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Serie Tyché

Directora: Damasia Amadeo de Freda

Delgado, Osvaldo L.

Lecturas freudianas 2

Osvaldo L. Delgado - 2a edición - San Martín: UNSAM EDITA;

Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fundación CIPAC, 2018.

Libro digital, EPUB - (Tyché / Amadeo de Freda, Damasia)

ISBN 978-987-8326-08-5

1. Psicoanálisis. 2. Clínica Psicoanalítica. 3. Teoría Freudiana. I. Título.

CDD 150.195

1a edición, abril de 2014


2a edición, septiembre de 2018

© 2018 Osvaldo L. Delgado


© 2018 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín
© 2018 Pasaje 865

UNSAM EDITA
Campus Miguelete
25 de Mayo y Francia, San Martín (B1650HMQ),
prov. de Buenos Aires, Argentina
Edificio de Containers, Torre B, PB
unsamedita@unsam.edu.ar
www.unsamedita.unsam.edu.ar

Pasaje 865 de la Fundación Centro Internacional para el Pensamiento


y el Arte Contemporáneo (CIPAC)
(54 11) 4300-0531
Humberto Primo 865 (CABA)
pasaje865@gmail.com

Diseño de interior y tapa: Ángel Vega


Edición digital: María Laura Alori
Corrección: Wanda Zoberman
Ilustración de tapa: Francisco Hugo Freda, Líneas y curvas (fragmento), 2012
Índice

PRÓLOGO
FREUD: UN PENSAMIENTO DE ACTUALIDAD

Parte I. LA TRANSFERENCIA

CLASE 1
TRANSFERENCIA Y REPETICIÓN

CLASE 2
TRANSFERENCIA Y RESISTENCIA

CLASE 3
TRANSFERENCIA Y SUGESTIÓN

Parte 2. EDIPO-CASTRACIÓN

CLASE 1
COMPLEJO NUCLEAR DE LAS NEUROSIS. ANUDAMIENTO COMPLEJO DE EDIPO-
COMPLEJO DE CASTRACIÓN

CLASE 2
ÖDIPUSKOMPLEX

CLASE 3
CONSIDERACIONES CRÍTICAS DE LA CONCEPCIÓN FREUDIANA DE LOS
COMPLEJOS DE EDIPO Y DE CASTRACIÓN

Parte 3. PERVERSIÓN Y FANTASMA

CLASE 1
FETICHISMO

CLASE 2
EL FANTASMA “PEGAN A UN NIÑO”
CLASE 3
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE “ANÁLISIS TERMINABLE E
INTERMINABLE”

Parte 4. MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DE PLACER

CLASE 1
INTRODUCCIÓN AL CONCEPTO DE PULSIÓN DE MUERTE

CLASE 2
INTRODUCCIÓN AL MASOQUISMO

CLASE 3
INTRODUCCIÓN A LA SEGUNDA TÓPICA

CLASE 4
INTRODUCCIÓN AL SUPERYÓ

CLASE 5
SOBRE LA ANGUSTIA DE CASTRACIÓN

Parte 5. SURGIMIENTO Y ACTUALIDAD DEL PSICOANÁLISIS

CLASE 1
EL SURGIMIENTO DEL PSICOANÁLISIS: SU CONTEXTO CULTURAL. FREUD: HIJO
SUBVERSIVO DE LA ILUSTRACIÓN Y DEL IDEAL DE LA RAZÓN

CLASE 2
EL PSICOANÁLISIS EN EL DEBATE CONTEMPORÁNEO

CLASE 3
CULTURA, MALESTAR Y SEGREGACIÓN

CLASE 4
FUNDAMENTO METAPSICOLÓGICO FREUDIANO DEL LLAMADO “ATAQUE DE
PÁNICO”

BIBLIOGRAFÍA
Prólogo

FREUD: UN PENSAMIENTO DE
ACTUALIDAD

Lecturas freudianas 2 es el segundo volumen de un conjunto de clases que


el doctor Osvaldo Delgado dictó en la materia Psicoanálisis: Freud I, de la
Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, en el año 2006.
Al igual que en Lecturas freudianas 1, se ha mantenido sin modificación
alguna el desarrollo conceptual del curso. Las modificaciones que se
introdujeron fueron necesarias para conservar las reglas propias de lo
escrito, sin por ello perder el espíritu del discurso oral. Se ha modificado
cierta terminología; se han agregado conectores gramaticales para lograr la
fluidez de la lectura; y se ha trabajado particularmente sobre la puntuación
–que en el discurso oral está implícita, pero que en el escrito es
imprescindible explicitar para que el texto resulte comprensible–.
Antes de hablar del presente volumen, es necesario que me refiera al
primero. ¿Por qué? Simplemente, porque encuentro en el conjunto de estas
clases una coherencia interna que da cuenta del esfuerzo constante por
desentrañar un mismo problema: cómo transmitir el pensamiento freudiano,
la obra de Freud, a los estudiantes de Psicología que recién comienzan a
introducirse en esa lectura.
Pero de alguna manera, cada vez que abrimos sus textos, todos nos
iniciamos por primera vez en su lectura: la complejidad del pensamiento de
Freud es tan grande que, fundamentalmente, en lo que nos adentramos, una
y otra vez, es en un esfuerzo de comprensión. Osvaldo Delgado da sobradas
muestras de ese esfuerzo, del cual sale airoso.
¿Y por qué es complejo el pensamiento de Freud? Porque a partir de su
invento –el psicoanálisis– todo se trastoca. Para tomar solamente un
ejemplo, pensemos en el vocabulario. Palabras que existían antes de su
descubrimiento, como “inconsciente”, “deseo”, “fantasía” o “histeria”,
adquieren un sentido completamente nuevo a partir de su obra; o palabras
que antes no existían, como por ejemplo “psicoanalista”, a partir de su
creación, harán su entrada en el siglo XX con una potencia tal como para
transformar la realidad efectiva, hasta el punto de que la idea del hombre,
pero sobre todo el hombre mismo, nunca más volverá a ser lo que era.
Basta con leer los índices de Lecturas freudianas 1 y 2 para hacerse una
idea de tal transformación. El primer volumen comienza planteando a la
defensa como lo que constituye a todo aparato psíquico; continúa con el
problema de la paradójica satisfacción del cuerpo –ilustrada a partir de los
síntomas histéricos de los primeros casos de Freud–; sigue por la temática
de la no menos paradójica realización del deseo –cuyo logro más acabado
Freud la encuentra en el sueño–; y concluye con el planteamiento acerca de
qué puede ser el inconsciente más allá de la idea de represión.
Quisiera destacar que todas estas cuestiones son tratadas por el autor a
partir de lo que “no hay” y “sí hay” para el psicoanálisis, tal como Freud lo
concibió. Podremos leer así que no hay un objeto predeterminado para la
satisfacción sexual, que no existe “el” objeto que haría falta para una
supuesta complementariedad entre los sexos, pero que tampoco existe una
representación que nombre al objeto que haría falta; en cambio, sí hay una
fuente constante de desprendimiento de displacer; sí hay un falso enlace
entre las representaciones –del cual el psicoanalista es uno más–; sí hay
inadecuación de objeto; sí hay sexualidad en la infancia y sí hay
satisfacción de la pulsión parcial.
Lecturas freudianas 2 no hace más que profundizar estos aspectos. El
presente volumen está dividido en cinco partes. En la primera, que trata
sobre la transferencia, se pone el acento en su faz de obstáculo para el
avance del tratamiento. Para ello, Delgado recurre al concepto freudiano de
agieren (el actuar), que sintetiza lo que se repite en acto porque el aparto
psíquico no puede asimilar, lo que se actúa porque no se puede recordar y,
más aún, lo que no se puede recordar porque nunca fue olvidado –motivo
por el cual Freud va a considerarlo como “un fragmento de la vida muy
penoso”–. En las siguientes dos clases de esta primera parte, advierte sobre
el peligro de utilizar la transferencia en provecho de la sugestión y concluye
advirtiendo que una tal tergiversación de la idea de lo que es un
psicoanálisis podría transformar el dispositivo analítico en una masa de dos.
En la segunda parte trata el complejo de Edipo y el de castración. Allí,
pone el acento en la imposibilidad estructural de acceso al objeto por estar
perdido para siempre, luego de una primera pero también mítica experiencia
de satisfacción; imposibilidad de acceso que luego el Edipo, en cuanto
aparato simbólico, en cuanto ficción, va a ocuparse de transformar lo
imposible en prohibición. Asimismo, va a destacar en estas clases que la
función del falo, como “premisa universal del pene”, es marcar el cuerpo
femenino con una ausencia, con una falta, que dará paso en ambos sexos al
horror a lo femenino por ser considerado como afectado por la castración.
Esta segunda parte concluye con las desviaciones y confusiones a las que se
prestaron más tarde, dentro y fuera del psicoanálisis, las ideas que
condensan el complejo de Edipo y el de castración descubiertos por Freud.
Tres son las clases de la tercera parte, en cuyas dos primeras se puede
observar un contrapunto entre lo que es fantasía y lo que es perversión.
Aquí, la idea freudiana de que la neurosis es el negativo de la perversión,
cobra todo su valor. En la primera clase aborda el problema del fetichismo
que, más allá de lo que atañe al cuadro clínico de perversión, señala el
extremo al que puede llegar la inadecuación del objeto para la satisfacción
sexual. La segunda (El fantasma “Pegan a un niño”) es un anticipo de lo
que trabajará en la cuarta parte, ya que pone de relieve la matriz de lo que
profundizará a continuación, y que será la pregunta que atravesará las clases
siguientes: ¿qué puede querer decir que el ser humano encuentre una
satisfacción en el dolor? Esto se enlaza al problema de la finalización del
análisis, dado que en la tercera clase nos muestra cómo Freud encuentra en
sus pacientes –llegados a ese punto– una poderosísima resistencia a la
curación.
La cuarta parte es la más extensa y, seguramente, la más compleja, dado
que interroga y desarrolla las últimas consideraciones de Freud. Aquí, el
panorama se oscurece, porque para Freud el sentido de la vida se
ensombrece. Nociones tales como pulsión de muerte, masoquismo erógeno,
femenino y moral, reacción terapéutica negativa y compulsión del síntoma
anticipan la idea a la que arriba Freud a partir de la clínica, de que el
hombre no apunta a su bien sino a un “más allá del principio de placer”.
Así, temas tales como el juego del fort-Da, los sueños traumáticos, la
compulsión a la repetición, la instancia crítica del superyó, el sentimiento
inconsciente de culpabilidad o la necesidad de castigo desfilarán por estas
clases.
Finalmente, la última parte del curso: un paneo por las condiciones
sociopolítico-económicas y artístico-filosóficas que conformaron un tipo de
cultura y que permitieron –o al menos fueron el contexto– del surgimiento
del psicoanálisis a fines del siglo XIX y principios del XX. Se trata de un
elogio a Freud y a su descubrimiento; un verdadero homenaje a aquel que
subvirtió el saber y la idea que, hasta el momento, el hombre tenía de sí
mismo. Como en el trazado de un arco, Osvaldo Delgado llega hasta la
actualidad y reflexiona sobre el malestar actual en la cultura para
compararlo con el de la época de Freud. No se amedrenta ante la aparición
de nuevos síntomas; sin titubear, fundamenta al cada vez más extendido
“ataque de pánico”, a partir de las nociones de angustia trabajadas por
Freud en distintos momentos de su obra.
La complejidad que dejan entrever estos temas indica que introducir el
psicoanálisis –y más específicamente la obra de Freud– no es tarea sencilla.
De hecho, lo asombroso de estos cursos es que a medida que avanzamos en
su recorrido, nos vamos encontrando con temas cada vez más complejos
siempre tratados con mucha claridad. Tarea difícil, porque para lograr una
trasmisión precisa y simple es necesario tener una noción esclarecida del
conjunto, y para ello se requiere de un profundo conocimiento de los textos.
No obstante esto, ese arte no se les da a todos.
Para terminar, ¿qué quiere decir interrogar a Freud en el siglo XXI? ¿Qué
razón habría para continuar leyéndolo hoy en día? Considero –y en ese
sentido Lecturas freudianas alienta mi idea– que el pensamiento de Freud
sigue siendo de actualidad y que el estudio de su obra es imprescindible,
dentro y fuera de la universidad. Porque el psicoanálisis no es una práctica
en desuso, ni Freud es viejo por pertenecer al siglo XX. El psicoanálisis es
una práctica de la palabra, una experiencia subjetiva y existencial que no
encuentra parangón en la actualidad. Como práctica, el acto analítico es
individual y privado, en el sentido íntimo del término. Como teoría, es un
arma –de las más poderosas– para leer e interpretar la subjetividad de la
época que nos toca vivir. Freud sentó las bases y dejó las herramientas; a los
psicoanalistas del siglo XXI nos toca velar para que esos cimientos no se
destruyan, y nos corresponde hacer de esas herramientas, las armas para
sostener y defender su causa. Una de las formas de lograrlo es manteniendo
viva la llama de su transmisión, solo así el psicoanálisis va a asegurarse el
lugar que le corresponde en el concierto de los discursos. Dicho esto, es un
honor para la Serie Tyché publicar el segundo volumen de Lecturas
freudianas.

Damasia Amadeo de Freda


Parte I
LA TRANSFERENCIA
Clase 1

TRANSFERENCIA Y REPETICIÓN

- Abstención del analista


- Recuerdo/repetición
- Transferencia motor/obstáculo
- Presencia del analista

Desarrollaremos dos conceptos fundamentales del psicoanálisis: la


transferencia y la repetición. Muchas veces, suele haber cierta confusión
entre ambos, ya que en algunos momentos Freud se refiere a la
transferencia como una repetición, pero en verdad se trata de conceptos
diferentes. Tienen relación entre sí, pero el concepto de transferencia no
está subsumido al de repetición. Vamos a abordar fundamentalmente dos
textos: “Recordar, repetir y reelaborar” y “Sobre la dinámica de la
transferencia”.
Sabemos que la regla de la asociación libre es la que viene a ocupar el
lugar de la sugestión y del artificio de la presión sobre la frente. Se puede
pensar el surgimiento mismo del psicoanálisis –a diferencia de los maestros
anteriores a Freud– a partir de la formulación de dicha regla, pues es la que
da cuenta del inconsciente dinámico y de lo específico de la labor del
analista. La comunicación de la regla fundamental de asociación libre
marca las condiciones de la apertura del inconsciente: “Diga lo que quiera,
sin censurarlo, sin juicio previo, diga todo lo que llegue a su cabeza, sin
seleccionarlo previamente”. Es la regla que el analista le comunica al
analizante, sancionando de ese modo, el inicio del análisis en el pasaje de
las entrevistas preliminares al psicoanálisis propiamente dicho. Esta regla
vale tanto para el analizante como para el analista, pues este último no
puede hacer ninguna otra cosa más que someterse él también a lo que ahí se
produce y, en consecuencia, escuchar e interpretar –desde lo que Freud
llama posición de atención flotante– los representantes psíquicos que
insisten o que se producen en los tropiezos, en los lapsus. La regla de la
asociación libre encuentra, a esta altura, su regla partenaire que es la
denominada regla de abstinencia.
Lo primero que vamos a despejar es que la regla de abstinencia no tiene
un fundamento moral –como vulgarmente se la entiende–, sino ético. No se
refiere a que no haya encuentros sexuales entre analista y analizante, desde
ya. Va más allá de una cuestión de prohibición. En el mismo momento en
que hay una respuesta amorosa o sexual por parte de un analista, deja de
haber análisis; cae el dispositivo analítico: o hay análisis o hay encuentro
amoroso. Pero la regla de abstinencia va mucho más allá de esto, pues el
analista puede satisfacer demandas del analizante de muchas maneras.
Sabemos que hay personas que se satisfacen con un trato frío, distante u
hostil. El absoluto silencio por parte del analista también puede ser un modo
de satisfacción. Hay gente que cree que si un paciente pide un vaso de agua
y el analista se lo alcanza, está satisfaciendo una demanda cuando, en
verdad, puede estar satisfaciéndola al negárselo. Lo que Freud dice es que
no debemos satisfacer los subrogados amorosos. Y se puede satisfacer un
subrogado amoroso dando un beso o un abrazo, o se puede satisfacer un
subrogado amoroso con un trato hostil. La regla de abstinencia se refiere a
que el analista debe abstenerse de satisfacerse subjetivamente y de la
satisfacción de sugestionar.
Por ejemplo, una manera puede ser colocarse en el lugar de aquel que
puede ser director de la vida de alguien, satisfacerse con sus propios ideales
y, entonces, dirigir la cura desde allí o desde lo que considera conveniente
para una persona. Debe abstenerse de pretender que el analizante logre un
modo de armonía amoroso y sexual de acuerdo a los ideales o a la moral
propia, y debe abstenerse de satisfacer la demanda del paciente de ser
sugestionado, porque el neurótico demanda que se lo sugestione. Pero la
abstinencia central del analista; el imperativo ético al cual debe someterse y
sobre el cual debe sostener una abstinencia absoluta; la abstinencia más
difícil de registrar, más difícil de respetar; la que a los analistas nos hace
todas las zancadillas y abre a todas las tentaciones cotidianas habidas y por
haber, es la de dar sentido. Su decir interpretativo debe ser enigmático para
que el analizante realice, a partir de ese decir enigmático, una
interpretación, siempre y cuando pueda preguntarse: ¿Qué me quiso decir
con eso, el analista? Y esto es así porque el sentido es el problema central
de la neurosis.
Podemos definir la neurosis como la aspiración al sentido y el horror al
encuentro con el sin sentido. La regla de abstinencia no se pone al servicio
del sentido, que tiene que ver con el narcisismo. Por eso, el acto analítico es
una herida narcisística, y no solo respecto a los ideales del yo. El analista,
sometido a la regla de abstenerse de dar sentido, modifica la aspiración de
sentido. Es cierto que el analista debe saber regular esto, porque el efecto
del encuentro con el sin sentido –que es uno de los nombres de la
castración– causa angustia. El analista debe ser muy cuidadoso ya que, por
ejemplo, no sería pertinente operar desde el sin sentido ante la llegada de un
paciente en un estado de angustia y de un desorden yoico importante. Hay
allí una cuestión muy delicada, dado que el analista no solo debe sostener
su decir como enigmático, sino que debe estar atento a cómo es escuchado
por el analizante; no conformarse con que su decir ha sido enigmático y
creer, por lo tanto, que todo seguirá su marcha. Porque si es escuchado
como una orden, como un imperativo, la angustia que aparece no es la
angustia ante el encuentro del sin sentido, sino que es la angustia por lo que
provocó una orden, que no es lo mismo. En este momento de la obra, el rol
del analista es el de no satisfacer la demanda de sentido y explicar cosas,
porque eso es dar sentido. Sería lo opuesto al esfuerzo pedagógico que
estoy haciendo ahora al dar sentido, explicando, aclarando, razonando.
Ahora bien, hay momentos en los que un analista necesita hacer cierta
construcción de sentido: en una situación de urgencia, en un momento de
angustia, de precipitación de un duelo, en un proceso de melancolización.
Hay muchos momentos en una cura en los cuales un analista debe aportar
algunas palabras para que se reconstruya cierto sentido. No podemos vivir
en el sin sentido; no es un lugar habitable. Las ideologías, las religiones,
etcétera, son sentidos. A veces hay que hacer una construcción de sentido y
otras, hay que proponerle a alguien finalizar la sesión, que vuelva en una
hora, al día siguiente o esa misma noche. Y esto no es la caída de la regla de
abstinencia. Al contrario; es estar a la altura de la dignidad y de la
responsabilidad que implica ofertarse en ese papel.
A la gente, en la vida, le pasan cosas duras y, al mismo tiempo, los
análisis pueden producir conmociones fuertes. Por eso es importante que un
sujeto se despierte, por su propia neurosis, del aplastamiento del sueño en el
que está sumergido en su vida, pero hay que regular los modos de ese
despertar. Algunas personas tienen recursos para soportar esto: los artistas,
por ejemplo. En efecto, el arte es un saber hacer con los efectos del sin
sentido.
Vayamos al texto “Recordar, repetir y reelaborar”, escrito en 1914, que
da el soporte conceptual y metapsicológico al conjunto de los llamados
Escritos Técnicos de Freud –entre los cuales también está “Consejos al
médico sobre el tratamiento psicoanalítico”, de fundamental importancia en
la formación del analista–. En él, hay dos problemas que trataremos: el
primero es que Freud trata de sostener al máximo la concepción de que el
análisis es una teoría del recuerdo y que, por lo tanto, trata de llenar las
lagunas del recuerdo. Según esta concepción, la neurosis tiene que ver con
los olvidos, y el trabajo del análisis es recuperar los recuerdos olvidados. Si
bien Freud trata de sostener esta idea, se le cae a pedazos en el mismo texto.
Allí se encuentra con que un análisis no es armar una biografía en la
conciencia ni es un estudio antropológico biográfico. El inconsciente no es
algo que estaba ahí, esperando ser descubierto, como haría un antropólogo.
El inconsciente es algo que se produce en el presente, es algo vivo, actual.
El análisis no es una teoría del recuerdo, y esto es así porque existe la
repetición –un concepto fundamental del psicoanálisis–: la insistencia
repetitiva de representantes psíquicos que, hasta cierto punto, han
traumatizado al sujeto. Si hay testimonio verificable de la repetición, se
puede ubicar el diagnóstico estructural entre neurosis y psicosis. Les doy un
ejemplo sencillo que no agota el tema, pero aclara: cuando se dice que
siempre se tropieza con la misma piedra –algo que se suele ver claramente
en las cuestiones amorosas–: “Este me parecía diferente al otro, pero es lo
mismo, la misma situación, etcétera”. Eso es encontrarse con un modo de la
repetición en la vida. Es más, alguien puede ir al análisis angustiado, sin
saber qué le pasa, o estar en un vínculo amoroso nuevo y, sin embargo, estar
angustiado. El analista pregunta y encuentra que en todos los vínculos
amorosos de esa persona hay un mismo elemento que se repite. Encontrar el
elemento repetitivo es una operación fundamental del analista y de un
análisis.
Tenemos un problema entonces: cae el psicoanálisis como teoría del
recuerdo. Ni con llenar las lagunas del recuerdo hacemos nada, ni con la
reconstitución de la biografía y el recuerdo de lo olvidado. Incluso, hay un
cambio en este texto: el sujeto repite porque no recuerda. Freud ubica el
agieren como modo de recordar, lo que abona el segundo problema.
Recuerden que el primer problema es que el inconsciente se produce, es
actual, y si se trata de la repetición, llenar las lagunas del recuerdo no
soluciona el problema de la repetición. En un análisis obtenemos, a partir de
la represión, los modos de retorno de lo reprimido. Allí tenemos todo lo que
es del orden del circuito represión-retorno de lo reprimido que se pone en
juego en el análisis.
Pero hay algo que excede al inconsciente. Puedo decir que el
inconsciente es ese proceso de represión-retorno de lo reprimido gobernado
por la repetición. Pero Freud se encuentra con que en un análisis se ponen
en juego, en acto, en la transferencia, fragmentos de la vida muy penosos,
que no indican un retorno de lo reprimido porque jamás lo han sido.
Siempre, y en todos los casos, fueron penosos, insisten, y se presentan en la
cura por un andarivel distinto al de la represión-retorno de lo reprimido.
Que siempre hayan sido penosos implica que no se trata de algo placentero
para una instancia y displacentero para otra –como en el caso en que opera
la represión y el retorno de lo reprimido–. No, fueron displacenteros
siempre. Esto es un anticipo de la pulsión de muerte y del masoquismo
primario que veremos más adelante. Dice Freud, al hablar del circuito
represión-retorno de lo reprimido:
Los otros grupos de procesos psíquicos que como actos puramente internos uno puede oponer a
las impresiones y vivencias (fantasías, procesos de referimiento, mociones de sentimiento, nexos)
deben ser considerados separadamente en su relación con el olvidar y el recordar. Aquí sucede,
con particular frecuencia, que se “recuerde” [al colocarlo entre comillas, Freud indica que no es el
recuerdo que se relaciona con el retorno de lo reprimido, sino que está hablando de otra cosa],
algo que nunca pudo ser “olvidado” porque en ningún tiempo se lo advirtió, nunca fue consciente
[siempre fue penoso y nunca se lo reprimió, por lo tanto, no puede retornar como retorno de lo
reprimido]; además, para el decurso psíquico no parece tener importancia alguna que uno de esos
“nexos” fuera consciente y luego se olvidara, o no hubiera llegado nunca a la conciencia (pp. 150-
151).

Y continúa más abajo:


Para un tipo particular de importantísimas vivencias, sobrevenidas en épocas muy tempranas de la
infancia y que en su tiempo no fueron entendidas, pero han hallado inteligencia e interpretación
con efecto retardado (nachträglich), la mayoría de las veces es imposible despertar un recuerdo.
Se llega a tomar noticia de ellas a través de sueños, y los más probatorios motivos extraídos de la
ensambladura de la neurosis lo fuerzan a uno a creer en ella (p. 151).

Hay que tener presente esto junto al párrafo siguiente:


El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta técnica más nueva, equivale a
convocar un fragmento de vida real, y por eso no en todos los casos puede ser inofensivo y
carente de peligro. De aquí arranca todo el problema del a menudo inevitable “empeoramiento
durante la cura” (pp. 153-154).

Este segundo problema –el de esos fragmentos penosos que nunca


fueron reprimidos– anticipa un cambio fundamental en la teoría pulsional y
plantea un problema clínico. El cambio es que lo primario, en el ámbito de
las pulsiones, no es el sadismo sino el masoquismo. Y el problema clínico y
crucial de todo análisis se llama reacción terapéutica negativa, que tiene
que ver con que el sujeto, cuando se acerca hacia el fin de su análisis, busca
conservar el padecimiento que lo trajo a la cura y del que parecía querer
desembarazarse, defendiéndolo como su bien más preciado. Este punto
entra en relación con los fragmentos penosos que jamás fueron olvidados.
Freud afirma que el paciente se ve obligado a repetir lo reprimido como
vivencia presente, en lugar de recordarlo en calidad de fragmento del
pasado. Esa repetición se juega en el terreno de la transferencia y se
relaciona siempre con un fragmento de la vida sexual infantil. Dicho
fragmento revivido en el análisis sirve para fundar la convicción del
analizante en el inconsciente.
Les había dicho que son dos problemas: el primero, que no es una teoría
del recuerdo, ya que el inconsciente se produce en acto; y el segundo, que
no todo se juega en el circuito represión-retorno de lo reprimido, debido a
que hay fragmentos que siempre fueron penosos y no fueron reprimidos.
¿Cuál es la relación entre ellos? Justamente, que el concepto de repetición
no coincide con el de transferencia. Si el aparato psíquico solo fuese
consciente e inconsciente –o sea, represión-retorno de lo reprimido–,
transferencia y repetición coincidirían.
Ahora, otra cuestión. El concepto de inconsciente psicoanalítico incluye
el papel del analista: sin analista, no hay inconsciente psicoanalítico. Es
cierto que todas las personas sueñan, pero una cosa es soñar estando en
análisis y otra es soñar no estándolo, porque el sueño, en el primero de los
casos, es un sueño dirigido al analista, dado que incluye una demanda de
desciframiento.
En la psicosis también hay sueños, pero allí el sueño tiene otro valor.
Mientras que en la neurosis el analista interpreta los sueños, en la psicosis,
en general, los sueños están destinados a orientarlo, a advertirle: “Por acá
no te metas, porque me arruinás la vida”. Actúan como el cartel de
“Prohibido pasar”. Por lo tanto, el analista debe estar muy atento a los
sueños en la psicosis, no para interpretarlos, sino para orientarse y bordear
ese camino.
¿Cómo se piensa al analista a nivel de la represión-retorno de lo
reprimido? Como un representante psíquico más, al que Freud llamó desde
el comienzo falso enlace. Mientras que haya desplazamiento, hay
transferencia. Recuerdan la conexión de un representante psíquico con otro:
se desplaza el monto de afecto de un representante psíquico a otro. Falso
enlace, desplazamiento y transferencia motor son sinónimos. El analista es
un representante psíquico más, que el monto de afecto carga. Pero no solo
es eso. Si fuese así, el aparato psíquico sería consciente-preconsciente-
inconsciente y represión-retorno de lo reprimido. Pero también está el deseo
inconsciente al cual se lo reprime, retorna desplazadamente, se lo transfiere,
pero eso no es todo. Falta la parte más compleja y complicada, porque el
analista, a su vez, viene a ocupar un lugar con relación a esos fragmentos de
vida penosos que no fueron reprimidos. Ahí, la transferencia ya no es motor
sino obstáculo, dado que allí no hay apertura del inconsciente ni falso
enlace, ni desplazamiento, ni asociación libre, ni producción de lapsus, ni
actos fallidos. Y allí aparece la otra cara de la transferencia: la transferencia
como obstáculo. Pero obstáculo no quiere decir que sea algo a descartar.
Todo lo contrario: es ahí donde se juega el partido más importante. El
analista ya no es un representante psíquico para el falso enlace. Ya no tiene
nada que ver con la represión-retorno de lo reprimido; tiene que ver con un
fragmento de vida muy penoso.
En todo análisis, el psicoanalista está relacionado con la transferencia
motor –como apertura del inconsciente– y la transferencia obstáculo –como
cierre del inconsciente–. Quiero que quede claro que “obstáculo”, en este
caso, no es un problema o un error, sino que aquí tiene un valor fecundo.
Esto habla de dos caras de la repetición: por un lado, como la insistencia de
los representantes psíquicos que no terminan de nombrar el trauma y, por lo
tanto, inscriben diferencia y, por otro, como eterno retorno de lo igual,
como lo que empuja a la repetición de los representantes psíquicos. Es el
eterno retorno de un encuentro fallido.
En “Sobre la dinámica de la transferencia”, Freud sostiene que la
transferencia se produce necesariamente como un cliché que se repite. Este
cliché son los objetos en la fantasía, los objetos del narcisismo secundario.
Cuando el análisis avanza hacia ciertos complejos psíquicos, la resistencia
se sirve de la transferencia ya instalada, la corriente tierna de la apertura del
inconsciente da lugar a la transferencia erótica o a la hostil –como cierre del
inconsciente–, y se revela la presencia del analista –por ocurrencias
relativas a él– que muestra que este no solo ocupaba el lugar de causa del
decir, sino del objeto fijado de la pulsión parcial.
En el capítulo “La transferencia como motor”, de mi libro La subversión
freudiana y sus consecuencias, lo digo del siguiente modo:
En el texto “Sobre la psicoterapia de la histeria”, que es anterior a “La interpretación de los
sueños”, Freud habla de transferencia. El concepto de transferencia que Freud ubica ahí está
sostenido por el concepto de falso enlace; falso enlace habla de un movimiento, del
desplazamiento; hay solidaridad entre desplazamiento, transferencia y falso enlace. Se trata del
desplazamiento de las representaciones inconscientes hacia el analista; como en ese momento de
“Sobre la psicoterapia de la histeria” Freud está trabajando sobre la base de la teoría del recuerdo,
se trata de hacer recordar para llenar las lagunas mnémicas y de ese modo se solucionan los
síntomas, la transferencia como falso enlace se le aparece como obstáculo. Dice: “Tras enterarme
yo del obstáculo y removerlo, el trabajo vuelve a progresar y hete aquí, que el deseo que tanto
espanta a la paciente, aparece como el recuerdo siguiente: el recuerdo patógeno exigido ahora por
el nexo lógico…”. El desplazamiento, dijimos, es solidario de transferencia en ese momento y
solidario de falso enlace; el desplazamiento se sostiene en las asociaciones extrínsecas. En este
punto el analista es un representante cualquiera, nimio, como un resto diurno, un representante
cualquiera que hace posible el falso enlace. En este sentido, el lugar del analista aparece
articulado con las formaciones del inconsciente (pp. 145-146).

Las mociones inconscientes no aspiran al recuerdo –como la cura lo


demandaría–, sino que buscan reproducirse bajo su capacidad alucinatoria y
atemporal. Dice Freud en “Sobre la dinámica de la transferencia”:
Esta lucha entre médico y paciente, entre intelecto y vida pulsional, entre discernir y querer
“actuar”, se desenvuelve casi exclusivamente en torno de los fenómenos transferenciales. Es en
este campo donde debe obtenerse la victoria cuya expresión será sanar duraderamente de la
neurosis. Es innegable que domeñar los fenómenos de la transferencia depara al psicoanalista las
mayores dificultades, pero no se debe olvidar que justamente ellos nos brindan el inapreciable
servicio de volver actuales y manifiestas las mociones de amor escondidas y olvidadas de los
pacientes; pues, en definitiva, nadie puede ser ajusticiado in absentia o in efigie (p. 105).

La conexión transferencia-resistencia surge solo cuando se está a punto


de recordar un fragmento penoso. ¿Por qué esta resistencia a librarse de lo
penoso? ¿Qué relación tiene la resistencia con una paradójica satisfacción
en lo penoso? ¿Qué debe hacer el analista en este punto?
(...) hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes
del trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados. Es que uno no
podría ofrecer otra cosa que subrogados, puesto que la enferma, a consecuencia de su estado y
mientras que no hayan sido levantadas sus represiones, será incapaz de lograr una efectiva
satisfacción (“Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, p. 168).
Clase 2

TRANSFERENCIA Y RESISTENCIA

- Neurosis vulgar/neurosis artificial


- Sugestión/psicoanálisis
- Presencia del analista

La satisfacción sintomática del paciente no requiere de ningún otro; en


cierto sentido es autoerótica. La operación primera que realiza el analista es
que esa satisfacción deje de ser cerrada sobre sí misma e incluya el lugar
del analista. El efecto de esa operación se llama transferencia. Ella implica
la sustitución de la neurosis vulgar por una nueva neurosis artificial, creada
por el acto del analista y llamada neurosis de transferencia.
Continuamos con el tema de transferencia, acercándonos a los textos y
marcando las diferencias entre transferencia y sugestión. He situado en el
texto “Recordar, repetir y reelaborar” cuestiones que considero centrales en
el conjunto de los llamados Escritos Técnicos. Se despliega el agieren, en el
que el sujeto, así como repite sin saberlo, en vez de recordar, actúa en
transferencia. Para que esto suceda, es necesario que se haya producido la
neurosis de transferencia. Tenemos entonces las neurosis (obsesiva,
histérica y fóbica) y tenemos una neurosis llamada neurosis de
transferencia. Con el efecto de la operación analítica, a partir de la neurosis
vulgar –con la que viene el sujeto– se crea ese artificio que es la neurosis de
transferencia. Para decirlo de un modo sencillo, podríamos decir que se
trata de la neurosis con la que venía el sujeto, más el lugar del analista. En
la neurosis de transferencia, el analista pasa a ser el centro, el núcleo de la
neurosis; pasa a ocupar el lugar del objeto central de esa neurosis creada
artificialmente. Los síntomas dejan sus significados habituales e invisten al
analista, dice Freud. Las pulsiones se dirigen al analista y se crea una
neurosis especial. Para poder tratar la neurosis vulgar, es necesario crear el
artificio de esa neurosis de transferencia en la que en el centro está el
analista. Si no fuera así, en principio no se entendería por qué razón se
pueden transferir al analista la repetición de los amores infantiles, edípicos,
prohibidos. Para que el analista entre en la serie, para que se ponga esto en
juego en el análisis, es necesario que el analista pase a ser parte de la
neurosis recién creada.
Hay dos series de objetos: por un lado, el objeto total, el objeto del
narcisismo, el objeto = persona, los objetos prohibidos del Edipo y, por
otro, el objeto parcial en el ámbito de la pulsión. Encontramos que la
pulsión no ama el objeto, sino que precisa del objeto porque se satisface en
su recorrido. El objeto parcial va al lugar de soporte para hacer ese circuito.
Ese objeto parcial se fija, y por esa fijación sostiene las condiciones de la
repetición para un sujeto. El analista, así como va a ocupar el lugar del
objeto de amor en la neurosis de transferencia, en la línea de los objetos
prohibidos del Edipo, también va a ocupar el lugar de uno de estos cuatro
objetos en el ámbito de la pulsión parcial. O sea que a nivel del objeto total,
puede ser el padre, la madre, la tía. A nivel del objeto parcial, puede ser un
objeto oral, un objeto anal, la voz, la mirada; uno y solo uno, el objeto
fijado contingentemente en la trama infantil. El analista pasa a ser a quien
se le destina el amor –por la serie de los objetos totales–, pero también es
un objeto en el ámbito de la parcialidad de la pulsión.
Por ejemplo: un sujeto demanda en el análisis, en el ámbito del objeto
total, ser amado por el analista. Pero además, según de qué objeto se trate,
demanda hacerse chupar, hacerse cagar, hacerse ver, hacerse oír; hay una
demanda para que esto se satisfaga. Supongamos que se pone en juego la
demanda de hacerse ver. Alguien puede hablar y contar cosas fantásticas en
el análisis, buscando ser amado por los materiales analíticos que porta en el
análisis. Pero además, todo eso que dice puede estar no al servicio de ser
escuchado por el analista, sino para convocar la mirada y lograr una
satisfacción a nivel de la pulsión parcial de la mirada. El analista puede
quedar hipnotizado, sugestionado. Ante esto, ¿qué es lo que debe hacer?
Tiene que sostener el análisis, ya que el garante del acto analítico no es el
paciente sino el analista y, al mismo tiempo, tiene que rechazar satisfacer
esas demandas separándolas de la pulsión.
Quisiera destacar un párrafo de “Recordar, repetir y reelaborar” con
respecto a la resistencia, su vencimiento y la intervención del analista: “El
vencimiento de la resistencia comienza, como se sabe, con el acto de
ponerla en descubierto el médico, pues el analizado nunca la discierne, y
comunicársela a este” (p. 156). Aquí, Freud está diciendo que el analista
tiene que interpretarle la resistencia, pero es justamente lo que no hay que
hacer.
Ahora bien, parece que principiantes en el análisis se inclinan a confundir este comienzo con el
análisis en su totalidad. A menudo me han llamado a consejo para casos en que el médico se
quejaba de haber expuesto al enfermo su resistencia, a pesar de lo cual nada había cambiado o
peor, la resistencia había cobrado más fuerza y toda la situación se había vuelto aún menos
transparente. La cura parecía no dar un paso adelante. Luego, esta expectativa sombría siempre
resultó errónea (pp. 156-157).

Parece que se excusa y agrega:


Por regla general, la cura se encontraba en su mayor progreso; solo que el médico había olvidado
que nombrar la resistencia no puede producir su cese inmediato. Es preciso dar tiempo al enfermo
para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él; para reelaborarla (durcharbeiten),
vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y obedeciendo a la regla analítica fundamental
(p. 157).

Interpretar la resistencia no solo no produce ningún avance en el


análisis, sino que produce el efecto contrario. En el último párrafo del
mismo texto, Freud establece la diferencia del psicoanálisis con cualquier
tratamiento sugestivo o psicoterapéutico, y habla de la reelaboración. Ubica
al psicoanálisis no en relación con la emergencia de los recuerdos
reprimidos, sino en la elaboración del monto de afecto. Dice:
En la práctica, esta reelaboración de las resistencias puede convertirse en una ardua tarea para el
analizado y en una prueba de paciencia para el médico. No obstante, es la pieza del trabajo que
produce el máximo efecto alterador sobre el paciente y que distingue al tratamiento analítico de
todo influjo sugestivo. En teoría se la puede equiparar a la “abreacción” de los montos de afecto
estrangulados por la represión, abreacción sin la cual el tratamiento hipnótico permanece
infructuoso (p. 157).

En mi libro La subversión freudiana y sus consecuencias, en la página


65 del capítulo “La ‘reelaboración’”, afirmo:
a) La reelaboración produce el máximo efecto alterador. ¿De qué? De la dimensión pulsional.
b) Es lo que marca la diferencia del psicoanálisis de todo influjo sugestivo. Por lo tanto, la
diferencia no se sostiene en la operación sobre la insistencia repetitiva del retorno de lo reprimido.
c) Su articulación con la abreacción y los montos de afecto recupera de sus primeros textos tanto
el fracaso de la defensa como el estatuto compulsivo del síntoma.
d) Toma el mismo sesgo de los “Nuevos caminos de la terapia analítica”, respecto a: “(...) pueden
emerger a la luz infinidad de cosas, sin que se modifique el estado patológico, si uno no hace
entrar lo pulsional en la cura”.
e) Reducir la transferencia a la repetición hace de la práctica del análisis una práctica de
sugestión.

Un poco más abajo agrego:


Reelaboración es el antecedente del concepto de construcción; marca el límite de la eficacia de la
interpretación. Es el nombre, en determinado momento de la obra freudiana, del intento máximo
de tratar de responder a cómo es posible afectar la pulsión desde lo simbólico; y es precisamente
en este punto donde se juega la verdadera partida del psicoanálisis y su diferencia de toda
psicoterapia, según Freud (p. 66).

Si bien las formaciones del inconsciente (lapsus, fallidos, etcétera) se


interpretan teniendo en cuenta el circuito represión-retorno de lo reprimido,
consciente-inconsciente, el tratamiento psicoanalítico no trabaja solo en
esos campos. Hay algo que excede a los representantes psíquicos, y son
aquellos fragmentos penosos de la vida real que se presentan en la cura –
como dice Freud–, que siempre fueron penosos, displacenteros. Anticipa un
problema mayor del psicoanálisis que es el masoquismo primario, y ubica
la insistencia de la pulsión no fijada a los representantes psíquicos. Si la
pulsión estuviera fijada a los representantes psíquicos, la tarea solo sería
interpretar lo reprimido. Solo habría transferencia motor que permitiría esa
apertura del inconsciente. Pero, además de la transferencia como motor, está
la transferencia como obstáculo, como cierre del inconsciente.
Respecto al lugar que ocupa el analista, por un lado es al que se le
supone saber sobre los síntomas, sobre el padecimiento del sujeto, y por eso
se produce un amor particular. El saber es el saber inconsciente: sabe a
nivel del inconsciente, pero no sabe que sabe, y eso es la neurosis. Pero el
analista no es solo a quien se ama porque se le supone saber sobre los
síntomas. Se lo ama porque ha venido a ocupar el lugar del objeto pulsional.
Es en la medida en que viene a ocupar el lugar del objeto pulsional, que el
analizante puede cerrarse al inconsciente; la resistencia aparece bajo la
modalidad de la hostilidad: la transferencia negativa. Transferencia
negativa es un conjunto formado por dos elementos: transferencia y
resistencia. La resistencia se aprovecha y hace uso de la transferencia –
cierre del inconsciente– en cualquiera de las dos vertientes: el odio o la
demanda de amor erótica. Allí se revela lo que estaba velado: que el
analista viene a ocupar el lugar del objeto pulsional, manifestándose la
resistencia respecto de la apertura del inconsciente. Y justamente por eso no
es un problema; es más bien un momento fecundo del análisis, porque se
revela ese objeto pulsional. ¿De qué se trata estructuralmente esa
resistencia? No tiene nada que ver con una cuestión consciente –“no tengo
ganas de hablar”–; no se trata de nada de eso.
Ubicamos dos lugares límites en la cadena de representantes psíquicos.
Uno es el límite de la cadena de representantes psíquicos que no está
completa, dado que hay un representante que falta –la garganta en el sueño
de la inyección de Irma–, hay un agujero. El otro está en relación con el
primero, pero no es lo mismo; se sitúa en el punto en que la pulsión no se
articula con el representante psíquico. Son dos lugares límite que vamos a
llamar con Freud represión primaria. Hay un representante psíquico
imposible de recuperar que ha caído en el olvido estructural y que funda al
sujeto. Porque ese agujero está en relación con el sexo, es por lo que el
inconsciente habla de sexualidad. Los animales tienen el sexo como
acoplamiento perfecto; en cambio, sabemos que no hay para la sexualidad
humana, objeto predeterminado: hay un agujero.
Entonces, un límite a la cadena de representantes psíquicos es la falta de
un representante, y el otro es la pulsión no ligada a un representante
psíquico. ¿Qué hacer con esa pulsión no ligada a un representante psíquico?
Es un problema mayor del psicoanálisis que vamos a trabajar hacia el final.
Freud utiliza una metáfora muy linda cuando dice que es como si uno
estuviera viendo una representación teatral o una película, plácidamente,
tomado por esa situación, y de golpe irrumpe alguien gritando: ¡Fuego! Lo
pulsional no ligado a un representante psíquico es de ese orden: irrumpe en
la cura. ¿Cuál es la diferencia con otras terapias? Que el psicoanálisis no se
juega en el terreno de los representantes psíquicos, sino en aquello que los
excede, es decir, lo que excede el circuito consciente-inconsciente. Esto
anticipa el problema de la pulsión de muerte, el problema de que el sujeto
no busca su bien, sino que atenta contra sí mismo.
En “Sobre la dinámica de la transferencia” de 1912, Freud ubica el
cliché que se repite en la transferencia. Ese cliché tiene un estatuto
imaginario, y es lo que trabajamos acerca del analista como el padre, madre,
tía, etcétera. Esto es un nivel de la transferencia en el que se repite como
cliché de los amores infantiles. Es una dimensión imaginaria de la
transferencia que, si bien no es la única, no hay que minimizarla, ya que es
la que anuda lo simbólico y lo real. Pero hay otras dos dimensiones de la
transferencia. Una es la dimensión simbólica, que es ser un representante
psíquico cualquiera para el falso enlace, para el desplazamiento, y la otra
dimensión tiene que ver con la satisfacción pulsional, con lo real. Dice
Freud: “Cuando las asociaciones libres de un paciente se deniegan, en todos
los casos es posible eliminar esa parálisis aseverándole que ahora él está
bajo el imperio de una ocurrencia relativa a la persona del médico” (p. 99).
O sea que en el punto de detención de las asociaciones, se hace presente
la presencia del analista, pero no hay que interpretar eso. Esta fórmula
plantea que la transferencia –que es la más poderosa palanca del éxito– se
transforma en ese momento en el medio más potente de la resistencia.
Más adelante, dice:
Pues bien: si se persigue un complejo patógeno desde su subrogación en lo consciente [llamativa
como síntoma o bien totalmente inadvertida] hasta su raíz en lo inconsciente, enseguida se entrará
en una región donde la resistencia se hace valer con tanta nitidez que la ocurrencia siguiente no
puede menos que dar razón de ella y aparecer como un compromiso entre sus requerimientos y los
del trabajo de investigación. En este punto, según lo atestigua la experiencia, sobreviene la
transferencia. Si algo del material del complejo [o sea de su contenido] es apropiado para ser
transferido sobre la persona del médico, esta transferencia se produce, da por resultado la
ocurrencia inmediata y se anuncia mediante los indicios de una resistencia (...). De esta
experiencia inferimos que la idea transferencial ha irrumpido hasta la conciencia a expensas de
todas las otras posibilidades de ocurrencia porque presta acatamiento también a la resistencia. Un
proceso así se repite innumerables veces en la trayectoria de un análisis. Siempre que uno se
aproxima a un complejo patógeno, primero se adelanta hasta la conciencia la parte del complejo
susceptible de ser transferida, y es defendida con la máxima tenacidad (p. 101).

Aunque se trate de lo más penoso, pueden ver que se trata de la misma


idea que tenía en “Sobre la psicoterapia de la histeria”, cuando planteaba
que cuanto más nos acercamos al núcleo patógeno, hay mayor resistencia.
Por otro lado, cuando dice: “En este punto, según lo atestigua la
experiencia, sobreviene la transferencia”, hay que pensar que en verdad no
es que ahí sobrevenga la transferencia puntualmente, sino que ahí la
resistencia se sirve de la transferencia para ponerse en juego como
resistencia.
En la página 103 del mismo texto, aparece el anticipo de lo que va a
desarrollar respecto del problema de la sugestión. Dice:
(...) solo que por sugestión es preciso comprender (…) el influjo sobre un ser humano por medio
de los fenómenos transferenciales posibles con él. Velamos por la autonomía última del enfermo
aprovechando la sugestión, para hacerle cumplir un trabajo psíquico que tiene por consecuencia
necesaria una mejoría duradera de su situación psíquica.

Este es un debate actual. Incluso hoy, hay psicoanalistas que sostienen


que curan por la influencia que tiene una persona sobre otra, o sea, por
efecto sugestivo.
¿Qué quiere decir que “aprovechamos la sugestión”? La cura no se
produce por sugestión, hay que garantizar la máxima autonomía, y la
sugestión es lo contrario de garantizar la autonomía. Por ejemplo, cuando
uno está enamorado no tiene garantizada la autonomía, está sugestionado,
por eso uno se vuelve un poco tonto. Con “aprovechamos la sugestión”, se
refiere solo a una cosa. Habíamos ubicado el amor del analizante hacia el
analista porque supone que el analista sabe sobre sus síntomas, cuando en
verdad el saber está en el inconsciente. Si el paciente no habla y produce
sus lapsus, sus actos fallidos, el analista no sabe. El analista se “aprovecha
de la sugestión”, ya que no le dice al analizante lo contrario; no le dice que
no sabe nada de sus síntomas. Se calla la boca y deja que ese efecto
sugestivo necesario se mantenga.
Para decirlo en el lenguaje más sencillo posible: el analista ni se
identifica ni rechaza el efecto sugestivo, permite que esa creencia subsista.
Es el trabajo mismo del análisis el que lo irá haciendo caer, en la medida en
que el sujeto se va encontrando con que el saber está en su inconsciente. A
medida que esto va sucediendo, se disipa un poco la suposición de saber en
el analista. Pero eso es posible también, porque hay un analista que escucha.
No se hace solo, no es in effigie, in absentia, –como dice Freud en la
página 105–; tiene que haber alguien que encarne ese lugar, por eso no es
posible analizar por Internet. El teléfono es algo diferente, porque está la
voz, y eso tiene su efecto. En momentos de urgencia, en los cuales un
paciente puede llamar, escuchar la voz implica que está el cuerpo, ya que la
voz es cuerpo. Estoy diciendo que primero está la voz, después están las
palabras, los enunciados, la enunciación. Por ejemplo, si yo empezara en
este momento a hablar en chino, supongo que nadie aquí entendería nada,
pero lo que escucharían sería mi voz, velada por lo que digo.
En “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” tienen una
referencia muy clara de Freud respecto de la diferencia entre transferencia
motor –la transferencia positiva– y la transferencia negativa. En la página
166, acerca del enamoramiento por parte del paciente que aparece en
análisis, Freud dice:
(...) el enamoramiento existía desde mucho antes, pero ahora la resistencia empieza a servirse de
él para inhibir la prosecución de la cura, apartar del trabajo todo nuestro interés y sumir al médico
analista en un penoso desconcierto.

Dada la transferencia tierna, la resistencia la transforma en odio o en


demanda erótica; se sirve de ese amor. Hay entonces, una responsabilidad
del analista, ya que la transferencia no se produce espontáneamente, sino
que para que suceda tiene que haber un acto del analista. El analista, dice
Freud, “tendió el señuelo a ese enamoramiento al introducir el tratamiento
analítico para curar la neurosis”.
Tiene que quedar claro que no se trata de una cuestión ligada a una
espontaneidad. Para que se produzca la neurosis de transferencia, tiene que
haber un acto por parte del analista. Él es quien introduce el dispositivo,
cuyo efecto hace que se produzca la transferencia analítica. Es efecto de una
operación del analista. Es responsabilidad nuestra, ante su manifestación
molesta pero fecunda. Está la historia, las marcas de la historia, pero
también está la dimensión traumatizante del lugar del analista.
Clase 3

TRANSFERENCIA Y SUGESTIÓN

- La sugestión y la masa
- Identificación y enamoramiento
- Hipnosis, sugestión, psicoanálisis

En el capítulo IV de “Psicología de las masas y análisis del yo”, que lleva por
título “Sugestión y libido”, Freud plantea dos tesis fundamentales sobre la
masa:

Libido es la energía –considerada como magnitud cuantitativa– de aquellas


pulsiones que tienen que ver con todo lo que puede sintetizarse como “amor”
–amor cuya meta es la unión sexual–. A partir de aquí, se obtienen dos
reflexiones:
a) La masa se mantiene cohesionada en virtud de algún poder (Eros).
b) El individuo resigna su peculiaridad en la masa y se deja sugestionar por
los otros por “amor a ellos”.
A su vez, en el capítulo VIII, “Enamoramiento e hipnosis”, plantea la
siguiente lógica: que en el enamoramiento afluye al objeto una medida mayor
de libido narcisista y que el objeto sirve para sustituir un ideal del yo propio
no alcanzado:
(...) el yo resigna cada vez más todo reclamo, se vuelve más modesto, al par que el objeto se hace
más grandioso y valioso; al final llega a poseer todo el amor de sí mismo del yo, y la consecuencia
natural es el autosacrificio de este. El objeto, por así decir, ha devorado al yo. Rasgos de humillación,
restricción del narcisismo, perjuicio de sí, están presentes en todos los casos de enamoramiento; en
los extremos, no hacen más que intensificarse y, por el relegamiento de las pretensiones sensuales,
ejercen una dominación exclusiva.
Esto ocurre con particular facilidad en el caso de un amor desdichado, inalcanzable; en efecto, toda
satisfacción sexual rebaja la sobrestimación sexual. Contemporáneamente a esta “entrega” del yo al
objeto, que ya no se distingue más de la entrega sublimada a una idea abstracta, fallan por entero las
funciones que recaen sobre el ideal del yo. Calla la crítica, que es ejercida por esta instancia; todo lo
que el objeto hace y pide es justo e intachable. La conciencia moral no se aplica a nada de lo que
acontece en favor del objeto; en la ceguera del amor, uno se convierte en criminal sin
remordimientos. La situación puede resumirse cabalmente en una fórmula: El objeto se ha puesto en
el lugar del ideal del yo (p. 107).

Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre identificación y enamoramiento?


En el primer caso, el yo se ha enriquecido con las propiedades del objeto, lo
ha introyectado, mientras que en el segundo, el yo se ha empobrecido, se ha
entregado al objeto.
En la hipnosis y en el enamoramiento, el vínculo es una entrega enamorada
irrestricta que excluye toda satisfacción sexual. En el amor se pospone de
manera temporaria. La hipnosis es idéntica a la masa –masa de dos–. Un
análisis puede convertirse en una masa de dos, como caída de la regla de
abstinencia. ¿Qué es una masa? En la páginas 109 y 110 de “Psicología de las
masas y análisis de yo”, lo explica:
Una masa primaria de esta índole es una multitud de individuos que han puesto un objeto, uno y el
mismo, en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de lo cual se han identificado entre sí en su yo.
Esta condición admite representación gráfica:
Fíjense que la línea del objeto no está punteada; esto quiere decir que aun
en la masa, cada individuo conserva su fijación pulsional a un objeto parcial
diverso.
En la “26a Conferencia. La teoría de la libido y el narcisismo” (1917),
Freud dice que en la demencia precoz falta la investidura libidinal de los
objetos. Según Abraham, la libido se revierte al yo, lo que explica la fuente
del delirio de grandeza de la demencia precoz, dado que la libido no regresa –
en el narcisismo secundario– a los objetos en la fantasía. El nombre para esta
colocación de la libido –“narcisismo”– lo toma de una perversión descripta
por Paul Näcke en el año 1899, en la cual el individuo adulto prodiga al
cuerpo propio todas las ternezas que suelen volcarse a un objeto sexual ajeno.
El narcisismo es el estado universal y originario a partir del cual, solo más
tarde, se forma el amor de objeto –sin que por eso debiera desaparecer aquel–,
y recordando que en el investimento primario de los objetos hay un resto que
no pasa.
¿En qué se diferencia el psicoanálisis de la sugestión? Sorprende que el ex
presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA, por su siglas en
inglés) el doctor Horacio Etchegoyen,[1] en su libro Los fundamentos de la
técnica analítica, refiriéndose al texto “Sobre la dinámica de la transferencia”,
mencione que Freud acepta que el psicoanálisis opera en última instancia por
sugestión, si por esta entendemos la influencia de un ser humano por sobre
otro, por medio de la transferencia.
Esta coincidencia entre transferencia y sugestión reconduce al psicoanálisis
al campo de las terapias. Cuando Freud, en el mismo texto, y como decíamos
más arriba, plantea lo contrario:
Velamos por la autonomía última del enfermo aprovechando la sugestión para hacerle cumplir un
trabajo psíquico que tiene por consecuencia necesaria una mejoría duradera de su situación psíquica
(p. 103).

Aprovechando la demanda sugestiva, haciendo cumplir al sujeto un trabajo


psíquico por medio de la asociación libre, abre la posibilidad de la experiencia
del inconsciente. En su artículo de 1926 “¿Pueden los legos ejercer el
análisis?”, Freud aclara:
(...) del particular influjo personal del analista es por cierto digno de tenerse en cuenta. Ese influjo
existe y desempeña un gran papel en el análisis. Pero no el mismo que en el hipnotismo. Con toda
seguridad podría probarle que las situaciones son enteramente diversas allá y aquí; acaso baste con
señalar que no empleamos ese influjo personal [el factor “sugestivo”] para suprimir los síntomas
patológicos, como acontece en la sugestión hipnótica. Además, que sería erróneo creer que ese factor
es el exclusivo soporte y promotor del tratamiento. Al comienzo, vaya y pase; pero luego contraría
nuestros propósitos analíticos y nos constriñe a adoptar las más vastas contramedidas. Por otra parte,
quiero mostrarle con un ejemplo cuán lejos se encuentra la técnica analítica de distraer y buscar
excusas disuasivas. Si nuestro paciente sufre de un sentimiento de culpa, como si hubiera cometido
un grave crimen, no le aconsejamos hacer caso omiso de esa tortura de la conciencia moral
insistiendo en su indudable inocencia; (...) le advertimos que una sensación tan intensa y sostenida no
puede menos que fundarse en algo efectivamente real (...) (pp. 177-178).

En el diccionario de filosofía de André Lalande, se define la sugestión


como:
Una idea o proyecto de acción que no nace espontáneamente en el espíritu sino que se propone a él
desde afuera, como una apreciación, un ejemplo, un consejo, una idea susceptible de ejercer alguna
influencia en sus sentimientos o en su conducta (Vocabulario técnico y crítico de la filosofía, p. 71).

Para el debate actual con otras psicoterapias, en la “28a Conferencia. La


terapia analítica”, Freud dice:
La sugestión directa es una sugestión dirigida contra la exteriorización de los síntomas, una lucha
entre la autoridad de ustedes y los motivos de la enfermedad. Al practicarla no se hacen caso de estos
motivos; solo se exige al enfermo que sofoque su exteriorización en síntomas (p. 408).

Finalmente, para articular narcisismo, transferencia, complejos de Edipo y


de castración diremos que hemos hablado de enamoramiento e hipnosis y de
la masa. El amor hipnótico –el que hace masa– es el que implica colocar al
objeto en el lugar del ideal. Pero, como dice Freud, esto vale para el amor
inalcanzable, humillante, etcétera.
En el último capítulo de “Psicología de las masas y análisis del yo”, Freud
habla de un amor que cae por fuera de la formación de masa y que, incluso, es
disolvente respecto de ella. No es darle a una mujer el lugar de ideal, sino que
ella sea la causa del deseo de un hombre y que consienta serlo. Para esto, la
mujer debe hacer un doble duelo: no tener el falo y no ser el falo. No
completarse con un hijo como fetiche ni ser la excepción inalcanzable. Debe
orientar su deseo hacia aquello que en el cuerpo del hombre nombra la
diferencia. Una madre es una mujer que “tiene”, por lo tanto no es mujer.
Recuerden que Freud aborda lo propio de la sexuación en las mujeres del
siguiente modo:
a) El primer objeto amoroso, preedípico, es la madre.
b) El encuentro con la castración en la etapa fálica, la lleva a demandar y a
odiar a la madre por no haberla hecho provista de un falo.
c) Se dirige al padre buscando ese falo, primero, y luego, realizando la
equivalencia simbólica “pene = niño”, ingresa al Edipo esperando el niño por
parte del padre.
d) Solo la decepción de esa promesa hace que el desligamiento del padre la
oriente hacia otros hombres, hombres que en el mejor de los casos la separen
definitivamente de la madre, y en el peor, encarnen a la madre misma.
En el pasaje de la etapa preedípica a la etapa edípica debe cambiar de
objeto –la madre por el padre– y de zona –el clítoris por la vagina–.
¿Cuál es el equivalente a la amenaza de castración para la mujer, al no
disponer de miembro a proteger? En “Inhibición, síntoma y angustia” Freud
responde que el equivalente es la pérdida del amor. Las vicisitudes por la
articulación de los complejos de Edipo y castración van a situar tres salidas
posibles:
a) Inhibición o neurosis (sentimiento de desvalorización).
b) Complejo de masculinidad (reivindicación que puede llegar a la
homosexualidad).
c) Normal (ecuación simbólica madre).
Vemos que la llamada “normal”, la ecuación simbólica madre, es aquella
que, totalmente fría al hombre, inviste libidinalmente al niño, como es
formulado en “Introducción del narcisismo”. Para que una mujer pueda ir más
allá de esa “normalidad maternal” y encarnar la ajena, la radicalmente otra –
tal como la llama en “El tabú de la virginidad”–; para que no desestime la
feminidad, como lo aclara en “Análisis terminable e interminable”; para que
su lugar de causa atraviese las naciones, las razas, los prejuicios, etcétera,
como lo cifra en ese último capítulo de “Psicología de las masas y análisis del
yo”, debe hacer ese doble duelo. Posición activa con meta de satisfacción
pasiva. Pasiva que no nombra ninguna pasividad ni ningún masoquismo
específicamente, sino que es el nombre en Freud de una satisfacción que está
más allá del órgano. Ese límite del órgano que nombra a la posición sexuada
llamada “hombre”.

1 Los desarrollos que siguen, también se pueden encontrar en el capítulo “Abstinencia a la


sugestión”, en Osvaldo Delgado. La subversión freudiana y sus consecuencias. Buenos Aires,
JVE ediciones, 2005, p. 68 y ss.
Parte 2
EDIPO-CASTRACIÓN
Clase 1

COMPLEJO NUCLEAR DE LAS NEUROSIS.


ANUDAMIENTO COMPLEJO DE EDIPO-
COMPLEJO DE CASTRACIÓN

- Lugar prevalente del padre en el complejo de Edipo


- Madre prohibida como referente del deseo
- Falo: articulador entre complejo de Edipo y complejo de castración
- Disimetría en el pasaje por la trama Edipo-castración en los varones y en las mujeres
- Tres salidas en la mujer
- Contrapunto Edipo-narcisismo

Para Freud, el complejo de Edipo fue su máxima producción y su máximo


descubrimiento. Aunque hay conceptos tanto o más importantes, este se
encuentra en el núcleo de su obra. No se puede hablar de psicoanálisis si no
se habla del Edipo. Dicho concepto está tomado de la saga griega de
Sófocles Edipo rey y da cuenta, en principio, de dos deseos: el incestuoso y
el parricida.
Ya hemos diferenciado la doble serie de los objetos: el objeto de la
pulsión parcial y el objeto total del narcisismo, ambos objetos de la trama
infantil, de la infancia. Nos proponemos ahora trabajar lo referido a las
figuras del Edipo.
En el Edipo como tal, tiene un lugar predominante la posición del padre.
Es un modo –no el único, pero sí el primero– en el que Freud introduce la
cuestión del padre a nivel de la estructura. Al referirse al padre, no se
refiere a las figuras, a las personas, sino a la función lógica que tiene el
padre. Esta función lógica de la estructura psíquica que llamamos padre,
opera ordenando las significaciones del sujeto y sus modos de satisfacción
pulsional. Estamos hablando de la neurosis –y también de la perversión, con
una variante que después vamos a tocar–, ya que en la psicosis esa función
no opera. El padre como función depende también de la madre, dado que
esa función implica tomar a una mujer como causa de deseo y hacerla
madre de los hijos. Una madre es un objeto incestuoso, una referencia del
deseo inconsciente, no porque tenga algún rasgo especial, sino solo porque
está vedada; pasa a ser referente del deseo y condición de la elección del
objeto amoroso en tanto que está prohibida. A su vez, la operación paterna
ordena los modos de satisfacción pulsional.
Llamamos neurótico a un sujeto cuya función padre se efectúa, y en
consecuencia el deseo incestuoso y el deseo parricida están prohibidos.
Recuerden que es la prohibición lo que vuelve incestuoso al objeto materno.
Les recomiendo la lectura de la tragedia griega Edipo rey, como así también
el texto “Lecturas de Edipo rey” de la profesora Irene Friedenthal, editado
por la cátedra. También les recomiendo el excelente filme de Pier Paolo
Pasolini, Edipo rey.
Según el complejo de Edipo, la figura predominante es la del padre, y la
madre participa como objeto prohibido. Cuando hablamos del complejo de
castración, la referencia será la madre en cuanto que castrada, y ubicamos al
padre nombrando la castración de la madre. Estos dos complejos se anudan;
no se puede hablar de uno sin hablar del otro, al punto que algunos han
llegado a decir que se trata de un mismo complejo. Para Freud, se articulan
a través de un elemento: el falo como premisa universal.
Es por eso que en el complejo de Edipo no hay tres lugares (padre,
madre, hijo). Hay una disimetría porque son cuatro los lugares: padre,
madre, hijo, falo. Se trata de una articulación cuaternaria y no ternaria. Esta
precisión de la lectura se la debemos a Oscar Masotta.

Cuando Freud habla del desarrollo libidinal, se refiere a las fases oral,
anal y fálica. No dice genital, sino fálica. Se trata de un problema lógico
que tiene que ver con que, apoyado sobre un órgano del cuerpo –el pene–,
se establece una lógica de presencia-ausencia. A nivel lógico, simbólico,
quiere decir que todo se juega en torno a la presencia-ausencia: tener o no
tener falo. La diferenciación sexuada será entre los que tienen y los que no
tienen falo. Esto en términos simbólicos, porque desde el punto de vista
biológico a las mujeres no les falta nada. En el campo de la biología, no es
que los varones tienen y las mujeres no tienen. Para la medicina, los
varones tienen pene –fíjense que no digo “falo”– y las mujeres tienen
vagina. Aquí se trata de una lógica simbólica. El ordenamiento de
presencia-ausencia que marca el encuentro con la castración es, para Freud,
la premisa universal del falo. Dice Freud que el niño cree que todos tienen:
hombres, mujeres, perros, gatos, pajaritos, mesas, sillas…
El pene no es el falo. Las mujeres pueden creer en algún momento que
el pene es el falo para alcanzar su satisfacción, o pueden sentirse en
inferioridad de condiciones porque el varón tiene pene, tiene falo, o pueden
fingir tenerlo. Entonces, habrá cuatro posibilidades para las mujeres: o
sentirse inferiores porque no lo tienen; o atacarlo; o usarlo para hacerse un
hijo; o lo disfrutan. Por eso hablo de las tres salidas freudianas de la
feminidad. Agrego, además, una cuestión central. El varón puede pensar
que tiene el falo, pero es una impostura: ambos están castrados.
Tenemos una estructura cuaternaria: padre, madre, hijo, falo. Recuerden
que cuando trabajamos el narcisismo indicábamos su surgimiento y
decíamos que no se nace biológicamente con narcisismo, sino que depende
de la investidura libidinal que la mujer, en cuanto madre, le da a ese crío
recién nacido. Por lo tanto, el narcisismo es un efecto de todo lo que una
madre deposita de magnífico en ese nuevo ser. Freud dice que las mujeres
más frías al amor del hombre, sin embargo, adquieren el amor de objeto en
un hijo, depositan todo en él, es lo máximo de su interés libidinal.
Respecto al encuentro con la castración, como no hay inscripción
simbólica del órgano genital femenino, la oposición será: se tiene o no se
tiene falo, hay o no hay falo. Y esto vale tanto para hombres como para
mujeres. El encuentro con la castración en la mujer implicará que una de las
respuestas sea la maternidad: como no tengo el falo, deseo tener un
equivalente: el hijo. El hijo es el equivalente fálico. En el mejor de los
casos, todos nacemos como falo materno. En el peor de los casos, se dará
una psicosis. O sea que, a partir del encuentro con la castración y la
solución de la posición castrada, una de las tres salidas freudianas es la
maternidad.
Partimos de ubicar una posición ante la castración en la mujer: la
maternidad, el hijo viene al lugar de ser el falo que no tiene. A partir de ahí,
se pueden dar diferentes posibilidades. Esto vale para machos y hembras
biológicamente, porque se adviene hombre o mujer de acuerdo a cómo es el
pasaje por la trama Edipo-castración: ahí es donde se define si alguien será
varón o mujer. Se puede ser biológicamente un varón, pero a nivel de la
posición sexuada ser una mujer, es lo que llamamos complejo de Edipo
invertido: el varón, en vez de tener al padre como objeto de rivalidad, el
mismo pasa a ser el objeto amado, teniendo como posible consecuencia la
homosexualidad masculina.
Ahora bien, hay una disimetría en el pasaje por la trama Edipo-
castración en los varones y en las mujeres. Freud sostiene que el niño varón
abandona, reprime su interés incestuoso por la amenaza de castración; que
el interés narcisista por sus genitales hace que reprima su deseo incestuoso.
Entonces, el Edipo masculino implica que, bajo la amenaza de castración,
se abandone ese objeto primero. Tanto para varones como para mujeres, el
objeto primero es la madre, y vamos avanzando así en el texto “El
sepultamiento del complejo de Edipo” (1924). El varón resuelve la amenaza
de castración debido a su interés incestuoso, abandonando, reprimiendo el
objeto amoroso materno e identificándose con la posición viril paterna.
Freud dirá que el heredero del complejo de Edipo es el superyó; es decir,
que el niño se identifica con la posición viril paterna y, a la vez, introyecta
la ley paterna: “la madre no, sí otras mujeres”.
El acceso de una hembra al lugar de la mujer es más complicado, no es
tan directo. La hembra también nace como falo, siempre dentro de la
neurosis. Su primer objeto de amor también es la madre y, ante el encuentro
con la castración en la fase fálica, Freud dice que la niña le recrimina a la
madre no haberla hecha provista de falo, haberla hecha castrada. Están, al
mismo tiempo, el amor a la madre como primer objeto amoroso y la
querella por haberla hecha sin el instrumento fálico. La niña, entonces, hace
una doble renuncia: al primer objeto (la madre) y al clítoris, cambiando a
este por la vagina. La niña renuncia a la madre porque no le puede dar el
falo que esperaba y, luego, se dirige al padre para que le dé un hijo como el
equivalente fálico. Cambia el objeto amoroso, de la madre al padre. En este
cambio se abre una suerte de renuncia que no lo es, una renuncia a tener el
falo pero que no lo es tampoco, ya que tener un hijo da cuenta del
equivalente. Renuncia al objeto y renuncia al clítoris por la vagina.
Entonces, el niño, por el complejo de castración, sale del complejo de
Edipo; ante la amenaza de castración sale, reprime, y la madre pasa a ser el
referente para los objetos amorosos en sustitución. El complejo de
castración en el varón, lo hace abandonar el Edipo como sepultamiento,
como final, como identificación con la ley, como instauración del superyó
en la estructura psíquica. Por el momento, el superyó es sinónimo de ley
paterna; ley paterna que se introyecta y que es sinónimo de la ley que rige el
“no” al incesto y al parricidio. La niña, por el complejo de castración entra
al Edipo; o sea que por el complejo de castración abandona el objeto
preedípico (la madre). En el varón, el objeto preedípico y el objeto edípico
es el mismo: la madre. En cambio, en la niña el objeto preedípico es la
madre y el objeto edípico es el padre; hay un cambio de objeto. La vagina
no está preparada a nivel del organismo, de las fibras nerviosas, para la
satisfacción. Podemos decir que es un lugar ausente de sensibilidad
orgánica, porque hay una carencia de fibras nerviosas. Por lo tanto, que una
mujer tenga satisfacción en relación con esa nueva zona erógena es gracias
al poder del símbolo, no al poder de las fibras nerviosas. Ese es el punto
ideal –dice Freud– del final del complejo de Edipo, porque el objeto
materno en verdad está reprimido, por lo tanto, en la niña persiste el objeto
preedípico y el edípico. A tal punto es así que Freud sostiene, en textos
posteriores, que siempre el segundo matrimonio es el más feliz, porque el
primero es con la madre, el referente es el otro materno. Entonces dice que
las mujeres se casan primero con un referente materno y luego con un
referente paterno. No hay que tomarlo literalmente. Freud también decía
que es posible hacer ese cambio con una misma persona. La cuestión de la
zona erógena aparece como una problemática en las mujeres, si pueden o no
tener una satisfacción más allá del clítoris, si pueden o no tener satisfacción
de acuerdo a ese cambio de zona. Además, tenemos las cuestiones del
Edipo invertido, que es la identificación con la posición sexuada del
progenitor del mismo sexo. Así, en el caso del varón, el niño sale del
complejo de Edipo por el interés narcisista, por la amenaza de castración,
amenaza de castración paterna. En las mujeres es al revés, como efecto del
encuentro con la castración ingresan al complejo de Edipo.

¿Cómo sale la mujer del Edipo? ¿Cómo sale de esa turbulencia, de esa
guerra, de ese amor-odio con el primer objeto que es la madre? Sale por una
decepción: el padre no cumple con aquella promesa de darle un hijo. La
disyuntiva será si esa mujer se limita a esperar el equivalente fálico de un
hombre: el hijo. Es por eso que dura mucho más tiempo, es mucho más
largo este proceso en la mujer. En verdad, es importante que el padre diga
ciertas cosas. Finalmente, no es el padre el que termina de separar a la
mujer del objeto preedípico, de la madre, sino que debe ser un hombre. Eso
tiene consecuencias: hace que un padre, en el mejor de los casos, funcione
como promesa. Además, para un padre, esa hija viene a ocupar un lugar
importante para su Edipo con relación a su propia madre, a la madre del
padre.
Freud, como les mencioné, ubica tres salidas para la feminidad:
a) Inhibición o neurosis. Allí hay un sentimiento de desvalorización,
sentirse menos, disminuida, sentirse un ser inferior.
b) Complejo de masculinidad. Implica una masculinización de su
funcionamiento, al punto extremo de la homosexualidad femenina.
c) Salida normal. Freud dice muchas cosas, pero en este momento llama
salida normal a la maternidad –mientras no se tiene el falo se puede tener el
equivalente–. El niño viene al lugar del falo; se trata de la ecuación
simbólica pene-niño.
Freud sostiene que la salida normal es la maternidad pero, en verdad,
madre y mujer no son lo mismo. Ser madre no es lo mismo que ser mujer.
Es más, ser madre es lo más alejado de una mujer; y una mujer es lo más
alejado de una madre. Es cierto que muchas mujeres, ante la pregunta de
qué es ser una mujer, responden ser madres, pero no es así. La maternidad
es una respuesta que obtura la pregunta. Como no hay inscripción del
órgano genital femenino, hay una pregunta permanente de qué es ser una
mujer y qué es ser una mujer para el deseo del hombre. Ahí se abre todo el
campo del misterio. Es allí donde Freud plantea como salida normal la
maternidad, y ella es la que permite hablar de narcisismo.
Hay un problema que se genera en las mujeres cuando no son bien
alojadas por una madre; problema que surge por creer que no han sido
suficientemente el falo, por creer colmar a la madre “casi” por la posición
en cuanto castradas, y que puede producir, por ejemplo, una
homosexualidad femenina. Se trata de la problemática falo-castración que
está relacionada con la desvalorización en ciertas mujeres de la posición
femenina; desvalorización de la posición femenina como parte, también, de
la misoginia masculina que considera que las mujeres son seres inferiores.
Hay una versión, en el ámbito de la cultura y desde ciertas corrientes
feministas, donde se critica a Freud, al falocentrismo, como si fuera una
lectura misógina o machista. Para que no queden en el terreno de la
ideología, vamos a discutir estos temas. Hay que tener en cuenta que Freud
se refiere a cuestiones estructurales. A las mujeres no les falta nada y a los
hombres no les sobra nada. Se trata de un problema simbólico y no de una
ausencia en el cuerpo como falta orgánica; no tiene nada que ver con la
naturaleza de las cosas, porque si no, se ideologiza y se puede estar
diciendo algo del fenómeno misógino en la cultura, en el que una niña
aparece como algo problemático o algo degradado. La premisa universal es
fálica –la problemática falo-castración–, porque no hay significante en la
estructura que dé cuenta del órgano genital femenino. Lacan dirá que falta
el significante que nombre a la mujer como tal.
Decíamos que la salida normal para Freud es la maternidad. Teniendo un
hijo o una hija, la mujer responde por lo que falta. La posición de la madre
es la de alguien que ha hecho la salida normal freudiana. También decíamos
que, en cuanto hijos, nacemos como falo materno, ya que si no estaríamos
investidos libidinalmente por la madre, el resultado sería una esquizofrenia.
Por lo tanto es fundamental ocupar la posición de falo materno, y también
lo es no permanecer en ese lugar; es fundamental que se produzca una caída
de ese lugar, que tiene que ver con la castración en la madre y la herida
narcisista.
Ahora bien, si una madre concentra todo el interés libidinal en el hijo,
sin cortes, algo anda mal. Si no está investido libidinalmente, dará por
resultado una psicosis. Si está investido, y ese investimento no se desplaza,
se puede producir una perversión. Para que alguien pueda surgir no
psicótico, no perverso, es necesario que la madre, la mujer en cuanto madre,
no sea todo-madre. Esto quiere decir que tenga un deseo fuera del hijo, más
allá de él. En tanto haya un más allá del hijo, en tanto se dedique no solo a
estar encima del hijo, así podrá ser el objeto causa de deseo del hombre. Es
decir, que se oriente por el representante fálico en el cuerpo de su pareja.
Por consiguiente, la palabra madre tendrá muchos sinónimos. Cuando
hablo de madre, me refiero a la relación con un hijo en cuanto falo. Cuando
hablo de mujer, me refiero a la relación con un hombre. Es condición, al
advenir como tal, ese lugar de completud narcisista para una madre, y es
fundamental la caída, ese corte, lograr que un hijo salga de la posición de
falo gracias a la función paterna. Esto vale tanto para varones como para
mujeres. Cuando hablamos de hombre y de mujer, hablamos de posiciones
y no de género.
Una última cuestión fundamental. Como habíamos dicho, Freud habla
de fase fálica y no de fase genital, y sostiene que la misma –donde se juega
la trama Edipo-castración– es la que marca las pérdidas anteriores del
sujeto, como por ejemplo el destete o el desprendimiento de las heces en la
fase anal. Estos desprendimientos adquieren el valor de pérdidas por la
castración, se resignifican a posteriori ya que el falo funciona como un
operador de sustitución. Puedo escribir niño = regalo = heces, como
símbolo que contiene las condiciones de sustitución. No es uno más de la
serie oral, anal y genital. Si una mujer no tiene hijos, algo podrá ocupar ese
mismo lugar. Muchas mujeres no tienen hijos y producen equivalencias.
Del mismo modo, tengan en cuenta que el que una mujer se embarace,
llegue al parto y produzca un crío, no significa que haya tenido un hijo. No
toda persona que diga “quiero tener un hijo” quiere tenerlo. Cuando una
paciente dice que quiere tener un hijo, puede ser que lo quiera, pero no se
puede saber de qué está hablando hasta que no aparezcan producciones
inconscientes. No dice nada de la verdad acerca de su deseo con “quiero
tener un hijo”, porque no se sabe si en verdad desea tener un hijo. Cuando
viene a consultar a un analista una mujer embarazada, no sabemos a qué
lugar viene ese bebé hasta que no ponemos a trabajar el inconsciente.
Clase 2

ÖDIPUSKOMPLEX

- El complejo de Edipo en la obra de Freud


- Relaciones con el mito y la tragedia de Sófocles
- Experiencia clínica y construcción teórica

Edipo es el nudo de tres cuestiones:


a) Un operador de interdicción (prohibición), sustitución y refuerzo.
b) Una subjetivación (interpretación neurótica, explicación, sentido) de
la imposibilidad de la satisfacción plena de la pulsión.
c) Una ley de intercambio.
Antes de abordar estos tres puntos articulados, vamos a situar
brevemente cómo se presenta en Freud el complejo de Edipo y cuál es su
dimensión en la tragedia griega.
Al respecto, Freud, en su obra final “Esquema del psicoanálisis” (1939),
profiere:
Me atrevo a decir que si el psicoanálisis no pudiera de otro logro que haber descubierto el
complejo de Edipo reprimido, esto solo sería mérito suficiente para que se lo clasificara entre las
nuevas adquisiciones valiosas de la humanidad (p. 192).

Esto es lo que intenta decirnos Pier Paolo Pasolini en su película Edipo


rey, donde juega con un cruce de los tiempos actuales y el de Sófocles. El
director toma la versión de la tragedia de Sófocles –la misma que toma
Freud– que concluye con el sacrificio de Edipo –extracción de ojos y
exilio– y el suicidio de Yocasta. Lo interesante del filme es que hace
presente la satisfacción de Yocasta al amamantar al bebé y los celos de
Layo. En la versión de Homero, anterior a esta, Edipo sigue viviendo como
un rey hasta que muere en una batalla y es enterrado con todos los honores.
De las tres versiones que ha creado Esquilo, solo se conoce la tercera
que destaca el tema de la culpa hereditaria: los hijos pagan los pecados de
los padres. Esta cuestión remite a la Grecia arcaica, en donde era tomada
como una ley de la naturaleza, que el hijo herede las deudas morales y
comerciales del padre. Es más adelante (siglo V a.C.) que va a aparecer el
sentimiento arcaico de culpabilidad. La tragedia verdaderamente nace en
Grecia en el paso del siglo VI al V a.C., y está basada en los mythos.
Debemos subrayar aquí que mythos significa dos cosas:
a) El relato tradicional que habla de los tiempos antiguos de los héroes y
los dioses.
b) El argumento en el terreno del drama.
Según sostiene Lévi-Strauss en su texto “La estructura de los mitos”
(1958), no hay más que un mito a partir del cual todos los demás no serían
más que versiones de aquel. A su vez, debemos considerar que refiere a un
destino, y aquí podría decir que destino es uno de los primeros nombres del
inconsciente. Por otra parte, en innumerables pasajes, Freud hace un
contrapunto entre el mito de Edipo y La tragedia de Hamlet. En Edipo se
trata de un no saber: nadie sabe, ni Layo ni Yocasta ni Edipo. En Hamlet, él
sabe, la madre sabe, el padre y el tío también saben, pero Hamlet no sabe
qué hacer con lo que sabe. En verdad, en Edipo se trata de un saber no
sabido, y en Hamlet, de un no saber de su sujeción al deseo de la madre.
Mircea Eliade, en su texto Mito y realidad, afirma que los mitólogos han
cambiado la perspectiva que tenían en el siglo XIX: de llamar al mito fábula,
invento, ficción, en el siglo XX lo consideran una historia sagrada, ejemplar
y significativa. Para Eliade, los mitos “constituyen los paradigmas de todo
acto humano significativo (…). El mito es algo vivo”. Así como para Freud
el complejo de Edipo es un “para todos” en el campo de la neurosis, en “La
novela familiar de los neuróticos” (1909) habla de un mito singular, versión
propia de ese “para todos”, que en las desfiguraciones localiza un trozo de
verdad que por finalidad “no elimina al padre sino que lo enaltece”. El mito
de Edipo se identificó, en primer lugar, con la tragedia de Sófocles que
transformó la vida del rey de Tebas en un paradigma del destino humano.
Freud utiliza el término de complejo de Edipo en la cuarta conferencia
de 1910. “Complejo” es un término creado por el psiquiatra Theodor
Ziehen para designar fragmentos de personalidad desprendidos. Para Oscar
Masotta, complejo es un nudo de relaciones de diferente orden. En la
conferencia citada, Freud lo llama complejo nuclear de toda neurosis
articulado con los deseos incestuosos y parricidas.
Más tempranamente, se presenta en el capítulo V de “La interpretación
de los sueños”, cuyo título es “El material y las fuentes del sueño”: “La
Antigüedad nos ha legado una saga cuya eficacia total y universal solo se
comprende si es también universalmente válida nuestra hipótesis sobre la
psicología infantil” (p. 269). Podemos hallarlo también, en el “Manuscrito
N” y en la famosa “Carta 71”. Después de informarle a Fliess que ya no
cree en sus histéricas dice:
Un solo pensamiento de validez universal me ha sido dado. También en mí he hallado el
enamoramiento a la madre y los celos hacia el padre, y ahora la considero un suceso de validez
universal de la niñez temprana (p. 307).

Aquí estamos en el núcleo mismo de la cuestión. Destacaremos ahora, el


primer eje: Interdicción-sustitución-reforzamiento. En “Introducción del
narcisismo”, Freud dice:
Aun para las mujeres narcisistas, las que permanecen frías hacia el hombre, hay un camino que
lleva al pleno amor de objeto. En el hijo que dan a luz se les enfrenta una parte de su cuerpo
propio como un objeto extraño al que ahora pueden brindar desde el narcisismo, el pleno amor de
objeto (p. 86).

Fundamentalmente, a partir de los textos “Sobre la sexualidad femenina”


y la “33a. Conferencia. La feminidad” (1933 [1932]), a partir del universal
fálico, el complejo de castración produce como efecto la entrada en el
Edipo con la esperanza de recibir un hijo del padre. Esta salida llamada
normal, a diferencia de las otras dos –inhibición o neurosis y complejo de
masculinidad–, está sostenida en la equivalencia simbólica: niño = falo.
Marca el desasimiento –no absoluto– del primer objeto (la madre) y el
cambio de zona (clítoris-vagina). Dice Freud en el primero de los textos
citados: “El complejo de Edipo en la mujer es el resultado final de un
desarrollo más prolongado; no es destruido por el influjo de la castración,
sino creado por él” (p. 232). En la “33a. Conferencia” destaca que “solo el
hijo varón recibe lo que el varón pretendía para sí” (p. 124). En el varón, en
cambio, situamos que la amenaza de castración es el operador de la salida;
en verdad produce el sepultamiento del complejo de Edipo. En tanto que la
ley marca el deseo, esa interdicción abre a nuevas situaciones en la vida
amorosa. Desde que se sitúa el lugar que un hijo viene a ocupar para una
madre a partir de la equivalencia simbólica, se hace necesario ubicar la
importancia del lugar del padre como función de corte, lo que anticipamos
recientemente en “Introducción del narcisismo”. Es respecto a ese lazo, que
viene a intervenir la interdicción del incesto; al mismo tiempo, esa
interdicción, en tanto que la ley funda el deseo, traza la ruta para las
sustituciones. Para la niña el camino es distinto, ya que el puerto seguro al
que arribó, el complejo de Edipo, va a implicar que su desasimiento sea más
prolongado y acontezca por la promesa paterna incumplida.
Freud, en “El sepultamiento del complejo de Edipo” (1924), va a dar
cuenta de la articulación organización fálica-complejo de Edipo-amenaza de
castración-formación del superyó-período de latencia –este último marca la
dimensión de la sustitución–. En “Algunas consecuencias psíquicas de la
diferencia anatómica entre los sexos” (1925) afirma: “La actitud –postura–
edípica del varoncito pertenece a la fase fálica, y se va al fundamento por la
angustia de castración, o sea por el interés narcisista hacia los genitales” (p.
271). La privación del miembro fálico es equivalente, en Freud, a una nueva
separación de la madre. La castración en la madre es la que origina la
ecuación: niño = pene (falo). “La alta estima narcisista por el pene puede
basarse en que la posesión de este órgano contiene la garantía para una
reunión con la madre –con el sustituto de la madre– en el acto del coito” (p.
271). Un individuo que en el regreso al seno materno querría hacerse
subrogar por su órgano genital, sustituye ahora –en esta fantasía–
regresivamente ese órgano por su persona toda (cuerpo = falo).
El sepultamiento del complejo de Edipo en el varón, a partir de la
interdicción y la apertura a la sustitución, implica, a su vez, una
identificación con el padre que se normativiza en el superyó –como
interiorización de la ley–, heredero del complejo de Edipo –aquí dejamos
abierta la cuestión de la paradoja de la satisfacción del superyó–.
Lo que quiero destacar aquí es que esta identificación es un refuerzo de
la identificación primaria que Freud aborda en el capítulo “La
identificación” del texto “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921)
y que retoma en “El yo y el ello” (1923). Esa identificación –primera– con
el padre no es el desenlace de una investidura de objeto, sino “una
identificación directa e inmediata –no mediada– y más temprana que
cualquier investidura de objeto”.
Para la niña puede desembocar en un refuerzo de su identificación-
madre –o en el establecimiento de esa identificación– que afirme su carácter
femenino. Destaco lo que figura entre rayas en Freud, porque así como el
primer objeto para ambos es la madre, la identificación primaria a la que me
referí es, también para ambos, el padre. De este modo, he ubicado el eje:
interdicción-sustitución-reforzamiento.
Segundo eje: el complejo de Edipo sostiene un sentido necesario ante la
imposibilidad de la satisfacción plena de la pulsión.
En “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre
los sexos” (1925), Freud se pregunta si la excitación sexual del niño está
causada por el complejo de Edipo –pregunta que resulta fundamental, por lo
que la hemos desarrollado–. Va a responder que no, que aquella surge como
placer de órgano, causada por el espiar con las orejas el coito de los
progenitores. Este placer de órgano “solo más tarde queda anudado al
complejo de Edipo” (p. 269). Ese anudamiento ubica al placer de órgano en
la trama del Edipo, condición necesaria para una sexualidad neurótica.
Pero más aún; “Sobre la más generalizada degradación de la vida
amorosa”, la segunda contribución a la psicología del amor compuesta por
textos sobre los testimonios e impasses de las sustituciones, Freud afirma:
“Creo que, por extraño que suene, habría que ocuparse de la posibilidad de
que haya algo en la naturaleza de la pulsión sexual misma desfavorable al
logro de la satisfacción plena” (p. 182).
En este punto, la prohibición del objeto incestuoso vela, encubre esa
imposibilidad estructural. Al no haber objeto predeterminado de la pulsión,
y de lo que resulta de la diferencia entre el placer buscado y el hallado, el
objeto que colmaría al sujeto es imposible. La prohibición lo nombra como
posible, pero interdicto. Solo desde esta perspectiva se puede dar cuenta de
ese párrafo de Freud en aquel texto:
Suena poco alentador y por añadidura paradójico, pero es preciso decir que quien haya de ser
realmente libre y, de ese modo, también feliz en su vida amorosa, tiene que haber superado el
respeto a la mujer y admitido la representación del incesto con su madre o hermana (p. 179).

La impotencia psíquica de aquellos sujetos que no pueden abordar a su


objeto da cuenta de este impasse.
El tercer eje da cuenta del complejo de Edipo como ley de intercambio.
En este punto tenemos que destacar que para que la ley de la prohibición
del incesto funcione, ponga orden, legalice, el agente de esa ley, el padre,
debe renunciar a ciertas satisfacciones. La prohibición es posible, eficaz, si
él también está marcado por ella. Recordemos que la horda fraterna de
“Tótem y tabú” implica una doble prohibición: la del objeto incestuoso y la
de que nadie ocupe el lugar del protopadre. El padre puede prohibirle una
mujer a su hijo, con la condición de que le dé a ese hijo la posibilidad de la
sustitución. El protopadre de la horda primordial prohíbe sin prohibirse. Por
eso Freud, en su síntesis a las neurosis de transferencia, lo va a ubicar en
relación a las psicosis.
Donde podemos ubicar claramente los efectos de la falla en esa
operación de la ley del intercambio es en el Hombre de las Ratas. En ese
historial, podemos ubicar claramente los efectos de lo que decíamos al
inicio respecto de esa ley de la naturaleza en la Grecia antigua, donde los
hijos cargan las deudas morales y comerciales del padre.
Freud destaca dos lugares cruciales en donde el padre del Hombre de las
Ratas no puso en juego esa ley del intercambio, donde retuvo un modo de
satisfacción que el hijo carga culpable y sacrificialmente. En el punto F,
justamente llamado “El ocasionamiento de la enfermedad”, la madre le
comunica que un primo rico suyo le entregaría una hija para que se case con
él, lo que despierta el conflicto y activa las consecuencias de la elección del
padre entre la amada pobre y linda y la madre del sujeto de familia
adinerada. Como efecto de un cálculo, el padre elige a la madre del Hombre
de las Ratas como objeto anal. En el punto G, “El complejo paterno y la
solución de la idea de las ratas”, Freud destaca la suma de dinero que por
deudas de juego, el padre no había devuelto a un camarada de armas. Dice
Freud: “Las palabras del capitán: ‘Tienes que devolver las 3,80 coronas al
teniente primero A’ le sonaron como una alusión a la deuda impaga del
padre” (p. 165). Vemos ahí cómo el circuito del pago en el correo postal
coincidía con la muchacha pobre y linda que entraba en competencia con la
prima rica.
Es en este punto que quiero destacar la obra de Luigi Pirandello Seis
personajes en busca de un autor, respecto de la cual dos psicoanalistas
contemporáneos, Jean-Claude Milner y François Regnault, sostienen que es
el imposible del teatro, dado que el hijo no se presta para el sacrificio,
porque le dice “no” a la tragedia. El hijo que se niega a los personajes es el
hijo que dice “no” al teatro venido desde los griegos, porque es también el
hijo que los padres han tratado como carne de cañón.
Con toda lucidez, Marguerite Yourcenar, en su texto Fuegos, le hace
decir a María Magdalena en la crucifixión de Cristo:
El hijo del carpintero expiaba los errores que su Padre eterno había cometido en sus cálculos. Yo
sabía que nada bueno podría nacer de sus súplicas. El único resultado de aquella ejecución iba a
ser mostrar a los hombres que es fácil deshacerse de Dios (p. 43).

Pero el hijo sacrificado, exclamando “Padre, ¿por qué me has


abandonado?”, le responde a Yourcenar que no es tan fácil deshacerse de él.
Más bien, salva al padre al precio de su sacrificio.
Podemos observar con toda claridad, el impasse del mismo Freud
respecto a la función paterna como ley de intercambio en la lectura que
realiza en el historial de Juanito:
30 de abril. Como Hans vuelve a jugar con sus hijos imaginarios, le digo: ¿Cómo es que todavía
viven tus hijos? Ya sabes que un varón no puede tener hijos.
Hans: Lo sé. Antes yo era la mami, ahora soy el papi.
Yo: ¿Y quién es la mami de los niños?
Hans: Bueno, mami, y tú eres el abuelo.
Yo: O sea, te gustaría ser tan grande como yo, estar casado con mami, y que ella tuviera entonces
hijos.
Hans: Sí, eso me gustaría, y la de Lainz (mi madre) es entonces la abuela.
Todo termina bien. El pequeño Edipo ha hallado una solución más feliz que la prescripta por el
destino. En lugar de eliminar a su padre, le concede la misma dicha que ansía para sí; lo designa
abuelo, y también a él lo casa con su propia madre (p. 80).

Y un par de páginas más adelante:


El resto no solucionado es que Hans se devana los sesos para averiguar qué tiene que ver el padre
con el hijo, puesto que es la madre quien lo trae al mundo. Se lo puede inferir de preguntas como:
“¿No es verdad que también soy tuyo?” (quiere decir, no solo de la madre). No tiene en claro la
razón por la cual me pertenece. En cambio, no poseo ninguna prueba directa de que él, como
usted opina, haya podido espiar un coito entre los padres (p. 83).
Clase 3

CONSIDERACIONES CRÍTICAS DE LA
CONCEPCIÓN FREUDIANA DE LOS
COMPLEJOS DE EDIPO Y DE CASTRACIÓN

- Annafreudismo-kleinismo
- Lacanismo
- Teorías de género

El mismo planteo del tema indica que el cuestionamiento no es del mismo


Freud, aunque bien podría ser posible. Por otra parte, el “…de la
concepción freudiana…” en el título de la clase, define el modo de abordaje
y, como toda elección, es excluyente. Esta elección, a su vez, implica una
reducción para centrar el punto de investigación. Las consideraciones
críticas de estos complejos definen tanto corrientes del posfreudismo como
cuestionamientos por fuera del psicoanálisis. Ejemplo de ello son las
llamadas “teorías de género”. Las consideraciones críticas son posibles por
la pertenencia propia de la construcción doctrinaria misma. Según Paul
Bercherie, en su obra Génesis de los conceptos freudianos:
(…) la idea de una síntesis que extraiga de la obra de Freud un sistema completo, capaz de cubrir
el conjunto del campo de sus objetos, por ello mismo parece tanto más inverosímil. La práctica
freudiana de la teoría condensa anticipadamente el encarnizamiento estéril, de quienes querrían
hacer decir a Freud más de lo que él puede; y paradójicamente retoman de ese modo una
concepción empirista del saber analítico (p. 43).

Freud, en “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), fija claramente su


posición respecto de las consideraciones de la construcción del saber:
Pero el progreso del conocimiento no tolera rigidez alguna, tampoco en las definiciones. Como lo
enseña palmariamente el ejemplo de la física, también “los conceptos básicos” fijados en
definiciones, experimentan un constante cambio de contenido (p. 113).

A su vez, la misma construcción del saber en psicoanálisis implica una


operación sobre la represión de quien lo elabora. Por otra parte, las
consideraciones críticas abren el campo de las ortodoxias y las herejías.
Pareciera que son las segundas las que fundan a las primeras, según J.-A.
Miller, en su curso “El desencanto del psicoanálisis”.
La protesta viril de Adler, la libido desexualizada de Jung, el trauma de
nacimiento de Rank, llevan a Freud a tener que afirmar qué es y qué no es
psicoanálisis. Pero dentro de la ortodoxia, en la institución fundada por
Freud, se abren dos grandes corrientes: el annafreudismo y el kleinismo. El
primero, afirmado en la segunda tópica, pero velando el desgarramiento
interno del yo; y el segundo, en el cual ocupa un lugar de gran importancia
el estatuto del cuerpo materno como imaginario, y sus objetos internos
malos como fundamentales en las primeras identificaciones del sujeto. Este
último punto es central para el desarrollo del superyó precoz en la escuela
inglesa. Luego de estas dos expresiones, en el seno de la institución se
produce la tercera gran orientación que culminó con la expulsión de su
agente: Jacques Lacan. Él llamó a un retorno a Freud “reabriendo” el
inconsciente freudiano –al que consideraba cerrado, fundamentalmente en
el annafreudismo–.
Según Oscar Masotta, como vimos en la clase anterior, “complejo” es
un nudo de relaciones de diferentes jerarquías en sus elementos. Estos dos
complejos –Edipo y castración– tienen un concepto que los articula: el falo.
El falo, como premisa universal, marca el cuarto término que hace posible
el trío edípico: padre-madre-niño. Lo hace posible como lugares, como
funciones, desustancializando y desimaginarizando los articuladores. A su
vez, es el operador que hace posible el conjunto de las equivalencias pene-
niño-excremento-regalo, etcétera. No se trata, por lo tanto, del primado
genital, sino del primado del falo. Se introduce este operador que nombra la
presencia-ausencia a partir del Edipo en la mujer. Como fuente de saber
sexual traumática no tiene equivalente y remite a la castración. En este
sentido, articula dos cuestiones:
a) No hay inscripción del genital femenino.
b) Falta de un representante psíquico que está en el núcleo de la
estructura como castración en la madre.
Esta castración es el soporte de la angustia y el fundamento de la
represión. La privación del miembro fálico es equivalente, en Freud, a una
nueva separación de la madre. La castración en la madre da lugar a la
ecuación: niño = pene (falo).
La alta estima narcisista por el pene puede basarse en que la posesión de ese órgano contiene la
garantía para una reunión con la madre –con el sustituto de la madre– en el acto del coito.
(…) un individuo que en el regreso al seno materno querría hacerse subrogar por su órgano
genital, sustituye ahora –en esta fantasía– regresivamente ese órgano por su persona toda [cuerpo
= falo] (S. Freud, “Inhibición, síntoma y angustia”, cap. VIII, p. 131).

Esta articulación anticipa la lógica del ser y del tener que figura en el
escrito de Lacan, “La significación del falo”. Si bien es cierto que el
complejo de castración implica la fase fálica, esta no será posible sin la
anterioridad lógica de la castración en la madre. En cuanto hijo de una
madre, el niño es un objeto de intercambio producido por una mujer. Como
dice Oscar Masotta: “La castración, para decirlo con una frase, es el lugar
de la inserción del sujeto en el sexo, el pasaje a los objetos múltiples de
toda socialización del deseo” (p. 52). Esto es posible a partir de que el
término que llamaremos padre sea introducido por el deseo de una mujer
clivada del todo madre, donde ahogaría todo su deseo en un hijo.
Freud, en una nota a pie de página en el caso Juanito, menciona que
cuando se habla de castración, se trata del peligro imaginario de la pérdida
del pene y de ningún otro tipo de pérdida. Así, destete, pérdida de
excrementos y trauma de nacimiento no son sino aportaciones al complejo,
pero no lo determinan. No se trata de desarrollo sino de estructura. A su
vez, en “La organización genital infantil”, afirma:
Se ha indicado, acertadamente, que el niño adquiere ya la representación de un daño narcisista por
pérdida corporal, con la pérdida del seno materno después de mamar, por la expulsión diaria de
las heces, e incluso ya por su separación del cuerpo de la madre en el momento del nacimiento
(p.147).

Pero de un complejo de castración no debe hablarse sino cuando tal


representación de una pérdida está unida a la de los genitales masculinos.
Estas dos citas ubican el valor lógico de la operación, de nudo, de
premisa, desnaturalizando y desimaginarizando el estatuto del falo como
operador. En este punto, situamos tres grandes consideraciones críticas a los
dos complejos:
a) A partir del deslizamiento y confusión pene-falo.
b) El límite freudiano del falo para dar cuenta de lo propio de la
sexualidad femenina.
c) En relación a una ideologización de la cuestión del falo.
En relación al primer punto de las consideraciones críticas, ubicamos,
con sus diferencias, al annafreudismo y al kleinismo. Respecto al segundo,
al lacanismo, y en relación al tercero, a las teorías de género.
Para el annafreudismo, la concepción del yo como agente y guardián de
la realidad, sostenida en una lectura parcial del último Freud, da asiento al
lugar privilegiado de los llamados mecanismos de defensa. En realidad,
estos implican un modo de satisfacción y resguardan del encuentro con el
peligro de la castración. Son respuestas estereotipadas, por fijación en el
núcleo del yo –el ello–, que pueden tomar a la cura analítica misma como
un peligro. Para Anna Freud, el niño es absolutamente incapaz de
transferencia, ya que está ligado a los objetos primarios (los padres) y aún
no ha internalizado lo formativo superyoico. Esto va a implicar una
inmadurez del lenguaje que inhabilita el habla.
Por su parte, para Melanie Klein, a los tres años el niño ya ha superado
el Edipo, y los objetos son imagos de los primarios. Klein lee las ausencias
de asociaciones verbales no por inmadurez, sino por represión. Los objetos
primarios no indican la realidad sino la fantasía, y el superyó no es una
instancia normativa, sino efecto de cómo el niño fantaseó tratar a los
objetos. Para la psicoanalista, la referencia no es fálica ni genital, sino oral.
En este punto, quedan igualados, por lo tan confundidos, pene y falo. A su
vez, el objeto malo, efecto de la proyección, no constituye al objeto como
perdido, desvirtuándose la carencia estructural. La madre se presenta como
poseyendo el pene paterno, privando al padre, y no como claramente es
formulado por Freud: el padre, agente de esa privación. Se trata, por lo
tanto, del deslizamiento y las consecuencias de la confusión pene-falo.
En la apertura de la segunda consideración crítica, debemos, en
principio, nombrar aquello que de la libido no es subsumible en el falo: el
llamado resto indócil de la parcialidad de la pulsión. A su vez, el límite
fálico se va a hallar presente en “Análisis terminable e interminable” donde,
según Freud, tanto hombres como mujeres desestiman la feminidad.
Cuestión que es un paso más que las tres famosas salidas inhibición o
neurosis, complejo de masculinidad, normal (ecuación simbólica). Se
retoma en el texto anteriormente citado, lo que en “El tabú de la virginidad”
se había ubicado como hostil. Hostil no como respuesta a la desfloración,
como reivindicación fálica, sino hostil como atribución masculina a lo que
de lo femenino se presenta como ajeno, como no comprendido.
Lacan ha diferenciado castración como hecho de estructura, del
complejo de castración en cuanto interpretación neurótica del mismo. La
envidia del pene y la amenaza de castración velan la castración estructural
que es efecto de la operación simbólica. El complejo nombra como
impotencia lo que en verdad es imposible. El falo es soporte de un universal
en el que se inscriben tanto machos como hembras. Lo propiamente
femenino no hace conjunto y ubica la cuestión más allá del falo. Lacan, en
el Seminario 17, ubicará al Edipo como un sueño de Freud, como contenido
manifiesto. Esta cuestión lo va a llevar a poner en tensión el mito de Edipo
con “Tótem y tabú”:
(…) en el enunciado del mito de “Tótem y tabú”, el mito freudiano es la equivalencia del padre
muerto y el goce. Esto es lo que podemos calificar con el término de operador estructural (pp.
130-131).

Si el Edipo es un sueño, la castración no lo es. Edipo, en la elaboración


lacaniana, va a venir al lugar del discurso como tratamiento de la castración
y el goce y, más tarde, al lugar de la realidad psíquica para, finalmente, en
su última enseñanza, ser el punto de basta propio de la neurosis. Esto va a
permitir tres lugares posibles del padre:
a) El padre muerto, impotente.
b) El padre terrible, gozador.
c) El padre como modelo de la función, en la medida en que su deseo lo
lleve a tomar a una mujer como causa de deseo y a la cual hace madre.
La tercera consideración crítica se va a referir a las teorías de género. El
blanco de la polémica aquí, es precisamente a partir de la confusión falo-
pene. Esto va a implicar una crítica al supuesto falocentrismo misógino de
Freud. Al falo se lo toma como una dominancia de lo masculino sobre lo
femenino. Se critica el “binarismo” de la diferencia sexual y el orden sexual
hetero. El límite de esta consideración crítica es la oposición naturaleza-
cultura.
Ciertamente, para Lacan, la sexuación implica una inscripción respecto
al falo lógicamente; pero así como no hay identidad sexual, tampoco las
identificaciones lo dicen todo de las vicisitudes de los sujetos respecto de la
sexualidad. El falo no lo dice todo. Por eso, Lacan va a indicar que no hay
homofobia sino heterofobia, como rechazo a lo radicalmente Otro. Tal
como lo formula Freud en la llamada desestimación, como la atribución
hostil a lo que es ajeno. Para Lacan, hetero es el amor a la mujer,
independientemente del sexo biológico desde donde o hacia donde se
orienta.
Parte 3
PERVERSIÓN Y FANTASMA
Clase 1

FETICHISMO

- Fetichismo como paradigma de la perversión


- Las tres estructuras clínicas y sus mecanismos
- El rasgo perverso
- Desmentida
- Fetiche/fetichización

Vamos a comenzar con un tema muy importante. En general, para hacer un


contrapunto, hemos trabajado las estructuras clínicas de la neurosis y la
psicosis. ¿Por qué? Si tomamos los primeros textos, vemos que la neurosis
–cualquiera esta fuera– implicaba que la operación de la defensa separaba la
representación del monto de afecto. En cambio, en la psicosis paranoica no
había tal separación. Desde ahí hemos hecho el contrapunto entre neurosis y
psicosis. Con el complejo de Edipo, la relación respecto al padre, la
cuestión del cuerpo, la organización fálica, etcétera, también diferenciaba
neurosis y psicosis.
Si tomamos “Tres ensayos de teoría sexual” (1905) –que es el texto para
hacer la referencia a la sexualidad infantil– tenemos la dimensión de las
desviaciones respecto al objeto y a la meta, y toda la serie que Freud sitúa
en relación con la dimensión que llamaba perversa polimorfa, para dar
cuenta de la sexualidad infantil. Ubicábamos también la cuestión del amor
como desvío respecto a la meta. Recuerden que desvío siempre es en
relación con lo que sería un ideal que funciona como tal, o sea que, como
referencia, son desvíos respecto a un ideal del encuentro genital.
En ese momento, habíamos hablado de fetichismo, y precisamente en las
páginas 139 y 140 de aquel texto, Freud habla de lo que llama el sustituto
inapropiado del objeto sexual, el fetiche. Dejamos el tema ahí, diciendo que
lo íbamos a retomar más tarde.
Hoy es el momento de retomarlo, ya que fetichismo implica, en
principio, dos cosas como desvío respecto a un objeto. Fetichismo es el
nombre de un tipo clínico dentro de una estructura clínica y, a la vez, es el
paradigma de esa estructura. Dentro de esa estructura clínica, que no se
llama ni neurosis ni psicosis, sino perversión, hay varias formas, y el
fetichismo es una de ellas. Hay otras como exhibicionismo, voyerismo,
sadismo, masoquismo, “travestismo” entre comillas, etcétera. Si bien el
fetichismo es parte de ese conjunto, a la vez es el paradigma que da el
ordenamiento teórico para entender qué es la perversión. Entonces, en el
marco de esta estructura clínica que se llama perversión, el paradigma es el
fetichismo. Ahora van a ver por qué ocupa este lugar. Primera cuestión.
Segunda cuestión. En el mismo texto, “Tres ensayos de teoría sexual”
(pp. 139-140), Freud diferencia ya fetichismo de fetichización. Son dos
conceptos diferentes y nombran dos estructuras clínicas distintas:
fetichismo habla de perversión, fetichización habla de neurosis. Entonces, a
partir de lo que aprendimos hoy, tenemos las tres estructuras clínicas
ubicadas por Freud y sistematizadas por Lacan: neurosis, psicosis y
perversión.
Cada una de estas tres grandes estructuras clínicas que tenemos en
psicoanálisis, se diferencian por cómo responde un sujeto al encuentro con
la castración. Lo han trabajado con la sexualidad femenina, con el eje
Edipo-castración y, en “Inhibición, síntoma y angustia”, lo harán con la
castración materna. Recuerdan que cuando decíamos que el sujeto adviene
como falo para esa mujer que es la madre, para que esa mujer, en cuanto
madre, haga la ecuación simbólica pene = niño, es necesario ocupar el lugar
del falo, que es aquello que le falta a la madre. De ese modo se realiza ese
narcisismo primario, o sea, la libidinización que constituye el narcisismo. A
la vez, ubicarse como falo de la madre es el modo de tapar, encubrir, que la
madre está castrada. Incluso hemos dicho que la neurosis es un no querer
saber sobre la castración. Y recuerdan que también decíamos que hay tres
modos de ese no querer saber. Las teorías que el niño produce en el
encuentro con la castración son que la niña tenía “pito” y se lo cortaron o
que es chico y le va a crecer. Todas estas referencias son un no querer saber
nada de la castración, dado que la realidad es que ni se lo cortaron, ni es
chico ni le va a crecer. Lo doy como ejemplo sencillo para que se entienda
la dimensión perturbadora que tiene para el sujeto ese encuentro. Está en el
núcleo de lo que define las estructuras clínicas. De acuerdo a cómo un
sujeto no quiere saber de eso, va a devenir la estructura clínica; son tres
respuestas distintas.
En la neurosis, el mecanismo es la represión: se reprime el encuentro
con esa verdad de la castración, y como saben, cada vez que se reprime hay
retorno de lo reprimido. Entonces, la represión de ese no querer saber nada
de la castración, como es reprimido, retorna produciendo síntomas.
En las psicosis, es más radical ese no querer saber. Recuerdan que
Freud, en los primeros textos cuando habla de psicosis, decía que no se
separaba el representante del monto de afecto, por lo tanto, había un retorno
de lo que era expulsado del nexo asociativo. No se trata de un representante
que queda reprimido –produciendo el grupo psíquico separado, antecedente
del concepto de lo inconsciente–, sino que queda por fuera de todo nexo
asociativo; tiene que retornar alucinatoriamente y en la construcción de un
delirio. Hay un término, un concepto que aparece en Freud cuando trabaja
el caso del Hombre de los Lobos –y que retoma y formaliza Lacan–, que es
el concepto de forclusión. Es una expulsión fuera de la articulación de los
representantes psíquicos, no es un representante psíquico que queda
reprimido, sino que es expulsado de la cadena de representantes psíquicos.
¿Cuál representante psíquico? Aquel que nombraría esa castración.
Hay un tercer modo de respuesta ante el no querer saber nada de la
castración, que se llama renegación o desmentida, y que será propia de la
perversión. Veremos cómo responde a esto el fetiche.
Antes de ir específicamente a esto, recuerden que cada estructura clínica
tiene, dentro de ella, diferentes tipos clínicos. Por ejemplo, la estructura
clínica neurosis tiene la neurosis obsesiva, neurosis histérica, neurosis
fóbica; la estructura clínica psicosis, la esquizofrenia, paranoia, psicosis
maníaco-depresiva o bipolar, la psicosis melancólica, parafrenia; la
perversión, el fetichismo, sadismo, masoquismo, exhibicionismo,
voyerismo y “travestismo” entre comillas, porque en una época se podía
decir que todos los travestis eran perversos, pero hoy no necesariamente es
así. Hace dos o tres décadas atrás, el travesti se satisfacía engañando al otro
y produciendo un efecto de angustia ante la sorpresa, por parte de aquel, al
descubrir que no era una mujer sino que tenía genitales masculinos. Hoy no
es así, solo excepcionalmente. Los que van a buscar travestis saben
perfectamente de qué se trata, ya ninguno se angustia. Por lo tanto, hay
travestis perversos, psicóticos y neuróticos, por eso lo puse entre comillas.
Una última diferenciación. Así como hice la diferencia
fetichismo/fetichización, hago la diferencia perversión/rasgo de perversión.
La primera es una de las tres estructuras clínicas, mientras que rasgo de
perversión, como rasgo, lo podemos encontrar también en las neurosis y en
las psicosis. Podemos encontrar neuróticos (obsesivos, histéricos o fóbicos)
con un rasgo o una conducta a nivel del goce sexual perversa, sin por eso
ser perverso. También tenemos rasgos de perversión en la psicosis que, en
general, son funcionales, en el sentido de que estabilizan al sujeto, con lo
cual es algo que no es conveniente conmover. Un ejemplo de esto último
podría ser un modo de lazo sexual homosexual con carácter perverso –no
porque homosexualidad y perversión sean sinónimos–, en el sentido de que
una conducta de goce sexual perversa hace que un psicótico no se
desencadene y pueda sostenerse en la vida. La psicosis se puede mantener
con cierta estabilidad en la vida y no producir el quiebre de la alucinación y
el delirio.
Repasemos. Primera cuestión: fetichismo es el paradigma que da cuenta
de qué es esa estructura clínica que llamamos perversión y, a la vez,
fetichismo es una modalidad de perversión junto con otras. Segunda
cuestión: diferenciamos fetichismo (perversión) de la fetichización que
encontramos en la neurosis. Luego, diferenciamos la perversión del rasgo
de perversión. La perversión como una estructura clínica, y los rasgos de
conducta respecto al goce sexual en las neurosis y en las psicosis; en la
psicosis puede tener un carácter funcional porque estabiliza la posición del
sujeto.
En las estructuras clínicas (neurosis, psicosis, perversión) identificamos
tres respuestas diferentes al encuentro con la castración, con el no querer
saber de la castración en el Otro materno:
a) la represión para la neurosis;
b) la forclusión para la psicosis;
c) la desmentida o renegación para la perversión.
A su vez, cada estructura clínica tiene varios tipos clínicos:
1. la neurosis: neurosis obsesiva, histeria, fobia;
2. la psicosis: esquizofrenia, paranoia, psicosis maníaco-depresiva,
psicosis melancólica, parafrenia;
3. la perversión: sadismo, masoquismo, exhibicionismo, voyerismo,
“travestismo”.
Una aclaración en relación con lo que dije sobre la estabilización y la
homosexualidad. La homosexualidad no es una estructura clínica: se juega
en la neurosis, en la perversión y en la psicosis; no es una estructura clínica
como no lo es la drogadicción, la delincuencia, la anorexia, la bulimia.
Estructuras clínicas son neurosis, psicosis y perversión; y puede haber
drogadictos neuróticos, perversos o psicóticos; delincuentes neuróticos,
perversos o psicóticos, etcétera. Una cosa es el sádico como un perverso y
otra cosa es, por ejemplo, para un neurótico, que su rasgo de perversión sea
sádico, pero no es un perverso sádico. Cualquiera de estas formas las
podemos encontrar como rasgo de perversión en las neurosis y en las
psicosis.
Veamos la diferencia entre fetiche y fetichización. Cuando Freud escribe
“Tres ensayos de teoría sexual”, no dispone aún de la lógica Edipo-
castración, con lo cual, todavía no tiene formulado a qué lugar viene
exactamente el fetiche. Lo anticipo para que se vayan orientando: el fetiche
es elevar un objeto, en principio cualquier objeto, al lugar del falo. Freud
dirá que, en general, los objetos fetiches son aquellos objetos anteriores al
encuentro con la castración de la mujer. Entonces, podemos encontrar que
el objeto fetiche que reniega de la castración es aquel objeto anterior al
encuentro con los genitales femeninos: el ruedo de una pollera, una braga,
para tomar algunos ejemplos que da Freud mismo. Antes del encuentro con
lo que no hay debajo de la braga, está la visión de la braga.
Les puede parecer un poco gracioso en esta época, pero recuerden que
Freud toma este ejemplo para explicar una lógica: antes de encontrarse con
los genitales femeninos –o sea, con la castración en términos de la lógica
falo-castración–, ante el horror que le provoca ese encuentro, el sujeto
produce el objeto anterior al encuentro –la braga, el ruedo de una pollera,
una bata, lo que puedan imaginar–. Eso que tapa es el momento anterior al
encuentro de la visión del genital femenino. Lo fija como falo simbólico.
Para entenderlo, háganse la representación en lo imaginario: a aquello que
el sujeto vio antes de ver el horror de la castración, se le da la dignidad del
falo. El falo, en cuanto fetiche, desmiente la castración pero, al mismo
tiempo, es un monumento a ella. Para Freud hay un momento de detención
de la historia, como una película detenida en una escena. Es una detención y
una fijación.
Volvamos a “Tres ensayos de teoría sexual”. En el punto “Sustituto
inapropiado del objeto sexual. Fetichismo”, Freud dice:
Pero lo propusimos hasta tomar conocimiento del factor de sobrestimación sexual, del cual
dependen estos fenómenos, que conllevan un abandono de la meta sexual (...). Los casos en que se
exige al objeto sexual una condición fetichista para que pueda alcanzarse la meta sexual –
determinado color de cabellos, ciertas ropas, aun defectos físicos– constituyen la transición hacia
los casos de fetichismo en que se renuncia a una meta sexual normal o perversa (...) (p. 139).

Entonces, fetichización es condición erótica: se le exige al objeto sexual


determinado color de cabellos, cierta ropa, aun defectos físicos. Si bien es
una condición erótica, no se desprende ese rasgo de la persona, no se tiene
una relación sexual con ese rasgo separado de quien lo porta.
Una aclaración fundamental que no hice: estoy hablando de los varones,
porque perversión encontramos en varones, no en mujeres, que solo las hay
neuróticas o psicóticas. La perversión es propia de la sexualidad masculina;
en la sexualidad femenina no hay perversas. En una mujer, la única
modalidad, la única figura del fetiche que hay es el hijo o hija, el hijo
viniendo al lugar del fetiche. Que no hay mujeres perversas –por la cuestión
del fetiche que ahora vamos a ver– no quiere decir que no haya histéricas
que tengan unos cuantos rasgos perversos, pero no estamos hablando de
estructura perversa. Puede haber una mujer que tenga fantasmas, fantasías
masoquistas, pero una verdadera perversa masoquista no existe. Hay
mujeres que alcanzan un modo de satisfacción sexual con una fantasía
masoquista, y por eso los varones creen que las mujeres son masoquistas,
pero es una fantasía masculina. No hay masoquistas femeninas, porque no
hay perversas. Ya vamos a ver que el fantasma como tal, siempre es
masoquista. Esto me permite hacer una aclaración. La perversión implica
gozar con la angustia del partenaire. Un sádico no toma como partenaire a
un masoquista, porque si lo castiga, no se angustia sino que goza, entonces
no le sirve.
Les recomiendo que lean La Venus de las pieles, una novela de Leopold
von Sacher-Masoch, de donde proviene el término masoquismo. El
protagonista es un masoquista que se llama Severino, y su pareja, Wanda, es
una histérica. Al final de la novela el personaje está en una columna,
amarrado con cadenas, para que su partenaire le pegue latigazos. Pero la
joven Wanda está cansada, es histérica y se angustia todo el tiempo. Se
retira, y aparece en escena otro personaje, el griego, un sádico, y no un
histérico que se angustia cuando le pega. Como al sádico le gusta, entonces,
lo castiga. Severino, a partir de ese encuentro, regresa a su pueblo, se hace
cargo de la empresa familiar, se casa, tiene hijos y se cura. Es una novela,
un perverso no se cura así, pero sirve como ejemplo. El exhibicionista goza
con la angustia que produce, por eso hay una dimensión de la sorpresa. El
voyerista coloca su mirada en la escena que está viendo, completando la
escena. Tengo perversos en trabajo de análisis, pero el trabajo se puede
hacer hasta cierto punto. El problema es que el neurótico viene a la
consulta, el psicótico a veces viene, pero la mayoría de las veces lo traen, y
el perverso, ¿para qué va a venir, si está fenómeno? Solo si se le conmueve
la relación con lo que ha venido al lugar de fetiche, viene a consulta, y el
trabajo es duro. El problema es la instalación de la transferencia analítica,
porque el perverso no le supone al analista un saber sobre su condición de
goce, porque el que sabe absolutamente es él.
Retomemos. Decíamos que una cosa es la fetichización, que vale como
condición erótica, y otra cosa es el fetiche. Dice Freud:
El caso patológico sobreviene solo cuando la aspiración al fetiche se fija, excediéndose de la
condición mencionada –la condición erótica–, y reemplaza a la meta sexual normal; y además,
cuando el fetiche se desprende de esa persona determinada y pasa a ser un objeto sexual en sí
mismo. Estas son las condiciones generales para que meras variaciones de la pulsión sexual se
conviertan en desviaciones patológicas (p. 140).

O sea que no es que tal color de cabello es condición para, sino que es
ese cabello el objeto mismo; el fetiche se desprende de esa persona
determinada y pasa a ser un objeto sexual por sí mismo. ¿Se entiende la
diferencia entre fetichización y fetiche? Se separa, vale como condición
absoluta, no es un rasgo del objeto, sino que pasa a ser en sí mismo el
objeto, y se fija como objeto. La fetichización, la condición neurótica
también tiene que ver con la fijación, la diferencia es que es un elemento
que permite el acceso amoroso, erótico, con respecto a un partenaire. En
una nota de la página siguiente, Freud afirma:
[Nota agregada en 1910:] En muchos casos de fetichismo del pie puede demostrarse que la
pulsión de ver, originariamente dirigida a los genitales y que quería alcanzar su objeto desde
abajo, quedó detenida en su camino por prohibición o represión y por eso retuvo como fetiches al
pie o al zapato. Y en ese proceso los genitales femeninos se imaginaron, de acuerdo con la
expectativa infantil, como masculinos (p. 141, nota 22).

En el marco del texto “Fetichismo” de 1927, Freud se hace una pregunta


respecto a un caso clínico. Fíjense que la cuestión es mucho más compleja
que ver solo el último objeto, el pie o una braga. Lo leo para que vean el
punto de complejidad y la riqueza al mismo tiempo:
El caso más asombroso pareció el de un joven que había elevado a la condición fetichista cierto
“brillo en la nariz”. Se obtuvo un esclarecimiento sorprendente al averiguar que el paciente había
sido criado en Inglaterra pero luego se estableció en Alemania, donde olvidó casi por completo su
lengua materna. Ese fetiche, que provenía de su primera infancia, no debía leerse en alemán, sino
en inglés: el “brillo (Glanz) en la nariz” era en verdad una “mirada en la nariz” (glance,
“mirada”); en consecuencia, el fetiche era la nariz, a la que por lo demás él prestaba a voluntad
esa particular luz brillante que otros no podían percibir (p. 147).

Glanz es en alemán y glance es en inglés, por lo tanto, hay una


transliteración y formación de una problemática clínica que toma la
cuestión del lenguaje; dos idiomas y el efecto de consonancia fónica de
estas dos palabras. Se arma Glanz, “brillo en la nariz”, cuando en realidad
se refiere a glance, una “mirada en la nariz”. Ya tenemos una complejidad,
porque un determinado brillo en la nariz vale como objeto fetiche e implica
una transliteración, un efecto de traducción de una lengua a otra y la
resonancia fónica de la lengua materna olvidada, reprimida, pero que
retorna bajo este modo.
Y continúa diciendo:
Por eso me apresuro a agregar que no es el sustituto de uno cualquiera, sino de un pene
determinado, muy particular, que ha tenido gran significatividad en la primera infancia, pero se
perdió más tarde. Esto es: normalmente debiera ser resignado, pero justamente el fetiche está
destinado a preservarlo de su sepultamiento (Untergang). Para decirlo con mayor claridad: el
fetiche es el sustituto del falo de la mujer –de la madre– en el que el varoncito ha creído y no ha
querido renunciar (...) (pp. 147-148).

Es el sustituto del pene, y no de cualquiera sino del materno. Recuerden


ustedes que antes ubiqué las estructuras clínicas como tres respuestas
distintas del encuentro con la castración de la madre. Bueno, Freud dice
más adelante:
No es correcto que tras su observación de la mujer [la madre] el niño haya salvado para sí,
incólume, su creencia en el falo de aquella. La ha conservado, pero también la ha resignado; en el
conflicto entre el peso de la percepción indeseada [la castración] y la intensidad del deseo
contrario [de que no esté castrada] se ha llegado a un compromiso como solo es posible bajo el
imperio de las leyes del pensamiento inconsciente –de los procesos primarios– [o sea, el fetiche
como compromiso]. Sí; en lo psíquico la mujer sigue teniendo un pene, pero este pene ya no es lo
mismo que antes era. Algo otro lo ha reemplazado; fue designado su sustituto, por así decir, que
entonces hereda el interés que se había dirigido al primero. Y aún más: ese interés experimenta un
extraordinario aumento porque el horror a la castración se ha erigido un monumento recordatorio
con la creación de ese sustituto (...) (p. 149).

Si el fetiche viene al lugar del pene materno –aquel pene que la madre
no tiene–, incluyendo el fetiche, se desconoce que la madre está castrada.
Al mismo tiempo, la instalación del fetiche hizo un monumento mismo a la
castración, porque tiene que tenerlo siempre presente y no puede
desprenderse de él; pasa a ser esclavo absoluto de ese fetiche. Ambas cosas:
coloca el fetiche como aquello que taponaría, que desmentiría, que
renegaría de la castración materna, pero la instalación del fetiche mismo es
un monumento al encuentro con la castración.
Freud sostiene que es una solución de compromiso, fórmula que también
utiliza para el síntoma. La diferencia es que interpretando se disuelve el
síntoma, pero no el fetiche, porque no es un representante psíquico, es un
objeto, entonces no hace metáfora. Si al sujeto de “brillo en la nariz”,
“mirada en la nariz”, le comunico como interpretación este deslizamiento,
la interpretación no hace caer el fetiche. Si fuera un síntoma en el que hay
deslizamiento de un representante psíquico a otro, una transliteración –un
trabajo de relación entre la lengua materna y la otra lengua–, cuando le digo
Glanz y glance, “brillo” y “mirada”, este equívoco y la consonancia de este
representante psíquico harían caer, desaparecer el síntoma. Como es un
fetiche, me puedo pasar la vida jugando con el equívoco Glanz-glance, sin
que caiga, sin que desaparezca: es inmutable, y vamos a ver por qué.
Si vuelvo a la descripción de fetichismo, tengo que señalar que ciertamente hay numerosas e
importantes pruebas de la bi-escindida actitud del fetichista frente al problema de la castración de
la mujer. En casos muy refinados, es en la construcción del fetiche mismo donde han encontrado
cabida tanto la desmentida como la aseveración de la castración. Así un hombre cuyo fetiche
consistía en unas bragas íntimas, como las que pueden usarse a modo de malla de baño. Esta pieza
de vestimenta ocultaba por completo los genitales y la diferencia de los genitales. Según lo
demostró el análisis, significaba tanto que la mujer esté castrada cuanto que no esté castrada, y
además permitía la hipótesis de la castración del varón, pues todas esas posibilidades podían
esconderse tras las bragas, cuyo primer esbozo en la infancia había sido la hoja de higuera de una
estatua. Un fetiche tal, doblemente anudado a partir de opuestos, se sostiene particularmente bien,
desde luego. En otros casos, la bi-escisión se demuestra en lo que el fetichista hace –en la realidad
o en la fantasía– con su fetiche. No sería exhaustivo destacar que venera al fetiche: en muchos
casos lo trata de una manera que evidentemente equivale a una figuración de la castración (...) (p.
151).

Cada vez que dice “mujer”, ustedes reemplácenlo por “madre”.


Finalmente, aparece la cuestión de los cortadores de trenzas, que toman la
trenza como fetiche.
La diferencia entre el cortador de trenzas y el fetichista es que para este
último es condición absoluta y, además, es un objeto fijado, insustituible, y
no es un objeto metafórico en el sentido de poder ser interpretado. No se
deshace con palabras, marca un punto de detención en la historia del sujeto,
en la constitución de su posición subjetiva. Es un elemento fijo, inamovible,
no se deshace con la interpretación, como sí se deshace un síntoma. Ese
objeto que viene a desmentir no es un síntoma, no tiene un valor
metafórico. Desmentida es el nombre de la operación. Pero la desmentida
implica no solo no querer saber sobre la castración femenina, sino que
también, en el lugar en el que podría encontrarse con la castración, erige
algo como falo. Entonces, es una operación completa. Esto da cuenta de una
estructura clínica soportada en el mecanismo de la desmentida. Así como
ubicábamos la represión para la neurosis y la forclusión para la psicosis, el
mecanismo propio para la perversión es la desmentida. Entonces,
fetichismo es, por un lado, el paradigma de la perversión en el sentido de
que toda perversión implica la desmentida. Cuando hablo de perversión no
hablo ni de represión ni de forclusión, hablo de desmentida. Siempre se
trata no solo de “no querer saber sobre la castración femenina”, sino que,
además, eleva algo, un objeto, a la dignidad de falo. Entonces, fetiche,
“fetichismo”, marca la diferencia con otras estructuras clínicas, define la
estructura perversa y, a la vez, es una de las formas, una de las figuras de la
perversión.
Quiero hacer una diferencia importante. Hablamos de la función de velo
antes del encuentro con la castración –las bragas, polleras, una toalla,
etcétera– que puede servir como objeto fetiche. Esto es una cosa, pero hay
otra relación, especial, de lo femenino con el velo. Las mujeres velan sus
órganos para producir un efecto en el partenaire. Si tomamos como
referencia la castración, algo propiamente femenino, que es velar una falta,
velar una nada, esto habla de un poder creativo en las mujeres, ya que no es
que con un velo velan algo, como en el caso del travesti, que sí vela algo.
Las mujeres, al velar esa falta, le dan un lugar destacado al velo y lo que
velan. Pero eso no es fetichismo ni perversión, es feminidad.
Podemos definir a una mujer como un sujeto que sabe velar una nada de
un modo especial, ya que reconoce el valor que tiene la dimensión del velo,
pero ese velo vela la castración, no está al servicio de la desmentida en
términos de la perversión. Ese velo produce una atracción mayor hacia
aquello que se vela, que si no estuviese velado. Por lo tanto, lo velado
produce un efecto de atracción en el partenaire. Es la diferencia entre lo
que sería una película erótica y una película pornográfica: la película erótica
juega con los velos y la pornográfica sin ellos. La función del velo sostiene
la condición erótica. La sugerencia, la sutileza del detalle es femenino, no
es fetiche, no es desmentida ni renegación, es saber hacer algo maravilloso
con lo que no hay, hay que admirar a las mujeres por eso.
Clase 2

EL FANTASMA “PEGAN A UN NIÑO”

- Argumento y modo de satisfacción


- Las tres fases
- Sentimiento inconsciente de culpa

Vamos a trabajar un tema muy interesante e importante. Es sobre un texto


fundamental en la obra de Freud y en el psicoanálisis: “Pegan a un niño”.
Habla también de un problema clínico crucial en el curso de cualquier
análisis, una problemática de las más importantes que, a la vez, puede
arrojar luz para poder entender ciertas cuestiones en el campo de lo social.
Fundamentalmente, tratar de pensar qué hay de la satisfacción en los
humanos con relación al dolor: hacerse producir dolor y producir dolor. Esa
satisfacción propia del ser humano que encontramos en la clínica –que se
expresa en el trabajo con los pacientes– y que también encontramos en los
fenómenos sociales. Pienso en los atentados a la Embajada de Israel y a la
Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en Buenos Aires, y pienso
cuando hace algunos años, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner –
por entonces candidata– en las Naciones Unidas hizo mención sobre esta
cuestión.
Esto también remite a las preguntas que se abren con relación a lo que
fue el Holocausto, en el que fueron aniquilados no solo millones de judíos,
sino también millones de no judíos. Hay un capítulo en el Seminario 11 de
Jacques Lacan, donde sostiene que incluso las categorías hegeliano-
marxistas no pueden explicar acabadamente cómo es posible que haya
sucedido algo así. Cómo es posible ese sacrificio, esa matanza que fue el
Holocausto, que es una de las tantas matanzas que se han producido y se
están produciendo en el mundo. La matanza de la población originaria de
millones y millones de indígenas en América Latina; las masacres del
pueblo palestino y de Irak. El psicoanálisis intenta aportar algo respecto a
ese punto donde no puede explicarse del todo el Holocausto, las guerras en
la ex Yugoslavia, las masacres entre serbios, bosnios, entre otros.
Estos temas no pueden entenderse solo por cuestiones ligadas al campo
de la política y la acumulación de capitales, la acumulación de ganancias.
No ignoramos que estas problemáticas están en juego, porque no se trata de
desconocer que las guerras son guerras por intereses políticos, económicos,
militares, pero no solo por eso. Hay un plus que tiene que ver con esa
satisfacción paradójica de los humanos, esa satisfacción en hacerse matar,
en matar, etcétera.
En la clínica psicoanalítica nos encontramos con que, en principio, los
pacientes hablan de sus síntomas desde un lugar de malestar y displacer.
Puntualmente, se quejan de sus síntomas: “¿Por qué no puedo dejar de
hacer tal cosa?”, o “¿Por qué hago tal cosa en contra de mí?”. Los pacientes
son muy habladores al momento de dar el más mínimo detalle de todo lo
que puedan ubicar como cuestiones sintomáticas.
Respecto a lo que Freud llama fantasía, los pacientes no hablan, no se
quejan de las suyas; más bien se satisfacen con ellas, las tienen presentes,
son conscientes, pero de eso no hablan. Cuando logran comunicarlas, lo
hacen siempre con una dimensión de pudor y de vergüenza, como un acto
de confesión. Pues no se trata de retorno de lo reprimido, sino que las
fantasías están presentes para la conciencia, y los sujetos las relatan de ese
modo y las preservan para su intimidad.
En general, la fantasía se articula con un modo de satisfacción
masturbatoria. Recuerden siempre lo que hemos trabajado acerca de que la
conexión de la práctica masturbatoria con la fantasía es una soldadura, no es
algo que viene dado. Está el placer de órgano que se suelda, que se articula
con una fantasía. Una fantasía que tiene una práctica que no requiere de
otro. Es un modo de satisfacción fálica en varones y mujeres, masturbatoria,
autoerótica, ya que no requiere de otros cuerpos, de otros. Estas fantasías
siempre son contradictorias con los ideales del sujeto. Tenemos sujetos que
en su vida social son muy generosos y en su fantasía hay un nivel de
mezquindad sin límite; tenemos mujeres militantes del movimiento
feminista que se satisfacen con una fantasía masoquista. Las podemos
encontrar siempre en contradicción con sus ideales: si se trata de alguien
especialmente bondadoso con los otros, sus fantasías van a ser de una
práctica sádica respecto a algún partenaire con quien fantasea. Es por eso
que a los sujetos les da vergüenza y pudor.
Esto es muy importante porque, a la vez, la fantasía, especialmente la de
“Pegan a un niño” –en la que es un adulto, el padre o un sustituto paterno,
el que golpea a un niño–, queda por fuera del conjunto de contenido de la
neurosis. Dice Freud que de las fantasías que los sujetos relataban, aquella
era la que producía una elevada satisfacción sexual. La encontrarán en el
texto “Pegan a un niño. Contribución al conocimiento de la génesis de las
perversiones sexuales” de 1919.
Así como les dije la clase pasada que fetichismo es una de las
expresiones de la perversión sexual y, también, el paradigma de la
perversión, la fantasía “Pegan a un niño” es el paradigma del fantasear de
todos los neuróticos; en efecto, los casos que analiza –seis– son de
pacientes neuróticos. Entonces, ¿cómo es? ¿Se trata de dos categorías
clínicas? No, se trata de la misma categoría clínica en cuatro mujeres y dos
hombres, de los cuales tres son pacientes obsesivos, uno histérico, otro sin
un diagnóstico fijo, y del último se olvida. Hay una especie de lapsus en
Freud que hace que hable de seis casos y, sin embargo, explique cinco,
olvidando uno. Lo importante es que son pacientes neuróticos. Entonces,
¿de qué se trata? ¿De perversos o de neuróticos?
Una fantasía es como un rasgo primario de perversión, pero en la
neurosis. El sujeto no las realiza; piensa en ellas, se regocija en el
pensamiento con ellas. Las fantasías– de la cual “Pegan a un niño” es el
paradigma– tienen, como los sueños, un estatuto de imágenes, una
dimensión imaginaria, porque son personajes, son escenas, son lugares.
También tienen un texto, un argumento igual que el texto del sueño, con lo
cual tienen una dimensión simbólica. A la vez, dan cuenta de una fijación
pulsional. Las fantasías son tres lugares –anticipo lo que van a trabajar el
próximo año–: tienen una dimensión imaginaria, una dimensión simbólica y
una dimensión que Lacan llama real. Tienen imágenes, figuras, personajes;
un texto, un argumento; y una fijación a un objeto –imaginario, simbólico,
real–.
Freud sostiene que la fantasía “Pegan a un niño” tiene tres fases situadas
por el trabajo analítico, y que es fundamental la ubicación del fantasma,
porque este es el lugar de la verdadera resistencia. Es algo que se presenta a
modo de una inercia, es rutinario, siempre el mismo; no es un texto que
varía, no tiene la diversidad sintomática, sino que es de una monotonía
absoluta. En las páginas 182 y 183 del mismo texto, dice que cuando trata
de reconstruir esas tres fases, lo que los pacientes confiesan es la tercera de
ellas, pero que hay dos primeras. Freud entrama el análisis de “Pegan a un
niño” con el complejo de Edipo, pues esta se forma entre los tres y cinco
años; o sea que es propio de la lógica edípica y tiene como referencia al
padre.
El primer tiempo de la fantasía es el padre le pega a un niño. Se trata del
lugar que juega el padre en la fantasía del Edipo, en los hombres y en las
mujeres. Aclaro esto porque a veces en la fantasía, fundamentalmente en la
de los varones, la que aparece pegando es una mujer, la madre, pero es una
desfiguración. Freud afirma que siempre se trata del padre: detrás de la
figura de la madre siempre aparecerá el padre. Esto puede ocurrir para
preservarse el sujeto de la dimensión homosexual que implicaría. El padre,
entonces, le pega al niño odiado por mí. ¿Por qué? Por la rivalidad y los
celos. Que el padre le pegue a otro niño, a partir de la rivalidad con ese
hermano o ese sustituto de hermano, ese otro chico, me permite creer ser el
hijo amado por el padre. Dice Freud que esta fantasía –el padre le pega al
niño odiado por mí, y de este modo soy el hijo amado– es sádica. Los
sujetos recuerdan esta fantasía, recuerdan la fase primera y recuerdan la
fase tercera, no la segunda.
La segunda fase, los sujetos no la recuerdan. Se trata de una
construcción en el análisis –recuerden que están trabajando la
construcción–. La segunda fase es soy pegado por el padre. Esta fantasía
del segundo tiempo no es sádica, es masoquista. Presten atención a que
digo, como dice Freud, “soy golpeado por el padre”, no digo “el padre me
pega a mí”. Hay una inversión de sujeto-objeto: soy pegado por el padre,
gramaticalmente, es en voz pasiva. No es en voz activa como la primera
fase el padre pega al niño odiado por mí. Es soy pegado por el padre. Es un
segundo tiempo que no está reprimido, que nunca se lo puede ubicar como
retorno de lo reprimido; es más, dice Freud, es una construcción del
análisis.
Este segundo tiempo es masoquista. Freud lo explica con dos
argumentos: en el pasaje de el padre pega al niño odiado por mí a soy
pegado por el padre, ese “soy pegado” tiene dos fuentes. Por un lado, por el
sentimiento inconsciente de culpa que produce la satisfacción de el padre
pega al niño odiado por mí; por el otro, el sentimiento inconsciente de
culpa hace que el segundo tiempo sea soy pegado por el padre. Pero este
segundo momento masoquista no solo implica esto, no es lo fundamental.
Se trata de una regresión de la fase fálica a la fase sádico-anal. ¿Qué quiere
decir? Ser golpeado por el padre es soy amado por el padre, soy gozado por
el padre. O sea, no es solo el sentimiento inconsciente de culpa: el padre
ahora me pega a mí, y soy castigado porque me satisfice con que pegara a
otro niño para ser el hijo amado –sentimiento inconsciente de culpa–.
Además, ser golpeado es un modo de satisfacción. Ser pegado por el padre
es soy amado, soy gozado por el padre.
En su texto “El problema económico del masoquismo”, Freud sostiene
que hay un masoquismo erógeno, el masoquismo primordial, que habla de
la primera fusión de la pulsión de vida y la pulsión de muerte, y que, sobre
ese masoquismo primario, erógeno, se fundan los otros dos: masoquismo
femenino y masoquismo moral. Del masoquismo femenino, en la página
167, Freud dice que es la satisfacción en ser golpeado, atado, humillado,
degradado. Lo llama femenino, pero no tiene nada que ver con la
feminidad, es una expresión, es la fantasía de ser humillado, degradado,
atado, calumniado, vejado, y satisfacerme con eso. El masoquismo
femenino de ese mismo texto, da cuenta del segundo tiempo de “Pegan a un
niño”. El segundo tiempo soy golpeado por el padre, da cuenta del
masoquismo femenino pero, a la vez, como se trata de la culpa, también del
masoquismo moral.
Entonces, son tres fases:
a) La primera es sádica: el padre golpea al niño odiado por mí por celos,
rivalidad, etcétera.
b) La segunda es masoquista; es la que se construye: soy golpeado por el
padre.
c) La tercera parece sádica, pero en verdad es masoquista.
Como decíamos antes, la satisfacción en ser golpeado, correspondiente a
la segunda fase, obedece a dos cuestiones. Por un lado, al sentimiento
inconsciente de culpa. Como decía el texto: como me satisfice en eso, para
mi conciencia moral debo ser castigado. ¿De qué se trata ese sentimiento
inconsciente de culpa? Del masoquismo moral. Por el otro, el soy pegado
conlleva en sí mismo la satisfacción, ya que “soy pegado” es “soy amado”
y, a la vez, el soy gozado por el padre es el masoquismo femenino. Por lo
tanto, en esta segunda fase del fantasma “Pegan a un niño” tenemos el
masoquismo femenino y el masoquismo moral del que Freud nos habla en
“El problema económico del masoquismo”.
La tercera fase es, nuevamente, alguien pega a un niño, “el padre pega a
un niño”, “el padre pega a otro niño”. Parece igual que la primera, parece
sádica, pero no lo es. Freud afirma que es masoquista, porque de lo que se
trata en esta fase es que el sujeto se hace representar por ese otro, es un
modo de desfiguración. Por lo tanto, se sostiene soy pegado por el padre
desfiguradamente, yo soy pegado por el padre en un otro que me representa.
Ese otro niño aquí me representa, por lo tanto la satisfacción es masoquista.
La satisfacción no es porque el padre pega al otro; la satisfacción es
masoquista porque ese otro es una representación de mí mismo.
La tercera tiene un agregado que no tienen las otras dos: el padre le pega
a un niño, y yo estoy mirando la escena, donde el sujeto se ve en la escena
mirando. Esto es crucial y lo vamos a retomar más adelante. Entonces, el
padre pega a un niño otro, pero la satisfacción es masoquista porque ese
niño me representa a mí. Me represento en el otro, y mirando. El sujeto está
en los dos lugares: en el que es pegado y, además, está mirando.
Cada sujeto, todos y todas –siempre pensando en la neurosis–, tenemos
una versión de soy pegado por el padre. A nivel de nuestro fantasma,
tenemos una versión de soy pegado por el padre con la cual nos
satisfacemos.
El fantasma “Pegan a un niño” es un argumento, un texto para producir
esta satisfacción autoerótica que parte de la fuente, circunvala el objeto de
la pulsión parcial y se satisface en la fuente. Con Edipo, que es el segundo
tiempo lógico, la construcción del fantasma permite que esa fijación
pulsional, como satisfacción autoerótica sostenida en ese texto, se satisfaga.
Entonces, puedo crear un argumento propio de soy pegado por el padre.
Con ese argumento realizo la satisfacción pulsional en relación con un
objeto fijado de la pulsión parcial.
Con el fantasma “Pegan a un niño”, Freud está recogiendo los dos
destinos de la pulsión que trabajó en “Pulsiones y destinos de pulsión”.
¿Cuáles? Vuelta contra sí mismo y transformación en lo contrario. Ya están
trabajando “Más allá del principio de placer”, pulsión de vida y pulsión de
muerte. En los capítulos 2 y 3, Freud habla de la tendencia masoquista del
yo (p. 16), de una fuerza independiente del principio de placer. En la página
17 ubica tendencias más originarias que las del principio de placer. Luego,
es fundamental la referencia inconsciente del ello en la página 19.
Pero ¿qué dice Freud? Cuando está trabajando la nueva dicotomía
pulsional dice que el aparato psíquico no está gobernado por el principio de
placer, hay un más allá sostenido en la pulsión de muerte. Lo ubica como un
retorno a lo inanimado, la pulsión de muerte que lleva el goce del sujeto.
Una cosa es decirle al partenaire “te quiero comer” en el medio del acto
amoroso, y otra cosa es hacer lo que hizo hace dos años ese alemán que se
los comía de verdad. ¿Qué es lo que hace el fantasma? El fantasma como
dispositivo, transforma el más allá del principio de placer en ganancia de
placer. Es económico. Disculpen este ejemplo, es un poco crudo, pero es
más allá del principio de placer, pulsión de muerte: “te quiero comer” y “te
como”. En cambio, en el fantasma “Pegan a un niño”, es hacer entrar esto
como fantasía, como encuentro amoroso, como una ganancia de placer; ahí
cumple la función económica.
¿Cuál es el modelo, el paradigma, de la dimensión económica del
fantasma “Pegan a un niño”? El paradigma es lo que trabajan en “Más allá
del principio de placer”, el fort-Da, el juego del nieto de Freud. El niño
juega a hacer desaparecer y aparecer, pero muchas veces se queda solo con
el hacer desaparecer, y se satisface en ello, logra una satisfacción, que es la
gran pregunta de Freud, ya que supuestamente tendría que satisfacerse en la
aparición. ¿Cómo es que se satisface en la desaparición? ¿De qué
satisfacción se trata el satisfacerse en la compulsión de repetición de solo
hacer desaparecer el carretel? Se trata de una satisfacción que excede la
formulación de que el aparato psíquico está gobernado exclusivamente por
el principio de placer. No es otro principio, sino que el más allá del
principio de placer da cuenta de lo que Freud llama pulsión de muerte. En
las neurosis de destino, en los sueños traumáticos, en el juego del fort-Da,
en la transferencia, se da esa satisfacción paradójica, satisfacción en el
neurótico.
Entonces, así como el fort-Da es una maquinaria que transforma el más
allá del principio de placer en ganancia de placer, el fantasma y los modos
de fantasma “Pegan a un niño” de cada uno, es un artefacto que llevamos en
la estructura psíquica que realiza este trabajo permanentemente.
A veces esa maquinita tiene desperfectos, que hoy llaman ataque de
pánico. Es cuando la maquinita no realiza su trabajo habitual, y también
cuando los pacientes consultan. Cada neurótico que viene a la consulta,
viene a decirnos el modo particular en que está descompuesta su maquinita
de transformación de más allá del principio de placer en ganancia de placer;
algo ha quedado desajustado en su modo de satisfacción.
Nosotros vendríamos a ser los mecánicos de este artefacto que a veces se
descompone. Sabemos que se trata de una situación de angustia tremenda
por parte de alguien, y que durante el primer tiempo trabajamos para
arreglarle la maquinita –recuerden “Pegan a un niño”–. Pero el trabajo del
psicoanálisis no es arreglar el desperfecto de la maquinita, porque hay otros
especialistas para arreglarlo: sacerdotes, rabinos, chamanes, brujos,
curanderos, psicoterapeutas, psiquiatras son especialistas en reparar el
desperfecto del artefacto. Los psicoanalistas nos ocupamos de repararlo si la
persona está en una situación de angustia peligrosa, si no, lo que hacemos
es poner a trabajar ese desperfecto en el análisis. Porque ese desperfecto, así
como le genera un impedimento al sujeto, es el lugar más fecundo para un
tratamiento psicoanalítico. Para que el sujeto pueda encontrarse con cuál es
su modo de satisfacción privilegiada, encontrar cuál es la verdad de su
argumento con el que siempre se satisface –y es una verdadera ganancia al
final del camino–, hacemos otra cosa que decirle a alguien algunas cosas
para que el artefacto se pueda arreglar: lo atamos con alambre, y que pueda
continuar con su artefacto, con su fort-Da, con su “Pegan a un niño”.
El fantasma “Pegan a un niño” da cuenta del campo de la neurosis. La
psicosis es psicosis porque no hay construcción de “Pegan a un niño”. El
delirio –momento restitutivo de la psicosis– viene al lugar en el que tendría
que estar el fantasma.
Para ir diferenciando, Freud nos habla en la página 182 y 183 de las tres
fases, fundamentalmente de la primera y la segunda. La tercera la aborda en
la página 186 más detenidamente. ¿Cómo podemos ubicar la
correspondencia con “El problema económico del masoquismo”? El
masoquismo erógeno y el masoquismo femenino, páginas 167, 170; y el
masoquismo moral, páginas 171 y 172.
Finalmente, si el masoquismo moral en el que se sostiene el sentimiento
inconsciente de culpa nombra a una instancia psíquica, se sostiene en la
instancia psíquica del superyó. Freud dice que hay algo también en el yo
que es inconsciente, pero no en el sentido de lo reprimido, hay un
inconsciente no reprimido, el ello.
Ubico masoquismo moral, sentimiento inconsciente de culpa, superyó,
masoquismo femenino, fijación pulsional, ello, el inconsciente. Una parte
de él es igual a lo reprimido, pero hay un inconsciente no reprimido, se
llama ello, que viene a sostener la compulsión de repetición.
Clase 3

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE


“ANÁLISIS TERMINABLE E INTERMINABLE”

- ¿Cuándo termina el análisis?


- ¿Qué es terminar el análisis?
- Escisión del yo
- Desautorización femenina
- Protesta masculina
- Advenimiento del analista

Cuando trabajamos “Pegan a un niño”, habíamos formulado los tres pasos


lógicos de la constitución del mismo. Recuerden que el segundo paso era
una construcción del análisis. Este paso, “soy pegado por el padre”, era el
más importante de los tres. Estaba formulado en voz pasiva –la acción del
verbo recae en el sujeto como objeto directo– y reunía tanto la culpabilidad
como la satisfacción, articulada como masoquismo femenino bajo una
modalidad regresiva. Esta construcción difiere de lo que va a formular
Freud en el texto “Construcciones en el análisis”.
Ante el límite que la represión primaria le marca a la interpretación
analítica, y ante la problemática del campo pulsional, Freud producirá esta
otra “herramienta” del analista. El antecedente en la construcción
conceptual freudiana es la reelaboración de los montos de afecto. En el
texto, Freud va a decir que ante la comunicación de una construcción, “a
todas luces certera”, pueden producirse tres efectos distintos:
a) relanzamiento de la cadena asociativa;
b) conmoción de los ante pórticos psíquicos (fantasía) y respuesta de la
pulsión emergente de restos visuales y auditivos cuando el niño era aún
incapaz de lenguaje;
c) finalmente, la construcción puede incrementar la reacción terapéutica
negativa.
Es quizá, orientados por esta observación, que podemos formular que
esta construcción que realiza el analista es un forzamiento simbólico de lo
real. El analista puede realizar una construcción no para forzar la represión
primaria, sino cuando un paciente llega al análisis o cuando en el curso de
un análisis es presa de una gran angustia –lo que hoy es llamado “ataque de
pánico”–. Se trata de la construcción de un sentido que restituye la
institución imaginaria del cuerpo.
Con estas importantes referencias, vamos a abordar la articulación del
texto “Análisis terminable e interminable” (1937) con “La escisión del yo
en el proceso defensivo” (1938 [1940]). Estos textos deben tener como
referencia “Esquema del psicoanálisis” (1938 [1940]), específicamente la
parte II llamada “La tarea práctica” y, dentro de ella, el capítulo VII, cuyo
título es “Una muestra de trabajo psicoanalítico”.
Tengamos presente que esta lectura supone los antecedentes de la
ubicación de la castración en la madre como motor de la defensa y referente
del síntoma en “Inhibición, síntoma y angustia”; que ya fue producida la
segunda tópica y las resistencias estructurales del ello y el superyó; que se
introdujo la última teoría del modelo pulsional: pulsión de vida y pulsión de
muerte; y que al masoquismo se lo ubicó como primario, siendo el erógeno
la base del femenino y del moral.
Freud produjo “Pegan a un niño”, en el cual situó la importancia del
segundo momento de la construcción fantasmática. A su vez, la regresión es
formulada como desmezcla pulsional, y la represión se constituye
solamente como uno de los métodos de defensa. También contamos con el
texto “Fetichismo” y la solución perversa respecto al horror a la castración.
¿Cuál es el punto de articulación de los dos textos situados al inicio? La
desautorización de la feminidad y la desgarradura del yo ante el encuentro
con la castración. ¿Cuál es la relación de la “alteración del yo” de “Análisis
terminable e interminable” y “La escisión del yo”? Ambos son efecto de la
defensa.
Con esta guía, pasaremos al desmontaje de ambos textos.
Comenzaremos por “Análisis terminable e interminable”.
a) Primer capítulo:
Freud se pregunta por la duración de los análisis y por dónde asir clínica
y teóricamente el final de análisis. Tomando la referencia del Hombre de los
Lobos y el empuje a lo interminable por parte de este, la “solución” fue
fijarle un plazo para la conclusión. El problema es cuándo introducir lo que
llama violento recurso técnico.
b) Segundo capítulo:
La guía de este capítulo es la pregunta respecto a qué quiere decir “final
o término de un análisis”. ¿Se tratará de la eliminación de los síntomas y la
superación de las inhibiciones y la angustia? Pero estos “logros” ¿se
mantendrán estables o podrían repetirse las inhibiciones, los síntomas y la
angustia? La etiología de las neurosis es mixta: traumas tempranos y
pulsiones hiperintensas. Es solo la etiología traumática la más favorable a
una resolución eficaz, ya que el paciente puede “sustituir la decisión
deficiente que viene de la edad temprana por una tramitación correcta” (p.
223). La cura se produce por un cambio en la decisión. Esta formulación es
heredera de la fórmula “elección de neurosis” o consentimiento del sujeto.
A su vez, los factores más desfavorables para la conclusión son la
intensidad constitucional de las pulsiones y la alteración perjudicial del yo.
Freud se encarga de despejar una cuestión central: la alteración del yo tiene
etiología propia, no es efecto de la intensidad pulsional.
c) Tercer capítulo:
En este capítulo, donde en principio ubica los tres factores decisivos
para “las posibilidades de la terapia analítica”: influjo de traumas,
intensidad pulsional, alteración del yo, va a formular que se ocupará del
segundo de ellos.
¿Es posible domeñar la pulsión? Strachey nos recuerda que
“domeñamiento” (Beendigung) implica la mezcla o ligadura de la libido
que, de este modo, vuelve inocua a la pulsión de muerte. Por lo tanto, es la
ligadura lo que “domeña” y liga a la pulsión de muerte y, desde el
“Proyecto de Psicología” (1895), es una operación respecto a los recuerdos
penosos. Freud ubica dos factores que pueden acrecentar la intensidad
pulsional; ambos implican una irrupción del cuerpo: la pubertad y la
menopausia. El cuerpo que se pierde, el cuerpo que se adquiere: la irrupción
del cuerpo sexuado. Es en este capítulo donde se van a producir dos grandes
y centrales formulaciones económicas:
1. “¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un
estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y
cuya neocreación constituye la diferencia esencial entre el hombre
analizado y el no analizado?” (p. 229).
2. Pregunta en consonancia con el texto “¿Pueden los legos ejercer el
psicoanálisis?”. La rectificación, con posterioridad (nachträglich), del
proceso represivo originario, la cual pone término al hiperpoder del factor
cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica. Esta
rectificación solo puede entenderse desde el problema de la fijación
pulsional, fijación acorde con la represión primaria, tal como es abordada
en el capítulo III del historial de Schreber.
El problema económico de la fijación se expresa en fenómenos
residuales, formaciones reactivas, fases del desarrollo libidinal, etcétera.
Por lo tanto, el estado neocreado tiene como referencia una operación
respecto de la fijación. Pero esta operación deja un resto, ya que los
mecanismos de defensa del yo, defensa contra la intensidad pulsional, se
han vuelto ellos mismos un obstáculo, y de los mayores.
d) Cuarto capítulo:
Este capítulo propone un problema y tres modos de abordarlo. El
problema es si el análisis puede proteger de conflictos futuros. Freud lo va a
llamar profilaxis. Dice Freud:
Reflexionemos sobre los medios que poseemos para volver actual un conflicto pulsional latente
por el momento. Es evidente que solo dos cosas podemos hacer: producir situaciones donde
devenga actual, o conformarse con hablar de él en el análisis, señalar su posibilidad (p. 233).

Hablar de él acaba en un saber inocuo, sin consecuencias, un saber


impotente. Producirlo en la realidad es una intrusión como corte libidinal,
con las investiduras de objeto del paciente: lazos amorosos, laborales,
etcétera. Esta modalidad tiene objeciones éticas y teóricas de primer orden,
por lo tanto queda descartada. La segunda, que implica volver actual un
conflicto latente dentro de la transferencia, se produce “espontáneamente”
por la técnica analítica misma, en el “sentido del precepto según el cual el
análisis tiene que ejecutarse en la frustración” (versagung). La regla de
abstinencia es un operador de ese volver actual un conflicto latente. Freud
se refiere a la producción de escenificaciones por parte del analista para
producir, por ejemplo, celos o desengaños amorosos, o tomando el capítulo
anterior sobre las formaciones reactivas (lo generoso del mezquino, lo hostil
del comprensivo, etcétera). Volver actual el conflicto latente implica
conmover las defensas. Freud no recomienda esas escenificaciones ya que,
además, dañan la transferencia positiva y dan lugar a la transferencia
negativa. Está formulado aquí un debate sobre la importancia de la
emergencia de la transferencia negativa para una cura analítica y la función
del analista como productor de contingencias.
e) Quinto capítulo:
En este capítulo se va a ocupar de la alteración del yo. La primera
cuestión que formula es que un “yo normal” es una “ficción ideal”. El yo
media entre el mundo exterior y el ello. Los llamados mecanismos de
defensa tienen por tarea evitar “el peligro, la angustia, el displacer”. Freud
ubica aquí a la represión como uno más de los mecanismos de defensa.
Debemos, entonces, recordar dos cuestiones:
1. En el texto “Pulsiones y destinos de pulsión”, los destinos son
defensas frente a la pulsión.
2. En “Inhibición, síntoma y angustia” habla de métodos de defensa,
como el aislamiento y la anulación en la neurosis obsesiva, y de una
defensa anterior a la creación de las instancias psíquicas.
Los mecanismos de defensa sirven al propósito de apartar peligros. Es incuestionable que lo
consiguen; es dudoso que el yo, durante su desarrollo, pueda renunciar por completo a ellos, pero
es también seguro que ellos mismos pueden convertirse en peligros (p. 239).
(…) pero estos [los mecanismos de defensa] se fijan en el interior del yo, devienen unos modos
regulares de reacción del carácter, que durante toda la vida se repiten tan pronto como retorna una
situación parecida a la originaria (pp. 239-240).

El gran problema que aborda este capítulo es que los mecanismos de


defensa toman a la cura misma como un peligro, se presentan como una
resistencia al restablecimiento, como resistencia al descubrimiento de las
resistencias. Esta es la fórmula misma de la alteración del yo.
f) Sexto capítulo:
Aquí continúa con el problema del anterior capítulo. Este yo alterado por
esas fijaciones del ello es un yo que “todavía no existente tenga ya
establecidas las orientaciones del desarrollo, las tendencias y reacciones que
sacará a la luz más tarde” (p. 242). Las fijaciones son primeras,
lógicamente; luego, un nuevo acto psíquico produce al yo. Estas fijaciones
dan cuenta de la viscosidad de la libido con perturbación del desasimiento
de ciertos objetos. Recordemos que en la pluma de Freud nadie enferma por
una fijación pulsional sino, por el contrario, cuando se ve constreñido a
abandonarla. Enfermar, en esta línea, tiene el estatuto de una dislocación de
la satisfacción pulsional. Esta inercia psíquica de la fijación es designada
como resistencia del ello. También en este capítulo se presenta la otra
resistencia estructural, la del superyó, bajo la presentación clínica de la
reacción terapéutica negativa. Implica un aferrarse a la enfermedad bajo el
ordenamiento conceptual de la necesidad de castigo en el núcleo del
síntoma. La referencia económica de esta resistencia es el masoquismo
moral, así como el femenino lo es de la resistencia del ello. Recordemos
aquí que el segundo tiempo del fantasma “Pegan a un niño”, que es “soy
pegado por el padre”, aúna el castigo por la conciencia de culpa y la
satisfacción como masoquismo femenino, gracias a la regresión de la fase
fálica a la sádico-anal. Freud lo dice con todas las letras: “Ya conseguir
influjo psíquico sobre el masoquismo simple pone a dura prueba nuestro
poder” (p. 245). Pero este capítulo concluye con un enigma que se presenta
pudiendo desarticular lo ya construido. Se trata de que la “inclinación al
conflicto, que aparece de manera independiente, difícilmente se pueda
reducir a otra cosa que a la injerencia de un fragmento de agresión libre” (p.
246). Finalmente, Freud presenta la referencia a Empédocles y sus dos
principios: el de amor y el de discordia.
g) Séptimo capítulo:
Este capítulo, de central importancia, da cuenta del anudamiento de todo
lo hasta aquí desarrollado en relación al advenimiento de nuevos analistas.
Se trata, al mismo tiempo, de dar cuenta de por qué, junto con educar y
gobernar, psicoanalizar es una “profesión imposible”. La llamada por Freud
“aptitud de analista” se adquiere en dos tiempos: durante el análisis, con la
convicción de la existencia del inconsciente, y el tiempo posterior a este, a
partir de “los procesos de recomposición del yo”. ¿Cuál es el obstáculo a tal
adquisición? Los mecanismos de defensa. A su vez, si la terminación de un
análisis es una cuestión práctica, “mucho menos se distancia la práctica de
la teoría en casos del llamado ‘análisis del carácter’” (p. 251). Cuestión esta
última a retomar.
Cuando Freud se interroga por el advenimiento de nuevos analistas, la
primera respuesta es que la aptitud de analista que se adquiere en el propio
análisis es condición necesaria, pero no suficiente. Esa aptitud se alcanza
solo en un tiempo posterior al análisis. Pero puede haber habido análisis y,
sin embargo, no necesariamente haber adquirido esa aptitud.
Desde entonces, él sabrá ser un desecho. Es lo que el analista ha debido al menos hacerle sentir. Si
él no lo ha llevado al entusiasmo, bien puede haber habido análisis, pero analista, ninguna
probabilidad (J. Lacan, “Nota italiana”, p. 329).

Ese tiempo posterior, que es donde se decide, en efecto, el advenimiento


o no de un nuevo analista, implica la recomposición espontánea de las
alteraciones del yo, la cual solo es posible por una afectación de los
mecanismos de defensa, en la medida en que cree un estado inédito en la
economía libidinal. Esta creación original, efecto del análisis, no se refiere
a ninguna dimensión terapéutica, como el mismo Freud se encarga de
aclarar.
Los mecanismos de defensa son respuestas estereotipadas por fijación en
el núcleo del yo –el ello–, respuestas ante el peligro del encuentro con la
castración que, a su vez, conllevan una modalidad de satisfacción. Jacques-
Alain Miller, en su curso “Síntoma y fantasma” y en su “Marginalia de
Milán”, los fundamenta en cuanto fantasma. Según Freud, su no afectación
tiene por consecuencia que alguien, ocupando “profesionalmente” el lugar
de analista, dirija las curas haciendo un ejercicio de poder desde sus
mecanismos de defensa, y tenga una posición de “hostilidad y partidismo”
en la comunidad analítica. Por este motivo, la habilitación estatal del título
de psicoanalista es antifreudiana.
Debemos pues, diferenciar los mecanismos de defensa como fantasma –
como métodos de defensa que dan cuenta del tipo clínico– de la defensa, tal
como es formulada en el último párrafo del punto C del capítulo titulado
“Addenda” de “Inhibición, síntoma y angustia”. Esta defensa así formulada,
es anterior y fundante de las instancias psíquicas, por eso solo puede ser
afectada a partir de los objetos voz y mirada.
Por otra parte, en las diferentes traducciones de la obra de Freud se
nombra la palabra aptitud, tanto para la pregunta que Freud se formula
como para la respuesta que se da: “¿Dónde adquiriría la aptitud ideal? (…)
el período posterior al análisis puede –o no– otorgar ‘al analizado aptitud de
analista’”. Sin embargo, en el original alemán, Freud utiliza dos palabras
distintas. La primera palabra es eignung, sustantivo que se traduce como
idoneidad, talento, dotes. La segunda, tauglich, adjetivo que se traduce
como capaz o hábil, remite al quehacer, a la pragmática. La “aptitud-
eignung” se adquiere en el propio análisis; la “aptitud-tauglich”, en el
período posterior. Esta diferencia da todo su lugar al problema de la fijación
y del lugar del analista, en el texto “Consejos al médico sobre el tratamiento
psicoanalítico”. Estas fijaciones son el soporte de las respuestas
estereotipadas llamadas mecanismos de defensa.
El padre muerto devela la impotencia, el protopadre hace presente al
padre gozador. Son las dos vertientes de “Tótem y tabú”. En el primero, los
varones rehúyen de las mujeres gracias al sentimiento inconsciente de
culpabilidad, en el segundo, son expulsados o “feminizados”. Sabemos que
Freud le confiesa a Kardiner: “Tengo muchas cosas que me descalifican
como gran analista. Una de ellas es que soy mucho el padre”. Este padre no
es con el que se encuentra en 1904 frente a la Acrópolis, con la llamada
“escisión de la personalidad”, aunque intente explicar el ir más allá del
padre en la línea de los que fracasan al triunfar. Ir más allá del padre es su
osada intromisión con la creación del psicoanálisis, tal como se lo revela en
esa carta (regalo de cumpleaños) a Romain Rolland. Esta experiencia de
“carácter alucinatorio” conmueve la realidad psíquica como aquello que
anuda, “solo que si estos dos –simbólico e imaginario– se anudan de a tres
con lo real, el Nombre del Padre no es más que un semblante. Por el
contrario, si sin él todo se deshace, es el síntoma del nudo fallado” (J.
Lacan, R.S.I.).
Esa experiencia en Atenas implica, además, una desestabilización de la
respuesta estereotipada de los mecanismos de defensa y de cómo se
restituye el sentido bajo la modalidad de la “argumentación teórica” de la
rivalidad, de acuerdo a los “complejos”, como diría el mismo Freud en
“Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”. Sacrificando la
verdad al servicio del principio de placer, restituye al padre interdictor. Se
trata aquí de restituir el sentido mediante lo que J.-A. Miller ha llamado lo
religioso en el psicoanálisis, el “Dios del significante”.
La argumentación del episodio en Atenas es, quizá, el momento más
patético de salvar al padre de la religión como significante amo; porque se
revela como este S1 que es un producto, no es fundante. Es lo que Lacan
supo leer y por eso llamó a la realidad psíquica el anudamiento freudiano.
Es también un sacrificio en oposición al Tao del psicoanalista, que a partir
del “vacío-intermedio” permite que alguien pueda circular en lo que retornó
para él.
La contingencia que implica el modelo de la función articula, como lo
subraya el mismo Laurent, la père-versión y la variación de la verdad; y en
su uso de goce “conjuga el significante en su aspecto de letra y de goce”.
Este vacío-medio es el que considero que se presentifica en la obra “Seis
personajes en busca de un autor”, no solo entre los actores y el público, sino
que más radicalmente, en el fundamento mismo de la obra de Pirandello.
Vacío entre personajes y autor y entre actores y personajes. J.-C. Milner
descubre una tesis de F. Regnault respecto de esta obra, y la llama
“personajes de una obra que no puede existir más, son el imposible del
teatro”. En tanto que el hijo dice no al sacrificio, no hay tragedia, tal como
ocurre en el Edipo de Sófocles. Por otra parte, debemos recordar la
diferencia con la versión homérica, que no es sacrificial –movimiento que
marca el pasaje en la antigua Grecia de una cultura de la vergüenza a una de
la culpabilidad, y la herencia de las deudas comerciales y morales, que
pasan de padre a hijo hasta que se establece el derecho profano–.
El Freud que toma la última versión de Edipo es el que inventa el
psicoanálisis en la misma época que surge la arquitectura moderna, la
música atonal, la pintura no figurativa y el positivismo lógico. También es
el que es confrontado por Otto Weininger a partir de su texto Sexo y
carácter, texto antifeminista y antisemita, que es tomado por el fascismo
italiano:
judío-degenerado-feminizante. Mientras que el psicoanálisis no se aparta seriamente del modo de
pensar patriarcal, Weininger parte de la comprobación angustiada de que en la época moderna la
feminización de la cultura triunfa y mina los valores masculinos (p. 27).

Tenemos en Lacan, dos modalidades del rechazo a la castración en la


civilización. Una, atinente a la formulación del discurso capitalista, como
desmentida. La otra, posterior y correspondiente a su última enseñanza,
como forclusión del Nombre del Padre y su retorno en lo real como ley de
hierro. Este Nombre del Padre no refiere al Interdictor freudiano de su
primera época. No es el atinente a la formulación obsesiva de la religión del
Padre. Como dice J.-C. Maleval:
quizá podríamos disponer aquí del concepto de fallo de un anudamiento borromeano, pero
haciendo esta aclaración: no se encontrará ningún obstáculo para mantener la forclusión del
Nombre del Padre como estructura de la psicosis, aunque su concepción resulte renovada (p. 75).

Se trata del Padre-síntoma, el que hace de una mujer causa del deseo y
que está desencadenado de la versión freudiana. Père-versión que articula
goce y deseo. Es el Padre como nombrante, como existencia y con sus
consecuencias. Marca la diferencia entre “creer en” y “creer allí”. Hombre
deseante, sin ambages, incauto del enigma. El Padre modelo de la función,
deseante, nombrando hace posible un goce acotado (a-peritivo) y una
versión de cómo arreglárselas con el Otro sexo: “hace funcionar la Función
abriendo al Otro”. Es necesario que cualquiera pueda hacer excepción para
que la función de excepción se convierta en modelo. Abrir al Otro es lo
opuesto a pretender nombrar el ser como ideología totalitaria.
Es necesario que los personajes de Pirandello no encuentren autor y que
no se cierre la hiancia entre personaje y actor. De lo contrario, se produce el
triunfo absoluto de la religión de los hijos sacrificados bajo una norma:
tragedia.
¿Dónde se revela, precisamente en este punto, el impasse de Freud, pese
a sus advertencias respecto al advenimiento de nuevos analistas en
“Análisis terminable e interminable”? En su texto posterior, “Esquema del
psicoanálisis”, llamará al analista “nuevo superyó”. Del padre a lo peor.
A diferencia de esto, J.-A. Miller propone, en lo que llama la “era
pospaternal”, como la vía de su escapada, el cada uno particularizado por la
vía propia. El pase, según Miller en “Marginalia de Milán”, implica
verificar ese estado original del sujeto, lo que llamaré la aptitud-tauglich.
La función de los analistas implica sostener esa dimensión incauta del
querer decir del síntoma, de creer en él como “función social de la escucha”
en un mundo orientado por la religión de hierro de los objetos plus de goce
y sus complementarias “religiones blandas terapéuticas”. Estas últimas
pueden presentarse acordes con la transparencia-evaluadora del Ideal de los
derechos humanos cuando, en verdad, buscan transformar al psicoanálisis
en un gadget del panóptico universal. No son incautos, colaboraran con las
nuevas tragedias.
h) Octavo capítulo:
Tanto en los análisis terapéuticos como en los de carácter, los dos temas
que sobresalen son los aunados en la llamada roca de base: la envidia del
pene en la mujer y la protesta masculina en el varón. Predicar en el vacío es
la fórmula de la impotencia para remover la envidia del pene, y la
sobrecompensación desafiante remite al “sustituto del padre”. Pero más allá
de la roca de base, está la desautorización de la feminidad.
La referencia del texto “La escisión del yo en el proceso defensivo” es
“Fetichismo” (1927). El fetiche es el sustituto del falo de la madre como
respuesta al horror de la castración. La creación del fetiche implica la
desmentida (Verleugnung), ya que el sujeto ha conservado tanto como ha
resignado la creencia en el falo materno. La referencia en este texto de dos
hermanos que habían “escotomizado” la muerte del padre, abre la cuestión
de que existe un modo de respuesta diferente a la instalación del fetiche y,
radicalmente, que el horror a la castración no se asienta en ninguna
naturalidad biológica de la ausencia del pene. En estos hermanos existía
simultáneamente la actitud acorde al deseo –de que el padre seguía con
vida– y la acorde a la realidad –la muerte del padre–.
En el texto de “La escisión del yo en el proceso defensivo” (1938
[1940]), se revela que la amenaza de castración solo adquiere significación
por el encuentro de la castración en la mujer. Lo fundamental que Freud nos
aporta es que “las dos reacciones contrapuestas frente al conflicto –horror a
la castración–, subsistirán como núcleo de una escisión del yo” (p. 276).
Esta escisión preserva la satisfacción masturbatoria, pero no sin angustia.
Recordemos que desde “Inhibición, síntoma y angustia” el interés narcisista
del pene se explica porque este asegura el lazo con la madre no castrada. El
instrumento fálico representa al “individuo todo”.
En “Esquema del psicoanálisis” (1938 [1940]), en el capítulo VII, Freud
afirma que: “El hecho de la dualidad de los sexos se levanta ante nosotros a
modo de un gran enigma, una ultimidad para nuestro conocimiento, que
desafía ser reconducida a algo otro” (p. 188). Es en el capítulo VIII donde
recupera esta cuestión, para abordar la temática de la escisión del yo. El
fetichismo pasa a constituirse en solamente uno de los procedimientos
defensivos ante el horror a la castración. Además, “la solución” fetichista
no excluye, no anula en forma asegurada, a la angustia de castración. En
esta perspectiva, la coexistencia de dos posturas opuestas o independientes
entre sí es un “rasgo universal de las neurosis”: “solo que en este caso una
pertenece al yo, y la contrapuesta, como reprimida al ello” (p. 205).
La escisión del yo es, por lo tanto, un resto, un residuo de esas dos
posturas opuestas. Pero aquí tenemos un problema teórico importante, ya
que Freud nombra al ello como lo reprimido cuando ya, desde 1920,
diferencia el inconsciente reprimido del ello. Por otra parte, ¿cuál es la
relación entre el peligro pulsional exterior-interior y el horror de la
castración? Propongo diferenciar “escisión del yo” de “alteración del yo”.
La primera correspondería a la defensa primaria, la defensa del punto C del
capítulo titulado “Addenda” de “Inhibición, síntoma y angustia”:
No es difícil que el aparato psíquico, antes de la separación tajante entre yo y ello, antes de la
conformación de un superyó, ejerza métodos de defensa distintos de los que emplea luego de
alcanzados esos grados de organización (p. 154).

La alteración del yo es, por su parte, efecto de la resistencia del ello, de


los mecanismos de defensa como respuesta estereotipada de un modo de
satisfacción orientado por el masoquismo. Diferencio, a su vez, a estos dos
de un tercero: los métodos de defensa que definen el tipo clínico (histeria,
neurosis obsesiva, etcétera).
Por lo tanto, respecto a la formación de los analistas, se alcanza la
primera aptitud con el encuentro de esa escisión irreparable, y la segunda,
por la pérdida de la satisfacción de la respuesta estereotipada por fijación,
satisfacción que obturaba el encuentro con lo que había producido la
escisión. Los “procesos de recomposición del yo” no indican alcanzar la
síntesis que el mismo Freud nombró como ideal sino que, por el contrario,
indican el encuentro con esa verdad nombrada núcleo de una escisión del
yo y con la pérdida de la satisfacción que se expresaba como resistencias
estructurales.
Parte 4
MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DE PLACER
Clase 1

INTRODUCCIÓN AL CONCEPTO DE
PULSIÓN DE MUERTE

- Los sueños traumáticos


- El agieren en la transferencia
- El fort-Da
- La compulsión del síntoma

Vamos a comenzar con una ruptura crucial en las elaboraciones que Freud
produce consigo mismo, dado que es tal el valor de aquella, que produjo en
sus discípulos un gran rechazo, y posteriormente originó diferentes
corrientes. De un modo privilegiado, podemos decir que todo el
posfreudismo se puede leer de acuerdo a qué posición se ha tomado
respecto de este problema.
En su autobiografía, Freud confiesa la angustia, las incertidumbres, los
temores, los avances y retrocesos para dar ese paso; confiesa que,
probablemente, fue el momento más difícil de su elaboración doctrinaria.
Como hijo de la modernidad, agujerea el ideal de la época al formular el
inconsciente, esa herida profunda que es la causa de que los sujetos no
sepan lo que dicen cuando hablan ya que, aunque crean saber lo que dicen,
no es así.
Todas las filosofías y las psicologías se habían quedado en el límite
igualando aparato psíquico-conciencia. Freud produce una ruptura enorme,
primero porque formula que el aparato psíquico no es sinónimo de la
conciencia y, luego, porque ni siquiera está gobernado por el principio de
placer, ya que los sujetos no buscan el bien sino todo lo contrario, el mal.
Además, constata que había una satisfacción en el dolor, en producir y en
producirse dolor; idea que agujerea absolutamente los ideales de progreso
de la modernidad.
De esta manera, plantea que los seres humanos, en forma individual y en
forma colectiva, no buscan su bien; que las sociedades atentan contra sí
mismas. Si no, no podría explicarse de qué modo las personas, las
sociedades, soportan incansablemente modos de organización social
injustos. En el siglo XX –el siglo de las dos grandes guerras mundiales–
Freud se encuentra con las masacres de millones de personas, con el
despliegue del estalinismo, del fascismo, del nazismo. Y así como se halla
con esto en el campo social, también lo hace en su clínica, con este modo de
satisfacción en el dolor y con una tendencia en el sujeto que no se guía por
el bien, que no está gobernada por el principio de placer. Esto no solo
modifica todo lo que había desarrollado, sino que la clínica le exige un
ordenamiento conceptual diferente.
Es fundamental la docilidad de Freud para ser permeable –como él
mismo dice–, porque si en su práctica se le presenta un elemento
discordante con todo un ordenamiento conceptual, no se trata para él de
desecharlo por no entrar en dicho ordenamiento, sino todo lo contrario. Se
trata de darle una dignidad a eso que surge en la práctica clínica, para hacer
otro ordenamiento conceptual y tirar abajo todo lo que se había construido,
para poder dar cuenta conceptualmente de ese real de la clínica. Vemos ahí,
realmente, un pensador con coraje, con agallas, gobernado por una ética que
hacía que el más mínimo elemento que no entrara en el ordenamiento
conceptual pudiera tirar abajo todo con lo que contaba hasta el momento.
Hay que poder hacer eso; más, cuando estaba en 1920 y hacía ya muchos
años que venía produciendo teóricamente y atendiendo pacientes.
Freud se fue encontrando en la clínica con ciertas cuestiones a las que
trató de buscarle solución antes de dar ese paso. Algo relevante con lo que
se encontró fueron los sueños punitivos. Al respecto, venía diciendo que los
sueños son una realización de deseos a partir de que el aparato psíquico está
gobernado por el principio de placer. El trabajo del sueño como
desfiguración, con el desplazamiento y la condensación como operadores
de la censura onírica, estaba al servicio de expresar deseos inconscientes
que, al entrar en contradicción con la conciencia y con los ideales del
sujeto, la desfiguración los hacía posibles. Pero eran realización de deseos
al servicio del principio de placer. ¿Y los sueños punitivos, de autocastigo?
Freud les dedicó una conferencia –“29a Conferencia. Revisión de la
doctrina de los sueños” (1933 [1932])– en la que afirma que tiene que
reformular la teoría de los sueños como realización de deseos; que tiene que
reformular la idea de que los sueños son un intento de realización de
deseos; la idea de que en un sueño puede expresarse tanto un deseo
reprimido como un deseo represor. Entonces, tiene que volver sobre aquel
famoso sueño que abre el capítulo VII de “La interpretación de los sueños”
(1900), el paradigma mayor de la realización del deseo, del principio de
placer.
Freud abre ese capítulo en cuestión, con el famoso sueño “Padre, ¿no
ves que me abraso?”, en el que el hijo muerto increpa al padre con esa frase
que produce el despertar. En él, Freud realiza un esfuerzo teórico enorme
para sostener que había una realización de deseo al servicio del principio de
placer.
Si la función del sueño es conservar el dormir, hay allí un fracaso,
porque el sujeto despierta. El sueño es el siguiente: a un padre se le había
muerto su hijo; durante el velatorio, deja a un anciano al cuidado del féretro
–con velas encendidas a su alrededor– y se va a dormir, pero se duerme con
la preocupación de si ese anciano iba a poder quedarse despierto para velar
a su hijo. En medio de la noche se produce el sueño en el que el hijo le dice:
“Padre, ¿entonces, no ves que me abraso?”. El padre despierta y se
encuentra con que una de las velas se había caído sobre el ataúd y estaba
prendiendo fuego la mortaja. Freud sostiene que lo despertó esa intensa
luminosidad del fuego, y que el deseo que había en el sueño, como
realización de deseo, era que el hijo continuara viviendo.
En verdad, como veremos, no lo despierta la realidad de la vela caída
sobre el féretro; lo despierta la frase misma del hijo como reproche. Quizá –
dice Freud– la frase tiene que ver con un momento en la enfermedad del
hijo, en el cual algo de estas palabras fueron dichas, y el hijo le reprochaba
al padre “no ves que estoy ardiendo” de fiebre. La verdad aparece en el
punto más cruel de un hombre: que un hijo lo increpe como padre por no
haber estado a la altura de su función. En realidad, es este horror lo que
despierta a ese sujeto. Falla la función del sueño; es un sueño traumático en
el que el desplazamiento y la condensación no pueden operar. El sujeto
despierta para poder seguir viviendo dormido ante esa otra realidad. Más
allá de la realidad psíquica misma, está esa dimensión traumática en esa
frase.
Así como en este sueño, Freud se encuentra con sujetos que sueñan una
y otra vez con lo que llama instante traumático; repetidamente, vuelven en
sueños a la escena del trauma. ¿Y la realización de deseo? ¿Y el gobierno
del principio de placer?
La primera respuesta que da es que se trata de un intento de elaboración
de lo traumático: volver una y otra vez para elaborar aquello que fue
traumático para el sujeto. Pero más allá del intento de elaboración de lo
traumático, se pregunta si no hay algo que se satisface volviendo a lo
traumático una y otra vez, y termina por decir que quizá tendríamos que
pensar que existiría una enigmática tendencia masoquista en el yo, en el
sujeto. Entonces, ¿cómo es que el aparato está gobernado por el principio
de placer, si una y otra vez se vuelve a la escena del trauma?
Freud se encuentra en la clínica con otra cuestión –que ya trabajamos en
“Recordar, repetir y reelaborar” (1914)–: la repetición. Teníamos la
transferencia en su carácter de motor, al servicio del despliegue del
inconsciente, de la emergencia de las producciones del inconsciente –vía los
sueños, los lapsus, los actos fallidos–; la transferencia analítica como la
palestra, el escenario donde la repetición de los representantes psíquicos
que marcaron la historia de un sujeto se producen como formaciones del
inconsciente. Pero también, nos encontramos con el agieren, el actuar en
transferencia, que es otra cara de la repetición; ya no son los representantes
psíquicos que se repiten en la producción de las formaciones del
inconsciente, sino lo que se repite en acto.
Esto pone en juego ya no la transferencia positiva, motor, sino la
transferencia negativa, los modos de la transferencia negativa gobernados
por las dimensiones eróticas o las dimensiones hostiles. Freud se encuentra
con que el sujeto repite en transferencia –y en relación con la persona del
analista–, fragmentos de su vida infantil que siempre fueron penosos. O
busca hacerse tratar mal, con frialdad, hostilmente, busca promover
respuestas del analista en la línea del maltrato o, bien, se pone en juego la
presentificación erótica, una interrupción del decurso del trabajo analítico
como asociación con la detención de ese modo de trabajo. El análisis
continúa por otros medios, vía el agieren, vía ese repetir en la transferencia,
como un actuar en transferencia. Lo llamativo de esto, que es algo central
en la cura de la neurosis, es que lo que se repite como actuación en
transferencia –enlazando a la persona del médico– son fragmentos de la
vida que siempre fueron penosos. O sea que no hay un conflicto que sería
penoso para una instancia y placentero para otra. No; siempre y en todos los
casos fueron penosos. Además, estos fragmentos no entran en el circuito de
la represión-retorno de lo reprimido, son contenidos que no son reprimidos,
que permanecían conscientes, son fragmentos de la vida que se mantienen
por fuera. ¿De qué se trata esta compulsión de repetición en la
transferencia, en los sueños traumáticos?
El otro referente que toma no es de su clínica, sino de una observación
que realiza de su pequeño nieto en un juego. Observa que su pequeño nieto
realiza un juego, que en la jerga psicoanalítica se conoce como el fort-Da.
La observación es la siguiente: ve que su nieto, cuando se iba su madre –
una de sus hijas–, jugaba con un carretel con un hilo, haciéndolo
desaparecer y volviéndolo a hacer aparecer. Lo escondía detrás de un
mueble pronunciando “o, o, o, o” –que Freud traduce por un fort, que en
alemán significa “se fue”–, como escenificando la partida de la madre;
tiraba luego del piolín, y ahí pronunciaba Da –“acá está”–, con júbilo. Hasta
ahí, es un juego que parece algo nimio, que también puede hacer un animal
doméstico, claro que el animal doméstico no dispone de un orden simbólico
que le permita situar una supuesta identidad entre el carretel que desaparece
y el que vuelve a aparecer, porque el fort-Da implica nombrar el mismo
carretel. ¿Qué hace que pueda nombrarse que el mismo carretel que
desapareció es el que apareció? ¿Qué es lo que hace que haya posibilidad de
identidad entre uno y otro? En verdad, es una identificación: identifico el
que aparece con el que desapareció con una forma lógica que sería A = A,
pero para poder decir eso necesito dos cosas. Primero, disponer de la letra A
y del signo = y, segundo, producir un desvío, porque una cosa es la primera
letra A y otra, la segunda. Es un problema lógico.
¿Qué le llama la atención a Freud? ¿Por qué sostiene que se trata de un
juego para superar lo doloroso de la partida de la madre, un modo de
elaborar la situación traumática, como así también lo es esa primera
respuesta a los sueños traumáticos?
Freud observa, primero, que el niño no mostraba ningún sentimiento de
disgusto, dolor ni angustia por la partida de la madre y, además, que la
mayoría de las veces, la parte del juego que más repetía era la de hacer
desaparecer el carretel –que sería el punto doloroso–. Dado que el intento
de reelaboración de lo traumático al servicio del principio de placer debería
ser siempre el juego completo, ¿de qué se trata? ¿Qué quiere decir que
juegue a la desaparición misma, a lo que sería el punto de dolor?
Por un lado, el juego no es sin esos dos representantes psíquicos: fort y
Da. No es que solo juega con el carretel, sino que pronuncia estos dos
significantes en alternancia, que cada uno tiene valor en función del otro,
tienen un valor diferencial. Es lo que trabajábamos en “La interpretación de
los sueños”: un representante psíquico no vale en sí mismo ni tampoco vale
por su referencia al objeto, sino que cada representante psíquico vale por su
relación con otro representante psíquico. Entonces fort-Da es un juego de
diferencia, de alternancia, es como una célula mínima de inconsciente. El
inconsciente como tal es un sistema de representantes psíquicos que solo
valen en su relación con los otros, ninguno vale en sí mismo.
Durante el juego, el niño juega y no se satisface solo con el juego del
carretel, sino también con esa pronunciación: fort-Da. El juego es posible
porque la madre se va, porque no está en presencia de la madre. ¿Qué
quiere decir que una madre se vaya para que un hijo pueda jugar al fort-Da?
Quiere decir que esa persona que es la madre de ese niño, tenga un deseo
más allá de ese niño, por ejemplo, el padre del niño. Irse es que no le esté
todo el tiempo encima como objeto absoluto de su deseo y de su goce; en
otras palabras, que el niño no la colme.
Entonces, para que haya juego, producción de los representantes
psíquicos, juego de alternancia –que es fort-Da como sistema de
diferencias, como operador lógico de diferencias–, es necesario que, en ese
sentido, una madre se retire.
Primera cuestión, tenemos al niño jugando y satisfaciéndose a nivel del
fort y el Da, una satisfacción en producir los representantes psíquicos de
esta alternancia y diferencia.
Segunda cuestión, ¿qué es ese carretel? ¿Es la madre que, haciéndola
pasar por él, le permite manejar la escena –él lo hace desaparecer y lo
vuelve a traer–? ¿La madre está representada en ese carretel? No. Es una
parte de sí mismo, representa aquello que pierde para poder ser un sujeto,
aquello que le permite separarse de ese Otro. Pero ¿qué es eso de sí mismo
perdido y, al mismo tiempo, con lo que el sujeto tiene un lazo, un piolín? Es
el objeto de la pulsión parcial. Decíamos que para Freud, el neurótico está
gobernado desde dos lugares, tiene dos amos. Por un lado, está
sobredeterminado por estos representantes psíquicos en alternancia –el
inconsciente– y, por otro, está fijado a un objeto.
Esto abre la vía de la tercera cuestión respecto a este juego: ¿al servicio
de qué está este juego? Freud dice que a partir de lo que se encuentra en la
clínica y en la sociedad, debe producir un concepto nuevo: un cambio en el
modelo pulsional.
Para el primer modelo ordenó las pulsiones como pulsiones del yo o
autoconservación y pulsiones sexuales. Esto nombraba el conflicto que
trabajó en “La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis”,
en el que vemos un órgano al servicio de esos dos amos –de la
autoconservación y de la pulsión sexual– que da por resultado la ceguera
histérica.
En el segundo modelo, con las críticas de Jung y el campo de las
psicosis, produce una modificación reuniendo las pulsiones con relación al
concepto de libido, ubicando la libido del yo y la libido de objeto. Lo que
ocurrió es que la investidura primera del yo –como narcisismo primario–
investía a los objetos, es decir, la libido de objeto partía del yo. En la
neurosis, en tanto los objetos eran prohibidos, la libido regresaba a los
objetos en la fantasía; en la psicosis paranoica, había regresión de la libido
al yo; y en la esquizofrenia, regresión de la libido al autoerotismo, se
libidinizaba todo el aparato, aunque quedaba un resto libidinal que no había
pasado jamás a los objetos, que no era efecto de la regresión, sino que era
algo que no había pasado nunca a los objetos.
Acá tenía otro problema, que había situado tempranamente en el
“Proyecto de Psicología” (1950 [1895]). En este texto, Freud ubica no solo
la experiencia de satisfacción que marcaba el destino del deseo en el sujeto,
como deseo añorante de aquello que ha perdido –fundamento de la
búsqueda fallida de la identidad de percepción, fundamento de la
realización alucinatoria del deseo–, sino también la experiencia de dolor
que dejaba un resto llamado afecto, que era diferente al deseo.
En los primeros trabajos, se encontró también con la hipótesis auxiliar
como fundamento del conjunto de las neuropsicosis: esa fuente no era una
fuente independiente de placer, sino de displacer: fuente independiente de
desprendimiento de displacer.
A su vez, se encontró con que en la emergencia de la defensa respecto a
la representación inconciliable, había una cara de éxito de la defensa, un
representante psíquico quedaba en el grupo psíquico escindido,
inconsciente, que luego retornaba como retorno de lo reprimido. Pero la
defensa es un éxito paradójico; opera, reprime, y eso implica retorno de lo
reprimido; pero hay un punto en el que la defensa fracasa, ya no porque lo
reprimido retorna desfiguradamente, sino porque no puede frenar lo que es
la dimensión compulsiva que se expresa en los ceremoniales, en los rituales
obsesivos, en la compulsión del síntoma, en la dimensión económica,
cuantitativa, en la que el obsesivo por más que desplace de representante en
representante, siempre tiene un exceso en sus pensamientos. Es la
imposibilidad de tramitar ese exceso.
Tenemos lo exitoso: se reprime el representante psíquico, que retorna
desfiguradamente, y el fracaso: no hay modo de que el sistema de
representantes psíquicos, el conjunto de los fort-Da, pueda tramitar el
problema del exceso en el aparato psíquico.
Freud, entonces, modifica la teoría pulsional y ubica lo que llamaba
libido del yo y libido de objeto del mismo lado y los llama pulsión de vida.
Su referencia es el Eros platónico, la tendencia a la unión, el dios del amor.
Freud siempre se toma de otros campos para realizar una operación propia.
Eros da cuenta de una tendencia a la unión, lo que implica que las cosas no
están unidas, ya que de lo contrario no sería necesaria esa tendencia; da
cuenta de la versión mítica del ser esférico partido en dos por los dioses, a
partir de la cual los seres humanos se pasan la vida buscando a su otra parte,
la “media naranja”; da cuenta de que esa versión está destinada al fracaso
porque nombra la imposibilidad de la completud. ¿Qué querría decir que la
completud fuera posible? Que tendríamos un objeto predeterminado para la
pulsión, pero sabemos que no es así. Por eso hay tantas posiciones
sexuadas: heterosexuales, homosexuales, transexualismo, travestismo,
etcétera; los diferentes objetos parciales y sus revestimientos, y todo el
campo de las perversiones (voyerismo, exhibicionismo, etcétera).
La otra referencia freudiana es el filósofo alemán Schopenhauer, con su
obra mayor El mundo como voluntad y representación y, especialmente, lo
que trabaja como voluntad; porque para la cuestión de la representación
Freud tenía suficiente con Herbart y con Hartmann, el filósofo.
Schopenhauer hace entrar en la cuestión al cuerpo y afirma, al modo
freudiano, que no es que los pensamientos gobiernen las pasiones sexuales,
sino al revés, que las pasiones sexuales gobiernan a los pensamientos.
Dice Freud, entonces, que hay una pulsión más originaria –da
explicaciones biológicas a modo de metáforas–; que hay una tendencia del
ser vivo a volver a lo inorgánico, a la muerte. La pulsión de vida lo único
que hace es retrasar y marcar las vías por donde el organismo morirá,
ubicando así la dimensión del eterno retorno.
A la pulsión de muerte la llama también de destrucción, de dominio, de
apoderamiento y destrucción. Es el soporte de esa satisfacción en el dolor
propio y ajeno. La existencia de una pulsión más originaria que la pulsión
de vida fundamenta que el aparato psíquico no está gobernado por el
principio de placer, sino que –es el título del texto– hay un más allá del
principio de placer que gobierna el aparato psíquico.
Por eso, el síntoma neurótico puede llamarse satisfacción de la
necesidad de castigo; por eso es que el masoquismo es primario; por eso es
que los sujetos vuelven una y otra vez a la escena del trauma; por eso es que
repiten en transferencia los fragmentos penosos; por eso es que pueden
jugar solo al hacer desaparecer, el fort. De hecho, el fort-Da es lo que
testimonia que el aparato psíquico no está gobernado por el principio de
placer, sino por ese más allá, que es el nombre mismo de la pulsión de
muerte. Los psicóticos no disponen de él. Al contrario de los neuróticos
quienes todo el tiempo dicen fort-Da, los psicóticos dicen solo fort y
necesitan construir un delirio, o algo que venga a ese lugar, para que haga
las veces del Da, el cual no disponen.
El fort-Da es un artefacto que transforma, en términos energéticos, el
más allá del principio de placer como lugar operatorio mismo de la pulsión
de muerte; transforma el más allá en ganancia de placer, en un plus de
placer.
Es muy importante diferenciar si cuando se habla de displacer se está
refiriendo al más allá o a ese momento de displacer dentro del principio de
placer.
Es por eso que Freud sostiene que uno: al principio de placer habría que
llamarlo principio de placer-displacer y, dos: fuera de él, se trata del más
allá del principio de placer; porque el displacer, una vez dentro del
artefacto, no es más allá del principio de placer, es la pulsión de muerte
ligada a la pulsión de vida, y la pulsión ligada al deseo. A este artefacto,
Freud lo llamaba fantasía cuando todavía no disponía del concepto pulsión
de muerte. Produce una ganancia de placer, puede implicar una situación
dolorosa acotada al servicio de un modo de satisfacción dentro del marco de
ese artefacto. Para utilizar el ejemplo anterior: no es lo mismo decirle a
alguien en un acto amoroso “te quiero matar”, a que el partenaire diga
“mátame”. En un caso funciona el artefacto de la ganancia de placer y, en el
otro, ha caído esa precipitación en el más allá.
Clase 2

INTRODUCCIÓN AL MASOQUISMO

- Masoquismo erógeno
- Masoquismo femenino
- Masoquismo moral

(...) el psicoanálisis sería el único enfoque posible, y sin coartada, de todas las traducciones
virtuales entre las crueldades del sufrir “por el placer”, del hacer sufrir o del dejar sufrir así,
del hacerse sufrir o del dejarse sufrir, a sí mismo, uno a otro, unos a otros, etcétera, según
todas las personas gramaticales y todos los modos verbales implícitos (activo, pasivo, voz
media, transitivo, intransitivo, etcétera). Jacques Derrida, Estados de ánimo del psicoanálisis

La procedencia de lo que estamos trabajando se ubica también en otro


filósofo, uno de los grandes filósofos que ha incidido en la obra de Freud,
Friedrich Wilhelm Nietzsche. Leo unos pequeños pasajes, antecedentes
centrales de lo que están trabajando y van a trabajar. El primero es del texto
Así habló Zaratustra. Dice Nietzsche en el capítulo “De los despreciadores
del cuerpo”:
Quiero decir mi palabra a los despreciadores del cuerpo. Deben tan solo saludar a su cuerpo y luego
enmudecer.
“Yo soy cuerpo y alma”, afirma el niño. ¿Por qué razón no hemos de hablar como los niños?
Más ya despierto, el sabio dice: “todo mi yo es cuerpo; y el alma no es sino el nombre de algo propio
del cuerpo”.
El cuerpo es una gran razón, una enorme multiplicidad dotada de un sentido propio; guerra y paz,
rebaño y pastor.
Tu pusilánime razón, hermano mío, es también un instrumento de tu cuerpo, la razón, y a eso llamas
espíritu, un instrumentito, un juguetito a disposición de tu gran razón.
No obstante, lo más urgente, algo en lo que no quieres creer, es que tu cuerpo y tu gran razón, la cual
no dice ciertamente yo, pero es lo que hace yo.
Lo que los sentidos sienten, lo que el espíritu conoce, nunca tienen su finalidad en sí mismo. Pero los
sentidos y el espíritu intentan convencerse de que son en absoluto la finalidad de todas las cosas: tan
vanidosos son.
Los sentidos o el espíritu son instrumentos o juguetes: tras ellos se oculta el sí-mismo (…) (pp. 50-
51).

El sí-mismo de aquí es el que toma Groddeck, y a partir de ahí pasa a


Freud. El antecedente directo del concepto de ello en Freud está tomado del
sí-mismo nietzscheano. Continúa:
Ese sí-mismo mira también con los ojos de los sentidos y oye con oídos del espíritu; el sí-mismo
siempre inquiere y escucha, contesta, reprime, conquista y destruye. Él domina también sobre el yo.
Hermano mío, detrás de tus sentimientos se oculta un poderoso señor, un sabio desconocido. Se
llama sí-mismo, reside en tu cuerpo, es tu cuerpo.
Tu sí-mismo se mofa de tu yo y de sus vanidosas piruetas.“¿Qué son para mí esos saltos y esos
vuelos de pensar?, llega a preguntarse. No son sino rodeos hacia algún fin, pues yo soy el sí-mismo,
las andaderas del yo y el apuntador de sus mensajes”.
El sí-mismo le inculca al yo: “¡Siente dolor!”. Y entonces el yo sufre y medita en torno a lo que hará
para no sufrir. Precisamente para eso debe actuar su pensamiento.
El sí-mismo dice otras veces “¡Regocíjate!”. Y el yo se alegra, fuente en sí-mismo quien creó tanto la
estima y el menosprecio, como la alegría y el dolor. El creador se creó así el espíritu sí-mismo, como
una mano de su voluntad (p. 51).

Y ahora, una cita de La genealogía de la moral, también de Nietzsche,


antecedente del masoquismo moral y del superyó:
Ver sufrir sienta bien, hacer sufrir todavía mejor: esta es una afirmación dura, un viejo y poderoso
principio fundamental humano demasiado humano, que por lo demás, puede que también los monos
suscribirían; no en vano se cuenta que en la ideación de rebuscadas crueldades ya anuncian
profusamente al hombre y, por así decir, lo “preludian”. Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la
más vieja y larga historia del hombre, ¡y también en el castigo hay tanto de festivo! (p. 94).

Y en el capítulo XIV:
Esta lista no es completa, ciertamente resulta patente que el castigo ocaso del aliado, con utilidades
de todo tipo [se está refiriendo al castigo a aquel que cometió algún pecado].
Tanto más lícito será, por tanto, negarle una utilidad supuesta, pero que en la conciencia popular pasa
por ser la más esencial de todas: la fe en el castigo, que actualmente se tambalea por diferentes
razones, sigue encontrando precisamente en esa utilidad su más fuerte apoyo. El castigo, se dice,
tiene el valor de despertar en el culpable el sentimiento de culpa; se busca en él el auténtico
instrumentum de la reacción anímica que recibe el nombre de mala conciencia, remordimiento de
conciencia.
Caracterizado por una seriedad sombría y seca. Pero si pensamos en los milenios transcurridos antes
de la historia del hombre, podemos juzgar sin reparo alguno, que precisamente el castigo es lo que
más fuertemente ha detenido el desarrollo del sentimiento de culpa.
La mala conciencia, que es la más inquietante e interesante planta de nuestra vegetación terrestre, no
ha crecido en este suelo; realmente, en la conciencia de juzgadores, de los castigadores mismos, no se
expresó durante el más largo período de tiempo nada de que se estuviese ante un culpable. Sino ante
causante de daños.
(...) con todo ello el castigo amansa al hombre, pero no lo hace ser mejor, y con más derecho sería
lícito afirmar lo contrario [de los palos también se aprende], dice el pueblo, pero en la medida en que
enseñan algo, hacen también malo al que aprende. Afortunadamente, con mucha frecuencia lo hacen
no poco tonto (p. 134).

Se trata de la satisfacción cruel, de la conciencia moral misma.


Ahora tengo que dejar de lado mi pasión por Nietzsche. Tendremos, en lo
que venimos trabajando, dos referencias cruciales en dos textos de Freud, uno
es “Más allá del principio de placer”, en el que ubica que existen unas
enigmáticas tendencias masoquistas en el yo. Debemos suponer –dice ahí–
que en el núcleo del yo habría unas tendencias masoquistas. Lo otro que sitúa
es que, también en el núcleo del yo, hay un inconsciente no reprimido. Su
nombre es el ello –el sí-mismo nietzscheano– en el núcleo del yo, de donde
parte la tendencia masoquista y en el que se sostiene la dimensión compulsiva
del síntoma. Es un inconsciente no reprimido, por lo tanto no interpretable, no
es un texto a ser descifrado. Para ser preciso, no es una retórica, es una
gramática.
El otro texto que hay que tener en cuenta es “El problema económico del
masoquismo”. De este último vamos a extraer dos cuestiones para dar el
marco a la temática que nos ocupa. Una es la satisfacción en el dolor como
masoquismo erógeno. Ese masoquismo erógeno es constitutivo del aparato
psíquico, es más, no habría aparato psíquico si no existiera esa ligadura
primordial pulsión de vida-pulsión de muerte. Lo que Freud dice es que la
pulsión de muerte, Thánatos, tiende al retorno a lo inanimado lo más rápido
posible. En cambio, Eros, la pulsión de vida, lo que hace es molestar ese
decurso inmediato de retorno a lo inanimado. La pulsión de vida perturba,
encarrila y posterga el retorno a lo inanimado. Pero recuerden que no hay
aparato psíquico sin esa primera ligadura. Ese masoquismo erógeno, entonces,
es la primera ligadura de pulsión de vida y pulsión de muerte –constitutiva del
aparato psíquico–, y el que permite dos expresiones de ese masoquismo; es el
soporte conceptual de esas dos expresiones del masoquismo: el masoquismo
femenino y el masoquismo moral.
En primer lugar, entonces, está el masoquismo femenino, que nada tiene
que ver con la feminidad, sino que se relaciona con lo que trabajamos acerca
del fantasma “Pegan a un niño”. La segunda fase de ese fantasma es
reconstruida, es soy pegado por el padre: ese es el masoquismo femenino.
Acuérdense también, que es en voz pasiva: esa es la expresión en el sujeto
humano. Por supuesto que estamos hablando de neurosis, porque para hablar
de la psicosis hay que revertir todo esto.
Resumiendo, una expresión de ese masoquismo erógeno, de ese
masoquismo de base que es la ligadura pulsión de vida-pulsión de muerte –
constitutiva del aparato psíquico–, es el masoquismo femenino. Su ejemplo
paradigmático es “Pegan a un niño”, lugar de inercia, de fijeza en el sujeto,
trama que da cuenta de una fijación a un objeto parcial.
Recuerdan las dos series de objetos: el objeto parcial en la pulsión parcial y
el objeto total del narcisismo. Incluso cuando trabajamos la represión
primaria, dijimos que era una relación compleja que tiene dos referencias: un
representante psíquico imposible de recuperar y una fijación a un objeto
parcial. Gracias a la trama edípica, esa fijación de la pulsión parcial encuentra
una trama, ese argumento de cada uno, la versión de cada uno de un niño es
pegado. Cada uno está fijado a un objeto parcial y se satisface con relación a
ese objeto; se satisface a través de un argumento, una pequeña historia, que en
su núcleo tiene el objeto parcial al cual cada uno está fijado. Es el circuito
pulsional con el argumento.
Cuando hablamos de represión primaria, tenemos, en la constitución del
sujeto, el circuito de la pulsión parcial, el circuito autoerótico: el Drang, que
parte de la fuente, circunda al objeto, y la meta, que es la satisfacción en la
misma fuente, esa es la fijación pulsional. Un objeto se fija y alrededor de él
se produce el efecto de la satisfacción autoerótica, porque da la vuelta; es una
de las dos referencias de la represión primaria. Luego, con la trama edípica,
esta fijación encuentra un argumento. Cada uno tiene un argumento del soy
pegado por el padre mediante el cual obtiene la satisfacción alrededor de un
objeto parcial. Esta expresión es una de las resistencias más fuertes a la
conclusión de un análisis, es un punto de inercia, un punto difícil de atravesar
y conmover. Ahora bien, ¿cuándo se presenta en un análisis? En un momento
preciso; es lo que trabajaron en seminarios acerca de la transferencia
articulada a la resistencia, el punto de transferencia como resistencia, la
transferencia como obstáculo a cuenta de la irrupción en el análisis de la
resistencia del soy pegado por el padre. El sujeto no quiere abandonar su
modo de soy pegado por el padre porque implica una satisfacción central.
La otra expresión del masoquismo erógeno es el masoquismo moral. Este
da cuenta de otra instancia, ya no del ello sino del superyó. Nombra un modo
de resistencia particular, quizá la resistencia más importante. ¿De qué modo se
presenta? Recuerdan que cuando trabajamos la fantasía “Pegan a un niño”, la
segunda fantasía, soy pegado por el padre, resumía dos cosas: por un lado, la
culpa por el deseo y la satisfacción en que el padre le pegue al niño odiado por
mí pero, a la vez, el ser pegado por el padre no solo era por sentimiento de
culpa sino, también, una modalidad regresiva del amor, de la satisfacción.
Entonces, en el ser pegado conviven la culpa por el deseo hostil y un modo de
satisfacción.
El masoquismo moral se expresa, así, mediante la conciencia de culpa, el
sentimiento inconsciente de culpa –dice Freud–, y su instancia es el superyó.
El sujeto, al ser culpable de sus deseos incestuosos respecto a la madre y
parricidas respecto al padre, es castigado por su propio superyó. Pero el sujeto
se siente enfermo –y no culpable–, cuando en verdad se trata de la
culpabilidad por los deseos incestuosos y parricidas; se trata de la necesidad
de castigo: el sujeto se castiga para obtener su satisfacción. En el núcleo del
síntoma lo que hay es la necesidad de castigo; el sufrimiento del síntoma le
aporta al sujeto una satisfacción.
Por lo tanto, los sujetos se resisten a concluir el análisis, no quieren
desembarazarse de ese sufrimiento; es más, defienden ese sufrimiento como el
tesoro más preciado, y es uno de los impedimentos fundamentales para la
conclusión de los análisis. Es el modo en que se presenta la resistencia del
ello, el masoquismo erógeno, el “Pegan a un niño”. El punto en el que se
presenta en un análisis es en el de la conexión transferencia-resistencia, o sea,
transferencia como obstáculo. El punto donde se expresa la satisfacción
superyoica, la resistencia del superyó, se llama reacción terapéutica negativa.
Hago un punto de inflexión para articular la temática que venimos
desarrollando con la causa del síntoma, en las tres épocas freudianas.
Primera época, ¿dónde ubicamos, al empezar la cursada, la causa del
síntoma? La habíamos ubicado en el trauma, en la experiencia sexual
prematura traumática, entre otras.
Segunda época, cuando cae la teoría del trauma, ¿dónde ubicamos la causa
de los síntomas? En la fantasía; ya no eran experiencias acontecidas, sino
fantasías inconscientes que se expresan en el síntoma.
Tercera época, ¿dónde ubicamos la causa de los síntomas? En la
castración, en la castración de la madre. En términos lacanianos, en la
castración del Otro materno.
Primero, la causa era el trauma, luego, la fantasía inconsciente y,
finalmente, la causa del síntoma la ubicamos en la castración de la madre.
Siempre en el campo de la neurosis, de un lado tenemos el lugar de la
causa y del otro, las respuestas del sujeto al encuentro con la castración en el
Otro materno.
El fetichismo –una de las manifestaciones clínicas de la perversión– es el
ejemplo paradigmático de respuesta al encuentro con la castración de la
madre: al elegir un objeto, se erige el falo, pero no cualquiera; algo que venga
al lugar del falo materno, del falo que la madre no tiene. Y el horror que el
sujeto tiene a la castración requiere poner un objeto fetiche que es, asimismo,
un monumento de la misma.
El superyó es otro de los modos de respuesta del sujeto más firmes para
taponar la castración. La instancia crítica del superyó –que desarrollaré en otro
momento– es el reaseguro más importante para rechazar el encuentro con la
castración. “Pegan a un niño” también es una respuesta, ya veremos bien por
qué. Los masoquismos femenino y moral también son respuestas, y también
las resistencias del ello y del superyó. Y finalmente, el síntoma.
Con esta presentación tenemos la guía temática para lo que resta del año.
Clase 3

INTRODUCCIÓN A LA SEGUNDA TÓPICA

- Masoquismo primario
- Masoquismo moral
- Sentimiento inconsciente de culpa
- Necesidad de castigo
- Superyó

Retomaré dos textos: “El problema económico del masoquismo” y “El yo y


el ello”, para ampliar sus desarrollos, dos textos imbricados el uno con el
otro. El primero se apoya necesariamente en la segunda tópica, es decir, en
el desarrollo que hace Freud respecto al ordenamiento del aparato psíquico.
A su vez, no se podría entender “El yo y el ello” si no tuviéramos la
referencia de “El problema económico del masoquismo”; así es que son dos
textos que se necesitan, son textos de un mismo ordenamiento conceptual,
pertenecen a una misma área de interrogación, a un mismo problema u
obstáculos en la clínica. Ya no portan la pregunta por cómo se desarrolla un
psicoanálisis, sino por cuáles son los obstáculos para la conclusión de un
tratamiento analítico, aportan la pregunta respecto del final de análisis.
Ambos textos enlazados provienen de un lecho común: “Más allá del
principio de placer”, donde se encuentra la introducción del concepto de
pulsión de muerte y la tercera formulación del modelo pulsional. Con lo
cual tenemos el aparato psíquico regulado por el más allá del principio de
placer, las pulsiones de autoconservación y sexuales reunidas en pulsiones
de vida (Eros) y, por otro lado, la necesidad clínica y teórica de la
introducción del concepto de pulsión de muerte.
¿De qué nos habla cada uno de estos textos en su estrecha
copertenencia? “El problema económico del masoquismo” ubica las
modalidades de satisfacción de la pulsión; opera sobre “Pulsiones y
destinos de pulsión” (1915). La tesis freudiana acerca de que el sadismo era
lo primario, como intencionalidad o voluntad pulsional –sostenida en aquel
texto–, aquí sucumbe. El sadismo es segundo. Podíamos anticiparlo en el
texto cuando trabaja masoquismo, pero aquí está dicho con todas las letras.
Lo primario es el masoquismo, lo primario es el placer en el dolor contra
sí mismo. El ser humano tiene una satisfacción en el dolor contra sí mismo.
Estoy uniendo satisfacción con dolor y, en el mismo acto, estoy ligando la
pulsión de vida con la pulsión de muerte. El masoquismo habla de la
ligadura, de la fusión, o de la mezcla –de acuerdo a las traducciones– entre
la pulsión de vida y la pulsión de muerte; pulsión de muerte que hemos
visto en la clase sobre “Más allá del principio de placer” con los tres
referentes freudianos: el juego del carretel, los sueños traumáticos y la
compulsión de repetición en la transferencia.
Freud sostiene que tenemos que suponer en el origen, en la constitución
del sujeto, una expulsión de grandes cantidades de pulsión de muerte –lo
trabajó en la relación yo placer-yo realidad en “Pulsiones y destinos de la
pulsión”–. Sostiene que lo que produce placer es el yo, y lo que produce
displacer es el no-yo, lo otro, lo extraño, lo extranjero.[1] Podemos decir
que el masoquismo es la ligadura de la pulsión de muerte que resta –no
expulsada– con la pulsión de vida. Esa primera ligadura forma lo que Freud
llama el masoquismo erógeno. Por lo tanto, el masoquismo erógeno habla
de la primera ligadura del resto de pulsión de muerte que quedó a partir de
esa primera expulsión, el resto de pulsión de muerte que quedó con la
pulsión de vida.
Esto parece una construcción metafísica, pero lo voy a poner a raya de la
clínica, de lo observable. Para que un sujeto se pueda constituir como tal, en
su origen tuvo que haber perdido algo que jamás volverá a recuperar;
podemos decir, un estado de goce absoluto, completo. Por otro lado, no
perderlo, quedarse en ese estado de nirvana, sin pérdida, equivale a la
muerte misma. Se necesita una primera separación de eso que se pierde para
poder afirmarnos como sujeto, para ser lo que somos. Somos exiliados en el
país del lenguaje: hemos perdido el país de origen y vivimos en el mundo
del lenguaje, de las palabras. En algunos momentos, tenemos algunos
modos de recuperar algo, alguna partícula, más o menos ilusoriamente, de
ese paraíso perdido que, en sí mismo, es la muerte.
Sobre ese masoquismo erógeno, Freud funda los otros dos: el
masoquismo femenino y el masoquismo moral. Hay que tener en cuenta
que el primero se trata de un modo de satisfacción con meta pasiva que es –
dice Freud– “hacerse” amordazar, hacerse atar, hacerse violar, hacerse
golpear, torturar; tal como es la fórmula del fantasma “Pegan a un niño”.
Entonces, la referencia conceptual del masoquismo femenino no son los
textos sobre la feminidad, sino el texto “Pegan a un niño”, en el que ubica la
segunda fase –la que nunca existió, la que es construida: soy pegado por el
padre– como identificación del sujeto con esa posición de objeto: hacerse
pegar, pegado. La voz segunda del esquema de la construcción del
fantasma, el segundo momento, el más importante, es en voz reflexiva que,
en términos gramaticales de la construcción del fantasma, se coagula como
participio pasivo o pretérito, no es pegar ni ser pegado, violado,
amordazado, etcétera: es “hacerse” pegar. Es una actividad al servicio de
una meta pasiva. En el campo de la neurosis, todos portan masoquismo
femenino como universal, en todos está el “hacerse” pegar, pero para cada
uno es a su manera, en sus variaciones personales. Es a la carta.
Entonces, el masoquismo femenino entra en correspondencia conceptual
y lógica con “Pegan a un niño”, y entra en conexión lógica y conceptual con
la resistencia del ello –como una de las resistencias estructurales–. Por
ahora, lo dejo ahí hasta que tome el ordenamiento de la segunda tópica. Ese
“hacerse” pegar se pone en juego en el análisis, y el analista debe saber
maniobrar para rechazar esa satisfacción. No tiene que ver con la
feminidad, ni tampoco con la perversión masoquista. El neurótico se toma
de los materiales de los perversos para la construcción de sus fantasías, pero
no es del campo de la estructura perversa.[2]
Freud se encuentra con algo que ya había trabajado en “Introducción del
narcisismo”, en relación con el ideal del yo. Allí no solo ubicábamos el
problema del deslizamiento conceptual, ideal del yo-yo ideal, sino que
además había un deslizamiento con relación al ideal del yo y la conciencia
crítica. Freud estaba anticipando otra tópica, otra instancia psíquica, que en
este texto llama ideal del yo. Decíamos que el ideal del yo le sirve al sujeto
para tener una referencia simbólica al identificarse primariamente; sin
embargo, era también una instancia crítica, una conciencia crítica que,
incluso, se satisfacía en la crítica. Dicho ideal se lo puede ubicar desde los
primeros textos, cuando trabaja neurosis obsesiva. En el obsesivo
ubicábamos el reproche por una satisfacción que tuvo exceso de placer-
defensa primaria-reproche-conciencia moral. ¿Y el autorreproche? Era un
modo de satisfacción. El autorreproche mismo se transformaba en una
satisfacción al servicio de la hipótesis auxiliar: fuente independiente de
desprendimiento de displacer, fórmula con la que contaba cuando todavía
no tenía todo el ordenamiento.
Tenemos, entonces, una satisfacción en la conciencia crítica. ¿Recuerdan
Crimen y castigo, de Dostoievski? Allí, el personaje central, Rodión
“Rodia” Raskólnikov, vivía absolutamente torturado por un profundo
sentimiento de culpa. Para poder aliviar ese sentimiento tiene que realizar
un asesinato, y mata a una anciana. Freud lo trabaja respecto de los que
delinquen por sentimiento de culpa. Como un modo de calmar el martirio,
esa satisfacción que es mortificante, la resuelven cometiendo un delito para
ser sancionados, dado que esa sanción los alivia. Alivia porque lo localiza
un Otro –el juez, la cárcel– que da una sanción. Esa es la paradoja. La
cuestión no es primero el crimen y después el castigo; es, primero, la
necesidad de castigo y, luego el crimen para obtener una sanción del Otro,
en este caso de la justicia. En el caso de la economía psíquica, es
exactamente lo mismo. Primero, la necesidad de castigo del yo y, luego,
lógicamente, el sentimiento inconsciente de culpabilidad a partir del
superyó. Es un modo de satisfacción paradójica cuya zona erógena es la
conciencia, la mortificación del superyó y la necesidad de castigo del yo.
Según Freud, hallamos en los sujetos un masoquismo moral –esto es una
atrocidad en la cultura occidental judeocristiana–, la moral como un modo
de satisfacción. El superyó, en cuanto instancia heredera del complejo de
Edipo, heredera de la supuesta referencia normativa de la prohibición
paterna, en su hipermoral se satisface; y no solo lo conocen claramente los
obsesivos, sino que también se produce en el campo de lo social. Un
dictador puede decir: vamos a eliminar a los subversivos, después a los que
los apoyan, a los que hacen la logística; después a sus amigos, conocidos,
familiares; a los que figuran en la agenda, a los que alguna vez se cruzaron
con ellos, a los que en algún momento tuvieron una palabra de intercambio;
hasta que queden solo los puros.
El masoquismo moral es el que Freud ubica como instancia hipermoral,
es un modo de satisfacción y es casi el nombre mismo de la paradoja. En
cada renuncia, el superyó toma más fuerza, engorda. Voy a decirlo de este
modo: cada cantidad de satisfacción pulsional que no realizo en términos de
los pecados del mundo, cada renuncia no solo no alivia, sino que siempre es
poca; ni bien se renuncia, se es más pecador. Esto es lo paradójico del
superyó. Freud dice que así como el ello es “amoral”, el superyó es
hipermoral, sin comillas, ya vamos a ver por qué. Entonces, la conciencia
moral, como masoquismo moral, es una satisfacción en el dolor a partir de
la moral misma; la moral como un modo de satisfacción en el dolor.
Pero una aclaración importante –que no hubiese sido necesaria hace
quince o veinte años–: ¿nos lanzamos todos a procurarnos nuestros modos
de satisfacción sin miramiento por nada ni por nadie, ya que no le vamos a
dar el gusto a la moral que está todo el tiempo diciéndonos “este pecado no,
este pecado no”? ¿El psicoanálisis es una práctica que lleva hacia un modo
de vida que implicaría lanzarse a los modos de satisfacciones pulsionales de
cada uno? No. El psicoanálisis produce sujetos responsables, sujetos que
respetan la diferencia y al otro; no con una hipermoral, pero sí sujetos con
principios, que tienen que ver con la responsabilidad.
Una cosa es el poder hipermoral del superyó, el masoquismo moral, y
otra cosa es el efecto del psicoanálisis al operar para hacer caer eso, porque
esa satisfacción paradójica del superyó se presenta en la clínica. ¿De qué
modo? Freud lo llama reacción terapéutica negativa. La reacción
terapéutica negativa es la resistencia del superyó jugándose en el
tratamiento mismo. Es la expresión, el modo de presentación del
masoquismo moral, de la satisfacción del superyó en transferencia.
Entonces, la referencia del masoquismo moral, el autorreproche obsesivo –
de los primeros textos–, es el superyó.
Aquí se abre otra articulación con “Inhibición síntoma y angustia”.
Freud se encuentra con que los síntomas no solo querían decir algo, sino
que eran un modo de satisfacción; llega a decir –en uno de los primeros
textos que han trabajado– que son la práctica sexual de los neuróticos. Más
adelante, se presentan ciertos obstáculos –por ejemplo los sueños de
angustia, los sueños traumáticos, los sueños punitivos– a partir de los cuales
hace una modificación: sostiene que el síntoma no implica solo una
transacción entre el deseo inconsciente y la represión que desfigura para
que se pueda expresar el deseo inconsciente, sino que todo síntoma es una
solución de compromiso de la instancia reprimida y la instancia represora.
Cuando conceptualiza la pulsión de muerte en “Más allá del principio de
placer” y tiene “El problema económico del masoquismo”, con la segunda
tópica (yo, ello y superyó), dirá que el núcleo del síntoma, el hueso, es la
necesidad de castigo, la satisfacción de la necesidad de castigo. En “El yo y
el ello” lo explica por la culpabilidad incestuosa: el sujeto, en vez de
sentirse culpable por sus deseos incestuosos y parricidas –deseo de
acostarse con su madre y matar al padre–, es paradójico porque no se siente
culpable, sino enfermo. Pero ahí donde se siente enfermo, sabemos que en
verdad se siente culpable por sus deseos incestuosos y parricidas. La
fórmula del Edipo es deseo incestuoso hacia la madre-deseo parricida hacia
el padre-sentimiento inconsciente de culpa-busco ser castigado por mis
deseos prohibidos.
Hasta aquí la explicación cierra, pero para eso no se necesita el
masoquismo primario; ¿para qué se necesita esto si hay primero una
satisfacción en procurarse dolor? Freud dice que a esos deseos incestuosos,
la prohibición dice no, por lo tanto aparece la culpa por tener esos deseos.
Por eso el neurótico padece la conciencia crítica, la culpabilidad y el
superyó que lo critica. Paga con el padecimiento porque es culpable de
estos deseos. El sujeto, en vez de sentirse culpable, se siente enfermo. Ese
sentirse enfermo es una metáfora de sentirse culpable por los deseos
incestuosos. Pero, como decíamos, para eso no se necesita el masoquismo
primario, alcanzará con la explicación edípica. Sin embargo, primero está el
masoquismo, está la enigmática satisfacción en el dolor contra sí mismo.
Todo lo demás es una construcción neurótica para darle un texto, una
autointerpretación de esa enigmática tendencia a satisfacerse en el sufrir.
Freud explica que el yo es masoquista y el superyó es sádico, aunque en
realidad sabemos que no hay complementariedad entre sadismo y
masoquismo, pero descriptivamente el yo necesita, para satisfacerse,
castigarse, y tiene a su partenaire, el superyó, que le dice “Sos culpable”.
En la actualidad, el superyó no es prohibidor, exige gozar más, siempre le
resulta poco; es uno de los problemas clínicos fundamentales.
En el “El yo y el ello” afirma que no alcanza con el conflicto de
instancias consciente-preconsciente-inconsciente con el que contaba.
Seguimos sosteniendo que todo lo reprimido es inconsciente, pero que no
todo lo inconsciente es reprimido; hay un inconsciente no reprimido en el
núcleo del yo, y es de donde parte la resistencia. El inconsciente no se
resiste, busca expresarse todo el tiempo; por eso hay lapsus, actos fallidos,
chistes, síntomas, sueños. El inconsciente busca que se lo escuche; insiste,
no se resiste. No hay resistencia del inconsciente en ese plano. Solo
podemos tomar el inconsciente como resistencia, en cuanto modo
privilegiado de defensa, en cuanto una elucubración de saber sobre la
lengua; en ese punto sí es resistencia. Hay una instancia en el núcleo del yo,
sede de las mudas pulsiones, que será el ello. Entonces, el yo ya no es una
unidad de completud, ya no es el yo completo del narcisismo, tampoco es el
yo = conciencia. En su núcleo hay algo diferenciado, desgarrado
estructuralmente, que se llama ello, sede de las pulsiones, sede de los restos
visuales y auditivos. Es el punto freudiano en el que la gramática del ello se
articula con la construcción del fantasma, y es el nombre de una de las
resistencias estructurales, la resistencia del ello.
Se trata entonces, ahora, de saber qué hacer ya no con lo que es
reprimido, porque lo reprimido lo interpretamos, sino con ese inconsciente
no reprimido. Ya no alcanza la interpretación, porque interpretamos lo
reprimido. Con lo cual, si ya no se trata de representantes psíquicos
reprimidos que retornan desfiguradamente, ¿cómo operar?
Freud sostiene que la resistencia del ello –como sede de las mociones
pulsionales– es también la sede de donde toma fuerza económica el
superyó. El superyó abreva su energía, en términos de economía libidinal,
en las mociones pulsionales del ello. Así como tenemos un lugar
diferenciado –una desgarradura dentro del yo que es el ello–, tenemos otro
desgarramiento, otro lugar diferenciado que es el superyó, la conciencia
moral, la instancia crítica que se abastece de las mociones pulsionales del
ello. Y también –aunque de un modo absolutamente diferente–, se abastece
de restos auditivos, de lo oído; de dichos de la trama infantil, de la trama del
Edipo; dichos formulados que funcionan como imperativo moral pero,
recuerden, son dichos como frases que funcionan como imperativo moral.
La frase en el famoso ejemplo freudiano de obsesión del Hombre de las
Ratas: “Serás un gran hombre o un gran criminal” es tremenda, porque la
alternativa, si no es un gran hombre, es ser un gran criminal; es insensato ya
que no es tan fácil ser un gran hombre. Pero así como está el dicho,
insensato, que no reconoce la debilidad del sujeto, que lo aplasta con sus
exigencias y sus críticas, también aparece en esos dichos resto auditivo, la
voz. Está lo que se dice, pero también está la voz. Se trata de una
satisfacción paradójica respecto de esos dichos, y de una satisfacción
respecto a esa voz del superyó que se satisface expresándose. Esto no anula
la primera tópica consciente-preconsciente-inconsciente; ambas se
sostienen. La segunda tópica (yo-ello-superyó) no la reemplaza. El
inconsciente, como tal, está. La diferencia es que hasta ese momento,
inconsciente y reprimido eran sinónimos, y ahora Freud sostiene que es
cierto que todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es
reprimido; lo inconsciente que no es reprimido es el núcleo del yo que se
llama ello.

1 Este tema está trabajado, fundamentalmente, en el texto “La negación” (1925), en S.


Freud. Obras completas, tomo XIX. Buenos Aires, Amorrortu editores, 1990.
2 El fantasma implica la perversión en la medida en que se trata de un modo privilegiado
de obturar la castración del Otro. Esa perversión no tiene que ver con la psicopatología
perversa; es lo mismo que la resistencia del ello al final del análisis, cuando este último se
convierte en un peligro para el sujeto.
Clase 4

INTRODUCCIÓN AL SUPERYÓ

- Origen del superyó


- Conciencia moral/masoquismo moral
- Superyó en obsesión/melancolía
- Superyó en hombres/mujeres

Hemos trabajado “Fetichismo”, “Pegan a un niño”; hemos nombrado “Más


allá del principio de placer” y “El problema económico del masoquismo”.
Veremos ahora los capítulos IV y V de “El yo y el ello”.
¿Qué ubica Freud fundamentalmente en el capítulo IV y que llama “las
dos clases de pulsiones”? Lo central: problema de la mezcla y desmezcla de
pulsiones, pulsión de vida y pulsión de muerte. Allí dice que así como la
mezcla pulsional, la fusión, la ligadura pulsional, es constitutiva, hay
fenómenos de desmezcla pulsional no absoluta. Si bien lo va a desarrollar
recién en el capítulo siguiente, anticipa la diferencia respecto a la
presentación dentro de la pulsión en la neurosis obsesiva, en la histeria y en
la melancolía, estableciendo un contrapunto. El efecto de la desmezcla
pulsional en la neurosis obsesiva significa que el obsesivo destina su
hostilidad hacia un objeto exterior, preservándose de ese modo.
Freud aborda la relación de las dos clases de pulsiones y la segunda
tópica. En relación con esta conexión de la articulación pulsión de vida y
pulsión de muerte en el ello y en el superyó, leo un párrafo: “Ahora bien, el
yo está sometido a la acción eficaz de las pulsiones, lo mismo el ello, del
que no es más que un sector particularmente modificado” (p. 41). Y al final
de la página:
Sobre la base de consideraciones teóricas, apoyadas por la biología, suponemos una pulsión de
muerte, encargada de reconducir al ser vivo al estado inerte, mientras que el Eros persigue la meta
de complicar la vida mediante la reunión, la síntesis, de la sustancia viva (...).

Más adelante dice:


Nuestro interés apuntará, casi naturalmente, a estas preguntas: ¿No podrán descubrirse vínculos
instructivos entre las formaciones del yo, el superyó y el ello que supusimos, por un lado, y las
dos clases de pulsiones, por otro? ¿No podremos asignar al principio de placer, que gobierna los
procesos anímicos, una posición fija respecto de las diferenciaciones del alma? (...) (p. 43).

Para darles la clave de la cuestión, la ligadura pulsional es la sede de las


pulsiones, especialmente de las silenciosas y mudas pulsiones de muerte.
Efectivamente, es desde el ello de donde abreva el superyó. Freud dice que
el superyó proviene de lo oído, de restos auditivos, pero que su energía de
investidura proviene de las mociones mudas del ello.
Entonces, el ello –sede de las pulsiones–, que se expresa en forma
directa como compulsión en el síntoma, es un ejemplo de expresión directa;
la compulsión del síntoma, lo que en el síntoma no es una articulación de
representantes psíquicos, se expresa en forma indirecta a través del superyó.
En la página 45, en una nota al pie donde se refiere a la energía
desplazable, Freud remite a “Introducción del narcisismo”, texto en el que
habla de esta energía psíquica indiferente que únicamente al enlazarse al
objeto se convierte en libido, porque como respuesta de ese resto pulsional
queda un más en los objetos; es un modo, en Freud, de un goce autístico-
acústico del sujeto, que muchos años después lo retomará Lacan en su
última enseñanza.
¿Qué dice en el capítulo V? Freud argumenta el doble origen del
superyó, algo que habíamos anticipado. Primero, ubicamos una
identificación primaria –que ya trabajamos con el capítulo VII de
“Psicología de las masas y análisis del yo”, cuyo título es “La
identificación”– anterior a toda carga de objeto que no es un vínculo
amoroso, que no es “como el padre quiero tener”, sino “como el padre
quiero ser”.
Para formar el superyó se requiere por un lado, una identificación
primaria y, por el otro, la resolución del complejo de Edipo, en el cual el
sujeto introyecta la prohibición paterna en la estructura psíquica. Es una
identificación con el padre, con la ley, con el padre = ley edípica. Son los
dos tiempos para formar el superyó: se necesita de la identificación primaria
y se necesita la introyección de la ley edípica, de la ley paterna, que es la
autoridad paterna. ¿Cómo se forma? ¿Con qué elementos, además de los
dos tiempos? Con restos oídos, frases dichas. El superyó es la voz de la
conciencia moral. Los obsesivos pueden testimoniar de cómo esa voz
mantiene diálogos en su cabeza, y cómo esa voz les reprocha algo, cómo
siempre los está acusando de algo: “es poco”, “está mal”, “es defectuoso”,
“debe estar en un lugar distinto del que está en cada momento”, “debe estar
haciendo otra cosa que lo que hizo”, etcétera. Y escuchan esa voz en forma
permanente, por eso Freud lo llama, en relación con Kant, el imperativo
categórico. Es una voz crítica que está siempre, que es acusatoria de los
mismos deseos del sujeto.
La paradoja del superyó es que cuanto mejor uno se porta, más se
incrementa. No se trata de que si no comete un pecado se alivia el superyó.
Al contrario, cuanto mejor se porta el obsesivo, el superyó es más feroz,
voraz, más crítico, y más atormenta. ¿Por qué? Porque, nacido de la
introyección de la instancia paternal, de la ley edípica, nacido de la
desexualización que implica su internalización cruel, como masoquismo
moral se resexualiza. Esa prohibición, ese reproche, ese castigo permanente,
es una satisfacción de lo más poderosa. La paradoja del superyó, la gran
paradoja de la ley está trabajada eficazmente por Freud en “El malestar en
la cultura”. Allí nos enseña que, en la ley moral, lo que hay es una
satisfacción despiadada. Quiere decir, que el sujeto siempre quiere ser
mejor de lo que en realidad puede ser, y exigirles a los hombres que sean
mejores de lo que su naturaleza les permite conduce a lo peor. Es por eso
que tiene un valor sádico, y su modo de ley imperativa es una satisfacción
de lo más poderosa. Van a encontrar la diferencia crucial entre la conciencia
moral y el masoquismo moral, en la página 175 de “El problema económico
del masoquismo”, diferencia muy importante para trabajar con “El malestar
en la cultura”.
Freud dice que el yo es un siervo sometido a tres presiones: las tres
servidumbres del yo. En primer lugar, tironeado desde el mundo exterior
para adaptarse a las exigencias de este; segundo, tironeado por las
exigencias pulsionales del ello y, por último, tironeado por la crítica del
superyó, que está todo el tiempo mirándolo críticamente a ver qué hace, qué
piensa, qué desea, y diciéndole que todo está mal. Quiere decir que las
exigencias pulsionales del ello y la voz crítica del superyó quiebran el
principio de placer permanentemente.
Finalmente, si el superyó se produjo por esos dos tiempos –la
identificación primaria y la identificación donde se juega el arquetipo
paterno–, su resexualización como masoquismo moral va a requerir que el
sujeto busque a través de la necesidad de castigo, adherirse a esa voz que lo
atormenta. Repito, el superyó proviene de frases oídas, de instancias del
Edipo, y su fuerza pulsional está dada por las pulsiones que habitan el ello.
El superyó es una voz.
Respecto al superyó y al sentimiento inconsciente de culpa, Freud se
pregunta –en otra nota a pie de página del mismo texto–, cuándo podemos
tener alguna chance de influir sobre él, ya que la expresión mayor de la
instancia superyoica la encontramos ya no en la neurosis sino en la psicosis,
particularmente en la psicosis melancólica. En ella, el sujeto, además de la
depresión total en la que vive, padece lo que se llama núcleo de indignidad:
se la pasa diciendo “soy una basura”, “soy una porquería”, “usted (el
analista o psiquiatra) pierde su valioso tiempo ocupándose de algo tan
despreciable como yo”. Es casi imposible hacer algo con esa psicosis, ya
que su superyó le dice todo el tiempo que es una basura. No es que se siente
mal y que por momentos sea una basura, como en la neurosis. La neurosis
obsesiva se define hostigando al objeto, mientras que en la melancolía el
sujeto incorpora al objeto en el yo, y la hostilidad recae sobre el propio yo.
En la histeria, la crítica es reprimida. Y ahí se abre una polémica con “El
malestar en la cultura” que diferencia a los varones y las mujeres en
relación con el superyó. Mientras que en las mujeres el superyó es más
externo, en los varones es interno. Para las mujeres significaría que algo
está mal, que hacen algo indebido, en tanto sean vistas; mientras no las
vean, no son culpables. Hay que moderar esto porque, como vemos en la
clínica, la mujer también sufre la furia superyoica; su padecimiento
superyoico es muy fuerte.
Clase 5

SOBRE LA ANGUSTIA DE CASTRACIÓN

- La amenaza de castración
- La castración materna
- La pérdida del amor
- El síntoma como respuesta

Voy a leerles algunos párrafos de “Inhibición, síntoma y angustia” para


orientarlos sobre la causa del síntoma. Dice Freud:
Mediante esta última puntualización, a saber, que el yo se pondría sobre aviso de la castración a
través de pérdidas de objeto repetidas con regularidad, hemos obtenido una nueva concepción de
la angustia. Si hasta ahora la considerábamos una señal-afecto del peligro, nos parece que se trata
tan a menudo del peligro de la castración como de la reacción frente a una pérdida, una
separación. A pesar de lo mucho que enseguida puede aducirse contra esta conclusión, tiene que
saltarnos a la vista una notabilísima concordancia. La primera vivencia de angustia, al menos del
ser humano, es la del nacimiento, y este objetivamente significa [a diferencia de lo que decía Otto
Rank] la separación de la madre, podría compararse a una castración de la madre –de acuerdo con
la ecuación hijo = pene–. Sería muy satisfactorio que la angustia se repitiera como símbolo de una
separación a raíz de cada separación posterior (...) (pp. 123-124).

Tenemos aquí angustia de castración, y tenemos la castración de la


madre en el lugar de la causa. Ante el encuentro con la castración de la
madre surge la angustia, y ante la angustia por la castración, el síntoma es
un modo de taponar esa castración. Tenemos, entonces, la castración en el
lugar de la causa y las respuestas ante la angustia que produce el encuentro
con la castración.
Continúa Freud más adelante: ¿Qué relación hay entre la amenaza de
castración que ejerce el padre sobre el niño –como fantasía edípica–y la
castración de la madre? Dice en el mismo texto:
La alta estima narcisista por el pene puede basarse en que la posesión de ese órgano contiene la
garantía para una reunión con la madre –con el sustituto de la madre– en el acto del coito. La
privación de ese miembro equivale a una nueva separación de la madre (...) (p. 131).

Por lo tanto, la fantasía como amenaza de castración también está de


este lado. La amenaza de castración –“te lo voy a cortar”– que le hace el
padre, provoca el retiro del sujeto, como dice Freud, para preservar
narcisísticamente sus genitales ante esa amenaza. El niño abandona ese
objeto primero, la madre, y se dirige a otros. En verdad, la alta estima
narcisista de los genitales no vale por sí misma, sino que vale porque su
genital es lo que se juega en ese reencuentro con el otro materno vía el
coito. Todo sujeto se hace subrogar por su genital, como sabemos, pero lo
que sostiene Freud es que la cuestión no pasa por la figura imaginaria de
cortar el miembro, ya que la amenaza de castración funciona para la mujer
del mismo modo que para los varones.
Se pueden preguntar, entonces, cuál puede ser el temor que puede tener
la mujer de estar ante la amenaza de castración, dado que no lo posee. El
equivalente en la mujer –dice Freud– es la pérdida del amor. Para la mujer,
la pérdida del amor, que se la deje de amar, es el equivalente a la amenaza
de castración del pene en el varón. Pueden ver que la operación es
simbólica, que no tiene nada que ver con la imaginería de “te voy a cortar
ese pedacito de carne entre las piernas”; apunta a una dimensión distinta.
Para una mujer, la amenaza de castración es la pérdida del amor. Algo que
encontramos todo el tiempo en la clínica, no porque los hombres no sufran
por amor, pero la dimensión de la pérdida del amor está en relación con la
mujer, ocupa un lugar central en relación con la posición femenina. En
general, en la clínica, aunque los varones también sufren el amor, llegan
devastados, melancolizados, cuando han perdido el trabajo y no pueden
sostenerse ni sostener a la familia. En las mujeres, lo que más les produce
ese efecto de melancolización es cuando pierden el amor. Esta es una
cuestión importante a tener en cuenta en la clínica, tanto en un caso como el
otro.
Leíamos más arriba que la alta estima narcisista al pene es debido a que
es la garantía del reencuentro con la madre. El reencuentro con la madre
tiene que ver con poder advenir como falo de la madre y, de ese modo,
taponar la castración. Dice Freud: “ En este punto señalo que la fantasía de
regreso al seno materno es el sustituto del coito en el impotente –inhibido
por la amenaza de castración–” (p. 131). Pueden ver cómo se articula la
amenaza de castración sobre el instrumento fálico y la separación con el
otro materno que implica un encuentro con la castración, en cuanto está
elidido como falo de ese Otro.
Freud concluye ese capítulo con el que es el párrafo central del texto
“Inhibición, síntoma y angustia”, fundamental como eje de la materia. Dice
Freud: “Ahora vemos que no corremos el peligro de declarar a la angustia
de castración como el único motor de los procesos defensivos que llevan a
la neurosis” (p. 135). La angustia de castración es, entonces, el motor de la
defensa y el referente del síntoma. Recuerden que anticipé que el síntoma es
un “no quiero saber de la castración de la madre”.
La gran pregunta es: ¿por qué genera angustia? ¿Por qué es necesario,
bajo estas modalidades, defenderse del encuentro con la castración?
Recuerdan los modos de respuesta que hemos trabajado. Ahora iremos del
lado de las defensas; la angustia de castración es el motor de la defensa y es
el referente del síntoma. La defensa es un “no quiero saber de la castración
en la madre”, y el síntoma habla todo el tiempo de eso que no quiero saber.
Parte 5
SURGIMIENTO Y ACTUALIDAD DEL PSICOANÁLISIS
Clase 1

EL SURGIMIENTO DEL PSICOANÁLISIS:


SU CONTEXTO CULTURAL. FREUD: HIJO
SUBVERSIVO DE LA ILUSTRACIÓN Y DEL
IDEAL DE LA RAZÓN

- La modernidad en el Imperio austro-húngaro


- Respuestas al malestar en la cultura: nazismo, marxismo y psicoanálisis
- Hechos correlativos y contemporáneos al surgimiento del psicoanálisis en el siglo XX
- Psicoanálisis: eficacia terapéutica y dimensión ética
- Kant: minoría de edad
- Un psicoanálisis es una operación en contra de los modos de satisfacción de la moral de cada
época
- Descartes: fundamento de la subjetividad moderna
- Tres grandes momentos de la elaboración doctrinaria de Freud

Vamos a ubicar el contexto histórico en el que surge el psicoanálisis: la


modernidad en el Imperio austro-húngaro. Es un momento de grandes
cambios. Por un lado, una irrupción liberal en Europa; un liberalismo
diferente a cómo entendemos el liberalismo actualmente. Hay movimientos
liberales muy fuertes y republicanos. Empieza a surgir la problemática
antisemita. Es una situación muy complicada, de mucha efervescencia, de
grandes descubrimientos y de grandes avances en la ciencia y en el arte. Al
mismo tiempo, es una época caracterizada por el surgimiento de un
profundo malestar social que va a tener tres grandes respuestas a lo largo
del siglo. Tres grandes respuestas que se producen en la misma época y en
el mismo contexto sociocultural y geográfico. Una es el psicoanálisis –
aunque muchos hoy lo consideran muerto, está más vivo que nunca–. Otra
gran respuesta al malestar en la cultura es la de Karl Marx y su marxismo
en sus vertientes materialismo dialéctico e histórico –que tampoco ha
muerto, como muchos lo pregonan–. La tercera gran respuesta fue el
fascismo en sus formas fundamentales: fascismo italiano y nazismo alemán.
Respecto a esta última, quizá es mejor no pensar que ha muerto, me refiero
al fascismo, porque siempre tiende a retornar, y es mejor estar advertido.
¿Qué podemos decir de esta época moderna en la que Freud inventa el
psicoanálisis? Ernest Jones, biógrafo fundamental de Freud, nos informa
que Sigmund Freud nació a las 18.30 horas del 6 de mayo de 1856, en la
calle Schlossergasse, número 117, en Freiberg, Moravia, y murió a las 20
horas del 23 de septiembre de 1939, en Maresfield Gardens, Londres. El
nombre de la calle Schlossergasse fue cambiado más adelante en su honor,
por el de Freudova Ulice. Freud vivió y trabajó durante el último tiempo del
Imperio austro-húngaro de los Habsburgo. Fue un período muy paradójico
ya que, así como fue fértil para el desarrollo de la filosofía, la psicología, el
arte, la música y la arquitectura, al mismo tiempo fue la época en que se
incubaban los primeros gérmenes del nazismo. Para entender ese momento
histórico, les recomiendo la película El huevo de la serpiente, de Ingmar
Bergman, y la serie de televisión Berlín, Alexanderplatz.
Para Alain Badiou, en su texto El siglo, el comienzo del siglo XX es solo
comparable con el renacimiento florentino y el siglo de Pericles. ¿Cuáles
son algunos de los momentos cruciales de ese comienzo de siglo, los hechos
correlativos contemporáneos al surgimiento del psicoanálisis? Es el
momento de un nuevo arte que combina arte e industria –del cual
prácticamente no hay referencias en Freud–: el cine. Como dice Badiou, el
cine encuentra a Charles Chaplin. El filósofo Husserl desarrolla la
fenomenología, que tendrá un importante destino en el campo de la
filosofía; en 1900, Freud publica “La interpretación de los sueños”; en
1902, Lenin escribe su texto mayor ¿Qué hacer?, libro en el que trabaja
sobre qué hacer con la problemática en la Rusia zarista, antes de la
revolución de 1905 y de la revolución del 17 de octubre de 1917. Albert
Einstein, en 1905, inventa la teoría de la relatividad y la teoría cuántica de
la luz; en 1908, Schöenberg funda la música atonal; en 1912, Picasso
estremece la lógica pictórica; en 1917 se desencadena la Revolución rusa.
Proust publica su obra más importante: En busca del tiempo perdido; James
Joyce escribe Ulises, obra maestra de la literatura que sigue preocupando a
intelectuales, escritores y psicoanalistas –Lacan le dedica sus últimas
producciones teóricas a esta obra–; en Portugal, el gran poeta Fernando
Pessoa da lugar a su singular poesía. Finalmente, cerrando esta época,
podemos ubicar al filósofo Wittgenstein, que pone en forma su lógica
matemática, conjuntamente con Frege y Russell.
Silvia Tubert –pensadora argentina radicada en Europa– se pregunta
sobre cuáles eran los valores que habían heredado los hijos de la cultura
vienesa, de la cual Freud es heredero. Pregunta importante, en el marco del
fracaso absoluto y de la carencia de todo proyecto político por parte de los
Habsburgos, entre 1867 y 1914. Tubert dice que el modelo moral y
científico de la alta burguesía era similar a las diversas formas que tomaba
la impronta victoriana en Europa. En lo moral, era firme, recto y represor.
En lo político, estaba interesado en el imperio de la ley, que incluía tanto los
derechos personales como los de orden social. En lo intelectual, pretendía
instaurar el dominio de la mente sobre el cuerpo, de la razón sobre el
sentimiento y la pasión. Tanto en la literatura como en el arte, aparece la
preocupación por la misma problemática que inquietó a Freud: levantar los
velos, quitar las máscaras y desmitificar las tradiciones en busca de una
nueva verdad. Es el momento más fuerte del ideal de la Razón, propio de la
Ilustración, que busca expresarse en todos los campos y que conducirá a
fines nefastos, ya que –el mismo Freud ya lo anticipaba– se pondrá en juego
en la maquinaria industrial asesina nazi. El ideal de la Razón producirá un
cambio en la concepción de la modernidad en la que, a partir de cierto
efecto de secularización –ya no estaba tan asegurado que Dios o los dioses
garantizaban al ser humano–, comienza a producirse un fenómeno
importante que es la fuerte relación entre la política secularizada y la vida,
entre la política y bios, la vida. Debido a una pérdida de poder de los
señores feudales, de los reyes, del papa, hay un gran proceso de
secularización; se comienza a poner en juego en la política el cuidado de la
vida. A nivel de la relación de la política con la vida, la secularización lleva
a una cuestión absolutamente paradójica: de un lado, se trata de cuidar la
vida, de preservarla y, del otro, encontramos su vertiente más cruel. Muy
pocos –entre ellos Freud– darán cuenta de esto.
Paralelamente a este proceso, se ubica el paradigma dominante de la
época: Isaac Newton y su Principios de matemáticas de filosofía de la
naturaleza (1686). La voluntad fundamental del hombre moderno es
gnoseológica, quiere conocer, y su instrumento es la ciencia como saber
privilegiado. Este saber científico es explicativo, evaluador de cantidades.
El hombre moderno quiere descubrir las leyes de la naturaleza.
En un primer momento, este proceso de secularización tiene una fase
positiva, ya que empiezan a desarrollarse diversas cuestiones relacionadas
al área sanitaria como, por ejemplo, la construcción de diques y desagües.
Pero en la llamada segunda modernidad, o posmodernidad –a la
modernidad hay que ubicarla desde el siglo XIV hasta mediados del siglo
XX, e implicó la revolución religiosa, la reforma protestante, la
contrarreforma y la gran revolución comercial por el desarrollo industrial y
el triunfo de la burguesía como clase política–, el mundo pasa a ser una
gran despensa de mercancías, lo que provoca que se desate la guerra
colonial por la apropiación de los mercados.
En la vertiente de cuidar la vida se empiezan a producir las prácticas
inmunitarias,[1] que implican la protección del cuerpo frente a las bacterias
que puedan afectarlo. Surgen las vacunas, la medicina preventiva, etcétera,
pero junto a este desarrollo científico importante, se producen procesos
ideológicos complicados y terribles. Así como hay que cuidar al cuerpo de
que las bacterias no lo ataquen, hay que cuidar al cuerpo social para que las
bacterias no lo infecten, no lo degraden, no lo pudran, no lo desintegren.
Así, por ejemplo, los homosexuales, los discapacitados, los gitanos y los
judíos pasaban a ser las bacterias, los microbios que iban a infectar el
cuerpo puro de la raza aria. Entonces, dado que había que cuidar el cuerpo
sano ario, se debía eliminar absolutamente a todos los microbios y bacterias
que pudieran infectar la pureza de este cuerpo.
Junto con la medicina preventiva, comienzan formas de guerras
preventivas, y de estas últimas, actualmente hay un impresionante
desarrollo al respecto. Allí está la paradoja: supuestamente, para conservar
la vida hay que matar, y la gran maquinaria del asesinato masivo es la gran
maquinaria de eliminar las bacterias que podían infectar al cuerpo puro, la
pureza aria. Poco a poco se va produciendo una biologización de la política;
los médicos y científicos del campo de la genética empiezan a tener en la
Alemania nazi, un papel cada vez mayor. Más adelante, esta biologización
se empieza a articular con formas ideológicas étnicas, provocando que las
guerras empiecen a transformarse, progresivamente, en guerras étnicas.
Esto lo hemos visto en la ex Yugoslavia, donde se produjo una guerra étnica
atroz, que sucedió a lo largo del siglo pasado y comienzos de este siglo.
Se cree que habría, en lo étnico, un ser ahí; es como si existiera un ser
argentino, un “ser nacional argentino”, una esencia que es totalmente
distinta, contraria y enemiga de la esencia uruguaya o de la esencia chilena,
por ejemplo. De este modo, porque ellos tienen otra esencia, podemos
hacerle la guerra a los uruguayos, a los chilenos. Esta es una ideología
despreciable que no tiene nada que ver con ninguna definición científica de
la cuestión, sino que son formas encubiertas de desatar lo que Freud llamó
el narcisismo de las pequeñas diferencias, y otros autores más actuales lo
han planteado como la violencia del ello en los procesos de discriminación,
segregación y de masacre del otro, del diferente. Freud subvierte
absolutamente el pensamiento y el ideal de la Razón. Y la impronta de la
genialidad y de la subversión del pensamiento freudiano la encontramos en
múltiples disciplinas de la cultura occidental: en teoría social, en la
lingüística, en las ciencias políticas, en la filosofía, en las artes, entro otros.
A partir de la producción de Freud, ha sido afectado el campo mismo de la
cultura en los inicios del siglo XX.
En su dimensión de práctica clínica, hoy encontramos el psicoanálisis en
relación con dos cuestiones centrales: en una dirección, se inscribe en el
campo de la salud mental y entra en debate con las llamadas terapias
alternativas. El psicoanálisis asegura los resultados de su eficacia mucho
más que aquellas, pues estas se inscriben en la resolución de ciertos
síntomas, pero al poco tiempo el mismo síntoma retorna o aparece
desplazado en otro diferente. El psicoanálisis sigue siendo de una eficacia
terapéutica mucho mayor que cualquier otro tratamiento: puede producir,
afectar la dimensión pulsional de un sujeto en su dimensión de eficacia
terapéutica. El encuentro con un analista puede permitir que alguien que
está en un estado de urgencia subjetiva, de desesperación, al borde de
precipitarse en cualquier acción contra sí mismo o contra otros, pueda
suspender ese acto y transformar ese impulso en una pregunta sobre su
deseo. Un psicoanálisis permite que alguien atrapado por las adicciones, las
drogas, el alcohol, pueda hacer de esa adicción que lo consume y lo arrastra
a la muerte, una pregunta, posibilitándole historizar aquello que le acontece.
O en los casos de las anorexias devastadoras, permite ubicar cómo detrás de
ese síntoma hay un cierto impasse de la posición de deseo en una histeria.
Un psicoanálisis también puede permitir la resolución de un estado de duelo
patológico en un sujeto.
Todas estas, entre otras, son cuestiones del campo propio de la eficacia
del psicoanálisis en su dimensión de efecto terapéutico. A su vez, como
práctica clínica, un psicoanálisis juega, además, su apuesta en una
dimensión ética. En efecto, la práctica clínica es una experiencia ética
fundamental en nuestro mundo actual, como lo fue también en su comienzo.
Es una experiencia que hace que un sujeto abandone lo que el gran filósofo
Immanuel Kant llamaba el problema de la minoría de edad.
Kant es una referencia fundamental para pensar la subjetividad moderna
y para pensar categorías freudianas. El filósofo sostiene que, en su gran
mayoría, los hombres habitan en la minoría de edad. Pero la minoría de
edad no está referida a los niños; es la no responsabilidad del sujeto por sus
propios deseos y sus propios actos. La minoría de edad es no atreverse a
pensar por sí mismo, es siempre estar buscando un amo que nos conduzca,
sea en política, en religión, en educación, en el ámbito que fuera, incluso en
el amor mismo. Ser menor de edad es, para Kant, una posición cobarde,
pues desde la minoría de edad siempre somos víctimas de lo que nos hizo
nuestro padre, nuestra madre.
Cierto bastardeo del psicoanálisis ha contribuido a favorecer la posición
de víctima del neurótico. Un psicoanálisis, en su dimensión ética, implica la
asunción de la responsabilidad del sujeto respecto de sus deseos y de sus
actos. En este sentido, el sujeto no es ninguna víctima, sino que es
responsable. Esto quiere decir atreverse a tener pensamientos propios, a
vivir sin un amo, un tutor. Pero también es ser responsable de nuestros
deseos, de nuestras pasiones. Es una operación respecto a la moral de
víctima.
Cuando se llega a un análisis –si se trata de un psicoanálisis, del
encuentro con un psicoanalista–, ni bien se pasa la puerta del consultorio, se
debe dejar colgado en el perchero el rol de víctima, porque se trata de
responsabilidad. Para el psicoanálisis, todo aquel que no es responsable de
sus dichos y de sus actos, es un niño, le cabe el estado kantiano de minoría
de edad. El psicoanálisis es una práctica de la mayoría de edad, es una
práctica que le dice al sujeto “usted no es víctima”. Hay una satisfacción en
verse como víctima y en presentarse como víctima; ante esto, el
psicoanálisis le dice “usted es responsable hasta de sus sueños, de un
tropiezo de la lengua, de un lapsus, de un deseo inconsciente y usted tiene
responsabilidad sobre esos deseos”. La práctica del psicoanálisis es una
práctica de la responsabilidad, es una práctica en contra del refugio en la
minoría de edad.
Kant se hace una pregunta importante: ¿qué es la Ilustración –uno de los
nombres de la modernidad–? Dirá que la Ilustración, articulada al ideal de
la Razón, es lo que le permite al sujeto salir de la minoría de edad. Kant en
su texto “Filosofía de la historia”, sostiene:
En efecto, siempre se han encontrado algunos hombres que piensen por sí mismos, hasta los
tutores instituidos por la confusa máquina, ellos después de haber reforzado el yugo de la minoría
de edad, encontrarán el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación que
todo hombre tiene: la de pensar por sí mismo.

Y continúa:
Sin embargo, para esta Ilustración, solo existe la libertad, y por cierto, la más inofensiva de todas
que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier
dominio, poder exclamar por todos lados (p. 184).

Entre las enormes e impresionantes paradojas del invento freudiano, está


la de la determinación que, aunque es inconsciente, el sujeto es responsable
de la misma. Efectivamente, Freud trabaja muy tempranamente la
dimensión de determinación, con la cuestión de la determinación de los
síntomas y la de la posición de un sujeto a partir de ciertas causas. Las
cuestiones de la determinación, de la relación de la causa y el efecto, son
consecuencia de la relación de Freud con la modernidad, con el estatuto de
las ciencias –y de las ciencias naturales en particular– y con el desarrollo
científico. Alguien es histérico, obsesivo o paranoico a partir de una
determinada experiencia llamada sexual prematura traumática. Ese
acontecimiento traumático está en la línea de la determinación. Pero Freud,
además de esta dimensión, ubica la cuestión de la libertad y del sentido. Por
eso se va a referir en la “Carta 125”, a lo que llama elección de neurosis.
¿Por qué alguien se vuelve histérico, obsesivo o paranoico? Hay elección,
hay un punto que va más allá del determinismo, porque donde hay elección,
soy responsable en lugar de víctima. Freud, como estudiante de medicina,
además de concurrir a las clases obligatorias, asiste al curso de filosofía de
Brentano. Freud quiere reabsorber el psicoanálisis en las ciencias de la
naturaleza, y se encuentra con el problema de cómo hacer compatible el
determinismo y la decisión –elección–. El sentido se da, y si se da es porque
no está determinado. En ese cruce que da cuenta tanto del determinismo
científico como de la respuesta de la elección del sujeto, allí surge el
psicoanálisis. Freud habla incluso de la responsabilidad moral por el
contenido de los sueños. Este es un aporte muy grande para el campo del
derecho, de la criminología, en cuanto a los criterios de imputabilidad e
inimputabilidad, ya que si estamos determinados por el inconsciente puedo
cometer cualquier atrocidad y decir: “no soy yo, es mi inconsciente” y
como no tengo dominio de lo inconsciente –además soy freudiano– no
tengo ninguna responsabilidad. Es una ironía, por cierto.
Tenemos la eficacia terapéutica y la dimensión ética del psicoanálisis.
En esta última, el encuentro con el psicoanálisis, con un psicoanalista, ya es
una conmoción de todos los efectos del malestar en la cultura de la
actualidad. Un psicoanálisis es una operación en contra de los modos de
satisfacción de la moral de cada época. En la modernidad el imperativo
moral era “no goces”, estaba prohibido el goce, y en los primeros historiales
aparecerá cómo el deseo busca arreglárselas con sus deseos prohibidos. En
el presente el imperativo no es “no goces”, sino “goza”. Y si no tengo
entusiasmo en gozar y no tengo entusiasmo en desear lo que la cultura
actual me impone, me deprimo porque no estoy a su altura. En ese sentido,
el psicoanálisis no se inscribe en ninguna moral. No es victoriano ni
libertino, para utilizar los términos de la época. No puede estar guiado por
ningún ideal, ni por el del capitalismo tardío neoliberal de la actualidad ni
por el de las prácticas humanitarias. No puede estar orientado por ninguna
moral, porque es solo desde la propia moral que uno puede desear hacerle el
bien a alguien. Pero sí lo está por una dimensión ética. El analista tiene
como principio ético la abstención absoluta de poner en juego sus ideales,
su moral. No es ningún director de conciencia ni de conducta, no dirige la
vida de nadie. ¿Qué es un psicoanalista? Podríamos decir que es alguien
ubicado en las antípodas más absolutas de cualquier ejercicio de poder.
Tiene que hacer de su lugar, lo más alejado de cualquier práctica de poder.
Eso debe ser un psicoanalista.
Justamente, en la experiencia de formación que es el control, el analista
supervisa sus materiales clínicos, supervisa los puntos en los que queda
enredada su propia subjetividad en un análisis, que muchas veces es el
deseo de hacer el bien. No está mal ser absolutamente solidarios, aunque
sea un significante caído en desuso en esta época; todo lo contrario, no está
nada mal procurar una sociedad más justa, en relación con los ideales. Pero
un psicoanalista, en su acto, no se dedica a eso, no puede hacerlo porque
estaría cometiendo un ejercicio de poder, estaría dirigiendo desde una moral
que, aunque presentada con los mejores valores, es la propia. En el acto
analítico tiene que abstenerse de sus creencias, prejuicios, ideales,
fantasmas y radicalmente de su inconsciente. Quizá la más enorme paradoja
del acto analítico es que Freud descubre que somos guiados por el
inconsciente, que el inconsciente determina nuestros dichos, nuestros actos.
Un psicoanalista no puede estar orientado desde su propio inconsciente. Es
lo más difícil del mundo. Si el descubrimiento freudiano es que en el campo
de las neurosis estamos orientados por el inconsciente –estamos divididos
entre consciente e inconsciente–, el acto analítico no puede estar orientado
desde el inconsciente de aquel que se asume como analista. Para ello está el
propio análisis del analista, la formación teórica, los controles o
supervisiones.
Retomemos el contexto del surgimiento del psicoanálisis en cuanto
producto de la modernidad. Hemos ubicado lo central en la modernidad
para el campo de la política. Ahora nos orientaremos por lo principal en el
campo del pensamiento, en el campo de la filosofía y del desarrollo
científico. La referencia pilar es la publicación de Meditaciones metafísicas
(1641), del filósofo René Descartes, fundamento crucial de la subjetividad
moderna. En la Segunda meditación, “De la naturaleza del espíritu humano,
que es más fácil de conocer que el cuerpo”, Descartes asegura que, aunque
sea como sujeto de la duda, este existe. Es una cosa (res) que como cosa
que piensa (res cogitans) está cierta de sí misma. Cogito ergo sum: “pienso,
luego existo”. Se trata de un ente tan indubitable como Dios.
La palabra sujeto, antes de Descartes, estaba reservada a Dios. En el
medioevo el hombre no es un sujeto, sino un objeto llamado persona. En el
mismo texto Descartes se pregunta qué es la existencia, la existencia de las
cosas. Dice:
de suerte que después de pensar mucho y examinar cuidadosamente todas las cosas, es preciso
concluir que esta proposición: “yo soy, yo existo” es necesariamente verdadera siempre que la
pronuncio o la concibo en mi espíritu (p. 59).

Si suspende lo que va a decir, lo pone entre paréntesis, hay algo que se


sostiene, algo que se conserva, que es su propio acto de pensar. Este “yo
existo en mis pensamientos” es el fundamento mismo del sujeto moderno,
igual a un ser pensante que tiene existencia como pensamiento. Continúa:
“Pero yo, ¿qué soy ahora, que supongo que hay cierto genio maligno y
astuto, que emplea toda su industria y toda su fuerza en engañarme?” (p.
59).
El pensar es un atributo, me pertenece y no se separa de mí; yo soy, yo
existo, pero ¿cuánto tiempo? El tiempo que pienso, porque si cesara de
pensar, en ese mismo momento dejaría de existir. “Pienso, luego existo” es
la fórmula de Descartes, en tanto que pienso, existo; si dejo de pensar, no
existo.
Nada quiero admitir, si no es verdaderamente verdadero, hablando con precisión: no soy más que
una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento, una razón, términos que antes me
eran desconocidos, luego, soy una cosa verdadera y verdaderamente existente, pero ¿qué cosa? Ya
lo he dicho: una cosa que piensa, en suma; soy nuevamente una cosa que piensa, y ¿qué es una
cosa que piensa? ¿Y qué más? Excitaré mi imaginación para ver si soy algo más.
(...) en suma, ¿qué soy? Una cosa que piensa. ¿Y qué es una cosa que piensa?
Es una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere y no quiere, imagina y siente, no es
que yo soy y existo aún cuando estuviera soñando (p. 60).

Finalmente el último párrafo:


¿Qué es lo que imagino cuando la concibo de este modo? Consideremos el objeto prescindente de
todos, lo que no pertenece a tal objeto, y veamos lo que queda, lo más extenso, flexible y
mudable, ¿qué es eso de flexible y mudable? (p. 62).

Ahí comienza a trabajar la relación entre la res extensa y la res cogitans.


Se sitúa en el fundamento de la subjetividad moderna; es la fórmula misma
que dirá que el sujeto humano es, existe en la medida que piensa. La
existencia no se enlaza a ninguna referencia natural o supranatural, sino que
la definición misma de la subjetividad está en el hecho mismo del pensar.
Es por este motivo que Freud llamará a su inconsciente, pensamientos
inconscientes, y para diferenciarlo de las formulaciones previas o
posteriores a él, dado que en la actualidad también se habla de
subconsciente o del inconsciente como una especie de fondo irracional. El
inconsciente freudiano tiene un orden lógico. Es diferente del ideal de la
Razón de la Ilustración, del Iluminismo.
Decíamos que no podría haber surgido el psicoanálisis sin René
Descartes, ya que es quien funda las coordenadas del sujeto moderno con su
“pienso, existo”. Tampoco hubiera sido posible sin Kant y sin el desarrollo
de las ciencias. Freud es hijo de la Ilustración y del ideal de la Razón, pero
es un hijo subversivo, porque se va a ocupar de todo aquello que desde
aquel ideal es considerado irracional, desecho, de aquello que no entra en el
cientificismo gobernado por ese ideal. Pero además va a decir que el
inconsciente no es algo difuso, sino que tiene una razón propia y obedece a
ciertas leyes, y va a entrar en debate –hasta la actualidad– con el campo de
la ciencia, dado que esta excluye la subjetividad, y con la religión. Ambas –
la ciencia y la religión– van en la línea del sentido.
No hay nada más tremendo para un neurótico en análisis que el
encuentro con el sin sentido, con la caída y el desvanecimiento de ciertos
sentidos que creía asegurados respecto a la vida misma. El psicótico padece
permanentemente esto, vive en el sin sentido hasta que se construye un
sentido propio llamado delirio. Por esto mismo es algo que hay que regular
muy bien en un análisis. No se puede habitar el sin sentido de manera
eterna. En esta línea, entra en el debate con la religión.
El psicoanálisis no se sostiene solo. Está todo el tiempo amenazado por
el saber científico-tecnológico, por las nuevas terapias que prometen una
rapidez en la resolución sintomática –no importa que a los tres meses el
síntoma brote desplazadamente de un modo mucho peor– y por los
fundamentalismos religiosos. El psicoanálisis está todo el tiempo siendo
amenazado porque, efectivamente, es una práctica que se orienta hacia la
dimensión de la apertura –ya no de sentido–: habilita la posibilidad de la
pregunta que se abre en relación con el sin sentido mismo. Todas las
religiones –sea cristiana, musulmana, judía, entre otras– tienen en común la
dimensión del sentido; dan como respuesta al desamparo del sujeto, el
sentido: hay un sentido de la vida, hay un sentido de la muerte, vivimos
para tal cosa, etcétera. Alguien llega a análisis a partir de que, por alguna
razón, un sentido que aseguraba su vida se revoluciona: una muerte, una
separación, un sueño, alguna situación fortuita de la vida, alguna
contingencia, alguna eventualidad en sentido amplio, que modifica el
sentido que tenía la vida hasta ese momento. Y la demanda que el neurótico
le dirige al analista no es poder atravesar la dimensión del sentido, sino
restablecer el sentido que tenía su vida. Puede ocurrir, por ejemplo, que una
histérica que se ha dedicado siempre a seducir y que siempre ha tenido a los
hombres a sus pies sin haberse enamorado, permaneciendo como excepción
intocable, un día se encuentre con uno y se enamore. Se podría decir
“Fantástico, por fin”. Sin embargo, esto la angustia y la conmueve
absolutamente, lo que la lleva a pedir un análisis para restablecer el sentido
de excepción que tenía, para poder dejar de amar, ya que la posición de
amar la deja en falta, produce efectos de inseguridad, de intranquilidad, está
a expensas de si el otro la llama o no, si la va a seguir queriendo o no,
etcétera. Lo digo en estos términos para que quede más clara la demanda
consciente a restablecer el sentido anterior perdido, el equilibrio, la
homeostasis.
Recuerden que Freud plantea la tendencia del aparato psíquico a la
búsqueda del equilibrio, de la homeostasis. Si por algún motivo ingresa algo
perturbador, el aparato psíquico va a tender a desembarazarse de esa
cantidad, vía los representantes psíquicos, vía la defensa, va a tratar de
reducir a cero la tensión. Tarea imposible. Podemos nombrar la cuestión del
trauma como el acontecimiento con el encuentro sexual prematuro
traumático, el obstáculo. Lo imposible de resolver de Freud en ese
momento, es la imposibilidad de la reducción a cero de la tensión en el
aparato. Tenemos el aparato psíquico, tenemos una cantidad que ingresa y
que perturba, y la respuesta del aparato para tratar de reducirla a cero y
sostener el equilibrio.
Una consulta se produce ante la pérdida del equilibrio psíquico. Nadie
llega diciendo “Vengo a consultarlo porque ha ingresado una cantidad en mi
aparato psíquico. Yo tenía una homeostasis perfectamente asegurada y este
encuentro o esta pérdida, esta contingencia, ha hecho que el aparato
psíquico la pierda; vengo aquí para que usted, que es el técnico mecánico
del equilibrio de la homeostasis del aparato, se dedique a ajustar tuercas”.
No se dice de este modo, pero se trata de esto. El problema es que el
equilibrio del aparato es paradójico, porque es un equilibrio que porta la
tensión deseante.
La felicidad del obsesivo es que no haya tensión deseante. El obsesivo
aspira al equilibrio, a que las cosas no se muevan, a mantener todo en el
confort de la seguridad homeostática. Por eso puede dedicarse a pensar en
la amada durante días, meses y años, pero nunca jamás encontrarse a tomar
un café, ya que es perturbador para el equilibrio. Es un ser intrasubjetivo;
más que amar a la mujer, ama la idea de la mujer, está todo el tiempo
coleccionando ideas, y hay que diferenciar si se trata de un caso o de otro.
Ama la idea, es un hombre enamorado del pensamiento, goza pensando, esa
es su satisfacción.
Como pueden ver, la demanda que siempre se exige es la de poder
devolverle la homeostasis al aparato. En ese punto hay que diferenciar si se
trata de alguien que llega en un estado desgarrado de angustia o se trata de
una situación particular de angustia, porque de ser así, en un primer
momento tenemos que dedicarnos a restablecer cierto sentido para el sujeto,
dado que el estado de angustia desgarradora en el cual puede llegar puede
ser peligroso para sí mismo o para otros. Si se trata de ese estado, tenemos
que operar restableciendo cierta dimensión de estabilidad por un tiempo,
porque el psicoanálisis no tiene nada que ver con dedicarse a restablecer el
sueño obsesivo o ese sueño de la tranquilidad de los cementerios, como
tampoco se dedica a tratar de restablecer la anestesia histérica. El
psicoanálisis no apunta a ello, pero si se trata de una situación particular de
angustia, es otra la maniobra la que se requiere.
A partir del ordenamiento que propone Freud en el capítulo III de “Más
allá del principio de placer”, podemos ubicar tres grandes momentos de la
técnica psicoanalítica:
a) El arte de la interpretación.
b) El levantamiento de las resistencias.
c) La operación respecto a las resistencias estructurales.
Este ordenamiento permite leer anticipaciones en estado práctico,
ubicando al mismo tiempo cómo ciertos términos tienen un valor distinto de
acuerdo al estado de la doctrina en cada momento.
Cada uno de los tres momentos define:
1. Un ordenamiento del aparato psíquico.
2. Una conceptualización del padecimiento.
3. Un criterio sobre la finalidad de la cura.
4. Una formulación específica del lugar del psicoanalista.
El primer momento tiene un clivaje fundamental. Abarca la
consideración del inconsciente descriptivo y del dinámico, y es pasible de
ser ordenado a partir de la formulación de la regla de la asociación libre. Es
el descubrimiento o la invención del psicoanálisis como tal. Hasta ese
momento era solo un estado de subconciencia. Es lo que luego Freud pasa a
llamar preconsciente, o sea, algo es inconsciente en el sentido de que no
está en este momento en mi conciencia. Pero Freud inventa un concepto
nuevo de inconsciente.
El segundo momento alcanza al obstáculo del amor de transferencia y la
regla de abstinencia. Es el momento donde el paciente deja de asociar
libremente. Es la apertura de la pregunta que ya venía como preocupación
desde la referencia de Anna O.
El tercero, reordena esa problemática a partir de la inclusión de la
pulsión de muerte hasta la consideración del fin del análisis. El texto mayor
de esta última época, junto con “Mas allá del principio del placer” (1920) y
“El yo y el ello” (1923), es “Inhibición, síntoma y angustia” (1925).
Este es el último ordenamiento psicopatológico de Freud, donde ya el
síntoma no es solo un modo de expresar un deseo inconsciente, sino que es
un modo de satisfacción que se expresa como deseo inconsciente. En eso
mismo se satisface. Es la dimensión libidinal del inconsciente. Hay una
satisfacción propia en tener un lapsus, no solo es que se presenta un deseo
inconsciente; además se presenta una satisfacción.
Freud se ocupa también del quehacer del analista. Es distinto el modo de
concebir el acto, su finalidad, sus impasses y lo que es un analista en cada
uno de los tres momentos de su obra. A su vez, en cada época se le presenta
un obstáculo al que le otorga un valor; lo construye, le da un modo de
resolución y trabaja sobre las consecuencias teóricas y clínicas que produce.
El obstáculo no es un problema en sentido negativo, sino positivo. Es algo a
resolver, un lugar en el que hay algo absolutamente fecundo. Cuando se
trata de un análisis bien orientado, surgen obstáculos, y en buena hora,
porque es el momento más vivo y fecundo de ese análisis. Es en estos
momentos que se van a hacer presentes las cuestiones más importantes de la
dirección de la cura.

1 Roberto Esposito, un filósofo italiano actual, trabaja de modo brillante este tema.
Clase 2

EL PSICOANÁLISIS EN EL DEBATE
CONTEMPORÁNEO

- Salud pública/salud privada


- El dispensario de Viena
- Efectos terapéuticos
- Efectos analíticos

A partir de la Revolución francesa, y por sus contradicciones internas, el


régimen de la salud pública se instala como derecho y como mercancía.
Desde esta perspectiva, la institución hospitalaria es una modalidad
jurídico-cultural que adquirió el discurso del amo.
Según las vicisitudes de la organización social, el Estado oferta un
servicio social y las empresas privadas, una mercancía al servicio de la
acumulación capitalista. Así, desde el Estado tenemos un “para todos los
ciudadanos”, propio de los ideales de la Revolución francesa, y desde las
empresas un “para todos los clientes que puedan pagar”, que se afianza en
el actual capitalismo tardío y con la casi desaparición del rol del Estado.
Ambas –el Estado y las empresas privadas– demandan en su inscripción
una identificación con su moral. Entre la demanda del amo y el “confort”
que promete, en cuanto sostiene un sentido, por un lado, y el imperativo
freudiano, por otro, que es un deber ético y no moral, se producen efectos
que portan las marcas de cada época.
Ciertas características que adquieren en la Argentina, en el espacio de la
llamada salud mental, los modos de presencia del neoliberalismo y sus
crisis, son las siguientes:
a) Instalación cada vez mayor de las terapias alternativas, incremento
acelerado del mercado psicofarmacológico; en consecuencia, conjunción
del pragmatismo liberal, con mayor índice de ganancia de los grandes
laboratorios.
b) Respuestas a los efectos de grave exclusión social bajo la modalidad
de elaboración y desarrollo de planes asistenciales, desde una orientación
preventiva y comunitaria.
La primera versión se ordena a partir del objetivo de la rápida
reabsorción y readaptación del cliente a su estatuto de consumidor; la
segunda –la preventiva–, abrirá la moral de los derechos humanos del
ciudadano orientada por el ideal comunitario. Aquí es necesario destacar
que esta última, la comunitaria, es sensible al estallido de los lazos sociales
que implica el discurso capitalista.
Ustedes saben que el discurso capitalista, en verdad, no es un verdadero
discurso, sino una deformación del discurso del amo. Justamente, no es un
discurso, ya que traspasa la barrera de la imposibilidad en relación al goce
y, tal como lo formuló Lacan, se sostiene del rechazo a la castración y de la
presencia feroz del goce superyoico que implica también, entre otras cosas,
el estallido de los lazos sociales. Lo vamos a retomar cuando veamos
efectos analíticos y efectos terapéuticos. Continúo.
La modalidad preventiva es una versión actualizada de aquella
modalidad que tuvo amplio despliegue en la década de 1960 y comienzos
de los setenta –época de presencia reducida del lacanismo y anterior a la
implantación, a finales de los setenta y comienzos de los ochenta, de las
“modernas corrientes psicológicas”–, articulada al movimiento de las
izquierdas y contestataria del psicoanálisis “modelo IPA”. Todo esto con un
agregado, que es que en la década de 1970, a partir de la implantación de la
dictadura militar, se produce un efecto de vaciamiento de los hospitales y el
exilio y la muerte de muchos de los colegas que, fundamentalmente,
practicaban terapias grupales; caen planes de salud muy importantes y hay
una persecución personal directa. El caso del Hospital Aráoz Alfaro, de
Lanús, donde Goldemberg participó de la formación de un centro de
investigación en psiquiatría totalmente innovador para la época es, quizá, el
más paradigmático: un centro importantísimo de formación para toda
Latinoamérica que fue devastado y cuyos profesionales fueron perseguidos
y masacrados. O el Hospital Posadas con una gran cantidad de colegas
masacrados.
Durante el transcurso del siglo XX, existió en Argentina una
correspondencia entre períodos de democracia restringida o inexistente y
despliegue de versiones biológicas en salud mental, y períodos de
democracia ampliada y participativa y surgimiento y/o desarrollo de
doctrinas que, de modos diversos, apuntaban a la “brecha del sujeto”. Esto
es muy llamativo, muy interesante para pensar la razón de las dificultades
en la implantación del psicoanálisis durante regímenes totalitarios, donde
hay una caducidad de los términos del derecho y de la responsabilidad.
Con la llegada de los años noventa se produce algo inédito. Hay
democracia ampliada y firme implantación de la versión neurociencia e
incremento del mercado psicofarmacológico. El éxito momentáneo del
neoliberalismo en esta época del capitalismo tardío, se sostiene en el
sacrificio de los llamados improductivos, para conservar y aumentar el plus
de goce. Ese sacrificio se expresa en “nuevos campos de concentración”
que son nuestras villas de emergencia, donde se realiza un genocidio lento.
El imperativo de goce de la ley del mercado, como dios oscuro, se presenta
como correlativo de la inexistencia del Otro; más velado, pero más eficaz
que el amo fascista, bajo la barra, en el lugar de la verdad, con el semblante
de democracia liberal. Entonces, tenemos semblante de democracia liberal
y, funcionando en el lugar de la verdad como amo oscuro al cual se manda
al sacrificio, ya no a Hitler o a Mussolini, sino a la ley de mercado. Y esto
implica un lento exterminio del ciudadano y un rechazo del sujeto.
Voy a saltear una cantidad de cuestiones. La proletarización creciente –
en el sentido que lo entiende Lacan– de sujetos por fuera de todo lazo, que
los vuelve caducos, pone en juego diversas maneras de producir un modo
de lazo. En este sentido, los dispositivos asistenciales abren la posibilidad
de producir, en algunos casos y al mismo tiempo, tanto “la neurosis vulgar”
como la “artificial”. La creación de una “zona intermedia”, en términos
freudianos, es ya un tratamiento de los efectos de los impasses de la
civilización actual, en tanto pone en juego un condescender del goce. Voy a
repetir esto porque es una tesis central de mi propuesta de trabajo.
Cuando hablamos del discurso capitalista, de su presencia en la
actualidad –que implica la dimensión del estallido de lazos sociales–,
hablamos de la creciente proletarización y la producción del sujeto como
deshecho; el discurso capitalista, en la medida en que se sostiene en el
rechazo a la castración e implica la presentificación más pura del goce
superyoico, hace caer la dimensión de lo que, desde Freud, llamamos la
Otra escena. Y es así que nos encontramos en las presentaciones clínicas
con modos de padecimiento que no están soportados en un mecanismo
psíquico, como sucede con un síntoma, sino con padecimientos subjetivos
por ausencia de este último. Los llamados ataques de pánico, en última
instancia, son eso: un padecimiento subjetivo por la ausencia de mecanismo
psíquico.
La toxicomanía generalizada, los fenómenos abundantes en la clínica de
anorexia y bulimia implican nuevos modos de padecimiento subjetivo que
dan cuenta de cómo esta época vive la pulsión. De hecho, aunque la pulsión
siga siendo un concepto ahistórico, Lacan advierte que debemos estar a la
altura de la subjetividad de la época no solamente como ciudadanos, sino
también en calidad de analistas, dado que cada época vive la pulsión de un
modo diverso. Y el modo diverso tiene que ver con los diferentes modos de
presentificación de los padecimientos subjetivos.
Esto no quiere decir que haya nuevas estructuras clínicas. Para mí –
siguiendo a Freud y Lacan– hay tres estructuras clínicas: neurosis,
perversión y psicosis. Lo que sí hay son nuevos modos de presentificación
del padecimiento subjetivo. Esto implica, incluso si hablamos de rechazo a
la castración, que tenemos que hablar de la caída de los términos del valor
de la dimensión amorosa del mundo. Por lo tanto, también tenemos
dificultades para la apertura clínica del inconsciente y para la instalación de
la transferencia analítica.
Si el discurso capitalista, articulado a la tecnociencia, oferta los objetos
–gadgets los llama Lacan– que podrían colmar la división del sujeto, si se
produce justamente una promoción de la caída de los términos de los
significantes articulados al ideal, los modos de presentación del
padecimiento subjetivo van a ser diversos. Entonces, tendremos en la
actualidad dificultades para la instalación de la transferencia y para la
apertura del inconsciente.
Por eso digo que la llamada por Freud “zona intermedia”, neurosis
artificial, ya implica un tratamiento del impasse de esta civilización actual
en tanto pone en juego un condescender del goce. Ya las entrevistas
preliminares marcan un punto de rechazo al imperativo de goce, al hacer
pasar esto por el significante. Y el poner en juego los modos de cifrado del
inconsciente, eso mismo ya implica un tratamiento del goce, como ocurre
con el tratamiento de la angustia, que es otro modo de llegada de los
pacientes. Efectivamente, en nuestra clínica hay una abundancia de
presentación preliminar de los pacientes en estado de angustia, dado que el
objeto que debería estar velado ha dejado de estarlo –como lo define Lacan
en el Seminario 10–, mientras falta la falta, hay una ausencia de mecanismo
psíquico.
Con esto llegamos a una cuestión interesante: la creación de un
verdadero dispositivo asistencial que contó con el apoyo de Freud mismo,
el Ambulatorio Psicoanalítico de Viena, creado a partir de la Primera
Guerra Mundial a causa de las neurosis de guerra –recordemos que las
neurosis de guerra son una referencia fundamental en Freud para la
introducción de un concepto mayor que es la pulsión de muerte, que marca
el giro y la ruptura de su propio desarrollo teórico en 1920–. Respecto a la
creación del dispensario, Freud afirma: “Muy probablemente tendremos que
alear el oro puro de nuestra terapia con el cobre de la sugestión directa”.
Recordarán esta frase, muy conocida y muy distorsionada. Una lectura débil
interpretó esta formulación de Freud como una capitulación de los
principios, cuando en realidad se trataba de un compromiso con el mundo;
compromiso no como ciudadanos –cuestión no excluyente–, sino con la
consideración del psicoanálisis como una respuesta a lo real, como lo
pensamos desde Lacan.
Freud mismo despejó la cuestión cuando afirmó que, sin importar de qué
elementos se conforme esta psicoterapia para el pueblo –presten atención–
de todos modos sus componentes más efectivos e importantes, seguramente
seguirán siendo los del psicoanálisis más serio y no tendencioso.
Fue Eduard Hitschmann, uno de los primeros seguidores de Freud, quien
llevó a cabo la creación del Ambulatorio Psicoanalítico, en una Viena
donde la socialdemocracia tomó la administración de la ciudad con la
mayoría absoluta y llevó adelante una política comunal progresista, que
habría de recibir el reconocimiento del mundo entero bajo la denominación
de la “Viena roja”. Esta referencia es muy importante, porque pensar los
dispositivos asistenciales tal como lo venimos haciendo aquí, resulta
inseparable de la dimensión relativa a los derechos humanos. En otro
momento, quizá, sería interesante trabajar la articulación psicoanálisis-salud
mental-derechos humanos. Aquí, simplemente, lo estoy esbozando.
Javier Aramburu, un colega nuestro fallecido hace un par de años,
sostuvo en el N° 2 de la revista Dispar –editada por Grama, y de la cual fui
uno de sus directores–, que los derechos humanos borran el goce de
exterminar al Otro, nos dicen que todos renunciemos al goce de aniquilar la
diferencia. Los derechos humanos reconocen, de esta manera, solo a los que
han renunciado al goce asesino. Eso es posible solo si esa “ficción
necesaria” que es la democracia, está correlacionada con algo distinto del
universalismo del capital. Ficción necesaria que tiene un lugar vacío. La
única posibilidad de universalidad no aceptada en el capital es la
universalidad de los derechos humanos. Aramburu considera que el
psicoanálisis, su operación y su acto responden a la lógica de esos derechos,
esto es, al respeto por la diferencia limitada, llamada síntoma. Considera
que los psicoanalistas somos aliados con los derechos humanos y, de existir
alguna transgresión de los mismos, estaríamos de luto.
Los derechos humanos no solo marcan el reconocimiento de la
diferencia, sino el respeto por ella y, justamente, el asunto es reconocer esto
último. Los nazis reconocían la diferencia: los judíos. Los derechos
humanos reconocen las diversas formas singulares respecto a la posición de
goce del sujeto. Incluso a los asesinos los reconoce, enviándolos a la cárcel.
Esto quiere decir que los derechos humanos reconocen la diferencia
limitada, no la diferencia ilimitada que consiste en gozar exterminado al
otro; ese goce está prohibido. Para el psicoanálisis esto es así; su dimensión
ética es el reconocimiento y el respeto más absoluto a los modos de goce
singulares. Cualquier tratamiento distinto a eso, implica una práctica
totalitaria.
Ahora pasamos a lo que, seguramente, les va a interesar más: la
diferencia efecto terapéutico-efecto analítico. Lo voy a tomar desde un
sesgo un tanto novedoso, y con eso voy a concluir.
Para no reiterar cuestiones harto formuladas a lo largo de la historia de la
doctrina psicoanalítica, desde “el efecto por añadidura” en adelante, y de la
diferencia psicoterapeuta/psicoanalítica o psicoterapia/psicoanálisis, me
parece pertinente preguntarnos qué entendemos por efectos terapéuticos y
efectos analíticos. ¿Se trata de dos cuestiones de un mismo campo de
interrogación? ¿Se trata de una misma área de problemas? ¿Responden a un
ordenamiento conceptual semejante? ¿Es, desde un mismo lugar y con una
misma finalidad, que nos interrogamos sobre esta cuestión? Lo que
nombramos como “efectos”, ¿es una diferencia del objeto de interrogación
o es una diferencia animada en otro lugar? Finalmente, ¿qué son efectos
terapéuticos? Los efectos terapéuticos refieren al alivio, desaparición de un
padecimiento del cuerpo y/o del pensamiento. Su inscripción refiere a la
salud pública y, dentro de ella, a la salud mental. Es algo que requiere el
Estado, el cuerpo social, los órganos públicos, como un bien para el
ciudadano o como una mercancía para las empresas privadas. Queda
articulado, de este modo, a la serie del “arte de curar” –vean que se va
enlazando con la primera parte–. Es lo que estos estamentos –públicos o
privados– le exigen como eficacia a los así llamados agentes de salud.
Exigen eficacia en términos de los efectos terapéuticos. Para estos
estamentos, los efectos analíticos no existen; no solo que no tienen ningún
valor o importancia, sino que radicalmente no existen. No es que esté mal
que no existan, de hecho no tendrían por qué existir. La eficacia del saber
hacer refiere únicamente a la dimensión terapéutica, y el reconocimiento de
autoridad profesional se sostiene en el eje éxito-fracaso terapéutico. Así, los
jefes de servicio de Psicopatología van a exigirles a los terapeutas eficacia
terapéutica. Y ante esta exigencia, un jefe de servicio va a decir: “Bueno,
mire, acá no hay tanta eficacia terapéutica pero tal paciente tuvo un lapsus
tan maravilloso que…”. No tiene sentido.
¿Qué es el efecto analítico? Es una modificación de un sujeto, el
sostenimiento de un espacio entre los enunciados y la posición de
enunciación. Claramente, una experiencia del inconsciente que puede tener
o no efectos terapéuticos. Su orientación –la del efecto analítico– es un
forzamiento. Porque no hay deseo de saber, no hay pulsión epistémica. El
hecho de que no haya pulsión epistémica, que no haya deseo de saber,
implica que el analista realiza un forzamiento. El deseo del analista es, por
decirlo de alguna manera, forzante, ya que no hay en el deseo humano un
deseo de saber. Por lo tanto, así como Miller afirma “que el psicoanálisis no
puede estar al servicio de ninguna finalidad superior a la operación analítica
misma, y solo puede estar al servicio del deseo del analista”, podemos
sostener lo contrario: para los órganos públicos y/o privados de salud
mental no hay ninguna eficacia superior a la eficacia psicoterapéutica
misma. Para estos órganos, el comentario de Freud en el capítulo VI de
“Esquema del psicoanálisis” donde dice: “Los resultados curativos
producidos bajo el imperio de la transferencia positiva están bajo sospecha
de ser de naturaleza sugestiva” (p. 177) no tiene ninguna importancia.
En cuanto psicoanalistas, pensamos el inicio de análisis desde una
concepción del final. En algunos casos, es posible esa conclusión, pero en
otros, como nos enseña Lacan en sus conferencias de Estados Unidos, nos
retiramos en silencio y con todos los respetos –como decía Freud– cuando
el sujeto es feliz por vivir, por estar vivo.
Para el Otro social, la posición del sujeto es una enfermedad. Para
nosotros, una “decisión inconsciente que sigue una lógica ignorada y que el
descubrirla permite al deseo liberarse para hallar otras opciones” (R. Masip
Argilaga, “De Freud a Lacan: una pérdida en juego”). ¿Por qué nos
inmiscuimos en el padecimiento subjetivo? Por ese “demasiado trabajo”
que se dan los sujetos para la satisfacción pulsional en el campo de la
neurosis, ya que nadie enferma por una fijación pulsional, en sentido
freudiano, sino cuando se ve constreñido a abandonarla.
Los puntos que siguen son de una importancia muy grande para mí.
Quisiera que los retengan, que los anoten, y que abramos el debate respecto
a esto porque profundizo la orientación del trabajo con formulaciones
fuertes.
Más allá de lo que demande el Otro social –si es privado, el
restablecimiento del consumidor; si es estatal, el aseguramiento de un
derecho ciudadano–; más allá de que un analista haga un ideal del fin del
análisis –cosa que puede ocurrir cuando se trata de un análisis que va a
conducir a lo peor–, podemos pensar los efectos terapéuticos en relación a
lo que afirma Miller:
En un caso afloja las identificaciones ideales cuyas exigencias asedian a un sujeto. En el caso en
el que el yo es débil, extrae de los dichos de un sujeto con qué consolidar una organización viable.
Si el sentido está bloqueado lo hace fluido, lo introduce en una dialéctica. Si el sentido se desliza
sin detenerse en ninguna significación sustancial, instalamos puntos de detención (“Psicoterapia y
psicoanálisis”, p. 27).

¿Qué implica finalmente? Una operación sobre el ideal que le exige al


sujeto gozar como se debe y no como lo hace. Efectivamente, o nos
dedicamos a hacer que las personas traten de gozar como desde el ideal se
debería gozar o, más bien, nos dedicamos a lo contrario: al reconocimiento
de la singularidad en su deseo y la particularidad en su posición respecto al
goce. Es más: no hacemos campaña por ninguna moral.
Pensar los efectos terapéuticos es un modo de no autosegregarnos, de
hacer valer la eficacia de nuestro saber en el mundo y de horadar, agujerear,
el ideal de fin de análisis como un a priori de máxima pureza, que también
puede llevar a lo peor.
Cuando Freud habla de mezclar el oro puro con el cobre, o cuando
propone la psicoterapia para el pueblo, no se refiere a ninguna capitulación
de los principios ni a ninguna degradación en el rigor de la práctica clínica.
En todo caso, a mi entender, está afirmando que no todos son candidatos,
que no para todo somos “didactas”, que no en todos está en juego el
advenimiento de un nuevo analista.
Una única interpretación, la caída de un significante amo que sostenía un
campo de significación anudando un goce, la resolución de la angustia
como único modo de anudamiento, la superación de una inhibición, un
desplazamiento sintomático, una sintomatización, la elaboración de un
saber en el lugar de una verdad que pueda impedir la inminencia de un
pasaje al acto, la elaboración de un proceso de duelo, pueden tener efectos
en la vida de un sujeto. Aun una determinada posición del analista ante un
decir psicótico para lograr una estabilización, podemos leerla como efecto
terapéutico, incluso en un breve lapso de tratamiento.
El Otro social no demanda efectos analíticos. Sí demanda efectos
terapéuticos. Se trata de que los analistas demostremos que nuestro saber
hacer, que incluye el deseo y el sujeto, es de eficacia superior a otros
abordajes clínicos. Esto no degrada nuestros principios, sino que, por el
contrario, hace valer nuestra ética en el mundo. Desde nuestra perspectiva –
la psicoanalítica–, en la medida en que el efecto analítico da cuenta de una
operación respecto al goce y una ganancia en el plano del deseo, su
resultado es terapéutico, aunque conlleve por un momento la
presentificación contingente de un monto de angustia que le es inherente.
Último punto. Retomando ahora las preguntas iniciales respecto a
efectos terapéuticos-efectos analíticos, son un nudo para nosotros, tal como
lo formula muy bien Lacan en la “Proposición del 9 de octubre”. Hay un
nudo ahí, entre trabajo en intensión y trabajo en extensión, entre la
formación de los analistas y el efecto analítico, y lo que él va a llamar en
ese mismo texto, proyecto terapéutico. Ese nudo es importante sostenerlo.
Desanudarlo implica la desaparición del psicoanálisis mismo, ya que se
eliminaría la dimensión de extimidad. Un mundo sin psicoanálisis sería un
mundo sin el valor subversivo que este porta. Un psicoanálisis sin mundo,
portando el goce de la autosegregación, haría de sí mismo un todo, lo que
Freud llamó cosmovisión. Efectos terapéuticos y efectos analíticos es el
nombre de la tensión que, como división, debemos soportar. La historia está
plagada de los desastres que implica no soportar esas escisiones. Poner en
correlación ambos efectos es, también, un modo de nombrar nuestra propia
diferencia limitada, nuestro lugar en el mundo, por decirlo así.
En la guardia, en la interconsulta, incluso en una emergencia, en los
diferentes dispositivos asistenciales como el hospital de día, la escucha
analítica puede utilizar el mismo dispositivo asistencial –que no es de
origen psicoanalítico, sino de origen médico-psiquiátrico– para hacer una
operación sostenida desde la ética psicoanalítica y que tenga efectos sobre
el sujeto. Pero si bien es posible, a veces no lo es. En muchos colegas de
formación psicoanalítica, noto que se produce, muchas veces, una
desviación histérica o una desviación obsesiva. Vienen con su análisis,
Freud, Lacan, etcétera, y no importa si están en un hospital público, si es
nombrado agente de salud o terapeuta. Funcionan exactamente igual que
funcionarían en su consultorio, en el sentido de no darle ningún lugar al
ámbito donde se desarrolla su acción. Esto, para mí, es una desviación
histérica absoluta, ya que hay que considerar el lugar de inscripción, donde
también hay otros discursos. Hay que considerar el lugar donde la acción se
realiza, no se la puede histéricamente descartar. Está el discurso jurídico
cuando interviene la policía, está el discurso médico; si se trata de un
hospital de día, están las personas encargadas de coordinar los talleres,
etcétera. Hay toda una cantidad de articulaciones que implican, muchas
veces, efectos de malestar. Esto me parece absolutamente equivocado.
Tenemos también la versión obsesiva. Esta es: “Estoy en un hospital
público y hago lo que se debe hacer en un sitio como este. Entonces, mi
lugar es funcionar absolutamente con cierta práctica sugestiva o apelar
solamente a la medicación. Como estoy en este lugar, me someto
absolutamente a esta modalidad de discurso del amo que es el hospital
público”.
Ambas desviaciones, tanto una posición como la otra, me parecen muy
complicadas, porque es necesario más bien poder soportar los efectos de
malestar que se producen por los efectos de discurso, en los cuales muchas
veces hay que compartir con colegas de la misma formación, y también de
otra, la dirección o el abordaje de un paciente, o la pertinencia de la
medicación en muchos casos de psicosis, etcétera. Y es importante tener en
cuenta esto. Estas modalidades se van a expresar hasta en el mismo
Derecho, dado que la misma jurisprudencia está basada en eso. La
jurisprudencia, en última instancia, es un armado en términos del campo de
la neurosis: son los derechos de la histeria, las obligaciones de la obsesión.
Lo jurídico es efectivamente eso: obligaciones y derechos. Tenemos
militantes de los derechos y tenemos a los otros soportando las
obligaciones. Pero esto origina muchas desviaciones.
No es una creencia; verifico permanentemente cómo una intervención
analítica produce efectos, un cambio en la posición del sujeto, que muchas
veces implica cierta elaboración de un saber en el lugar de la verdad y
puede impedir el pasaje al acto perfectamente. Esta intervención, este
cambio, puede implicar la puesta en marcha del mecanismo psíquico
cuando hay un padecimiento que se presenta como ausencia del mismo.
Sabemos que cuando hay un padecimiento por ausencia de mecanismo
psíquico, lo único que está anudando es la angustia. Como Freud nos decía
en “Más allá del principio de placer”, cuando hay un efecto de
desanudamiento real, simbólico e imaginario, la única pantalla es la
angustia, es lo que hace de velo. En efecto, muy lúcidamente Freud decía
que lo único que queda anudando ahí es la angustia. La posición de escucha
del analista puede implicar que se ponga en juego la Otra escena, que se
cree la dimensión de la Otra escena. El inconsciente es una suposición
lógica a partir de una operación; no es algo que ande por el mundo. Si bien
las personas sueñan, el inconsciente en términos psicoanalíticos es el
resultado directo de una operación analítica. Y podemos hacer esto, así
como podemos mensurar la angustia. Está en el deber del analista regular,
temperar la angustia de un paciente. Tenemos que ver en qué situación
llega.
En el campo de las psicosis, permanentemente vemos cómo cierta
operación es un “no”, un “todavía no”. Es el “todavía no” en el campo de
las psicosis. En muchas ocasiones, los profesionales que trabajan con
pacientes psicóticos escuchan que el paciente, ante algo que dice que quiere
hacer o que va a hacer, dicen: “Bueno, muy interesante, pero todavía no”. El
“todavía no” es introducir un artificio de castración, dado que introducir la
castración no podemos. No podemos introducir nosotros el nombre del
padre que falta en la operación del sujeto, pero ese “todavía no” viene a este
lugar. Es un artificio de castración, un artificio de tratamiento del goce que
implica que no se precipite algo que se desencadenaría brutalmente. Por
ejemplo, cuando el paciente dice que ha decidido ir a lo de la tía Rosita, los
analistas saben muy bien que, por el trabajo que vienen realizando, es mejor
que mantenga cierta distancia con la casa de la tía Rosita, porque ahí
estallaría lo peor. En una guardia lo hacemos muchas veces.
El hospital de día puede ser importantísimo respecto del tratamiento de
goce que se produce vía los objetos separables en los diferentes talleres. El
trabajo de hospital de día es la posibilidad de producción de los objetos
como objetos separados; hace un tratamiento de goce mediante los objetos
separables que, además, circulan como mercancía entre el resto de los
compañeros, lo cual implica también un tratamiento del goce. Ahora bien,
¿cómo evaluamos para dar una entrada en un hospital de día? Muchas veces
debemos decirle a un paciente que todavía no puede ingresar, porque
sabemos que si lo hace, el ordenamiento del hospital de día no va a tener un
carácter propiciatorio para el tratamiento del goce, sino que el mismo
hospital de día se va a transformar en un mandato superyoico para el
paciente. Por lo tanto, le decimos no.
En las adicciones, podemos hacer una pregunta que puede introducir una
dimensión de malestar, una piedra en el zapato, para que empiece a
molestar algo y para que ese algo se empiece a constituir como síntoma.
Síntoma en este caso quiere decir algo que lo moleste e insista, aunque por
momentos no nos hagamos cargo de ser esa piedra. ¿Cuántos pacientes
atendemos, que vienen para que los molestemos, para que les pongamos la
piedra en el zapato, para que los alteremos, y todavía pagan por eso? Y es
fundamental la operación que estamos haciendo, porque algo que no
marcha del todo bien, o la piedra en el zapato, tiene que ver con lo humano.
Los hombres siempre se buscan alguna mujer como piedrita en el zapato
que les complica un poco la cabeza con este tipo de cosas. Pero a veces nos
encontramos con sujetos que vienen especialmente a consultarnos, no solo
una vez, años enteros, para que los conmovamos todo el tiempo; vienen
para ser molestados, es notable. O por el contrario, vienen para tener un
lugar de alojamiento, en ocasiones, como único lugar en el mundo. Y
gracias a eso, es posible que puedan ir situándose respecto a otros lugares.
Y creo que esas cosas se pueden hacer en la interconsulta, la guardia, el
hospital de día, consultorios externos.
Pero a veces es ante la inminencia de un pasaje al acto. Ha ocurrido
muchas veces que digan: “Vengo aquí como último recurso, porque he
decidido matar a mi marido, envenenándolo esta noche, y se me complica
con la policía. Estoy decidida, completamente decidida a matar a mi
marido, no lo aguanto más”. Uno escucha. En el hecho de que venga a
contar esto, ya hay ahí algún clivaje respecto a la inminencia del pasaje al
acto. Pero se puede terminar esa entrevista y decirle que no se vaya, que
vuelva en media hora, para luego atenderla por diez minutos, media hora.
¿Y qué es esa pavada que hacemos? No es una pavada. Esa media hora es
fundamental, ya que le puede permitir a la señora ver que, quizá, se puede
separar del marido, divorciarse sin necesidad de matarlo con veneno.
Conceptualmente, ¿qué es lo que estamos introduciendo? Estamos
introduciendo algo que es central –estoy en este momento basándome en el
tiempo lógico–, que es una suspensión de un momento de concluir. El decir
“venga en un rato y lo seguimos hablando”, es poder introducir un efecto de
tiempo para comprender.
Ustedes recuerdan que Lacan diferencia claramente entre el instante de
ver, el tiempo para comprender y el momento de concluir. El pasaje al acto
marca la destitución del momento de concluir. Es una precipitación de esa
forma de realización del fantasma en el mundo que implica “soy, no
pienso”, como lo trabaja Lacan en el Seminario “El acto analítico”. Y esta
operación de introducir el “pienso” del tiempo para comprender, en
términos del tiempo lógico, y no el “pienso” de los pensamientos obsesivos
conscientes, junto con una articulación de “venga dentro de media hora y lo
seguimos hablando”, puede producir un corte que permita poner en juego el
tiempo para comprender que estaba destituido en la posición del sujeto
lanzado al pasaje al acto. ¿O acaso no ocurre? Ocurre perfectamente. Lo
importante es la cuestión del ideal del analista. Se puede hacer del final del
análisis, un ideal. Esto es muy importante tenerlo en cuenta. Aunque en
todo inicio pensemos en el final, algunos llegarán al final de análisis,
algunos devendrán analistas, otros no.
Como dice Freud, en ciertas ocasiones debemos retirarnos en silencio y
con todos los respetos porque el psicoanálisis no le puede ofrecer a alguien
nada mejor que su vida misma. Y al contrario, por ahí si forzamos, puede
ser peor.
Entonces, la apertura del deseo de saber que implica un psicoanálisis es
un forzamiento. Pero una cosa es el forzamiento en términos del deseo de
saber –que es el forzamiento desde una ética– y, otra, es un forzamiento
desde el ideal –el ideal hecho desde la cabeza de un analista–. Hacer un
forzamiento desde un ideal no tiene que ver con una dimensión ética sino
moral, y la moral del analista conduce a lo peor. Recuerdan el discurso del
amo:
S1 S2
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Los otros tres discursos –del analista, de la histeria y de la universidad–
son torsiones de un cuarto de giro. En última instancia, es un intento de
matematizar lo dicho por Freud. Primero, una marca. Segundo, un tiempo,
que se asocia con lo que fue el trauma y transforma al primero: la fórmula
del après-coup.
El asunto es que no solo se invierten dos términos, sino que cae la
relación de imposibilidad de un goce. El discurso capitalista dice –en
cuanto es superyoico– que es posible el goce. Lacan dice que debería ser
necesario que no lo fuera. Es la famosa formulación de Lacan del Seminario
20, “Aún”: ese goce Otro que sería necesario que no lo fuera. ¿Qué es ese
goce? El goce que sería necesario que no. Efectivamente, el discurso
capitalista se sostiene en el rechazo de la castración que implica una
devaluación de los términos del amor, por ejemplo. Por eso, alguien puede
estar perfectamente con un objeto, una música, una droga. El discurso
capitalista promueve la relación con un objeto imaginario en el campo
especular, sin pasar por el Otro.
El amor, ¿qué es? Es introducir algo del Otro, es ir a buscar el objeto al
campo del Otro; eso es enamorarse. Por esa razón es mucho más sencillo no
enamorarse, no amar, porque así “no me complico”. Se es mucho más feliz
con una botella de vino: no habla, no coquetea; la botella de vino es
fantástica. La cocaína, lo mismo –dicho irónicamente–. El tango revela el
estatuto necrológico en el objeto: la calavera. El obsesivo habla con la
muerte, su partenaire es la muerte, por lo que habla mil horas con la mujer
en su cabeza; con la “idea” de la mujer, pero no se encuentra nunca, no hace
la cita; está todo el tiempo en su cabeza. Efectivamente, hay una destitución
del lugar del Otro. El amor es eso: colocar el objeto en el campo del Otro e
ir a buscarlo. La transferencia es exactamente lo mismo: es ceder el objeto
para ir a buscarlo al campo del Otro, vía la transferencia. La operación de la
instalación de una zona intermedia, dice Freud, la neurosis artificial, ya es
un tratamiento del modo de goce de la contemporaneidad.
Esto es importante. Asistir a las entrevistas con nosotros significa poner
palabras, empezar a tener algún lazo en relación a nosotros. Esto quiere
decir que hay ya una inclusión de nuestro deseo –en cuanto analistas– en la
formación del inconsciente. Ya estamos realizando un tratamiento del
impasse del goce de la civilización actual, porque ya estamos operando para
que haya una caída de la fijación a un objeto: lo pierdo para ir a buscarlo,
vía la transferencia, en el campo del Otro.
Somos absolutamente anticapitalistas porque les decimos a los sujetos
que vengan a vernos, y nos pagan para dejar algo y llevarse nada. Dejan
algo relativo al objeto para llevarse una porción de castración. ¡Totalmente
anticapitalistas! No hay ningún mercado que se interese en eso. Pero esto
mismo marca el lugar del psicoanálisis en el mundo, como un modo de
tratamiento del impasse en la civilización marcada por el
desencadenamiento del discurso capitalista; en la sociedad de la ley del
mercado que en estos últimos años, en estas últimas décadas, se ha
desencadenado absolutamente con total crudeza, como vemos a diario. Se
pueden capturar aviones, hacerlos estallar contra las Torres Gemelas,
destrozar, matar a miles de personas. No sabemos exactamente quién tiró
las Torres Gemelas, pero es posible que lo hayan hecho los
fundamentalistas afganos. También pudo haber sido la CIA misma. Pudieron
ser tanto los fascistas afganos como los fascistas norteamericanos. Estamos
haciendo entrar esto con un efecto de anestesia: un tipo entra con una
bomba y mata a todas las personas, niños, niñas. No es un blanco militar, es
una pizzería. Por otra parte, ustedes saben perfectamente que los tanques
israelíes aplastan casas con la gente dentro. La gente queda enterrada viva y
muere aplastada por los escombros. Entonces, en este mundo actual, el
amor está muy devaluado.
Una vez le preguntaron a Miller qué pensaba que producía un análisis: si
producía perversos, psicóticos, etcétera. Según él, producía sujetos para los
cuales el amor tenía un alto valor. Pero no el amor ligado a una referencia
neurótica, el amor como un modo de consumir masoquismo, el amor de las
novelas. El amor tiene un alto valor, porque está ligado a la falta; no hay
mejor tratamiento de la falta, que el amor. Entonces, es un tratamiento de la
castración. Y, al mismo tiempo, la operación con el discurso del amo, que es
el discurso del inconsciente, restituye los términos mismos del inconsciente.
Actualmente tenemos dificultades para producir la apertura del
inconsciente. No solo ante la psicosis no debemos retroceder, tampoco ante
los adictos, los autistas; mucho menos vamos a retroceder frente a los
angustiados por un ataque de pánico. No les vamos a dejar ese lugar a los
neurólogos que desconocen la histeria y la tratan como esquizofrenia, para
que los empastillen. No vamos a hacer lo que hacen en Estados Unidos, que
quitan del manual de salud pública la histeria como categoría, lo que les
permite tratar un ataque de pánico como un trastorno de personalidad
múltiple o como una esquizofrenia y, entonces, empastillar y producir
efectos catastróficos en la vida de una persona. Padecimientos por ausencia
de mecanismo psíquico: ¿qué quiere decir? Es muy importante. Quiere
decir que el padecimiento no es por un mecanismo psíquico, o sea, por un
significante reprimido. Porque padecimiento por mecanismo psíquico es la
fórmula primera del síntoma, en el cual hay un significante reprimido, hay
un significante que retorna, se trata de una economía libidinal con ausencia
de un mecanismo psíquico. Ahora volvamos al tema.
¿Qué es un ataque de pánico? Sencillamente, el ataque de pánico es la
significación que queda en suspenso. La articulación significante está todo
el tiempo produciendo efectos de significación, ordenando un sentido. Por
lo tanto, articula enunciado-enunciación y, al mismo tiempo, ordena un
sentido como sentido de goce para el sujeto. El ataque de pánico es la
suspensión de esto; es esa articulación significante que se detiene en un
punto, una significación que no adviene, que queda en suspenso. Así como
para la psicosis hay una significación que se presenta como peligrosa, en el
ataque de pánico hay una significación que no llega, que no se precipita; no
hay momento para concluir, porque hay un impasse en el tiempo para
comprender.
Clase 3

CULTURA, MALESTAR Y SEGREGACIÓN

- Renuncia pulsional-condición de la cultura


- Los excluidos
- Fraternidad-segregación
- Frustración-prohibición-privación

En 1930, Freud se pregunta por el malestar en la cultura y, al tiempo que


intenta cernir la causa del primero, logra ubicar la condición para el
surgimiento de la segunda. La cultura es presentada como una modalidad de
lazo que implica un distanciamiento respecto del viviente, como estado de
naturaleza supuesto. Así, asegura la protección del hablante, resguardándolo
tanto de la amenaza de las fuerzas naturales, como del peligro que acarrea
la convivencia entre los hombres. El peligro situado a nivel del lazo social
será respecto de lo cual Freud habrá de interrogarse especialmente.
Haciendo un paralelo entre el desarrollo –o advenimiento– de la cultura y el
desarrollo libidinal del individuo, Freud ubicará el punto de articulación
entre ambos. El nexo quedará delineado en torno de la renuncia a la
satisfacción pulsional.
La pulsión sexual en la infancia obtiene la ganancia de placer,
prescindiendo de los objetos. Sin embargo, el autoerotismo merece ser
sofocado, debido a que su permanencia implicaría que la pulsión sexual no
podrá ser gobernada en el futuro. Dice Freud: “De tal suerte, las fuerzas
valorizables para el trabajo cultural se consiguen en buena medida por la
sofocación de los elementos llamados perversos de la excitación sexual”
(“La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad moderna”, p. 169). Para que
un niño no devenga criminal, deberá abandonar –en el sentido de la
represión– el perverso polimorfo.
La imposibilidad de satisfacción plena de la pulsión por obstáculo
interno será presentada, por momentos, como la fuente de un malestar
irreductible. Al mismo tiempo, la renuncia aparecerá allí, contorneando un
borde nombrado como limitación. Restricción a la satisfacción impuesta por
la cultura, redoblamiento de la imposibilidad estructural.
Cabe entonces preguntar: ¿se trata de ubicar, con Freud, la condición de
la cultura –la renuncia– y, por ende, de lazo, en el lugar mismo del
malestar? Aparece allí una solución de compromiso. Algo se pierde –la
satisfacción total– y algo se gana –el lazo social y la posibilidad de
convivencia en el marco de una cultura que regule–. ¿Hay alguna
posibilidad de inclusión en la cultura que no sea a partir de una operación
de renuncia sobre el punto mismo de la imposibilidad? Y a partir de allí,
¿cómo pensar el malestar contemporáneo?
La cultura produce un malestar, el cual se trata de un modo de inclusión
que genera insatisfacción o incomodidad. Ahora bien, puntualmente, ¿cómo
leer los fenómenos que testimonian sobre un no-estar, o quizá, hasta un
haber quedado por fuera de la modalidad de inclusión-mal-estar? Los
excluidos, punto de retorno de la segregación estructural.
Al hablar de la constitución del lazo social, en las páginas 120-121 del
Seminario 17, Lacan toma como referencia el mito de la horda primordial.
En ella, la fraternidad nace como efecto del asesinato del padre, un padre no
atravesado por la ley. ¿Es posible pensar a este padre por fuera de la cultura,
en la medida en que su muerte instaura la posibilidad de un padre
simbólico? Su asesinato produce un ordenamiento que da cuenta de la
cultura como instancia simbólica, instauración de lo prohibido que delimita
el campo de lo permitido –la madre, como prohibición; las otras mujeres,
como posibles–. Por otra parte, en el mismo texto señala que el empeño en
enfatizar la hermandad indica el punto mismo de inconsistencia del lazo.
Así, cuestiona la idea de igualdad que sostiene la fraternidad. La fraternidad
existe si y solo si hay ordenamiento, es decir cultura. En el origen de la
fraternidad es posible encontrar la segregación. ¿Qué quiere decir esto? Que
la fraternidad se trata de estar separados juntos.
La incomodidad, la neurosis, la queja, el sufrimiento y el dolor son
modalidades de expresión del malestar en el marco de la cultura. Dan
cuenta de los puntos de crisis de la misma. Por otro lado, la segregación
permite pensar lo que no tiene inscripción en el orden simbólico, aquello
que es rechazado del discurso de la época. Resulta interesante puntuar al
respecto, lo que se esboza en Freud como una operación de exclusión
cultural. Para abordarlo, propone definir los términos: llama frustración o
denegación al hecho de que la pulsión no pueda ser satisfecha; prohibición
a la norma que la establece y privación al estado producido por la
prohibición.
Hay privaciones universales como el incesto y el homicidio. Se trata de
reclamos que la cultura establece para todos por igual. Asimismo, hay
privaciones que se circunscriben a individuos, clases o grupos –solo para
algunos–. Freud enuncia en “El porvenir de una ilusión” (1927):
Cabe esperar que estas clases relegadas envidien a los privilegiados sus prerrogativas y lo hagan
todo para librarse de su “plus” de privación. Donde esto no es posible, se consolidará cierto grado
permanente de descontento (…) no cabe esperar en ellos una interiorización de las prohibiciones
culturales; al contrario: no están dispuestos a reconocerlas, se afanan por destruir la cultura
misma… (p. 12).

Ese plus de privación que afecta a algunos genera cierto grado de


descontento dentro de la cultura, cuya respuesta es la hostilidad. Ahora
bien, ¿cómo ubicar estos grupos respecto de la cultura? ¿Están dentro o
fuera de la misma? ¿Es posible nombrarlos como segregados? Freud nos da
la pista cuando postula que la interiorización de los preceptos culturales no
es el único bien anímico para la apreciación de la cultura. Están también su
patrimonio de ideales y de creaciones artísticas y las satisfacciones
obtenidas en ambos. Desde esta perspectiva, estos grupos dan cuenta de la
cultura en crisis, pero permanecen dentro del marco de la misma.
Se trata de la misma lógica con la que Freud trabaja la moral sexual
cultural de su época. La moral sexual victoriana prohibía el comercio sexual
fuera del matrimonio monógamo. Dicha prohibición retorna, en su tiempo,
en la doble moral que la sociedad le consentía al varón, y le imprime otras
exigencias: matrimonio heterosexual, sexualidad al servicio de la
reproducción, prohibición de la masturbación y abstinencia sexual
prematrimonial y para aquellos que no contraigan matrimonio. La
sexualidad normal es la exigida por la cultura; no hay en ella nada de
“natural”. Freud reconduce la nerviosidad moderna a aquella moral sexual,
otorgándole el estatuto de respuesta o de tratamiento posible del neurótico
al malestar que produce la moral sexual dominante, malestar que da cuenta
de la inclusión en la cultura.
Habrá que situar, entonces, dos modos de malestar en relación a la
cultura: el malestar como modo de estar mal dentro de la cultura misma –
son aquellos que padecen de la misma–, y un malestar que no es del mismo
orden: el malestar como hostilidad, efecto de la segregación.
Tomando como eje la moral sexual cultural occidental, la infidelidad, la
homosexualidad, la sexualidad prematrimonial y las prácticas no genitales
resultaron modalidades de exclusión de la moral sexual cultural imperante.
Renuncia y protección son dos caras de la cultura al servicio de soportar
la vida. El resto o producto de esta operación es una cuota de padecimiento
para los hombres que habitan la cultura. La cultura impone rodeos a la
satisfacción pulsional, y sus restricciones darán lugar a diferentes
tratamientos que podrá darle el sujeto en su época. El síntoma neurótico es
un modo singular –no universal, como lo sería la psicología de masas– de
tratamiento del padecimiento. Se trata de lo que no hace serie. Si la cultura
le impone rodeos a la satisfacción pulsional, ¿cuál es la modalidad de
satisfacción de estos grupos, respecto de los cuales Freud dice que no es
esperable la interiorización de las prohibiciones culturales? ¿Se tratará
acaso de una satisfacción directa? ¿A qué se refiere Freud con el “plus de
privación”?
Se trata, sin dudas, del campo de un cierto exceso. Parece, entonces, que
la renuncia se presenta como una operación que solo puede venir a
producirse ahí, donde algo de lo imposible de la satisfacción pulsional se ha
recortado a nivel del discurso. ¿Un plus de privación implica una
satisfacción pulsional consistente?
Todo lo que hagan las clases relegadas está al servicio de liberarse del
plus de privación. En este sentido, la hostilidad surgirá como una forma de
tratamiento a la diferencia social. La perspectiva de la hostilidad será,
incluso, funcional a la regulación social en la medida que permita tramitar
el descontento que, si está inhibido –dice Freud–, puede llevar a rebeliones.
La pregunta que quizá haya que introducir es: ¿cuál es el límite? Y en
este sentido, habilitar la dimensión de la singularidad. Tal como señala
Freud en el texto de 1908, “La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad
moderna”: “Quien, a consecuencia de su indoblegable constitución, no
pueda acompañar esa sofocación de lo pulsional, enfrentará a la sociedad
como ‘criminal’, como out-law [fuera de la ley]…” (p. 168).
Desde esta perspectiva, exclusión social y violencia no coinciden
exactamente, ni logran superponerse, lo que da consistencia a lo que en
algunos lugares se nombra como la criminalización de la pobreza. Si bien es
una perspectiva a tener en cuenta, en el texto citado más arriba, Freud dirá
con todas las letras que no se trata de esperar en las clases relegadas la
interiorización de las prohibiciones culturales. Habrá que ubicar aquí, un
punto de balance entre la respuesta totalitaria por la vía de la construcción
de universales y el rescate de la particularidad –singularidad del sujeto–.
Quizá se trata de situar con Freud, la doble vertiente de la segregación:
efecto de exclusión como rechazo del Otro y la exclusión como efecto de
una decisión singular. En el primero, es el sujeto de las clases relegadas
ubicado como resto producido del sistema, fuera de sistema. En el segundo,
Freud sitúa al criminal, quien queda ubicado como el que no acepta las
prohibiciones universales (incesto, homicidio y canibalismo). Se trata de no
obturar el lugar de la elección. ¿Salida del lugar de segregación?
¿Posibilidad de lazo?
Clase 4

FUNDAMENTO METAPSICOLÓGICO
FREUDIANO DEL LLAMADO “ATAQUE DE
PÁNICO”

- Angustia traumática
- Angustia señal
- Perturbación económica
- Ausencia de objeto

La primera pregunta que nos formulamos es: ¿cuál es la relación de la


angustia y “Más allá del principio del placer”, de Freud? La segunda
pregunta es respecto de la diferencia entre la angustia traumática y la
angustia señal. En “Más allá del principio de placer”, la angustia surge
como reacción ante un peligro determinado por la ruptura de la barrera
protectora. El peligro en el nivel de la angustia traumática es la perturbación
económica producida por un incremento de las magnitudes de estímulo –
núcleo genuino del peligro–. El estado de desamparo no implica, como
angustia real, una fantasía de amenaza sino, claramente, una amenaza real.
El concepto de desamparo del “Proyecto de psicología” es retomado a
esta altura, en su articulación con la falta de significación. La barrera de
protección antiestímulo revela su punto de falla, indicando lo pulsional no
ligado que queda por fuera de la cadena.
Precisamente, desde el “Proyecto de psicología”, el resto que deja la
experiencia de satisfacción (el deseo), realiza el tratamiento permanente de
lo que dejó la experiencia de dolor, que es lógicamente anterior (el afecto).
Este es el antecedente de la diferencia deseo-pulsión. El ejemplo
paradigmático es el trabajo del sueño, donde el deseo inconsciente busca
ligar el resto diurno en su cara perturbadora (pulsional). A diferencia de su
cara preconsciente, que está al servicio del desplazamiento en el contenido
manifiesto.
En “Más allá del principio de placer”, la inundación económica de
magnitudes se articula con el automatismo económico. La angustia se
genera como reacción ante un estado de peligro. Pero, ¿cuál es ese peligro?
Freud lo dice claramente en el capítulo VIII de “Inhibición, síntoma y
angustia”: el aumento de tensión de la necesidad, frente al cual es
impotente.
El incremento de las magnitudes de estímulo en espera de tramitación
implica el peligro del desvalimiento psíquico en relación con el período de
inmadurez del yo. En la situación traumática, frente a la cual se está
desvalido, coinciden el peligro externo y el interno, lo que Freud llama
peligro realista y exigencia pulsional (externo-interno). La situación
económica es, en ambos casos, la misma, y el desvalimiento motor
encuentra su expresión en el desvalimiento psíquico.
Freud afirma en la “32a Conferencia. Angustia y vida pulsional”, que lo
esencial respecto de esa gran excitación que es sentida como displacer,
estado en que fracasan los esfuerzos del principio de placer, es el instante
traumático. El instante traumático paraliza la función del principio de
placer y da a la situación de peligro, su significación. La represión primaria
nace directamente de instantes traumáticos. Entonces hay una línea que
ubica:
a) Desvalimiento.
b) Inundación de magnitudes de estímulo-ruptura de la barrera
protectora.
c) Respuesta ante un peligro.
d) Instante traumático como fracaso del principio de placer y base de la
represión primaria.
e) El principio de placer nos asegura contra un daño determinado de
nuestra economía.
¿Qué obtenemos de esto? La angustia traumática es respuesta a la
ruptura del principio de placer a partir de una exigencia pulsional. Y desde
la misma Conferencia, a partir de que Freud afirma que hay un doble origen
de la angustia, hacemos la segunda articulación:
a) Del instante traumático.
b) Como señal que amenaza la repetición de tal instante.
Por lo tanto, la fuente económica de la angustia debe ser netamente
diferenciada de la pérdida de objeto; más aún, es la perturbación económica
la que da lugar a la importancia de la madre como objeto y a su pérdida.
La angustia frente a la separación se funda en un desplazamiento de la
perturbación económica hacia el otro que logra impedirla, es decir, a su
condición. Condición, en tanto que si el objeto está ausente se produciría el
desencadenamiento del automatismo económico.
Citemos a Freud en el capítulo VIII de “Inhibición síntoma y angustia”:
Con la experiencia de que un objeto exterior aprehensible por la vía de la percepción, puede poner
término a la situación peligrosa que recuerda al nacimiento, el contenido del peligro se desplaza
de la situación económica a su condición, la pérdida del objeto. La ausencia de la madre deviene
ahora el peligro. El lactante da la señal de angustia, tan pronto como se produce, aún antes que
sobrevenga la situación económica temida (p.130).

En esta línea, la angustia vale como una función. ¿Cuál? Ser una señal
para la evitación de la situación de peligro. Señal que implica dos
cuestiones:
a) Expectativa del trauma (anticipación).
b) Repetición amenguada de él.
Respecto de la primera: la situación de peligro es la situación de
desvalimiento discernida, recordada, esperada. Respecto de la segunda: el
yo que ha vivenciado pasivamente el trauma repite (wiederholen) ahora,
activamente, una reproducción (reproduktion) morigerada de este, con la
esperanza de poder guiar de manera autónoma su decurso. Por lo tanto, la
angustia, cuya función como señal implica tanto la expectativa como la
reproducción morigerada, se articula con la repetición y el recuerdo.
Entonces, esta reacción es una forma de recuerdo y se sitúa en el marco de
la historia del sujeto. El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al
período de la inmadurez del yo, así como el peligro de la pérdida de objeto,
a la falta de autonomía de los primeros años de la niñez.
Precisamente, en relación a la angustia señal se destaca el lugar central
del yo. El yo es la sede misma de la angustia, y su precocidad no es
madurativa sino, por el contrario, estructural en la medida en que la
existencia de la señal en el niño responde a la anticipación que se esboza en
la tríada Desamparo, Otro Auxiliador y Llamado, aquello que permite que
la estructura del lenguaje se posesione en el organismo y produzca sus
restos y efectos. La angustia, en cuanto estado afectivo, solo puede ser
registrada por el yo. El instante traumático tiene el valor de fijación
pulsional –restos visuales y auditivos del encuentro con la escena primaria–
en la estructura psíquica misma no asimilable por el principio de placer,
lugar propio del más allá.
A partir de aquí, en cuanto señal, lo temido, el objeto de la angustia, es
la aparición de un instante traumático que no puede ser tratado según las
normas del principio de placer. A esta irrupción pulsional del denominado
instante traumático, la angustia señal le da un marco con la repetición-
reproducción que, como dice Freud, morigera lo vivenciado pasivamente.
Por este motivo, en la angustia señal, articulada al recordar-reproductor
(repetición y recuerdo), se sostiene la escena psíquica. La angustia señal se
articula con la represión secundaria y con la formación de síntomas. Pero
los instantes traumáticos surgen de la vida anímica, sin relación con las
situaciones traumáticas supuestas en las cuales la angustia no es despertada,
por lo tanto como señal, sino que nace basándose en un fundamento
inmediato –irrupción–.
Si la represión primaria se sostiene en instantes traumáticos, para que
puedan retornar esos “instantes” es necesario que haya una vacilación en la
estructura misma de aquello que articula la represión primaria y el
masoquismo primario. Esta articulación implica la fusión pulsional. La
angustia traumática, por lo tanto, se articula con la irrupción de la pulsión
no ligada al deseo. Paralización de la función del principio de placer en su
capacidad de ligar las magnitudes de estímulo, daño en la economía
psíquica, fracaso de las formaciones del inconsciente. Esta angustia nombra
la caída de la otra escena, de la realidad psíquica, ya que no operan el
desplazamiento y la condensación.
La realidad psíquica anuda los representantes psíquicos, la figurabilidad
significadora –la puesta en imágenes del sueño, por ejemplo– y la pulsión.
La realidad psíquica freudiana es nombrada por Lacan como el cuarto que
anuda Real, Simbólico e Imaginario teniendo, por lo tanto, el estatuto de un
Nombre del Padre. Así, el fracaso de la ligadura pulsión-deseo suspende la
posibilidad de la significación. Se trata de un padecimiento no causado por
un representante psíquico reprimido –como en el síntoma–, sino por la
ausencia misma de ese mecanismo psíquico.
La ausencia de significación es efecto de la perturbación económica por
fuera de la cadena asociativa: “carece aún de todo contenido psíquico”, dice
Freud. Este es el fundamento metapsicológico de lo que hoy se denomina,
como novedad, “ataque de pánico”.
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