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Capítulo Criminológico, Vol. 23, No.

2, 1995: 35-55
ISSN: 0798-9598

Edición Especial
XX Encuentro Latinoamericano de Criminología,
17 al 21 de julio de 1995

LA POLÍTICA CRIMINAL: EL ESLABÓN


PERDIDO DE LA CRIMINOLOGÍA
(El caso de la Droga)

Luis Fernando Tocora*

* Magistrado del Tribunal Superior de Buga. Colombia.


La política criminal: El eslabón pérdida
de la criminología (El caso de la droga) 37

RESUMEN
Parece existir un rasgo esquizoide en la criminología actual, por
un lado unos discursos académicos y por el otro prácticas ambi-
guas. La posibilidad de superar esa brecha la puede dar la arti-
culación criminología-política criminal, o en otros términos: la
relación teoría criminológica-práctica político criminal. El caso
de la droga nos ilustra como ese rasgo nos puede llevar a deri-
vaciones extremas de idealismo que termina heroificando al de-
lincuente, y particularmente al delincuente "mafioso". Ello con-
tradice los valores que laten en el interior del espíritu crítico hu-
manista de los discursos criminológicos críticos inspirados en la
denuncia del clasismo y de la persecución de los marginales, de
los subalternos, de los desposeídos. Los tipos de sociedades que
se pueden promover desde la acción de los sistemas penales, no
pueden exaltar el ejercicio de la violencia, la persecución de la
divergencia, promoción de la corrupción general, favorecimiento
de establecimientos de estructuras mafiosas de poder y de una
cultura de tales características. La política criminal no resulta
en consecuencia vinculada solamente como instrumento de con-
creción en la práctica de propuestas surgidas, de la ciencia cri-
minológica, sino que está articulada epistemológicamente a ésta
última, de manera que intercambia recíprocamente objetos y ele-
mentos de conocimiento.
Palabras Claves: Criminología, Política Criminal, Drogas

CRIMINAL POLICY: THE MIS SINO LINK IN CRIMINOLOO Y


(Drugs)

ABSTRACT
There seems to be a schizoid characteristic in the actual field of
criminology, on the one hand academic discourse and on the
other, ambiguous practices. The possibility of closing this gap
can be found in the articulation of criminal policy criminology,
that is, the theoretical relation between criminal theory and
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criminal policy practice. The case of narcotic drugs illustrates


how this characteristic tends to carry us towards extreme deriva-
tions of idealism that end in casting the delinquent as a hero,
particularly the "mafia" delinquent. This contradicts the values
that beat within the humanistic analytical spirit of the discourse
of critical criminologists inspired by the denouncing of classism
and of the persecution of the downtrodden, the underling, and
the poor. The types of societies that can be promoted by the ac-
tions of the penal systems, cannot exalt the exercise of violence,
the persecution of the divergent, the promotion of generalized
corruption, that favor the establishment of mafia-type power
structures and of a culture with the same characteristics. Crimi-
nal policy is not, as a consequence, solely an instrument for put-
ting into concrete practice the suggested proposals of criminal
science, but must be articulated in an epistemological fashion in
conjunction with criminology, so that there is a reciproca/ inter-
change ofknowledge andjacts.
Key words: Criminology, Criminal Policy, Drugs

l. RUPTURA: TEORÍA CRIMINOLÓGICA Y PRÁCTICA POLÍTI-


CO-CRIMINAL

Dentro de las corrientes criminológicas recientes puede relievarse una


falta de articulación con la política criminal. En otras palabras, hay una rup-
tura entre la producción teórica que reflexiona alrededor de la cuestión cri-
minal y la praxis vigente en las diferentes realidades regionales, nacionales o
locales. El culto al discurso como una expresión del fenómeno ahora llama-
do de "ideologización" ha ciertamente derivado hacia esta falta de comuni-
cación entre teoría y práctica, estando ésta última constituida por la política
criminal o política de confrontación de la criminalidad para ser más específi-
cos. Los recientes acontecimientos mundiales que se han traducido en un
nuevo orden mundial, sucesor de aquel contexto bipolar de la "guerra fría",
han tenido desde luego su repercusión en este campo. Pero desde antes, la
criminología venía ya decantando la síntesis de ese proceso dialéctico, apo-
yándose en gran parte en las críticas que de los sistemas de dominación ha-
La política criminal: El eslabón pérdida
de la criminología (El caso de la droga) 39

a
cían diferentes corrientes de pensamiento. La critica iba dirigida tanto los
sistemas de un lado de la cortina como del otro, despejando como objetivo
de su denuncia no solamente los centros reconocidos de poder, sino también
otros de tanta importancia como los "mass media".
Para América Latina, el fenómeno de ruptura entre la teoría y la prácti-
ca, se acentúa, en la medida en que cierta situación de dependencia cultural,
vertida hacia el etnocentrismo occidental, ya no solamente girando en torno
del pensamiento europeo sino también de la sociología norteamericana, se-
guía primando en la asimilación de los discursos criminológicos. Se conti-
nuaba en buena parte, en la extrapolación de ellos, a despecho de los inmen-
sos abismos existentes entre las realidades de los países centrales y la de es-
tos países periféricos. El caso del abolicionismo penal es bastante ilustrativo
al respecto. En efecto, surgida esa corriente de países europeos de menor
conflictividad social (países bajos y nórdicos), con economías prósperas y
estables, sistemas globales de seguridad social, altos niveles culturales, se
tuvo el desparpajo de presentar esa corriente como una posibilidad para paí-
ses cuya postración económica, alta tasa de población marginada de la satis-
facción de las necesidades básicas y bajos niveles de cultura (en los que se
incluyen altos índices de violación de los derechos humanos), además de se-
rias confrontaciones internas que podían llegar hasta la instancia armada, ha-
cían completamente irreal y absurda.
Lo anterior no quiere decir que se deban ignorar los diversos plantea-
mientos que al interior de una disciplina de pensamiento se den, pero sí, que
el conocimiento de ellos debe tener en cuenta su fuente, la particular rela-
ción que un saber tiene con quienes lo han elaborado, el medio o la realidad
de donde ha surgido y para lo que ha sido pensado. La vieja historia de "im-
portación" de nuestras constituciones nacionales, de nuestros códigos pena-
les y de leyes especiales (de protección del medio ambiente, terrorismo, nar-
cotráfico, estatutos anti-corrupción, lavado de dólares, etc.), nos muestra
como esa extrapolación nos viene de muy atrás. Constituciones liberales
para realidades nacionales marcadamente elitistas y autoritarias con acentos
feudales; códigos penales, para tomar la última ola, tomados del modelo del
código penal alemán, concebido para realidades supradisciplinadas y cultu-
ralmente menos diversas, promulgados para países de gran laxitud en su or-
ganización y de abigarrada expresión cultural. Leyes especiales, para tomar
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el caso del narcotráfico, concebidas por igual, siguiendo la pauta de conven-


ciones internacionales, para países en los cuales el problema es marginal
mientras que para otros lo es claramente estructural, como en el caso de los
sudamericanos como Bolivia, Colombia o Perú, en los que el poder de las
organizaciones de traficantes compite con el del Estado.
Y no es que no pueda extraerse nada del abolicionismo; sus propuestas
pueden provocar una dialéctica frente a la antítesis de realidades agobiantes,
completamente divorciadas de los discursos liberales y garantistas del siste-
ma penal. Ese carácter provocador ha contribuido a crear una atmósfera fa-
vorable a ciertas aperturas, que hoy impulsan políticas de mediación y conci-
liación al interior de los procesos penales, que hasta hace poco tiempo eran
impensables en esa jurisdicción, anclada como estaba la doctrina en la con-
dición pública, innegociable e intransferible de la justicia penal. Cllaro está,
que no es esta corriente la única fuente que impulsa la creación de esas alter-
nativas; ya los "community boards" californianos entre otros proyectos de
mediación norteamericanos, influidos por el espíritu pragmático de: esa cul-
tura, y hasta los "tril;mnales de camaradas" en la antigua Unión Soviética, se
constituyeron en antecedentes importantes de estas variantes de justicia.
Y aquel derecho penal que se copiaba de un centro del saber, de la eu-
ropa postindustrial, no contaba para nada con las graves situaciones políticas
latinoamericanas de violación masiva de los derechos humanos por parte de
regímenes de facto y aun de gobiernos formalmente democráticos,, orienta-
dos por la doctrina hemisférica de la Seguridad Nacional. No tenía en cuenta
en forma algunos los sistemas paralelos de justicia, activados por los "escua-
drones de la muerte" vinculados con agencias oficiales armadas de los res-
pectivos gobiernos. Contra los vientos decriminalizadores de las nuevas co-
rrientes de la ariminología, las sociedades víctimas de la violencia criminal
del Estado, empezaron a reclamar justicia y democracia. En contravía de esa
corriente de decriminalización, de desmonte parcial del sistema penal, se al-
zaba una surgida de las entrañas de la sociedad, vehiculada por los movi-
mientos sociale:s, de criminalización de la barbarie del Estado, y más parti-
cularmente, de la protección de los derechos humanos. No era claro pues,
que el sentido de las reformas, si se orientaban en sentido democrático, fuera
solamente el de decriminalizar. Aquí puede plantearse al mismo tiempo el
debate al minimalismo penal. Su propuesta de contracción del sistema penal,
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si bien atractiva desde el punto de vista de la reducción de los ingentes cos-


tos sociales ocasionados por los sistemas penales, llegaba en un momento en
que las graves ofensas de la "delincuencia de cuello blanco", de la gran cri-
minalidad organizada, de los abusos de poder y la barbarie de muchos Esta-
dos, entre otros frentes de la criminalidad hacia recomendable el uso del ins-
trumento punitivo, para defender valiosos derechos colectivos. Claro está,
que por la otra parte, el minimalismo era de buen recibo, en cuanto el "cre-
scendo" de la represión penal sobre la delincuencia convencional y sobre la
delincuencia política también aconsejaba, vistas las graves condiciones so-
cio-económicas y políticas de estos países, un alivio de ella.
La contracción del sistema penal no era viable entonces, en relación a
otros frentes de la vida social, en que los intereses colectivos, se hallaban
menospreciados dentro de la categorización o de las prioridades de la protec-
ción penal (ecología, salud pública, seguridad en el trabajo, defensa de etnias
primitivas, etc.). No solamente se trataba de incrementar la franja de la pro-
hibición penal de cara a los autoritarismos y totalitarismos estatales, sino
también de plantear la defensa de intereses colectivos puestos a la orden del
día por nuevos acontecimientos, como desarrollos tecnológicos (informáti-
cos, genéticos, transplantes de órganos sin consentimiento, etc.) o amplia-
ción de actividades de riesgo (contaminación ambiental por hidrocarburos
por ejemplo) o relevados ahora por el avance de una cultura jurídica más de-
mocrática (violencia contra las mujeres, maltrato a los niños, etc.). Debió ser
en la periferia en donde se debieron presentar los mayores cuestionamientos
a las aproxi'maciones iniciales de los europeos surgidas de la crítica al positi-
vismo penal, porque precisamente en ese mundo se estaba viviendo en carne
propia la falacia de mitos como el de la resocialización, o el carácter emi-
nentemente utópico de una abolición del sistema penal, o la imposibilidad
inmediata de cerrar el frente criminalizador del sistema penal. Pero también
en América Latina se van a revelar en toda su intensidad, mecanismos de
distorsión de los discursos garantistas e iushumanistas por parte del crimen
organizado, que en. su contubernio con sus aliados dentro del Estado y en ge-
neral con los centros de poder, terminarán siendo los primeros usufructua-
rios de un discurso que se ha creado y defendido por humanistas demócratas
principalmente para el desposeído, el marginado, el inerme ciudadano vícti-
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ma de la fortaleza y el capricho del leviatán o los leviatanes de turno. Un


nuevo leviatán es precisamente el del crimen organizado.

2. EL CASO DE LA DROGA: NI "ROBIN HOOD" NI DELIN-


CUENTES POLÍTICOS

Ni las tesis del "Robín Hood" ni la homologación de los narcotrafican-


tes al status del delincuente político, tienen asidero con los fines altruistas de
uno y otro, en el caso del crimen organizado. Lo que se da o distribuye den-
tro de éste no es nunca una dádiva, sino un precio, un precio que compra la
incondicionalidad, que corrompe las funciones públicas poniéndolas al ser-
vicio de los intereses de la actividad delictiva y de los intereses generales de
la organización y sus miembros individualmente considerados; porque den-
tro de la cultura de la mafia "toda persona tiene su precio". Una nueva clase
que se ha dado en llamar "emergente" surge ciertamente de este tipo de cri-
minalidad; pero esa "clase" no se va a constituir en vocera de intereses popu-
lares ni en estandarte de valores democráticos o de formas culturales de
existencia solidaria y pacífica.
La experiencia histórica nos previene contra ese tipo de idealizaciones
a la que tienden ciertas posiciones radicales en la criminología. En Bolivia,
el régimen del general García Meza, con su coronel Arce Gómez e:n el Mi-
nisterio de Gobierno, nos mostró de qué lado estaban estos intereses. La re-
presión ejercida contra los sindicatos y en general contra los sectores obre-
ros, populares y democráticos nos dan una lección sobre el carácter de este
tipo de delincuencia. En Colombia, tendremos a los narcotraficantes en
alianza con sectores castrenses y terratenientes, adiestrando a los escuadro-
nes paramilitart:~s. que llevarán a cabo sistemáticos exterminios de activistas,
simpatizantes y sospechosos de pertenecer a la izquierda política del país.
Esas campafias llegaron hasta el punto de diezmar un movimiento político
de izquierda, la. Unión Patriótica (U.P.) que representaba sectores campesi-
nos populares, ligados presunta o realmente a las organizaciones guerrille-
ras. La esquizofrenia de estos cruzados los condujo a genocidios indiscrimi-
nados en comunidades cuya votación favoreció mayoritariamente a aquel
movimiento o que se suponían simpatizantes o colaboradores con los movi-
mientos insurgentes.
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Más allá de estas articulaciones entre el poder oficial y el crimen orga-


nizado, o de sectores capitalistas con grupos "lumpezcos" de cuyos antece-
dentes ya nos han relacionado a los "rompe huelgas" en los Estados Unidos,
lo que resalta es que el discurso crítico termine sirviendo a los intereses de
organizaciones cuyos fines están muy lejos de los valores que laten en las
corrientes críticas de pensamiento, para las cuales la reivindicación del tra-
bajo, de la solidaridad, de la democratización, de la justicia social, de la libe-
ración; constituyen pivotes de reforma y de confrontación de sistemas elitis-
tas de dominación, manipulación, y explotación del ser humano. En efecto,
esos grupos han terminado constituyéndose en los principales beneficiarios
de los discursos jurídicos garantistas y de Íos discursos políticos de defensa
de los derechos humanos. Sus abogados como corifeos han resultado alaban-
do las bondades de esos discursos y clamando las injusticias del sistema, que
casi nunca antes percibieron victimizando a los delincuentes convencionales
y a la clientela pobre y tradicional de las prisiones. La manipulación de toda
esta situación, se refleja en el hecho concreto y extremamente significativo,
de que esos abogados terminaron en Colombia legislando para sus clientes,
·en políticas y legislaciones llamadas de "sometimiento judicial", en las que
todo el garantismo y el iushumanismo se les aplicaba cuidadosamente, amén
de un trato sancionatorio benigno (apenas relativamente simbólico) comple-
tamente opuesto a la escala e intensidad de las sanciones impuestas a la cri-
minalidad convencional y a la delincuencia política.
Mientras tanto, en el campo de la delincuencia convencional, los dis-
cursos se extremaban, recortando subrogados penales o aumentando la esca-
la de las penas, a impulsos de las campañ.as de seguridad, que manipulaban a
discreción el efecto intimidativo del aumento de la delincuencia, que en la
región obedecía en gran parte a la falta de políticas sociales, lo que ha veni-
do a enfatizarse con las políticas actuales neoliberales de apertura económi-
ca y desmonte de parte de los entes del Estado. Esta política cuya determina-
ción les viene a los países periféricos dictada desde el centro, ha mostrado ya
sus vastas consecuencias con repercusiones en el campo de la desviación cri-
minal. En efecto, sus proyectos de apertura de las fronteras aduaneras y de .
acentuación de la privatización económica, significa para estos países com-
promisos de sus índices de empleos y de precios, lo que puede empeorar los
niveles de pauperización de las clases subalternas, con aumento de las ten-
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siones sociales. Las cotas de criminalidad contra la propiedad acusará los


efectos de esta traumática política de choque, reimpulsadora de procesos de
"capitalismo salvaje". El caso de Venezuela es muy ilustrativo con sus as-
pectos de revuelta social, destitución presidencial, aumento de criminalidad
y estallidos de violencia en las prisiones.

3. GRANDE:S ORGANIZACIONES CRIMINALES Y JURISDIC-


CIONES DE EXCEPCIÓN

Y no es qUte se pretenda que las garantías jurídicas en general, o proce-


sales en particular, sean inaplicadas en determinados tipos de delincuencia,
sino que no se extreme el clasismo y la selectividad de los sistemas penales,
que responden con mayor laxitud y benignidad a una nueva clientela, reves-
tida de poder político y económico, articulada institucionalmente con secto-
res de poder, públicos y privados, mientras que afianza el rigor de las sancio-
nes y de la ejecución penal en sectores de la delincuencia desposeída. Lo que
sí debe hacerse es que el Estado en cambio de morigerar las respuestas al
crimen organizado, debe reforzarlas punitivamente, a través de la implemen~
tación de jurisdicciones de excepción que dentro de una mínima racionalidad
puedan enfrentar el inmenso poder y las profundas ramificaciones que al in-
terior del Estado, de los partidos políticos y de sectores claves de la socie-
dad, tienen esas organizaciones. La experiencia italiana del proceso de "mani
pulitti" nos está mostrando que la justicia puede estar para cosas gr:mdes en
una sociedad, y no para el miserable rol de controlar a los miserables, admi-
nistrando la delincuencia de los pequeños ilegalismos económicos, reducien-
do y manteniendo la criminalidad convencional en los circuitos cenrados de
las prefecturas, 1estaciones de policía, juzgados penales, prisiones, con salida
al mundo "underground" de las "zonas negras" o a los barrios deprirnidos de
la sociedad.
La experiencia italiana nos desnuda esa simbiosis entre poder político,
con sede en ámbitos públicos y privados, y mafias. Y que a partir de una di-
mensión apropiada de lo judicial, superado su rol de mero controlador de de-
lincuencia pobn~. los jueces pueden tocar puntos álgidos de poder y contri-
buir al reordenamiento de sociedades invadidas por la corrupción entre trafi-
cantes de especies prohibidas y traficantes de poder. La contundencia de lo
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judicial en el proceso de "manos limpias" nos está revelando la dimensión


verdadera que debe tener un poder del Estado, hasta hoy soslayado y mini-
mizado, dentro de la estructura tripartita de los Estados Liberales. El sentido
contrario de ese movimiento lo proporcionaron los regímenes de seguridad
nacional latinoamericanos, para quienes la justicia no constituía un poder
(pues no tenía capacidad propia para hacer cumplir sus decisiones, la que era
prestada por otros verdaderos poderes -léase ejecutivo a través de los milita-
res-) sino una mera dependencia o apéndice administrativo.
No puede pretenderse que el crimen organizado, y hablamos de éste
categóricamente, como el que maneja apreciables presupuestos, y adquiere
comportamientos de grandes o medianas corporaciones o "trusts" y que has-
ta llega a constituir fuerzas armadas privadas, sea enfrentado, con el mismo
arsenal jurídico y policivo con que se enfrenta la criminalidad convencional.
La delimitación o definición de esa categoría, debe hacerla la ley, teniendo
en cuenta el poder de esas organizaciones, reflejado en sus acumulaciones de
capital, ·conexiones o enlaces, nacionales e internacionales, penetración o in-
filtraciones al interior del Estado, tácticas de penetración y de dominio (vio-
lencia, corrupción, terrorismo, etc.). Aquí podemos extrapolar el principio
del'derecho anglo-sajón de la "igualdad de armas" para decir que el Estado
debe adecuar las respuestas a los diferentes tipos de criminalidad (clasifica-
das por su poder de agresión social y de elusión a la aplicación de la ley),
para darle racionalidad y efectividad a sus objetivos políticos de lucha contra
la criminalidad. Equiparar al delincuente de las organizaciones criminales
con la delincuencia convencional, para declararles y destinarles una política
de confrontación de igual logística no es sino un despropósito. Se trata de
una perniciosa confusión que obviamente favorece a aquellas organizacio-
nes, propósito que bien puede constituirse en una función latente de esas po-
líticas y de esos sistemas penales, habida cuenta de las infiltraciones de los
llamados carteles dentro de las instancias estatales. Esas confusiones cierta-
mente deliberadas buscan la "ganancia de pescadores". Meter en una misma
baza a toda la delincuencia no es más que una prolongación de una de las
mayores perversiones de nuestros sistemas penales, bien reconocida dentro
de la crítica criminológica actual, como es la de cobijar toda la desviación de
las normas penales con una esquemática y genérica estigmatización crimi-
nal. Y si hay alguna distinción, algún tratamiento diferente, lo es de manera
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invertida para tratar al fuerte de manera más débil, y al débil de manera más
fuerte.
En efecto, revolver en los mismo centros de violencia y hacinamiento
(entiéndase: prisiones), violadores, homicidas, consumidores de droga, la-
drones callejeros, peculadores, padres que no responden por la obligación
alimentaria, terroristas, responsables de un faltante bancario, ladrones do-
mésticos y todos los que violen la ley penal, no es sino el más grande absur-
do de cara a la racionalidad que debe asistir la ejecución penal. Pero la cosa
va más allá, y la mezcla se da también entre acusados y condenados. Esa
misma confusión que se da al interior de las prisiones, se presenta en los tra-
tamientos legislativos. De allí viene el discurso de la "narcosubversi6n", que
busca instalar el estereotipo guerrilleros-traficantes de drogas (casos de Co-
lombia y Perú). Esta relación que eventualmente existe (por cobro de la pro-
tección o del "impuesto" territorial de los grupos guerrilleros a secltores de
cultivadores de ~coca, amapola o marihuana) busca fundamentalmente des-
viar la atención de la principal gran relación entre los grandes monopolios
del tráfico de droga y ciertas instituciones del Estado. Sobre este particular,
la primera llamada es en torno a la institución policial, que como autoridad
inmediata o "primera línea" de la lucha contra el delito, es la que más tiene
que ver con el control y la marcha de este tipo de actividad. La evaluación al
respecto es claramente arrojada por la depuración que en el caso de Colom-
bia, ha debido hacer el gobierno de la policía en la ciudad de Cali, de lo que
puede extraerse la conclusión que como en los tiempos del alcalde Big Bill
Thomson en el Chicago de Al Capone, la policía estaba completamente to-
mada o como se dice popularmente: "en la nomina del Cartel". La diferencia
es que a Al Capone, le enviaron a "Los intocables", mientras que a Cali tu-
vieron que enviar todo un ejército: "El bloque de búsqueda".
Pero no solamente esa institución resultaba comprometida en el asunto;
también muchas otras que tuvieran que ver con un sinnúmero de actividades
necesarias a la actividad de producción y exportación de la droga (agencias
de aviación civil, otras fuerzas de policía, etc.) y con las actividades finan-
cieras de "lavado de dólares" (bancos, agencias de exportación y de importa-
ción, casas de cambio, etc.). Obviamente el manejo de billonarias cantidades
de dinero producto del negocio de estupefacientes, no podía hacerse sin el
concurso de toda una infraestructura administrativa económica.
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Nuestra tesis es que el crimen organizado -y más particulannente el


crimen organizado "mafioso"- requiere un tratamiento diferenciado del que
se ejerce contra la delincuencia convencional. Haciendo un paralelo, no se
puede por ejemplo dejar enfrentar los guerrilleros -que hoy se mueven en el
,. • campo tanto del delito político como dentro del terrorismo y de la delincuen-
cia común- al personal policial de una estación de policía. Es obvio que el
reducido contingente y la dotación y preparación de una tal unidad fue con-
cebida para controlar y dirimir los problemas de barriada de una comunidad,
incluyendo eventuales despliegues contra una banda annada de asaltantes de
bancos o supermercados, o enfrentar la resistencia de algún homicida atrin-
cherado, pero no para enfrentar en un plano militar un escuadrón o hasta un
batallón guerrillero. Esto mismo sucede al nivel de la legislación implemen-
tada para combatir fenómenos tan diversos como la guerrilla, el narcotráfico,
los paramilitares, el crimen de cuello blanco, la delincuencia convencional, y
hasta las infracciones de tránsito. Lo anterior, sin detrimento de la considera-
ción de que en el fenómeno de la guerrilla (especialmente la colombiana y la
peruana), a pesar de sus deslizamientos hacia la delincuencia común y el te-
rrorismo, subsisten intereses y fines políticos, que legitiman un tratamiento
político coincidente con el represivo y una eventual política de paz como las
que se han venido intentando en los últimos tiempos. Todo esto nos revela la
irracionalidad de un sistema en el cual no hay ninguna política para clasifi-
car los diferentes frentes, de cara a los cuales se deben definir diferentes nor-
mas, métodos y garantías. Quien gana en esa confusión es el crimen de los
poderosos, para quienes en primer lugar se reclamaran el garantismo y todos
los discursos jurídico-penales (garantistas, iushumanistas, etc.) o criminoló-
gicos (minimalismo, abolicionismo, etc.) para terminar de eludir la aplica-
ción de la ley penal.

4. MOVIMIENTOS DE POLÍTICA CRIMINAL: DOBLE VÍA

Es importante hacer aquella distinción, que en la academia y en la doc-


trina poco se encuentra. Las escuelas de derecho forman a los estudiantes en
las doctrinas de un derecho penal neoclásico respetuoso del principio de le-
galidad y con raigambre en los derechos fundamentales, al tanto que el dere-
cho procesal penal es dictado siguiendo los postulados garantistas constitu-
cionales; pero cuando devienen abogados y salen a ejercer la profesión en la
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calle, se encontrarán con un derecho penal de excepción, poblado de nume-


rosos tipos penal1es abiertos y en blanco, y con un derecho procesal penal lle-
no de restricciones y de institutos inquisitivos. Esto no se plantea en contra-
vía de nuestra creencia en la implantación de jurisdicciones especiales, sino
que cuestiona la impregnación de todo el sistema penal, de este tipo de des- .
plazamiento casi total de la jurisdicción ordinaria por la de excepción, a la
manera de una implantación de un "Estado general de excepción". Lo que
debe imponerse es la delimitación de ambos campos: uno ampliamente ga-
rantista y otro con las restricciones que cada fenómeno pueda aconsejar de
acuerdo a razones practicas de política criminal, pero en ningún caso trans-
grediendo el Estado de Derecho. En otras palabras, la delimitación rigurosa
de las jurisdicciones de excepción, debe ponerle cortapisa a la expansión de
las restricciones a todo el sistema penal. Cuando éstas no se demarcan níti-
damente, las reacciones coyunturales a hechos criminales cometidos por la
criminalidad organizada de gran poder, y que tienen una gran repercusión en
la opinión pública, surten efecto en todo el campo criminalizado. Esta per-
versión termina por sumar injusticias al sistema, en cuanto la operación se-
lectiva de él impondrá nuevas cargas y gravámenes a la clientela fija de las
prisiones, mientras que los sectores del gran crimen organizado ejercerán
todo su arsenal de defensa, corrupción y presión.
La formulación de jurisdicciones especiales o de emergencia no se
pueden entender "per se" como violatorias del Estado de Derecho, pues es
claro que se encuentran incrustadas dentro de los canones constitucionales.
Lo que hay que propender es por el debido control de esas jurisdicciones,
que no se constituyan en "territorios independientes" donde reine un poder
absoluto, sin ningún tipo de principios o de limitaciones.
El absurdo de destinar la jurisdicción ordinaria a la lucha contra el gran
crimen organizado, es el de enfrentar un juez inerme detrás de un escritorio
contra una organización detrás de un "bunker", que maneja capitales cuan-
tiosos, relaciones cualificadas con el alto poder, escuadrones o pequeños
ejércitos para intimidar y ejercer en general la violencia, y lo que es más, la
completa libertad de no estar sometido a ninguna regla. Ese absurdo ha lle-
gado en Colombia, hasta el punto de que el entonces jefe del Cartel de Me-
dellín, "entregado" a la justicia colombiana, y aún dentro de un régimen de
excepción, que en cambio de ser más drástico era más débil y conde-
La política criminal: El eslabón pérdido
de la criminología (El caso de la droga) 49

scendiente con el "capo", juzgó y ejecutó dentro de la prisión a sus lugarte-


nientes, quienes no estaban encarcelados, pero que el "capo" hizo traer a su
"jurisdicción" por encima de tres líneas de guardias. Qué se puede decir de
esta política criminal en la que el más peligroso criminal ¿qué otro calificati-
vo se puede emplear para quien ordenara la colocación de bombas en el cen-
·. tro de las ciudades y en vuelos de aviones comerciales? sea llevado a la pri-
sión (la "suite" que él escogió y diseñó de acuerdo con el gobierno de la épo-
ca), y siga desde allí manejando su poderosa organización, con la última tec-
nología en comunicaciones, con los estafetas que a bien tuviera disponer,
hasta el punto de poder realizar cuanto quisiese adentro y afuera de la pri-
sión? Lo mínimo que se puede decir, es que una delincuencia de ese nivel
debe estar acompañada de la mayor incomunicación, para que opere como
neutralización de esa acción sistemática de violación de derechos y defienda
los bienes jurídicos de una sociedad arrodillada por el terror de esas organi-
zaciones. Lo demás es llenar de ignominia a un país. Ningún tipo de crimi-
nología puede vacilar en la valoración de ese tipo de actos, ni ningún crimi-
nólogo puede mostrar hesitación y mucho menos colaborar con ese tipo de
organizaciones.
En ese contexto las jurisdicciones de excepción pueden ll•gát á los ex-
tremos del anonimato de los jueces, cuando el poder y la agr~ivictad de las
organizaciones criminales demuestren la vulnerabilidad de los funcionarios
como en el caso colombiano en que la mafia asesinó sistemáticamente dece-
nas de ellos y logró imponer una intimidación general que abarcó hasta los
"jueces de conciencia" Gurados), circunstancia que obligó a suprimir esta
suerte de justicia popular. Ello no implica que el juez no tenga ninguna res-
ponsabilidad en el desempeño de su función, ni que ésta no tenga ningún
control, pues en su interior deben operar los recursos disciplinarios y las fa-
cultades de las partes -si bien más restringidas que en la jurisdicción ordina-
ria-, como la doble instancia, nulidades, tutela, etc. Tampoco se está convali-
dando el sistema particular de "jueces sin rostro" en la forma en que se está
aplicando en Colombia, con posible extensión a formas de criminalidad sin
poder real.
Esto es algo que los discursos criminológicos recientes y las doctrinas
jurídico-penales no han puntualizado. La crítica a ésta omisión es la de que
el discurso no puede ser tan lineal; entendida como está la reacción crítica
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Luis Fernando Tocara


50 Capitulo Criminológico, Edición Especial (1995)

frente a los sistemas penales vigentes, alimentados por teorías positivistas,


en las que se impulsa el clasismo y el tratamiento desigual de los comporta-
mientos y de los procesados, con mecanismos de dominación conduciendo
los procesos de creación de las leyes, y con ejercicio de influencias que dis-
torsionan la aplicación de ellas, es necesario aclarar que hay diversos movi-
mientos político-criminales, uno en un sentido descriminalizador (en camino
hacia el minimalismo ciertamente), que ha de comprender una serie: de fren-
tes, de delitos sin víctima, de penalización de conductas perseguidas mora-
listamente, de ilegalismos económicos menores, de conductas con ofensa ju-
rídica insignificante, etc.; y otro en sentido criminalizador, de conductas que
atentan contra intereses colectivos, de nuevas conductas defraudatorias con
medios técnicos de reciente incorporación al mercado, de conductas abusi-
vas de poder que son decantadas en los procesos de crítica democrática, de
crimen organizado cuyo poder alcanza niveles de daños colectivos y de per-
turbación del sistema democrático y de graves violaciones de derechos fun-
damentales.
Desde el plano del derecho procesal existe un movimiento pollítico-cri-
minal reivindicado en los sectores criminológicos críticos, que apunta a la
vigencia de las garantías procesales generalmente constitucionalizadas en las
últimas reformas. Este discurso articula convenciones públicas intemaciona-
les de derechos humanos, nuevos textos constitucionales de inspiración libe-
ral democrática, y los últimos códigos procesales. Por supuesto, que se trata
de planteamientos positivos para la estructuración de Estados democráticos
de Derecho, pero ello no implica necesariamente que se desconozca la nece-
sidad de otro movimiento, que es el de un derecho procesal que deba hacer
ciertas restricciiones, que deba tener ciertas precauciones aunque limiten las
garantías ordinarias que se tienen como básicas dentro del sistema judicial;
esas precauciones deben buscar mantener la capacidad y la idoneidad del
sistema para prestar su función de administrar justicia. Y lo primero en ese
propósito es la preservación de la invulnerabilidad de los funcionarios judi-

ciales, en el sentido de que debe preservarse su indemnidad. Más allá del de-
recho a su vida y a su integridad personal, a sus bienes y a su tranquilidad,
que la tienen como cualquier ciudadano, lo que está en juego dellltro de la
perspectiva política de la justicia, es la independencia y la imparcialidad del
Juez. Si los movimientos democráticos han reivindicado históricamente la
La politica criminal: El eslabón pérdida
de la criminología (El caso de la droga) 51

independencia judicial como condición "sine qua non" para la adecuada ad-
ministración de justicia, y lo han hecho fundamentalmente de cara frente a
las presiones e influencias de otros poderes del Estado -particularmente del
Ejecutivo-, por qué ahora no habría de cuestionarse la presión (bárbara ade-
más) y la influencia poderosa de las grandes organizaciones criminales colu-
didas muchas veces con algunos agentes o sectores del Estado. La experien-
cia histórica colombiana nos demuestra el riesgo de ser indiferentes a esa
realidad, indiferencia que terminó exponiendo a los jueces como "carne de
cañón" del narcotráfico, para que después además, pasaran a ser una cifra
que políticos corruptos o no, invocaran como muestra de que Colombia sí
enfrentaba el narcotráfico.
Si el crimen organizado logra neutralizar -incluso a niveles de terroris-
mo- un sistema judicial y en extenso, un sistema social, la posibilidad de que
aquel sistema confronte las violaciones de los bienes jurídicos puestos a su
cuidado, terminará siendo una proclama hueca. Esa misma experiencia co-
lombiana y todo el proceso <te combate contra la extradición, finalmente vic-
torioso en la sede de la Asamblea Constituyente, con los métodos que todos
conocemos, nos revelan la magnitud del poder del nuevo Leviatán, ansioso
de cohabitar con el antiguo Leviatán estatal, para imponer su condición de
nuevo amo y sefior. Una nueva dominación que privilegia la violencia, la co-
rrupción, la "ley del silencio", la humillación, la aceptación pasiva, y, que
desestima los valores del trabajo, la libertad, la dignidad, la organización de-
mocrática, la solidaridad social y la solución pacífica de los conflictos.
Algunos discursos criminológicos críticos terminan heroificando este
tipo de delincuentes, bajo el argumento de haber enfrentado con éxito, el
centro del Imperio, a quienes pretenden que se le ha declarado una guerra
con estimulantes prohibidos. Resulta curioso por lo menos, ver hoy a los
sectores políticos, antafio tan celosos con el irrespeto a la imagen y la intan-
gibilidad de la metrópoli norteamericana, verlos sumando filas contra el"im-
perialismo norteamericano", porque hoy presta apoyo a los países latinoame-
ricanos en la lucha contra la droga. No se trata ahora de un cambio de ideo-
logía de última hora, sino de la defensa de unos intereses materiales muy
' puntuales derivados de la bonanza de este moderno "dorado".
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Luis Fernando Tocor.a


52 Capitulo Criminológico, Edición Especial (1995)

5. LA ARTICULACIÓN CRIMINOLOGÍA-POLÍTICA CRIMINAL

Cuando reivindicamos la política criminal como materia de la que debe


ocuparse la criminología, lo hacemos no sólo entendiendo que una ciencia
social pueda trascender en la realidad -lo que aceptamos tiene fundlamental-
mente una perspectiva ética y política- sino principalmente, porque entende-
mos que también hay allí una relevancia epistemológica, en la medida en
que estudiar las praxis político-criminales concretas y reales en el mundo,
cabe dentro del1 objeto de estudio de la criminología y se inscribe dentro de
los procesos de construcción necesarios a la elaboración de un pensamiento
crítico. Ciertamente, el análisis de las políticas que el Estado o la sociedad
desarrollan para el control de la desviación criminal, es algo que está com-
prendido dentro del objeto de estudio propio de esta disciplina de conoci-
miento que se ha dado en llamar como "criminología". Y esa función cog-
noscitiva se da al interior de procesos de conocimiento en los que el criterio
de verdad se supone ajustado a parámetros qe demostración y comprobación
científicas. Pero una ~osa es la "política criminal" como objeto de estudio
abordada a través de estos criterios, y otra cosa es la "política criminal"
como praxis que se desarrolla al interior de las sociedades, la que e:s decidida
mediante criterios fundamentalmente políticos (económicos, pragmáticos,
electorales, eu:.) aunque con la posible influencia de criterios éticos y even-
tualmente de conocimientos científicos. Estos de todas maneras quedan su-
peditados a los primeros.
Pero más allá de esa relación evidente, existe otra epistemollógica que
relieva el fenómeno de retroalimentación que permite a la criminología va-
lerse de la práctica político-criminal para sus desarrollos teóricos, a través de
la confrontación de la teoría con la práctica y de la reformulación de la pri-
mera a partir de las conclusiones extraídas de la última. Esta es wta relación
esencial en la constitución de la disciplina, por cuanto permite el 11ujo de hi-
pótesis al campo de la experiencia, sin lo cual todas las propuestas quedarían
en el plano de las especulaciones sumiéndonos en el escepticismo.
La actitud de búsqueda de la verdad, entendiendo ésta al menos como
correspondencia entre la realidad y la representación mental de esa realidad,
implica de hecho una posición crítica, que adquiere una mayor dimensión si

,
La política criminal: El eslabón pérdida
de la criminología (El caso de la droga) 53

tenemos en cuenta las sociedades que vivimos. Ya no solamente queremos


evocar los casos de Sócrates o Galileo dentro de esa perspectiva, sino toda la
urdimbre de imágenes que atraviesan el mundo actual. La referencia no es
sólo para las imágenes propiamente tales que disparan frenéticamente los
"mass media", contando y recontando las historias maniqueas estereotipadas,
inundando el espacio visual de marcas, logotipos, propagandas subliminales,
slogans, etc., sino también las visiones prefabricadas que son puestas a cir-
cular a impulso de tantos intereses. Intereses de instituciones que ofrecen
una verdad revelada, otras que defienden proclamas y gestiones políticas,
otras que anuncian mercaderías de todo género, y en fin, todo un enjambre
de "verdades" sobre medidas, pagadas, mandadas a hacer para sostener e im-
pulsar intereses y privilegios. La ciencia social en ese mundo puede estorbar.
El develamiento de realidades cruentas y afrentosas dentro de las pri-
siones, de laberintos opresivos y burocráticos dentro de los procesos pena-
les, de leyes desiguales dentro de las codificaciones de los delitos y de las
sanciones, de la ejecución arbitraria y violenta del poder policial, de las ma-
sivas violaciones a los derechos humanos por regímenes militares o civiles,
de procesos de creación de leyes manejados por la corrupción; se inscribe
dentro de esa "búsqueda de la verdad", y ello, aunque solamente sea expre-
sado a nivel descriptivo, o de registro de una realidad histórica, implica una
posición de censura y de cambio de dicha realidad. La crítica siempre está
planteando, al menos implícitamente, visiones de cambio de la realidad exa-
minada. Toda la crítica producida por la "nueva criminología", y luego por la
"criminología crítica", al recusar diversas prácticas e instituciones insufladas
por el positivismo, está dejando ver o intuir -por su envés- la alternativa o
las alternativas a esas realidades.
Otra cosa es que podamos hacer observaciones sobre las desviaciones
idealistas de algunas vertientes criminológicas que pueden haberse aproxi-
mado a un cierto maniqueísmo en la relación delincuente-víctima, que han
terminado heroificando al delincuente común, pretendiéndolo un "revolucio-
nario", y lo que es peor, al delincuente "mafioso"; que han olvidado a la víc-
tima, sus derechos, sus necesidades, sus sufrimientos; que han olvidado que
lo que también está en juego, son los valores de una sociedad, y que dentro
de ellos están la libertad, la dignidad, la solidaridad, la democracia, en contra
de la violencia, la corrupción, el chantaje, el terrorismo y el sometimiento;
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1

Luis Fernando Tocora


54 Capitulo Criminológico, Edición Especial {1995)

que han desatendido el principio de realidad, desconociendo la articulación


criminología-política criminal, que es justamente el centro de nuestra refle-
xión en este escrito.
Estas desviaciones ciertamente románticas, llevan a derivaciones insos-
tenibles como las de ver en el"lumpen" a un luchador social, o en el mafioso
a un héroe o "luchador político" que ha coronado la gesta épica de salir de su
postración socio-económica llegando a la cima de organizaciones poderosas,
al que no le tiembla la mano para ordenar la "liquidación" de alguien. Sus
víctimas, las de: estos "luchadores", no tienen derechos. Son inermes jueces
asesinados cobardemente, periodistas que no tienen más arma que su pluma,
testigos malafortunados que estuvieron en un momento equivocado en el lu-
gar equivocado, etc. Las experiencias italiana y colombiana nos mue:stran los
niveles de barbarie a los que finalmente se llega, aumentando esa espiral de
violencia en la que el gran crimen organizado recluta gente del hampa para
cometer sus asesinatos y sembrar el terror en una comunidad. La experiencia
norteamericana de los "rompe huelgas" es otro claro ejemplo.
Otra cosa es el planteamiento de la legalización de la droga. Ello, a
nuestro entender, constituye una propuesta seria, que debe ser examinada y
confrontada, precisamente dentro de esa perspectiva criminología-política
criminal. Pero en todo caso, debe tener en cuenta que los graves delitos co-
metidos por las mafias, distintos a los del propio tráfico de drogas, no pue-
den ni deben quedar en la impunidad, y que el reordenamiento democrático
de una sociedad no puede incluir el inmenso poder de estos nuevos capitales
porque ello terminará desvirtuando la esencia de ese objetivo.
En este tópico también debe tenerse presente, aunque ya en otm senti-
do, el apreciable costo social que el prohibicionismo está causando en la
práctica, en la medida en que quienes están ingresando a las cárcdes por
este tipo de criminalizaciones han sido los pequeños traficantes (jíbaros,
"mulas", etc.), o eventualmente medianos distribuidores desligados de las
grandes redes, y lo que es peor, los consumidores que o bien son procesados
como tales (criminalización absurda no habiendo atentado contra derecho
ajeno) o bien son juzgados como consumidores-traficantes, actitud esta últi-
ma que muchas veces efectivamente realizan para costearse la droga. La co-
yuntura actual de la "guerra a la droga" en Colombia, tiene otra dinámica
La política criminal: El eslabón pérdido
de la criminología (El caso de la droga) 55

inscrita dentro de la perspectiva norte-sur (países postindustriales consumi-


dores -países pobres productores), de las contradicciones internas entre cla-
ses dominantes tradicionales y clases "emergentes", y de la disyuntiva entre
sectores de cultura democrática en reacción a culturas "mafiosas" (de some-
timiento, violencia y corrupción).
La conclusión a la que desembocamos, es que la política criminal no es
el mero vehículo de incursión en la práctica, de las soluciones que la crimi-
nología pueda eventualmente proponer, sino que ella también cumple una
función teórica al revertirse como elemento sustancial en los procesos de in-
vestigación y de elaboración de las teorías criminológicas. Es un medio den-
tro del proceso de conocimiento criminológico, que se inserta en su dialécti-
ca para intercambiar objetos o elementos teóricos provenientes de las expe-
riencias socio-políticas unos, y otros del estudio y de la investigación cientí-
fica. Dentro de esa perspectiva, la investigación de campo en las ciencias so-
ciales es siempre fundamental para evitar terminar en cierta especie de meta-
física. La pretensión de articular criminología y política criminal no descan-
sa en la creencia de que el criminólogo esté llamado (quizás "mesiánicamen-
te") a resolver los grandes y álgidos problemas de la criminalidad leviatánica
de hoy, sino en la necesidad epistemológica de que la praxis político-crimi-
nal sea comprendida dentro del objeto de estudio de la criminología, y no
como un objeto más, sino como el espacio o el elemento de confrontación y
comprobación de una buena parte de las premisas criminológicas.

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