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LA NATURALEZA HUMANA Y EL DESARROLLO HUMANO

Alejandro Martín García

SUMARIO.- RESUMEN; INTRODUCCIÓN; 1. LA «NATURALEZA» Y «NATURALEZA


HUMANA»: INTERPRETACIÓN; 2.- DE LA «NATURALEZA HUMANA» AL CONCEPTO
DE «PERSONA»; 2.1.- LA AMBIGÜEDAD INTRÍNSECA EN EL CONCEPTO DE
«PERSONA»; 2.2.- LA «PERSONA» COMO «PERSONA JURÍDICA»; 3.- EL
DESARROLLO HUMANO; 3.1.- EL DESARROLLO HUMANO, CAUSA DE LA
SOCIEDAD Y LA LEY; 3.2.- LEGISLACIÓN SOBRE EL DESARROLLO HUMANO;
CONCLUSIONES. BIBLIOGRAFÍA.

RESUMEN

La naturaleza humana, fons communis de la gens humana, es aun hoy en día, un


tema no agotado, abierto y candente para la reflexión jurídica, antropológica,
filosófica y sociológica. Distinguirla en aspectos generales y específicos –
comprendiendo el género, especie y diferencia específica para con la persona, el
sujeto, el individuo, la colectividad o sociedad y su dignidad correlativa– es el
objetivo de este capítulo, tendiente a defender que su teleología es el desarrollo
humano concretado en el bien común –la eudaimonía, preferiblemente–, para la
óptima consecución de los fines personales y sociales inherentes a la dignidad
natural del ser humano.

INTRODUCCIÓN

El estudio y definición de qué es la naturaleza del ser humano ha sido desde


siempre objeto de análisis de diversas ciencias, y cada una de éstas le da un
enfoque diferente, puesto que aun cuando el objeto de estudio sea el mismo, la
perspectiva y finalidad de tal análisis varía tanto como el mismo enfoque busca
respuestas. Sin embargo, cada uno de estas perspectivas forma parte del
«rompecabezas» de la explicación del ser humano y sus actos. Tan es así que el
propio ser humano ha utilizado la expresión de «naturaleza humana» como un

1
pretexto para la justificación de algunos de sus hechos –«tal persona actúa así
porque es su naturaleza»–, aunque realmente no sepan de lo qué están hablando.

La precisión siempre nos obliga a comprender el desarrollo del concepto a


estudiar, y en este caso es un análisis rico, aunque complejo, pero que podemos
comenzar etimológicamente. En primer lugar, acerca de la «naturaleza humana»,
directamente proviene de la expresión latino humana natura, equivalente al griego
physis tou anthropou. Ciñéndonos al área de competencia de este estudio, sin
divagar en sus raíces, vayamos a los significados y significantes que en la historia
han dimanado de estos términos.

Desde la antigüedad clásica greco-romana, la quididad –aquello que hace que el


hombre sea hombre– se formula y presenta como «naturaleza», puesto que la
vida humana está regulada por un principio de acción –que es su naturaleza–, y a
ella debe atenerse, toda vez que intrínsecamente a la naturaleza externa de las
cosas y el mundo, hay dada esencialmente una lex naturae, una «ley natural».

Este pensamiento recorre, atraviesa y permea toda la especulación filosófica y


jurídica desde la Grecia de Platón y Aristóteles hasta la Roma de Marco Tulio
Cicerón, Lucio Anneo Séneca y Marco Aurelio, para continuar en la Edad Media
con Agustín de Hipona, Guillermo de Ockham, Pedro Abelardo, Tomás de Aquino,
Francisco Vitoria, y un largo etcétera, alcanzando los hodiernos tiempos, desde el
racionalismo de Descartes, el existencialismo de Sartre y Kierkegaard o el
neotomismo de Gilson, Maritain, Garrigou-Lagrange, Xabier Zubiri y muchos más.

El pensamiento de Aristocles –Platón, más conocido– es muy sencillo, y se basa


en la gnoseología para definir la ontología en la antropología: el ser humano es
una dualidad –los dos caballos, blanco y negro, que guían la biga de la vida–,
siendo la materia, lo corpóreo, una cárcel para la idea de alma, para el
conocimiento del kósmon ton éidon –mundo de las ideas–. Al mismo tiempo,
Platón establece una teoría de la naturaleza humana, un dualismo en el ser
humano, conformado por un cuerpo perecedero y un alma valiosa, eterna e
indestructible, siendo ésta y no el cuerpo la que alcanza el conocimiento de las
ideas. A su vez, el alma tiene tres partes: un deseo o apetito –que hace un
mandato por la propia necesidad del hombre–, una razón –que provoca el

2
desarrollo de una idea– y un ánimo –que autoafirma a la razón–. Cuando apetito,
razón y ánimo están en distintas proporciones en el ser humano, tendremos como
resultado distintos hombres. El ideal para el hombre es un armonioso acuerdo
entre los tres elementos de su alma, teniendo el control la razón.

Esta condición ideal la describe Platón como «justicia», y es sinónimo de


«bienestar». Los rasgos fundamentales que persisten de la teoría platónica de la
naturaleza del hombre es que somos irremisiblemente sociales y que vivir en
sociedad es natural al hombre, estando cualquier otra situación o concepción por
debajo de lo que a su juicio es «humano» –lo cual será desarrollado
posteriormente por su afamado alumno Aristóteles–.

Para el Estagirita, la physis, la naturaleza, significa la entidad de algo en cuanto


orientada constitutivamente a la acción, operación y desarrollo, 1 es la manera de
ser de cada cosa, que la determina a alcanzar su desarrollo teleológico
progresivamente. Según Aristóteles, el hombre es por naturaleza un ser social, es
por naturaleza un ser político.2 Por ello, se destaca que su naturaleza dota al ser
humano de unas capacidades, facultades o potencialidades que el propio ser
humano lleva a su actualización –o cumplimiento, realización–.

Ahora bien, es indubitable que la filosofía griega realizó también una muy precisa
distinción entre la naturaleza y la sociedad –que es donde se realizará el ser
humano, al ser social por su propia naturaleza–, tanto en los binomios
physis/nomos y physis/polis –naturaleza/ley, naturaleza/ciudad (o sociedad)–,
pero, en último término, ambas, la ley moral y el orden político, estaban abarcadas
e ínsitas –si así pudiéremos expresarlo– desde las mismas categorías del orden
físico o natural de todo lo existente, incluyendo al propio ser humano.

Posteriormente, los filósofos estoicos afirmaron la existencia de una natura


communis, una naturaleza común a todos los seres humanos –que retomarán en
lugares y épocas diferentes tanto Avicena como Duns Escoto–, consistente en una
razón universal, un logos, cuya identidad radicaba en reproducir o seguir fielmente
la legalidad –el nomos– del mundo natural y cósmico. El conocimiento de ese
logos correspondía a la sindéresis de la razón humana.
1 ARISTÓTELES, Física, 2,1,192 b; Metafísica, 5,4,1014 b.
2 ARISTÓTELES, Política, 1,1,24ª; Física, II,3, 124b-125a.
3
Estas categorías del pensar grecorromano fueron incorporadas al cristianismo, en
un profundo proceso de helenización y romanización a lo largo de varios siglos. La
noción de «naturaleza» dio paso a discusiones interminables e intrincadas –en las
que se especulaba en torno a la naturaleza humana y a la divina, pasando por la
naturaleza angélica, la de los animales, del estado, de la sociedad, etcétera–. Al
mismo tiempo, intentaron superar el encasillamiento del orden natural con la
contraposición de un orden sobrenatural –a veces llamado «supranatural»–,
incluso mediante los esquemas del dualismo platónico y plotiniano.

En el tránsito entre la Edad Antigua y la Medieval, Agustín de Hipona elaboró una


visión del hombre con trazos pesimistas –por la fuerte influencia que en él tienen
las teorías de Platón y Plotino–, puesto que en ella es central la idea de
«naturaleza», entendiéndose ésta como «naturaleza caída» –natura lapsa–,
intrínsecamente pervertida por el pecado original, y que no puede rehabilitarse por
sí misma sino únicamente por la intervención redentora de la gracia divina
sobrenatural. En sí, lo que afirma el Hiponense es que de una naturaleza mala no
pueden surgir o seguirse acciones buenas. En el tenor de su pensamiento, la
conclusión es clara: no hay nada que hacer para mejorar, elevar, la naturaleza
humana, a no ser que se realice una regeneración de la misma por la intervención
salvífica de la gracia divina, proveniente del orden sobrenatural.

Agustín afirma expresamente que la naturaleza humana está hecha para recibir la
gracia sobrenatural, es el recipiente querido que se llena con la conversión, volitiva
y cognitiva –crede ut intelligas, intellige ut credas, es decir, «cree para antender,
entiende para creer»–.3 Severino Boecio irá más lejos en plasmar el dualismo
platónico al afirmar su famoso homo est naturae rationalis indivisa substantia –«el
hombre es una substancia indivisible de naturaleza racional»–.4

Ya avanzado el Medievo, el pensamiento neoplatónico agustiniano fue desplazado


por el neo-aristotelismo de Tomás de Aquino. Para el Aquinate, la naturaleza
humana no es mala en sí, al contrario, puesto que conserva en sus tendencias
fundamentales la expresión inmediata de la voluntad de su divino creador. Por

3 HIPONA, Agustín de, Sermones, XLIII, 7, 9, en «Obras Completas de San Agustín», Colección Patrística, 3ª
edición, BAC, Madrid, 2004.
4 BOECIO, Manlio Severino, Liber de persona et duabus naturis, LXIV, 1343, en «Obras completas de

Boecio», Colección Patrística, BAC, Madrid, 2001.


4
ello, cada uno de los seres humanos participa de la razón divina y, por
consecuencia, es depositario del derecho natural. A la propia razón le incumbe
discernir lo justo y lo injusto en la vida individual y social, bajo el dictamen de la ley
divina y la ley natural. Esto da surgimiento a la ley positiva, pero también a la
afirmación de una ética del sujeto, anterior y superior a toda ley positiva.

La naturaleza humana –consistente en una serie de tendencias que propenden a


cumplirse– es una naturaleza racional –natura intellectualis, natura rationalis–,
capaz de descubrir sus propios fines y de alcanzarlos. Así lo expresa el Aquinate:
«Lo que es regla y medida de la acción humana es primariamente obra de la
razón».5 En la ratio radica la naturaleza humana como ley de operación interior, y
en ella se expresa la ley natural que rige la acción moral del hombre.

El Aquinate distingue en la ley natural del hombre tres aspectos: in primum, en


cuanto participa de la naturaleza universal del ser, equivale al «principio de que
hay que procurar el bien y evitar el mal», como principio de razón que coincide con
los principios generales de la naturaleza física. In secundum, «las tendencias que
el hombre tiene en común con los animales» –como las sexuales, procreadoras–,
propias de toda naturaleza biológica. In tertium, «las inclinaciones propias de los
seres racionales» que tocan a los problemas de la convivencia social y la vida
personal –y que es la naturaleza propiamente racional–.6

1.- LA «NATURALEZA» Y «NATURALEZA HUMANA»: INTERPRETACIÓN

El hecho de referirse a una «naturaleza humana» como ley de acción, como


principio regulador de la práctica de los seres humanos y su sociedad, ha
desempeñado una función que algunos denominan «emancipadora»: en
Aristóteles y Tomás de Aquino la ley natural se manifiesta en las propias
tendencias de cada ser humano –appetitum naturae nequit esse frustra–,7 con lo
cual éste se sitúa fuera del alcance de los poderosos según la ley positiva. La ley
natural es, así, instancia crítica frente a toda ley positiva, promulgada por

5 AQUINO, Tomás de, Summa Theologiae, I-II, q. 90, 12ª edición, Edición Bilingüe Español-Latín, BAC,
Madrid, 2009; cfr. q. 2 a. 7; q. 3 a. 1; cfr. q. 69.
6 Cfr. Ídem, I-II, q. 94, a. 2.
7 AQUINO, Tomás de, De veritate, q. 1, 9, 4ª edición, BAC, Madrid, 1981.

5
legisladores humanos –que pese a la ratio naturalis se dejan llevar por la
interpretación subjetiva de la voluntas, bajo el positivismo–, y es igualmente la
base para fundamentar los iura naturalia, los derechos naturales –hoy en día
denominados «derechos humanos», inherentes a cada individuo pero
pertenecientes a todos los seres humanos–, que realmente son y actúan como
una barrera ante cualquier sistema de poder coercitivo a cuanto quiera oponerse a
la concepción, medios y teleología propia de la ley natural y su derecho.

Finalizando la Edad Media, el nominalismo de Guillermo de Ockham –que es


también un voluntarismo avant la lettre–, se cuestionó seriamente la capacidad de
la razón humana para encontrar la verdad por medio de la deducción y a partir de
axiomas universales –que son, en definitiva, la esencia de la ley natural–. Ockham
llega a considerar la imposibilidad de descubrir racionalmente qué comportamiento
es bueno y cuál es malo, porque afirma que no depende de ninguna razón
intrínseca sino de la voluntad de Dios que lo manda –ahí radica su
«voluntarismo»–. En ese entonces, su pensamiento parecía querer desaparecer
los conceptos de «ley natural» y «naturaleza», pero el efecto fue precisamente el
contrario: una vez desprovista de su poder para descubrir la verdad, «comenzó a
concebirse la razón como el modo de manifestarse la voluntad de Dios»,8 y tal
manifestación no debía dejar lugar a dudas. De ahí resurgiría una versión de la ley
natural mucho más rígida que, en maremágnum de la Edad Moderna, emprenderá
un camino con amplio desarrollo.

El Renacimiento propugnó ab initio una vuelta al naturalismo y al humanismo. La


«naturaleza humana» se concibió novedosamente de forma secularizada,
desligándose del contexto filosófico-teológico que había sido su matriz. Y en las
siguientes centurias se desembocó en el iusnaturalismo laico moderno –siglos XVI
y XVII– con Johannes Althusius, Hugo Grocio y Samuel Pufendorf, quienes
subrayan la autonomía de la naturaleza en cuanto racional, autosuficiente,
independiente de la revelación. Hay leyes naturales que todo lo rigen, también
acerca de lo bueno y lo malo. Así infieren un ius naturalis, autárquico, siempre
confrontado con derecho positivo cuando se aparta de las directrices apriorísticas

8CHIAVACCI, Enrico, La aceptación o el rechazo de la experiencia moral originaria, Editorial Figa, Siena,
1974, pp. 561-562.
6
que el primero propugna, y asume las atribuciones históricamente precedentes del
derecho divino –sin que se ciña en una teocracia en el desarrollo del neo-
iusnaturalismo actual–.

Igualmente, de esta común raíz dimanarán todas las ideologías revolucionarias de


la clase burguesa, que posteriormente formulará catálogos y series de derechos,
más conocidos en la actualidad como «derechos humanos» y «derechos civiles»,
sobre los que se edificarán las ilustradas –en el sentido de provenientes del
movimiento de la Ilustración del dieciochesco llamado «Siglo de las Luces»–
constituciones modernas. Ahora bien, no es posible ni permisible ignorar que esta
progresividad naciente de los hoy tutelados y reconocidos derechos humanos se
debe inconcusamente a la natura communis rationalis del ser humano.

La teoría de la naturaleza humana propugnada por Marx afirma, en esencia, que:


«El hombre tiene una indefensión natural, es decir, el hombre ha nacido con un
cuerpo débil y está sometido a muchas enfermedades. El hombre necesita al
hombre, vivir en sociedad. Con lo cual el hombre es un ser social por naturaleza».9
Las primeras fases del pensamiento de Karl Marx reafirman la sociabilidad
humana como parte de su naturaleza, aun cuando difiera en la aplicación espiritual
y de la existencia del mundo de las ideas en la ética y pensamiento de Platón,
pero dejando en claro que somos seres que necesitamos de los seres humanos
para nuestra supervivencia –lo cual es aprendido, sin duda, pero como parte
innata de una natura que no se enseña–. No es misión de este texto adentrarse en
la consideración de la naturaleza humana desde los ámbitos de la psicología, la
psiquiatría y la antropología social que en el último siglo pasado se han
desarrollado, porque desbordaría los límites de este capítulo, pero nada añaden a
lo que hemos expuesto, dado que o lo afirman, o lo contradicen, por lo que sería
superfluo en ambos casos, salvo que el lector así considerare ampliar su
conocimiento en el tema.

Como colofón a este punto, se ha de destacar que, sin duda alguna, la naturaleza
humana es más compleja todavía que el propio ser humano en sí –por paradójico
que suene–, pues el principio y los fines de cada uno de los actos de los diferentes

9 MARX, Karl, La sagrada familia, Porrúa, México, 2001, pp. 78-79.


7
seres son consecuencias y consecuentes. Pero el análisis de este último aserto es
parte del desarrollo de la naturaleza en y del propio ser humano.

2.- DE LA «NATURALEZA HUMANA» AL CONCEPTO DE «PERSONA».

Stricto sensu, el concepto de «persona» fue formulado por primera vez en la


reflexión religiosa –específicamente en la teología cristiana, al pensar la fe desde
la doble naturaleza de Jesucristo y la Unidad y Trinidad de la naturaleza del Dios
Uno y Trino–, sobre todo entre los siglos II y V, como lo afirmó el Concilio de Nicea
en el año 325.10 Posteriormente, el concepto fue aplicado también a la reflexión
antropológica estrictamente filosófica. Pero la dificultad constatable en la evolución
de la reflexión teológica y los múltiples equívocos que durante siglos acompañaron
a la teología impregnaron también de una considerable dosis de ambigüedad a la
reflexión acerca del «hombre» como «persona», proveniente del pensamiento del
Estagirita.11

El interés inicial de la reflexión patrística no fue en sí antropológico sino religioso,


menester es reconocerlo. Tertuliano adoptó –y adaptó– el término griego prósópon
al concepto latino persona –ya propio del derecho romano, sin duda–, pero
ampliando su extensión significativa a todo ser humano –a quien comparte la
naturaleza humana, e incluso al feto humano, pues afirmaba que «ya es una
persona quien está en camino de serlo»–.12

No podemos olvidar que tanto en la Grecia y Roma clásicas ya existía una


indigencia significativa en su concepción de la «persona». En Grecia y en Roma
las personas eran sólo los ciudadanos libres, sujetos de plenos derechos y
deberes –sui iuris esse–, y se contraponía tanto a las mujeres, a los esclavos y a
los niños, que no poseían plenamente tales derechos –alieni iuris esse–. Por ende,
queda manifiesto que «ser humano» –concretado en ser varón o ser mujer– y
«persona» no eran sinónimos –pues tanto las mujeres como los esclavos y los

10 Cfr. DENZINGER, E., Enchiridion Symbolorum, 23ª edición, BAC, Madrid, 2001, pp. 24-25.
11 Cfr. ARISTÓTELES, De generatione, II, 734a.
12 Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración sobre el aborto, n. 13.

8
niños eran individuos del género humano pero no eran tenidos por personas libres
y con plenos derechos, esto es, dignos por sí mismos–.13

Pero fue la difusión cristiana de los conceptos de «fraternidad universal», e


«igualdad entre los hombres» la que permitió ampliar a todos los seres humanos,
sin distinción alguna, su consideración como personas. Por esto, «persona» hace
referencia directa a la «dignidad del hombre», inherente a su naturaleza humana,
a la relación que mantiene hacia las otras personas e incluso a la trascendencia
del propio ser humano. En cambio, la reflexión filosófica griega versó sobre una
antropología que difícilmente se libra de la tentación del dualismo –lo que explica
que la filosofía griega desconociera casi por completo la tematización sobre el
hombre como persona, esto es, concebida en su auténtico valor ontológico y
ético–.

En efecto, para los griegos el hombre era considerado como un ser objetivo
individual, vinculado a la noción de sustancia y, por tanto, a la de cosa –los
griegos podían denominar prósópon tanto a un hombre como a una mesa, es
decir, se refería a cualquier realidad individual, desde un ser espiritual hasta
cualquier objeto–. Por ello encontramos aquí una gravísima carencia en la
deficiente antropología griega, al serle desconocido el concepto cabal de
persona.14

La emancipación de la reflexión sobre la persona de la –digámoslo así– tutela


teológica caminó de la mano con la emancipación de la filosofía de la teología,
como se expuso ut supra, aunque fueron casi los mismos filósofos –desde Agustín
de Hipona, Tomás de Aquino, Buenaventura de Bagnoregio, Anselmo de
Cantorbery, etcétera– los que reflexionaron sobre la «persona», considerada
filosóficamente, y no sólo partiendo de los datos de la revelación cristiana.
Ciertamente, no podemos olvidar que el concepto de persona como máscara –ese
prósópon– fue introducido en el lenguaje filosófico por el estoicismo popular,
siendo por ello que Lactancio concibió a la persona como el representante de un
personaje, como un actor del drama de la vida.15 Quizá por lo anterior algunos

13 Cfr. MARGADANT S., Guillermo Floris, Derecho Romano, 26ª edición, Esfinge, México, 2001, pp. 46-48.
14 Cfr. JAEGER, Werner, Cristianismo primitivo y paideia griega, 18a edición, FCE, México, 2007, pp. 21-24.
15 Cfr. LACTANCIO, Lucio Cecilio Firminiano, De Ira Dei, VII, citado en BAYLE, Pierre, Historical and Critical

Dictionary, Vol. 4, London, 1967, p. 903.


9
autores cristianos fueron muy reacios a utilizar el término «persona» para aplicarlo
al estudio teológico, por parecerles ambigua –como sostenía el Hiponense, que
prefería hablar de «relaciones», porque «persona» no es un término que se utilice
en la Sagrada Escritura–, o por estimar que era demasiado filosófica.

2.1.- LA AMBIGÜEDAD INTRÍNSECA EN EL CONCEPTO DE «PERSONA».

La ambigüedad multívoca sobre el uso del término –y concepto– «persona» es


fácilmente comprobable cuando los autores y nosotros mismos hablamos
indistintamente de «hombre», de «ser humano», de «individuo», de «sujeto», de
«yo» y, muy especialmente, de «persona». Sin embargo, todos los conceptos
anteriores no son conceptos sinónimos.16 Por supuesto, un «ser humano» es una
«persona», y una «persona humana» es, realmente, un «individuo» –el término
griego átomós es muy descriptivo: es indiviso, sin fractura–, puesto que pertenece
a una especie y se diferencia de los demás individuos en sus características
peculiares –accidentes, si se prefiere, en la terminología aristotélica: altura,
pigmentación, sexualidad…–. Sin embargo, al mismo tiempo es un «individuo» un
libro en cualquier estantería de una biblioteca, dado que la individualidad –con sus
características de indivisibilidad e impredicabilidad– no sólo es aplicable y
conveniente al ser humano sino también a cualquier ser en relación a su especie –
ya que se predica igualmente del mundo vegetal y animal–.

Sin embargo, mantener la aseveración de que el «ser humano» es una «persona»


es transitar mucho más allá de cualquier diferencia categorial y/o accidental –
predicamental–, y más todavía, sostener que su singularidad es única, insustituible
y no intercambiable. Exactamente esto es la unicidad de la persona: sostener que
el «ser humano» que es un «individuo», es caer en la indistinción y en lo
puramente numérico-accidental-cuantitativo, pero recordemos que de la persona
se predica precisamente su distinción en la indistinción de la genérica «naturaleza
humana». A modo de ejemplo, digamos que, en un tejado, al romperse una teja y
quedar inservible, se sustituye por otra sin problema mayor, pero, siguiendo el

16Cfr. THEUNISSEN, M., Skeptische Betrachtungen üher den anthropologischen Personbegriff; en H.


ROMBACH (her.), Die Frage nach dem Mensrhen. Aufriss einer philosophischen Antropologíe,
Munich/Friburgo, 1966, pp. 461-490.
10
mismo ejemplo, cuando un ser amado muere, no podemos sustituirlo por otro –
como hicimos con la teja–, puesto que cada persona es única e inutilizable –
irremplazable, más bien–.

Por ello es inconcuso que podemos sostener que una «persona» no es


meramente un «individuo» –frente a las teorías que mantienen lo contrario, incluso
desde el ámbito de los derechos humanos, basados en la esencia inherente a la
propia naturaleza humana–. Por consiguiente, el «individuo», como tal, se
asemeja a una isla real entre otro conjunto de islas –conformando un auténtico
archipiélago, como podría ser el ejemplo de Filipinas–, que abarcan tanto a los
otros «individuos» o «yoes» como al resto de las cosas materiales existentes.

De la misma forma podemos argüir la diferenciación entre los conceptos de


«persona» y «sujeto». Aun cuando los partidarios del estructuralismo quieran
negarlo, es indudable que la «persona» es un «sujeto» –recordando que incluso
gramaticalmente en la sintaxis observamos que una acción incluso impersonal ha
de tener un sujeto activo o pasivo que la realice–. Ahora bien, este aserto debe ser
igualmente matizado, porque para los primeros filósofos griegos también era un
«sujeto» –hypokéimenón– una silla o una montaña. Así, mantener que la
«persona» es «sujeto», es afirmar que se tiene dominio y voluntad de sí misma,
que se autoposee, que subsiste en sí misma y que sabe y se sabe subsistiendo,
sin género alguno de duda. El «sujeto», pues, es el «yo personal en tanto que
sujeto».

Ahora bien, hemos de mantenernos fieles al pensamiento del Estagirita y el


Aquinate, puesto que la sociabilidad que es innata y connatural al ser humano
hace que sea imposible la existencia de un sujeto aislado de los otros sujetos –
salvo las excepciones de aislamiento penal, médico, de enfermedad terminal y de
muerte–, ya que un sujeto no se reconoce como sujeto sino ante la presencia de
otros sujetos –y, desde luego, no sólo ante los objetos, como afirman los
dualismos–. El «ser humano», quien es siempre «sujeto», es también, siempre,
intersubjetividad, e igualmente el sujeto originario, en la vivencia esencial de su
ser y de su actuar, siempre se autopercibe –aun cuando no quiera, como decía el
argumento viciado de los escépticos y los existencialistas angustiados–
cabalmente como subjetividad interpelada por otras subjetividades –precisamente,
11
intersubjetividad–. Al afirmar esto, damos un paso más en la ambigüedad de
conceptos, puesto que así el «ser humano» no es solamente «sujeto», sino que
también es «intersujeto», un sujeto rodeado de interacción con otros sujetos.

Tema de particular consideración, necesariamente a ser tratado de manera breve,


es la relación entre los conceptos de «persona» y «yo» –sin que entremos en el
campo del análisis psicológico–. La «persona humana» siempre es un «yo» –bien
provenga etimológicamente del griego o del latín, la raíz es la misma: ego–, el
núcleo medular de su autoconciencia, en tanto que es fundante de la identidad
personal –lo que Immanuel Kant denominó la «unidad de la apercepción pura»–.
Ahora bien, al igual que afirmamos del «sujeto», hemos necesariamente de
mantener: un «yo» aislado de los otros «yoes» –pues una persona no tiene su
fundamento último en sí misma, pese a lo que el pensamiento de Fichte y Gentile
entendiese al «yo» como causa sui–, se convertiría en una rara avis o especie de
«yo» cogitativo y primario –que es lo que pretendió René Descartes al concebir al
hombre como una conciencia aislada, reduciendo la conciencia a autoconciencia,
su res cogitans–.

Aun así, no puede reducirse la «persona» a un «yo», pues es disminuirla


tremendamente, dado que conlleva presentarse como poseedora de sí, como si
siempre el «yo» fuera autoconsciente de sí mismo –negando las grandes zonas de
penumbra que ineludiblemente, como sabemos desde Freud, envuelven a la
persona real, que es en realidad psicosomática–.

Así, a lo largo de la rica y compleja historia del pensamiento se demuestra que se


han realizado propuestas de definición bastante atinadas, a nuestro humilde
parecer: ya hemos citado a Boecio –la persona es sustancia–, pero no es
desatinado recordar a Ricardo de San Víctor –la persona es existencia–, ni al
propio Aquinate –para quien la persona es subsistencia–. Posteriormente,
continúan René Descartes –la persona es una res cogitans, cosa pensante–, e
Immanuel Kant –quien afirma la persona como sujeto fenoménico–, e incluso el
personalismo –la persona es únicamente relación–, entre otras muchas corrientes
del pensamiento y del derecho. Aun cuando pareciere contradictorio, no es
necesaria una definición cerrada o estricta, porque nosotros mismos somos

12
personas, y esto es indubitable y certero mucho antes de que nos percatemos de
serlo, puesto que es nuestra naturaleza humana.

La célebre definición boeciana de persona como «naturae rationalis indivisa


substantia» –«una substancia indivisible de naturaleza racional»–,17 lo que
pretendía era acentuar la racionalidad y la sustancialidad de la persona. Pero este
intento nos parece insuficiente, por prescindir de características fundamentales de
la persona humana –como lo son la existencia, la relación, la corporalidad, la
historicidad, la condición sexuada, la capacidad de amor, etcétera–.

Por su parte, Tomás de Aquino, concibiendo a la persona como subsistencia,


afirma: Persona significa id quod est perfectissimum in tota natura, scilicet
subsistens in rationalis natura –«persona significa lo más perfecto de toda la
naturaleza, es decir, el subsistente de naturaleza racional»–.18 Pero la
«subsistencia» –y la substancia que de ella dimana– no tiene tampoco una
significación unívoca, y cuando el Aquinate indica que «substancia» equivale
etimológicamente a hypóstasis, y que esa dicha «substancia» significa unas veces
«esencia» –essentia, ousía– y otras «persona» –hypóstasis–, concibe a las
personas como subsistencias,19 pero es un lapsus comprensible, al empantanarse
el pensamiento entre esencia y existencia –de la subsistencia–, lo cual no es
motivo del tema que nos atañe.20

De las múltiples aportaciones de aproximación a la realidad peculiar de la persona,


que podemos considerar como intentos de descripción de la misma, hemos de
destacar la de Mounier –que no es una definición estricta, sino más bien una
metáfora–, pues pocos como él han pensado y combatido en su favor:

«Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de
subsistencia y de independencia en su ser; mantiene esta subsistencia con su
adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos en
un compromiso responsable y en una constante conversión; unifica así toda su

17 Vid. Nota 4. BOECIO, Manlio Severino, De Trinitate, c. 6, PL 64, 1254.


18 AQUINO, Tomás de, Summa Theologiae, op. cit., I, q. 29 a. 3.
19 Ídem, I, q. 29, a. 2.
20 Cfr. MARTÍN GARCÍA, Alejandro, El ser, el ente y la vigencia de la ontología tomista, Universidad

Autónoma de Chiapas, México, 2018, pp. 19-21.


13
actividad en la libertad y desarrolla por añadidura, a impulsos de actos creadores,
la singularidad de su vocación».21

Se perciben en esta designación algunas de las principales características de la


persona, alejándose del sustancialismo boeciano en lo que tiene de cosificador,
adhiriéndose Mounier, en cierto sentido, a la concepción tomista de subsistencia e
independencia en su ser.

Esta descripción no es totalmente satisfactoria, pues habría que añadir otros


componentes básicos que Mounier no ha contemplado en esta descripción –o que
contempla relativamente in obliquo, como la corporeidad, la condición sexuada, la
historicidad, la sociabilidad y la capacidad de vivir en comunidad, la mortalidad,
etcétera–.

Avanzando paulatinamente en el estudio de la persona humana, hemos de


transitar de la filosofía a la realidad empírica, y ésta se basará en un concepto
metafísico que el ser humano descubre por sí mismo y en el trato con los otros: la
dignitas. Esta «dignidad» será forjará un binomio inseparable con el paso siguiente
en la evolución de la persona como sujeto de derechos, de derechos humanos, de
personalidad jurídica. Por así decirlo, la dignidad inherente en la naturaleza de la
persona humana hace a ésta, consiguientemente, y de manera absoluta,
universal. Contrario sensu, si tanto la persona como la dignidad no fuesen algo
«universal, no cabría predicar la dignidad de todo hombre lo que supondría que los
derechos humanos no serían de suyo universales: unos los tendrían en más alto
grado que otros».22

Por ello mismo es acertado evocar las palabras de nuestro recientemente fallecido
profesor, Javier Hervada:

«Si la dignidad no se acepta como universal, pierde su carácter de absoluto y


queda tan sólo como concepto relativo, que indicaría una relación entre los
hombres; y como los hombres son, en sus condiciones particulares de existencia,
desiguales, lo verdadero no sería el principio de igualdad, sino el principio de

21MOUNIER, Emmanuel, op. cit., p. 625.


22HERVADA, Javier, Los Derechos inherentes a la dignidad de la persona humana, en Revista Ars Iuris, No.
25, Universidad Panamericana, México, 2001, p. 246.
14
desigualdad, de modo que lo adecuado a lo natural sería la desigualdad de
derechos y de situaciones de superioridad de unos hombres respecto de otros».23

Pero desarrollar esto nos llevaría tan lejos, que motiva que debamos renunciar a
una definición exhaustiva de la persona, para adentrarnos en el reconocimiento de
ésta como sujeto de derechos y obligaciones.

2.2.- LA «PERSONA» COMO «PERSONA JURÍDICA»

Inconcuso es, pues, que todo ser humano es, velis nolis, «persona» y, por el solo
y mero hecho de serlo, goza de unos derechos esenciales fundantes que, por ser
exigidos por la propia naturaleza humana, se denominaron primeramente
«derechos naturales» –los iura naturalia, si bien es típico y tópico denominarlos
actualmente «derechos humanos»–. Ahora bien, necesario es reiterar que para
ejercer esta personalidad es preciso gozar de libertad y de responsabilidad. Los
derechos humanos son exigidos por la naturaleza del ser humano y por lo que
éste está teleológicamente llamado a ser. Lo anterior comporta que,
irrecusablemente, las obligaciones o deberes están también ligados a su
capacidad de obrar como persona libre y responsable. Por ello mismo es
necesario dejar en firme la convicción y realidad de que todas las personas tienen
derechos desde el primer momento de su ser –desde su concepción, si se
prefiere–, pero el ejercicio de algunos de estos derechos –así como de los
deberes– va a estar supeditado necesariamente al desarrollo de sus facultades.24

Así pues, la «persona jurídica» –o «persona moral»– es una persona ficticia capaz
de ejercitar los derechos y de adquirir las obligaciones para realizar actividades
que ocasionan plena responsabilidad jurídica –que es la imputabilidad jurídica de
un hecho jurídico causada por la culpabilidad de la responsabilidad objetiva, que a
su vez es un tipo de responsabilidad civil que se produce con independencia de
toda culpa por parte del sujeto responsable– que supone el nacimiento de
obligaciones para el imputado y el nacimiento de derechos donde el sujeto se
encuentre en posición de reclamarlas. En resumen, la persona jurídica es

23Ídem, p. 247.
24 Cfr. CANADÁ CASTILLO, Pedro, Doctrina Social Cristiana: Derechos de la Persona Humana, en Gran
Enciclopedia Rialp, Tomo XVIII, Madrid, 1974, p. 355.
15
la jurisdicción por el ordenamiento jurídico de derechos y obligaciones por sujetos
diferentes de los seres humanos.

Todas las circunstancias enumeradas en el párrafo precedente permiten afirmar


que las «personas jurídicas» son, stricto sensu, un producto del derecho, y que
solo existen en razón de él –puesto que sin su reconocimiento nunca tendrán
responsabilidad moral o material, que son productos abstractos del derecho que
permite a las sociedades actuar judicialmente para cumplir los objetivos
esbozados por sus integrantes y contemplados en sus leyes, sean o no las justas
al tenor del derecho natural–.

Por supuesto, de todos es conocido que las personas jurídicas no coinciden


necesariamente con el espacio de las personas físicas, porque la denominación es
mucho más amplia y permite actuaciones con plena validez jurídica de los entes
conformados por conjuntos de personas o empresas. La persona jurídica tiene
lugar por la amplitud que se le concede a una colectiva de desarrollar un papel
protagónico en el mismo procedimiento jurídico. La crítica fundamental de los
expertos recae sobre el hecho que se le denomine «persona natural» –que
también posee la responsabilidad de actuar de manera activa en el sistema–.

Ahora bien, en ilación con lo antedicho, al estudiar distintas legislaciones


internacionales, nos percatamos que la proliferación de normas alejadas –en
parte– de los principios, han contradicho las mismas normas de los sistemas.
Exempli gratia: los menores de edad son objeto de la legislación internacional, y
queda explícito que a la vez que ha de procurarse su desarrollo moral –y, por
ende, censurar todo aquello que agreda su moral y costumbres–, debe
permitírseles el derecho a la información y el de expresión. El estudio de la
legislación internacional sobre derechos humanos nos permite incurrir en estas y
otras contradicciones –entre otras cosas–, porque es la ley la llamada a «limitar»
los derechos, y es la misma ley la que define sus alcances. Por ello, no es nada
aventurado afirmar que la persona humana, en este caso de ejemplo, ha dejado
de ser el objeto del derecho.

De lo anterior, es dable –y muy legítimo– preguntarse qué es la persona humana


para el legislador, y si puede, en su función, tratar todos los conceptos inherentes

16
a la persona como si fuesen conceptos relativos, que permiten interpretación. El
problema es que se nos plantearían nuevas hipótesis muy plausibles, pero
terriblemente complicadas, como, por ejemplo, preguntarnos si puede la
interpretación del legislador variar el contenido de los conceptos con el paso del
tiempo o dependiendo del lugar, la persona, la raza, o credo religioso, etcétera.
Estas preguntas requieren respuesta a la luz de lo que se ha dicho sobre la ley, y
el concepto que procuramos expresar sobre los derechos en estudio y el bien
común –como límite, cauce y potenciación de los mismos derechos y valores–.

El quid de la cuestión está en la forma en como sepamos responder a estos


interrogantes. Para comprenderlos no podemos ignorar las distintas
interpretaciones que a la persona humana como persona jurídica se están
otorgando sobre los conceptos de «vida humana», «salud reproductiva», «acceso
a la salud», «población», y un amplio etcétera, que son utilizados, ex aequo, en
documentos legislativos en los que, de una u otra forma, se procura introducir el
aborto, la eutanasia, los derechos de los homosexuales y lesbianas y su «derecho
al matrimonio» o «derecho a adoptar hijos» y, lógicamente, los abusivamente
denominados «derechos de libertad» –todo esto igualmente bajo los mismos
derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales–.

Se utiliza en su defensa los conceptos de «tolerancia», «libertad», «igualdad»,


entre otros, con argumentos que, rayando en lo absurdo, denotan ignorancia
respecto a la naturaleza humana, la antropología, la biología y las leyes y normas
de derecho natural que, con objetivo de su felicidad, procuran legitimar estos
«derechos». Una vez que se renuncia a la verdad, todo concepto se desliga de la
igual naturaleza de las personas para ingresar en un debate de posibles y
futuribles, que son igualmente tutelables. Es así como los derechos dejan de ser
humanos y como lo humano deja de ser objeto del derecho. Pero este desarrollo
no es competencia del presente capítulo, lamentablemente.

Lo que sí es necesario considerar es que el derecho positivo –que concibe la


producción de las normas jurídicas determinadas meramente por la voluntad
creadora y el conocimiento del derecho como pura reflexión racional– debe

17
reconocer que ha perdido la batalla con la incorporación de los derechos humanos
en las distintas Constituciones. En palabras de Zagrebelsky, debe aceptar que, si:

«el derecho debe volver a la realidad, es decir, si debe operar en cada caso
concreto conforme al valor que los principios asignan a la realidad, no se puede
controlar la validez de una norma teniendo en cuenta exclusivamente lo que ésta
dice. No basta considerar el ‘derechos de los libros’, es precio tener en cuenta el
‘derecho en acción’; no basta una ‘validez lógica’ es necesaria una ‘validez
práctica’»,25

pero no en cuanto derecho positivo, que se resiste a un contenido de valor, sino


en cuanto derecho natural, único que puede permitir la flexibilidad entre la norma y
el hecho real, concreto. Para aclarar de una vez por todas la litis, se ha de afirmar
indubitablemente que el derecho –y hasta los derechos humanos– fueron
elaborados en su concepción objetiva por la «tradición iusnaturalista (...) como
innatos o naturales que se convirtieron (en las constituciones) en derechos
positivos de rango constitucional».26

Así pues, como el ser humano es persona, la protección de sus derechos se


fundamenta en la «constante y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que es
suyo».27 Ergo, la razón suficiente del derecho no puede estar asentada –como lo
afirma García Máynez– en su validez formal, sino «en algo más profundo, y tiene
que buscarse, si es posible, hasta sus raíces ontológicas o metafísicas más
hondas».28 Por ello, es imposible dejar de afirmar que el derecho no sólo se
constituye como un sistema de «normas» y «reglas», sino que en él actúan
inseparablemente «principios» que «son la puerta de entrada a una labor
hermeneuta y argumentativa en el derecho, lo cual conduce indefectiblemente a la
crítica más dura contra el positivismo jurídico, esto es, la innegable vinculación

25 ZAGREBELSKY, Gustavo, El derecho dúctil, Porrúa, México, 2008, p. 122.


26 BOVERO, Michelangelo, Derechos fundamentales y democracia en la teoría de Ferrajoli: un acuerdo global
y una discrepancia, en Los Fundamentos de los Derechos Fundamentales, Trotta, Madrid, 2003, p. 216
27 Cfr. PLATÓN, La República, 331; Cfr. ARISTÓTELES, Retórica, I,9; Cfr. CICERÓN, Marco Tulio, De

Finibus, 5,23; Cfr. AMBROSIO, San, De Officiis, I, 24; Vid. HIPONA, Agustín de, La Ciudad de Dios, 19,21;
Cfr. Corpus Iuris Civilis, Derecho Romano, Instituta, I, 1.
28 BEUCHOT PUENTE, Mauricio, Hacia una nueva propuesta para la Fundamentación de los Derechos

Humanos, en Revista Ars Iuris, No. 25, Universidad Panamericana, México, D.F. 2001, p. 213.
18
entre hecho y valor, entre la moral y el derecho, en definitiva, a la actualización de
la justicia en el derecho».29

El aserto anterior evidencia que, lastimosamente, el jurista que ha dejado de


pensar en la persona humana como objeto de su reflexión sobre el derecho, va
perdiendo la coherencia e incurre en la ilogicidad, hasta dejar en el vacío el
fundamento de su supuesta ciencia jurídica, porque «solo desde el positivismo es
difícil para un jurista fundamentar la génesis de los derechos fundamentales,
definirlos y desglosarlos, otorgando la distinta jerarquía entre unos y otros, máxime
cuando se enfrenta al “problema” de tener que aplicar la ley, sin con ello
desproteger los derechos fundamentales de las personas».30

Se ha dicho frecuentemente –y con suma razón, en opinión de los autores–, que


existe una realidad jurídica primaria, que es la realidad de la persona humana, a
cuya esencia constitutiva pertenece la apertura a las otras personas con las que
está en relación. La vida de la persona transcurre en relación con otras personas,
pero en esta relación debe respetar –y puede exigir que los demás respeten– lo
que es «suyo», a saber, su misma condición de persona, que a su vez es
inseparable del reconocimiento de una esfera de libertad y de unas exigencias
básicas de «dignidad» en su modo de estar en el mundo.31

Pese a lo anterior, sorprende afirmar que el reconocimiento jurídico internacional


de la dignidad humana apenas se expresa en Bogotá, Colombia, el 2 de mayo de
1948 con la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre. Sin
embargo, aunque tardío, su reconocimiento internacional plasma criterios de
especial importancia moral y jurídica: in primum, que todos los hombres nacen
libres e iguales en dignidad; in secundum, que los derechos presuponen deberes
para todos; in tertium, que, si los derechos exaltan la libertad individual, los
deberes expresan la dignidad de esa libertad; además, in quartum, que los
deberes de orden jurídico presuponen como apoyo y fundamento otros deberes de
orden moral. Por ello, podemos concluir válidamente que el espíritu de la

29 SALDAÑA SERRANO, Javier, La filosofía del derecho y su renovación práctica, en Revista Ars Iuris, No. 25,
Universidad Panamericana, México D.F., 2001, p. 14.
30 ARREGUI, Vicente, y CHOZA, Jacinto, Filosofía del Hombre. Una antropología de la intimidad. 3ª edición,

Rialp, Madrid, 1992, p. 16.


31 Cfr. GUTIÉRREZ COMAS, Juan Jacobo, Derecho y Moral, en Gran Enciclopedia Rialp, Tomo VII, p. 491.

19
Declaración precitada es la finalidad suprema de la existencia humana, que se
expresa social e históricamente en la cultura. Nos encontramos ante «una de las
principales notas del constitucionalismo de la segunda posguerra (que) eleva la
dignidad de la persona humana a la categoría de núcleo axiológico constitucional
y, con ello, a principio jurídico supremo del ordenamiento normativo en su
conjunto».32

Ahora bien, jamás ha de olvidarse que cuando hablamos de derechos, hacemos


referencia única y necesariamente a la persona humana. Y como a tal, éstos le
«permiten tener conciencia de (su) dignidad objetiva».33 Por ello, «la dignidad de la
persona humana no querría decir nada si no significa que, a través de la ley
natural, la persona tiene derecho a ser respetada y que es sujeto de derecho,
posee derechos».34 Por consiguiente, si las Declaraciones de los Derechos
Humanos reconocen la dignidad de la persona y tratan de protegerla e implantar el
respeto que merece, es porque universalmente se ha entendido que la persona
humana, en palabras de Hervada, “no puede ser tratada al arbitrio del poder y de
la sociedad, porque es objetivamente un ser digno y exigente, portador de unos
derechos en virtud de su dignidad, reconocidos, pero no otorgados por la
sociedad. Derechos que no están dejados al arbitrio del individuo –no puede
renunciar a ellos– ni de la sociedad y el poder”.35 Así, es de inferencia lógica
afirmar con De la Torre que «parece que existe un acuerdo más o menos
generalizado en que la dignidad humana es el fundamento de los derechos
humanos (...) aunque no es un término unívoco, sencillo de definir y mucho menos
de realizar».36

En consecuencia lógica, aplicada a los hodiernos derechos humanos –que derivan


de la dignidad humana– han de ser considerados como derechos objetivos, y
necesariamente limitan la capacidad de consenso y de pacto. Son, pues, previos a
cualesquiera otra serie de derechos y han de prevalecer absolutamente sobre el

32 BATISTA, Fernando, La dignidad humana como valor constitucional: su eficacia en la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional Español, Facultad de Derecho de la Universidad de Navarra, 2003, p. 20.
33 HERVADA, Javier, op. cit., p. 220.
34 MARITAIN, Jacques, Los derechos del hombre y la ley natural, traducción de Antonio Esquivias, Ediciones

Palabra, Madrid, 2001, p. 58.


35 HERVADA, Javier, op. cit., p. 221.
36 DE LA TORRE, Carlos, La Fundamentación de los Derechos Humanos, en Revista Ars Iuris, No. 27,

Universidad Panamericana, México, D.F., 2002, p. 51.


20
consenso y el pacto, porque son quienes fundan la democracia y la limitan.37
Como se plasmó en la Declaración Americana de Derechos y Deberes del
Hombre, la dignidad humana no es una simple estimación social. La «dignidad, en
general y en el caso de la persona humana, es una palabra que significa valor
intrínseco, no dependiente de factores externos. Algo es digno cuando es valioso
de por sí, y no sólo ni principalmente por su utilidad para esto o para lo otro».38

Es, pues, irrefutable: «la dignidad de cada ser humano nace del ser peculiarísimo
e irrepetible que somos cada uno, el fundamento de la dignidad de la persona está
dentro de ella misma, y no fuera. Por eso tiene valor intrínseco».39 La dignidad no
es un concepto definible por ley, ni siquiera en las «limitaciones» que muestre una
persona determinada sobre la cual podría «cuestionarse» la dignidad por sus
actos, ya que «la dignidad de la persona humana existe, es real y objetiva,
independiente y previamente a que sea reconocida por la opinión pública (…) los
gobernantes y el ordenamiento jurídico deben respetar ese valor inviolable».40 Por
ello, en definitiva, «decir que el hombre es un ser digno quiere decir que es
persona».41

3.- EL DESARROLLO HUMANO

Si ya ha sido difícil inferir que la naturaleza humana dimana de la esencia del


propio ser humano, por sus innatas, universales, inalienables e imprescriptibles
características –agravado por del estudio sobre el sujeto, el individuo, la persona y
su dignidad– no es menos prolija la tarea de acordar qué es el «desarrollo
humano» cotejado con dicha «naturaleza humana». En principio pudiere parecer
sencillo, puesto que por lógica inferencia el desarrollo humano debiera ser
únicamente vivir conforme a la ley natural y el derecho natural, adicionando
aquello que es un bonum, pulchrum, verum –bueno, hermoso, verdadero– para la
existencia del propio ser humano –no puede caber duda que la teleología de la
naturaleza humana es la eudaimonía propugnada por el Estagirita y todos sus

37 Cfr. Ídem, p. 237.


38 YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de antropología, 2ª edición, EUNSA, Pamplona, 2003, p. 19.
39 Ídem, p. 34.
40 Ibídem, p. 37.
41 HERVADA, Javier, op. cit., p. 244.

21
sucesores, desde un orden preternatural hasta cualquier futurible, dado que ni uno
solo de los seres humanos tiene ínsito en su naturaleza el mal, la desdicha, el
infortunio o el sufrimiento–. Lo que hasta aquí se ha descrito es la inferencia lógica
natural no es la historia del ser humano que, según los apetitos –volitivos,
intelectivos, pasionales, elícitos o imperados–, y ha demostrado dirigirse hacia
derroteros que propugnan materialismos, utilitarismos y hedonismos varios.

El desarrollo humano necesita estar basado en la integralidad de la persona


humana y la evolución de las facultades, capacidades y derechos innatos en la
misma. Quitar a la persona humana –su naturaleza y/o su dignidad– como
fundamento de los derechos y de la sociedad es, cuando menos, una falacia
ingenua o una falsedad dolosa. Aunque la biología, la antropología, la filosofía, la
teología y el propio derecho han partido de una naturaleza humana como fons
communis, el siglo XX ha heredado para este siglo XXI el problema de reencontrar
la fórmula de conciliación para aquellos que quieren –queremos– ver a la persona
humana –su dignidad y naturaleza– como única fuente.

3.1.- EL DESARROLLO HUMANO, CAUSA DE LA SOCIEDAD Y LA LEY

In se, y parafraseando al Estagirita, el «desarrollo» es el decurso, el


desenvolvimiento o la evolución de un ente, una idea o una sociedad de acuerdo a
las posibilidades que tiene en potencia, es la actualización de la potencia de ser y
de llegar a la plenitud de las posibilidades. La etimología del término es, en
realidad, sorprendente, puesto que proviene de tres lexemas latinos: dis –el prefijo
de inversión de una acción–, rollo –de rotulus, ruedecita, diminutivo de rota,
rueda– y el sufijo -are –la terminación de infinitivo activo–. Con ello, tenemos que
el desarrollo es la consecuencia de quitar lo que estaba envuelto, enrollado.42

En lo concerniente al apartado, nos centramos en el «desarrollo humano», si bien


es menester precisar y acotar hasta qué parte del mismo hemos de abarcar,
siendo preferible desglosar una comprensión para centrarnos en cómo dentro de
la sociedad es necesario el respeto al desarrollo humano dentro del espectro

42 Cfr. DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA, 23ª edición, voz “desarrollo”, p. 471.


22
jurídico-normativo. Así, el desarrollo humano comprende varios aspectos –
económico, social, psicológico, espiritual, personal, etcétera–.

El primero, el «desarrollo económico», es el que considera fundamental que el


crecimiento de la economía de una nación repercuta positivamente en la calidad
de vida de sus habitantes, ofreciéndoles la posibilidad de desarrollar al máximo su
potencial productivo y creativo, tener una vida satisfecha a nivel de necesidades e
intereses, y gozar del bienestar, las oportunidades y la libertad que le brinda su
sistema económico. En esta línea de pensamiento, el desarrollo humano es el
paso subsiguiente al desarrollo económico, y, como tal, persigue el bienestar del
principal bien de una nación: sus habitantes.43 Éste es el aspecto de desarrollo
que queremos profundizar en el punto presente, puesto que de la sociedad brotan
las leyes positivas –en respeto o no de la ley natural que tan necesaria es–.

Ahora bien, no podemos olvidar que las leyes humanas son, de principio, «obra de
la razón y de la voluntad humanas que expresan también un deber ser vinculante,
que abarca a todos los sujetos a la autoridad del legislador».44 Para vincular a un
grupo de personas en el desarrollo sociológico y jurídico de su ser hacia un “deber
ser” se requiere ab initio conocer su razón de ser –es decir, su naturaleza
humana–, de modo que la norma sea perfectiva y, en consecuencia, determinar
qué valores son los que pueden exigirse. Por ello mismo, la ley es, primariamente,
una disposición de obligaciones para encaminar a una persona –o a una
sociedad– hacia un fin. Su finalidad es siempre teleológica, y no puede transitar en
auto-proponerse como unos medios más o menos populistas, subjetivos o
intencionadamente sesgados Es claro, pues, que las normas o leyes han de tener
un contenido de valor, dado que buscan plasmar el valor que se tiene de la
persona humana. En definitiva, las leyes procuran la tutela de dicha dignidad de la
persona humana en cuanto ser individual y social por naturaleza, por lo que es
acertado igualmente afirmar con Maritain que «obliga en conciencia».45

43 Cfr. MIDGLEY, James, Desarrollo social: teoría y práctica, Editorial Fundación General de la Universidad
Politécnica de Madrid, Madrid, 2014, pp. 23-31.
44 MONTEJANO, Bernardino, «Ley», en Gran Enciclopedia Rialp, Tomo XIV, Madrid, 1973.pp. 235-240.
45 MARITAIN, Jacques, Los Derechos del Hombre y la Ley Natural, traducción de Antonio Esquivias,

Ediciones Palabra, Madrid, 2001, p. 66.


23
Aunado a ello –y como consecuencia de lo mismo–, es misión de la ciencia
jurídica el valorar. Y, valorar es precisamente «destacar la unidad fundamental de
este punto de vista, lo que enlaza orgánicamente la variedad vivencial y valorativa,
mostrar cómo el sistema integra la misma realidad jurídica concreta».46 De aquí el
desarrollo de la naturaleza humana dentro de la ley y la sociedad, del estado y de
la norma, en un eterno fluctuar entre el querer y el deber, el ser y el hacer.

Si bien todos sabemos que «el Estado tiene una función moral y no solamente
material»,47 y, aun cuando es básico que «la ley tiene una función pedagógica y
tiende a desarrollar las virtudes morales»,48 el problema actual es que la ley
positiva no puede definir –en todo caso solo podría reconocer– los contenidos de
valor, toda vez que teniendo a la persona como «sujeto» y a los hechos de la
realidad como «objeto», es la misma naturaleza humana la que, por un lado,
ofrece los contenidos de valoración que han de considerarse, ad semel, son los
contenidos de «derecho en los hechos» los que se han de analizar. No es posible
admitir que sea la ley la que determine los límites y alcances de un derecho –
máxime si se da un enfrentamiento entre ley y hecho, entre persona y acción–,
cuando, en definitiva, se exige la interpretación de la ley al caso concreto. Así,
exempli gratia, para Savigny, esta interpretación consistirá en lo que denomina la
«reconstrucción del pensamiento ínsito en la ley».49

Al mismo tiempo, para von Ihering –que la llamará «jurisprudencia inferior»–, la


interpretación de la ley «no crea nada nuevo, ni puede hacer más que poner en
claro los elementos jurídicos sustanciales ya existentes».50 Montesquieu llegó a
decir que el juez es «un ser inanimado que repite las palabras de la ley»,51 y,
finalizando hipotiposis, Laurent manifestó que «los códigos no dejan nada al
arbitrio del intérprete; éste no tiene ya por misión hacer el Derecho: el Derecho
está hecho».52

46 LEGAZ LACAMBRA, Luis, Ciencia del Derecho, en Gran Enciclopedia Rialp, Tomo VII, pp. 412-414.
47 MARITAIN, Jacques, Los Derechos del…, op. cit., p. 66.
48 Ídem, p. 66.
49 SAVIGNY, F. v., Sistema de Derecho Romano actual, en La Ciencia del Derecho, Losada, Buenos Aires,

1949, p. 982.
50 IHERING, Rudolf von, Espíritu del Derecho Romano, en La Dogmática Jurídica, Losada, Buenos Aires,

1946, p. 132.
51 MONTESQUIEU, Del Espíritu de las Leyes, Claridad, Buenos Aires, 1977, p. 194.
52 LAURENT, Philippe, Cours Élémentaire de Droit Civil, T. I, Éditions Cujas, París, 2004, p. 9.

24
En el desarrollo de la sociedad y del estado –donde la persona humana con las
personas humanas evolucionan las características naturales innatas– no deja de
resonar en la historia del derecho aquella sentencia de Luis XIV –el Estado soy
yo–, supuestamente superado por la Revolución Francesa de 1789, que se
actualiza en muchos actuales sistemas de gobierno como «soy la ley» o, el
«Estado es la ley» y/o, como ocurre en México, cuando se afirma que la ley es «lo
que diga la Suprema Corte de Justicia» –que introduce razones normativas desde
su muy personal interpretación de los Tratados Internacionales–. No se ignora que
estas frases han permitido entender que ley y poder resultan cuasi sinónimos en la
realidad actual de los ordenamientos jurídicos.

Y es que el desarrollo humano en la protección de los derechos no es algo nuevo.


Ya en el año 1943 Jacques Maritain se pronunciaba sobre la necesidad de
someter:

«a una crítica severa la noción clásica de soberanía del Estado, no solamente en


el orden internacional (...) sino también el orden nacional mismo, donde, en
relación con el dominio económico, la función del Estado es simplemente de
coordinar, controlar y dirigir como instancia suprema las actividades económicas
espontáneamente organizadas y fundadas sobre la libertad de las personas y de
los grupos».53

Así lo consideró México cuando –apenas ratificados los Tratados de Derechos


Humanos en el año 1981, los ubicó como norma de uso en 2011–, postura que no
ha cambiado mucho en la realidad, puesto que al parecer los derechos de las
personas sólo pueden hacer referencia a la ley, cuando el Estado reconociendo
estos derechos, los ha protegido, no cuando ha considerado –en su potestad– su
determinación.

Vale la pena volver a citar a Maritain:

«La organización política de la nación implica en su base (...) el reconocimiento de


los derechos de la persona humana a la vida política y debe reposar sobre los

53 MARITAIN, Jacques, Los Derechos del…, op. cit., p. 84.


25
derechos y libertades políticas de los ciudadanos (…) que son de un orden, no
solamente material, sino principalmente moral y propiamente humano».54

No ha de olvidarse, pues, que la ratio essendi del derecho sustantivo –y, en su


aplicación, del adjetivo– es la persona humana que es sujeto del derecho. El
derecho y el proceso –de cara a la justicia– exigen considerar a la persona
humana ya no sólo como finalidad sino como fuente de los derechos. Si la persona
humana es la fuente y fundamento, objetivo y fin, razón del derecho –y de los
derechos humanos–, ahora más que nunca se tiene la obligación de profundizar
en lo humano para comprender tales derechos. A nuestro criterio, no puede
olvidarse la deshumanización jurídica positivista del siglo XX, y mucho menos la
desmoralización –o amoralización, si se prefiere– que se está produciendo,
fortaleciendo y expandiendo en el ya no tan incipiente siglo XXI.

3.2.- LEGISLACIÓN SOBRE EL DESARROLLO HUMANO

Como resultado de la organización gregaria del ser humano, a lo largo de la


historia y luego de la composición del Estado, se ha visto en la necesidad de
plasmar –de forma positiva– el conjunto de normas que regirán el actuar social,
cuya teleología necesariamente ha de tender al «bien común» –y será éste todo
aquello que abunde al desarrollo social». De ahí, como hemos mencionado
previamente, la importancia de hablar de todos aquellos textos jurídicos dirigidos
al desarrollo natural del ser humano en sociedad.

Así pues, aplicando la metodología inductiva, es menester hacer mención en


primer lugar del ordenamiento jurídico nacional de los Estados Unidos Mexicanos,
dentro del cual encontramos primus in locis la propia Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, en especial lo consagrado en su corpus dogmático, y
muy específicamente, sin ánimo de exhaustividad, los artículos 1º, 3º, 4º, 14, 16 y
123, destacando que:

 Tras las reformas del 2011 que dieron la relevancia a los Derechos
Humanos, el artículo 1°, a la letra dice: «En los Estados Unidos Mexicanos

54 Ídem, p. 85.
26
todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta
Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado
Mexicano sea parte, así como de las garantías para su protección, cuyo
ejercicio no podrá restringirse ni suspenderse, salvo en los casos y bajo las
condiciones que esta Constitución establece». Así pues, su relevancia
radica en que ya consagra el acceso a los derechos humanos vertidos de
manera positiva en nuestra Carta Magna, así como en los instrumentos
internacionales de los que México sea parte.

 Como uno de los ejes del desarrollo humano radica en la educación, no


puede obviarse el artículo 3º de la misma Constitución, que consagra el
derecho al acceso a la educación: «Toda persona tiene derecho a la
educación. El Estado -Federación, Estados, Ciudad de México y
Municipios- impartirá y garantizará la educación inicial, preescolar, primaria,
secundaria, media superior y superior. La educación inicial, preescolar,
primaria y secundaria, conforman la educación básica; ésta y la media
superior serán obligatorias, la educación superior lo será en términos de la
fracción X del presente artículo. La educación inicial es un derecho de la
niñez y será responsabilidad del Estado concientizar sobre su importancia».

 También encontramos en el artículo 4° Constitucional diferentes puntos


importantes que contribuyen de manera directa al desarrollo del ser
humano y de la sociedad mexicana como lo son:

a) Igualdad ante la ley entre hombre y mujer. La ley protegerá la


organización y el desarrollo de la familia, y que de manera directa
instituye la igualdad social que debe prevalecer en todos los ámbitos en
los cuales debemos desarrollarnos.

b) Desarrollo de la familia, al estipularse el derecho a decidir de manera


libre, responsable e informada sobre el número y el espaciamiento de
sus hijos. Es punto importante ya que este párrafo en particular de
manera indirecta consagra el derecho a la familia que tenemos como
derecho natural, y ratifica, velis nolis, que el núcleo primigenio del
estado lo es la familia, base del desarrollo humano.
27
c) Toda persona tiene derecho a la alimentación nutritiva, suficiente y de
calidad –pese a que la realidad manifieste una deficiencia tangible en la
consecución de este objetivo–.

d) Derecho a la protección de la salud, puesto que sin salud el ser humano


carece del potencial necesario para poder seguir en su camino del
desarrollo, es por consecuencia necesario el que se pueda garantizar la
misma, aunque desde el punto de vista práctico y vivencial es deficiente.

e) Derecho a un medio ambiente sano para su desarrollo y bienestar. El


entorno del ser humano habrá también de ser el adecuado para poder
llevar a cabo sus metas y fines, y el medio ambiente debe de ser
también dentro de la medida de lo posible ser respetado y cultivado,
para poder garantizar el desarrollo de las generaciones venideras.

f) Derecho a disfrutar de vivienda digna y decorosa. Así, como importante


es la familia, también lo es el «hogar» donde se desenvuelvan; por lo
tanto, una vivienda digna es innegable para el desarrollo familiar.

El desarrollo social, debe de ser tomado con mayor referencia en los procesos
legislativos, y aun así se ve reflejado en la promoción del bienestar de las
personas –bienestar que, lamentablemente, a veces se focaliza y traduce
únicamente en los aspectos del desarrollo económico, tomando en cuenta las
circunstancias de pobreza, por lo que es fundamental no olvidar que el desarrollo
social integral, traducido como «desarrollo humano», va más de lo monetario,
máxime en cuestiones subjetivas que intervienen en el ánimo del sujeto como, ad
modum exempli, la educación o la seguridad–.

Uno de los objetivos del desarrollo social –dentro de su propia progresividad y del
paso del tiempo– es conducir y abocar al mejoramiento de las condiciones de vida
de la totalidad de la población en las cuestiones sociales en las que el ser humano
se ve envuelto en su interacción como personas, sujetos, individuos e integrantes
del tejido social –como la salud, educación, nutrición, vivienda, empleo, salarios,
principalmente, ya que dependiendo de las políticas públicas de cada país se

28
enfocaran en incentivos monetarios–.55 Ergo, es tendiente a minimizar la pobreza
y la desigualdad como un factor social, entendiendo también que es igualmente
alcanzar un equilibrio social y una sociedad más justa para permitir el desarrollo
armonioso en sociedad.

Es importante también señalar que las políticas públicas de desarrollo social en


algunas ocasiones son focalizadas a ciertos sectores –pueblos originarios y su
histórica vulneración, mujeres, niños, personas de la tercera edad, personas con
capacidades diferentes, etcétera–, y su finalidad es equilibrar en balance de igual
medida al que más lo necesita –en este sentido, a los sectores sociales
considerados más «vulnerables»–.

No puede dejarse de mencionar la Ley General de Desarrollo Social,56 –que parte


del entendimiento de la sociedad como la humanidad en sí–, cuyo objetivo es
garantizar el pleno ejercicio de los derechos sociales consagrados en la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, asegurando el acceso de
toda la población a dicho desarrollo.

Asimismo, dentro del corpus de leyes federales, se destaca la Ley de Cooperación


Internacional para el Desarrollo,57 que tiene por objeto dotar al Poder Ejecutivo
Federal de los instrumentos necesarios para la programación, promoción,
concertación, fomento, coordinación, ejecución, cuantificación, evaluación y
fiscalización de acciones y programas de cooperación internacional para el
desarrollo entre México y los gobiernos de otros países –así como con organismos
internacionales– para la transferencia, recepción e intercambio de recursos,
bienes, conocimientos y experiencias educativas, culturales, técnicas, científicas,
económicas y financieras. Así, las acciones de cooperación internacional para el
desarrollo que lleve a cabo el Estado Mexicano –ya sea en carácter de donante
como de receptor–, deberán tener como propósito esencial promover el desarrollo
humano sustentable, mediante acciones que contribuyan a la erradicación de la
pobreza, el desempleo, la desigualdad y la exclusión social; el aumento
permanente de los niveles educativo, técnico, científico y cultural; la disminución

55 Como lo es en México los constantes reajustes al salario mínimo, tomado como una «medida» dentro de las
políticas públicas para ver reflejado el bienestar social.
56 Publicada en el Diario Oficial de la Federación el 20 de enero del 2004.
57 Publicada en el Diario Oficial de la Federación el 06 de mayo de 2011.

29
de las asimetrías entre los países desarrollados y países en vías de desarrollo; la
búsqueda de la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio
climático; así como el fortalecimiento a la seguridad pública, con base en los
principios de solidaridad internacional, defensa y promoción de los derechos
humanos, fortalecimiento del Estado de derecho, equidad de género, promoción
del desarrollo sustentable, transparencia y rendición de cuentas y los criterios de
apropiación, alineación, armonización, gestión orientada a resultados y mutua
responsabilidad.58

De manera local, exempli gratia, puede ser invocada la legislación de Veracruz,


que promulgó la Ley del Desarrollo Social y Humano para el Estado de Veracruz
de Ignacio de la Llave,59 con el objeto de promover, proteger y garantizar el pleno
ejercicio de los derechos sociales de los veracruzanos y demás habitantes del
Estado mediante una política integral de desarrollo social y humano, sustentada
en el concepto de seguridad humana que establece la Constitución de Veracruz. 60

Ahora bien, no debemos olvidar que stricto sensu –y según la recta ratio legis–
todas las normas dictadas dentro del ordenamiento jurídico deben estar
encaminadas al desarrollo humano y a dotar a la sociedad de las herramientas
necesarias para potenciar sus cualidades y capacidades, para obtener la
consecución de la existencia de una sociedad más equilibrada y con mayores
índices de desarrollo. Es por ello que, al inicio de sus funciones gubernamentales,
cada Presidente de la República debe establecer su Plan Nacional de Desarrollo
(PND, en lo sucesivo).61 En continuidad con este PND, el del actual gobierno del
sexenio 2018-2024 –que se autodenomina «de la cuarta transformación»– esboza
como puntos principales de aplicación y consecución los siguientes:

“1. Política y Gobierno: Erradicar la corrupción, el dispendio y la frivolidad

Recuperar el estado de derecho

Separar el poder político del poder económico

58 Ídem, Artículo 1°.


59 Publicada en la Gaceta oficial, Órgano del Gobierno del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, el 01 de
noviembre de 2011
60 Ídem, Artículo 1°.
61 PLAN NACIONAL DE DESARROLLO 2019-2024, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 12 de

julio de 2019.
30
Cambio de paradigma en seguridad

i. Erradicar la corrupción y reactivar la procuración de justicia

ii. Garantizar empleo, educación, salud y bienestar

iii. Pleno respeto a los derechos humanos

iv. Regeneración ética de las instituciones y de la sociedad

v. Reformular el combate a las drogas

vi. Emprender la construcción de la paz

vii. Recuperación y dignificación de las cárceles

viii. Articular la seguridad nacional, la seguridad pública y la paz

ix. Repensar la seguridad nacional y reorientar las Fuerzas Armadas

x. Establecer la Guardia Nacional

xi. Coordinaciones nacionales, estatales y regionales

xii. Estrategias específicas

Hacia una democracia participativa

Revocación del mandato

Consulta popular

Mandar obedeciendo

Política exterior: recuperación de los principios

Migración: soluciones de raíz

Libertad e Igualdad

2. Política Social: Construir un país con bienestar

Desarrollo sostenible

Programas

i. El Programa para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores

ii. Programa Pensión para el Bienestar de las Personas con Discapacidad

iii. Programa Nacional de Becas para el Bienestar Benito Juárez

31
iv. Jóvenes Construyendo el Futuro

v. Jóvenes escribiendo el futuro

vi. Sembrando vida

vii. Programa Nacional de Reconstrucción

viii. Desarrollo Urbano y Vivienda

ix. Tandas para el bienestar Derecho a la educación

Salud para toda la población

Instituto Nacional de Salud para el Bienestar

Cultura para la paz, para el bienestar y para todos

3. Economía: Detonar el crecimiento

Mantener finanzas sanas

No más incrementos impositivos

Respeto a los contratos existentes y aliento a la inversión privada

Rescate del sector energético

Impulsar la reactivación económica, el mercado interno y el empleo

Creación del Banco del Bienestar

Construcción de caminos rurales

Cobertura de Internet para todo el país

Proyectos regionales

Aeropuerto Internacional “Felipe Ángeles” en Santa Lucía

Autosuficiencia alimentaria y rescate del campo

Ciencia y tecnología

El deporte es salud, cohesión social y orgullo nacional.

(…)” (sic.).62

62Ídem (consultado en: https://dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5565599&fecha=12/07/2019 en fecha 10


de octubre de 2019).
32
Aunque este PND «de la cuarta transformación» está encaminado a la
erradicación de la pobreza y la corrupción, podría parecer letra muerta en la
práctica, ya que, si bien el desarrollo humano debe de verse reflejado en la vida
misma y sus beneficios, no es eso lo que se percibe y comprueba en la sociedad
mexicana. Retomando lo anteriormente esbozado, la teoría es siempre que las
políticas públicas del ejecutivo han de impulsar el desarrollo en todo sentido,
integral, para conseguir una sociedad más justa para todos y dirigida siempre al
bien común que propugna la propia naturaleza humana y su ley natural.

Adentrándonos en el corpus legislativo del derecho internacional público, todos y


cada uno de los tratados –debido a que son más técnicos y de interés público
internacional–, están dirigidos a las necesidades internacionales que se afrontan, y
en principio, siempre buscan la realización material del bienestar social y el
desarrollo humano –ahondando cada uno de los tratados, pactos, convenios,
protocolos, convenciones, etcétera, en puntos específicos, contribuyendo en
mayor o menor medida al fin último, el bien común–.

Dentro de los ordenamientos internacionales de más renombre y aplicación lo son:

a) Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH),63 el Instrumento de


la ONU que fijó un panorama claro de la importancia de los derechos
humanos, abundando al desarrollo humano de las personas –ya que separa
el aspecto constitucional interno de cada país expandiendo y maximizando
derechos–.

b) Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales


(PIDESC),64 que tiene como principal objetivo la protección y garantía de
los tres factores que potencian el desarrollo humano: lo económico –que
como se ha venido haciendo mención se traduce en bienestar colectivo,
sea a núcleo familiar o colectivo del estado–, lo social –que influye
directamente en la interacción personal y bajo igual de condiciones se
consigue una mayor armonía– y, por último, pero no por ello menos
63 Adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 217 A (III) el 10 de diciembre
de 1948 en París, Francia.
64 Adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas mediante la Resolución 2200A (XXI), el 16 de

diciembre de 1966 en Nueva York (E.U.A.) y entró en vigor el 03 de enero de 1976, siendo aprobado por la
Cámara de Senadores del Congreso de la Unión el 18 de diciembre de 1980, según Decreto publicado en el
Diario Oficial de la Federación del día 09 de enero de 1981.
33
importante, lo cultural –parte de lo cual es hoy día puesto en conflicto en
mayor medida por las etnias indígenas y la multiculturalidad, por dificultad
de adecuación entre usos y costumbres con el positivismo vigente–.

c) Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDECP),65 instrumento


muy focalizado en la denominada «autodeterminación de los pueblos»,
entendida en el sentido del conocido bien común –encaminado al desarrollo
colectivo privilegiando la armonía social–.

d) Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y


Políticos,66 en corroboración del instrumento precedente, para materializar
su aplicación, facultando al Comité de Derechos Humanos a recibir por
parte de los individuos las violaciones de sus derechos.

e) Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles


y Políticos, destinado a abolir la pena de muerte.67

f) Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de


Discriminación Racial,68 que desarrolla la complejidad de la constatación de
sociedades compuestas por múltiples culturas –bien por cuestiones propias
evolutivas, bien por el derecho de migración–. Al ser difícil ya por sí la
convivencia dentro de las interacciones propias, para una mejor convivencia
y por ende desarrollo social y humano, es necesario tratar de erradicar la
discriminación en sus múltiples facetas para lograr la armonía colectiva.

g) Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación


Contra la Mujer (más conocido por sus siglas en inglés, CEDAW).69 La

65 Adoptado y abierto a la firma, ratificación y adhesión por la Asamblea General de las Naciones Unidas en
su resolución 2200 A (XXI), de 16 de diciembre de 1966, entrada en vigor el 23 de marzo de 1976, con
adhesión de México el 24 de marzo de 1981 por medio de Decreto Promulgatorio en el Diario Oficial de la
Federación el 20 de mayo de 1981.
66 Adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 16 de diciembre de 1966, entró en vigencia el

23 de marzo de 1976, siendo la Adhesión de México el 15 de marzo de 2002, publicado mediante Decreto
Promulgatorio en el Diario Oficial de la Federación el 03 de mayo de 2002.
67 Protocolo adicional al Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos aprobado por la Asamblea

General de las Naciones Unidas el 15 de diciembre de 1989, entró en vigor el 11 de julio de 1991, publicado
mediante decreto en el Diario Oficial de la Federación el 26 de octubre de 2007.
68 Adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 21 de diciembre de 1965, entró en vigor el 4

de enero de 1969, siendo signado por México el 01 de noviembre de 1966 y ratificado el 20 de febrero de
1975, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 17 de enero de 2002.
69 Adoptada por la Asamblea General en su resolución 34/180, de 18 de diciembre de 1979, entrada en vigor

el 03 de septiembre de 1981, Suscrita por México el 17 de julio de 1980 y ratificado el 23 de marzo de 1981,
publicada mediante Decreto en el Diario Oficial de la Federación el 09 de enero de 1981.
34
mujer siempre ha sido «condenada» –socialmente hablando a lo largo de la
historia–, considerada en ocasiones como un ser inferior; ello ha conllevado
la carga del estigma de ser discriminada por el simple hecho de ser mujer
en todos los ámbitos –comenzando desde la formación de la familia y
pasando por todo el ámbito de desarrollo laboral, participación política y
acceso y vivencia de la cultura–. Sin duda alguna, esta barrera para lograr
el objetivo del desarrollo humano integral tiene que ser eliminada.

h) Protocolo Facultativo de la Convención sobre la Eliminación de Todas las


Formas de Discriminación Contra la Mujer,70 en el mismo sentido.

i) Convención sobre los Derechos del Niño (CDN),71 como resultado de


comprobar que la sociedad en sus interacciones ha generado
históricamente sectores vulnerables, estando los menores como candente
foco rojo, puesto que por muchos años estuvieron bajo la sombra
jurídicamente hablando y su rol social es violentado. Era de suma
importancia que se brindaran los mecanismos por medio de los cuales se
brindara protección jurídica adicional a la que se tenía, convirtiéndolo en el
famosamente llamado «interés superior del niño» o «interés superior de la
infancia», toda vez que los niños son la base social en la cual radica el
futuro del desarrollo humano, bajo justas bases jurídicas y de protección.

j) Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (DADDH),72


dentro del bloque convencional americano, es la primera declaración de
derechos, pero la novedad radica en la inserción de los deberes, ya que el
buen desarrollo de una sociedad también es marcado por el cumplimiento
de su marco normativo, fomentado el compromiso jurídico y su efectiva
aplicación, en el irrestricto apego a los derechos que conllevan los deberes
en comunidad.

70 Adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 6 de octubre de 1999, entró en vigor el 22 de
diciembre de 2000, siendo ratificado por México el 15 de marzo de 2002, publicado mediante Decreto
Promulgatorio en el Diario Oficial de la Federación el 03 de mayo de 2002.
71 Adoptada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en su resolución 44/25, de

20 de noviembre de 1989, entró en vigor el 02 de septiembre de 1990.


72 Adoptada en la Novena Conferencia Internacional Americana Bogotá, Colombia, 02 de mayo de 1948, .

35
k) Convención Americana sobre Derechos Humanos «Pacto de San José de
Costa Rica».73 Como buen modelo interamericano de protección de
derechos era necesario establecer las bases del sistema, así como
garantizar su promoción mediante las instituciones de los Estados, para que
en el mismo sentido y orden velaran por su protección de los derechos
humanos. Busca una doble protección, ya que considera la idea de tener ya
reconocido ciertos derechos dentro de los ordenamientos internos de los
Estados, reafirmando el compromiso internacional haciendo efectivo el
cumplimiento con reformas legislativas efectivas, fortaleciendo las bases
sociales para el buen desarrollo humano.

l) Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas.74

m) Convenio Internacional del Trabajo número 87 relativo a la Libertad Sindical


y la Protección al Derecho Sindical.75

n) Convenio número 95 de la Organización Internacional del Trabajo sobre la


Protección del Salario.76

o) Convenio número 102 de la Organización Internacional del Trabajo sobre la


Seguridad Social.77

p) Convenio número 159 sobre la Readaptación profesional y el Empleo de


Personas Inválidas.78

De los anteriores incisos referentes a los convenios celebrados por la OIT se ha


de resaltar que van en pro del mejoramiento de las relaciones obrero-patronales
para no caer en una trasnochada «burguesía» de la explotación. Era también
necesario establecer las bases de respeto de las organizaciones de los obreros

73 Adoptada en la Conferencia Especializada Interamericana de Derechos Humanos el 22 de noviembre de


1969 en la ciudad de San José en Costa Rica, entró en vigencia el 18 de julio de 1978, siendo suscrita por
México y publicada en el Diario Oficial de la Federación el 07 de mayo de 1981.
74 Adoptada por la Organización de Estados Americanos (OEA) el 9 de junio de 1994, entró en vigor el 28 de

marzo de 1996, y fue publicada en el Diario Oficial de la Federación el 06 de mayo de 2002.


75 Adoptado el 09 de julio de 1948 por la XXXI Conferencia Internacional del Trabajo, en San Francisco,

California, publicado en el Diario Oficial de la Federación, el 16 de octubre de 1950.


76 Adoptado el 01 de julio de 1949 por la XXXII Conferencia Internacional del Trabajo, entró en vigor el 24 de

septiembre de 1952, publicado en el Diario Oficial de la Federación, el 12 de diciembre de 1955.


77 Adoptado el 28 de junio de 1952 por la XXXV Conferencia Internacional del Trabajo, entró en vigor el 27 de

abril de 1955, siendo ratificado por México el 12 de octubre de 1961.


78 Adoptado el 20 de junio de 1983 por la LXIX Conferencia Internacional del Trabajo, entró en vigor el 20 de

junio de 1985, siendo ratificado por México el 05 de abril de 2001.


36
bajo la figura de los sindicatos, como frente de lucha sobre los derechos que como
trabajadores les pertenecen, plasmados en los contratos colectivos de trabajo,
bajo revisiones o negociaciones que permiten a la parte obrera tener voz en el
desarrollo laboral y mejoramiento de sus condiciones laborales, que redundan en
beneficios económicos que inciden directamente en los núcleos familiares, por lo
que van dado mejores oportunidades, para equilibrio de derechos que conlleve al
desarrollo pleno de la sociedad.

Por todo lo anterior, podemos afirmar que el interés por el desarrollo humano y su
consecución integral está latente en las legislaciones nacional e internacional, si
bien debería ser traducido no solo en las lenguas necesarias –lo cual parece ser
una preocupación más acuciante, su difusión–, sino más bien en una concreta y
justa aplicación práctica de los mismos para proporcionar los medios que
coadyuven a elevar el funcionamiento –desarrollo, si es preferible– del individuo
en la construcción y pervivencia del tejido y vida social, utilizando y aplicando los
instrumentos que en verdad sirvan para hacer valer esos derechos propugnados,
ya que por ser de observancia general son aplicados en el mismo sentido.

CONCLUSIONES

Que la naturaleza humana es la base de la persona humana y la exigencia de su


desarrollo conforme a los postulados de dignidad de tal naturaleza, es algo que
consideramos irrefutable. Otra cosa es el medio por el cual se quiere defender,
tutelar, aplicar y conseguir que el desarrollo humano alcance el auténtico bien
público temporal para cada uno de los sujetos, individuos, personas físicas o
jurídicas y sociedades que integran las diversificaciones culturales, políticas,
económicas e históricas en las que se ha desenvuelto –y seguirá haciéndolo–
cada «fragmentación» de las sociedades políticas. Sin embargo, no es óbice
concordar con el pensamiento de Terencio –homo sum, humani nihil a me alienum
puto, «soy un hombre, nada de lo humano me es ajeno»–,79 en su más lato
sentido, y hacer propio, encarnar cada quien desde su actividad y alcance, la

79TERENCIO AFRICANO, Publio, Heautontimorumenos, en Alma mater, edición de Lisardo Rubio Fernández,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1991, p. 231.
37
ineludible necesidad de defender los postulados comunes a quienes somos
iguales en esencia, diferentes en accidentes e idénticos en finalidad –sin que sea
obstáculo alguno la divergencia de bienes particulares, mientras sigan en el
sendero inerrable de la ley natural–.

No es tarea baladí. En ninguno de los ámbitos de investigación, aplicación,


desarrollo y ejecución puede considerarse sencillo. Ahora bien, sin seguir este
camino, por arduo que sea de conseguir –como todo bien, al tenor del
pensamiento del Estagirita–,80 es imposible lograr que sea una realidad tangible el
desarrollo humano auténtico, basado en la innata dignidad de la naturaleza
humana, puesto que lo propugnado por teorías políticas, filosóficas, sociológicas y
económicas de toda índole –que han regado y siguen tiñendo de sangre la historia
de la humanidad, al apartarse del camino de la ley y el derecho natural–, solo será
una auténtica utopía –y no en el sentido de Thomas Moore, sino en la acepción
más acrática de la palabra–, como ya muchos están considerando a la naturaleza
humana, los derechos humanos y su defensa, o la universalidad de los valores, la
axiología, la teleología, la ley, la moral y cualquier transcendencia –puesto que
solo importa, o solo es «valioso» el personalismo anatural, el hedonismo
impersonal, el cosismo y el fijismo materialista y utilitarista–.

No es válido evocar el adagio ciceroniano –o tempora o mores, «¡oh tiempos, oh


costumbres!»–, porque no pretenden los autores hacer una apología que se
interprete como involución del ser humano, sino todo lo contrario: propugnar una
defensa a ultranza del único cimiento que puede dotar de sentido, razón y corazón
al ser humano que busca –o anhela internamente, si es permisible así decirlo– ese
desarrollo hacia el único bien plausible, casi como el fecisti nos –«nos hiciste…»–
de Agustín de Hipona, si bien desde su consecución en una sociedad permeada
de valores, dignidad, responsabilidad, ética y justicia.

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

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80 Cfr. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, c. I, 19ª edición, Porrúa, México, 2011, p. 19.
38
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