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EL VESTIDO AZUL

El primer noviembre después del divorcio

recibí un paquete de mi padre por mi cumpleaños; ninguna tarjeta, solo

una caja grande de Hink’s, la oscura

tienda almacén con un balcón y

una barandilla de caoba alrededor del balcón, podías

permanecer en pie y apretarte la frente contra ella

hasta casi sentir la densa veta

de madera, y observar hacia abajo

las filas y filas de camisolas,

enaguas, sujetadores, como si mirases

la vida interior de las mujeres. El paquete

procedía de allí, él se había aventurado en aquel lugar por mí

al igual que había entrado una vez en mi madre

para extraerme. Abrí el paquete; nunca

me regaló nada hasta ese día,

y allí me encontré un vestido azul con botones

azules como el pelaje de un pato azul pequeñito

disfrazado para adentrarse en el grisáceo azul del agua.

Me lo puse, un ajuste perfecto,

me gustó porque no resultaba provocativo, era solo un

vestido azul para una hija de 14 años, al igual

que el traje de Clark Kent era solo un sencillo traje de reportero,


sentí el tejido de algodón mercerizado Indian Head

contra la piel de la parte superior de mis brazos y en mi

espalda ancha y delgada, especialmente en la piel de mis

costillas bajo esos nuevos pechos que había

criado durante la noche como seísmos en conmemoración de su nombre.

Un año más tarde, durante una pelea sobre

lo horrible que había sido mi padre,

mi madre me dio que él no había elegido el vestido,

que simplemente dijo que no comprase algo demasiado caro y luego

ni siquiera le envió el cheque para pagarlo,

esa clase de hombre era. Así que

nunca lo vestí delante de ella

pero cuando me marché al internado

allí lo vestía todo el tiempo,

gozaba de su tacto, solo

a veces dejaba caer que era un regalo de mi padre,

queriendo mostrar en aquellos días que tenía algo

fuera verdad o no, sin importarme demasiado, solo para

tener algo.

Sharon Olds

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