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EFECTOS DEL DIVORCIO SEGUN LAS ESTADISTICAS.

PROPUESTAS SUPERADORAS [1]

 Por Jorge Scala

I. Los datos empíricos.

            Las estadísticas no demuestran nada, ya que las probanzas son siempre de carácter racional. Los
números a los que se pretenden reducir las conductas humanas, sólo son capaces de “mostrar” los efectos de
una causa percibida intelectualmente. A pesar de los evidentes límites de la estadística, ésta resulta a veces
una útil disciplina auxiliar del Derecho, ya que nos permite visualizar las consecuencias de un determinado
ordenamiento jurídico. En el caso concreto del divorcio vincular, los datos empíricos que nos proporcionan las
estadísticas son  suficientes -de acuerdo con el método de la ciencia jurídica-, para descalificar el divorcio
vincular como “solución” para los fracasos conyugales. Actúan como una suerte de contraprueba o
demostración por el absurdo, que nos permite reafirmar tal conclusión. Para mostrar los efectos del
divorcio[2], he acudido a la bibliografía sobre la sociedad norteamericana, que es la más estudiada desde el
punto de vista sociológico.

            “Cada año, más de 1 millón de niños estadounidenses sufren el divorcio de sus padres. Más aún, la
mitad de los niños nacidos este año de padres que aún siguen casados, verán a sus padres divorciarse antes
de que cumplan 18 años. Este sólo hecho debería hacer pensar a los legisladores que se preocupan de los
temas infantiles”[3] . En dicho país, “en los últimos cincuenta años el divorcio ha crecido de forma significativa.
En 1935 había 16 divorcios por cada 100 matrimonios. Para 1998, el número ha crecido a 51 divorcios cada
100 matrimonios”[4].

            Para una mejor comprensión de los datos empíricos, se pueden agrupar los efectos del divorcio
vincular, según los siguientes parámetros: 1°) efectos sociales; 2°) familiares; 3°) en la salud; 4°) en la
educación y 5°) efectos económicos. Vamos por partes.

            a. Efectos sociales del divorcio:

            1°) Aumento de la criminalidad: “Investigaciones más recientes acerca de la relación entre el historial
familiar y la criminalidad indican que el rechazo puede llevar al hijo a unirse a pandillas de delincuentes. Vale
la pena notar que estos descubrimientos sobre delincuencia no se refieren sólo a hijos varones; entre las
niñas adolescentes hay una estrecha correlación entre la estructura familiar y la delincuencia, conductas
hostiles, consumo de drogas, inasistencia a clases y abuso de alcohol” [5]. Más aún, “información obtenida de
la ciudad de Wisconsin ilustra, de forma dramática, que la tasa de encarcelamiento de jóvenes delincuentes
es 12 veces mayor en jóvenes de padres divorciados que en jóvenes de hijos de parejas casadas” [6].

            2°) Aumenta el abuso de menores: En Gran Bretaña, el riesgo de abusos graves de hijos en familias
con padrastro o madrastra, es seis veces mayor que para los hijos de padres con matrimonio estable, según
sostiene Robert Whelan en “Broken Homes and Battered Children”, estudio de 1.994. Por otra parte, dos
profesores de psicología, de la Universidad Mc Masters de Canadá, sostienen que los niños menores de dos
años, tienen entre el 70 y el 100% más de probabilidades de ser muertos por sus padrastros, que por sus
padres biológicos [7].
            3°) Aumenta la adicción a drogas y alcohol: “... el divorcio aumenta estos factores, hace crecer la
probabilidad que los jóvenes abusen del alcohol y del uso de las drogas. Los adolescentes cuyos padres se
han divorciado en esa etapa de su vida abusan del alcohol y de las drogas mucho más a menudo que los
adolescentes cuyos padres se han divorciado durante su primera infancia. Cuando se les compara con hijos
cuyos padres permanecen casados, la diferencia es aún mayor. Al comparar todas las estructuras familiares,
el más bajo uso de las drogas ocurre en los hijos de matrimonios bien constituídos” [8].

            b. Efectos familiares del divorcio vincular:

            1°) Debilitamiento de la relación padres-hijos: Encuadrando el problema, puede sintetizarse así: “El
divorcio les presenta dos paquetes de problemas a los padres: Su propio ajuste personal al divorcio y su
diferente rol como padre divorciado. Un 40 por ciento de las parejas está tan estresada con el propio divorcio,
que sus conductas hacia los hijos cambian y se deterioran. Normalmente cambian desde una conducta rígida
hacia otra permisiva, y desde emocionalmente distante a emocionalmente dependiente” [9].

            Más adelante, los mismos autores concretan la idea, al sostener que “a fines de los 80 y principios de
los 90, la National Survey of Families and Households encontró que uno de cada cinco padres divorciados no
ha visto a su hijo en el último año, y menos de la mitad de los padres ha visto a su hijo más de un par de
veces en el año. En la adolescencia (entre los 12 y 16 años), menos de la mitad de los hijos que viven con sus
madres separadas, divorciadas o vueltas a casar ha visto a su padre en más de un año y sólo uno de seis ha
visto a su padre una vez por semana” [10]. La psicóloga norteamericana Judith Wallerstein concluyó, que
luego de 15 años de divorcio, el 80% de las madres y el 50% de los padres sentían que el divorcio había sido
bueno para ellos; en cambio sólo el 10% de los hijos sentían lo mismo [11].

            2°) Aumenta la promiscuidad sexual: “El promedio de virginidad entre los adolescentes de todas las
edades es altamente correlativo con la presencia o ausencia de padres casados. De hecho, cada cambio en
la estructura familiar durante la adolescencia (de casados a divorciados, de soltero a casado, o de divorciado
a padrastro) aumenta el riesgo de iniciación sexual en un tercio, entre los hijos adolescentes de estas
uniones. En Inglaterra, los hijos de padres divorciados son tres veces más susceptibles de tener un hijo fuera
del matrimonio comparado con los hijos de padres regulares” [12].

            3°) El divorcio engendra más divorcio: “Las hijas de padres divorciados tienden a divorciarse más
frecuentemente que los hijos de padres divorciados, con un riesgo de casi 87 por ciento más alto durante los
primeros años de matrimonio para hijas de padres divorciados, que para las hijas de familias regulares.
Cuando los padres de ambos cónyuges se han divorciado, el riesgo de divorcio llega a un 620 por ciento en
los primeros años de matrimonio, que declina hasta un 20 por ciento despues de una década” [13].

Un pequeño cuadro, con el número de divorcios anuales por países, puede ilustrar mejor la situación:

  

PAIS                          Promulgación divorcio           n° actual de divorcios    % aumento

Bélgica                       10.133 (1974)                         27.018 (2000)                  166,63%   

Canadá                       11.343 (1968)                         69.088 (1998)                  509,08%


Dinamarca                    9.524 (1970)                         13.537 (2000)                    70,35%

España                          9.483 (1981)                         35.413 (1998)                  273,43%

Estados Unidos         639.000 (1969)                      1.146.369 (1999)               79,40%   

Francia                        61.183 (1975)                      116.813 (1999)                    90,92%

Holanda                      11.572 (1971)                        34.650 (2000)                  199,42%

Reino Unido               74.400 (1971)                      144.556 (1999)                    94,29%

Suecia                         16.021 (1973)                        21.502 (2000)                    34,21%  [14]

            Otro cuadro interesante es el que muestra el importante aumento en la tasa de divorcialidad (es decir,
la cantidad de divorcios por cada matrimonio en un mismo año). Aquí se comparan las tasas de divorcialidad
el año de promulgación del divorcio vincular, comparándola con la tasa actual. Veamos:

PAIS               Tasa el año de promulgación del divorcio     Tasa actual de divorcialidad

Alemania                    29,6% (1976)                                                 46,3% (2000)

Australia                     23,3% (1975)                                                 46,0% (1999)

Bélgica                       13,8% (1974)                                                 59,8%  (2000)

Canadá                         6,6% (1968)                                                 45,1% (1998)

Dinamarca                  25,2% (1969)                                                 38,2% (2000)

EE.UU.                      29,8% (1969)                                                 50,9% (1999)

Francia                        15,8% (1975)                                                 40,8% (1998)

Holanda                        9,5% (1971)                                                 39,3% (2000)

Reino Unido               12,1% (1969)                                                 54,9% (1999)

Suecia                         42,6% (1973)                                                 53,9% (2000)  [15]

            4°) Disminuyen los matrimonios: En todos los países donde se promulgaron leyes divorcistas,
disminuye la tasa de matrimonios -es decir el número de matrimonios cada 1.000 habitantes). Además, en
algunos países ha disminuído, incluso, el número total de matrimonios anuales, a pesar del aumento
poblacional. Veamos un cuadro alusivo:

PAIS               Total - Año divorcio - Tasa      Matrimonios – Año actual – Tasa nupcialidad

Bélgica            73.569 (1974)                                   45.168 (2000)                        

Canadá           171.766 (1968)    8,3                        153.697 (2000)  4,9

Dinamarca      39.156 (1969)                                   35.439 (2000)

EE.UU.       2.145.000 (1969)  10,6                     2.251.000 (1999)  8,2

Francia            387.379 (1975)   7,4                         285.400 (1998)  4,8

Holanda          122.443 (1968)                                  88.074 (2000)

Reino Unido   451.627 (1968)   8,2                        263.515 (1999)   5,0

Suecia               38.251 (1973)   5,4                          29.895 (2000)  4,5   [16]

            5°) Aumentan los hogares monoparentales: En EE.UU., “en 1970, existían 3,4 millones de familias
monoparentales, que correspondían al 11,6% del total de hogares del país; de las cuales 3 millones contaban
sólo con la madre. En el año 2000, existen 12 millones de hogares monoparentales, que representan el 31%
del total de hogares. De éstos, 10 millones tienen jefatura femenina. En dichos hogares, un 53% tiene su
origen en un divorcio o separación, un 43% corresponde a los formados por una madre nunca casada,
mientras que un 4% es encabezado por una madre viuda” [17] .

  

            c. Efectos del divorcio en la salud:

            1°) El divorcio causa daños para la salud mental: Una investigación británica, con relación a los niños
nacidos en 1958, concluyó que el divorcio está asociado con un incremento del 39% en los riesgos de
psicopatologías [18]. Los efectos en los hijos de estas psicopatologías son de larga duración. Un estudio
sobre los hijos cuyos padres se divorciaron en 1.946, fueron entrevistados entre dos y tres décadas luego del
divorcio; concluyó que aún despues de 30 años del divorcio de sus padres, muchos hijos seguían padeciendo
efectos negativos en la salud y conducta [19]. Asimismo, se ha afirmado que “las estadísticas americanas
muestran que los divorciados tienen seis veces mayor frecuencia de problemas psiquiátricos que quienes
permanecen casados, así como tienen el doble de posibilidades de suicidio, más problemas de alcoholismo y
abuso de sustancias químicas y, curiosamente, más riesgo de morir por enfermedades médicas tales como
enfermedades cardiovasculares y cáncer” [20].

            2°) Aumentan las tasas de suicidios de los hijos: “El aumento de las tasas de divorcio en una sociedad
lleva a un aumento en las tasas de suicidio de los hijos. Como lo muestra el trabajo de Patricia Mc Call, una
socióloga de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, las características más frecuentes de los hijos que
cometen suicidio es la de ser hijos de padres divorciados” [21].

            d. Deterioro del nivel educativo:

 1°) “El divorcio de los padres reduce tambien la probabilidad que un hijo asista a una educación superior. El
promedio de asistencia a la educación superior es de alrededor del 60% más bajo entre los jóvenes de padres
divorciados en comparación con los hijos de familias regulares” [22].

            e. Efectos económicos del divorcio:

1°) Disminuyen los ingresos familiares: Un análisis comparativo concluyó que, “Durante los años que los hijos
vivieron con ambos padres, los ingresos familiares alcanzaban un promedio de u$s 43.600 y cuando estos
mismos hijos vivieron con uno sólo de sus padres el ingreso se redujo a u$s 25.300” [23].

Otro trabajo estima que en los hogares de personas entre 51 y 61 años, sus patrimonios –según la situación
familiar-, son los siguientes: los casados: u$s 132.000; los viudos: u$s 42.275; los solteros: u$s 35.000 y los
divorciados: u$s 33.670 [24]. 

Otro estudio determina que casi el 50% de los hogares se empobrece, luego de acaecido el divorcio de los
esposos [25].

Sin embargo, el trabajo más concluyente al respecto es el de L.J. Weitzman, que concluye: “Para la mujer que
se divorcia el resultado es generalmente penuria, empobrecimiento y desilusión. Esta investigación muestra
que, en promedio, la mujer divorciada y sus hijos menores que están en la casa experimentan, en el primer
año despues del divorcio, una disminución en su estándar de vida de un 73 por ciento. Por el contrario, sus
anteriores maridos experimentan un alza del 42 por ciento en sus estándares de vida” [26] .

            He citado casi al azar, algunas de las muchas estadísticas que hay respecto de este tema, con el
objeto de dar una idea bastante sistemática y aproximada, de los numerosos y graves problemas que acarrea
el divorcio en los países donde se implantó. Desde luego que las estadísticas carecen de valor probatorio; no
demuestran nada, por la sencilla razón que las demostraciones son racionales, y las estadísticas sólo
muestran determinados aspectos cuantitativos de la realidad, sin poder pronunciarse sobre su bondad o
maldad, sus causas y efectos, etc. Todo ello fue tratado en los apartados anteriores. Sin embargo, las
estadísticas tienen un valor significativo: muestran el fracaso rotundo del divorcio vincular, como supuesto
remedio o paliativo a las crisis familiares y, además, permite constatar otro hecho importante: el divorcio es
causa eficiente de nuevas rupturas matrimoniales, muchas de las cuales no se habrían producido, con el
régimen indisoluble del vínculo conyugal. 

II. Valoración de las estadísticas.


            El matrimonio impone compromisos costosos para perdurar en el tiempo. Sabido es que toda
civilización hedonista -y la nuestra lo es-, rechazó históricamente muchas exigencias que son -sin embargo-,
insoslayables. Por esto, las estadísticas nos señalan la enorme proporción de fracasos conyugales, en las
culturas que han puesto en el placer su propia finalidad.

            Del mismo modo que cada persona solamente puede tener una madre, matrimonio
sólo es posible que haya uno, con los fines [27] y propiedades [28] enunciados hace ya dos
mil años. Como tal debe ser aceptado y regulado por el derecho. Esto es así porque se trata
de una institución natural, y no de una ficción o invención humanas.

            Como hay quienes no quieren asumir las obligaciones y compromisos que comporta la celebración del
matrimonio y, pese a ello desean constituir un hogar -sui generis, por cierto-; hace falta contemplar
jurídicamente esas situaciones, atendiendo especialmente los derechos de los hijos que puedan nacer de
dichas uniones, y los de la sociedad, por ser terceros respecto de la voluntad de los progenitores. Además, es
posible regular las relaciones patrimoniales de los unidos en esas condiciones, sin atentar por ello contra el
bien común social.

            Nunca será razonable favorecer estas uniones, otorgando los mismos beneficios y privilegios que la
ley concede a los que contraen matrimonio, ya que esto atentaría contra dicha institución, que es el sustento
fundamental de la sociedad. En el caso del matrimonio, los beneficios no son propiamente privilegios, sino
una manifestación de los aspectos distributivo y social de la justicia. Cuando idénticos beneficios se otorgan a
otro tipo de uniones de los sexos, estamos frente a privilegios más o menos irritantes. En el caso de las
“parejas” homosexuales, naturalmente infecundas –tanto en el amor, cuanto en la procreación-, lo irritante del
privilegio llega al máximo posible...

            El derecho siempre debe atender y regular las situaciones que se dan en la vida real, no puede ni
debe ignorarlas, pero dicha regulación ha de ser siempre de un modo justo –es decir, dando a cada uno lo
suyo-; de lo contrario no estaríamos en el campo del derecho, sino en el de la sociología... Por tanto, a veces
la regulación debe privilegiar una situación de hecho, por ser beneficiosa para el bien común de la sociedad,
como –precisamente- en el caso del matrimonio; otros hechos deben ser desalentados, pues dificultan el bien
común, tal el caso de las uniones de los sexos fuera del matrimonio; finalmente, otros hechos deben ser
castigados por la ley, por ser gravemente nocivos al cuerpo social, tal el caso de los delitos de violación,
corrupción de menores, etc. En este orden de conceptos, paso a exponer algunas sugerencias para la mejora
de las leyes en nuestro país. 

III. Tres ideas para una reforma legal necesaria.

            Tal como quedó sociológicamente probado, el matrimonio disoluble no es un verdadero matrimonio. Es
sólo un sucedáneo. Así como la malta no es café; cosa que no es grave, lo malo es llamar café a la malta,
porque se está faltando a la verdad; y mucho peor aún es prohibir el café, entregando en su lugar malta,
llamándola café... Quien no quiera la protección de un vínculo jurídico indisoluble, que no contraiga
matrimonio –nadie lo obliga-, pero lo que no puede es aplicar totalitariamente su falsa ideología, y con eso,
prohibir –jurídicamente- el matrimonio a todos los ciudadanos, encubriendo su fanatismo con la manipulación
del lenguaje, que implica llamar matrimonio a la prohibición legal del mismo.

            Es evidente que el derecho y las leyes tienen sus límites. No hay legislación alguna que garantice la
felicidad a nadie. Tampoco las leyes por sí mismas son capaces de impedir o remediar el dolor humano. Su
función social es muy otra: dar a cada uno lo suyo y, con ello, establecer algunas condiciones sociales
fundamentales, que permitan del mejor modo posible, la realización del bien común a toda la sociedad, y la de
los bienes particulares de sus integrantes. Y nada más. Sin embargo, en este contexto, hay algunas reformas
legales que se presentan como necesarias. Doy tres ejemplos muy concretos:

            a. Otorgar efectos civiles a los matrimonios religiosos:

            Durante milenios, el matrimonio fue considerado exclusivamente como un acto religioso, por medio del
cual los contrayentes prometían su amor mutuo, poniendo a Dios por testigo, mediante determinadas fórmulas
rituales, muy variables según las religiones y culturas de los cónyuges. Recién en el siglo XIX, con el Código
de Napoleón, se introduce el llamado matrimonio civil. Sin embargo, esto no impide que una gran mayoría de
las personas en la Argentina, contraigan matrimonio religioso, además del vínculo civil. Quienes lo hacen
tienen la percepción que las nupcias verdaderas –es decir las valiosas-, son las contraídas ante el ministro de
su religión. El matrimonio civil tiene su importancia, en cuanto a la filiación y efectos patrimoniales, pero dichas
cuestiones son secundarias. Lo esencial es el compromiso vital ante el Creador, de quien se sienten
colaboradores en la augusta misión de transmitir la vida humana. 

            En la Argentina las bodas religiosas no están prohibidas; pero obligar a los cónyuges a realizar dos
ceremonias parece un exceso, que sólo puede haber sido perpetrado por la fobia anticatólica de los gobiernos
masónicos, que nuestro país ha padecido durante el siglo XIX. No hay inconvenientes en establecer un
mecanismo idóneo, para que los ministros de las religiones autorizadas, extiendan un documento en el que
consten todos los datos requeridos por la legislación civil, con el cual se garantice la legalidad, y se inscriban
en el registro estatal correspondiente, los matrimonios celebrados por dichos ministros [29]. De hecho, países
como Italia tienen este mecanismo en funcionamiento desde hace más de cien años; sin que haya habido
problemas dignos de mención. Las ventajas de celebrar una sola ceremonia en lugar de dos, son evidentes.

            Además, como la convicción íntima de los futuros cónyuges, es que el matrimonio religioso constituye
sus nupcias verdaderas –ya que en él, el compromiso es ante Dios-; el derecho humano de casarse ante el
ministro de la propia fe, debe incluir la potestad de tal Iglesia, para juzgar sobre la validez o no del vínculo
contraído en sede religiosa. Los juicios canónicos sobre el vínculo matrimonial deberían efectuarse conforme
las leyes y costumbres de cada credo, con la condición que respeten el orden público matrimonial –
heterosexualidad, monogamia e indisolubilidad del vínculo-. Jurídicamente, deberían ser los jueces de dichas
religiones los competentes en materia de validez o nulidad del vínculo matrimonial. Las sentencias de nulidad
–o, eventualmente, divorcio-, de los tribunales religiosos, deberían ser comunicadas al Registro Civil, y los
efectos civiles de ellas, deberían tramitarse ante los tribunales civiles competentes. 

            De este modo, además de asegurarse la libertad de los contrayentes, en cuanto a su opción
matrimonial personal; se garantizaría un vínculo matrimonial indisoluble a aquellos que lo desean, y
pertenecen a una religión que comparte la misma convicción. Sería un formidable paso adelante en lo que
respecta al respeto, por la legítima libertad individual de los ciudadanos. Sin embargo, la reforma no sería
completa, pues subsistirían algunas personas convencidas de la indisolubilidad de su vínculo, cuyo
matrimonio seguiría siendo disoluble; tanto sea por profesar religiones que consideran disoluble el vínculo –al
menos en algunos casos-, o por carecer de convicciones religiosas.

            b. El doble régimen matrimonial:

            Como hemos observado, toda legislación divorcista, en último término, prohíbe a los cónyuges que
contraigan un vínculo matrimonial indisoluble. Lo curioso es que tal prohibición, se realiza en nombre de la
“libertad individual”. Si se tratara de asegurar la libertad de cada contrayente, en realidad, debería
establecerse –al menos-, un doble régimen matrimonial: uno indisoluble y el otro disoluble; dando la opción a
los cónyuges para que elijan en el momento de la celebración del acto, por cuál de ambos regímenes regirán
sus relaciones mutuas. En verdad, quienes propugnan el divorcio vincular, no deberían –al menos en teoría-,
objetar este sistema; ellos conservarían el derecho de optar por el régimen disoluble, que –según su punto de
vista-, les asegura lo que consideran “sus derechos” en torno al matrimonio. Sin embargo, esta doble opción
no ha prosperado, salvo por un breve período en Portugal -hasta el Decreto Ley n° 261/75, del 27.3.75-, y en
Colombia –hasta la reforma constitucional que modificó el art. 42 de la misma, y entró en vigencia el 4.7.91-. 

            Esta realidad podría parecer asombrosa a quien hiciera un análisis superficial de la cuestión. León
Mazeaud defendió su tesis del matrimonio opcional, diciendo que nadie podría contradecirla, “salvo los
hipócritas, que querrían a la vez, prometer su vida y conservar la disposición de la misma” [30]. Pues bien el
naufragio de esta posibilidad, parecería demostrar  que la hipocresía tiene buena acogida en los
Parlamentos...

            Los motivos de este hecho son dos: 1°) el temor –más que fundado-, de los divorcistas a que si
coexisten ambos regímenes, se verían obligados por sus futuros cónyuges a contraer un matrimonio
indisoluble ... o buscarse otro candidato...; y 2°) esta causa es mucho más sutil: en el fondo, los divorcistas se
consideran a sí mismos, incapaces de ser constantes en sus afectos más íntimos; por eso no aceptan siquiera
la posibilidad de un reconocimiento legal de dicha perseverancia. A la postre, el mediocre, envidia a quienes
se superan a sí mismos, y por eso procura establecer las condiciones para que su propia medianía se
extienda lo más posible... Este es el motivo por el cual el matrimonio disoluble, se “impone” ideológica y
totalitariamente; no debe haber escapatoria. Dicho en otros términos, “la opción divorcista es una opción
derrotista [31]: el Derecho aparece abdicando de su misión de establecer condiciones favorables para la
promoción de las familias; se resigna a que los hogares sean disgregados por la mera voluntad de alguno de
sus integrantes” [32].

            Agudamente se ha dicho que “los argumentos de los que niegan la posibilidad de renuncia suelen
basarse en que el orden público excluiría la posibilidad de abdicar a la facultad de divorciarse. Pero con ello
incurren en una petición de principio: asumen que la disolubilidad absoluta es de orden público, y es ello lo
que debe ser discutido. Bien puede decirse que el orden público contempla y requiere que las personas
puedan optar libremente por un compromiso rescindible o uno irresoluble, por lo que la renuncia a la acción de
divorcio no vulneraría el orden público sino que le daría cabal cumplimiento” [33].

            Al término de la Segunda Guerra Mundial, y frente a la ley de divorcio de Naquet, de comienzos del
siglo XX, los hermanos León y Henri Mazeaud propugnaron como alternativa un doble régimen matrimonial,
para que los contrayentes pudieran elegir con libertad a cual se acogían. Destaco que Naquet consideraba el
divorcio vincular como una etapa conveniente para instaurar el “amor libre”, al cual aspiraba vivamente. La
iniciativa de los hermanos Mazeaud no prosperó, y en Francia se reeditó la legislación divorcista anterior al
gobierno de Vichy. En la República Argentina, cuando se debatían varios proyectos de divorcio vincular, el
entonces diputado Jorge Reinaldo Vanossi, presentó un proyecto de ley, para instaurar un doble régimen
matrimonial [34]. Dicho proyecto tampoco prosperó [35]. En el ámbito europeo, el civilista español Amadeo de
Fuenmayor, retomó la idea del doble régimen matrimonial [36].

            Sin duda, representaría un avance legislativo gigantesco –aunque insuficiente-, la implantación del
doble régimen matrimonial, en los países que han receptado el divorcio vincular en sus legislaciones. En
concreto, todos los países latinoamericanos, excepto la República de Chile, que mantiene un régimen
matrimonial indisoluble, y tiene las tasas de rupturas matrimoniales más bajas del continente americano, y una
de las más bajas del mundo. Obviamente, esto no es casualidad, conforme todo lo que hemos visto.

 
            c. Vuelta al régimen matrimonial indisoluble:

            A lo largo de este trabajo se ha procurado mostrar estadísticamente, lo que nos dice la razón: el
matrimonio es indisoluble por definición; pues ello responde adecuadamente a la naturaleza humana. Dicha
naturaleza no ha sido creada por ningún ser humano, y por ende no hay persona alguna que pueda
modificarla. A su vez, hemos visto que el matrimonio “disoluble” no es tal; se trata de algo más o menos
parecido, de invención humana, y que no respeta nuestra naturaleza. Finalmente, hemos mostrado con
algunas de las estadísticas más recientes, que el divorcio vincular no soluciona ningún problema familiar sino
que -muy por el contrario-, es causa de muchos conflictos y desgracias evitables. 

            La conclusión del trabajo resulta obvia: nuestras legislaciones en América Latina, deben volver a
receptar el matrimonio tal cual es; es decir, reestablecer el vínculo matrimonial indisoluble. Pero si nuestros
legisladores no se animan a dar ese paso, al menos deberían aceptar las reformas sugeridas en los dos
puntos anteriores, para asegurar un mínimo de libertad a los futuros cónyuges, libertad que hoy les ha sido
totalitariamente conculcada por los Parlamentos.

            De esta forma, se estaría volviendo a un sistema matrimonial abierto -en ese sentido con
reminiscencias romanas-, donde quienes quieran contraer un matrimonio verdadero –es decir indisoluble-,
puedan hacerlo, ya sea bajo la forma del matrimonio religioso canónico o civil; y quienes deseen dar a su
vínculo con el otro sexo un estilo diferente, tambien podrían hacerlo mediante una unión disoluble y, por ende,
no matrimonial. Esto respetaría escrupulosamente la libertad individual, y razonablemente el orden público en
juego, en la regulación jurídica de las uniones maritales. Mantener el sistema divorcista implica vulnerar la
libertad de los contrayentes y, además entronizar -como norma de orden público-, la imposibilidad legal de
casarse para toda la vida, que es la aspiración constante de los cónyuges al momento de las nupcias. 

            El siglo XXI tiene un dilema de hierro: a) puede profundizar los dislates del siglo anterior en materia de
derecho de familia y, de esa forma, terminar de destruir la familia y con ello el tejido social; o muy por el
contrario, b) podría comenzar la restauración de la decadente sociedad actual, recuperando la familia al darle
la protección jurídica que merece, a través del vínculo matrimonial indisoluble.

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