y una laboriosidad especial
en aquellos a los que ella otorga sus favores. La democracia política está condenada al
fracaso si se trata de extender su exigencia de igualdad en estas esferas superiores. La
democracia ética, intelectual, o estética está muerta. Una educación verdaderamente
democrática—una que preserve la democracia—debe ser, en su propio campo,
despiadadamente aristocrática, desvergonzadamente “erudita”. [27]
El colectivismo y el estatismo
Lewis comprendía que sin este necesario encuadre de la ley natural de la cultura
social, jurídica y política, la humanidad dejaría de ser reconocida como digna de
derechos o incluso de la decencia común, y en cambio quedaría indefensa ante
cualquier forma de opresión:
Por lo tanto nosotros tenemos la base para el cientificista “valiente nuevo mundo” en el
cual el ciudadano y el gobierno se vuelven esclavo y amo, exactamente lo que Lewis
criticó en su ensayo “Is Progress Possible? Willing Slaves of the Welfare State”. Y, por
supuesto, todo lo que esto significa es la eliminación de lo que hace humana a la
humanidad en primer lugar. Como Lewis explicó el problema: “La cuestión se ha
tornado en si podemos descubrir alguna manera de someternos al paternalismo
mundial de una tecnocracia sin perder toda la privacidad y la independencia personal.
¿Hay alguna posibilidad de obtener la miel del Súper Estado de Bienestar y evitar el
aguijón? No nos equivoquemos respecto del aguijón. . . . Para vivir su vida a su
manera, para llamar a su casa su castillo, para disfrutar de los frutos de su propio
trabajo, para educar a sus hijos como su conciencia lo indique, para ahorrar para la
prosperidad de ellos después de su muerte—estos son deseos profundamente
arraigados en el hombre civilizado”. [32]
Esto tema se repite en toda la obra de Lewis, tanto en las de ficción como las de no-
ficción. Por ejemplo, en That Hideous Strength, el tercer volumen de su Space
Trilogy,describe un mundo desconcertante en el que una élite científica crea un
sistema totalitario con el fin de diseñar coercitivamente una nueva humanidad a través
del Instituto Nacional de Experimentos Coordinados, o I.N.E.C. (N.I.C.E. en inglés)
para abreviar. Los burócratas y planificadores del I.N.E.C. son exactamente lo que él
había atacado anteriormente en su magistral libro The Abolition of Man.
El cientificismo
En cada época los hombres que nos quieren bajo su pulgar, si tienen
buen tino, plantearán esa particular pretensión con las esperanzas y los
temores que esa época estime más potentes. . . . Debemos dar la
debida importancia a la afirmación de que nada más que la ciencia, y la
ciencia globalmente aplicada, y por ende controles gubernamentales sin
precedentes, puede producir estómagos llenos y atención médica para
toda la raza humana: en síntesis, nada sino un Estado de Bienestar
mundial. Es un pleno reconocimiento de estas verdades lo que en la
actualidad me convence del extremo peligro de la humanidad. Tenemos
por un lado necesidades desesperadas: el hambre, la enfermedad y
temor de la guerra. Tenemos, por el otro, la concepción de algo que
puede hacerles frente: una omnipotente tecnocracia global. ¿No son
estas una oportunidad ideal para la esclavitud? . . . El interrogante sobre
el progreso se ha convertido en la cuestión de si podemos descubrir a
nivel mundial alguna manera de subsumirnos ante el paternalismo de
una tecnocracia sin perder toda la privacidad y la independencia
personal. . . . Todo lo que realmente puede suceder es que algunos
hombres se harán cargo del destino de los demás. Serán simplemente
hombres; ninguno perfecto, algunos codiciosos, crueles y deshonestos.
Cuanto más completamente planificados nos encontremos, más
poderosos serán ellos. ¿Habremos descubierto alguna nueva razón por
la cual, esta vez, el poder no debería corromper como lo había hecho
antes? [35]
Cuando el biólogo marxista J.B.S. Haldane en su artículo “Auld Hornie,
FRS” cuestionó a Lewis por estar en contra de la ciencia y en contra de
un “mundo planificado” en su Space Trilogy (“La idea del Sr. Lewis es
lo suficientemente clara. La aplicación de la ciencia a los asuntos
humanos sólo puede conducir al infierno”), Lewis escribió lo siguiente en
“A Reply to Professor Haldane” (“Una respuesta al profesor Haldane”):
El poder corrompe
Como la forma de gobierno más consistente con su estudio del derecho natural y la
naturaleza del hombre, Lewis optó por la democracia (no el “mayoritarianismo”, sino el
auto-gobierno como en Democracy in America de Alexis de Tocqueville),
considerándola la estructura política menos mala. No obstante, la misma debería ser
establecida solamente con el fin de limitar el poder político centralizado: “Soy un
demócrata porque creo en la imperfección del hombre”—o más precisamente, que el
hombre es libre de elegir el bien o el mal. Sin embargo, se daba cuenta de que
la mayoría de la gente es demócrata por la razón opuesta. Gran parte del entusiasmo
democrático se origina en las ideas de personas como Rousseau, que creían en la
democracia porque consideraban que la humanidad era tan sabia y buena que todo el
mundo merecía participar del gobierno. El peligro de defender la democracia en base a
esos motivos es que no son ciertos. Y siempre que su debilidad queda expuesta,
quienes prefieren la tiranía capitalizan esa exposición. Encuentro que no son ciertos sin
mirar más allá de mí mismo. No merezco participar del gobierno de un gallinero,
mucho menos de una nación. Tampoco lo merece la mayor parte de las personas—
todos los que creen en la publicidad, y piensan en muletillas y esparcen rumores. La
verdadera razón para estar a favor de la democracia es justamente lo contrario. El
hombre es tan imperfecto que a ninguno se le puede confiar un poder sin límites sobre
sus semejantes. Aristóteles afirmaba que algunas personas sólo eran aptas para ser
esclavos. Yo no lo contradigo. Pero rechazo la esclavitud porque no veo a ningún
hombre apto para ser amo. [37]
Creo en la igualdad política. Pero hay dos razones opuestas para ser un demócrata.
Usted puede pensar que todos los hombres son tan buenos que merecen una
participación en el gobierno de la nación, y tan sabios que la nación necesita su
consejo. Es decir, en mi opinión, la doctrina falsa y romántica de la democracia. Por
otra parte, usted puede creer que los hombres imperfectos son tan malvados que a
ninguno se le puede confiar algún poder irresponsable sobre sus semejantes. Ese creo
que es el verdadero fundamento de la democracia. No creo que Dios crease un mundo
igualitario. . . . [D]ado que hemos pecado, hemos descubierto, como dice Lord Acton,
que “todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. El único
remedio ha sido quitarles los poderes y sustituirlos por una ficción legal de igualdad. . .
. La teocracia ha sido abolida con razón no porque es malo que los sacerdotes debieran
regir a los laicos ignorantes, sino porque los sacerdotes son hombres malvados como
el resto de nosotros. [38]
Y fue aún más lejos en su condena de la teocracia, declarando: “Detesto todo tipo de
compulsión religiosa: ¡el otro día no más me encontraba escribiendo una airada carta
a The Spectator” acerca de los desfiles de la Iglesia con la Guardia Urbana!” [39]
Oculto en el corazón de esta lucha por la Libertad se hallaba también un profundo odio
a la libertad personal. Aquel que el invaluable Rousseau fue el primero en revelar. En
su democracia perfecta, solamente la religión del Estado está permitida, la esclavitud
es restaurada, y al individuo se le dice que lo que realmente ha deseado (aunque él no
lo sabía) es cualquier cosa que el gobierno le diga que haga. Desde ese punto de
partida, a través de Hegel (otro propagandista indispensable de nuestro bando),
fácilmente pergeñamos tanto al Estado nazi como al comunista. Incluso en Inglaterra
fuimos muy exitosos. Oía el otro día que en ese país un hombre no podía, sin un
permiso, talar su propio árbol con su propia hacha, convertirlo en tablas con su propia
sierra, y emplear las tablas para construir un cobertizo para herramientas en su propio
jardín.
Aquellos que, como Screwtape, desean establecer sus propias reglas y extirpar la
libertad
deben percatarse. . . que la “democracia” en el sentido diabólico (soy tan bueno como
tú, somos gente común, compañerismo) es el instrumento más apto con el que
podríamos contar para extirpar las democracias políticas de la faz de la tierra. . . . Es
nuestra tarea alentar el comportamiento, los modales, toda la actitud mental, que a las
democracias naturalmente les agradan y disfrutan, porque estas son las mismas cosas
que, si no son controladas, destruirán la democracia. . . . El derrocamiento de los
pueblos libres y la multiplicación de los Estados esclavistas son para nosotros un medio
(además, por supuesto, de ser divertidos); pero el verdadero fin es la destrucción de
los individuos. . . . El Soy tan bueno como tú, es un medio útil para la destrucción de
las sociedades democráticas. Pero tiene un valor mucho más profundo como un fin en
sí mismo, como un estado de ánimo que, excluyendo necesariamente a la humildad, la
caridad, el contento, y todos los placeres de la gratitud o la admiración, alejan a un ser
humano de casi todos los caminos que finalmente podrían conducirlo al cielo. [42]
Conclusión
Por sobre todas las cosas, Lewis fue un agudo observador del mundo en que vivía,
reconociendo de manera consistente las implicancias de cada avance de un galopante
socialismo en la Inglaterra posterior a la Segunda Guerra Mundial:
Es facultad del hombre tratarse a sí mismo como un mero “objeto natural” y a sus
juicios de valor como materia prima para la manipulación científica para alterar a
voluntad. . . . La verdadera objeción es que si el hombre elige tratarse a sí mismo
como materia prima, materia prima será: no una materia prima para ser manipulada,
como él cariñosamente imaginaba, por sí mismo, sino por el mero apetito, es decir, la
mera naturaleza, en la persona de sus deshumanizados condicionadores. . . . O somos
un espíritu racional obligado a obedecer por siempre a los valores absolutos del Tao [la
ley natural], o bien somos mera naturaleza que es amasada y recortada con nuevas
formas para placer de amos que no deben, por hipótesis, tener motivo alguno salvo
sus propios impulsos “naturales”. Sólo el Tao proporciona una ley de acción humana
común que puede predominar por sobre los gobernantes y gobernados por igual. Una
creencia dogmática en el valor objetivo es necesaria para la idea misma de un
gobierno que no es la tiranía o de una obediencia que no es la esclavitud. . . . El
proceso que, si no es controlado, abolirá al hombre marcha a pasos agigantados entre
los comunistas y los demócratas no menos que entre los fascistas. Los métodos
pueden (al principio) diferir en la brutalidad. Pero muchos científicos con lentes,
muchos dramaturgos populares, muchos filósofos aficionados entre nosotros, significan
a la larga lo mismo que los gobernantes nazis de Alemania. [44]