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Capítulo I – La Europa de 1815

Los hombres que reconstruyeron Europa en 1814-1815 estaban obsesionados por los
recuerdos de la Revolución francesa y del Imperio. Desde 1789 en Francia, y desde 1792 en
Europa donde se desencadenaba la guerra, todo el antiguo orden había sido sacudido hasta
sus cimientos. No cabe duda de que Napoleón restableció el orden, pero su sistema no tenía
nada que ver con el orden tradicional, era considerado como el continuador natural de la
Revolución. Así pues, la reconstrucción de Europa y la afirmación de los principios internos de
los Estados parten de los veinticinco años transcurridos entre desórdenes y guerras.
Los grandes negociadores [protagonistas del Congreso de Viena y tratados de 1814-15]
supieron utilizar los trastornos para acrecentar el poder de los grandes Estados. Se restablece
la "legitimidad" en base a un principio moral y jurídico aparejado con un principio práctico: el
del equilibrio; las principales víctimas de este proceso fueron los regímenes donde la
legitimidad no era hereditaria. El mapa político de Europa se simplificó, sin tener en cuenta un
nuevo principio: el de las nacionalidades.
Ya que solo Francia parecía amenazadora, se elaboró contra ella una "Santa Alianza" producto
de los sueños del zar de Rusia, pero la verdadera realidad era la "Cuádruple Alianza", firmada
en secreto entre Rusia, Inglaterra, Austria y Prusia contra Francia. Tras la ruina del viejo
imperio colonial de España y de Portugal, Inglaterra era la única gran potencia colonial del
mundo, vemos así esbozarse la gran rivalidad: la de Rusia e Inglaterra.
Según el carácter que tomó en los diferentes países la expansión revolucionaria e imperial,
podemos dividir Europa en diversas zonas:
 Las "asimiladas", anexionadas al gran Imperio o muy dependientes de él;
 Las zonas "de influencia", anexionadas indirectamente pero donde las autoridades
francesas habían eliminado el Antiguo Régimen;
 Las de "resistencia positiva", donde los dirigentes consideraban que el mejor medio de
reemprender la lucha contra Francia era poner en práctica amplias reformas sociales;
 Las zonas de "resistencia pasiva", donde la lucha contra Francia no se vio acompañada
de ninguna reforma profunda;
 Finalmente Inglaterra, que nunca fue conquistada y tenía un régimen suficientemente
liberal para no sentirse nunca tentada de imitar a Francia.
Hacia 1815 los regímenes políticos adoptados demandan una nueva clasificación. El criterio
general parecía ser la existencia de asambleas, al menos una de las cuales era elegida,
proveniente o bien de tradición secular o bien de constitución escrita. Esta última sin embargo
nunca emanó de asambleas constituyentes (pese a los ejemplos franceses) sino que eran
"otorgadas" por el soberano. ¿Cuáles eran hacia 1815 los Estados constitucionales?
Básicamente se extendían al Noroeste de Europa. La Europa de 1815 se dividía en monarquías
absolutas y en monarquías constitucionales, pero en la gran mayoría de estas últimas, al tener
la carta carácter de concesión [la constitución era una concesión del rey], el principio de
legitimidad se mantenía intacto en sus líneas esenciales. La única excepción era la pequeña
Confederación suiza, que en 1815 se dio a sí misma una constitución.
Suiza era la única república de Europa, a excepción de cuatro "ciudades libres" en Alemania y
Cracovia.
Por otra parte, no hay que exagerar las diferencias existentes entre los Estados
constitucionales y los Estados absolutos: en primer lugar, la aristocracia disponía en todos
lados de los puestos esenciales y las claves del poder y la administración, y en casi todos los
casos, el clero favorecía las soluciones absolutistas. Estos regímenes se apoyaban en una
poderosa policía que vigilaba las conversaciones, leía las cartas, podía realizar arrestos
arbitrarios y mantener indefinidamente en prisión a los sospechosos. Incluso en los Estados
constitucionales la libertad no era más que una palabra hueca para la gente sin fortuna.
En su deseo de eliminar las huellas de la revolución y las conquistas del Imperio, la Europa de
1815 se convirtió en una Europa legitimista, clerical y reaccionaria. Sin embargo, los gérmenes
de las ideas de 1789 permanecieron vivos. El descontento fue incubando en casi todas las
clases de la sociedad y en casi todos los países. Este descontento espontáneo, esta revolución
latente hallaron su justificación en diversos tipos de ideologías, moderadas unas, virulentas las
otras. La Europa de 1815 estaba madura para una larga sucesión de revoluciones.
Reacciones y revoluciones (1815-1871)
El proletariado de las ciudades y el campesinado pobre escapan a la literatura y por eso se
ignora su espantosa miseria [en este período]. La literatura ignora lo esencial, que estriba en
que la legalidad de los derechos, incluso en los países donde se proclama como un principio,
no existe en absoluto. La arbitrariedad ha desaparecido para las clases ricas, pero deja sentir
todo su peso sobre la inmensa y desconocida masa de los pobres.
A diferencia de en los siglos pasados, las masas se hicieron conscientes de la injusticia de su
posición. La Revolución francesa jugó, en este sentido, el papel decisivo. Precisamente todos
aquellos países europeos que en el siglo XVIII estaban aún "subdesarrollados", entraron en la
era del desarrollo. Entonces se produjo un fenómeno notable: el factor que iba a producir las
revueltas organizadas no sería ya la miseria absoluta sino el inicio del progreso.
Desde 1815, los descontentos más conscientes se reagruparon en sociedades que debían
mantenerse en secreto a causa del rigor policíaco. Se trataba de pequeños grupos perseguidos
sin cesar, animados por un ideal revolucionario. Sus miembros eran oficiales, estudiantes,
artesanos y pequeños burgueses.

La era de las insurrecciones (1815-1849)


Entre 1815 y 1849 Europa conoció tres oleadas revolucionarias: hacia 1820, hacia 1830 y en
1848. La primera se vio precedida por una fuerte agitación en Alemania, especialmente en los
medios universitarios. El fin era político: quería obligarse a los diversos gobiernos alemanes a
conceder constituciones, pero la represión ahogó el movimiento antes de que hubiera tomado
forma revolucionaria. En España triunfó una revolución de fin político por la que el rey
Fernando VII tuvo que restablecer la constitución de 1812 que había abolido antes. En Nápoles
estalló una revolución también política que forzó al rey Fernando I a establecer una
constitución, tras lo que las tropas austríacas intervinieron para restablecer el poder absoluto.
El movimiento se propagó a Francia, donde los complots fracasaron. El último país alcanzado
por esta oleada revolucionaria fue Rusia, donde tras la muerte del zar Alejandro I se intentaba
transformar el régimen autocrático en régimen constitucional. Fue la insurrección
"decembrista", cuyo fracaso fue total. La verdad es que, si hubo revueltas en todas partes, sus
causas fueron generales. La primera oleada de revueltas fue un esfuerzo desordenado e
impotente para conquistar la libertad.
La segunda oleada se extendió por Francia (París), y el éxito fue total, forzando a Carlos X a
abdicar y exiliarse, pero los vencedores no estaban debidamente organizados para tomar el
poder. La gran burguesía maniobró con habilidad para limitar las consecuencias y hacer subir al
trono a Luis Felipe. El resultado fue que las sociedades republicanas volvieron a la carga: los
disturbios continuaron, pero sería n todos ellos reprimidos. La revolución pasó a Bruselas,
donde revisitó carácter nacional, y consiguieron sacudirse la autoridad del rey de los Países
Bajos. Rusia quiso intervenir, pero se desencadenó otra revolución en Polonia, también de
carácter nacional, inmovilizando las fuerzas del zar, que necesitaron diez meses para
aplastarla. El movimiento prosiguió en Italia con una revuelta de carácter político y nacional,
que los austríacos no tardaron en aplastar. En Alemania un grupo de liberales preconizaron la
formación de los "Estados Unidos de Alemania", una insurrección sin carácter sangriento. En
1830 hubo dos victorias: Francia y Bélgica. Estos precedentes despertaron la esperanza de los
demócratas, nacionalistas y socialistas.
La crisis económica de 1846-1847 ofreció la ocasión de nuevos actos de fuerza: unida a malas
cosechas, acrecentó terriblemente los sufrimientos de los artesanos, obreros y la parte menos
favorecida de la burguesía, a través de toda Europa. Las revoluciones se iniciaron al empezar la
recuperación económica: el éxito en París extendió la revuelta a Viena, donde también resultó
en la concesión de una constitución, que se convirtió en una Asamblea constituyente en su
lugar.
Desde Viena la revolución se extendió a otros puntos, y en toda Europa central fueron abolidos
los vestigios del feudalismo y la revolución adquirió así carácter social. En Alemania, donde ya
se estaba preparando la elección de una Asamblea nacional, se desencadenaron
insurrecciones políticas que resultaron en la aceptación del rey de la elección de una
Constituyente. En el Imperio austríaco estallaron varios movimientos nacionales, en Italia se
dieron revueltas contra la soberanía austríaca en el territorio lombardo-véneto. Tan solo Rusia,
España, Portugal y los países escandinavos escaparon a esta sacudida. Después de su triunfo
en 1848, la revolución sufrió un reflujo más o menos lento según los países, y a fines de 1850
todo había acabado: la revolución había sido destrozada.
Todas las esperanzas nacionalistas quedaron truncadas, el mapa de Europa no sufrió ningún
cambio. Sin embargo, algo subsistió de todo este inmenso movimiento: Francia mantuvo su
sufragio universal; fueron abolidos los últimos vestigios del régimen señorial sin posibilidad de
que fueran implantados de nuevo; y la mayor parte de los estados mantuvo las constituciones
ya otorgadas, ya votadas.
La era de la gran política económica
Una de las razones que explican el fracaso de las revoluciones de 1848 es el temor del "peligro
rojo". Si entre los medios avanzados de las ciudades la gente era favorable a las revoluciones,
los campesinos, en su conjunto, repudiaban el desorden. En todos los países europeos, a
excepción de Inglaterra, la reacción contra el "peligro rojo" jugó una baza importante a lo largo
de los años cincuenta.
En Francia, el período 1817-1850 fue una fase de baja de precios, es decir, de marasmo
económico, con múltiples crisis, generadoras de tensiones. Por lo contrario, de 1850 a 1873 los
precios subieron. La prosperidad, con excepción de algunas recesiones, rompió el ímpetu
revolucionario. Al vivir dentro de un bienestar momentáneamente acrecentado, las masas
toleran el yugo con mayor facilidad si tienen la impresión de que el poder favorece la
expansión. Este es nuestro caso: Napoleón III fue indirectamente un discípulo de Saint-Simon,
que pedía el desarrollo de la industria, del comercio y de las vías de comunicación. Los años
cincuenta del siglo XIX fueron la era de la revolución industrial, de la construcción del
ferrocarril.
Semejante prosperidad, que se extiende a escala europea, contribuye durante un cierto
tiempo a transformar considerablemente la estructura de Europa. Inglaterra, más
industrializada que los otros países, adoptó el libre cambio entre 1846 y 1850. Se necesitó
mucha audacia en Francia, Prusia e Italia para no rezagarse. La prosperidad alentó esa audacia.
Durante la decena de años que duró este sistema, circularon libremente las mercancías y
capitales.
Durante este período el Reino Unido ofrece un gran contraste con los países europeos
continentales. Había sido sacudido por los desórdenes, pero a diferencia de Europa
Continental, había sabido evitar las revoluciones. Solo se democratizó de modo progresivo. De
un sistema electoral tradicional se llegaría en 1884 a un sufragio casi universal. Inglaterra
rechazó la vía lógica y cartesiana y prosiguió con su práctica realista y tradicional.

Capítulo III - Nacionalidad contra legitimidad


Si dejamos aparte Francia, Portugal y España, la Europa de 1815 era un desafío al sentimiento
nacional que había surgido en todas partes El sentimiento nacional obliga a que la comunidad
de hombres a la cual se pertenece tenga su propio gobierno. Sin embargo, cuando hay que
definir la comunidad nacional, las opiniones difieren.
Una primera escuela, principalmente alemana, considera la nacionalidad como un producto de
los fenómenos inconscientes e involuntarios: en esencial, la lengua materna y las tradiciones
populares. Esta teoría pretende la identificación Estado-nación basado en la lengua. La
segunda escuela es principalmente francesa. Considera que la nacionalidad se funda sobre un
fenómeno consciente y voluntario: el deseo de pertenecer a tal nación o a tal otra, expresado
de diversas maneras: plebiscitos, elecciones, votos de los representantes de la población.
De este modo se comprende mejor el carácter antinacional de la Europa de 1815, basada
como hemos visto en el principio de la legitimidad y en el equilibrio europeo. Hay dos naciones
divididas en Estados y dos grandes Estados históricos plurinacionales: el Imperio austríaco y el
Imperio otomano. Finalmente, en todo el resto del continente existen nacionalidades
sometidas. Así pues, el sentimiento nacional se ha convertido en una fuerza política: en todas
partes los pueblos sometidos aspiran a la independencia.
Vemos como la Europa de 1815, construida contra la hegemonía francesa, chocará contra
nuevas fuerzas que rechazan el viejo principio de legitimidad convertido en mantenedor de
una situación que juzgan intolerable. De 1815 a 1871 podemos distinguir dos fases en esta
lucha entre nacionalidad y legitimidad: 1815-1851: la reacción triunfa y puede mantener
prácticamente inamovible el mapa de Europa; 1851-1871: el triunfo de las nacionalidades.
1. Las relaciones internacionales desde 1815 a 1851
Francia dejaría muy pronto de ser el foco de la inquietud general. El verdadero centro de
interés se desplazó: el movimiento nacionalista se extendió por el Imperio otomano. Éste
poseía los "Estrechos", por lo que todo lo que en él ocurría se relacionaba con la "cuestión de
Oriente". Para evitar que los rusos controlaran los Estrechos y tuvieran así acceso a un "mar
cálido", la integridad del Imperio otomano sería durante mucho tiempo un principio sagrado
para Inglaterra. Pero este principio iba a conocer varias excepciones: Serbia ya era autónoma,
y Grecia se levantaba contra los turcos en 1821. Estos dos fueron el primer triunfo del
movimiento nacionalista.
El segundo triunfo fue la independencia de Bélgica, producto de una rivalidad anglo-francesa.
Bélgica obtuvo una constitución y un rey que, de acuerdo a las exigencias inglesas, no era un
príncipe francés. Después, en medio de grandes dificultades, se trazaron las fronteras y se
proclamó la neutralidad del nuevo Estado. El acercamiento entre los dos países liberales de
Europa se acentuó, con lo que se pudo hablar de una primera "Entente cordiale", que sin
embargo no fue duradera: Luis Felipe (Francia), pese a sus buenas relaciones con la reina
Victoria (UK), quería estabilizar su régimen, lo que significaba aproximarse a las viejas
monarquías absolutas. Estas viejas monarquías le hicieron sentir con dureza que era un
usurpador, y junto con la cuestión de Oriente acabó de desbaratarse la Entente.
La cuestión de Oriente volvió a plantearse a causa de Mohammed Alí, bajá de Egipto, quien era
casi independiente, había formado un ejército moderno y sus ambiciones no tenían límite.
Como precio por su intervención en Grecia, reclamaba al sultán Creta. Como el sultán
rechazase su demanda, invadió Siria, aplastó a los turcos y se instaló en ella. Fueron entonces
los rusos quienes salvaron el Imperio otomano, mediante un protectorado ruso sobre los
turcos. Más aún, los navíos rusos podían utilizar libremente los Estrechos.
Palmerston (UK) convenció a las potencias europeas de que era necesario poner a Turquía bajo
protectorado colectivo, lo que puso fin al protectorado unilateral de los rusos. Este fue el
primer éxito británico. El segundo llegó cuando pudo apremiar a Mohammed Alí a devolver sus
conquistas mediante la firma de un tratado entre las cuatro potencias. Alí requirió el apoyo de
Francia, y se evitó una guerra general solamente gracias a la prudencia de Luis Felipe, que
cambió a un ministro de relaciones exteriores más prudente. Mohammed Alí tuvo que
resignarse a conservar tan solo Egipto, a título hereditario. En julio de 1841 la Convención de
los Estrechos cerró el Bósforo y Dardanelos en tiempo de guerra a todas las potencias, y
cerraba el acceso de Rusia a los mares cálidos. Durante un tiempo la "cuestión de Oriente"
quedaba arreglada según las conveniencias del gobierno de Londres.
Veamos ahora lo que importa desde el punto de vista de la vida internacional [respecto al
efecto del movimiento revolucionario de 1848]; en primer lugar, el fracaso de la tentativa de
unificación de Italia fue muy instructivo, los que iban a gobernar el Piamonte después de 1850
habían aprendido que necesitaban la alianza de una gran potencia. En segundo lugar, de las
tres teorías existentes sobre la unidad italiana (confederación presidida por el Papa, república
o anexión de toda Italia al Piamonte) sólo subsistió la última. El problema de la unidad alemana
también quedó de lado, entreviéndose tres soluciones: llegar a una unión por voluntad
popular (solución que fracasó), una unión alrededor de Austria (la "Gran Alemania") o una
exclusión de la Alemania unificada de todo el Imperio austríaco (la "Pequeña Alemania"). Otto
von Bismarck Schoenhausen comprendió lo que implicaba la oposición entre "gran" y
"pequeña Alemania", y llegó a la conclusión de que sólo una guerra entre Prusia y Austria
permitiría zanjar el dilema. Era necesario ganar esta guerra, y en consecuencia preparar con
más tiempo y de modo minucioso al ejército y buscar apoyos diplomáticos. Para finalizar, las
revoluciones de 1848 mostraron que la vieja monarquía de los Habsburgo seguía siendo sólida.
2. Las relaciones internacionales desde 1815 a 1871: Napoleón III, Cavour y Bismarck
El fracaso de las revoluciones, ayudado por la prosperidad económica, apaciguó los
movimientos populares durante algún tiempo. Los jefes de Estado, al gozar de una libertad de
maniobra más amplia, jugaron un papel más personal, más decisivo. Además de Palmerston,
podemos considerar que jugaron los principales papeles Napoleón III y Cavour hasta 1861 y
Napoleón III y Bismarck después de 1862.
Napoleón III fue el primer jefe de Estado de una gran potencia que creyó en el principio de las
nacionalidades. Mientras la opinión francesa se mantenía indiferente, incluso hostil, iba a
hacer todo lo posible para que se realizase la unidad italiana y alemana. Esta postura fue
"gratuita" (independiente de las corrientes que agitaban al país), al igual que el lugar de
Francia en la guerra de Crimea, nuevo rebrote de la cuestión de Oriente.
Esta guerra se desató cuando el zar ideó un nuevo método de penetración con vista en los
Estrechos: hacer que le reconociesen un "protectorado" sobre cristianos ortodoxos del Imperio
otomano. Inglaterra, con auténtico interés, incitó a Turquía a resistir e intervino
posteriormente. Así se inició una dura guerra en el punto elegido por los ingleses, la única gran
base naval rusa en el mar Negro, Sebastopol en Crimea. Francia intervino como aliada de
Inglaterra y Turquía, y aunque las enfermedades y la violencia de los combates inquietaba a
París, la toma de Sebastopol en Sept. de 1855 calmó al fin los espíritus. El zar Nicolás I había
muerto, y su hijo Alejandro II aceptó una mediación austríaca sostenida en el último momento
por Prusia. Napoleón III así pareció que se convertía en el árbitro de Europa. Una nueva nación
autónoma, prácticamente independiente, nació del Congreso de París (1856), pero el gran
vencedor fue Inglaterra: Rusia quedó excluida de los Balcanes durante un tiempo, y se
neutralizó el mar Negro, dicho de otra manera la flota rusa dejaba de existir.
Otro de los grandes vencedores fue Cavour: por haber mandado un pequeño ejército a Crimea,
pasó a ser jefe de gobierno de un pequeño país. Aprovechó esta circunstancia inusitada para
plantear la "cuestión italiana", y maduró un plan consistente en obtener el apoyo del ejército
de Napoleón III contra Austria para liberar el norte de Italia. Conseguiría unificar el país
aprovechando dos victorias militares (Magenta y Solferino) mediante las que conquistó
Lombardía, un canje para obtener los ducados del Centro y de la Romaña a cambio de entregar
a Francia Saboya y Niza; la toma de la mayor parte de los Estados Pontificios por tropas
piamontesas; y finalmente proclamando el reino de Italia en 1861. Tras la muerte de Cavour,
se conquistaron el Véneto y Roma, en 1866 y 1870 respectivamente.
Paralelamente, en 1862 se dio la formación de la unidad alemana alrededor de Prusia, de
mano de Bismarck. Su plan era excluir a Austria de Alemania, y necesitó tres guerras para que
se realizasen.
La primera fue la Guerra de los Ducados, en apariencia para impedir que el rey de Dinamarca
se anexase ducados, pero el objetivo real había sido comprometer a Austria y crear un motivo
de conflicto. La segunda guerra se dio cuando Bismarck propuso una reforma de la
Constitución germánica basada en la elección de un "Reichstag" por sufragio universal,
reforma que fue rechazada por Austria y llevó en última instancia a la proclamación de la
guerra austro-prusiana de 1866. La victoria de Sadowa decidió la cuestión en favor de Prusia,
Austria quedó excluida de Alemania, y Prusia se engrandeció. Alrededor de ella se constituyó la
"Confederación de la Alemania del Norte" con el Reichstag elegido mediante sufragio universal
y un "presidente", el rey de Prusia.
Los franceses comprendieron entonces, demasiado tarde, que Prusia era su enemigo
hereditario, y se dio la tercera guerra: contra Francia, en 1871. Bismark la consideraba
inevitable para culminar la unificación alemana, y los errores franceses, cuidadosamente
aprovechados, condujeron directamente a ella. Mal preparado, dirigido por oficiales más
acostumbrados a los golpes de fuerza de Argelia que a la guerra inteligente, el ejército francés
fue aplastado en Sedán. La noticia de que el emperador había sido vencido y hecho prisionero
acarreó la caída del régimen. El 28 de Enero de 1871 hubo que firmar el armisticio, y mientras
tanto se había proclamado el Imperio alemán.
Capítulo IV – La diplomacia de Bismarck (1871-1890)
En ocho años y a costa de tres guerras victoriosas, Bismarck unificó Alemania en provecho de
Prusia, cuyo rey se había convertido en el "Emperador alemán". El elemento decisivo había
sido su extraordinaria personalidad: encontrándose en posesión de un excelente instrumento,
supo crear las situaciones que le permitirían utilizarlo para fines políticos precisos. Durante los
veinte años que siguieron, Bismarck iba a conseguir a fuerza de habilidad mantener lo
fundamental de su creación, por lo que no debe sorprender que los historiadores hablen de
una "Europa de Bismarck".
1. El conservadurismo de Bismarck
A partir de 1871, se dio por "satisfecho". Sus preocupaciones eran de orden interior: reforzar la
cohesión del Imperio, eliminar la resistencia de las minorías, favorecer el desarrollo
económico. Maniobró con la conciliación y amenaza de guerra, aunque solo fuese preventiva.
Para Bismarck, lo esencial se resumía en la convicción de que Francia era la enemiga
hereditaria de Alemania, y aislarla (a Fr) iba a ser su preocupación dominante. De ahí la serie
de "sistemas" que iba a elaborar para hacer gravitar en torno a él a las grandes potencias
europeas, y su preferencia por que se instaurase en Francia un sistema republicano, menos
apto para aliarse con los soberanos. De ahí también su deseo de alejar de Europa las
preocupaciones francesas incitando a este país a una política colonial, lo que la enemistaría
con Inglaterra e Italia.
El primer sistema bismarckiano data de 1872-1873. Los únicos posibles aliados de Francia eran
Austria-Hungría y Rusia: tras haber sido vencida en 1866, Austria había conservado sus
territorios y pensaba poco en el desquite, mientras que a Rusia bastaba con tranquilizarla y
exaltar su amistad con Alemania. Además, Bismarck, para unir en un mismo sistema diversos
países que no se apreciaban en absoluto, utilizó el argumento de una "solidaridad
monárquica" contra los fermentos revolucionarios en Francia. El resultado fue una alianza
militar con Rusia y la neutralidad de Austria, junto a la adhesión de Italia a la "Entente de los
Tres Emperadores".
Los conflictos volvieron a plantearse al entrar en guerra Serbia y Montenegro. Para salvarlos,
Rusia decidió declarar a su vez la guerra al Imperio otomano, y lograron la victoria en enero de
1878. Amenazaron Constantinopla y, sin previa consulta a los austríacos, firmaron el tratado
de San Stefano por el que se creaba una "gran Bulgaria", la que se creía que estaría muy
sometida a la influencia rusa. Ante esto, los británicos reaccionaron logrando que los turcos le
cediesen Chipre bajo el pretexto de común defensa, y los austríacos exigieron una revisión del
tratado so pena de ir a la guerra. El ejército ruso pasaba por una dura prueba y la situación
económica del país era un tanto precaria, por lo que Rusia aceptó. No sólo quedó disuelta la
"gran Bulgaria" sino que el Imperio austro-húngaro consiguió que se le reconociese el derecho
a ocupar y administrar Bosnia y Herzegovina. Ante el papel de "honrado corredor de comercio"
de Bismarck, los resentimientos en Austria-Hungría y en Rusia eran violentos: el sistema de los
tres emperadores había dejado de existir.
Esto planteo a Bismarck el problema de un nuevo sistema donde se llegaría solo a firmar la
alianza con uno de los tres emperadores: Guillermo I prefería la alianza rusa, y Bismarck la
austro-húngara. Su conflicto tomó tintes dramáticos cuando el primero amenazó con abdicar y
el segundo con dimitir, hasta que cedió Guillermo, porque sabía que Bismarck era
indispensable. Se firmó finalmente en Octubre de 1879 la "Dúplice" austro-alemana, alianza
secreta contra Rusia. Aun así Bismarck intentó atraer a Rusia hacia su órbita, para evitar una
alianza franco-rusa. De este modo, gracias a una intensa presión sobre Austria-Hungría,
Bismarck consiguió convencerla para restaurar la Entente de los Tres Emperadores, lo que le
dio lo que deseaba: la promesa de neutralidad rusa en caso de una guerra franco-alemana.
Rusia recibió una promesa análoga de parte de Alemania en caso de una guerra anglo-rusa.
En 1882 terminó la constitución del segundo sistema bismarckiano mediante la firma de la
Triple Alianza entre Alemania, Austria-Hungría e Italia. Esta alianza se sumaba a la Dúplice para
componer el sistema, la primera duró hasta 1918 y la segunda hasta 1914. La participación
rusa fue mucho más frágil, y la Entente de los Tres Emperadores se disolvió en 1887 debido a
la "crisis búlgara" de 1886.
El conjunto de tratados de 1887 se llama a veces "tercer sistema bismarckiano": obtuvo la
renovación de la Triple Alianza y favoreció la firma de "acuerdos mediterráneos" basados en el
mantenimiento del statu quo en el Mediterráneo, cuyo elemento esencial fue un acuerdo
entre Inglaterra e Italia. Así, Inglaterra se encontraba unida a dos aliados de Alemania, y la
soledad de Francia era total.
2. La gran expansión colonial en los años 1880
A lo largo del S. XIX el interés por la geografía, exploración y descubrimientos se había
desarrollado en gran manera, y este desarrollo se aceleró a partir de 1870. Faltaba saber quién
tomaría la iniciativa: bruscamente, en 1881, Francia conquistaba Túnez. Inglaterra se instaló en
Egipto en 1882. Los franceses ocuparon también Tonkín en 1884-85, y los ingleses se extendían
por Birmania. De 1880 a 1885 Francia penetró el África ecuatorial. Alrededor de todo el
continente africano los europeos se lanzan hacia el interior desde sus establecimientos
costeros, a partir de las reglas fijadas en la Conferencia colonial de Berlín de 1884-85. De ahora
en adelante se iba a necesitar ocupación efectiva y notificación a las potencias extranjeras.
Alemania inició la colonización tardíamente, en 1884, instalándose en Togo, Camerún, África
del Sudeste y África oriental, y después en algunas islas del Pacífico. Bismarck no era un
hombre colonial, pero cedió a las presiones de los hombres de negocios. Los italianos
constituyeron en 1889 y 1890 la Somalia italiana y Eritrea.
A partir de 1871 la expansión de las grandes potencias europeas pareció quedar "bloqueada"
por la creciente fuerza de los movimientos nacionalistas. De ahí la sencilla idea de que este
juego del equilibrio europeo podría extenderse a los territorios tribales del África negra,
regímenes semi-feudales del África del Norte, viejos reinos débiles de Asia. Bismarck empujó a
Francia hacia la expansión africana porque a él no le interesaba y para alejarla de Alsacia-
Lorena. Las grandes potencias adoptaron entonces el método del reparto y el de los "estados-
tapones".
Pero la expansión colonial tuvo sobre la diplomacia europea otra suerte de efectos,
pretendidos y avivados por Bismarck: creó nuevas hostilidades o reavivó las antiguas. Así, la
conquista de Túnez por Francia lanzó a Italia en brazos de Alemania y abrió una crisis en las
relaciones franco-italianas. También se dio una crisis anglo-francesa producto de la instalación
de Inglaterra en Egipto. Por último, la rivalidad anglo-rusa en Asia central permitió a Bismarck
firmar el tratado de contra-seguridad de 1887. Bismarck podía jugar con estas rivalidades
tranquilamente por cuanto sus ambiciones coloniales eran muy limitadas, y porque, creía él,
no iba a originar ningún conflicto serio.
3. Grandezas y miserias de la Europa de Bismarck
Las sucesivas componendas diplomáticas de Bismarck, sus tres "sistemas", haber mantenido
durante veinte años el aislamiento de Francia agrupando en torno a él a Estados a menudo
violentamente opuestos el uno frente al otro, constituyen una obra política maestra. Además,
la Europa de Bismarck, desde 1871, se caracterizó por la ausencia de guerra europea entre
potencias. Es innegable que Bismarck, que por tatica se presentaba ante los ojos de los
observadores como un hombre duro, deseaba fundamentalmente el mantenimiento de la paz.
La dificultad para sus contemporáneos estribaba en captar la diferencia entre el Bismarck
insatisfecho de antes de 1871 y el Bismarck satisfecho posterior al tratado de Fráncfort.
Siempre rechazó plantearse la extensión de Alemania a todos los territorios donde se hablaba
Alemán, y en especial la anexión de Austria. Sin embargo, el gran estadista tenía sus
debilidades, que explican lo poco que su sistema le sobrevivió.
La principal era sin duda su incapacidad para captar la verdadera fuerza del sentimiento
nacional. Por el hecho de que la nación representaba para él un valor supremo, despreció con
exceso el nacionalismo de los demás. Creía en la tesis de la nacionalidad unida a la lengua, por
lo que por ejemplo consideraba el área de Alsacia-Lorena como poblada por alemanes con a lo
sumo un "barniz" francés que debía ser arrancado. Al anexionar esta zona, creó un foco de
conflictos explosivo y perdurable. Su pretendida estabilidad se veía amenazada sin cesar por
este factor de inestabilidad. Para mantenerla, lanzó a Europa por la senda de las alianzas
permanentes.
En resumen, la Europa de Bismarck descansaba más en la prudencia y habilidad de un hombre
que en una sólida estructura: su caída en 1890 iba a revelar la fragilidad de este engranaje.

Capítulo V - El endurecimiento de las alianzas y las crisis (1890-1914)


Hacia 1890 Europa vivía en la incertidumbre. La guerra, aunque improbable, parecía posible, y
todos los Estados tenían en cuenta en sus cálculos esta eventualidad. Por ello la dimisión de
Bismarck el 18 de Marzo de 1890 cayó como una bomba en las cancillerías ya que, con él,
sabían al menos a qué atenerse; pero no se derivó de ello ningún drama inmediato.
Bismarck se vio obligado a dimitir por la impaciencia del joven emperador Guillermo II, quien
seguía especialmente los dictados del barón Von Holstein: consideraba que era imposible un
acercamiento entre la autocracia zarista y la República francesa, por lo que se negó a renovar
el acuerdo con Rusia, y dio lugar a una alianza franco-rusa contra Alemania. Holstein creía
también que Francia e Inglaterra no se reconciliarían de un modo permanente, pero en 1904
ambos países concluyeron una "Entente cordiale".
En el período 1890-1904 se prosiguió y aceleró el reparto de áfrica, se formó frente a las
alianzas alemanas otro sistema que gravitaba en torno a Francia y maduraron las fuerzas
susceptibles de aumentar las tensiones, que harían estallar de 1904 a 1914 sucesivas crisis.
1. Maduración de las alianzas y los conflictos (1890-1904)
Durante este período la estructura de la vida internacional se transformó lentamente. En
Francia se sucedieron gobiernos de "apaciguamiento" tras el fracaso del "boulangismo". El zar,
indignado por la nueva actitud alemana, se resignó a aproximarse a Francia, y en 1891 se llegó
a una vaga convención política y a una militar en 1892, dirigida contra Alemania, aunque de
carácter puramente defensivo. La alianza permaneció secreta hasta 1897, sostenida por un
interés común: contener a Inglaterra, que frenaba sus respectivos avances en África o en Asia
Central. Para Francia fue, en efecto, una era de conquistas coloniales.
Inglaterra estaba decidida, costase lo que costase, a eliminar a Francia del valle del Nilo.
Francia no podía arriesgarse a esta guerra, por lo que eventualmente abandonó esta empresa.
El África oriental quedaba prácticamente bajo el dominio británico. Sólo el África oriental
alemana impidió la apertura de una gran ruta británica desde El Cabo a El Cairo. Austria-
Hungría, mientras tanto, decidieron poner en pausa su rivalidad en los Balcanes, ya que el
statu quo convenía a ambas. De este modo, aunque no cesaron las revueltas en diversos
puntos del Imperio otomano, ninguno de los dos emperadores explotó estos pretextos.
Rusia estaba más interesada en el Extremo Oriente, pero Japón, que surgía como nueva
potencia, había vencido a China y firmado el ventajoso tratado de Shimonoseki (1895).
Inmediatamente los rusos, apoyados por alemanes y franceses, exigieron su revisión y Japón
cedió.
Más profunda fue aún la evolución política alemana, cuando Guillermo II se lanzó a la
Weltpolitik. Ante su avance naval, Inglaterra se inquietó y decidió luchar para mantener su
primacía, lo que desencadenó la carrera de armamentos navales. Pero fue sobre todo la
notable expansión económica de Alemania y sus progresos demográficos los que introdujeron
los cambios esenciales. Inglaterra se resistió profundamente a esta nueva rivalidad, con lo que
se comprende que quisieran poner fin al "espléndido aislamiento". La mejor manera era una
alianza con Alemania, pero dicha alianza no les interesaba a estos últimos. El nuevo canciller
Bülow declinó formalmente las propuestas inglesas. Entonces Inglaterra se volvió hacia el
Japón, con quien firmó la alianza de 1902, y hacia Francia, con quien firmó la "Entente
Cordiale" de 1904. Esto fue un sensible fracaso diplomático para Alemania.
2. La era de las crisis (1904-1914)
El período entre los años 1903 y 1905 fue uno de los más dramáticos de la historia europea: el
desarrollo de las pasiones nacionalistas tornaba a los Estados ya constituido más susceptibles,
más irritables, más deseosos de prestigio. En los viejos "Estados históricos", Austria-Hungría y
el Imperio otomano, exasperaba la voluntad emancipadora de las minorías nacionales. El rey
de Serbia fue asesinado por un grupo de oficiales ultranacionalistas, y en adelante sería el polo
de atracción del nacionalismo yugoslavo. Casi al mismo tiempo, las esperanzas rusas de una
expansión en Extremo Oriente se vieron truncadas por la derrota en la guerra contra el Japón
(1904-1905). Esta derrota tuvo consecuencias internacionales de igual gravedad: debilitó al
ejército ruso y restó eficacia a la alianza franco-rusa, lo que constituía una tentación muy
fuerte para Alemania. Por otra parte, Rusia iba a interesarse de nuevo en los Balcanes, y
decidieron que les interesaba proteger a Serbia.
Entre 1905 y 1914 se iba a asistir a cinco crisis cada vez más graves y que pertenecen a dos
tipos: franco-alemanas de origen colonial y austro-rusas de origen balcánico. La "primera crisis
marroquí" fue desencadenada por un discurso de Guillermo II en 1905 en el que anunciaba
que él protegería la independencia de Marruecos, donde Francia se proponía establecer su
protectorado. Después de este discurso, Francia aceptó que una conferencia internacional
reglamentase el problema de la vigilancia en Marruecos, con lo que perdía toda esperanza de
establecer su protectorado y se resignaba al aumento de prestigio de Alemania. Guillermo II
logró además que Nicolás II de Rusia firmara la alianza de Björkö, que entraba en franca
contradicción con la alianza franco-rusa. Cuando Francia se negó a adherirse, Rusia renunció a
la alianza de Björkö y se derrumbó la esperanza alemana de quebrar el sistema francés.
La segunda crisis es la de Bosnia-Herzegovina (1908-1909), donde la propaganda serbia era
particularmente intensa. Estaba "administrada" por Austria-Hungría, que para aniquilar las
esperanzas de los nacionalistas yugoslavos anexó el territorio en 1908. Los serbios protestaron
con indignación y llamaron en su ayuda a los rusos, pero Rusia no poseía un ejército fuerte, por
lo que Serbia tuvo que ceder en Marzo de 1909.
La tercera crisis es también franco-alemana: la "crisis de Agadir" o "segunda crisis marroquí" se
desencadenó cuando el sultán, sitiado por las fuerzas rebeldes en Fez, pidió a Francia que lo
libertaren. Francia no podía por las cláusulas de Algeciras, y Alemania intentó intervenir
enviado un cañonero: con esto no esperaba tomar poder en Marruecos sino que Francia
aceptara sacrificar sus territorios en el Congo para mantener los de Marruecos. La intervención
británica fue decisiva. Atemorizados por los progresos navales alemanes, los británicos
consideraban que les interesaba no permitir la humillación de Francia, y dio a entender que
estaban dispuestos a hacer la guerra junto a ellos. El resultado fue el triunfo de los ejércitos
moderados, y un gran acuerdo colonial franco-alemán por el cual los primeros cedían gran
parte del Congo francés a cambio de una pequeña porción del Camerún alemán.
Con la cuarta crisis, 1912-1913, volvemos a los Balcanes y a los problemas surgidos del
nacionalismo: el desorden que imperaba en Rusia permitió a un diplomático del zar, Hartwig,
excederse en sus instrucciones y estimular a los pequeños países balcánicos [Grecia, Bulgaria,
Serbia] a aliarse contra el dominio turco. El tratado de alianza defensivo y ofensivo serbo-
búlgaro de 1912 constituyó el núcleo de la coalición. La alianza se extendió luego, bajo una
forma más vaga, a Grecia y a Montenegro. Después, el 13 de Octubre de 1912, los Aliados
dirigieron un ultimátum a Turquía y entraron en guerra, derrotándolos rápidamente.
Ante esta derrota, Austria-Hungría estaba furiosa, pero el partido de la paz, dirigido por el
archiduque heredero Francisco Fernando [Franz Ferdinand] y por el ministro de asuntos
extranjeros, Berchtold, supo evitarlo. Se asistió entonces a la conclusión de una alianza entre
griegos y serbios contra los búlgaros. Se desató una segunda guerra balcánica que duró poco
tiempo, y los búlgaros fueron derrotados.
Con la victoria, el prestigio de Serbia aumentó de manera considerable. La agitación yugoslava
recrudecía. En Austria-Hungría se propagó la idea de que ya se había llegado demasiado lejos,
y que era necesario acabar de una vez.
3. La crisis de Julio de 1914
La primera guerra mundial no fue motivada por conflictos de tipo colonial, sino que la crisis
fatal fue de tipo balcánico: la desencadenó el asesinato del archiduque heredero de Austria-
Hungría, Francisco Fernando, por un estudiante bosníaco, en Sarajevo (Bosnia). Hubo de parte
de Austria-Hungría una voluntad deliberada de tomar este atentado como pretexto para
aniquilar a Serbia, pero lo que pesó fue la convicción de los Estados de que se trataba de algo
en lo que les iba la seguridad; y la presión de los militares en apoyo de medidas que
aumentarían sus posibilidades en la guerra.
Austria-Hungría preparó con gran secreto un ultimátum, cuidadosamente elaborado para que
Serbia no pudiese aceptarlo. Alemania, amenazada por la alianza franco-rusa, decidió apoyar a
Viena para mantener la alianza, y declaró la guerra a Francia. En esta Europa tensa, todos
creían luchar por su vida. Por tierra, se desarrolló primero entre Francia y Alemania, pero el
problema militar esencial provino del plan alemán Schlieffen, que consistía agrupar todas sus
fuerzas sobre su ala derecha en las llanuras belgas para aplastar a Francia, violando así la
neutralidad belga.
Entonces intervino el Reino Unido, no atado a ninguna alianza, que sintió amenazados sus
intereses vitales al violarse la neutralidad belga, y entró en la guerra.

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