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Recemos por la curación de los enfermos, así como por los
médicos, el personal sanitario y científico que de manera abnegada
está dedicado a la atención de los contagiados y al encuentro de una
cura para esta enfermedad y otras. Oremos por los que han fallecido
en el mundo y por sus afligidas familias. Pidamos también por
nuestros Policías, los miembros de nuestras Fuerzas Armadas, y por
todos aquellos que trabajan estos días para brindarnos servicios y
bienes esenciales, dándonos seguridad y ayudándonos a
mantenernos sanos. Saber que muchísima gente está en oración y
sirviendo a los demás, llena el corazón de consuelo y de paz.
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En primer lugar creo que esta pandemia nos está ayudando a
comprender nuestra fragilidad y nuestra condición mortal. Que a
pesar de disponer en estos tiempos de un avance científico y médico
sin precedentes, el ser humano no es señor de la vida. El hombre
hodierno se ufana en que ya no hay más tabúes, pero hay una
realidad que en el fondo le aterra: el misterio de su muerte;
comprobar que no es más que una criatura, y que su vida es
perecedera, es decir que como ha comenzado algún día terminará. El
creyente, en cambio, jamás cede ante el temor de la muerte, porque
sabe que ha puesto su confianza en Cristo que la ha vencido: “Yo soy
la Resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muerto vivirá, y todo el
que vive en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26).
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Los padres de familia pueden hacer un gran bien a sus hijos
enseñándoles cómo lavarse bien las manos, cómo cubrirse
adecuadamente a la hora de estornudar o toser, a ser limpios, a
mantener la higiene y el orden del hogar y del vecindario, entre otras
acciones.
Mi Jesús:
Creo que estás presente en el Santísimo Sacramento.
Te amo por encima de todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.
Como no puedo recibirte en este momento sacramentalmente,
entra al menos espiritualmente en mi corazón.
Te abrazo como si ya estuvieras allí y me uno completamente a Ti.
Nunca permitas que me separe de Ti.
Amén.
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Queridas Familias: Que la Sagrada Familia de Nazaret sea su
protección, modelo y fuente de esperanza en estos momentos y
siempre. Sepan que rezo por ustedes. Les envío mi bendición.
¡Familia, sé fuerte! ¡Familia, sé lo que estás llamada a ser!
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A las religiosas de clausura de nuestras Arquidiócesis, nuestras
queridas Madres Benedictinas y Carmelitas Descalzas, les expreso en
nombre de todos nuestra gratitud, porque gracias a su oración
constante, a sus mortificaciones y ofrecimientos, sostienen a la
humanidad, a la Iglesia, y a los que vivimos el ministerio y el
apostolado en la vida activa. Las contemplativas forman el Corazón
de la Iglesia, y desde él animan a todas las demás vocaciones que el
Espíritu Santo suscita en el Cuerpo Místico, que es la Iglesia. ¡Qué
sería de nosotros sin ustedes!
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De otro lado estos días también son ocasión para redescubrir
una dimensión esencial de nuestro ministerio sacerdotal: “Tú eres
sacerdote para siempre, mediador entre Dios y los hombres”. Oremos,
oremos mucho al Señor por nuestro pueblo, por Piura y Tumbes, por
el Perú, por el mundo entero, para que el Señor detenga con su mano
poderosa esta pandemia. Oremos, por ese pueblo de Dios que incluso
en la reclusión de su casa se da maña de robarnos la unción que
hemos recibido el día de nuestra ordenación, como gusta afirmar el
Papa Francisco, al hacernos llegar por mil y un medio creativos sus
pedidos: “Rece por mí, Padre, que tengo este problema...Padre écheme la
bendición…Padre quiero confesarme…Padre por favor venga a darle la
comunión y la unción a mi enfermo…Padre, rece por mi familia…Padre
ayúdeme que no tengo para comer hoy”. Muchas veces creo que nuestro
pueblo sencillo con su profundo sentido de fe es más consciente del
don y misterio de nuestro sacerdocio que nosotros mismos.
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Promovamos mañana, en medio de esta emergencia sanitaria,
que cada familia, que cada comunidad religiosa rece a las 7:00 pm el
Santo Rosario con los “Misterios Luminosos”. Como nos ha dicho el
día de hoy el Papa Francisco: “Al rostro luminoso y transfigurado de
Cristo y a su Corazón nos conduce María, Madre de Dios y salud de los
enfermos, a la cual nos dirigimos con la oración del Rosario, bajo la mirada
amorosa de San José, custodio de la Santa Familia, y de nuestras familias”.5