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El mundo romano

• ¿Sabías que la sociedad en la que te desarrollas es muy


similar a la de los romanos? Así es, la mayoría de las
normas e instituciones que ellos crearon hace más de
veinte siglos (2.000 años atrás) aún siguen vigentes.
Para saber más sobre sus aportes, te invitamos a
conocer la historia de Roma.

La principal razón por la cual el legado romano ha permanecido vigente fue su amplia
expansión gracias a la conquista. Esto, porque los romanos fueron capaces de unir a
todos los pueblos de la cuenca mediterránea bajo el poderío de su imperio, desde el
extremo norte de África hasta la península Ibérica y Gran Bretaña, y desde el océano
Atlántico al mar Caspio.

Los romanos heredaron la cultura griega o helénica y la mezclaron con la suya, la


románica. De esta fusión surgió la denominada cultura greco-romana.

El funcionamiento político, social y cultural de las sociedades occidentales actuales está


basado en esta cultura.

El legado romano es muy amplio. Entre sus herencias destacan el alfabeto, el


calendario juliano, el latín, idioma del que surgieron el español, italiano, francés y
portugués; el derecho; las instituciones republicanas, que son la base de las
democracias modernas; además de grandes obras arquitectónicas cuyo diseño aún es
estudiado.

Durante el tiempo romano surgió también el cristianismo, duramente reprimido durante


varios siglos, hasta que el emperador Constantino –convertido al cristianismo–
instituyó en el año 313 d.C. la libertad de culto.

La fundación de Roma

El imperio romano nació en una península estrecha y alargada ubicada en el centro de


Europa y el mar Mediterráneo, que hoy conocemos como península itálica –en la que se
encuentra Italia– y que es claramente distinguible en un mapa porque su forma se
asemeja a una bota.
La información que se tiene acerca de la fundación de Roma es incierta, ya que los
hechos históricos se funden con la leyenda. Cuentan los textos que en los montes
Albanos, al sudeste de la planicie latina y en la desembocadura del río Tíber, se creó
Alba Longa, la primera ciudad de los latinos, fundada por Ascanio, hijo del héroe
troyano Eneas y nieto de la diosa Venus.

La leyenda cuenta que, después de la caída de Troya, Eneas había llegado al Lacio y
desposado con Lavinia, hija del rey latino. De ellos descendió más tarde Numitor, rey
de Alba Longa que fue destronado por su hermano menor Amulio, quien para privarlo
de descendencia y quedarse definitivamente con el poder asesinó a su hijo y mandó a su
hija, Rea Silvia, al servicio de la diosa Vesta. Pero Marte se enamoró de ella y de su
unión nacieron dos gemelos: Rómulo y Remo.

Al enterarse, Amulio ordenó que arrojaran a los gemelos al río Tíber, pero su servidor
los colocó en una cesta. Debido al desbordamiento del río, las aguas depositaron a los
gemelos al pie del monte Palatino, donde una loba –que habría sido enviada por Marte–
los encontró y amamantó. Después los descubrió un pastor que los crió secretamente.

Años más tarde, los hermanos fueron reconocidos por Numitor, su abuelo, a quien le
devolvieron su trono, tras derrocar a Amulio. Después de eso, decidieron fundar una
nueva ciudad, que Rómulo estableció en el monte Palatino. Remo había escogido el
monte Aventino, pero tuvo que ceder.

Rómulo trazó el límite de la ciudad con un arado. Remo, envidioso, quiso demostrarle
su superioridad insultándole en público y saltando dicho límite. Rómulo se encolerizó
tanto que se abalanzó sobre él y lo mató. Ese día, el 21 de abril del año 753 a.C. según
el historiador latino Tito Livio, quedó instituido como la fecha de fundación de Roma.

La información histórica

Dejando de lado las leyendas, se cree que esta región fue poblada alrededor del 2000-
1.500 a.C. por pueblos nómades que se fueron asentando con el paso de los siglos. Las
aldeas levantadas en las siete colinas –Capitolio, Quirinal, Viminal, Esquilino, Celio,
Aventino y Palatino– al sur del río Tíber, se unieron, talvez en el siglo VIII, creando
Roma.

Basándose en las antiguas crónicas griegas y la exploración de algunos yacimientos, se


cree que entre los siglos VIII y VII a.C. ya existía un mundo itálico muy diversificado y
en plena evolución. Cuatro pueblos se repartían el territorio: los galos, que estaban en la
llanura del Po, región llamada Galia Cisalpina; los etruscos o tirrenos, provenientes de
Asia Menor, que se situaron en la región de la actual Toscana; los griegos que estaban
al sur, en el Golfo de Tarento y en la isla de Sicilia; y los italiotas o itálicos, entre los
cuales se distinguieron los latinos, que se asentaron en el valle del Tíber, en cuyas
orillas nació Roma. En la parte occidental de Sicilia había algunas colonias fenicias bajo
la dirección y protección de la ciudad de Cartago.

El período monárquico (753-509 a.C.)

Según la leyenda, Rómulo fue el primer rey y el fundador de Roma. Logró poblar la
ciudad abriendo sus puertas a todos los aventureros de las inmediaciones, que llegaron
en gran número. Sin embargo, faltaban mujeres y los pueblos vecinos se negaban a
unirlas a ellos. Para revertir la situación, ofrecieron grandes juegos a sus vecinos, los
sabinos, ocasión que aprovecharon para robarles sus mujeres. Esto fue motivo de una
guerra, que culminó cuando las mujeres sabinas les pidieron a sus padres, hermanos y
maridos que pusieran fin al conflicto.
Tras su unión con el pueblo sabino, Rómulo organizó el reino y creó el Senado.

Su sucesor fue Numa Pompilio, conocido como “el ceremonioso”. Era sabino y una
especie de rey sacerdote que se decía inspirado por la ninfa Egeria. Reglamentó la
mayor parte de las ceremonias religiosas, reformó el calendario y construyó el templo
del dios Jano, cuyas puertas se cerraban durante la paz y se abrían cuando se iniciaba
una guerra. Durante su reinado no fue necesario abrirlas.

Después reinó Tulio Hostilio o “el hostil”, que era romano. Fue un rey belicoso que
incluso declaró la guerra a Alba Longa –capital de la región del Lacio–. Esta terminó
con un duelo entre dos tríos de hermanos: los Horacios, del ejército romano, y los
Curiacios, de Alba Longa. Los romanos triunfaron, con lo que la ciudad perdedora fue
destruida y sus habitantes llevados a Roma. Desde entonces, el Capitolio reemplazó al
monte Albano como centro religioso de los latinos.

El siguiente rey, Anco Marcio, también era sabino. Durante su mandato el territorio de
Roma se extendió hasta el mar, donde fundó el puerto de Ostia y levantó una fortaleza
sobre la colina de Janículo, al otro lado del Tíber, unida a Roma por medio de un puente
de madera. También creó la prisión Mamertina, que aún existe.
A continuación vinieron tres soberanos etruscos: Tarquino el Antiguo, Servio Tulio y
Tarquino el Soberbio.
Bajo el reinado de los inteligentes pero despóticos reyes etruscos se amuralló la ciudad
de Roma y se secaron los pantanos mediante la Cloaca Máxima –gran alcantarilla–.
Los romanos aprendieron a construir caminos, acueductos y edificios, adoptaron su
sistema político y sus tácticas de guerra.

Tarquino el Antiguo fue un gran constructor. Edificó muelles, el Circo Máximo,


destinado a los grandes espectáculos; la Cloaca Máxima, instalaciones sanitarias, y
ensanchó y ornamentó el Foro, que era la plaza pública donde se efectuaba el comercio.
Murió asesinado.

Servio Tulio rodeó la ciudad de un doble muro de quince metros de alto que abarcaba
las siete colinas. Además, debido al aumento de la población, agrupó a sus habitantes en
cuatro tribus, según el domicilio, y en siete clases, según la fortuna. De las seis
primeras clases salía el contingente para el ejército, que estaba dividido en compañías
de cien hombres llamadas centurias.

El último rey de Roma fue Tarquino el Soberbio, que estableció su supremacía sobre
todo el Lacio y conquistó el país de los Volscos. Fue un tirano, sobre todo con los
nobles. Terminó expulsado junto a sus partidarios, en el 509 a.C., y se estableció la
República.

La República
La expulsión de Tarquino el Soberbio marcó el nacimiento de un nuevo orden
político liderado por los nobles o patricios: la República. El Estado no debía de ser
de uno, sino de todo el pueblo; debía ser “res publica”, término que en latín significa
“cosa pública”.
La organización social

Los patricios eran los descendientes de los primeros senadores romanos


establecidos por Rómulo. Constituían la ciudadanía romana, el “populus
romanus”. Solo ellos tenían derechos; poseían casi todo, tierra y ganados y podían
participar en la administración del Estado.

Eran patricios quienes pertenecían a una familia noble o “gens”. Esta comprendía a
todas las ramas de una misma familia que tenían un antepasado común. Todos sus
miembros llevaban el mismo nombre y reconocían como jefe al hijo mayor de la rama
primogénita, que era el sacerdote del culto del antepasado. Era, por su nacimiento, el
pariente más próximo al antepasado y por eso se llamaba padre o “pater”. Este era el
jefe religioso, civil y militar; era el sacerdote y el rey en su familia y tenía derecho de
vida o muerte sobre los suyos.

Muchos hombres libres que no poseían nada o casi nada, buscaban protección y un culto
en los patricios, para lo cual se inscribían en las familias de sus protectores con el título
de clientes, debiéndoles obediencia a quienes llamaban patrones. El patrón daba al
cliente su asistencia, y en ciertos casos lo necesario para vivir. Así, una familia era un
pequeño estado que podía comprender muchos cientos de personas, teniendo su jefe, su
religión y sus usos particulares.

Las gens agrupadas en diez, constituían las curias, una familia más amplia que tenía un
sacerdote y un templo. Existían treinta curias, cuya reunión formaba la Asamblea del
Pueblo o Asamblea Curial, y en la que todo se decidía por medio del voto.

En forma paralela funcionaba el Senado, integrado por los jefes de las gens, es decir los
paters.

Las personas que no pertenecían a ninguna familia, es decir, los clientes de familias
extinguidas, refugiados, vencidos, artesanos, aventureros, comerciantes o campesinos,
recibían el nombre de plebe. Pese a que constituían la mayoría de la población, eran
casi como extranjeros, ya que no tenían derecho a ser ciudadanos.

Tampoco podían unirse en matrimonio a los patricios, ya que la religión lo prohibía. La


única diferencia la marcaba la fortuna, ya que los plebeyos ricos podían ingresar al
ejército.

El ejército tenía una asamblea denominada Asamblea Centurial, que votaba la paz y la
guerra. En esta instancia, los plebeyos podían votar pero no ser elegidos.

Con el tiempo, y no sin luchas, los plebeyos obtuvieron que hubiera quienes asumieran
su representación y defensa. Estos fueron los tribunos de la plebe, que defendían a la
plebe de los atropellos del Senado y los magistrados.
El surgimiento del Estado

El rey fue reemplazado por dos cónsules, que duraban un año en el cargo. Eran dos,
para que no abusaran del poder, ya que cada uno podía vetar y anular las decisiones del
otro. Mandaban al ejército y presidían el Senado y la Asamblea del Pueblo, que era la
institución que los nombraba. Además, proponían las leyes y celebraban los sacrificios
de la ciudad. Cuando dejaban su cargo, debían rendir cuenta de sus actos.

Los signos distintivos del poder de un cónsul eran la silla curul, de origen etrusco, la
toga con bordes púrpuras, el cetro de marfil y los lictores, que eran sus guardias y al
mismo tiempo los ejecutores de la justicia.

En tiempos de guerra o de una grave crisis externa se podía nombrar a un dictador en


lugar de los cónsules. Todos debían someterse a sus órdenes, pero pasado el peligro
debía renunciar y de ningún modo podía permanecer en su cargo más de seis meses.

El derecho y las nuevas libertades

En el año 450 a.C. se designó a diez personas, decenviros, para que codificaran el
derecho, que hasta ese momento era consuetudinario (es decir, las leyes no estaban
escritas; se transmitían oralmente). Además, solo eran conocidas por los patricios,
quienes las interpretaban según su conveniencia, en desmedro de los plebeyos.

Las leyes fueron inscritas en doce tablas de hierro expuestas en el Foro a la vista de
todos. Este fue el comienzo de la legislación romana aún vigente.

Poco después de la promulgación de la ley de las doce tablas, se permitió el matrimonio


entre patricios y plebeyos. De la unión de los patricios con los plebeyos ricos surgió una
nueva aristocracia, la nobilitia. Sus miembros podían ocupar altas magistraturas o ser
parte del Senado.

En el año 366 a.C. se dispuso que uno de los cónsules debía ser de la plebe. A partir del
300 a.C. se logró la igualdad religiosa, obtuvieron el derecho a ser elegidos al
pontificado.

La unificación de Italia

Después de la expulsión de los reyes etruscos, los romanos iniciaron su expansión en la


península itálica. Lentamente, durante los siglos siguientes, fueron ganando cada uno de
los territorios ocupados por otros pueblos fuera de la región del Lacio.
Primero se enfrentaron con los veyanos (396 a.C.), que estaban en la rivera etrusca del
Tíber. Luego con los galos, que los sitiaron por siete meses en el Capitolio, y a quienes
debieron pagar un tributo de mil libras de oro para ser liberados.
Pese a este retroceso, volvieron a emprender la conquista para obtener la Italia central.
Quienes les presentaron grandes dificultades fueron los samnitas. Estas batallas se
prolongaron desde el 343 al 290 a.C.

Faltaba solo el extremo sur, donde estaban los griegos, dirigidos por el rey Pirro, cuyo
ejército tenía elefantes que los romanos no sabían combatir, por lo que fueron
derrotados. Tras varias batallas (que se iniciaron el año 280 a.C.), Pirro decidió
replegarse a Sicilia. En su siguiente embestida sobre Roma, los legionarios ya sabían
lidiar con los elefantes, así que fue vencido en Benevento (275 a.C.). Con esto, los
romanos se anexaron el Golfo de Tarento, completando el dominio de la península
itálica.

Tras cada victoria se firmaban tratados especiales con las denominadas comunas.
Algunas recibieron amplios privilegios, adquiriendo derechos al igual que los romanos;
otras conservaron su autonomía, pero permanecieron bajo el dominio de Roma; y otras
se convirtieron en confederadas, estando obligadas a proporcionar ayuda militar a los
romanos.

Además, para asentar su dominio, Roma estableció colonias, que pobló con ciudadanos
romanos y latinos. Eran plazas fortificadas ubicadas en lugares estratégicos y unidas por
una red de caminos. Uno de los más importantes fue la Via Appia, que conducía de
Roma a Capua y que después fue prolongada hasta Brindisi en el mar Adriático.

A través de las colonias, el latín se difundió como idioma por toda Italia.

Las guerras púnicas

Una vez conquistada la península itálica, el siguiente paso de la expansión era


enfrentarse con Cartago, colonia fenicia en Túnez (Norte de África), cuya influencia se
extendía hasta Sicilia, con factorías en el sur de Hispania –España– y las islas de
Córcega y Cerdeña.
Como potencia marítima, Cartago controlaba el Mediterráneo occidental. Los romanos
no tenían una flota, pero sí un gran ejército.
A los enfrentamientos entre ambas potencias, que duraron más de un siglo, se les
denomina Guerras Púnicas, ya que los romanos llamaban poeni a los cartagineses.
Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.)

Como los romanos no tenían destreza naval, al principio sufrieron varias derrotas. Sin
embargo, aprendieron rápidamente y construyeron una flota que les dio la victoria.
Cartago hizo la paz, entregando las islas de Sicilia, Córcega y Cerdeña.
Sicilia fue la primera provincia de Roma cuya administración fue entregada a un pretor
(magistrado romano inferior a un cónsul). Los provincianos eran considerados súbditos,
obligados a pagar un tributo.
Córcega y Cerdeña se convirtieron en la segunda provincia.
El general cartaginés Amílcar Barca, para compensar la pérdida sufrida, se apoderó del
sur de Hispania. Su obra fue continuada por su hijo Aníbal, quien se propuso vengarse
de Roma.

Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.)

Esta guerra también ha sido llamada anibálica, por ser Aníbal su principal protagonista
y héroe. Este se lanzó a la conquista de Italia con su ejército de elefantes, para lo cual
recorrió Hispania y el sur de Francia, cruzando las cadenas montañosas de los Alpes y
los Apeninos. En la batalla de Cannas (216 a.C.) obtuvo la victoria; sin embargo, no
logró apoderarse de Roma.

Finalmente, Aníbal fue derrotado por el Escipión el Africano en la batalla de Zama


(202 a.C.), en el norte de África. Cartago debió entregar su flota y sus territorios en
Hispania, además de comprometerse a pagar un tributo de guerra durante 50 años y a no
librar ninguna batalla sin la autorización de Roma.
Con esto se asentó el predominio romano sobre el Mediterráneo occidental. En Hispania
se organizaron dos nuevas provincias.

Tercera Guerra Púnica (149-146 a.C.)

Los romanos nunca perdonaron a Cartago haber llegado tan cerca de Roma. Estaban
convencidos de que debían ser destruidos, por lo que los atacaron. Los cartagineses
resistieron tres años hasta que finalmente tuvieron que rendirse. La ciudad fue
incendiada y los sobrevivientes vendidos como esclavos.

El territorio cartaginés se convirtió en provincia con el nombre de África y abasteció de


trigo a Roma.

Otras conquistas

Como consecuencia de la segunda guerra púnica, Roma se anexó la zonas sur de Galia
–Francia– e Hispania, donde estaban las fuerzas de Aníbal.

En el Mediterráneo oriental conquistó Siria (190 a.C.), que había dado asilo a Aníbal;
Macedonia (168 a.C.) y Grecia (146 a.C.). Más tarde, en el 133 a.C., el rey Atalo III
cedió el reino de Pérgamo en Asia Menor; también cayó Numancia, último bastión de
los celtas. Ese mismo siglo terminó la conquista de Hispania y la Galia Narbonense
(125-117 a.C.).

Los lugares conquistados fuera de Italia fueron divididos en 17 provincias: diez en


Europa, cinco en Asia y dos en África. En las provincias pacificadas el gobierno o
administración era ejercida por propretores, y en las que aún eran campo de batalla,
por un cónsul o procónsul.

Quienes ocupaban estos cargos eran elegidos por los comicios centuriados –que eran las
asambleas convocadas por los cónsules en el Campo de Marte, en la que cada centuria
tenía derecho a un voto–, y eran la máxima autoridad en las provincias. Mandaban a las
tropas y dictaban justicia. Ejercían su cargo de manera autónoma, siendo responsables
únicamente ante el Senado y el pueblo romano.

Los provincianos no eran ciudadanos romanos. No gozaban del derecho latino; solo
eran súbditos obligados a pagar impuestos regularmente, cuya recaudación estaba a
cargo de los odiados publicanos, que arrendaban este derecho al gobierno romano.

El fin de la República

Roma se había extendido, abarcando la mayor parte de la cuenca mediterránea, por


medio de la guerras y la diplomacia. Sin embargo, en forma paralela, en su interior
habían surgido una serie de problemas sociales que no pudieron ser resueltos por la
República.

Estas diferencias se produjeron porque los beneficios de las conquistas se los llevó la
clase dirigente del momento: los nobiles u optimates, quienes adquirieron grandes
propiedades y se enriquecieron administrando las provincias; y el orden ecuestre o de
los caballeros, llamados así porque hacían el servicio militar en las centurias de la
caballería. Estos se dedicaban a los negocios, se encargaban del aprovisionamiento de
las tropas y del arriendo de los impuestos, con lo que conseguían enormes fortunas.

Así, las clases dirigentes se llenaron de lujos y riquezas, mientras los campesinos
sufrían graves prejuicios. Las guerras los alejaron de sus tierras y devastaron sus aldeas.
Por otro lado, el trigo proveniente de las provincias era de menor precio que el que ellos
producían.

Además, no había trabajo, ya que como consecuencia de las guerras, los terratenientes
empleaban esclavos, que eran obra de mano más barata. Muchos propietarios pequeños
y medianos tuvieron que vender. Así, el latifundio desplazó a la propiedad pequeña.

Muchos campesinos abandonaron el campo y se trasladaron a Roma, constituyendo el


proletariado, que no tenía bienes ni trabajo. Su única riqueza era su prole; es decir, su
familia. Además, había un gran número de esclavos, que eran los prisioneros de guerra.

Ante estas circunstancias, Tiberio Graco, elegido tribuno de la plebe en el año 133
a.C., propuso una ley agraria, que señalaba que nadie podía tener más de 125 hectáreas.
El que se excediera, debía devolver tierras que serían repartidas entre los desposeídos.
Cuando Tiberio fue reelegido, fue asesinado por los optimates, hecho que provocó el
inicio de un período de guerras civiles.

Diez años después, fue elegido tribuno de la plebe su hermano, Cayo Graco. Su
posición era más radical: quería eliminar el poder del Senado y terminar con el
predominio de los optimates. Su meta era una democracia según el modelo de Atenas,
absolutamente igualitaria. Renovó la reforma agraria y logró que se aprobara la ley
Frumentaria, que establecía la distribución de cereales a bajo precio entre el
proletariado.
Estas medidas generaron la violenta oposición de la nobleza senatorial, que logró que
no fuera reelegido. Para no ser asesinado por sus enemigos, se hizo matar por un
esclavo (121 a.C.); pero sus ideas no murieron, ya que Mario, un hábil general,
comenzó a dirigir la política romana.

Tras ser elegido cónsul en el 107 a.C., dio a los proletarios la posibilidad de formar
parte del ejército, que desde ese momento pasó, de ser milicia, a ejército profesional
(107 a.C.), compuesto por mercenarios que debían prestar servicio militar por 16 años, a
cambio de un sueldo y armas.

En los decenios siguientes se intensificaron los conflictos entre los optimates y el


denominado partido popular. Este último sería aplastado definitivamente por Sila, que
representaba a la oligarquía –clase conformada por los nobles y los ricos– y que se
proclamó dictador (81-79 a.C.).

Antes de eso, hubo otros conflictos civiles: los confederados itálicos exigieron que se
les incorporara al derecho romano (90-88 a.C.); la rebelión de los esclavos liderados por
el esclavo Espartaco, que sacudió Roma por tres años.

La piratería en el Mediterráneo aumentó, con lo que peligraba el aprovisionamiento de


Roma. El rey Mitridates de Ponto, en Asia Menor, se apoderó de la ciudad de Pérgamo,
matando a 80 mil romanos en solo un día.

Los triunviratos

Con todo lo anterior, era claro que el régimen republicano estaba en crisis. Como las
instituciones fracasaban, adquirieron importancia las fuerzas militares y algunos
personajes: Pompeyo, un general que había ganado fama por sus triunfos en
Hispania y África; Craso, el hombre más rico de Roma, y Julio César, de origen
patricio y un extraordinario orador. Los tres formaron un triunvirato (60 a.C.),
con el fin de asumir el poder del estado y repartirse las tierras del imperio.
Pompeyo obtuvo el proconsulado de Hispania, Craso el de Siria y César el de las Galias.

Pompeyo permaneció en Roma, Craso murió pronto, mientras Julio César emprendió la
conquista de la Galia
transalpina (58-52 a.C.). Después atravesó el Rhin e incursionó en Germania; en sentido
contrario, cruzó el Estrecho de Gibraltar, donde conquistó Londinum, el actual
Londres. Estas campañas le dieron gran popularidad y el apoyo incondicional del
ejército, lo que generó rivalidad con Pompeyo, quien tras reconciliarse con el Senado
había sido nombrado cónsul.

En el año 49 a.C., Julio César recibió la orden de volver a Roma, pero desobedeció. Al
año siguiente se enfrentó a Pompeyo y lo venció en la batalla de Farsalia (48 a.C.), tras
lo cual hizo que el Senado lo nombrara dictador vitalicio. De hecho se convirtió en
monarca, sin ostentar el cargo de rey. Durante su período, repartió dinero entre los
pobres y se preocupó de generarles trabajo, para lo cual inició un programa de obras
públicas; fundó colonias en África, Hispania y las Galias; asignó tierras a más de 80 mil
ciudadanos y a los veteranos de sus legiones; fijó los tributos que debían pagar las
provincias y decretó que estos ya no fueran recaudados por los publicanos, sino por
funcionarios responsables; introdujo el calendario egipcio en Europa, al que le agregó
un año bisiesto cada cuatro años, creando el “calendario juliano”, que fue usado hasta
1582 d.C., cuando fue reemplazado por el calendario gregoriano, perfeccionado por el
Papa Gregorio XIII.

Si bien volvió la prosperidad y la paz, la nobleza veía en Julio César a un tirano, al que
asesinaron bajo el mando de Casio y Bruto el 15 de marzo del 44 a.C.

El año 43 a.C. surgió un nuevo triunvirato, formado por Octavio, sobrino e hijo
adoptivo de Julio César; Marco Antonio, su leal amigo; y Lépido, jefe de la caballería.
Los tres asumieron el poder dictatorial y se repartieron el imperio.

Octavio permaneció en Roma a cargo de las provincias de Occidente, Lépido fue a


África y Marco Antonio se quedó con el oriente y se trasladó a Egipto, donde se casó
con su reina, Cleopatra, transformándose en un monarca oriental.

Octavio aprovechó esto para lograr su destitución y la declaración de la guerra contra


Cleopatra. Triunfando en la batalla naval de Accio (31 a.C.), se apodero de su capital,
Alejandría, y transformó a Egipto en una provincia romana.

Lépido se retiró, por lo que Octavio se adueño del imperio.

El imperio romano

Octavio respetó las instituciones republicanas, pero se arrogó tres poderes


fundamentales: el tribunicio, es decir el poder civil, al reemplazar al tribuno de la
plebe; el proconsular, esto es, el mandato del ejército y la autoridad absoluta sobre
todas las provincias; y el de pontífice máximo, en el ámbito de la religión.
Además, se reservó el derecho de proponer a los candidatos de las magistraturas que
eran elegidos por la Asamblea Popular, y era el princeps, el príncipe o primero en
emitir el voto en el Senado.
Octavio se hizo investir emperador (27 a.C.) con el nombre de Augusto, que significa
“el sublime”. Además, le antepuso el nombre de su padre adoptivo, César.

El período de César Augusto fue de gran prosperidad, al igual que el de sus sucesores,
los Julio Claudios (14-68 d.C.) –Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón – y los Flavios
(69-96 d.C.) –Vespasiano, Tito y Domiciano–, alcanzando su apogeo con los Antoninos
(96-192 d.C.) –Nerva, Trajano, Adriano, Antonino, Marco Aurelio, Vero y Cómodo–.
A partir de los emperadores Severos (193-235 d.C.), el imperio fue retrocediendo ante
el avance de los bárbaros provenientes del oriente, los persas, y de occidente, los
germanos.
Tras un período de anarquía (235-268 d.C.) y el reinado de los emperadores ilirios (268-
283 d.C.), llegó al poder Dioclesiano (284-305 d.C.), que llevó a cabo las reformas del
principado, convirtiéndolo en una tetrarquía: un sistema de gobierno de cuatro, en el
que dos Augustos escogían a dos Césares para que les sucedieran. Sin embargo, este
sistema fue abolido por Constantino (306-337 d.C.), con quien el régimen derivó hacia
una monarquía de tipo oriental.
Constantino, convertido al cristianismo, instituyó la libertad de culto en el año 313 d.C.
y fundó una nueva capital en la antigua ciudad griega de Bizancio, que llamó
Constantinopla.

Unos años más tarde, tras la muerte del emperador Teodosio en el año 395 d.C., el
imperio quedó dividido entre sus dos hijos. Uno recibió la parte occidental, con Roma
como capital, y el otro la parte oriental, con Constantinopla como metrópolis. La
división sería definitiva.

El Imperio Romano de Occidente dejó de existir en el año 476, cuando cayó bajo el
dominio de los germanos. El imperio Bizantino de Oriente duró otros mil años más,
hasta que en el año 1453, Constantinopla fue conquistada por los turcos musulmanes.

El legado romano

Ya hemos mencionado el derecho, el latín –que se convirtió en la lengua oficial de la


religión católica– y el calendario juliano –que dividía el año en cuatro estaciones de tres
meses cada una, con un total de 365 días y un año bisiesto cada cuatro años–.

La arquitectura

Fueron muy buenos constructores. En sus obras se nota la influencia de los etruscos y
los griegos, a lo que le sumaron su sentido práctico al concebir una arquitectura
básicamente utilitaria.
De los etruscos heredaron el uso de los arcos, la bóveda y la cúpula, mientras que de los
griegos rescataron los tres órdenes arquitectónicos que se usaron para construir tanto
columnas como edificios: el dórico, extendido por Grecia y Sicilia; el jónico, originario
de Asia Menor; y el corintio, que es posterior a los anteriores al surgir en el siglo V
a.C..

Algunas de las obras más importantes de los romanos fueron los acueductos, que
cruzaban sus ciudades y que tenían por objeto conducir el agua hacia gigantescas
termas; los arcos de triunfo y la columnas que conmemoraban las victorias militares; la
basílica, que era un espacio abierto utilizado como palacio de justicia y centro de
comercio; el Foro, plaza pública rodeada de pórticos, era el centro de la vida económica
y política de la ciudad.

Los espectáculos se realizaban en los teatros y anfiteatros. El Coliseo tenía capacidad


para 50 mil espectadores, mientras que en el Circus Máximo, más conocido como
Circo Romano y donde se realizaban las carreras de carros, cabían 250 mil.
También hay que destacar la construcción de una red de calzadas, que eran carreteras
rectas que unían Roma con el resto del imperio. La más conocida es la Via Appia.
Además, de suma importancia fueron los baños públicos, que incluían piscinas para el
baño, salas de masajes y gimnasio. Según se dice, en estos sitos se tomaban las
decisiones más importantes.

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