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Delgado, Osvaldo L.
Lecturas freudianas 2
ISBN 978-987-8326-08-5
CDD 150.195
UNSAM EDITA
Campus Miguelete
25 de Mayo y Francia, San Martín (B1650HMQ),
prov. de Buenos Aires, Argentina
Edificio de Containers, Torre B, PB
unsamedita@unsam.edu.ar
www.unsamedita.unsam.edu.ar
PRÓLOGO
FREUD: UN PENSAMIENTO DE ACTUALIDAD
Parte I. LA TRANSFERENCIA
CLASE 1
TRANSFERENCIA Y REPETICIÓN
CLASE 2
TRANSFERENCIA Y RESISTENCIA
CLASE 3
TRANSFERENCIA Y SUGESTIÓN
Parte 2. EDIPO-CASTRACIÓN
CLASE 1
COMPLEJO NUCLEAR DE LAS NEUROSIS. ANUDAMIENTO COMPLEJO DE EDIPO-
COMPLEJO DE CASTRACIÓN
CLASE 2
ÖDIPUSKOMPLEX
CLASE 3
CONSIDERACIONES CRÍTICAS DE LA CONCEPCIÓN FREUDIANA DE LOS
COMPLEJOS DE EDIPO Y DE CASTRACIÓN
CLASE 1
FETICHISMO
CLASE 2
EL FANTASMA “PEGAN A UN NIÑO”
CLASE 3
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE “ANÁLISIS TERMINABLE E
INTERMINABLE”
CLASE 1
INTRODUCCIÓN AL CONCEPTO DE PULSIÓN DE MUERTE
CLASE 2
INTRODUCCIÓN AL MASOQUISMO
CLASE 3
INTRODUCCIÓN A LA SEGUNDA TÓPICA
CLASE 4
INTRODUCCIÓN AL SUPERYÓ
CLASE 5
SOBRE LA ANGUSTIA DE CASTRACIÓN
CLASE 1
EL SURGIMIENTO DEL PSICOANÁLISIS: SU CONTEXTO CULTURAL. FREUD: HIJO
SUBVERSIVO DE LA ILUSTRACIÓN Y DEL IDEAL DE LA RAZÓN
CLASE 2
EL PSICOANÁLISIS EN EL DEBATE CONTEMPORÁNEO
CLASE 3
CULTURA, MALESTAR Y SEGREGACIÓN
CLASE 4
FUNDAMENTO METAPSICOLÓGICO FREUDIANO DEL LLAMADO “ATAQUE DE
PÁNICO”
BIBLIOGRAFÍA
Prólogo
FREUD: UN PENSAMIENTO DE
ACTUALIDAD
TRANSFERENCIA Y REPETICIÓN
TRANSFERENCIA Y RESISTENCIA
TRANSFERENCIA Y SUGESTIÓN
- La sugestión y la masa
- Identificación y enamoramiento
- Hipnosis, sugestión, psicoanálisis
En el capítulo IV de “Psicología de las masas y análisis del yo”, que lleva por
título “Sugestión y libido”, Freud plantea dos tesis fundamentales sobre la
masa:
Cuando Freud habla del desarrollo libidinal, se refiere a las fases oral,
anal y fálica. No dice genital, sino fálica. Se trata de un problema lógico
que tiene que ver con que, apoyado sobre un órgano del cuerpo –el pene–,
se establece una lógica de presencia-ausencia. A nivel lógico, simbólico,
quiere decir que todo se juega en torno a la presencia-ausencia: tener o no
tener falo. La diferenciación sexuada será entre los que tienen y los que no
tienen falo. Esto en términos simbólicos, porque desde el punto de vista
biológico a las mujeres no les falta nada. En el campo de la biología, no es
que los varones tienen y las mujeres no tienen. Para la medicina, los
varones tienen pene –fíjense que no digo “falo”– y las mujeres tienen
vagina. Aquí se trata de una lógica simbólica. El ordenamiento de
presencia-ausencia que marca el encuentro con la castración es, para Freud,
la premisa universal del falo. Dice Freud que el niño cree que todos tienen:
hombres, mujeres, perros, gatos, pajaritos, mesas, sillas…
El pene no es el falo. Las mujeres pueden creer en algún momento que
el pene es el falo para alcanzar su satisfacción, o pueden sentirse en
inferioridad de condiciones porque el varón tiene pene, tiene falo, o pueden
fingir tenerlo. Entonces, habrá cuatro posibilidades para las mujeres: o
sentirse inferiores porque no lo tienen; o atacarlo; o usarlo para hacerse un
hijo; o lo disfrutan. Por eso hablo de las tres salidas freudianas de la
feminidad. Agrego, además, una cuestión central. El varón puede pensar
que tiene el falo, pero es una impostura: ambos están castrados.
Tenemos una estructura cuaternaria: padre, madre, hijo, falo. Recuerden
que cuando trabajamos el narcisismo indicábamos su surgimiento y
decíamos que no se nace biológicamente con narcisismo, sino que depende
de la investidura libidinal que la mujer, en cuanto madre, le da a ese crío
recién nacido. Por lo tanto, el narcisismo es un efecto de todo lo que una
madre deposita de magnífico en ese nuevo ser. Freud dice que las mujeres
más frías al amor del hombre, sin embargo, adquieren el amor de objeto en
un hijo, depositan todo en él, es lo máximo de su interés libidinal.
Respecto al encuentro con la castración, como no hay inscripción
simbólica del órgano genital femenino, la oposición será: se tiene o no se
tiene falo, hay o no hay falo. Y esto vale tanto para hombres como para
mujeres. El encuentro con la castración en la mujer implicará que una de las
respuestas sea la maternidad: como no tengo el falo, deseo tener un
equivalente: el hijo. El hijo es el equivalente fálico. En el mejor de los
casos, todos nacemos como falo materno. En el peor de los casos, se dará
una psicosis. O sea que, a partir del encuentro con la castración y la
solución de la posición castrada, una de las tres salidas freudianas es la
maternidad.
Partimos de ubicar una posición ante la castración en la mujer: la
maternidad, el hijo viene al lugar de ser el falo que no tiene. A partir de ahí,
se pueden dar diferentes posibilidades. Esto vale para machos y hembras
biológicamente, porque se adviene hombre o mujer de acuerdo a cómo es el
pasaje por la trama Edipo-castración: ahí es donde se define si alguien será
varón o mujer. Se puede ser biológicamente un varón, pero a nivel de la
posición sexuada ser una mujer, es lo que llamamos complejo de Edipo
invertido: el varón, en vez de tener al padre como objeto de rivalidad, el
mismo pasa a ser el objeto amado, teniendo como posible consecuencia la
homosexualidad masculina.
Ahora bien, hay una disimetría en el pasaje por la trama Edipo-
castración en los varones y en las mujeres. Freud sostiene que el niño varón
abandona, reprime su interés incestuoso por la amenaza de castración; que
el interés narcisista por sus genitales hace que reprima su deseo incestuoso.
Entonces, el Edipo masculino implica que, bajo la amenaza de castración,
se abandone ese objeto primero. Tanto para varones como para mujeres, el
objeto primero es la madre, y vamos avanzando así en el texto “El
sepultamiento del complejo de Edipo” (1924). El varón resuelve la amenaza
de castración debido a su interés incestuoso, abandonando, reprimiendo el
objeto amoroso materno e identificándose con la posición viril paterna.
Freud dirá que el heredero del complejo de Edipo es el superyó; es decir,
que el niño se identifica con la posición viril paterna y, a la vez, introyecta
la ley paterna: “la madre no, sí otras mujeres”.
El acceso de una hembra al lugar de la mujer es más complicado, no es
tan directo. La hembra también nace como falo, siempre dentro de la
neurosis. Su primer objeto de amor también es la madre y, ante el encuentro
con la castración en la fase fálica, Freud dice que la niña le recrimina a la
madre no haberla hecha provista de falo, haberla hecha castrada. Están, al
mismo tiempo, el amor a la madre como primer objeto amoroso y la
querella por haberla hecha sin el instrumento fálico. La niña, entonces, hace
una doble renuncia: al primer objeto (la madre) y al clítoris, cambiando a
este por la vagina. La niña renuncia a la madre porque no le puede dar el
falo que esperaba y, luego, se dirige al padre para que le dé un hijo como el
equivalente fálico. Cambia el objeto amoroso, de la madre al padre. En este
cambio se abre una suerte de renuncia que no lo es, una renuncia a tener el
falo pero que no lo es tampoco, ya que tener un hijo da cuenta del
equivalente. Renuncia al objeto y renuncia al clítoris por la vagina.
Entonces, el niño, por el complejo de castración, sale del complejo de
Edipo; ante la amenaza de castración sale, reprime, y la madre pasa a ser el
referente para los objetos amorosos en sustitución. El complejo de
castración en el varón, lo hace abandonar el Edipo como sepultamiento,
como final, como identificación con la ley, como instauración del superyó
en la estructura psíquica. Por el momento, el superyó es sinónimo de ley
paterna; ley paterna que se introyecta y que es sinónimo de la ley que rige el
“no” al incesto y al parricidio. La niña, por el complejo de castración entra
al Edipo; o sea que por el complejo de castración abandona el objeto
preedípico (la madre). En el varón, el objeto preedípico y el objeto edípico
es el mismo: la madre. En cambio, en la niña el objeto preedípico es la
madre y el objeto edípico es el padre; hay un cambio de objeto. La vagina
no está preparada a nivel del organismo, de las fibras nerviosas, para la
satisfacción. Podemos decir que es un lugar ausente de sensibilidad
orgánica, porque hay una carencia de fibras nerviosas. Por lo tanto, que una
mujer tenga satisfacción en relación con esa nueva zona erógena es gracias
al poder del símbolo, no al poder de las fibras nerviosas. Ese es el punto
ideal –dice Freud– del final del complejo de Edipo, porque el objeto
materno en verdad está reprimido, por lo tanto, en la niña persiste el objeto
preedípico y el edípico. A tal punto es así que Freud sostiene, en textos
posteriores, que siempre el segundo matrimonio es el más feliz, porque el
primero es con la madre, el referente es el otro materno. Entonces dice que
las mujeres se casan primero con un referente materno y luego con un
referente paterno. No hay que tomarlo literalmente. Freud también decía
que es posible hacer ese cambio con una misma persona. La cuestión de la
zona erógena aparece como una problemática en las mujeres, si pueden o no
tener una satisfacción más allá del clítoris, si pueden o no tener satisfacción
de acuerdo a ese cambio de zona. Además, tenemos las cuestiones del
Edipo invertido, que es la identificación con la posición sexuada del
progenitor del mismo sexo. Así, en el caso del varón, el niño sale del
complejo de Edipo por el interés narcisista, por la amenaza de castración,
amenaza de castración paterna. En las mujeres es al revés, como efecto del
encuentro con la castración ingresan al complejo de Edipo.
¿Cómo sale la mujer del Edipo? ¿Cómo sale de esa turbulencia, de esa
guerra, de ese amor-odio con el primer objeto que es la madre? Sale por una
decepción: el padre no cumple con aquella promesa de darle un hijo. La
disyuntiva será si esa mujer se limita a esperar el equivalente fálico de un
hombre: el hijo. Es por eso que dura mucho más tiempo, es mucho más
largo este proceso en la mujer. En verdad, es importante que el padre diga
ciertas cosas. Finalmente, no es el padre el que termina de separar a la
mujer del objeto preedípico, de la madre, sino que debe ser un hombre. Eso
tiene consecuencias: hace que un padre, en el mejor de los casos, funcione
como promesa. Además, para un padre, esa hija viene a ocupar un lugar
importante para su Edipo con relación a su propia madre, a la madre del
padre.
Freud, como les mencioné, ubica tres salidas para la feminidad:
a) Inhibición o neurosis. Allí hay un sentimiento de desvalorización,
sentirse menos, disminuida, sentirse un ser inferior.
b) Complejo de masculinidad. Implica una masculinización de su
funcionamiento, al punto extremo de la homosexualidad femenina.
c) Salida normal. Freud dice muchas cosas, pero en este momento llama
salida normal a la maternidad –mientras no se tiene el falo se puede tener el
equivalente–. El niño viene al lugar del falo; se trata de la ecuación
simbólica pene-niño.
Freud sostiene que la salida normal es la maternidad pero, en verdad,
madre y mujer no son lo mismo. Ser madre no es lo mismo que ser mujer.
Es más, ser madre es lo más alejado de una mujer; y una mujer es lo más
alejado de una madre. Es cierto que muchas mujeres, ante la pregunta de
qué es ser una mujer, responden ser madres, pero no es así. La maternidad
es una respuesta que obtura la pregunta. Como no hay inscripción del
órgano genital femenino, hay una pregunta permanente de qué es ser una
mujer y qué es ser una mujer para el deseo del hombre. Ahí se abre todo el
campo del misterio. Es allí donde Freud plantea como salida normal la
maternidad, y ella es la que permite hablar de narcisismo.
Hay un problema que se genera en las mujeres cuando no son bien
alojadas por una madre; problema que surge por creer que no han sido
suficientemente el falo, por creer colmar a la madre “casi” por la posición
en cuanto castradas, y que puede producir, por ejemplo, una
homosexualidad femenina. Se trata de la problemática falo-castración que
está relacionada con la desvalorización en ciertas mujeres de la posición
femenina; desvalorización de la posición femenina como parte, también, de
la misoginia masculina que considera que las mujeres son seres inferiores.
Hay una versión, en el ámbito de la cultura y desde ciertas corrientes
feministas, donde se critica a Freud, al falocentrismo, como si fuera una
lectura misógina o machista. Para que no queden en el terreno de la
ideología, vamos a discutir estos temas. Hay que tener en cuenta que Freud
se refiere a cuestiones estructurales. A las mujeres no les falta nada y a los
hombres no les sobra nada. Se trata de un problema simbólico y no de una
ausencia en el cuerpo como falta orgánica; no tiene nada que ver con la
naturaleza de las cosas, porque si no, se ideologiza y se puede estar
diciendo algo del fenómeno misógino en la cultura, en el que una niña
aparece como algo problemático o algo degradado. La premisa universal es
fálica –la problemática falo-castración–, porque no hay significante en la
estructura que dé cuenta del órgano genital femenino. Lacan dirá que falta
el significante que nombre a la mujer como tal.
Decíamos que la salida normal para Freud es la maternidad. Teniendo un
hijo o una hija, la mujer responde por lo que falta. La posición de la madre
es la de alguien que ha hecho la salida normal freudiana. También decíamos
que, en cuanto hijos, nacemos como falo materno, ya que si no estaríamos
investidos libidinalmente por la madre, el resultado sería una esquizofrenia.
Por lo tanto es fundamental ocupar la posición de falo materno, y también
lo es no permanecer en ese lugar; es fundamental que se produzca una caída
de ese lugar, que tiene que ver con la castración en la madre y la herida
narcisista.
Ahora bien, si una madre concentra todo el interés libidinal en el hijo,
sin cortes, algo anda mal. Si no está investido libidinalmente, dará por
resultado una psicosis. Si está investido, y ese investimento no se desplaza,
se puede producir una perversión. Para que alguien pueda surgir no
psicótico, no perverso, es necesario que la madre, la mujer en cuanto madre,
no sea todo-madre. Esto quiere decir que tenga un deseo fuera del hijo, más
allá de él. En tanto haya un más allá del hijo, en tanto se dedique no solo a
estar encima del hijo, así podrá ser el objeto causa de deseo del hombre. Es
decir, que se oriente por el representante fálico en el cuerpo de su pareja.
Por consiguiente, la palabra madre tendrá muchos sinónimos. Cuando
hablo de madre, me refiero a la relación con un hijo en cuanto falo. Cuando
hablo de mujer, me refiero a la relación con un hombre. Es condición, al
advenir como tal, ese lugar de completud narcisista para una madre, y es
fundamental la caída, ese corte, lograr que un hijo salga de la posición de
falo gracias a la función paterna. Esto vale tanto para varones como para
mujeres. Cuando hablamos de hombre y de mujer, hablamos de posiciones
y no de género.
Una última cuestión fundamental. Como habíamos dicho, Freud habla
de fase fálica y no de fase genital, y sostiene que la misma –donde se juega
la trama Edipo-castración– es la que marca las pérdidas anteriores del
sujeto, como por ejemplo el destete o el desprendimiento de las heces en la
fase anal. Estos desprendimientos adquieren el valor de pérdidas por la
castración, se resignifican a posteriori ya que el falo funciona como un
operador de sustitución. Puedo escribir niño = regalo = heces, como
símbolo que contiene las condiciones de sustitución. No es uno más de la
serie oral, anal y genital. Si una mujer no tiene hijos, algo podrá ocupar ese
mismo lugar. Muchas mujeres no tienen hijos y producen equivalencias.
Del mismo modo, tengan en cuenta que el que una mujer se embarace,
llegue al parto y produzca un crío, no significa que haya tenido un hijo. No
toda persona que diga “quiero tener un hijo” quiere tenerlo. Cuando una
paciente dice que quiere tener un hijo, puede ser que lo quiera, pero no se
puede saber de qué está hablando hasta que no aparezcan producciones
inconscientes. No dice nada de la verdad acerca de su deseo con “quiero
tener un hijo”, porque no se sabe si en verdad desea tener un hijo. Cuando
viene a consultar a un analista una mujer embarazada, no sabemos a qué
lugar viene ese bebé hasta que no ponemos a trabajar el inconsciente.
Clase 2
ÖDIPUSKOMPLEX
CONSIDERACIONES CRÍTICAS DE LA
CONCEPCIÓN FREUDIANA DE LOS
COMPLEJOS DE EDIPO Y DE CASTRACIÓN
- Annafreudismo-kleinismo
- Lacanismo
- Teorías de género
Esta articulación anticipa la lógica del ser y del tener que figura en el
escrito de Lacan, “La significación del falo”. Si bien es cierto que el
complejo de castración implica la fase fálica, esta no será posible sin la
anterioridad lógica de la castración en la madre. En cuanto hijo de una
madre, el niño es un objeto de intercambio producido por una mujer. Como
dice Oscar Masotta: “La castración, para decirlo con una frase, es el lugar
de la inserción del sujeto en el sexo, el pasaje a los objetos múltiples de
toda socialización del deseo” (p. 52). Esto es posible a partir de que el
término que llamaremos padre sea introducido por el deseo de una mujer
clivada del todo madre, donde ahogaría todo su deseo en un hijo.
Freud, en una nota a pie de página en el caso Juanito, menciona que
cuando se habla de castración, se trata del peligro imaginario de la pérdida
del pene y de ningún otro tipo de pérdida. Así, destete, pérdida de
excrementos y trauma de nacimiento no son sino aportaciones al complejo,
pero no lo determinan. No se trata de desarrollo sino de estructura. A su
vez, en “La organización genital infantil”, afirma:
Se ha indicado, acertadamente, que el niño adquiere ya la representación de un daño narcisista por
pérdida corporal, con la pérdida del seno materno después de mamar, por la expulsión diaria de
las heces, e incluso ya por su separación del cuerpo de la madre en el momento del nacimiento
(p.147).
FETICHISMO
O sea que no es que tal color de cabello es condición para, sino que es
ese cabello el objeto mismo; el fetiche se desprende de esa persona
determinada y pasa a ser un objeto sexual por sí mismo. ¿Se entiende la
diferencia entre fetichización y fetiche? Se separa, vale como condición
absoluta, no es un rasgo del objeto, sino que pasa a ser en sí mismo el
objeto, y se fija como objeto. La fetichización, la condición neurótica
también tiene que ver con la fijación, la diferencia es que es un elemento
que permite el acceso amoroso, erótico, con respecto a un partenaire. En
una nota de la página siguiente, Freud afirma:
[Nota agregada en 1910:] En muchos casos de fetichismo del pie puede demostrarse que la
pulsión de ver, originariamente dirigida a los genitales y que quería alcanzar su objeto desde
abajo, quedó detenida en su camino por prohibición o represión y por eso retuvo como fetiches al
pie o al zapato. Y en ese proceso los genitales femeninos se imaginaron, de acuerdo con la
expectativa infantil, como masculinos (p. 141, nota 22).
Si el fetiche viene al lugar del pene materno –aquel pene que la madre
no tiene–, incluyendo el fetiche, se desconoce que la madre está castrada.
Al mismo tiempo, la instalación del fetiche hizo un monumento mismo a la
castración, porque tiene que tenerlo siempre presente y no puede
desprenderse de él; pasa a ser esclavo absoluto de ese fetiche. Ambas cosas:
coloca el fetiche como aquello que taponaría, que desmentiría, que
renegaría de la castración materna, pero la instalación del fetiche mismo es
un monumento al encuentro con la castración.
Freud sostiene que es una solución de compromiso, fórmula que también
utiliza para el síntoma. La diferencia es que interpretando se disuelve el
síntoma, pero no el fetiche, porque no es un representante psíquico, es un
objeto, entonces no hace metáfora. Si al sujeto de “brillo en la nariz”,
“mirada en la nariz”, le comunico como interpretación este deslizamiento,
la interpretación no hace caer el fetiche. Si fuera un síntoma en el que hay
deslizamiento de un representante psíquico a otro, una transliteración –un
trabajo de relación entre la lengua materna y la otra lengua–, cuando le digo
Glanz y glance, “brillo” y “mirada”, este equívoco y la consonancia de este
representante psíquico harían caer, desaparecer el síntoma. Como es un
fetiche, me puedo pasar la vida jugando con el equívoco Glanz-glance, sin
que caiga, sin que desaparezca: es inmutable, y vamos a ver por qué.
Si vuelvo a la descripción de fetichismo, tengo que señalar que ciertamente hay numerosas e
importantes pruebas de la bi-escindida actitud del fetichista frente al problema de la castración de
la mujer. En casos muy refinados, es en la construcción del fetiche mismo donde han encontrado
cabida tanto la desmentida como la aseveración de la castración. Así un hombre cuyo fetiche
consistía en unas bragas íntimas, como las que pueden usarse a modo de malla de baño. Esta pieza
de vestimenta ocultaba por completo los genitales y la diferencia de los genitales. Según lo
demostró el análisis, significaba tanto que la mujer esté castrada cuanto que no esté castrada, y
además permitía la hipótesis de la castración del varón, pues todas esas posibilidades podían
esconderse tras las bragas, cuyo primer esbozo en la infancia había sido la hoja de higuera de una
estatua. Un fetiche tal, doblemente anudado a partir de opuestos, se sostiene particularmente bien,
desde luego. En otros casos, la bi-escisión se demuestra en lo que el fetichista hace –en la realidad
o en la fantasía– con su fetiche. No sería exhaustivo destacar que venera al fetiche: en muchos
casos lo trata de una manera que evidentemente equivale a una figuración de la castración (...) (p.
151).
Se trata del Padre-síntoma, el que hace de una mujer causa del deseo y
que está desencadenado de la versión freudiana. Père-versión que articula
goce y deseo. Es el Padre como nombrante, como existencia y con sus
consecuencias. Marca la diferencia entre “creer en” y “creer allí”. Hombre
deseante, sin ambages, incauto del enigma. El Padre modelo de la función,
deseante, nombrando hace posible un goce acotado (a-peritivo) y una
versión de cómo arreglárselas con el Otro sexo: “hace funcionar la Función
abriendo al Otro”. Es necesario que cualquiera pueda hacer excepción para
que la función de excepción se convierta en modelo. Abrir al Otro es lo
opuesto a pretender nombrar el ser como ideología totalitaria.
Es necesario que los personajes de Pirandello no encuentren autor y que
no se cierre la hiancia entre personaje y actor. De lo contrario, se produce el
triunfo absoluto de la religión de los hijos sacrificados bajo una norma:
tragedia.
¿Dónde se revela, precisamente en este punto, el impasse de Freud, pese
a sus advertencias respecto al advenimiento de nuevos analistas en
“Análisis terminable e interminable”? En su texto posterior, “Esquema del
psicoanálisis”, llamará al analista “nuevo superyó”. Del padre a lo peor.
A diferencia de esto, J.-A. Miller propone, en lo que llama la “era
pospaternal”, como la vía de su escapada, el cada uno particularizado por la
vía propia. El pase, según Miller en “Marginalia de Milán”, implica
verificar ese estado original del sujeto, lo que llamaré la aptitud-tauglich.
La función de los analistas implica sostener esa dimensión incauta del
querer decir del síntoma, de creer en él como “función social de la escucha”
en un mundo orientado por la religión de hierro de los objetos plus de goce
y sus complementarias “religiones blandas terapéuticas”. Estas últimas
pueden presentarse acordes con la transparencia-evaluadora del Ideal de los
derechos humanos cuando, en verdad, buscan transformar al psicoanálisis
en un gadget del panóptico universal. No son incautos, colaboraran con las
nuevas tragedias.
h) Octavo capítulo:
Tanto en los análisis terapéuticos como en los de carácter, los dos temas
que sobresalen son los aunados en la llamada roca de base: la envidia del
pene en la mujer y la protesta masculina en el varón. Predicar en el vacío es
la fórmula de la impotencia para remover la envidia del pene, y la
sobrecompensación desafiante remite al “sustituto del padre”. Pero más allá
de la roca de base, está la desautorización de la feminidad.
La referencia del texto “La escisión del yo en el proceso defensivo” es
“Fetichismo” (1927). El fetiche es el sustituto del falo de la madre como
respuesta al horror de la castración. La creación del fetiche implica la
desmentida (Verleugnung), ya que el sujeto ha conservado tanto como ha
resignado la creencia en el falo materno. La referencia en este texto de dos
hermanos que habían “escotomizado” la muerte del padre, abre la cuestión
de que existe un modo de respuesta diferente a la instalación del fetiche y,
radicalmente, que el horror a la castración no se asienta en ninguna
naturalidad biológica de la ausencia del pene. En estos hermanos existía
simultáneamente la actitud acorde al deseo –de que el padre seguía con
vida– y la acorde a la realidad –la muerte del padre–.
En el texto de “La escisión del yo en el proceso defensivo” (1938
[1940]), se revela que la amenaza de castración solo adquiere significación
por el encuentro de la castración en la mujer. Lo fundamental que Freud nos
aporta es que “las dos reacciones contrapuestas frente al conflicto –horror a
la castración–, subsistirán como núcleo de una escisión del yo” (p. 276).
Esta escisión preserva la satisfacción masturbatoria, pero no sin angustia.
Recordemos que desde “Inhibición, síntoma y angustia” el interés narcisista
del pene se explica porque este asegura el lazo con la madre no castrada. El
instrumento fálico representa al “individuo todo”.
En “Esquema del psicoanálisis” (1938 [1940]), en el capítulo VII, Freud
afirma que: “El hecho de la dualidad de los sexos se levanta ante nosotros a
modo de un gran enigma, una ultimidad para nuestro conocimiento, que
desafía ser reconducida a algo otro” (p. 188). Es en el capítulo VIII donde
recupera esta cuestión, para abordar la temática de la escisión del yo. El
fetichismo pasa a constituirse en solamente uno de los procedimientos
defensivos ante el horror a la castración. Además, “la solución” fetichista
no excluye, no anula en forma asegurada, a la angustia de castración. En
esta perspectiva, la coexistencia de dos posturas opuestas o independientes
entre sí es un “rasgo universal de las neurosis”: “solo que en este caso una
pertenece al yo, y la contrapuesta, como reprimida al ello” (p. 205).
La escisión del yo es, por lo tanto, un resto, un residuo de esas dos
posturas opuestas. Pero aquí tenemos un problema teórico importante, ya
que Freud nombra al ello como lo reprimido cuando ya, desde 1920,
diferencia el inconsciente reprimido del ello. Por otra parte, ¿cuál es la
relación entre el peligro pulsional exterior-interior y el horror de la
castración? Propongo diferenciar “escisión del yo” de “alteración del yo”.
La primera correspondería a la defensa primaria, la defensa del punto C del
capítulo titulado “Addenda” de “Inhibición, síntoma y angustia”:
No es difícil que el aparato psíquico, antes de la separación tajante entre yo y ello, antes de la
conformación de un superyó, ejerza métodos de defensa distintos de los que emplea luego de
alcanzados esos grados de organización (p. 154).
INTRODUCCIÓN AL CONCEPTO DE
PULSIÓN DE MUERTE
Vamos a comenzar con una ruptura crucial en las elaboraciones que Freud
produce consigo mismo, dado que es tal el valor de aquella, que produjo en
sus discípulos un gran rechazo, y posteriormente originó diferentes
corrientes. De un modo privilegiado, podemos decir que todo el
posfreudismo se puede leer de acuerdo a qué posición se ha tomado
respecto de este problema.
En su autobiografía, Freud confiesa la angustia, las incertidumbres, los
temores, los avances y retrocesos para dar ese paso; confiesa que,
probablemente, fue el momento más difícil de su elaboración doctrinaria.
Como hijo de la modernidad, agujerea el ideal de la época al formular el
inconsciente, esa herida profunda que es la causa de que los sujetos no
sepan lo que dicen cuando hablan ya que, aunque crean saber lo que dicen,
no es así.
Todas las filosofías y las psicologías se habían quedado en el límite
igualando aparato psíquico-conciencia. Freud produce una ruptura enorme,
primero porque formula que el aparato psíquico no es sinónimo de la
conciencia y, luego, porque ni siquiera está gobernado por el principio de
placer, ya que los sujetos no buscan el bien sino todo lo contrario, el mal.
Además, constata que había una satisfacción en el dolor, en producir y en
producirse dolor; idea que agujerea absolutamente los ideales de progreso
de la modernidad.
De esta manera, plantea que los seres humanos, en forma individual y en
forma colectiva, no buscan su bien; que las sociedades atentan contra sí
mismas. Si no, no podría explicarse de qué modo las personas, las
sociedades, soportan incansablemente modos de organización social
injustos. En el siglo XX –el siglo de las dos grandes guerras mundiales–
Freud se encuentra con las masacres de millones de personas, con el
despliegue del estalinismo, del fascismo, del nazismo. Y así como se halla
con esto en el campo social, también lo hace en su clínica, con este modo de
satisfacción en el dolor y con una tendencia en el sujeto que no se guía por
el bien, que no está gobernada por el principio de placer. Esto no solo
modifica todo lo que había desarrollado, sino que la clínica le exige un
ordenamiento conceptual diferente.
Es fundamental la docilidad de Freud para ser permeable –como él
mismo dice–, porque si en su práctica se le presenta un elemento
discordante con todo un ordenamiento conceptual, no se trata para él de
desecharlo por no entrar en dicho ordenamiento, sino todo lo contrario. Se
trata de darle una dignidad a eso que surge en la práctica clínica, para hacer
otro ordenamiento conceptual y tirar abajo todo lo que se había construido,
para poder dar cuenta conceptualmente de ese real de la clínica. Vemos ahí,
realmente, un pensador con coraje, con agallas, gobernado por una ética que
hacía que el más mínimo elemento que no entrara en el ordenamiento
conceptual pudiera tirar abajo todo con lo que contaba hasta el momento.
Hay que poder hacer eso; más, cuando estaba en 1920 y hacía ya muchos
años que venía produciendo teóricamente y atendiendo pacientes.
Freud se fue encontrando en la clínica con ciertas cuestiones a las que
trató de buscarle solución antes de dar ese paso. Algo relevante con lo que
se encontró fueron los sueños punitivos. Al respecto, venía diciendo que los
sueños son una realización de deseos a partir de que el aparato psíquico está
gobernado por el principio de placer. El trabajo del sueño como
desfiguración, con el desplazamiento y la condensación como operadores
de la censura onírica, estaba al servicio de expresar deseos inconscientes
que, al entrar en contradicción con la conciencia y con los ideales del
sujeto, la desfiguración los hacía posibles. Pero eran realización de deseos
al servicio del principio de placer. ¿Y los sueños punitivos, de autocastigo?
Freud les dedicó una conferencia –“29a Conferencia. Revisión de la
doctrina de los sueños” (1933 [1932])– en la que afirma que tiene que
reformular la teoría de los sueños como realización de deseos; que tiene que
reformular la idea de que los sueños son un intento de realización de
deseos; la idea de que en un sueño puede expresarse tanto un deseo
reprimido como un deseo represor. Entonces, tiene que volver sobre aquel
famoso sueño que abre el capítulo VII de “La interpretación de los sueños”
(1900), el paradigma mayor de la realización del deseo, del principio de
placer.
Freud abre ese capítulo en cuestión, con el famoso sueño “Padre, ¿no
ves que me abraso?”, en el que el hijo muerto increpa al padre con esa frase
que produce el despertar. En él, Freud realiza un esfuerzo teórico enorme
para sostener que había una realización de deseo al servicio del principio de
placer.
Si la función del sueño es conservar el dormir, hay allí un fracaso,
porque el sujeto despierta. El sueño es el siguiente: a un padre se le había
muerto su hijo; durante el velatorio, deja a un anciano al cuidado del féretro
–con velas encendidas a su alrededor– y se va a dormir, pero se duerme con
la preocupación de si ese anciano iba a poder quedarse despierto para velar
a su hijo. En medio de la noche se produce el sueño en el que el hijo le dice:
“Padre, ¿entonces, no ves que me abraso?”. El padre despierta y se
encuentra con que una de las velas se había caído sobre el ataúd y estaba
prendiendo fuego la mortaja. Freud sostiene que lo despertó esa intensa
luminosidad del fuego, y que el deseo que había en el sueño, como
realización de deseo, era que el hijo continuara viviendo.
En verdad, como veremos, no lo despierta la realidad de la vela caída
sobre el féretro; lo despierta la frase misma del hijo como reproche. Quizá –
dice Freud– la frase tiene que ver con un momento en la enfermedad del
hijo, en el cual algo de estas palabras fueron dichas, y el hijo le reprochaba
al padre “no ves que estoy ardiendo” de fiebre. La verdad aparece en el
punto más cruel de un hombre: que un hijo lo increpe como padre por no
haber estado a la altura de su función. En realidad, es este horror lo que
despierta a ese sujeto. Falla la función del sueño; es un sueño traumático en
el que el desplazamiento y la condensación no pueden operar. El sujeto
despierta para poder seguir viviendo dormido ante esa otra realidad. Más
allá de la realidad psíquica misma, está esa dimensión traumática en esa
frase.
Así como en este sueño, Freud se encuentra con sujetos que sueñan una
y otra vez con lo que llama instante traumático; repetidamente, vuelven en
sueños a la escena del trauma. ¿Y la realización de deseo? ¿Y el gobierno
del principio de placer?
La primera respuesta que da es que se trata de un intento de elaboración
de lo traumático: volver una y otra vez para elaborar aquello que fue
traumático para el sujeto. Pero más allá del intento de elaboración de lo
traumático, se pregunta si no hay algo que se satisface volviendo a lo
traumático una y otra vez, y termina por decir que quizá tendríamos que
pensar que existiría una enigmática tendencia masoquista en el yo, en el
sujeto. Entonces, ¿cómo es que el aparato está gobernado por el principio
de placer, si una y otra vez se vuelve a la escena del trauma?
Freud se encuentra en la clínica con otra cuestión –que ya trabajamos en
“Recordar, repetir y reelaborar” (1914)–: la repetición. Teníamos la
transferencia en su carácter de motor, al servicio del despliegue del
inconsciente, de la emergencia de las producciones del inconsciente –vía los
sueños, los lapsus, los actos fallidos–; la transferencia analítica como la
palestra, el escenario donde la repetición de los representantes psíquicos
que marcaron la historia de un sujeto se producen como formaciones del
inconsciente. Pero también, nos encontramos con el agieren, el actuar en
transferencia, que es otra cara de la repetición; ya no son los representantes
psíquicos que se repiten en la producción de las formaciones del
inconsciente, sino lo que se repite en acto.
Esto pone en juego ya no la transferencia positiva, motor, sino la
transferencia negativa, los modos de la transferencia negativa gobernados
por las dimensiones eróticas o las dimensiones hostiles. Freud se encuentra
con que el sujeto repite en transferencia –y en relación con la persona del
analista–, fragmentos de su vida infantil que siempre fueron penosos. O
busca hacerse tratar mal, con frialdad, hostilmente, busca promover
respuestas del analista en la línea del maltrato o, bien, se pone en juego la
presentificación erótica, una interrupción del decurso del trabajo analítico
como asociación con la detención de ese modo de trabajo. El análisis
continúa por otros medios, vía el agieren, vía ese repetir en la transferencia,
como un actuar en transferencia. Lo llamativo de esto, que es algo central
en la cura de la neurosis, es que lo que se repite como actuación en
transferencia –enlazando a la persona del médico– son fragmentos de la
vida que siempre fueron penosos. O sea que no hay un conflicto que sería
penoso para una instancia y placentero para otra. No; siempre y en todos los
casos fueron penosos. Además, estos fragmentos no entran en el circuito de
la represión-retorno de lo reprimido, son contenidos que no son reprimidos,
que permanecían conscientes, son fragmentos de la vida que se mantienen
por fuera. ¿De qué se trata esta compulsión de repetición en la
transferencia, en los sueños traumáticos?
El otro referente que toma no es de su clínica, sino de una observación
que realiza de su pequeño nieto en un juego. Observa que su pequeño nieto
realiza un juego, que en la jerga psicoanalítica se conoce como el fort-Da.
La observación es la siguiente: ve que su nieto, cuando se iba su madre –
una de sus hijas–, jugaba con un carretel con un hilo, haciéndolo
desaparecer y volviéndolo a hacer aparecer. Lo escondía detrás de un
mueble pronunciando “o, o, o, o” –que Freud traduce por un fort, que en
alemán significa “se fue”–, como escenificando la partida de la madre;
tiraba luego del piolín, y ahí pronunciaba Da –“acá está”–, con júbilo. Hasta
ahí, es un juego que parece algo nimio, que también puede hacer un animal
doméstico, claro que el animal doméstico no dispone de un orden simbólico
que le permita situar una supuesta identidad entre el carretel que desaparece
y el que vuelve a aparecer, porque el fort-Da implica nombrar el mismo
carretel. ¿Qué hace que pueda nombrarse que el mismo carretel que
desapareció es el que apareció? ¿Qué es lo que hace que haya posibilidad de
identidad entre uno y otro? En verdad, es una identificación: identifico el
que aparece con el que desapareció con una forma lógica que sería A = A,
pero para poder decir eso necesito dos cosas. Primero, disponer de la letra A
y del signo = y, segundo, producir un desvío, porque una cosa es la primera
letra A y otra, la segunda. Es un problema lógico.
¿Qué le llama la atención a Freud? ¿Por qué sostiene que se trata de un
juego para superar lo doloroso de la partida de la madre, un modo de
elaborar la situación traumática, como así también lo es esa primera
respuesta a los sueños traumáticos?
Freud observa, primero, que el niño no mostraba ningún sentimiento de
disgusto, dolor ni angustia por la partida de la madre y, además, que la
mayoría de las veces, la parte del juego que más repetía era la de hacer
desaparecer el carretel –que sería el punto doloroso–. Dado que el intento
de reelaboración de lo traumático al servicio del principio de placer debería
ser siempre el juego completo, ¿de qué se trata? ¿Qué quiere decir que
juegue a la desaparición misma, a lo que sería el punto de dolor?
Por un lado, el juego no es sin esos dos representantes psíquicos: fort y
Da. No es que solo juega con el carretel, sino que pronuncia estos dos
significantes en alternancia, que cada uno tiene valor en función del otro,
tienen un valor diferencial. Es lo que trabajábamos en “La interpretación de
los sueños”: un representante psíquico no vale en sí mismo ni tampoco vale
por su referencia al objeto, sino que cada representante psíquico vale por su
relación con otro representante psíquico. Entonces fort-Da es un juego de
diferencia, de alternancia, es como una célula mínima de inconsciente. El
inconsciente como tal es un sistema de representantes psíquicos que solo
valen en su relación con los otros, ninguno vale en sí mismo.
Durante el juego, el niño juega y no se satisface solo con el juego del
carretel, sino también con esa pronunciación: fort-Da. El juego es posible
porque la madre se va, porque no está en presencia de la madre. ¿Qué
quiere decir que una madre se vaya para que un hijo pueda jugar al fort-Da?
Quiere decir que esa persona que es la madre de ese niño, tenga un deseo
más allá de ese niño, por ejemplo, el padre del niño. Irse es que no le esté
todo el tiempo encima como objeto absoluto de su deseo y de su goce; en
otras palabras, que el niño no la colme.
Entonces, para que haya juego, producción de los representantes
psíquicos, juego de alternancia –que es fort-Da como sistema de
diferencias, como operador lógico de diferencias–, es necesario que, en ese
sentido, una madre se retire.
Primera cuestión, tenemos al niño jugando y satisfaciéndose a nivel del
fort y el Da, una satisfacción en producir los representantes psíquicos de
esta alternancia y diferencia.
Segunda cuestión, ¿qué es ese carretel? ¿Es la madre que, haciéndola
pasar por él, le permite manejar la escena –él lo hace desaparecer y lo
vuelve a traer–? ¿La madre está representada en ese carretel? No. Es una
parte de sí mismo, representa aquello que pierde para poder ser un sujeto,
aquello que le permite separarse de ese Otro. Pero ¿qué es eso de sí mismo
perdido y, al mismo tiempo, con lo que el sujeto tiene un lazo, un piolín? Es
el objeto de la pulsión parcial. Decíamos que para Freud, el neurótico está
gobernado desde dos lugares, tiene dos amos. Por un lado, está
sobredeterminado por estos representantes psíquicos en alternancia –el
inconsciente– y, por otro, está fijado a un objeto.
Esto abre la vía de la tercera cuestión respecto a este juego: ¿al servicio
de qué está este juego? Freud dice que a partir de lo que se encuentra en la
clínica y en la sociedad, debe producir un concepto nuevo: un cambio en el
modelo pulsional.
Para el primer modelo ordenó las pulsiones como pulsiones del yo o
autoconservación y pulsiones sexuales. Esto nombraba el conflicto que
trabajó en “La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis”,
en el que vemos un órgano al servicio de esos dos amos –de la
autoconservación y de la pulsión sexual– que da por resultado la ceguera
histérica.
En el segundo modelo, con las críticas de Jung y el campo de las
psicosis, produce una modificación reuniendo las pulsiones con relación al
concepto de libido, ubicando la libido del yo y la libido de objeto. Lo que
ocurrió es que la investidura primera del yo –como narcisismo primario–
investía a los objetos, es decir, la libido de objeto partía del yo. En la
neurosis, en tanto los objetos eran prohibidos, la libido regresaba a los
objetos en la fantasía; en la psicosis paranoica, había regresión de la libido
al yo; y en la esquizofrenia, regresión de la libido al autoerotismo, se
libidinizaba todo el aparato, aunque quedaba un resto libidinal que no había
pasado jamás a los objetos, que no era efecto de la regresión, sino que era
algo que no había pasado nunca a los objetos.
Acá tenía otro problema, que había situado tempranamente en el
“Proyecto de Psicología” (1950 [1895]). En este texto, Freud ubica no solo
la experiencia de satisfacción que marcaba el destino del deseo en el sujeto,
como deseo añorante de aquello que ha perdido –fundamento de la
búsqueda fallida de la identidad de percepción, fundamento de la
realización alucinatoria del deseo–, sino también la experiencia de dolor
que dejaba un resto llamado afecto, que era diferente al deseo.
En los primeros trabajos, se encontró también con la hipótesis auxiliar
como fundamento del conjunto de las neuropsicosis: esa fuente no era una
fuente independiente de placer, sino de displacer: fuente independiente de
desprendimiento de displacer.
A su vez, se encontró con que en la emergencia de la defensa respecto a
la representación inconciliable, había una cara de éxito de la defensa, un
representante psíquico quedaba en el grupo psíquico escindido,
inconsciente, que luego retornaba como retorno de lo reprimido. Pero la
defensa es un éxito paradójico; opera, reprime, y eso implica retorno de lo
reprimido; pero hay un punto en el que la defensa fracasa, ya no porque lo
reprimido retorna desfiguradamente, sino porque no puede frenar lo que es
la dimensión compulsiva que se expresa en los ceremoniales, en los rituales
obsesivos, en la compulsión del síntoma, en la dimensión económica,
cuantitativa, en la que el obsesivo por más que desplace de representante en
representante, siempre tiene un exceso en sus pensamientos. Es la
imposibilidad de tramitar ese exceso.
Tenemos lo exitoso: se reprime el representante psíquico, que retorna
desfiguradamente, y el fracaso: no hay modo de que el sistema de
representantes psíquicos, el conjunto de los fort-Da, pueda tramitar el
problema del exceso en el aparato psíquico.
Freud, entonces, modifica la teoría pulsional y ubica lo que llamaba
libido del yo y libido de objeto del mismo lado y los llama pulsión de vida.
Su referencia es el Eros platónico, la tendencia a la unión, el dios del amor.
Freud siempre se toma de otros campos para realizar una operación propia.
Eros da cuenta de una tendencia a la unión, lo que implica que las cosas no
están unidas, ya que de lo contrario no sería necesaria esa tendencia; da
cuenta de la versión mítica del ser esférico partido en dos por los dioses, a
partir de la cual los seres humanos se pasan la vida buscando a su otra parte,
la “media naranja”; da cuenta de que esa versión está destinada al fracaso
porque nombra la imposibilidad de la completud. ¿Qué querría decir que la
completud fuera posible? Que tendríamos un objeto predeterminado para la
pulsión, pero sabemos que no es así. Por eso hay tantas posiciones
sexuadas: heterosexuales, homosexuales, transexualismo, travestismo,
etcétera; los diferentes objetos parciales y sus revestimientos, y todo el
campo de las perversiones (voyerismo, exhibicionismo, etcétera).
La otra referencia freudiana es el filósofo alemán Schopenhauer, con su
obra mayor El mundo como voluntad y representación y, especialmente, lo
que trabaja como voluntad; porque para la cuestión de la representación
Freud tenía suficiente con Herbart y con Hartmann, el filósofo.
Schopenhauer hace entrar en la cuestión al cuerpo y afirma, al modo
freudiano, que no es que los pensamientos gobiernen las pasiones sexuales,
sino al revés, que las pasiones sexuales gobiernan a los pensamientos.
Dice Freud, entonces, que hay una pulsión más originaria –da
explicaciones biológicas a modo de metáforas–; que hay una tendencia del
ser vivo a volver a lo inorgánico, a la muerte. La pulsión de vida lo único
que hace es retrasar y marcar las vías por donde el organismo morirá,
ubicando así la dimensión del eterno retorno.
A la pulsión de muerte la llama también de destrucción, de dominio, de
apoderamiento y destrucción. Es el soporte de esa satisfacción en el dolor
propio y ajeno. La existencia de una pulsión más originaria que la pulsión
de vida fundamenta que el aparato psíquico no está gobernado por el
principio de placer, sino que –es el título del texto– hay un más allá del
principio de placer que gobierna el aparato psíquico.
Por eso, el síntoma neurótico puede llamarse satisfacción de la
necesidad de castigo; por eso es que el masoquismo es primario; por eso es
que los sujetos vuelven una y otra vez a la escena del trauma; por eso es que
repiten en transferencia los fragmentos penosos; por eso es que pueden
jugar solo al hacer desaparecer, el fort. De hecho, el fort-Da es lo que
testimonia que el aparato psíquico no está gobernado por el principio de
placer, sino por ese más allá, que es el nombre mismo de la pulsión de
muerte. Los psicóticos no disponen de él. Al contrario de los neuróticos
quienes todo el tiempo dicen fort-Da, los psicóticos dicen solo fort y
necesitan construir un delirio, o algo que venga a ese lugar, para que haga
las veces del Da, el cual no disponen.
El fort-Da es un artefacto que transforma, en términos energéticos, el
más allá del principio de placer como lugar operatorio mismo de la pulsión
de muerte; transforma el más allá en ganancia de placer, en un plus de
placer.
Es muy importante diferenciar si cuando se habla de displacer se está
refiriendo al más allá o a ese momento de displacer dentro del principio de
placer.
Es por eso que Freud sostiene que uno: al principio de placer habría que
llamarlo principio de placer-displacer y, dos: fuera de él, se trata del más
allá del principio de placer; porque el displacer, una vez dentro del
artefacto, no es más allá del principio de placer, es la pulsión de muerte
ligada a la pulsión de vida, y la pulsión ligada al deseo. A este artefacto,
Freud lo llamaba fantasía cuando todavía no disponía del concepto pulsión
de muerte. Produce una ganancia de placer, puede implicar una situación
dolorosa acotada al servicio de un modo de satisfacción dentro del marco de
ese artefacto. Para utilizar el ejemplo anterior: no es lo mismo decirle a
alguien en un acto amoroso “te quiero matar”, a que el partenaire diga
“mátame”. En un caso funciona el artefacto de la ganancia de placer y, en el
otro, ha caído esa precipitación en el más allá.
Clase 2
INTRODUCCIÓN AL MASOQUISMO
- Masoquismo erógeno
- Masoquismo femenino
- Masoquismo moral
(...) el psicoanálisis sería el único enfoque posible, y sin coartada, de todas las traducciones
virtuales entre las crueldades del sufrir “por el placer”, del hacer sufrir o del dejar sufrir así,
del hacerse sufrir o del dejarse sufrir, a sí mismo, uno a otro, unos a otros, etcétera, según
todas las personas gramaticales y todos los modos verbales implícitos (activo, pasivo, voz
media, transitivo, intransitivo, etcétera). Jacques Derrida, Estados de ánimo del psicoanálisis
Y en el capítulo XIV:
Esta lista no es completa, ciertamente resulta patente que el castigo ocaso del aliado, con utilidades
de todo tipo [se está refiriendo al castigo a aquel que cometió algún pecado].
Tanto más lícito será, por tanto, negarle una utilidad supuesta, pero que en la conciencia popular pasa
por ser la más esencial de todas: la fe en el castigo, que actualmente se tambalea por diferentes
razones, sigue encontrando precisamente en esa utilidad su más fuerte apoyo. El castigo, se dice,
tiene el valor de despertar en el culpable el sentimiento de culpa; se busca en él el auténtico
instrumentum de la reacción anímica que recibe el nombre de mala conciencia, remordimiento de
conciencia.
Caracterizado por una seriedad sombría y seca. Pero si pensamos en los milenios transcurridos antes
de la historia del hombre, podemos juzgar sin reparo alguno, que precisamente el castigo es lo que
más fuertemente ha detenido el desarrollo del sentimiento de culpa.
La mala conciencia, que es la más inquietante e interesante planta de nuestra vegetación terrestre, no
ha crecido en este suelo; realmente, en la conciencia de juzgadores, de los castigadores mismos, no se
expresó durante el más largo período de tiempo nada de que se estuviese ante un culpable. Sino ante
causante de daños.
(...) con todo ello el castigo amansa al hombre, pero no lo hace ser mejor, y con más derecho sería
lícito afirmar lo contrario [de los palos también se aprende], dice el pueblo, pero en la medida en que
enseñan algo, hacen también malo al que aprende. Afortunadamente, con mucha frecuencia lo hacen
no poco tonto (p. 134).
- Masoquismo primario
- Masoquismo moral
- Sentimiento inconsciente de culpa
- Necesidad de castigo
- Superyó
INTRODUCCIÓN AL SUPERYÓ
- La amenaza de castración
- La castración materna
- La pérdida del amor
- El síntoma como respuesta
Y continúa:
Sin embargo, para esta Ilustración, solo existe la libertad, y por cierto, la más inofensiva de todas
que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier
dominio, poder exclamar por todos lados (p. 184).
1 Roberto Esposito, un filósofo italiano actual, trabaja de modo brillante este tema.
Clase 2
EL PSICOANÁLISIS EN EL DEBATE
CONTEMPORÁNEO
FUNDAMENTO METAPSICOLÓGICO
FREUDIANO DEL LLAMADO “ATAQUE DE
PÁNICO”
- Angustia traumática
- Angustia señal
- Perturbación económica
- Ausencia de objeto
En esta línea, la angustia vale como una función. ¿Cuál? Ser una señal
para la evitación de la situación de peligro. Señal que implica dos
cuestiones:
a) Expectativa del trauma (anticipación).
b) Repetición amenguada de él.
Respecto de la primera: la situación de peligro es la situación de
desvalimiento discernida, recordada, esperada. Respecto de la segunda: el
yo que ha vivenciado pasivamente el trauma repite (wiederholen) ahora,
activamente, una reproducción (reproduktion) morigerada de este, con la
esperanza de poder guiar de manera autónoma su decurso. Por lo tanto, la
angustia, cuya función como señal implica tanto la expectativa como la
reproducción morigerada, se articula con la repetición y el recuerdo.
Entonces, esta reacción es una forma de recuerdo y se sitúa en el marco de
la historia del sujeto. El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al
período de la inmadurez del yo, así como el peligro de la pérdida de objeto,
a la falta de autonomía de los primeros años de la niñez.
Precisamente, en relación a la angustia señal se destaca el lugar central
del yo. El yo es la sede misma de la angustia, y su precocidad no es
madurativa sino, por el contrario, estructural en la medida en que la
existencia de la señal en el niño responde a la anticipación que se esboza en
la tríada Desamparo, Otro Auxiliador y Llamado, aquello que permite que
la estructura del lenguaje se posesione en el organismo y produzca sus
restos y efectos. La angustia, en cuanto estado afectivo, solo puede ser
registrada por el yo. El instante traumático tiene el valor de fijación
pulsional –restos visuales y auditivos del encuentro con la escena primaria–
en la estructura psíquica misma no asimilable por el principio de placer,
lugar propio del más allá.
A partir de aquí, en cuanto señal, lo temido, el objeto de la angustia, es
la aparición de un instante traumático que no puede ser tratado según las
normas del principio de placer. A esta irrupción pulsional del denominado
instante traumático, la angustia señal le da un marco con la repetición-
reproducción que, como dice Freud, morigera lo vivenciado pasivamente.
Por este motivo, en la angustia señal, articulada al recordar-reproductor
(repetición y recuerdo), se sostiene la escena psíquica. La angustia señal se
articula con la represión secundaria y con la formación de síntomas. Pero
los instantes traumáticos surgen de la vida anímica, sin relación con las
situaciones traumáticas supuestas en las cuales la angustia no es despertada,
por lo tanto como señal, sino que nace basándose en un fundamento
inmediato –irrupción–.
Si la represión primaria se sostiene en instantes traumáticos, para que
puedan retornar esos “instantes” es necesario que haya una vacilación en la
estructura misma de aquello que articula la represión primaria y el
masoquismo primario. Esta articulación implica la fusión pulsional. La
angustia traumática, por lo tanto, se articula con la irrupción de la pulsión
no ligada al deseo. Paralización de la función del principio de placer en su
capacidad de ligar las magnitudes de estímulo, daño en la economía
psíquica, fracaso de las formaciones del inconsciente. Esta angustia nombra
la caída de la otra escena, de la realidad psíquica, ya que no operan el
desplazamiento y la condensación.
La realidad psíquica anuda los representantes psíquicos, la figurabilidad
significadora –la puesta en imágenes del sueño, por ejemplo– y la pulsión.
La realidad psíquica freudiana es nombrada por Lacan como el cuarto que
anuda Real, Simbólico e Imaginario teniendo, por lo tanto, el estatuto de un
Nombre del Padre. Así, el fracaso de la ligadura pulsión-deseo suspende la
posibilidad de la significación. Se trata de un padecimiento no causado por
un representante psíquico reprimido –como en el síntoma–, sino por la
ausencia misma de ese mecanismo psíquico.
La ausencia de significación es efecto de la perturbación económica por
fuera de la cadena asociativa: “carece aún de todo contenido psíquico”, dice
Freud. Este es el fundamento metapsicológico de lo que hoy se denomina,
como novedad, “ataque de pánico”.
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