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C. S.

Lewis sobre la mera


libertad y los males del
estatismo
 

Por David J. Theroux

Culture and Civilization - Patheos.com -


El Instituto Independiente

(Puede verse también La ciencia económica y la pobreza del naturalismo por


David J. Theroux)

Durante décadas, muchos cristianos y no cristianos, tanto “conservadores” como


“liberales”, han abrazado desafortunadamente la visión mal concebida y
“progresista” (es decir, autoritaria) de ejercitar poderes gubernamentales
intrusivos como una exigencia incuestionable e incluso santificada para los asuntos
tanto internos como internacionales, abandonando la tradición judeocristiana del
derecho natural en el plano de la ética moral y la economía. Por el contrario, el
académico de Oxford y Cambridge y autor de grandes éxitos, C.S. Lewis no padeció
tales delirios, pese a las gigantescas y extremadamente preocupantes situaciones y
conflictos como la guerra total, el Estado total, y los genocidios que tuvieron lugar a lo
largo de su vida. 

La aversión de Lewis hacia el gobierno quedó claramente revelada en 1951 cuando


Winston Churchill, a las pocas semanas de recuperar el cargo de primer ministro de
Gran Bretaña, escribió a Lewis ofreciéndole nombrarlo caballero “Comendador de la
Orden del Imperio Británico”. Lewis declinó rotundamente el honor porque él,
a diferencia de los “progresistas”, nunca estuvo interesado en la política y era
profundamente escéptico del poder del gobierno y de los políticos, como lo expresó en
las dos primeras líneas de su poema “Lines during a General Election”: “Their threats
are terrible enough, but we could bear / All that; it is their promises that bring
despair”. [1]
Lewis había sostenido este punto de vista durante muchos años. En 1940, había
escrito en una carta a su hermano Warren, “¿Podrá alguien crear un Partido del
Estancamiento—que en los comicios generales se jacte de que durante su gobierno
ningún acontecimiento de menor importancia haya tenido lugar?" Señaló además, “Yo
estaba por naturaleza 'en contra del gobierno'”. [2]

En comparación a cristianos “progresistas” contemporáneos como Jim Wallis, Tony


Campolo, Ronald Sider, y Brian McLaren, que claman a favor de la tonta y desastrosa
idea de lograr la “justicia social” a través de los gigantescos poderes del gobierno
(véase el libro de Robert Higgs que refuta el mito “progresista” en la historia de los
EE.UU., Crisis and Leviathan), [3] ¿Lewis era sencillamente ignorante o ingenuo
respecto de las realidades modernas, o estaba destinado a un propósito más profundo
y significativo? En este artículo, comienzo tan solo a tratar superficialmente algunos de
los muchos escritos de Lewis relativos al tema de la libertad y las enseñanzas
cristianas en virtud de que cualquier análisis ciertamente adecuado justificaría al
menos un libro entero.

Lewis estaba incuestionable y profundamente interesado en las ideas e instituciones


que fueron la base de los individuos y comunidades libres y virtuosas, pero no estaba
en absoluto interesado en la política partidista ni en las campañas políticas. En cambio,
se centró en los principios fundacionales, y los temas de políticas públicas eran de su
interés sólo mientras se refiriesen a cuestiones de valor perdurable. Como resultado de
este enfoque, mientras las obras de la mayoría de los académicos modernos y otros
escritores se tornan rápidamente vetustas y obsoletas, la obra de Lewis ha conseguido
acrecentar su atemporalidad y relevancia. Sus libros se siguen vendiendo de una
manera asombrosa, y aunque Lewis es más conocido por su obra de ficción, también
escribió excelentes libros de filosofía y teología, historia y crítica
literaria, poesía y una autobiografía, así como alrededor de más de cincuenta mil
cartas dirigidas a personas de todo el mundo.

La libertad individual

A lo largo de su obra, Lewis infundió una visión interconectada del mundo que defendía
la verdad objetiva, la ética moral, la ley natural, la excelencia literaria, la razón, la
ciencia, la libertad individual, la responsabilidad personal y la virtud, y el teísmo
cristiano. Al hacerlo, criticó el naturalismo, el reduccionismo, el nihilismo, el
positivismo, el cientificismo, el historicismo, el colectivismo, el ateísmo, el estatismo, el
igualitarismo coercitivo, el militarismo, el asistencialismo, y la deshumanización y la
tiranía de todas las formas. A diferencia de los cruzados “progresistas” a favor de
las facultades depredatorias del gobierno sobre los fines pacíficos de
personas inocentes, Lewis señaló: “no me agradan que las pretensiones del gobierno
—los motivos por los cuales exige mi obediencia—sean catapultadas demasiado alto.
No me agradan las pretensiones mágicas del curandero, ni el derecho divino del
Borbón. Esto no es solamente porque descreo de la magia y la Politique de Bossuet.
Creo en Dios, pero detesto la teocracia. Todo gobierno está integrado por simples
hombres y es, estrictamente considerado, un arreglo provisorio; si añade a sus
mandamientos “Así dice el Señor, miente, y miente peligrosamente”. [4]

Lewis se ocupó no sólo de los males del totalitarismo tal como se manifestaron en el
fascismo y el comunismo, sino de las formas más sutiles que enfrentamos a diario,
incluyendo los Estados de Bienestar, terapéuticos, niñeras, y cientificistas. “De todas
las tiranías”, sostuvo,

una tiranía ejercida por el bien de sus víctimas puede ser la más opresiva. Tal vez sea
mejor vivir sujetos a barones ladrones que bajo omnipotentes entrometidos morales.
La crueldad del barón ladrón puede a veces sosegarse, su avaricia puede en algún
momento ser saciada; pero aquellos que nos atormentan por nuestro propio bien nos
atormentarán sin fin pues lo hacen con la aprobación de su propia conciencia. Ellos
pueden ser más propensos a ir al cielo pero al mismo tiempo más proclives a hacer un
infierno de la tierra. Esta bondad aguijonea con un insulto intolerable. Ser “curados” en
contra de nuestra voluntad y curados de estados a los que podemos no considerar
como una enfermedad es ser colocado en el nivel de aquellos que no han alcanzado
aún la edad de la razón o aquellos que nunca la alcanzarán; ser categorizado junto a
los infantes, los imbéciles, y los animales domésticos. [5]

A lo largo de sus libros, defendió los derechos y la santidad de los individuos contra la
tiranía no sólo porque se oponía al mal, sino porque consideraba que una vida en
libertad—incluyendo tanto a la libertad social como la económica—es esencial:
“Considero que un hombre es más feliz, y feliz de una manera más rica, si ha “nacido
libre de mente”. Pero dudo que pueda tener esto sin la independencia económica, que
la nueva sociedad está aboliendo. La independencia económica permite una educación
no controlada por el gobierno; y en la vida adulta es el hombre quien no precisa, ni
pide, nada de un gobierno que pueda criticar sus actos y chasquear los dedos ante su
ideología”. [6]
Como Rodney Stark analiza en su libro “The Victory of Reason, [7] Marco Tulio
Cicerón y otros habían contemplado el concepto de uno mismo (individualismo) y del
libre albedrío antes de la era cristiana, pero no fue hasta que Jesús personalmente
afirmó con palabras y hechos el concepto de la igualdad moral universal ante Dios y la
responsabilidad para con El y hasta que los teólogos cristianos hicieron de ella una
característica central de su doctrina, que los derechos de todos y cada uno fueron
defendidos y la esclavitud fue condenada. Este audaz progreso en el pensamiento tuvo
su origen en parte en la idea revolucionaria del individualismo metodológico aplicada al
estudio del comportamiento humano, en donde el individuo es considerado primario.
Como señala Jon Elster, “La unidad elemental de la vida social es la acción humana
individual. Explicar las instituciones sociales y el cambio social es mostrar cómo surgen
como resultado de las acciones y la interacción de los individuos. Este punto de vista,
al que menudo se refiere como individualismo metodológico, es en mi opinión una
verdad trivial”. [8] El economista de la escuela austríaca Murray Rothbard escribió
de manera similar: “El axioma fundamental, entonces, para el estudio del hombre es la
existencia de la conciencia individual”. [9] Ludwig von Mises agregó además, que “el
colectivo no tiene existencia ni realidad salvo en las acciones de los individuos. Cobra
existencia por las ideas que mueven a los individuos a comportarse como miembros de
un grupo definido y deja de existir cuando el poder persuasivo de estas ideas
aminora”. [10] Y Stark ha señalado que a pesar de que casi cualquier otra cultura y
religión anteriores veían a la sociedad humana en términos de la tribu, la polis, o el
colectivo, “es el individuo quien era el tema central del pensamiento político cristiano,
y esto, a su vez, dio forma explícitamente a las opiniones de los filósofos políticos
europeos posteriores”. [11]

Este enfoque produjo un cambio radical en un mundo donde, a pesar de notables pero
limitadas excepciones de descentralización política, la esclavitud y el despotismo casi
universal e inquebrantable han gobernado [12], donde las personas eran tratadas
como meros miembros de un grupo sin derechos. Con el cristianismo, cada persona es
“un hijo de Dios” o un objeto sagrado (res sacra homo) que posee libre albedrío y es
individualmente responsable de las decisiones que él o ella toman. En esta
tradición, Tomás de Aquino afirmó: “Un hombre puede también dirigir y gobernar sus
propias acciones. Por lo tanto la criatura racional participa de la providencia divina no
sólo siendo gobernado, sino también gobernando”. [13]

La ley natural
Trabajando a partir de estos antecedentes cristianos, Lewis destacó la importancia de
la ley natural de la ética moral, un código de conciencia moral que es ineludible y
define a cada persona como humana. Tal moralidad existe por sí misma, independiente
de las elecciones subjetivas o experiencias, así como uno puede comprender la
perogrullada inherente de las matemáticas o las leyes naturales de la física como la de
gravedad. Lewis se inspiró en las ideas de la ley natural de pensadores como el apóstol
Pablo, Agustín, Magno, Santo Tomás, Cicerón, Grocio, Blackstone, Acton, y Locke, y
consideró que los rechazos modernistas a esos trabajos eran fundamentalmente
erróneos. En particular, tanto la noción de “sentido común” (sensus communis) de
Santo Tomás tal como es descripta en su Summa Theologica como el legado del
teísmo racional encontrado en ciertos escritores judíos, islámicos, cristianos y paganos
—el sistema filosófico medular Occidente—tuvieron un poderoso efecto sobre Lewis.
Para él, la cultura del “modernismo” no es sólo una aberración histórica de este
“sentido común”, sino una profunda amenaza a la búsqueda de la verdad, la bondad y
la propia civilización.

Este “sentido común”, o la noción de Lewis de la racionalidad común, consistía en


parte en la comprensión intrínseca de cada individuo de un orden legal objetivo,
universal y natural de la verdad y la moral (la “ley natural”, o lo que Lewis llamaba
el “Tao” [14]), en base al cual él o ella discierne, elige y actúa. [15] Para Lewis, cada
individuo responde a, y puede llegar a conocer y experimentar, esta realidad externa
de la verdad—es un “conocimiento común”. Esta idea es similar a la visión de Adam
Smith, tal como la expresó en su libro de 1759 The Theory of Moral Sentiments, al
afirmar que los individuos nacen con una conciencia moral innata y un “simpatía” por
el bienestar de los demás y pueden conservarlas siguiendo la ley natural [16].

Lewis afirmó también que

[S]i un hombre concurre a una biblioteca y pasa algunos días con la Enciclopedia de la
Religión y la Etica, pronto descubrirá la unanimidad masiva de la razón práctica del
hombre. Desde el himno babilónico a Samos, de las Leyes de Manu, el Libro de los
Muertos, las Analectas [de Confucio], los estoicos, los plantonistas, desde los
aborígenes australianos y los Pieles Rojas, recavará las mismas denuncias
triunfalmente monótonas de opresión, asesinato, traición y falsedad, los mismos
mandatos de bondad para los ancianos, los jóvenes, y los débiles, de caridad e
imparcialidad y honestidad. Puede estar un poco sorprendido (yo ciertamente lo
estuve) al descubrir que los preceptos de la misericordia son más frecuentes que los
preceptos de la justicia; pero ya no tendrá duda de que existe tal cosa como la ley de
la naturaleza. . . . . . [E]l pretexto de que somos presentados con un mero caos—
aunque no se insinue esbozo alguno de un valor universalmente aceptado—es
simplemente falso y debe ser contradicho a tiempo y a destiempo donde quiera que se
lo encuentre. Lejos de encontrar un caos, hallamos exactamente lo que deberíamos
esperar si el bien es en verdad algo objetivo y la razón el órgano mediante el cual es
aprehendido—es decir, un acuerdo sustancial con considerables diferencias locales de
énfasis y, tal vez, ningún código que lo incluya todo. [17]

Lewis señaló que lo que es común a todos estos conceptos es algo crucial: “Es la
doctrina del valor objetivo, la creencia de que ciertas actitudes son realmente
verdaderas, y otras efectivamente falsas, para la clase de cosa que es el universo y la
clase de cosas que somos. . . . Ninguna emoción es, en sí misma, una sentencia; en
ese sentido todas las emociones y sentimientos son ilógicos. Pero pueden ser
razonables o no razonables en la medida en que sean conformes a la razón o fallen en
ajustarse a ella. El corazón nunca ocupa el lugar de la cabeza: pero puede, y debería
obedecerle”. [18]

De por sí, Lewis rechazó firmemente la idea de que sólo aquellos que son cristianos
pueden entender o ser morales porque la ley natural es fundamental para la existencia
humana y sirve como base para la elección humana. Señaló que si solo los cristianos
fuesen capaces de ser morales o de entender la moral, entonces existiría un dilema
inviable por el cual nadie que no fuese ya un cristiano sería persuadido de ser (o ni
siquiera ser capaz de volverse) moral, y por lo tanto nadie se convertiría jamás en
cristiano. “A menudo se afirma que el mundo debe retornar a la ética cristiana a fin de
preservar la civilización. Aunque yo mismo soy un cristiano, e incluso un cristiano
dogmático al margen de las reservas modernistas y comprometido con el
supernaturalismo en todo su rigor, me hallo incapaz de tomar mi lugar al lado de los
partidarios de [éste] punto de vista. Está lejos de mi intención negar que encontramos
en la ética cristiana una profundización, una internalización, algunos cambios de
énfasis en el código moral. Pero sólo una ignorancia grave de la cultura judía y pagana
llevaría a alguien a la conclusión de que es algo radicalmente nuevo”. [19]

Lewis sostuvo que una ley moral natural es conocida por todos, y este código moral
natural es ineludible; es la base para todos los juicios morales. Sus verdades
fundacionales tales como “interesarse por los demás es algo bueno”, “debería hacerse
el bien y evitarse el mal”, “morir por una causa justa es algo noble”—son
comprendidas independientemente de la experiencia, del mismo modo que sabemos
que 2 + 2 = 4.

Como declaró Pablo: “Cuando los gentiles hacen por naturaleza lo que exige la ley, son
ley para sí mismos, aunque no tengan ley, ya que demuestran que los requisitos de la
ley están escritos en sus corazones, sus conciencias también dan testimonio, y sus
pensamientos están ahora acusándolos, ahora incluso defendiéndolos”. [20]

En su libro The Discarded Image, Lewis demostró que la declaración de Pablo se


ajusta por completo a la opinión de que la moralidad está determinada por la “recta
razón” o la idea estoica de la ley natural: “[L]os estoicos creían en una ley natural a la
que todos los hombres racionales, en virtud de su racionalidad, veían como obligatoria
para ellos. La declaración [de] San Pablo en la Epístola a los Romanos (2:14) de que
hay una ley ‘escrita en los corazones’ incluso de los gentiles que no conocen ‘la ley’
está en plena conformidad con la concepción estoica, y sería por siglos así entendida.
Tampoco, durante esos siglos, la palabra ‘corazones’ ha tenido asociaciones
meramente emocionales. La palabra hebrea que San Pablo representa al
utilizar kardia sería mejor traducida como ‘mente’”. [21]

Lewis planteó argumentos similares en sus libros The Problem of Pain y Christian


Reflections. [22]

Sin embargo, como todos los defensores del derecho natural, tuvo cuidado en señalar
que la ley natural no ofrece soluciones fáciles ni precisas a todas los interrogantes.
Haciéndose eco de la Etica a Nicómaco de Aristóteles, observó que “las decisiones
morales no admiten certeza matemática”. [23]

El relativismo moral y el utilitarismo

De importancia central en la discusión de Lewis sobre el derecho natural es su crítica al


relativismo moral del utilitarismo (“el fin justifica los medios”) como una teoría de la
ética y guía para el comportamiento. Lewis sostenía que los preceptos de la ética moral
no pueden simplemente ser innovados o improvisados sobre la marcha. Seleccionar y
escoger entre el código del Tao es inherentemente necio y perjudicial. Señalaba, por
ejemplo, que los intentos de definir a la ética moral como el producto de un fisicalismo
de la supervivencia y el instinto plantea un profundo dilema. Por un lado, el utilitarista
(o “innovador”, como lo llamaba Lewis) trata de hacer juicios de valor de las elecciones
humanas mediante la afirmación de que una decisión es buena o no. Pero, ¿sobre qué
base fue hecha esta valoración si el único estándar que existe es el instinto? Lewis
demuestra que todas estas valoraciones deben necesariamente emplear un estándar
objetivo del Tao para hacerlo, aunque sea de manera parcial. Como declaró,

El innovador. . . coloca en una alta posición a las pretensiones de la posteridad. No


puede obtener ninguna pretensión válida para la posteridad por instinto o (en el
sentido moderno) la razón. En verdad, está derivando nuestro deber para con la
posteridad del Tao; nuestro deber de hacer el bien a todos los hombres es un axioma
de la razón práctica, y nuestro deber de hacer el bien a nuestros descendientes es una
deducción clara de ella. Pero entonces, en todas las formas del Tao que ha llegado
hasta nosotros, junto al deber para con los hijos y descendientes yace el deber para
con los padres y los ancestros. ¿Con qué derecho rechazamos uno y aceptamos al
otro? . . . [E]l innovador puede situar primero al valor económico. Lograr que la gente
esté alimentada y vestida es un fin grandioso, y en pos de él, los escrúpulos acerca de
la justicia y la buena fe pueden ser apartados. El Tao, por supuesto, está de acuerdo
con él respecto de la importancia de hacer que la gente esté alimentada y vestida. A
menos que el innovador estuviese él mismo utilizando el Tao nunca podría haber
sabido de ese deber de justicia y buena fe que está dispuesto a desacreditar. ¿Cuál es
su justificación? Puede ser un jingoísta, un racista, un nacionalista extremo, que
sostenga que el progreso de su propio pueblo es el objeto al cual todo lo demás debe
ceder. Pero ningún tipo de observación fáctica y ninguna apelación al instinto le darán
un fundamento para esta opinión. Una vez más, está de hecho derivándola del Tao: un
deber para con nuestra propia familia, porque ellos son nuestra propia descendencia,
es una parte de la moral tradicional. Pero al lado de ella en el Tao, y limitándola, se
encuentran las inflexibles demandas de justicia, y la regla de que, en el largo plazo,
todos los hombres son nuestros hermanos. [24]

Lewis describió por lo tanto al derecho natural como un estándar objetivo cohesivo e
interrelacionado de la conducta correcta:

Esto a lo que he denominado por conveniencia el Tao, y que otros pueden llamar
derecho natural o moral tradicional o los primeros principios de la razón práctica o las
primeras banalidades, no es uno entre una serie de posibles sistemas de valor.
Es la única fuente de todos los juicios de valor. Si es rechazada, todos los valores son
rechazados. Si algún valor es retenido, ella es retenida. El esfuerzo por refutarla y
plantear un nuevo sistema de valores en su lugar es contradictorio en sí mismo. Nunca
ha habido, y nunca habrá, un juicio de valor radicalmente nuevo en la historia del
mundo. Los que pretenden ser sistemas nuevos o (como ahora los llaman)
“ideologías”, consisten todos de fragmentos del propio Tao. Arrancados arbitrariamente
de su contexto en el todo y luego llevados a la locura en su aislamiento, aún así deben
al Tao y sólo a él la validez que poseen. Si mi deber para con mis padres es una
superstición, también lo es deber con la posteridad. Si la justicia es una superstición,
entonces también lo es mi deber para con mi país o mi raza. Si la búsqueda del
conocimiento científico es un valor real, entonces también lo es la fidelidad conyugal.
[25]

Lewis preguntó luego, si dado que ningún nuevo sistema de juicio de valor al margen
del derecho natural puede ser desarrollado, ¿significa ello que “ningún progreso en
nuestras percepciones de valor puede llevarse a cabo jamás? ¿Que estamos sujetos
por siempre a un código inmodificable concedido de una vez por todas? . . . Si
agrupamos, como lo he hecho, a las morales tradicionales de Oriente y Occidente, la
cristiana, la pagana y la judía, ¿no encontraremos muchas contradicciones y algunos
absurdos?” Su respuesta simple: “Admito todo esto. Algunas críticas, alguna supresión
de contradicciones, incluso algunos avances reales, son requeridos. . . . Pero la ética
nietzscheana sólo puede ser aceptada si estamos listos para descartar a la moral
tradicional como un mero error y colocarnos luego en una posición en la cual no
podemos encontrar fundamento alguno para ningún juicio de valor en absoluto. . . .
Desde dentro del propio Tao proviene la única autoridad para modificar el Tao”. [26]

Libertad e Igualdad

Como proponente del derecho natural, Lewis era un partidario de la “ley de igual
libertad"” pero un firme crítico del igualitarismo impuesto por cualquier motivo.
Entendía además que el igualitarismo es con demasiada frecuencia un cobijo para la
envidia (el pecado de la codicia) y que tales simpatías por la regimentación son
tiránicas:

La exigencia de igualdad tiene dos fuentes; una de ellas se encuentra entre las más
nobles, la otra es la más baja de las emociones humanas. La fuente noble es el deseo
de juego limpio. Pero la otra fuente es el odio de la superioridad. . . . La igualdad
(fuera de las matemáticas) es una concepción puramente social. Se aplica al hombre
como un animal político y económico. No tiene cabida en el mundo de la mente. La
belleza no es democrática; se revela más a los pocos que a los muchos, más a los
solicitantes persistentes y disciplinados que a los muchos, más a los solicitantes
persistentes y disciplinados que a los distraídos. La virtud no es democrática; ella es
lograda por aquellos que la buscan más calurosamente que la mayoría de los hombres.
La verdad no es democrática; ella exige talentos especiales y una laboriosidad especial
en aquellos a los que ella otorga sus favores. La democracia política está condenada al
fracaso si se trata de extender su exigencia de igualdad en estas esferas superiores. La
democracia ética, intelectual, o estética está muerta. Una educación verdaderamente
democrática—una que preserve la democracia—debe ser, en su propio campo,
despiadadamente aristocrática, desvergonzadamente “erudita”. [27]

También reconoció la diferenciación innata de los individuos y cómo la singularidad de


cada alma individual es de origen divino: “Es inútil decir que los hombres son de igual
valor. Si el valor es tomado en un sentido mundano—si queremos decir que todos los
hombres son igualmente útiles o bellos o buenos o entretenidos—entonces esta es una
tontería. . . . Si existe igualdad, es en Su amor, no en nosotros. . . . De esta manera
entonces, la vida cristiana defiende la personalidad única de la colectiva, no aislándolo
sino dándole el estatus de un órgano en el Cuerpo Místico”. [28]

En un trabajo anterior, [29] analicé el rechazo de Lewis del determinismo de la


causalidad tanto genética como ambiental para la humanidad. En la llamada
perspectiva modernista, el hombre no es visto como un agente moral sino como una
entidad que está condicionada únicamente por causas no racionales, y todo lo que
importa no es “¿qué es justo?” sino el utilitario “¿qué funciona?” Si el hombre tiene
libre albedrío y es considerado responsable de sus acciones, hay límites al poder del
Estado. Pero si los individuos actúan por necesidad, no son agentes morales. En el
lugar del castigo por el obrar “equivocado”, la prevención se convierte en el medio de
control social. Como es defendido por los autoritarios de derechas e izquierdas, el
Estado simplemente elimina la elección del individuo o, más exactamente, elige por él
o ella. Y esta eliminación es la base del “progresista” principio preventivo y de las
medidas gubernamentales de “censura previa” basadas en él. Lewis debatió este
problema en profundidad en The Abolition of Man así como en diversos ensayos,
entre ellos “The Humanitarian Theory of Punishment.”

El colectivismo y el estatismo

Lewis consecuentemente estableció una clara distinción entre la realidad de la


importancia de la libertad individual y las tendencias a caer presa de los absurdos y los
peligros del colectivismo:
La primera de estas tendencias es la creciente exaltación de lo colectivo y la creciente
indiferencia por las personas. . . . si uno tuviese que inventar una expresión para
“seres sin pecado que aman a su prójimo como a sí mismos” sería apropiado no
emplear palabras como “mi”, “yo” y “otros pronombres e inflexiones personales”. En
otras palabras. . . no existe diferencia entre las dos soluciones opuestas al problema
del egoísmo: entre el amor (que es una relación entre personas) y la abolición de las
personas. Nada más que un Tú puede amar y un Tú sólo puede existir para un Yo. Una
sociedad en la que nadie fuese consciente de sí mismo como una persona frente a
otras personas, donde nadie pudiese decir “Te amo”, sería, en efecto, libre de
egoísmo, pero no a través del amor. Sería tan “desinteresada” como lo es un balde de
agua. . . . [En tal caso] el individuo no importa. Y por lo tanto, cuando realmente se
eche a andar. . . no importará lo que usted le haga a un individuo.

En segundo lugar, tenemos la aparición de “el Partido” en el sentido moderno—los


fascistas, los nazis o los comunistas. Lo que lo distingue de los partidos políticos del
siglo diecinueve es la creencia de sus miembros de que no se encuentran meramente
tratando de implementar un programa, sino que están obedeciendo a una fuerza
importante: que la Naturaleza o la Evolución, o la Dialéctica, o la Raza, los están
conduciendo. Esto suele ir acompañado de dos creencias. . . la creencia de que el
proceso que encarna el Partido es inevitable, y la creencia de que llevar adelante este
proceso es el deber supremo y algo que deroga todas las leyes morales comunes. En
este estado de ánimo los hombres pueden convertirse en adoradores del diablo en el
sentido de que ahora pueden honrar, así como obedecer, a sus propios vicios. Todos
los hombres a veces obedecen a sus vicios: pero es cuando la crueldad, la envidia y la
lujuria del poder aparecen como los comandos de una gran fuerza súper personal que
pueden ser ejercidos con la auto-aprobación. [30]

Lewis comprendía que sin este necesario encuadre de la ley natural de la cultura
social, jurídica y política, la humanidad dejaría de ser reconocida como digna de
derechos o incluso de la decencia común, y en cambio quedaría indefensa ante
cualquier forma de opresión:

Nuestros tribunales, estoy de acuerdo, “han tradicionalmente representado al hombre


común y la visión común de la moralidad”. Es cierto que debemos extender el término
“hombre común” para abarcar a Locke, Grocio, Hooker, Pynet, Santo Tomás de
Aquino, Justiniano, los estoicos y Aristóteles, pero no tengo ninguna objeción a ello; en
el sentido más importante, y para mí glorioso, todos ellos fueron hombres comunes.
Pero toda esa tradición está vinculada a las ideas del libre albedrío, la responsabilidad,
los derechos, y el gobierno de la naturaleza. ¿Podrá ella sobrevivir en tribunales
penales cuya práctica penal subordina diariamente al “desamparado” a la terapia y la
protección de la sociedad? . . . Porque si no me engaño, todos estamos en este
momento ayudando a decidir si la humanidad conservará todo lo que hasta ahora ha
hecho que la humanidad valga la pena ser preservada, o si debemos deslizarnos hacia
la sub-humanidad imaginada por el Sr. Aldous Huxley y George Orwell y parcialmente
consumada en la Alemania de Hitler. [31]

Por lo tanto nosotros tenemos la base para el cientificista “valiente nuevo mundo” en el
cual el ciudadano y el gobierno se vuelven esclavo y amo, exactamente lo que Lewis
criticó en su ensayo “Is Progress Possible? Willing Slaves of the Welfare State”. Y, por
supuesto, todo lo que esto significa es la eliminación de lo que hace humana a la
humanidad en primer lugar. Como Lewis explicó el problema: “La cuestión se ha
tornado en si podemos descubrir alguna manera de someternos al paternalismo
mundial de una tecnocracia sin perder toda la privacidad y la independencia personal.
¿Hay alguna posibilidad de obtener la miel del Súper Estado de Bienestar y evitar el
aguijón? No nos equivoquemos respecto del aguijón. . . . Para vivir su vida a su
manera, para llamar a su casa su castillo, para disfrutar de los frutos de su propio
trabajo, para educar a sus hijos como su conciencia lo indique, para ahorrar para la
prosperidad de ellos después de su muerte—estos son deseos profundamente
arraigados en el hombre civilizado”. [32]

Esto tema se repite en toda la obra de Lewis, tanto en las de ficción como las de no-
ficción. Por ejemplo, en That Hideous Strength, el tercer volumen de su Space
Trilogy,describe un mundo desconcertante en el que una élite científica crea un
sistema totalitario con el fin de diseñar coercitivamente una nueva humanidad a través
del Instituto Nacional de Experimentos Coordinados, o I.N.E.C. (N.I.C.E. en inglés)
para abreviar. Los burócratas y planificadores del I.N.E.C. son exactamente lo que él
había atacado anteriormente en su magistral libro The Abolition of Man.

Y en la novela de Lewis The Screwtape Letters, el demoníaco Screwtape instruye a


su discípulo Wormwood a inducir a error a su “paciente” humano con el enrevesado
concepto “progresista” de “justicia social” a fin de torcer lo que parece ser bueno en
malo y seducir a la persona en el pecado: “Por otra parte deseamos, y lo deseamos
mucho, hacer que los hombres traten a la cristiandad como un medio;
preferiblemente, por supuesto, como un medio para su propio progreso, pero, en su
defecto, como un medio para cualquier cosa—incluso para la justicia social. Lo que hay
que hacer es conseguir que un hombre en un primer momento valore a la justicia
social como algo que el Enemigo [Dios] exige, y luego colocarlo en la etapa en la que
valore a la cristiandad porque ella puede generar justicia social. El Enemigo no será
utilizado como una ventaja”. [33]

El cientificismo

Para Lewis, la ciencia debería ser una búsqueda del conocimiento, y lo


desvelaba el hecho de que en los tiempos modernos la ciencia sea
utilizada con demasiada frecuencia por algunos como una búsqueda del
poder sobre los demás. Lewis no negaba que la ciencia fuese una
herramienta sumamente importante para comprender al mundo natural,
pero su punto más importante es que la ciencia no puede decirnos nada
que en última instancia sea importante con respecto a qué
opciones deberíamos escoger. En otras palabras, Lewis muestra que “lo
que es” no indica “lo que debería” ser. Los científicos por sí solos no son
capaces de abordar la ética moral, y todas las cuestiones sociales y
políticas son exclusivamente cuestiones de moralidad. Lewis, además,
consideraba como no-ciencia, o cientificismo, a todas aquellas disciplinas
que intentan replicar el método científico para analizar al hombre: “[L]a
nueva oligarquía debe basar cada vez más su pretensión de
planificarnos en su pretensión de conocimiento. . . . Si vamos a ser
criados por una madre, esa madre es la que más debe saber. . . . La
tecnocracia es la forma a la que una sociedad planificada debe tender.
Hoy en día le temo a los especialistas en el poder porque son
especialistas que hablan más allá de sus temas específicos. Dejemos
que los científicos nos digan acerca de la ciencia. Pero el gobierno
involucra cuestiones sobre lo que es bueno para el hombre, y la justicia,
y qué cosas valen la pena tener y a qué precio; y sobre esto una
formación científica no le confiere a la opinión de un hombre ningún
valor agregado”. [34]

Lewis sentía todavía más “pavor del gobierno en el nombre de la


ciencia”. Para él, la conexión era clara: “Así es como hacen su aparición
las tiranías”.

En cada época los hombres que nos quieren bajo su pulgar, si tienen
buen tino, plantearán esa particular pretensión con las esperanzas y los
temores que esa época estime más potentes. . . . Debemos dar la
debida importancia a la afirmación de que nada más que la ciencia, y la
ciencia globalmente aplicada, y por ende controles gubernamentales sin
precedentes, puede producir estómagos llenos y atención médica para
toda la raza humana: en síntesis, nada sino un Estado de Bienestar
mundial. Es un pleno reconocimiento de estas verdades lo que en la
actualidad me convence del extremo peligro de la humanidad. Tenemos
por un lado necesidades desesperadas: el hambre, la enfermedad y
temor de la guerra. Tenemos, por el otro, la concepción de algo que
puede hacerles frente: una omnipotente tecnocracia global. ¿No son
estas una oportunidad ideal para la esclavitud? . . . El interrogante sobre
el progreso se ha convertido en la cuestión de si podemos descubrir a
nivel mundial alguna manera de subsumirnos ante el paternalismo de
una tecnocracia sin perder toda la privacidad y la independencia
personal. . . . Todo lo que realmente puede suceder es que algunos
hombres se harán cargo del destino de los demás. Serán simplemente
hombres; ninguno perfecto, algunos codiciosos, crueles y deshonestos.
Cuanto más completamente planificados nos encontremos, más
poderosos serán ellos. ¿Habremos descubierto alguna nueva razón por
la cual, esta vez, el poder no debería corromper como lo había hecho
antes? [35]
Cuando el biólogo marxista J.B.S. Haldane en su artículo “Auld Hornie,
FRS” cuestionó a Lewis por estar en contra de la ciencia y en contra de
un “mundo planificado” en su Space Trilogy (“La idea del Sr. Lewis es
lo suficientemente clara. La aplicación de la ciencia a los asuntos
humanos sólo puede conducir al infierno”), Lewis escribió lo siguiente en
“A Reply to Professor Haldane” (“Una respuesta al profesor Haldane”):

Ciertamente es un ataque, no contra los científicos, sino contra algo que


podría ser denominado el “cientificismo”—una cierta perspectiva sobre el
mundo que está casualmente conectada con la popularización de las
ciencias, aunque es mucho menos común entre los verdaderos
científicos que entre sus lectores. Es, en una palabra, la creencia de que
el fin moral supremo es la perpetuación de nuestra propia especie, y
que ella debe ser perseguida aun cuando, en el proceso de tornarnos
aptos para sobrevivir, nuestra especie tenga que ser despojada de todos
las cosas por las cuales la valoramos—de la compasión, de la felicidad y
de la libertad. . . . En las condiciones modernas cualquier invitación
efectiva al infierno aparecerá sin duda bajo el disfraz de la planificación
científica—como de hecho hizo el régimen de Hitler. Todo tirano debe
comenzar por afirmar que posee lo que sus víctimas respetan y darles lo
que desean. En gran parte de los países, las mayorías respetan a la
ciencia y desean ser planificados. Y por ende, casi por definición, si
algún hombre o grupo desease esclavizarnos obviamente la describirá
como una “democracia científicamente planificada”. Razón de más para
observar con mucha atención a todo lo que ostente ese rotulo.

Mis temores de una tiranía así le parecerán al profesor poco sinceros o


pusilánimes. Para él, el peligro se encuentra absolutamente en la
dirección opuesta, en el caótico egoísmo del individualismo. Debo tratar
de explicar por qué le temo más a la crueldad disciplinada de alguna
oligarquía ideológica. El profesor tiene su propia explicación de esto; él
cree que me encuentro inconscientemente motivado por el hecho de que
tengo “mucho que perder con el cambio social”. Y en verdad sería difícil
para mí dar la bienvenida a un cambio que podría enviarme a un campo
de concentración. [36]
 

El poder corrompe

Como la forma de gobierno más consistente con su estudio del derecho natural y la
naturaleza del hombre, Lewis optó por la democracia (no el “mayoritarianismo”, sino el
auto-gobierno como en Democracy in America de Alexis de Tocqueville),
considerándola la estructura política menos mala. No obstante, la misma debería ser
establecida solamente con el fin de limitar el poder político centralizado: “Soy un
demócrata porque creo en la imperfección del hombre”—o más precisamente, que el
hombre es libre de elegir el bien o el mal. Sin embargo, se daba cuenta de que

la mayoría de la gente es demócrata por la razón opuesta. Gran parte del entusiasmo
democrático se origina en las ideas de personas como Rousseau, que creían en la
democracia porque consideraban que la humanidad era tan sabia y buena que todo el
mundo merecía participar del gobierno. El peligro de defender la democracia en base a
esos motivos es que no son ciertos. Y siempre que su debilidad queda expuesta,
quienes prefieren la tiranía capitalizan esa exposición. Encuentro que no son ciertos sin
mirar más allá de mí mismo. No merezco participar del gobierno de un gallinero,
mucho menos de una nación. Tampoco lo merece la mayor parte de las personas—
todos los que creen en la publicidad, y piensan en muletillas y esparcen rumores. La
verdadera razón para estar a favor de la democracia es justamente lo contrario. El
hombre es tan imperfecto que a ninguno se le puede confiar un poder sin límites sobre
sus semejantes. Aristóteles afirmaba que algunas personas sólo eran aptas para ser
esclavos. Yo no lo contradigo. Pero rechazo la esclavitud porque no veo a ningún
hombre apto para ser amo. [37]

En su libro The Weight of Glory, señaló de manera similar la necesidad de restringir


radicalmente las facultades del gobierno, parafraseando el axioma de Lord Acton sobre
la influencia corruptora del poder:

Creo en la igualdad política. Pero hay dos razones opuestas para ser un demócrata.
Usted puede pensar que todos los hombres son tan buenos que merecen una
participación en el gobierno de la nación, y tan sabios que la nación necesita su
consejo. Es decir, en mi opinión, la doctrina falsa y romántica de la democracia. Por
otra parte, usted puede creer que los hombres imperfectos son tan malvados que a
ninguno se le puede confiar algún poder irresponsable sobre sus semejantes. Ese creo
que es el verdadero fundamento de la democracia. No creo que Dios crease un mundo
igualitario. . . . [D]ado que hemos pecado, hemos descubierto, como dice Lord Acton,
que “todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. El único
remedio ha sido quitarles los poderes y sustituirlos por una ficción legal de igualdad. . .
. La teocracia ha sido abolida con razón no porque es malo que los sacerdotes debieran
regir a los laicos ignorantes, sino porque los sacerdotes son hombres malvados como
el resto de nosotros. [38]

Y fue aún más lejos en su condena de la teocracia, declarando: “Detesto todo tipo de
compulsión religiosa: ¡el otro día no más me encontraba escribiendo una airada carta
a The Spectator” acerca de los desfiles de la Iglesia con la Guardia Urbana!” [39]

Para Lewis, la igualdad legal en virtud de la democracia enriquece la vida única y


espiritual de cada individuo: “Bajo la necesaria cobertura exterior de la igualdad legal,
todo la danza jerárquica y la armonía de nuestras profundas y gozosamente aceptadas
desigualdades espirituales deberían vivir. Está allí, por supuesto, en nuestra vida como
cristianos: allí, como laicos, podemos obedecer—máxime porque el sacerdote no tiene
autoridad sobre nosotros en el plano político”. [40]

Pero Lewis comprendía plenamente que la democracia, si no está controlada, se torna


igualitarismo y pisoteará la libertad como una fuerza colectivista a favor del mal
mediante la celebración del orgullo y la envidia mientras fomenta la tiranía. El
demoníaco Screwtape de Lewis, esta vez en “Screwtape Proposes a Toast”, explica
una vez más de manera muy elocuente cómo esto mismo ha acontecido
históricamente, incluso en la supuesta búsqueda de la libertad:

Oculto en el corazón de esta lucha por la Libertad se hallaba también un profundo odio
a la libertad personal. Aquel que el invaluable Rousseau fue el primero en revelar. En
su democracia perfecta, solamente la religión del Estado está permitida, la esclavitud
es restaurada, y al individuo se le dice que lo que realmente ha deseado (aunque él no
lo sabía) es cualquier cosa que el gobierno le diga que haga. Desde ese punto de
partida, a través de Hegel (otro propagandista indispensable de nuestro bando),
fácilmente pergeñamos tanto al Estado nazi como al comunista. Incluso en Inglaterra
fuimos muy exitosos. Oía el otro día que en ese país un hombre no podía, sin un
permiso, talar su propio árbol con su propia hacha, convertirlo en tablas con su propia
sierra, y emplear las tablas para construir un cobertizo para herramientas en su propio
jardín.

En la raíz de la tiranía en desarrollo se encuentra lo que muchas personas menos


podrían esperar—la democracia y el igualitarismo:

Democracia es la palabra con la que debes conducirlos por la nariz. . . . Y por


supuesto, está relacionada con el ideal político de que los hombres deberían recibir el
mismo trato. A continuación, haces una sigilosa transición en sus mentes desde este
ideal político a la creencia fáctica de que todos los hombres son iguales. Especialmente
el hombre sobre el que estás trabajando. Como resultado de ello puedes utilizar la
palabra democracia para sancionar en su pensamiento lo más degradante (y también
lo menos agradable) de los sentimientos humanos. Puedes lograr que practique, no
sólo sin vergüenza, sino con un brillo positivo de auto-aprobación, aquellas conductas
que, si no estuviesen defendidas por la palabra mágica, serían universalmente
ridiculizadas. . . .A los [z]opencos y holgazanes no debiera hacérselos sentir inferiores
a los alumnos inteligentes e industriosos. Eso sería “antidemocrático”. . . .Y de todos
modos, los maestros—¿o debería decir, las enfermeras?—estarán demasiado ocupados
reconfortando a los zopencos y palmeándoles la espalda como para perder el tiempo
en la verdadera enseñanza. . . . esto no se dará a menos que toda la educación se
convierta en educación estatal. . . .las sanciones impositivas, diseñadas a tal efecto,
están liquidando a la clase media, la clase que se encontraba preparada para ahorrar y
gastar y hacer sacrificios para que sus hijos fuesen educados de manera privada. [41]

Aquellos que, como Screwtape, desean establecer sus propias reglas y extirpar la
libertad

deben percatarse. . . que la “democracia” en el sentido diabólico (soy tan bueno como
tú, somos gente común, compañerismo) es el instrumento más apto con el que
podríamos contar para extirpar las democracias políticas de la faz de la tierra. . . . Es
nuestra tarea alentar el comportamiento, los modales, toda la actitud mental, que a las
democracias naturalmente les agradan y disfrutan, porque estas son las mismas cosas
que, si no son controladas, destruirán la democracia. . . . El derrocamiento de los
pueblos libres y la multiplicación de los Estados esclavistas son para nosotros un medio
(además, por supuesto, de ser divertidos); pero el verdadero fin es la destrucción de
los individuos. . . . El Soy tan bueno como tú, es un medio útil para la destrucción de
las sociedades democráticas. Pero tiene un valor mucho más profundo como un fin en
sí mismo, como un estado de ánimo que, excluyendo necesariamente a la humildad, la
caridad, el contento, y todos los placeres de la gratitud o la admiración, alejan a un ser
humano de casi todos los caminos que finalmente podrían conducirlo al cielo. [42]

Conclusión

Por sobre todas las cosas, Lewis fue un agudo observador del mundo en que vivía,
reconociendo de manera consistente las implicancias de cada avance de un galopante
socialismo en la Inglaterra posterior a la Segunda Guerra Mundial:

[L]a filosofía política implícita en la mayoría de las comunidades modernas. . . nos ha


robado sin que nos diésemos cuenta. Las dos guerras necesitaron de vastos recortes a
la libertad, y hemos crecido, aunque refunfuñando, acostumbrados a nuestras
cadenas. La creciente complejidad y precariedad de nuestra vida económica ha
obligado al gobierno a hacerse cargo de muchas esferas de la actividad que alguna vez
estuvieron en manos de la elección o del azar. Nuestros intelectuales se han rendido
primero a la filosofía esclavista de Hegel, luego a Marx, y finalmente a los analistas
lingüísticos. Como resultado, la teoría política clásica, con sus primordiales
concepciones estoicas, cristianas y jurídicas (la ley natural, el valor del individuo, los
derechos del hombre), ha muerto. El Estado moderno existe no para proteger nuestros
derechos, sino para hacernos el bien o hacernos buenos—de una u otra manera, para
hacer algo por nosotros o para hacernos algo. De ahí el nuevo nombre de “líderes”
para aquellos que alguna vez fueron “gobernantes”.. . . Somos menos sus súbditos
que sus protegidos, alumnos, o animales domésticos. No queda nada por lo que
podamos decirles “Métanse en tus asuntos”. Nuestras vidas enteras son sus asuntos.
[43]

En contraste directo con el relativismo moral, el utilitarismo, el colectivismo y el


autoritarismo de los “progresistas”, las profundas enseñanzas de los extensos escritos
de Lewis relativas a la libertad son absolutamente claras y de fundamental importancia
para cada hombre y mujer moderna:

Es facultad del hombre tratarse a sí mismo como un mero “objeto natural” y a sus
juicios de valor como materia prima para la manipulación científica para alterar a
voluntad. . . . La verdadera objeción es que si el hombre elige tratarse a sí mismo
como materia prima, materia prima será: no una materia prima para ser manipulada,
como él cariñosamente imaginaba, por sí mismo, sino por el mero apetito, es decir, la
mera naturaleza, en la persona de sus deshumanizados condicionadores. . . . O somos
un espíritu racional obligado a obedecer por siempre a los valores absolutos del Tao [la
ley natural], o bien somos mera naturaleza que es amasada y recortada con nuevas
formas para placer de amos que no deben, por hipótesis, tener motivo alguno salvo
sus propios impulsos “naturales”. Sólo el Tao proporciona una ley de acción humana
común que puede predominar por sobre los gobernantes y gobernados por igual. Una
creencia dogmática en el valor objetivo es necesaria para la idea misma de un
gobierno que no es la tiranía o de una obediencia que no es la esclavitud. . . . El
proceso que, si no es controlado, abolirá al hombre marcha a pasos agigantados entre
los comunistas y los demócratas no menos que entre los fascistas. Los métodos
pueden (al principio) diferir en la brutalidad. Pero muchos científicos con lentes,
muchos dramaturgos populares, muchos filósofos aficionados entre nosotros, significan
a la larga lo mismo que los gobernantes nazis de Alemania. [44]

En la serie de libros de Lewis “Las Crónicas de Narnia”, la tierra de Narnia está


regida por la sagrada Magia Profunda (o ley natural), y transgredir este código moral
es hacer el mal. Hacia el final del primer libro de la serie, El león, la bruja y el
armario (que se convirtió en la muy exitosa película de 2005), los niños Peter,
Susan, Edmund y Lucy asumen sus tronos que legítimamente les corresponden como
reyes y reinas de Narnia. Lewis describe la forma en que gobiernan durante la Edad de
Oro de Narnia y sus logros más importantes: “E hicieron buenas leyes y mantuvieron
la paz y salvaron a los arboles buenos de ser talados y eximieron a los jóvenes enanos
y a los jóvenes sátiros de ser enviados a la escuela y por lo general detuvieron a los
entrometidos e interferentes y alentaron a la gente común que deseaba vivir y dejar
vivir”. [45]

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