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NOTA BENE: Este es un material confeccionado por la cátedra ante la necesidad de adecuar
nuestras tareas tras el decreto del PEN que estipula AISLAMIENTO SOCIAL PREVENTIVO Y
OBLIGATORIO ante la crisis sanitaria que atravesamos por la diseminación del COVID-19.
Este material ha sido realizado sobre la marcha de los acontecimientos, sin la previsión que
hubiese requerido, en el marco de la superposición con tareas domésticas de cuidado, pero
apostando a la necesaria solidaridad que exige este momento, y asumiendo que el aislamiento
físico también implica multiplicar las formas de cuidado social a distancia, que en este caso
involucra instrumentar todas las medidas posibles para garantizar la cursada de la materia durante
este complicado cuatrimestre. Sepan disculpar fallas, límites y errores no previstos.
Estimadxs,
después de considerar y hasta ensayar algunas alternativas, por ahora prefiero dar
continuidad a esta modalidad de acompañarlxs con clases escritas. La idea de continuar con esta
estrategia tiene algunas razones principales: 1. necesitamos sin dudas ofrecerles algún
acompañamiento para leer, procesar, hilvanar, los materiales que les hemos dejado; 2. Ese
acompañamiento tiene que ser de acceso técnicamente simple, y tiene que exigir el mínimo de
conectividad y de soporte técnico en pantallas, parlantes, etc., y un archivo Word de texto es de lo
más simple y liviano; 3. Yo necesito un ámbito que, sin pretender remplazar al aula (¡ay, cómo nos
damos cuenta de lo irreductible del aula en estos días!), sin embargo permita lo que el aula
habilita: pensar en acto. En el aula se piensa, en un texto se piensa. Por ahora, no he podido
pensar en un audio, por lo que, por ahora, voy a seguir ensayando este medio escrito; 4. Porque
con un texto escrito como base creo que es más fácil proponerles participar en un foro de
discusión, lo ordena mejor que un audio o video; 5. Porque con la compañía del recurso del grupo
de whatsapp que hemos abierto podemos complementar bien este momento más reflexivo de
lectura de un material producido por la cátedra con esa comunicación más dinámica por el grupo,
que sí puede incluir audios breves de alguna eventual explicación mía, de algunas preguntas y
participaciones de ustedes…
Ustedes han leído ya el capítulo de Bozal, y habrán visto que es simple y bien claro (vayan
confirmándome esto en sus comentarios a esta clase: cómo van viendo la bibliografía), no tiene
mucho sentido que yo repita aquí. Sí que intente una síntesis y un enmarque.
Nuestra materia, ya desde su título, propone un lazo entre estética, crítica y modernidad.
Claro, dice crítica literaria, pero la crítica como ethos, ya lo sabíamos, es casi la definición misma
de lo “moderno”. Recuerden a Foucault: la Ilustración implica necesariamente a la crítica, a la
capacidad de juzgar (¡el Juicio! Ya volveremos sobre la relación entre estética-capacidad de juzgar-
modernidad, que es en centro de la apuesta kantiana), la capacidad, decía, de juzgar las
condiciones de nuestro presente histórico, y esa crítica, ese juicio sobre el presente, construye una
actitud (más que una doctrina: un ejercicio –esto dirá Kant literalmente del juicio de gusto: es un
ejercicio sin regla!) propia de la modernidad, un ethos que heroifica el presente (la “moda”, lo
“moderno”), y que sitúa en el corazón del sujeto “autónomo” a la crítica permanente de nuestro
ser histórico, la famosa “ontología crítica de nosotros mismos”. Este ethos de modernidad, como
ejercicio permanente de la crítica, constriñe a la tarea de elaborarse a sí mismo, a una “estética de
la existencia” que estuvo en el centro de los intereses del último Foucault.
Esta sería una primera vía para sugerir lo quiero sugerir: la relación entre estética, crítica y
modernidad no es una relación entre cosas que andarían sueltas por el mundo, y que en esta
materia se nos ocurre vincular. No: la relación entre los tres elementos que componen el título de
la materia es una relación inmanente: cada uno de ellos reenvía al otro por razones internas a su
propia constitución: la estética reenvía a la crítica, la crítica a la modernidad, la modernidad a la
estética. Me gustaría que pudieran entender esta relación interna entre los términos que
componen el nombre de la materia, y que lo hicieran en distintos sentidos y modulaciones.
Por eso, si nombré a Foucault, ahora voy a nombrar a otro enorme teórico que sé que
también ven en otras materias, para ubicarnos. Me refiero a Max Weber. Es de su teoría de la
secularización de donde derivan buena parte de las teorías de la modernidad. Y es que va a ser
importante que tengamos conciencia que el proceso de secularización, de “desencantamiento” del
mundo, está a la base, como trasfondo, de nuestro recorrido, de nuestro intento de dar cuenta del
surgimiento de la estética. Pues ese desencantamiento implica, para nuestro interés, algunas
consecuencias decisivas, que van a marcar todo el trayecto de la estética en la modernidad:
1. El “desencantamiento” implica la disolución de la fundamentación trascendente de lo
real, una disolución que conlleva necesariamente la pérdida del sentido unitario del
mundo que era propio del mundo clásico. Este moderno mundo mundanizado (y de aquí la
redención de lo sensible), y, por ello, fragmentado (y de aquí la reformulación estética de
la pregunta por la unidad), este mundo que, al perder su fundamento trascendente,
pierde también su consistencia unitaria (inmanencia y fragmento como destinos de lo
moderno), va a ser el objeto perdido de casi toda la reflexión estética en la modernidad
(incluso agregaría: no sólo de la modernidad romántica –aunque, por supuesto, la idea
romántica de una “religión del arte” ocupe de la manera más precisa este vacío que la
vacancia de lo divino deja a la modernidad): la estética piensa, en la modernidad, la
pérdida de mundo propia de la experiencia moderna. Tanto la redención inmanentista de
lo sensible cuanto el impulso antiburgués contra la segmentación de la experiencia y los
saberes estarán permanentemente como trasfondo de la estética (y la “educación
estética”) en la modernidad.
2. En este mundo secular y fragmentado, no hay un discurso que pueda dar cuenta de todos
los discursos: el desalojo de la trascendencia implica una fragmentación también de los
discursos que dan cuenta de lo real, de manera que la “racionalización” propia de la
modernidad histórica implica una progresiva diferenciación de las esferas de validez, como
repite siempre la tradición weberiana. Paradigmáticamente, esa diferenciación se produce
entre la esfera de la ciencia, la de la moral y la del arte. Así, verdad, bien y belleza, que el
mundo clásico reunía en el único recinto de los trascendentales aunados en la Idea, el
primer motor, o Dios, aquí se distinguen entre esferas cuyos criterios de validez dejan de
poder comunicarse entre sí, y las reglas que hacen válido a un discurso que se pretenda
“verdadero” nada tendrá que ver ya con las reglas que hacen válido a un discurso que se
pretenda “justo”, y por idénticas razones, la “autonomía” del discurso sobre lo “bello” se
asienta en este proceso de “racionalización” propio de la modernidad histórica.
Quisiera subrayar una tensión irresuelta en esta rápida recuperación de algunos rasgos de la teoría
de la secularización para nuestros intereses: si por un lado debemos decir que la estética moderna
es la estética “autónoma” que, en cuanto tal, se diferencia de las otras formas de validez discursiva
(la ciencia y la moral), por el otro debemos decir que la memoria de ese “mundo” clásico
concebido desde la consistencia de un sentido unitario sigue presente, en la sombra de su
ausencia moderna, en el “campo” de la estética a todo lo largo de su historia. Para ser más claros:
la secularización implica para la ciencia, la moral, y el arte, una diferenciación (autonomización) de
sus respectivas “esferas de validez”: la modernidad es un archipiélago de discursos sin metarrelato
trascendente que los unifique; pero, a la vez, la singularidad del “campo” estético es que ha sido el
que, en la modernidad histórica, más nítidamente ha conservado la memoria de esa experiencia
clásica de unidad del mundo. Conviven, así, en la estética moderna, su tendencia a la
diferenciación y su cuestionamiento de la diferenciación. Esta tensión es la que, en la clase
anterior, presentamos a partir de la diferencia entre “autonomía” y “soberanía” del arte: el primer
movimiento, el de la autonomía, muestra al arte moderno como parte del proceso de
racionalización, y es clave para entender toda la modernidad estética, impensable sin autonomía;
pero a la vez, el segundo movimiento, el de la soberanía, muestra al arte moderno como aquella
parte del proceso de modernización que canalizó una crítica al proceso de modernización mismo, y
se interrogó por las formas de reelaboración de un sentido clásico de experiencia (experiencia
total, digamos –vamos a llegar en algún momento al concepto de “obra de arte total” en este
curso) en medio de las condiciones de la historia moderna.
Inmanencia(-trascendecia) y fragmento(-totalidad); redención de lo sensible y memoria de
la unidad ausente; ruptura de las jerarquías de un mundo unitario y exploración de formas
modernas (no jerárquicas) de unidad; autonomía y soberanía: nociones y lugares del pensamiento
que nos van a acompañar a todo lo largo de este curso.
El texto de Calvo Serraller sobre la crítica, insisto, quisiera entenderlo como complemento y
extensión del de Bozal que acabamos de referir. Es decir, me gustaría que pudiéramos entender a
la crítica (de arte en general y literaria en particular) como uno de los afluentes de la estética
moderna en general, uno que sin embargo inscribe acaso la marca más “moderna” a esa estética:
su carácter crítico, justamente, su subjetivismo, su dimensión polémica, su puesta en el centro de
interrogación de la cuestión del juicio, etc.
Quisiera destacar algunos de los aspectos que subraya el artículo:
1. Crítica y juicio: como saben, “crítica” proviene del verbo griego krino, que significa
separar, decidir, juzgar. También la palabra crisis tiene la misma etimología: la crisis es un
momento de separación, de corte, sobre el que hay que tomar una decisión. Y así se
enlazan crítica, crisis y juicio: porque la crítica es justamente esa capacidad de emitir un
juicio en medio de una crisis de los criterios para evaluar. Digo: ya antes establecimos el
vínculo entre crítica e ilustración: la ilustración como el tiempo en que ya no aceptamos
más principios o mandatos sin crítica, sin juicio. Pero la “crítica”, debemos saberlo, es
moderna aún en este otro sentido: porque es una práctica y un ethos de tiempos de crisis,
es decir, de tiempos en que se derrumban los criterios universales, tiempos sin
trascendencia, tiempos de retiro de los dioses. El juicio propio de la crítica (y esto será
central en Kant) es una capacidad que se ejerce, nunca una doctrina que se despliega, es
una actividad siempre performática, es decir, que nunca puede suponer la regla a la que
sin embargo aspira: la indecidibilidad, el vacío de criterios, es el suelo sin suelo, que
habilita la decisión en sentido moderno. Como el gusto, el juicio del crítico nunca puede
depender de la mera aplicación de criterios separables del ejercicio crítico, previamente
dados o explicitables a posterior, sino de la capacidad de producir criterios singulares del
juicio en cada ejercicio crítico singular (vamos viendo ya el modo bien interesante en que
se empieza a jugar la cuestión del universal en la racionalidad estética). En la crítica la
regla (el universal) es sólo ejercida, nunca dada (estamos a un paso de la noción kantiana
de “juicio reflexionante”, ya verán).
2. Del mecenazgo al mercado: en segundo lugar, el artículo destaca los aspectos más
institucionales que condicionan la emergencia de la crítica como institución. Antes que
nada, la consabida transición del comitente: del mecenazgo al mercado, genera un nuevo
sujeto: el “público”. Y con el surgimiento del público se desarrolla una industria nueva, la
de los “periodistas”, y una consecuente profesionalización de la crítica, y de sus más
destacados protagonistas, la figura típicamente moderna de los “intelectuales”. Aquí el
autor sitúa el antecedente de los salones y las Academias de arte, y cómo la progresiva
apertura de estas instituciones fue dando lugar a un público en sentido moderno.
(Sintomáticamente, tampoco este artículo habla de los salones literarios… una lástima.)
3. La actualidad: la “modernidad” de la crítica refiere a su vínculo con la ilustración, con un
período de crisis, pero también con la singular temporalidad de lo moderno, esto es, con la
moda. Los críticos, profesionales de la moda, son quienes en la modernidad comienzan a
tener por objeto privilegiado a la “actualidad”. Aquella “ontología crítica de nosotros
mismos” de la que hablaba Foucault fue ejercida antes que nadie por los críticos. Hay en
ellos una conciencia de la fugacidad, de la contingencia, de la aleatoriedad y relativismos
del presente. Por supuesto, el gran teórico de la modernidad como tiempo de la moda es
Baudelaire, y sus propias críticas intentaban partir de esa “nostalgia del presente” que
sabe que un presente desasistido de toda trascendencia (el presente del spleen) es un
presente fugaz, huidizo, y los críticos son de algún modo los portadores de este “heroísmo
moderno” que implica pararse frente a esa fugacidad y juzgar: robarle el momento de
belleza a lo que cae, a lo carente de ley: educar al nuevo “público” en la nueva belleza de
lo fugaz y efímero.
4. El crítico como artista: si la crítica es la que sabe despejar un territorio de singularidad en
medio de la uniforme desjerarquización de lo moderno, la que puede juzgar aunque no
haya criterio, la crítica, entonces, no está tan lejos de la creación. Y la mejor definición de
la tarea crítica es la que emblemáticamente describió Baudelaire: “para ser justa, es decir,
para tener su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada, política; esto es: debe
aportar un punto de vista exclusivo, pero un punto de vista exclusivo que abra al máximo
los horizontes”. Esta maravillosa concepción de la crítica la opone a toda idea lavada de
crítica como término medio “bien informado” de los hechos artísticos, y más bien la sitúa,
con además polémico, en el campo de batalla cultural, postulándola como modelo de
“fundación de valores” (diríamos con Nietzsche y Weber) en medio de la inmanencia
equivalencial de los valores homogeneizados de la modernidad capitalista. Es una
definición genial (no es inocente este término, ya verán), y que sitúa a Baudelaire en la
saga de críticos que pensaron a la crítica como continuación de la poesía por otros medios.
Desde los románticos alemanes hasta “El crítico como artista” de Wilde, muchos
críticos/artistas situaron la dignidad de la crítica al mismo nivel que el de la producción
artística. Esto no ha de ser entendido como un mero reclamo gremial, sino como una
declaración político-cultura de fondo: en la modernidad, la tarea del crítico no consiste en
aplicar reglas, sino, por el contrario, en ejercer esa facultad singularísima que sabe obrar
universalmente, ante la ausencia generalizada de reglas incuestionadas. Este tipo de
maravillas, tan útiles para pensar la política, la construcción de subjetividad, las disputas
feministas por una universalidad otra, la necesidad de no caer ni en los trascendentales
perimidos ni en los relativismos cómplices, este tipo de construcciones discursivas habilita
la estética y la crítica en la modernidad. Lo diría así: la estética y la crítica son, en la
modernidad, la huella de un tipo de racionalidad que la modernidad hegemónica luchó
por invisibilizar. La invitación en esta materia es hacerla visible.
Para no hacerlo tan largo, dejamos los dos últimos ejes de la clase para un próximo archivo…