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LUNES 03 PASCUA

1. a) No sólo los apóstoles fueron protagonistas en la primera


comunidad: hoy aparece uno de los diáconos recién ordenados,
Esteban, dando testimonio de Cristo ante el pueblo y las
autoridades, con la misma valentía y lucidez que Pedro y los demás
apóstoles. El libro de los Hechos da a este diácono mucha
importancia: le dedica los capítulos 6 y 7. Esteban fue el primer
mártir cristiano.

Su manera de pensar y de hablar excitaba los ánimos incluso


de los judíos «libertos», que se llamaban así porque, después de
haber sido llevados como esclavos fuera de Palestina, habían sido
liberados y devueltos, y que en principio se suponía que eran de un
talante más abierto que los judíos de Jerusalén. Por eso tenían
sinagoga propia. Pero aún a ellos les resulta inadmisible que
Esteban, lleno del Espíritu, les muestre con su elocuencia cómo
Jesús, el Resucitado, ha superado la ley y el Templo, y que sólo en
él está la salvación. Por eso le acusan: «éste habla contra el Templo
y contra las tradiciones que hemos recibido de Moisés». Se cumple
una vez más el anuncio que hizo Jesús a sus discípulos: cuando
fueran llevados ante los tribunales, el Espíritu les sugeriría qué
tenían que decir.
b) Sin necesidad de que seamos apóstoles o diáconos en la
comunidad cristiana, todos somos invitados a dar testimonio de Cristo.
El cristiano tiene que seguir los caminos del evangelio, y no
los de este mundo, que muchas veces son opuestos: «aunque los
nobles se sientan a murmurar de mí, tu siervo medita tus leyes...
apártame del camino falso y dame la gracia de tu voluntad».

Probablemente no tendremos ocasión de pronunciar discursos


elocuentes ante las autoridades o las multitudes. Nuestra vida es el
mejor testimonio y el más elocuente discurso, si se conforma a
Cristo Jesús, si de veras «rechazamos lo que es indigno del nombre
cristiano y cumplimos lo que en él se significa» (oración del día).

Tras la multiplicación de los panes, alude el evangelista a la


búsqueda de Jesús por parte de la muchedumbre. Lo encuentran en
Cafarnaún y le dirigen al Maestro una pregunta sólo para satisfacer
su propia curiosidad: «Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?» (v. 25).
Jesús no responde la pregunta, sino que revela más bien a la
muchedumbre las verdaderas intenciones que la han impulsado a
buscarlo, y con ello desenmascara la mentalidad demasiado
material de las personas (v. 26). En realidad, toda esa gente sigue a
Jesús por el pan material, sin comprender el signo realizado por el
Profeta. Buscan más las ventajas materiales y pasajeras que las
ocasiones de responder y de amar.
Ante esta ceguera espiritual, Jesús proclama la diferencia entre
el pan material y corruptible y «el permanente, el que da la vida
eterna» (v. 27). Jesús invita a la gente a superar el estrecho
horizonte en que vive y a pasar al de la fe y al del Espíritu, al que
sólo su persona (la de Jesús) les puede introducir. Él posee el sello
de Dios, que es el Espíritu y el dinamismo divino del amor.

Los interlocutores de Jesús le preguntan ahora: «¿Qué


debemos hacer para actuar como Dios quiere?» (v. 28). Una nueva
equivocación. La muchedumbre piensa que

Dios exige la observación de nuevos preceptos y de otras


obras. Pero lo que Jesús exige de ellos es una sola cosa: la adhesión
al plan de Dios, a saber: «Que creáis en aquel que él ha enviado»
(v. 29). Sólo tienen que cumplir una sola cosa: dejarse implicar por
Dios y adherirse con fe a la persona de Jesús. Es la apertura a la fe
lo que ofrece un pan inagotable y lo que da la vida para siempre al
hombre que acepta ser liberado de las tinieblas.

Nosotros, los que celebramos con frecuencia la Eucaristía, ya


sabemos distinguir bien entre el pan humano y el Pan eucarístico que es
la Carne salvadora de Cristo. Esta conciencia nos debe llevar a una
jornada vivida mucho más decididamente en el seguimiento de ese Cristo
Jesús que es a la vez nuestro alimento y nuestro Maestro de vida.

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