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UNIVERSIDAD DEL VALLE - ESCUELA DE PSICOLOGIA

INTRODUCCION A LA PSICOLOGÍA CLÍNICA

EL PSICOANALISIS Y LA CLINICA1

Profesor Invitado: Anthony Sampson

Lo que voy a tratar de hacer es, a grandes rasgos, una descripción de


lo que podríamos llamar el campo psicoanalítico; esto, naturalmente,
no va a ser una introducción propiamente hablando al psicoanálisis.
Sería una ilusión pretender hacer eso no solamente en una única
oportunidad, sino sobre todo sería impensable pretender hacer esto
en una hora. Sin embargo, a grandes rasgos se puede, por lo menos,
tratar de delimitar el campo constituido por la teoría y la práctica
psicoanalíticas.

El primer punto que me parece que conviene establecer es el


siguiente: el psicoanálisis es una empresa práctica y teórica que
surge sólo en un determinado momento histórico. Con esto quiero
decir que fueron necesarias todo un conjunto de circunstancias
socioculturales para que el psicoanálisis pudiera llegar a ser posible;
por eso, en primer término, se puede decir que el psicoanálisis sin
duda está ligado a un determinado momento histórico.

En segundo lugar, el psicoanálisis está indisolublemente ligado a su


fundador, Sigmund Freud. De manera que tenemos dos conjuntos de
determinaciones que se dan en una simultaneidad: un cierto
momento histórico - si se quiere, una cierta coyuntura histórica
específica, marcada por una serie de condiciones - y un individuo;
alguien cuya biografía es leída con pasión por todas las personas que
de alguna manera u otra se interesan en el psicoanálisis - es algo que
no se puede evitar.

Es un rasgo característico de muchas de las disciplinas en las


llamadas ciencias humanas, el hecho de estar íntimamente asociadas
con un nombre propio; eso se ve muy claramente en disciplinas como
la sociología, por ejemplo, en la que se dan escuelas de los que
siguen las posiciones de Durkheim, en un determinado momento, o
los postulados de Weber, en otro momento. Es decir, la constitución
de escuelas de pensamiento estrechamente relacionados con una
persona, con alguien que ha profesado un determinado conjunto de

1
Transcripción de la charla sobre Psicoanálisis dictada en febrero del 2000 en el curso de
Introducción a la Clínica. Notas sobre la segunda charla sobre la Práctica Clínica en
Psicoanálisis.

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doctrinas o que ha marcado de alguna manera, particularmente
visible, la orientación de toda una serie de pensadores que le siguen.
Esto no es algo raro o anómalo en el campo de la psicología; por
ejemplo, todo el mundo sabe que hay toda una escuela que lleva el
nombre de Piaget.

Diferente a lo que ocurre en las llamadas ciencias exactas o de la


naturaleza, en las que aparecen con alguna pertinencia sólo ciertos
puntos que constituyen, lo que podríamos llamar, los puntos de
avanzada, los puntos de exploración todavía muy controvertidos; en
biología por ejemplo, aun se habla de darwinianos o neodarwinianos,
pero por la sencilla razón de que la teoría de la evolución esta todavía
en gran medida en elaboración y sujeta a discusión con respecto a las
diversas formas; es decir, semejante teoría debe ser no sólo
establecida, sino prolongada y aplicada.

En fin, el hecho es que no es inusual que en este campo que nos


interesa haya con frecuencia un nombre propio que aparece como
fundador de una escuela. De hecho, una de las personas que más ha
pensado este tipo de fenómeno, tan característico de las ciencias
humanas, es Michel Foucault, quien considera a toda una serie de
pensadores de esta índole, que estamos mencionando aquí, como
fundadores de lo que él llama discurso o actividades discursivas.
Resulta que hoy en día Foucault mismo se ha convertido en fundador
de lo que se llama el análisis foucaultiano; es decir, justamente a
partir de un nombre propio se encuentra que ha sido transformado en
jefe de una escuela o una orientación de pensamiento y análisis.

En el psicoanálisis hay que establecer, sin la menor duda, que se


trata de una obra que concierne e implica a una persona particular, a
alguien que se considera como su fundador y que además - para
mencionar de entrada aspectos polémicos que inevitablemente
aparecerán - incursionó durante mucho tiempo, al menos durante su
propia vida, como para dictaminar, decidir quién era psicoanalista y
quién no; es decir, desde el punto de vista de la orientación teórica,
quiénes estaban conformes con lo que él había inaugurado como
modo de pensar la condición humana y quiénes se apartaban de él.

De entrada, les señalo que es un campo que ha generado polémica,


controversias, escisiones, oposiciones, abandonos - digámoslo así,
disidencias. Es también particularmente interesante señalar esto
desde el principio. Es bueno por eso mencionar cómo ciertos nombres
propios significan necesariamente puntos de vista antagónicos y a
veces son confundidos, por personas poco conocedoras del
pensamiento freudiano, de manera irreflexiva. Por ejemplo, a Freud a
veces se le asocia con Jung. Si bien ellos trabajaron juntos en un

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inicio, y fueron amigos dilectos, realmente no compartían doctrinas. A
Adler también se le relaciona con Freud. Éste y otros autores son
tenidos como psicoanalistas. Llegando a épocas más recientes, hay
muchos que suponen que alguien como Eric Fromm sería también
psicoanalista. Entonces es necesario saber que éste es un campo que
ha sufrido conmociones internas de diversos tipos bajo la forma,
sobre todo, de discrepancias, controversia, disidencias; y como
vimos, en vida de Freud, fue Freud mismo quien más o menos
determinaba hasta qué punto se podían tolerar ciertas discrepancias
sin simple y llanamente salir totalmente del campo psicoanalítico.

Hoy en día no existe propiamente ningún tipo de autoridad central


como para dictaminar qué corresponde a ese campo y qué no. Y de
esa misma manera han surgido posiciones muy diversas dentro de
ese campo inicialmente delimitado por las posiciones de Freud. De
manera que, insisto, en el momento actual es un campo en que hay
muchísima discusión y controversia, y la necesidad de zanjar las
discusiones de la manera más elegante posible a través de la
argumentación, la persuasión y los distintos procedimientos que se
pueden emplear para intentar tener un cierto grado de polémica
dentro de los limites que permitan una relativa convivencia.

Volvamos entonces al problema de la época, la época histórica. El


psicoanálisis surge a finales del siglo XIX, es decir, muy cerca de
comienzos del nuevo milenio. De hecho el término de psicoanálisis
como tal es empleado por primera vez por Freud en 1896, es decir,
cuatro años antes del cambio de siglo. Sin embargo, lo que llegará a
ser el psicoanálisis había estado en gestión o en desarrollo en los
últimos veinte años del siglo XIX. Éste es un periodo muy singular, un
periodo que merece la pena que nos detengamos unos instantes
como para reflexionar sobre su naturaleza.

Es un periodo que parecía que iba a inaugurar una época nueva,


mejor, de mayor prosperidad, una época en que aparentemente la
humanidad daba un cierto paso hacia delante, un cierto paso hacia el
progreso. Había un progreso material innegable, así como
tecnológico: el desarrollo de los sistemas de transporte, los trenes,
telégrafos, los grandes vapores que surcaban los mares; había,
aparentemente, un clima de concordia y de gran acercamiento entre
los pueblos, en especial los europeos. Parecía que se había alcanzado
un nivel considerable de progreso moral, intelectual, tecnológico, etc.
La ciencia estaba avanzando impetuosamente en esos momentos. Lo
interesante es que, por supuesto, con la mirada retrospectiva, se
puede percibir cómo muchos elementos pasaban desapercibidos a esa
mirada optimista. Dentro de muy pocos años, el mundo europeo se
iba a encontrar precipitado en su peor crisis, la peor crisis

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probablemente, de todos los tiempos: la famosa Primera Guerra
mundial, en la que todos iban a ser completamente lanzados los unos
contra los otros cometiendo los actos de mayor barbarie y mostrando
cómo estos sueños optimistas de progreso, de avance y de
consolidación cultural e intelectual no eran sino sueños, y fueron
rápidamente reemplazados por las pesadillas de los frentes de batalla
en los que se produjeron las mayores masacres de toda la historia de
la humanidad.

Es un periodo altamente ambivalente, en el sentido de que al mismo


tiempo en que en este tipo de prosperidad europea se ve la
posibilidad de construir algo nuevo, en realidad todo está minado ya
desde el principio; todos acabados, y en un instante, en la famosa
ciudad de Sarajevo bastará el asesinato del heredero al trono de
Austria para que todo se precipite, todos se lancen al campo de
batalla. Lo que quiero precisar es que es un periodo que ofrece
mucho, pero al mismo tiempo lleva dentro de sí los presagios de la
catástrofe a venir. Ahora, si se acentúa el aspecto científico-
tecnológico, es porque efectivamente la teoría psicoanalítica sólo
puede verdaderamente aparecer en la medida en que ha habido un
avance en los conocimientos científicos, los cuales se han vuelto
suficientemente precisos, exactos; todo para que por primera vez se
pueda dar el paso de establecer la etiología psíquica de ciertas
perturbaciones que llegarán a ser concebidas como “las neurosis”.
Esto es sumamente importante porque durante muchísimo tiempo
estas perturbaciones habían sido tratadas por los médicos, es decir,
se trataba esencialmente de un campo que había sido tomado por la
medicina; de hecho, de nuevo, la figura que ha hecho el gran estudio
sobre estas condiciones de constitución de lo que podríamos llamar el
campo de lo psicológico como campo de afección, de enfermedad, es
decir de las llamadas enfermedades mentales, es Foucault en su
famoso texto La historia de la locura.

El hecho es que, es solamente alrededor del periodo de la Revolución


Francesa – fines del siglo XVIII - cuando se comienza a tratar
determinar médicamente en qué consiste la locura. Tomando el
término de la locura en el sentido más amplio, no en un sentido
restringido como puede a veces utilizarse hoy en día, como sinónimo
de psicosis o de grave perturbación mental, que puede abarcar toda
una amplia gama de distintas posibilidades. Es solamente en ese
periodo cuando se comienza a intentar determinar en qué consiste la
locura.

En un principio va a haber dos tendencias contrapuestas en la historia


de la medicina. Por un lado, tenemos médicos como el famoso
Esquirol y en particular Pinel, el héroe que soltó a los locos de las

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cadenas en la Salpêtrière en París. En fin, este par podrían
representar la corriente que insiste en la causalidad psíquica de la
enfermedad mental o de la locura. El término usado en esa época es
la causalidad moral, pero en un sentido no de ética o de buen
comportamiento, sino en el sentido espiritual, psíquico. En la misma
medida en que se supone que las locuras son determinadas por una
etiología moral, son susceptibles, igualmente, de una curación por
tratamientos morales; exactamente en qué consistían esos
tratamientos es un poco difícil de precisar en pocas palabras, pero en
cierto sentido se parecían o serían como una especie de antecesores
del psicodrama. Otra corriente, por supuesto, va a insistir en la
etiología orgánica, fisiológica; ésta es siempre la posición predilecta
en medicina: que habrá que buscar en el organismo la causa del
problema. De allí en adelante, entre estas dos corrientes se va a
compartir el campo, propiamente hablando, de lo que serán los
estudios en psiquiatría: las posiciones que pregonan la etiología
propiamente psicológica y las otras posiciones básicas que proponen
una etiología orgánica.

Es hacia finales del siglo XIX cuando se va a presentar algo


extraordinario, nunca antes visto en esta escala, en este número.
Algo que presenta prácticamente las características de una epidemia:
lo que ha sido siempre tradicionalmente denominado como la
histeria. Es allí donde se va a producir un encuentro entre Sigmund
Freud y Charcot. Lo interesante es que Charcot es de los médicos
más claramente formados en los procedimientos científicos,
fisiológicos, anatómicos, neuroanatómicos; es decir, que se ha
beneficiado del conocimiento acumulado por la ciencia experimental
durante muchos años como para conocer perfectamente las
correlaciones entre las lesiones cerebrales y las perturbaciones
fisiológicas de diversa índole. Eso es lo que permite a Charcot
enfrentar como incongruencia, el misterio de la histeria. Porque se
van a producir ciertos fenómenos sintomáticos aparentemente muy
alarmantes y muy graves: por ejemplo, imposibilidad de caminar,
parálisis de los brazos, de una mano, torceduras de diversos tipos,
ataques que aparecen como epilépticos, con extraordinaria puesta en
escena teatral de la persona que padece estas perturbaciones. Todo
esto sugería claramente un problema de origen orgánico. Lo que
sucede es que precisamente Charcot también conocía la
neuroanatomía y es esta la que lo lleva a descartar justamente que
se trate de una lesión orgánica; esta no es posible. Dicho en otros
términos: debería haber una correspondencia entre las zonas del
cuerpo afectadas y las zonas cerebrales que las controlan; pero esto
no se comprueba. Por lo tanto, no hay una correlación tal como
debería existir si fuera un problema de origen propiamente orgánico.
Lo interesante es que Charcot llega hasta el umbral de la realización

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del descubrimiento que hará Freud y no alcanza a dar el paso; es
decir, va a suponer una hipotética lesión que no deja huella en el
cerebro cuando se hace la autopsia; pues él hace autopsias a sus
grandes histéricas y entonces descubre que el cerebro está intacto,
que no hay ningún problema y, sin embargo, se ve obligado a
postular algún tipo de lesión que, llamaríamos nosotros, ficticia,
imaginaria para tratar de dar cuenta de eso en términos funcionales,
lo que él llama una lesión funcional.

Freud va a poder dar el siguiente paso que es descartar de una vez


por todas la determinación orgánica. Pero eso no le vendrá muy
fácilmente ni muy rápido, eso va a requerir un largo periodo de
trabajo con toda una serie de pacientes histéricos hasta poder
efectivamente convencerse a sí mismo y poder dar el paso de
comunicar su hallazgo a sus colegas de la época. El hecho es que
Freud es igualmente alguien semejante a Charcot, marcado por una
formación médica, un conocedor de la fisiología, de la anatomía, de la
neurología, al más alto nivel que en ese campo se podría obtener en
su época; hoy en día se lee con provecho su pequeño tratado sobre
las afasias, que es una exploración en términos neurológicos que
combate la posición localizacionista de Wernicke y de Broca en los
términos más contemporáneos, más modernos, por eso es que el
libro no ha pasado al olvido sino que se lee contemporáneamente
también. Igualmente dejó otra serie de trabajos de índole neurológica
que da testimonio de la formación y del conocimiento que Freud tenía
en estos campos precisos. Fue eso lo que le permitió, en cierto
sentido, que pudiera dar el paso, es decir, alguien que tuviera menos
formación y menos conocimiento de lo anatómico, fisiológico, etc.,
podría dudar, no tener la absoluta certeza de que no podrían ser, que
era imposible que estas manifestaciones histéricas fueran
efectivamente fisiológicas; se necesitaba ese tipo de formación para
poder cortar por lo sano, y deslindar dos campos que hasta entonces
habían estado confundidos: lo psicológico y lo determinado por lo
orgánico.

Todo esto es lo que le va a abrir a Freud una perspectiva de trabajo


y conocimiento absolutamente inaudito. Su punto de partida es
entonces, insisto, su vocación científica. En todas partes se van a
encontrar en Freud la referencia a la ciencia, sus reclamos de
cientificidad, sus exigencias de rigor, etc. El proviene directamente de
una corriente de pensadores que tiene su origen en el fundador de las
leyes de la termodinámica, Helmholtz, Dubois-Reymond, Virchow, y
otro que figuraba conspicuamente en este grupo, alguien que llegaría
a ser el maestro directo de Freud, el fisiólogo Brücke. Estos
investigadores y científicos conformaron lo que podríamos llamar una
especie de asociación de pensadores y científicos quienes estaban

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unidos esencialmente por el pacto que juraron entre todos de no
admitir en el campo de la ciencia sino exclusivamente lo que pudiera
mostrarse como determinado por leyes causales físicas; es decir, es
una posición claramente materialista, sin duda, pero sobre todo una
posición que combate a las doctrinas espiritualistas y, sobretodo,
vitalistas que existían en ese periodo. Al final del siglo XIX, y
principios de XX, se produce un auge del espiritismo, y de interés en
los supuestos fenómenos paranormales, y gente tan seria como Marie
Curie (descubridora de la radiactividad) participaba en sesiones de
este tipo. Es entonces una posición resueltamente científica lo más
exigente posible desde el ángulo de los criterios de demostración y de
matematización; es esta posición la que Freud adopta como suya a
través de las enseñanzas del que fue su profesor de fisiología.

Freud escribió un tratado que nunca será publicado en vida, sino


póstumamente casi veinte años después de su muerte, lo que se
conoce como El Proyecto de una Psicología para Neurólogos.
Todo está escrito en un lenguaje severamente neurológico; es un
lenguaje que habla solamente de neuronas, de procesos de
facilitación de la comunicación entre las neuronas; se anticipa
prácticamente al descubrimiento que hará Sherington, unos pocos
años después, de la famosa sinapsis entre las neuronas; y va a
esbozar toda una serie de análisis que son en gran medida teóricos,
hipotéticos, pero que corresponden a lo que se sabía del
funcionamiento neuronal en la época. Hace muy poco resucitado, por
decirlo así, este texto ha sido muy leído en ámbitos por fuera del
psicoanálisis, específicamente en el campo de la psicología cognitiva y
neurológica, donde se ha encontrado justamente todo su interés y
todas sus posibilidades de arrojar luz hipotética sobre distintos
procedimientos neuronales.

Lo que a Freud le interesa, en el campo de lo psicológico, es cómo


hallar regularidades causales que tengan el mismo rigor y la misma
exactitud como las que encontramos en el campo de la física. Pero lo
interesante es que Freud haya pasado previamente por el trabajo
neurológico riguroso.

Freud ha pasado por la búsqueda de cómo encontrar una solución,


podríamos llamarlo así, monista al tradicional problema cuerpo- alma
o cuerpo-mente, como lo quieran denominar. La formulación clásica
se encuentra (de la manera más nítida, antagónica y precisa) en el
pensamiento de Descartes, en la filosofía cartesiana. Descartes va a
oponer lo que él llama la res cogitans a la res extensa, o sea, la cosa
pensante; opone la sustancia pensante a la sustancia extensa -
extensa porque los cuerpos ocupan el espacio: tienen una ubicación

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espacial, mientras que la cosa pensante no va a tener esas mismas
propiedades espaciales porque se sitúa sólo en el tiempo.

La búsqueda de los científicos ha sido siempre - ustedes encontraran


que esto es un problema que sigue exactamente igual hoy en día -
cómo resolver ese dilema, cómo establecer las conexiones entre el
alma y el cuerpo. Esa es una posición conocida como dualista. Los
científicos viniendo de esta tradición claramente materialista, como
les decía, naturalmente, lo que buscan es reducir las manifestaciones
psicológicas a determinantes causales fisiológicos de otro nivel.
Entonces, ¿cómo lograr producir esa transformación de modo que
cada estado mental corresponda a un estado del cuerpo? Ese es el
sueño de los fisiólogos, poder llegar de alguna manera a poder dar
cuenta de la dimensión psicológica y liberarnos al fin de ese karma, y
al mismo tiempo ¡quitarles a ustedes la posibilidad de trabajo!

En fin, Freud hizo el trabajo, hacia fines de siglo (1895), de ver si en


términos neurológicos era posible una explicación monista; es decir,
considerar los estados psíquicos como manifestaciones de estados
neurológicos; es de eso que da cuenta su libro no publicado; pero lo
abandona, reconoce que definitivamente ese es un camino que no
conduce a nada. Por la misma razón, dar cuenta de que la histeria no
puede explicarse en términos fisiológicos y mucho menos en términos
neuronales, reconocer que hay un espacio que corresponde a los
fenómenos psíquicos como tal. Sin embargo, ese campo – lo psíquico
- no es un campo caótico, absurdo; no es un espacio donde reina el
capricho, donde cualquier cosa puede ocurrir de acuerdo con no se
sabe qué arbitrario totalmente libre que permite que cualquier cosa
suceda; por el contrario, es un campo severamente delimitado,
constituido y organizado por principios internos de coherencia y con
reglas que rigen su funcionamiento. Y eso puede ser explorado y
conocido.

De manera que la idea básica es la siguiente. Freud va a hacer


desarrollos teóricos inmensos gracias a todo este conjunto de
condiciones histórico- culturales que implican, en primer término, la
ciencia, el desarrollo de una civilización, la expansión de la cultura;
pero en segundo lugar, y al mismo tiempo con todo lo anterior, ese
mundo conserva en su interior un hueco que va a ser el que estalle
en la primera guerra mundial, una decepción profunda con respecto
al curso del avance de la historia de la humanidad. Todo esto entra
en relación con la figura de este médico vienés y judío. Son un
conjunto de circunstancias: una individualidad dentro de ese contexto
que entra en contacto con este tipo de sufrimiento, este tipo de
manifestación, de perturbación profunda de la vida psíquica, que le
va a permitir a Freud, a partir de la histeria constituir el campo

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psicoanalítico; el cual va a funcionar esencialmente como una
estrecha colaboración entre la clínica y la teoría. Dicho en otros
términos, Freud comienza sin el más mínimo esbozo de teoría; es
comenzando a trabajar con sus primeros pacientes como se ve
obligado a tener que inventarse una, a encontrar, a buscar, a utilizar
elementos diversos que ha ido recogiendo durante años de su
formación – la cual implica, no solamente su trabajo hospitalario,
neurológico, con niños, trabajo psiquiátrico - sino también todo el
trabajo de su amplia formación humanística, literaria, filosófica, etc.

Todos estos elementos son los que le van ha permitir ir esbozando las
primeras bases de una teoría; una teoría que, desde que Freud
comenzó, hasta el último día de su vida, prácticamente ha estado en
constante elaboración. El psicoanálisis no constituye un edificio
acabado; todavía es, en gran medida, una edificación, no
simplemente a medio hacer, sino hasta peligrosa para explorar, en
cierto sentido. Muchas veces hay que comenzar de nuevo. Esto es lo
que Freud iba haciendo durante toda su vida: construyendo algo,
llegando hasta un cierto punto en el cual descubría que por allí no
había camino, ni cómo avanzar, sino más bien devolverse a otro
punto y comenzar de nuevo. Estaba en continua reelaboración. El
deja inconclusa su obra en el momento de su muerte, y muchos otros
tuvieron que seguir construyendo. Por eso en Freud, no siempre es
posible establecer cuál es la posición freudiana con respecto a uno u
otro punto; el problema es determinar en qué texto nos vamos
fundar para poderlo sostener. Es decir, hay una elaboración y un
abandono de posiciones anteriores, su transformación y a veces
retorno a ciertos aspectos que habían sido establecidos en las
primeras elaboraciones.

Lo que quiero mostrar es que este gran campo psicoanalítico que


Freud inventa va a constituirse fundamentalmente en lo que
podríamos llamar, por un lado, el proceso investigativo como tal, y
derivado de este proceso investigativo un método, que va a tener
aplicación terapéutica directa y como consecuencia una
superestructura teórica. Son las tres grandes divisiones del campo, o
si se quiere los planos en los cuales se sitúa también ese campo: el
proceso investigativo, el método y la elaboración teórica. Eso hace
que sea la clínica la que tiene siempre lugar privilegiado. Freud nunca
olvidó una de las lecciones que le dio Charcot, que fue la siguiente: “
La teoría es excelente, pero ella no impide que las cosas existan”. En
otros términos, no se puede hacer conformar la realidad clínica,
aquello con lo cual se encuentra, a las expectativas o a las exigencias
de una teoría. Por el contrario, es necesario reformar y transformar la
teoría para hacerla explicativa de lo que se encuentra. Entonces,
permanentemente hay esta interacción entre la clínica y la teoría.

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Pero por eso mismo es la clínica la que posee el lugar privilegiado, la
preponderancia. Al menos esa es la búsqueda psicoanalítica en su
espíritu general, y es claramente la actitud de Freud. El no tenía
dificultad en abandonar, si era el caso, elaboraciones que había
considerado teóricamente muy importantes o bien logradas, cuando
la realidad clínica lo desmentía y le hacía ver que era necesario
inventarse otra explicación.

Ahora bien, todo el mundo sabe que el psicoanálisis freudiano


atribuye una importancia muy particular a la sexualidad; lo que no se
conoce siempre muy bien es de qué sexualidad se está hablando.
Nosotros tenemos una idea bastante circunscrita, reducida, funcional,
operacional, reproductiva de la sexualidad. Eso es lo que
normalmente se entiende por sexualidad, y ha dado lugar a la famosa
acusación del pansexualismo de Freud. Podrán ver en cualquier texto
de Freud que esa es una clara tergiversación de su punto de vista.

Hay un dualismo según Freud, es decir, un principio fundamental de


oposición, de contradicción; lo que él necesita llegar a explicarse es
cómo se presentan las situaciones conflictivas - es decir, el hecho de
que el sujeto humano no esté de acuerdo consigo mismo; profesa
una cosa pero hace otra. Lo que Freud encuentra en la etiología de
las histerias y de la neurosis en general es que hay una oposición
radical entre dos tendencias, hay una voluntad y una contra-
voluntad. Se encuentra permanentemente una escisión, nunca hay
una unidad absolutamente monolítica que pueda centrarse en un
único propósito y llevarlo adelante.

Inicialmente Freud va a explicar, a proponer dos cosas: pulsión


sexual y pulsión del yo. El término de pulsión es un concepto esencial
en el vocabulario freudiano; ustedes verán que a menudo ese término
es mal traducido y se usa la palabra instinto, lo cual es justamente
un contrasentido: la pulsión no tiene nada de innata, no tiene nada
por eso mismo de instintiva. De manera que es un error absoluto
traducir el término alemán Trieb por instinto; un termino más
adecuado es pulsión, que indica impulso, algo que pone en
movimiento.

La idea es de que habría un conflicto entre lo que empuja a la


realización de la sexualidad y lo que justamente la inhibe, la
restringe. En nombre de otros principios, se opone una fuerza de
represión a la sexualidad. Esta fuerza de represión obliga a la
sexualidad a buscar caminos desviados, por decirlo así, que lleva a
que la sexualidad tenga que satisfacerse de manera sintomática.
Claro está, la sexualidad de la que se está hablando es una
sexualidad entendida en un sentido mucho más amplio que el

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habitual que lleva la marca, justamente, de la represión. En últimas,
es la sexualidad infantil de lo que se trata, una sexualidad
caracterizado por su infantilismo - lo que no conlleva ningún estigma
peyorativo como si se opusiera a una sexualidad madura, sensata,
oblativa al decir de algunos que así revelan la moralina que les
habita.

El hecho es que Freud en el comienzo va a buscar en las histéricas


este tipo de etiología fundamentalmente psíquica. Porque la pulsión,
aunque guarda una relación directa y estrecha con el cuerpo, de
todos modos es una entidad psíquica. Freud llama la pulsión un
concepto limítrofe entre lo psíquico y lo somático; esta noción le
puede justamente permitir el enlace o el puente entre “el alma” y el
cuerpo.

Como les decía, Freud continuamente está obligado a modificar sus


postulados teóricos, por lo cual, esa oposición - pulsiones sexuales /
pulsiones yoicas - le va a servir un tiempo, pero no mucho, porque va
a encontrar fenómenos clínicos que invalidan esta oposición, que van
a mostrar que esta oposición es superficial y que en muchas
ocasiones no sirve - además de estar englobada por otra oposición
mucho mas profunda. Para ese momento estamos ya en el remezón
teórico que se produce en 1914, cuando Freud se ve obligado a
escribir lo que se llama Introducción al Narcisismo. Entonces nos
va a hablar, de allí en adelante, de una reelaboración de esta
oposición y va a producir la oposición: pulsiones sexuales y de
conservación de la vida unidas - Eros -, y pulsiones de muerte -
Thánatos.

Freud ha descubierto que hay en el psiquismo humano una


compulsión de repetición. Esto comienza, con lo que el campo de
batalla de la primera guerra mundial va a proporcionar en grandes
cantidades: las famosas neurosis traumáticas de guerra; el hecho de
que los soldados no heridos normalmente pueden sufrir de atroces
tormentos que los inhabilitan totalmente como soldados, es decir su
terror era tan grande que no lograban ya ser combatientes.

Descubrió que esto estaba en relación con otro tipo de neurosis


traumáticas ya conocidas - que ocurrían a menudo cuando había
accidentes de ferrocarril, de coches, distintos tipos de accidentes de
trabajo, etc., - que normalmente no implicaban heridas a la persona,
sino solamente la conmoción; la cual no era tratable en términos de
cobardía ni de traición a la patria, sino que se trataba de un grave
problema psicológico y que tenía que ser tratado de otro modo. En
estas personas que padecían este tipo de neurosis se encontraba el
predominio de sueños repetitivos en que algo espantoso ocurría a la

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persona. Esa repetición resultaba particularmente sugerente para
Freud, quien encuentra, junto con otros fenómenos clínicos, la
demostración de la clara tendencia de los seres humanos a repetir lo
que les es extremadamente doloroso, lo que no es en absoluto
placentero; entonces, toda su teoría debe ser modificada para ser
acomodada a nuevos hechos clínicos y poder llegar a producir esta
oposición entre Eros y Thánatos, pulsiones de vida – pulsiones de
muerte.

Freud inicia con la exploración del campo de las neurosis, inicialmente


las histerias, las neurosis de angustia, las neurosis obsesivas, las
fobias; pero poco a poco el campo se va ir expandiendo no sólo en el
análisis de adultos sino, eventualmente en el análisis de niños.
Además, si bien Freud no consideraba posible el psicoanálisis de las
psicosis (posición no compartida por muchos aún en vida de Freud),
hará una contribución esencial a su inteligibilización en su notable
estudio de las memorias autobiográficas del delirante Presidente
Schreber.

La teoría freudiana es, entonces, extremadamente fuerte,


extremadamente poderosa; a veces lo es excesivamente, porque
cuando uno tiene una llave que abre todas las puertas de pronto no
abre ninguna, sino que es una ganzúa para forzar las puertas y burlar
la cerradura.

Lo que quiero señalar es que por ser una teoría fuerte puede arrojar
luz sobre muchos fenómenos que ninguna otra psicología, de ninguna
manera jamás ha tenido siquiera la ocasión de pensar que podría
explorarse; con esto quiero decir que el psicoanálisis ha significado
un extraordinario aporte para otras disciplinas, entre ellas la
antropología. Existe una disciplina interna al psicoanálisis que se
denomina el etnopsicoanálisis, que consiste en la búsqueda, en las
distintas culturas y etnias, de las especificidades que las definen
desde el punto de vista mental y “psicopatológico”, de las variantes y
modos relativos en que logran la creación de miembros
psicológicamente viables de la cultura de que se trata.

Freud es un conocedor del campo de la antropología y de todas las


exploraciones hechas en su época en este dominio. Va a producir,
incluso, toda una serie de audaces hipótesis con respecto a los
orígenes de la humanidad, el comienzo de la cultura. Va a hacer
estudios sociológicos sobre algunos de los puntos más delicados de la
condición humana: sus creencias, sus supersticiones, como por
ejemplo de dónde viene la religiosidad, de qué modo puede
sustituirse a la magia y en qué condiciones, qué es lo que hace
posible que las personas adultas se aferren a creencias y prácticas

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religiosas; porqué, en este mundo moderno marcado por la
cientificidad, nos aferramos a doctrinas y tradiciones que vienen de
hace miles de años. Además qué es lo que nos sucede - por qué
puede haber todavía la presencia de ilusiones, ilusiones colectivas
que marcan a la humanidad. Por supuesto, va a permitirse
exploraciones sobre los orígenes, por ejemplo, de la religión, del
monoteísmo. Su último gran libro, “Moisés y el monoteísmo”, va a
proponer ideas sorprendentes y revolucionarias con respecto a lo que
ha sido tradicionalmente creído como el origen del pueblo judío.

No hay que dejar por fuera que para Freud sus primeros maestros
fueron los artistas, los poetas, los escritores, los pintores, los
escultores... él encuentra en ellos lo que podríamos llamar
precursores; es decir, aquellos que han visto desde antes de la
formulación de la teoría psicoanalítica aspectos de la condición
humana que Freud pretende aclarar. De manera que el psicoanálisis
es mucho más que simplemente una clínica, un método terapéutico,
sino que su marco abarca todas las expresiones que implican la
situación conflictiva, que en todos los campos del quehacer humano
opone dos tendencias extraordinariamente profundas: Eros y
Thánatos.

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En el campo de lo específicamente psicológico, Freud trata de hallar
regularidades causales, de hallar los principios determinantes - en el
sentido de la etiología; trata de determinar cómo el comportamiento
humano es explicable, inteligible. En otros términos, Freud es
partidario, desde el principio, de la posición dura, que consiste en la
explicación. Se darán cuenta que en el campo de las ciencias
humanas hay básicamente dos posiciones: los que piensan que la
meta es la explicación, y los que piensan que lo es la comprensión -
es decir, que simplemente entendamos de una manera más o menos
intuitiva. Por un lado, la explicación va a apoyarse en la idea de
determinación causal – Freud se inclinaba por ésta - y por el otro, la
comprensión como una herramienta para hacerse a una idea de lo
que sucede al otro, es decir basada fundamentalmente en un
procedimiento intuitivo de empatía para darse cuenta de aquello de
que se trata. Freud no opera en absoluto sobre la base de la empatía,
ningún tipo de cercanía, de ponerse en el lugar del otro;
definitivamente, esto es ineficaz como método o procedimiento, las
histéricas se lo mostraron desde el principio.

Al mostrar que en el campo de lo psíquico no vale todo, que no se


trata de que cualquier cosa pueda ocurrir - sin ton ni son-, que allí no
rige lo arbitrario, ni lo volitivo, ni la ausencia total de determinación,
conduce a Freud a mostrar que la psicopatología es algo que
concierne no sola y exclusivamente a los llamados neuróticos o locos.
Freud da cuenta de que la psicopatología es algo que invade la vida
cotidiana de todos los seres humanos. Nos lo puede demostrar con
ejemplos muy sencillos, por ejemplo, cómo no es posible que yo elija
un numero al azar; yo tengo la impresión de que es al azar, pero si
exploro con el procedimiento técnico, el método que Freud propone,
voy a descubrir rápidamente toda una multiplicidad de
determinaciones causales, voy a encontrar que mi elección ha sido
sobredeterminada, como dice Freud. La dificultad consiste más bien
en delimitar las distintas cadenas causales que en determinado
momento inciden, pero Freud va a tratar de mostrarnos cómo todo
aquello que nosotros consideramos como los desechos de la vida
psíquica, los elementos que no tienen ninguna importancia: el acto
fallido, el olvido, el lapsus, el chiste y los sueños, cómo todo esto
obedece a una causalidad psicológica sumamente rica, difícil de
dilucidar, pero susceptible de análisis. Los primeros libros de Freud,
después de sus trabajos sobre la histeria, van a abordar esos
fenómenos aparentemente sin importancia: La psicopatología de la
vida cotidiana, La interpretación de los sueños, y El chiste y su
relación con el inconsciente.

Finalmente es necesario decir que, en gran medida, Freud no


descubre el inconsciente; esto es una idea de Paul-Laurent Assoun:

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“Cuando se dice que se descubre algo es porque existía”. Entonces, el
inconsciente freudiano mucho más que un descubrimiento es una
creación conceptual inédita. Si bien el término inconsciente estaba en
boga desde mucho antes de que Freud apareciera, se utilizaba para
muy diversos contextos y significaba muy diversas cosas para mucha
gente. Lo que Freud encuentra, en cierto sentido, no es algo que ya
estaba ahí, no es simplemente que tome el término y lo utilice de una
manera diferente a como los demás lo utilizaban. Lo que planteo es
que es su punto de partida tan particular, su punto de vista a partir
de la clínica lo que va a generar algo que se va a llamar el
inconsciente, pero que surge y existe en la misma medida en que
exista un dispositivo psicoanalítico que lo haga existir.

ASPECTOS QUE ENMARCAN LA PRACTICA ANALITICA

Hacia fines del siglo XIX la locura aún no había sido conceptualizada,
ni siquiera considerada como algo tratable. La neurosis no había sido
pensada como una entidad psíquica, y algunas de sus
manifestaciones eran tratadas por los médicos como afecciones
neurológicas. Cuando Sigmund Freud, hacia 1880 se interesa por este
tipo de pacientes y empieza a trabajar con ellos no cuenta ni con una
conceptualización, ni con técnicas terapéuticas. Echa mano de lo que
por entonces se estaba utilizando: masajes, hidroterapia e hipnosis.

No obstante, por esos años, un médico amigo de Freud, Breuer, hizo


un descubrimiento cardinal que el mismo no explotó, y que Freud
desarrolló y conceptualizó convirtiéndolo en la base de su teoría y de
su práctica. Me refiero al descubrimiento del vínculo entre la palabra
y la enfermedad mental. La talking cure que Breuer produjo, en
asocio con su paciente Anna O. (Bertha Pappenheim) permitió
establecer una relación entre el hablar y la aparición y desaparición
de los síntomas. El descubrimiento consistía en que, si a la persona
que padece psicológicamente se la deja hablar y se la escucha de una
cierta manera, se pueden obtener resultados. Es así como se
constituye el único instrumento del psicoanálisis: la palabra. Pues el
psicoanálisis está centrado exclusivamente en el lenguaje. Hoy en día
este descubrimiento nos parece banal.

- En la terapia ¿cómo se toman la palabra, el signo, y más


específicamente el significante?

Estamos tan sumergidos en la palabrería, se habla tanto en nuestro


entorno, hay tantos tipos de terapias de todos los cortes basadas en
la palabra, que no vemos qué pueda tener de especial este punto, a
no ser que como marcación de un momento histórico. Sin embargo,
la manera como el psicoanálisis entroniza la palabra en el centro de

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su teoría y de su práctica no es reducible a la conversación que
domina en muchas prácticas terapéuticas. En todas las terapias se
utiliza la palabra, pero en el psicoanálisis el problema es qué se dice y
cómo se dice. La dificultad consiste en tratar en un análisis de
comprender y llegar a restituir ese momento inaugural en que Freud
por primera vez encuentra cómo funciona la palabra.

Nos es difícil imaginar la eficacia de la palabra, su impacto. El estudio


de los casos clínicos asombra precisamente por esto. Es súbitamente
descubrir que algo del orden de la palabra está en la base de una
organización sintomática, y que reubicar ciertas palabras en su
contexto original puede permitir resolver el síntoma. No logramos
apreciar las consecuencias que la existencia del lenguaje tiene.
Suponemos que el psiquismo existe como parte de la naturaleza
biológica del hombre, y se necesita todo un remezón en nuestro
modo de pensar para que lleguemos a pensar que sin lenguaje no
hay psiquismo y que por tanto todo el psiquismo está
determinado por el lenguaje.

La sesión de psicoanálisis no es un encuentro social, sino una


situación en la que se puede permitir que la palabra se depure de la
manera más precisa y clara posible. Todas las convenciones sociales
son desmontadas. En la terapia psicoanalítica, con esta eliminación
de las convenciones sociales, se tiene la finalidad de que no haya dos
sujetos, no haya dos yoes; es un trabajo que debe ser de una
austeridad. El psicoanalista no funciona como un yo, que interactúa
con un tu y vicecersa; no se trata de que haya diálogo entre dos
interlocutores, en el sentido de un intercambio regido por las reglas
urbanas de la reciprocidad de los sentimientos. Se habla, pero el
psicoanalista no reacciona con su yo respondiendo, evocando qué le
suscita lo que el otro dice, ni dando a conocer sus sentimientos u
opiniones al respecto. Por el contrario, el yo del psicoanalista debe
desaparecer de la escena – la posición misma del diván y el
psicoanalista atrás, invisible, “sólo oreja”, busca romper con la
posición de dos personas que conversan, que se miran cara a cara y
tratan de interpretar en los gestos del otro, en su mirada cómo
reacciona a lo que se le está diciendo. Se ha hablado pues, de la
posición del muerto del psicoanalista, es decir, de ese que no se
inmuta con lo que se le dice a él como yo – como la persona del
analista- que no responde a las demandas; el yo de quien habla – el
analizante - se desdobla, lo que permite que en ese momento se dé
cuenta, al oírse desde el lugar del otro que escucha y no hace
comentarios, qué es lo que acaba de decir. El psicoanálisis es, a
fondo, la exploración de lo que el hablar quiere decir.

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La situación analítica es la más singular y aparentemente la más
incomprensible: se trata de elevar a su máxima potencia la palabra, y
hacer visible lo que hablar quiere decir. En una situación diferente a
toda otra relación social, en la que no hay reciprocidad, el dispositivo
analítico enfrenta a un sujeto con alguien que no se asume como yo y
que le exige no atenerse a las reglas lógicas del discurso y de la
racionalidad.

Veamos cada uno de estos puntos:

No hay reciprocidad: En las relaciones sociales una palabra evoca a


otra en respuesta, dos seres se enfrentan, el uno viendo al otro. Uno
pregunta y evoca a otro que responde; el discurso es compartido, se
habla para el otro.

No hay dos yoes: En las relaciones cotidianas un yo evoca a otro yo


que le responde desde el tu, identificándose con el primero, o
sintiéndose atacado o amado, u odiado o perseguido, o simplemente
concernido.

El discurso no se guía por la razón sino por la asociación: En


las relaciones cotidianas tratamos de que nuestras respuestas sean
coherentes con las preguntas, que se siga una línea discursiva clara,
que haya lógica en nuestros argumentos. El discurso controlado por
la conciencia busca la racionalidad.

En la situación analítica el psicoanalizado debe decir más de lo que


ya sabe. En las relaciones sociales se habla de lo que uno cree que
sabe; uno defiende sus argumentos apoyándose en cómo los adquirió
y supone saber de qué está hablando.

Todo lo anterior es posible porque el psicoanálisis parte de una


hipótesis: la existencia de un sistema inconsciente fundado en el
lenguaje y al cual es posible acceder. Sistema organizado,
estructura que pone al sujeto en escena. Pero otra escena diferente a
la de la conciencia, en la cual rigen otros mecanismos de
funcionamiento:
- la condensación
- el desplazamiento
- la atemporalidad
-la abolición del principio de no contradicción del tercero excluido

El inconsciente como un saber no sabido, que da lugar a que cuando


se habla en la sesión analítica el sujeto pueda oírse hablar por
primera vez. Habla para sí mismo, no para otro. Un saber llevado por

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la palabra misma del sujeto que habla. Se está atento no a la lógica
sino a la emergencia de formaciones del inconsciente:
- lapsus, olvido
- sueño
- síntoma
- chiste
- fantasía, ensoñaciones.
- actos fallidos,
-acting out.

Emergencia del inconsciente por fracaso de la represión. Sólo es


posible conocer de la existencia del inconsciente porque la represión
fracasa, permite que emerjan retoños que pertenecen a otro modo de
funcionamiento psíquico y que son incomprensibles desde la lógica
del sistema secundario.

Posición del analizante:


parte de un sufrimiento, y en él se produce demanda de saber - ¿qué
me pasa? ¿por qué ya no puedo manejar mi propia vida, ni mis
relaciones?

Objetivo de la relación terapéutica:


¿La salud? ¿Volver al estado anterior “normal” que alguna vez se
tuvo? ¿Devolver la normalidad? Y ésta ¿qué es? ¿La felicidad? ¿El
éxito?

Si el psicoanálisis es una terapia, ¿qué es lo que pretende hacer? En


medicina, por ejemplo, la cura consiste en restituir la salud; pero en
el psicoanálisis no se trata de un retorno a lo que se tenía antes -
porque ¡antes tampoco se tuvo nada mejor! El problema es ir hacia
otra cosa. Por lo tanto, la terapia no es la recuperación de un estado
perdido, es la búsqueda de algo que por primera vez puede
posiblemente obtenerse.

La meta a largo plazo será la curación, sin que ello equivalga a la


desaparición completa y rápida de los síntomas. El psicoanálisis no
busca poner fin cuanto antes a aquello que el sujeto vive como una
perturbación, antes de saber qué es, y qué quiere decir. No se trata
de callar ni de hacer desaparecer los síntomas sino de
escucharlos y de dar lugar a que emerja aquello que el
síntoma camufla. El síntoma o la formación inconsciente emergen
como substitutos de una palabra que no puede venir.

Freud lo enunciaba así: Wo es war, soll Ich werden (Donde ello


estaba, debo yo advenir (llegar a estar).

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Yo: el sujeto de la enunciación
En la casilla libre, si el analista lo permite y lo tolera, el sujeto debe ir
colocando el ello; por primera vez de una manera cognoscible y
manejable, en la medida en que ello aparezca en el lugar del otro,
para así reconocer que ello soy yo mismo; ya no hay más
necesidad de colocarlo en el lugar del otro, proyectándolo, sino que
se lo puede asumir, descubrir que él mismo es ello, que yo y ello son
la misma cosa. Pero esto sólo se logra al final del tratamiento.

Posición del analista:


Ello implica una posición de escucha muy particular de parte del
analista. Lo que cuenta no es la versión que el analizante se da a sí
mismo de los hechos, sino la que se le escapa sin que él mismo se dé
cuenta, y el analista ha de estar atento para oírla y para hacer que el
otro logre escucharse decirla. Por ello su posición no puede ser la de
espejo que refleja, ni de empatía, ni del que se las sabe todas y
dictamina un procedimiento a seguir, tampoco la del que quiere el
bien de su paciente .

El querer sería el querer de un terapeuta si este se coloca en la


posición del que sabe todo sobre el otro, y se lo interpreta
continuamente - "es que estás muy bravo con tu mamá...". Con lo
cual sólo logra taponar el discurso del otro, pues se coloca en la
posición del que sabe, lo cual no es más que un abuso de poder, pues
sólo está proyectando sobre el otro.

Para mantener el dispositivo analítico, para que la palabra aparezca


en su forma más pura, se impone al analista una relación diferente a
la de las relaciones sociales regidas por la reciprocidad. El analizante
solicita al analista ocupar la posición de jefe que responde, da
consejos o interpretaciones, comenta, compara, sugiere.

Dicen algunos: "En todas las terapias el terapeuta llega a ser un


modelo de conducta adaptativa para el cliente, ya sea que el
terapeuta lo haya planeado o no". Esto es estrictamente falso en lo
que concierne a un psicoanálisis, a un psicoanálisis logrado, un
análisis de verdad.

Se trata de ocupar un lugar que no es el que el otro le asigna, que no


es el del yo. Se trata de no llenar ese puesto con todo lo que él es
como persona: con sus gustos, sus ideales, su historia, etc. Dejar
vacante ese lugar para que la palabra que el otro produce aparezca y
pueda verse de dónde proviene esa palabra. Lo que ha hecho de ese
recién nacido un hombre o una mujer particulares - lo cual no se ha
hecho sin dolor, aunque a menudo lo olvidemos- y que se trata de
sacar a luz.

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No ocupar abusivamente un puesto que no le corresponde (amo,
juez, jefe, salvador, o sabedor), a fin de que el sujeto prosiga su
interrogación.

Ello permite que surja la transferencia, como atribución del saber


particular del analizante al otro. Y el analista sirve de soporte a esta
atribución, lo que hace posible la interpretación. Y esta atribución es
doble:
A nivel imaginario se le atribuyen sentimientos, intenciones...
transferencia imaginaria. Pero también se le atribuye un saber, que el
analizante ubica en ese espacio que el analista ha dejado vacío. Esta
suposición de un saber que se coloca en este espacio es la forma
moderna de conceptualizar la transferencia.

Cuando el analista abandona su papel cae en la sugestión,


alimentando las dependencias del sujeto.

La transferencia establece un vínculo con el analista que va entre dos


extremos:
Amor_______________________odio

Desde que hay suposición de saber hay un movimiento hacia aquel


que posee dicho saber, y se lo ama o se lo admira, o se lo odia
porque el analizante cree que no tiene ese saber, que él, sin
embargo, cree que existe en alguna parte.

La transferencia es el fenómeno que hace poner en duda la


racionalidad de todo el proceso.
Otros puntos a considerar:
El psicoanálisis subvierte la idea de normalidad. Se plantean
estructuras diferentes pero no normalidad versus anormalidad.

El psicoanálisis se funda en una ética no en una moral.

El psicólogo en general, en cambio, debe optar en función de sus


propios ideales; falto de una ética opta por lo que él personalmente
considera bueno o adecuado, o un bien supuesto para el otro
(técnicas adaptativas, reeducativas; en USA búsqueda de felicidad y
bienestar).

El sujeto no como el yo sino como lo que en la cadena del discurso


representa a un significante para otro significante.

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Subversión de la noción de inocencia y de ignorancia; introducción de
una nueva noción de sexualidad.

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