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Desafío a la razón atea

de Odifreddi
PaginasDigital.es
Costantino Esposito

Después de la carta del Papa Francisco a Eugenio Scalfari, publicada en la


Repubblica el pasado 11 de septiembre, una nueva y sorprendente iniciativa nos
impacta con su difusión. En el mismo periódico, el 24 de septiembre: una carta del
Papa emérito, Benedicto al matemático (y paladín del ateísmo militante) Piergiorgio
Odifreddi, respondiendo a un libro suyo, escrito a su vez como respuesta a las
pretensiones “irracionales” y “anticientíficas” de la religión cristiana y, en especial, del
catolicismo.

Benedicto no elude las críticas de su interlocutor (a menudo cargadas, como señala


explícitamente, de “imprudencia” y “agresividad”). La situación es curiosa, aunque es
cierto que el ateo declarado se empeña en discutir y pelear punto tras punto una
posición como la cristiana y, en particular, la del Papa Ratzinger (tal y como éste
último lo había testimoniado y argumentado en su célebre Introducción al cristianismo)
que de por sí debería considerarla inaceptable por ser “supersticiosa” y “fanta-
científica” (teniendo en cuenta sus convicciones a priori), por lo que, en definitiva, no
tendría que ser siquiera digna de ser afrontada ni discutida.

Lo que está claro es que la pretensión del cristianismo es siempre, inevitablemente, un


evento sumamente interesante para la conciencia humana, porque corresponde de
manera única al deseo de observar el misterio del ser y conocer el sentido último de
las cosas, al mismo tiempo que toma y exalta nuestro más alto deseo afectivo, que
significa que este sentido nos toque, nos llame, y tenga que ver con nuestra existencia
individual y con el camino de la historia y del tiempo. Ante este interés objetivo de
nuestra inteligencia y de nuestro afecto, resultan más débiles también las
contraposiciones llenas de prejuicios ateo/religioso, o laico/católico, sobretodo porque
estas posiciones, al final, solo tienen sentido si responden (o no) a esa espera que
enciende cada día nuestra existencia, y nos permiten vivir a la altura de la razón y del
corazón. Es decir, no conformarse con explicaciones que dejan intacto este nivel
decisivo de la experiencia, tanto personal como social, cultural y político.

Desde este punto de vista, ante la reivindicación de un “credo laico” (que Odifreddi
había reivindicado, como una especie de nueva liturgia “positivista” en su libro de 2011
titulado Querido Papa te escribo…) y después de una “profesión de fe” atea en un Dios
reducido a Naturaleza uniforme y Espíritu o Inteligencia universal e impersonal
difundida en todos los niveles de la naturaleza hasta el Hombre y las Máquinas, por
parte de Odifreddi, Benedicto vuelve a lanzar el gran desafío racional del cristianismo.
El tono es franco y rudo normalmente; y considerando la gentileza y delicadeza que lo
distingue, se entiende que el punto es crucial y requiere exponerse en primera
persona. Con ese franco testimonio de verdad, que una vez Michel Foucault (hablando
de Sócrates) había identificado como el “valor de la verdad”, hace que la vida sea
realmente digna, es decir, libre.
Dos observaciones llaman la atención en esto. La primera es que Benedicto no puede
aceptar que el “objeto”  propio del cristianismo se reduzca a un mito fantasioso o un
sentimiento colectivo. La teología (y él como “teólogo” ha sido interpelado y
provocado) es útil porque ayuda a decir las cosas tal cuál son, no sirve para cultivar
sugestiones emotivas. Por ello, la teología, siguiendo las tradiciones de investigación
rigurosa y llena de razones, ha sido considerada muchas veces una “ciencia” como
todas las demás, no porque tuviera la posibilidad de “demostrar” analíticamente  o de
resolver dialécticamente su objeto (¿y cómo lo podría hacer, si no se deriva de una
acción del hombre sino de la iniciativa trascendente de Dios?) sino porque es
pertinente, adecuada y comprensible para la razón humana.

La unión entre ciencia y la teología no sigue las exigencias de un racionalismo en el


que se pueda dar razón de todo, incluso de Dios, sino que, por el contrario, se pliega a
la especificidad de la revelación que es el Logos que entra en la carne de la historia. Y,
si es histórico, el cristianismo sólo puede ser documentado, identificado en sus
factores objetivos, verificable en sentido experimental.

Pero la cuestión esencial del estatuto racional (y, según su modalidad específica,
“científico”) de la teología se basa en una instancia más radical, y es la segunda
observación que se impone leyendo esta carta. La religión atea del naturalismo
materialista, el reino de la inmanencia absoluta del hombre como medida de sí mismo,
es también una fe, solo que con el riesgo evidente de ser una fe sin razones, y, por lo
tanto, un fideísmo con apariencia científica. Y esto, hace que quede igualmente sin
resolver el problema; es más, queda definitivamente censurado. El problema con
respecto a nuestra libertad y a la posibilidad misma del mal. Una Naturaleza entendida
como el único Dios, corre el riesgo de ser, a fin de cuentas, “vacía” e “irracional”, si no
ayuda a entender y sobretodo a afrontar “el drama real de nuestra historia”. Y,
sobretodo, una divinidad naturalista que se expande de forma matemática (como
Odifreddi vuelve a proponer cuando retoma frágilmente la posición de Spinoza),
¿cómo puede iluminar la realidad más misteriosa y al mismo tiempo más concreta de
nuestra experiencia de hombres, es decir, la posibilidad del amor, y sobre todo nuestra
necesidad de ser amados para poder ser nosotros mismos?

Benedicto responde y Odifreddi, al final, acusa el golpe sorprendido. Y es interesante


cómo él mismo lo explica: siendo todavía ateo (“porque el ateísmo tiene que ver con la
razón”) él se siente tocado por una “personalidad” y por los “símbolos del poder” que
“tocan los sentimientos”. Si bien, al final de este sentimiento inesperado del “diálogo
entre un papa teólogo y un matemático ateo” no se muestra más que un verdadero
ponerse en juego más determinante que el sentimiento: “separados en casi todo”,
escribe el matemático, “pero unidos al menos en un objetivo: la búsqueda de la
Verdad, con mayúscula”.

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