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Los años perdidos por muerte prematura se calculan, por un lado, como el
producto del número de muertes ocurridas en determinada población en un
período de tiempo dado, y por otro, como la diferencia entre la edad de muerte y la
esperanza de vida máxima a dicha edad. Para definir lo que se considera una
muerte prematura, se construyen tablas de esperanza de vida “normativas”
basadas en la tasa de mortalidad mínima observada para cada edad en
poblaciones de más de cinco millones de habitantes. En 2016, por ejemplo, la
esperanza de vida máxima al nacer era de 86.59 años, y la esperanza de vida
máxima a los 65 años era de 23.79 años adicionales. Así, un recién nacido que
muere antes del año significa 86.59 años perdidos por muerte prematura, mientras
que si una persona muere a los 65 años aporta 23.79 al cálculo de años perdidos
por muerte prematura (Kassebaum et al. 2016).
Los años de vida saludable perdidos por incapacidad se calculan como el producto
del número de casos prevalentes para cada condición y un ponderador que
representa el impacto que dicha condición tiene sobre la calidad de vida de la
persona que la padece. El valor de este ponderador surge de encuestas
realizadas a individuos en diferentes países del mundo, en las cuales se les pide
ordenar sus preferencias al comparar diferentes estados de salud. En 2016, estas
encuestas se realizaron a 600,000 individuos alrededor del mundo.
Según los últimos datos publicados por dicho estudio, el 70% de los años perdidos
por muerte prematura e incapacidad en la región puede atribuirse a enfermedades
crónicas; en el caso de la población mayor de 60 años, esta cifra aumenta a 89%.
NOTA: Autores Aranco N, Stampini M, Ibarrarán P, Medellín N., 2018, mencionado como
Recuadro N°1 (2018) . Panorama de envejecimiento y dependencia en América Latina y el Caribe /
Natalia Aranco, Marco Stampini, Pablo Ibarrarán, Nadin Medellín. p. cm. — (Resumen de políticas
del BID ; 273), P 14-15