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La Rueda de Fortuna (La Vía del Tarot – Alejandro Jodorowsky):

Principio, mitad o final de un ciclo

La Rueda de Fortuna, número X, cierra el primer ciclo decimal de los arcanos mayores. Su forma
circular y su manivela nos indican su primer significado: el final de un ciclo y la espera de la fuerza
que pondrá en movimiento el ciclo siguiente. En la continuidad del Tarot, el Arcano XI, justamente
titulado La Fuerza, es el que sucede a La Rueda de Fortuna e inicia el ciclo decimal siguiente. Más
que cualquier otro arcano, La Rueda de Fortuna está claramente orientada hacia el cierre del
pasado y la espera del futuro. Desde este punto de vista, el lugar que ocupe esta carta en una
lectura permitirá decir si un aspecto de la vida pide ser concluido para dejar paso a un nuevo
aspecto, o si una nueva época ya está empezando. Si se decide analizar esta carta como un
fracaso, es para descubrir que el fracaso no es el final de todo, sino una posibilidad de
reconversión: un cambio de camino.
A primera vista, este Arcano da una impresión de inercia, quietud que es negada por el
movimiento de las ondas en el suelo azul claro. El mensaje podría ser que la realidad, bajo una
apariencia sólida, está en perpetuo cambio como las olas del mar. Todo está condenado a
desaparecer, lo real es un sueño efímero, y la Tierra una ilusión del océano cósmico. Aquí, un
único elemento puede aspirar a la eternidad: el centro de la rueda, el punto de sujeción de la
manivela, que, según se puede observar, se sitúa en el centro exacto del rectángulo que constituye
la carta. Todo gira en torno a este núcleo, donde se puede ver un símbolo del misterio divino.
Mientras que los elementos externos que influyen en la rueda (los tres animales) llegan, a través
de sus maniobras, a la inercia, el centro es el punto a partir del cual puede producirse el cambio. El
mensaje de la carta está claro: el principal factor de cambio, de vida, es esta acción cósmica que
también se
llama la divina providencia. Se puede observar que la rueda es doble: un círculo rojo y uno
amarillo, que representan la doble naturaleza animal y mental del hombre. La mente humana será
siempre autora y testigo a la vez de todas sus acciones. Sin embargo, una vez unidos en la
divinidad, el autor y el testigo son lo mismo. El objetivo del hombre, como lo sugiere La Rueda de
Fortuna, es llegar a esa unidad a través de la dualidad.
Si se observan los tres animales, se constata que uno tiende a descender, otro a subir, y el tercero
a permanecer inmóvil.
El animal de color carne, vestido sólo en la parte inferior del cuerpo, desciende hacia la
encarnación. Se ve en el color de este elemento y en el hecho de que sus partes sexuales están
cubiertas, un símbolo orientado hacia la materia. En cuanto al animal amarillo, está vestido de la
cintura hacia arriba, y una cinta que rodea sus orejas parece taparlas o ponerlas de relieve. Se
puede ver en ello una visión del intelecto que aspira a ascender, con su tendencia a girar alrededor
de sí mismo y su dificultad para escuchar. Por último, el animal azul, con aspecto de esfinge y una
capa roja en forma de corazón, y que estrecha contra su propio corazón una espada que mide
exactamente lo mismo que la varita de El Mago, representa la vida emocional que se presenta a la
vez como un enigma y como la vía hacia la sabiduría. Obsérvese también que este animal lleva dos
manchas moradas, color que, como hemos visto, simboliza la sabiduría.
El corazón se representa, pues, como elemento que puede unir o inmovilizar las demás instancias,
la vida espiritual y la vida animal. A menudo es un enigma emocional, un núcleo afectivo sin
resolver que bloquea la acción vital del consultante. Las cinco puntas de la corona de la esfinge
nos remiten a la quintaesencia del ser esencial, la Consciencia capaz de unir las instancias dispares
del ser humano como el pulgar une los dedos de la mano. El suelo azul y movedizo parece, por lo
demás, llamar a los animales hacia las profundidades, hacia una búsqueda de sí mismos en las
aguas matriciales. Al descender a lo más profundo de nosotros mismos, en la aceptación de
nuestro inconsciente, podemos encontrarnos con el Dios interior y emerger como seres
iluminados. En este sentido, el centro de la rueda representa a la vez el lugar de la parada, el
núcleo del problema y el del posible movimiento, la llamada a despertar ante el tesoro interior.
Una vez más, el animal azul parece ser, como representante del corazón, aquél a través del cual
puede llegar la conciencia. Obsérvese en su frente un óvalo añil que se asemeja al chakra del
tercer ojo, ajna, el de la clarividencia. Esta clarividencia tiene el poder de unir el esfuerzo material
descendente al esfuerzo intelectual ascendente.
Las patas de los animales, enlazadas a los radios de la rueda, parecen retenerla e impedir su
movimiento, pero también se puede pensar que la sujetan entre los tres para que no se hunda. La
actividad material, emocional
e intelectual sostiene el ciclo vital. Y éste, para generar un nuevo ciclo, necesita la intervención de
la cuarta energía, representada por La Fuerza accionando la manivela: la energía sexual creativa.

En una lectura
La Rueda de Fortuna es una carta de amplias interpretaciones que dependerán en gran medida de
las circunstancias evocadas por el consultante. Indica en qué momento se encuentra de su vida. Si
se presenta al principio de una tirada, sugiere el cierre de un episodio pasado y el inicio de un
nuevo ciclo. Al final de una frase, puede anunciar que lo que está sucediendo se concluye
rotundamente, representa entonces una página pasada, un ciclo completo. Pero a menudo,
situada en mitad de la tirada o al final, indica un bloqueo que hay que superar. Conviene entonces
sacar una carta para ver qué es lo que hace girar la manivela, o dilucidar el enigma emocional
(representado por el animal azul) que sugiere.
En las concepciones populares, debido a la palabra «fortuna», anuncia una ganancia de dinero.
Remite a veces a un centro de interés o un sistema que se estructura sobre una forma circular: la
rueda del karma, la astrología, incluso la gran rueda de la lotería... Se puede ver en ella el ciclo de
la muerte y el renacimiento en el sentido amplio, o de la circulación de la vida.
La Rueda de Fortuna invita a reflexionar acerca de las inevitables alternancias de ascenso y de
caída, de prosperidad y de austeridad, de alegría y de tristeza. Nos orienta hacia el cambio, ya sea
positivo o negativo, y la aceptación de la constante mutación de lo real.

Y si La Rueda de Fortuna hablara...


«He conocido todas las experiencias. Al principio, tenía ante mí un océano de posibilidades.
Guiada sucesivamente por la voluntad, la Providencia o el azar, elegí mis acciones, acumulé
conocimiento, para luego estallar sin finalidad preconcebida. Innumerables veces encontré la
estabilidad. Quise conservar sus frutos sobre mi mesa pero los vi pudrirse. Comprendí que debía
abrirme hacia los demás, compartir. Que tendría que buscar el gran Otro en mí mismo, la fuente
divina. El centro de mis incontables revoluciones alrededor de este eje. Me perdí, buscando
cuanto se me pareciera. Conocí el placer de reflejarme en los ojos del otro como en infinitos
espejos. Hasta el día en que, con una fuerza irreprimible, actué en el mundo y traté de cambiarlo,
para darme cuenta de que sólo podía empezar a transformarlo. Mi búsqueda espiritual se amplió
hasta el punto de impregnar la totalidad de la materia, y llegué a la espantosa perfección, ese
estado en que nada se me podía añadir, y nada se me podía quitar. No quise quedarme así,
petrificada. Entonces lo abandoné todo, con mi sabiduría por única compañera. Llegué al límite
extremo de mí misma, plena, pero detenida, en espera de que el capricho divino, la energía
universal, el viento misterioso que sopla desde lo inconcebible, me haga girar y que en mi centro
eclosione el primer impulso de un nuevo ciclo.
He aprendido que todo lo que empieza acaba, y que todo lo que acaba empieza. He aprendido que
todo lo que se eleva desciende, y que todo lo que desciende se eleva. He aprendido que todo lo
que circula termina estancándose, y que todo lo que se estanca termina circulando. La miseria se
convierte en riqueza, y la riqueza en miseria. De una mutación a otra, os invito a uniros a la rueda
de la vida, aceptando los cambios con paciencia, docilidad, humildad, hasta el instante en que
nazca la Consciencia. Entonces todo lo humano, cual crisálida que se transforma en mariposa,
alcanza el grado angélico donde la realidad deja de girar sobre sí misma, donde se eleva al espíritu
del Creador.»

Entre las interpretaciones tradicionales de esta carta:


Fin de un ciclo - Principio de un ciclo - Necesidad de una ayuda exterior - Nueva partida - Cambio
de fortuna – Circunstancias ajenas a la voluntad del consultante - Ocasión que no hay que dejar
pasar - Ciclo hormonal - Enigma emocional por resolver - Bloqueo - Parada - Callejón sin salida -
Rueda del karma, reencarnaciones sucesivas - Leyes de la naturaleza - Providencia - Ciclo completo
- Compleción - Rodaje de una película - Ganancia de dinero

La Rueda de la Fortuna (Jung y El Tarot – Sallie Nichols):


El Reino del Equilibrio empezó con una figura alegórica. La Justicia, que representa un concepto
general; la siguió el Ermitaño que encarnaba su sabiduría de una manera mas individual. Ahora
nuestro objetivo va de la contemplación intima de la iluminación personal hacia los más amplios
principios universales, culminando con la pregunta central del destino frente al libre albedrío,
como nos lo presenta la Rueda de la Fortuna. […]
En la carta número ocho podíamos ver el yin y el yang en los platillos de la balanza de la Justicia
guardados por una diosa de sabiduría imparcial que mantiene en alto una
espada. Aquí los vemos como animales vivos atrapados en un ingenio vigilado por un monstruo de
oscuros orígenes que sostiene su espada de manera descuidada y azarosa. Sea cual sea el poder
que domina la Rueda de la Fortuna, es evidentemente amoral. Guarda poca relación con la
justicia. Nos recuerda a aquel bufón que se burla de la autoridad del Rey al llevar puesta su
corona.
Esa criatura oscura con su dorada corona está sentada sobre una plataforma, encima de la Rueda,
separado de la actividad de ésta. A pesar de que el monstruo guarda la Rueda, no le proporciona
fuerza motriz. Las dos criaturas desesperadas de la pareja son las que le proveen de energía.
Tradicionalmente es labor del Héroe liberar a las desesperadas víctimas del monstruoso destino,
liberándolas del cautiverio sin matarlas ni lesionarlas, pues las dos son necesarias para mantener
la Rueda en movimiento. Traduciéndolo a un lenguaje más psicológico, es labor de cualquier ser
que va en busca de autoconocimiento liberar las energías animales atrapadas previamente en el
círculo repetitivo de los instintos de manera que esta libido se pueda utilizar de manera más
consciente. El primer paso en esta dirección es enfrentarse con la oscura criatura que está sentada
sobre la Rueda, quien tiene atrapadas a estas dos bestias esclavizadas.
Al igual que los dragones o animales mitológicos encargados de guardar un tesoro de logro difícil,
estas criaturas son un conglomerado monstruoso de partes bestiales que representan una odiosa
aberración del orden natural. Quizá quiere simbolizar el caos preexistente a la creación. El animal
está desnudo aunque lleva una corona dorada que sugiere que, a pesar de que su energía sea
primitiva, su poder es divino. Tiene cara de mico y el cuerpo y la cola de león; sus alas rojas de
murciélago lo relacionan con la noche y con el Diablo, a quien encontraremos en la carta número
quince. Ver una espada en manos de semejante monstruo es realmente alarmante. Solamente su
corona dorada nos deja entrever la esperanza de que esta extraña bestia tenga algún aspecto
redentor. De hecho, es una esfinge.
A primera vista parece descabellado pensar en esta criatura como esfinge. Ciertamente su rostro
oscuro, casi travieso, no se parece en nada al de su serena y dorada oponente, la familiar esfinge
egipcia. Son realmente opuestas. La esfinge egipcia es un símbolo masculino asociado al dios solar
Horus, mientras que la esfinge aquí dibujada tiene apariencia femenina, similar a la esfinge de la
mitología griega que representa el principio de la madre negativa.
Si tomamos a la Emperatriz del Tarot, carta número tres, como símbolo del principio de la madre
positiva, veremos al monstruo que tenemos ante nuestros ojos como su fatal opuesto. Podemos
ver a la criatura sentada encima de la rueda como la parodia de la Emperatriz. Como ella, lleva una
corona dorada, pero en este caso le cae mal, es incongruente con su cara de mona; la
impertinencia descuidada con la que sostiene la espada parece un remedo de cómo sostiene la
Emperatriz su cetro. Incluso las monstruosas alas rojas de la esfinge sugieren aquellas «alas de
ángel» que recordaba el trono de la Emperatriz. El hecho de que la Rueda de la Fortuna aparezca
directamente debajo de la carta de la Emperatriz en el mapa de nuestro viaje viene a confirmar la
idea de que esta esfinge representa su aspecto sombrío.
La madre esfinge negativa fue inmortalizada por el mito de Edipo, donde sale al paso del héroe
pidiéndole soluciones a sus adivinanzas antes de permitirle proseguir. La pintura de Moreau Edipo
y la Esfinge (fig. 45), representa a esta última esfinge como una arpía seductora, clavando sus
garras en Edipo para impedir que progrese, minando su vitalidad y poniendo en peligro toda su
vida. […]
A través de la historia de la humanidad podemos ver cuántas veces el hombre ha hecho intentos
heroicos por liberarse del control automático de su naturaleza animal, buscando descubrir
siempre algún patrón de conducta para el insensato e interminable ciclo de nacimiento y muerte,
encontrando un significado trascendental en el aparentemente quijotesco subir y bajar de la
Rueda de la Fortuna. El primer paso en la búsqueda del héroe se representa umversalmente como
un acto de desafío a la madre negativa.
Tanto en la cultura oriental como en la occidental el principio femenino se experimenta como un
poder monstruoso e implacable que preside los giros de fortuna de la humanidad. En su ya clásica
obra La Gran Madre, Erich Neumann ilustra y comenta dos ejemplos de este tema. El primero de
ellos, nacido en el Este, es la Rueda de la Vida del Tibet que se encuentra suspendida en las manos
de la oscura bruja Srinmo, la femenina diablesa de la muerte. El segundo ejemplo, de origen
occidental, es la llamada Rueda de la Madre Naturaleza (una figura de la Edad Media), gobernada
por el tricéfalo Tiempo que se yergue inmóvil sobre ella. […]
Vamos, pues, a meditar acerca de la Rueda que tenemos delante. Es ante todo un sistema de
fuerzas cuya esencia es el movimiento. Aunque vamos a utilizarla (como de hecho se ha utilizado a
través de la historia de la humanidad) como un diagrama móvil para medir la interrelación de las
diversas facetas de la naturaleza, incluyendo la humana. Aquí la vida se nos presenta como un
proceso, como un sistema de constante transformación que incluye a la vez la integración y la
desintegración, la generación y la degeneración. Arriba y abajo no se muestran aquí como dos
fuerzas fijas en lucha constante; por el contrario, se nos presentan en un abanico total de
gradación infinitesimal, de alturas varias, las cuales inciden sutilmente unas en otras, como lo
hacen las estaciones del año.
Como revela el constante girar de la rueda, nada existe por sí mismo; todo se manifiesta y todo
muere. No lo hace en una secuencia de tiempo determinada, sino de modo simultáneo. Ahora
mismo, al leer estas líneas, algunas de las células de nuestro cuerpo mueren, mientras otras
nacen. […]
Hay un gran número de opuestos representados en La Rueda, por ejemplo: movimiento y
estabilidad, trascendencia e intrascendencia, lo temporal y lo eterno. Si miramos cómo gira la
rueda, veremos cómo estos opuestos trabajan juntos; cómo el amplio movimiento de su propósito
exterior (su razón de ser) sería imposible si no fuera por la estabilidad que le concede su centro
fijo.
El centro, pequeño y cerrado, nos ofrece poco lugar para la expansión y la diferenciación, no está
abierta a nueva luz ni a nuevas influencias ni a amplias variaciones rítmicas. Por contraste, su
amplio borde está expuesto por su rápido movimiento a varias visiones nuevas que se le presentan
con gran velocidad. Podríamos colocar cientos de puestos de observación en el amplio círculo
exterior y cada uno de ellos con una visión distinta de la de los demás. El borde es vertiginoso, está
lleno de energías y de ideas nuevas, pero carece de estabilidad y unidad.
Para expresar estas ideas con otras palabras, podríamos decir que el centro de la rueda representa
la ley universal y el borde exterior la aplicación individual. En el centro se halla lo arquetípico o
eterno y en el borde exterior lo específico y lo efímero; en el centro, lo subjetivo e ideal, y en la
periferia lo objetivo y real. Es como si la necesidad primordial de creación de la divinidad, la idea
central de toda manifestación, girando sobre sí misma, saliera a la periferia donde aparecería con
mil aspectos diferentes. El centro expresa la plenitud indiferenciada del puro ser, cuya esencia es
inmutable e imperecedera, mientras el borde ofrece modificaciones, experiencias, movimientos,
todo ello necesariamente a costa de una menor unidad. […]
Podríamos pensar que la Rueda del Tarot se mueve a través del espacio-tiempo de manera que,
cuando nos encontramos regresando «al mismo lugar», podemos ver que estamos, sin embargo,
en un grado de elevación diferente en relación con nuestra posición anterior, aunque estemos
girando alrededor del mismo punto central. Como podremos observar, la rueda que gira ha sido
en varias culturas símbolo para significar el viaje interior hacia la consciencia. Los alquimistas se
referían a su obra como Circulare o Rota: «La Rueda». Un manuscrito del siglo XVII representa este
proceso como una rueda de ocho partes con Mercurio dándole vueltas a la manivela.
En la filosofía oriental, el Mándala, que es un diagrama circular, se viene utilizando desde hace
cientos de años como una ayuda para la meditación. Desde que Jung introdujo este término en la
psicología moderna, la palabra mándala, que es el término hindú para nuestro «círculo», ha
aparecido incesantemente en el lenguaje occidental. Como descubrió Jung, los mándalas se nos
muestran de modo espontáneo en nuestros sueños en tiempos de tensión, cuando se necesita una
compensación para una determinada situación llena de conflictos. Así pues, todos los mándalas sin
duda surgieron como intentos espontáneos por parte del inconsciente para crear orden.
La Rueda del Tarot, con sus seis divisiones, es también un Mándala. Cuando admiramos su orden,
encontramos quizá respuesta a preguntas que surgieron al principio del capítulo y resolver
nuestros conflictos entre destino y libre albedrío. Podremos vernos a nosotros mismos
inevitablemente atrapados en esta Rueda, sujetos a la naturaleza cíclica de toda vida; a nuestras
razones circunstanciales externas y a nuestro desarrollo interno. Podremos reconocer que hemos
nacido con unas limitaciones definidas, hereditarias y ambientales, y que ciertamente no
poseemos el control de nuestros destinos. Pero no somos, de ninguna manera, moscas atrapadas
en la tela de araña del Destino. Dentro de los confines de la Rueda hay un amplio campo de
actuación para el movimiento. […]
Con el movimiento de la Rueda del Tarot, nuestro héroe también experimenta una revolución
psíquica. Por primera vez su ego, liberándose de la prisión circular de frivolidad sin fin, poniéndose
en pie, contempla el modelo de su vida como una totalidad (observa a su ser individual como un
mándala único contra el círculo que se expande hasta el infinito del Cosmos). Empieza a descubrir
ahora, en el complicado maremágnum de sucesos de su vida, un hilo de significado, una historia
posible de corte dramático. Empieza también a experimentar su destino personal como una
especie de mito, conectándolo con los mitos de los dioses arquetípicos y de los héroes cuyas
historias han inmortalizado las leyendas de todos los tiempos y cuyos nombres están ya para
siempre ligados a las constelaciones celestes. Ahora el héroe empieza a comprender que su vida
tiene también un lugar perpetuo en el gran tapiz del universo. La Rueda de la Fortuna gira
incesantemente ofreciéndonos significados infinitos. Mientras el héroe contempla este
movimiento, llega a sentir que la vida no es un acertijo de la esfinge que tengamos que solucionar,
sino un proceso cósmico de asombroso misterio. […]

Fortuna (El Libro de Thoth – Aleister Crowley):


Esta carta está atribuida al planeta Júpiter, “la Fortuna Mayor” de la astrología. Corresponde a la
letra Kaph, que significa la palma de la mano, en cuyas líneas, según otra tradición, puede leerse la
fortuna de su poseedor. Sería de corto alcance pensar en Júpiter como buena fortuna; él
representa el elemento de suerte. El factor incalculable.
Esta carta representa pues al universo en su aspecto de continuo cambio de estado. […]

La Rueda de la Fortuna (El Nuevo Tarot Ritual de la Aurora Dorada):


El Sendero de la Rueda de la Fortuna corre entre las Esferas de Netzach y Chesed. Es “La
Misericordia y Magnificencia de la Victoria*, Júpiter actuando a través de Júpiter directamente
sobre Venus.” Este sendero es el conducto de la energía entre la Personalidad (Yo Inferior) y el Yo
Superior en el Pilar de la Misericordia. Es conocida como La Inteligencia Conciliadora, lo que
significa que La Rueda es el mediador entre dos opuestos. La Rueda es también un símbolo del
Karma y del tiempo, constantemente fluctuante, trayendo hechos del pasado (tanto buenos como
desgraciados) de vuelta al presente y sobre el futuro. La Kaph, que es una letra doble, se le asigna
a este Sendero y se refiere a los conceptos de Riqueza y Pobreza, ya que acertadamente aquí es
atribuido Júpiter. Este es la Rueda de la Vida, Muerte y Renacimiento. Es una Rueda de extremos,
luz y oscuridad y todas las interacciones entre las dos, lo que hace que la rueda gire. Es una eterna
máquina de movimiento, rotando y estableciendo los ciclos de de la encarnación, karma y vida
humanas. […]

La Rueda de la Fortuna (Enrique Eskenazi – Tarot, El Arte de Adivinar):


Asociaciones simbólicas: Vinculada con el número 10, simboliza el cierre de una etapa y la
apertura de otra, la completa realización de un ciclo que coincide con el inicio de un nuevo giro de
acontecimientos.
Por un lado la imagen remite a la idea de reencarnación: todo pasa, todo se repite. Las tres figuras
suelen representar la Esfinge, más allá del ciclo cósmico, Hermanubis o el cinocéfalo ascendiendo
y Tifón-Set descendiendo: tres formas de energía que gobiernan el movimiento de los fenómenos.
[…] Está conectado con la idea de lo perecedero, la mutabilidad el tiempo que todo destruye y
todo regenera. Es la fortuna entendida como azar y como giro, e incluye un estímulo a salirse del
ciclo temporal para permanecer más allá de los éxitos y fracasos. La imagen tiene la forma de un
mandala y remite a la idea de Centro.

Correlaciones esotéricas: Vinculada a la letra Kaph, que significa “Palma”. Júpiter. El sendero que
liga a Chesed (Misericordia. Júpiter) con Netzach (Victoria. Venus) y se llama Misericordia de la
Victoria. Júpiter actuando sobre Venus a través de Júpiter. Inteligencia conciliadora. Brahma,
Indra, Zeuz. EL águila. Encina, álamo, higuera. Amatista, lapislázuli. Aromas generosas. Señor de la
Fuerza de la Vida.

Significados adivinatorios: En el plano espiritual indica el cierre de un ciclo y la apertura de otro.


Todo está en movimiento, y la energía evoluciona fluidamente. Es el transcurso del tiempo, pero
también la renovación y transformación de los poderes a través del tiempo. Es una alusión al
destino, a la fuerza, que trasciende a la voluntad personal y que incorpora las condiciones relativas
a la etapa en tránsito.
En el plano psíquico señala evolución, proceso de apertura, producción efectiva a través del
tiempo. Caracteres jupiterianos.
En el plano práctico indica una evolución favorable de los asuntos, un golpe afortunado del azar.
También alude a la especulación y el juego. Fin de un ciclo. Comienzo ascendente de una nueva
etapa.

La Rueda de La Fortuna (Ramirez Marinela):


La Rueda de Fortuna es el símbolo de la totalidad, que a pesar de su movimiento constante, no
cambia. La rueda gira en medio de una vorágine de energía. La Rueda de la Fortuna manifiesta
evolución, éxito, buena fortuna, destino y abundancia.

Ideas claves:
· Arquetipo: totalidad en movimiento. Ciclos.
· Lección: ciclos que se repiten. Fluir con los cambios. Adaptarse a nuevas circunstancias.
Detenerse cuando es necesario y actuar cuando es preciso.
· Meta: cambio y movimiento. Evolucionar hacia estados superiores.
· Disposición psico-emocional: apertura a los aprendizajes, evolución interior, sintonizarse con los
altibajos de la vida para fluir con ellos. Cierre de ciclos.

La Rueda de la Fortuna (Astrologia y Tarot – Beatriz Leveratto y Alejandro Lodi):


Descripción de la carta: Sobre esta rueda vemos a dos extraños personajes girando. Uno se eleva y
el otro desciende, representando el eterno ir y venir de la conciencia humana que aun se
encuentra atada a los logros externos. Un tercer personaje, que porta una corona, permanece
estable en el centro de la rueda: simboliza a la nueva conciencia que impone esta carta luego de
haber comprendido la lógica circular de El Ermitaño. No es tiempo de permanecer en una mente
lineal y fija, una modalidad sólo conduce a infinitos vaivenes de éxitos y decepciones según los
acontecimientos externos coincidan o no con nuestros deseos. En algunos mazos se visualizan
cuatro personajes afuera de la rueda: un león, un toro, un águila y un ángel, que simbolizan a los
cuatro signos fijos resistiendo a moverse de sus apegos. La Rueda propone soltar las formas más
fijas de interpretar la realidad y aceptar todo cambio como un hecho venturoso, aunque no
sepamos hacia donde nos conduce.

Interpretación: Si El Ermitaño representaba las vísperas, La Rueda es el ingreso y vivencia plena de


la mitad de la vida y su crisis. En este punto conviene recordar el significado dual que los chinos le
atribuían a la palabra “crisis”.
“En la antigua China tenían una expresión muy justa para hablar de crisis: wei-chi, una
combinación de las palabras wei (peligro) y chi (oportunidad).”
Entonces, el momento cíclico reconocido como “crisis de la mitad de la vida” se caracteriza por
resultar tanto una tensión o peligro como una oportunidad.
Apelando nuevamente (ya había aparecido en El Papa) de las particulares características del critico
pasaje de Escorpio a Sagitario, el momento clave del viaje zodiacal es “el arquetipo mismo de la
crisis” en tanto simboliza la vivencia de muerte y trascendencia, y por eso se corresponde de un
modo muy preciso con la particular crisis que sugiere La Rueda y la llegada a la mitad de la vida.
Desde Escorpio, la crisis es vivida como peligro. La conciencia identificada con el ego resiste su
transformación, intenta evitar la muerte y preservar la forma de ese estadio psicológico,
defendiéndose del movimiento hacia la apertura, pretendiendo controlarlo se cierra sobre sí
misma. Aquí la conciencia se siente “atada” a la rueda del movimiento, amenazada por los
cambios y, sin lograr evitarlos, trata de aferrarse y mantenerse apegada a lo conocido. Atrapado
por el medio, el yo no es capaz de incluir el porvenir –aquello que habrá de llegar y ocurrir-, no
confía en el movimiento, y del futuro sólo anticipa perjuicios y desgracias.
Desde Sagitario, la crisis es vivida como oportunidad. La conciencia percibe que la tensión es fruto
de la resistencia al movimiento y que este es inevitable. Desde esta percepción surge la confianza
para abrirse a la libre circulación de la energía, al flujo de la vida tal como la presenta el destino. En
este nivel de su evolución, la conciencia desarrolla comprensión: es capaz de incluirse
(comprenderse) en un contexto mayor al del yo personal.
Paradójicamente, aunque ya no pueda asegurarse la satisfacción de sus deseos particulares,
aunque ya no ocurra “lo que yo deseo”, en este momento del proceso se habilita una confianza en
que “habrá vida después de la muerte del ego”. La conciencia percibe estar operando una
expansión, la comprensión de un sentido profundo que seguirá orientando su despliegue “hacia
buen puerto”.
Curiosamente, el sentido etimológico de la palabra oportunidad alude a “un viento (impulso) que
favorece la llegada a buen puerto”.
Desde la propia denominación “La Rueda de la Fortuna”, el símbolo de este arcano parece
asociado con la cualidad sagitariana y los atributos de la función del planeta Júpiter. Esto es, La
Rueda simboliza el aprovechamiento de la oportunidad que representa esa crisis, antes que el
contacto con la vivencia de su tensión. Sin embargo, si aceptamos tan rápido este nexo entre La
Rueda y lo sagitariano estamos reduciendo en gran medida su significado. Ahora analizaremos con
detenimiento la tensión entre fluir-circular y retener-apegar.
Por un lado, La Rueda impone la convicción del movimiento circular iluminado por El Ermitaño. La
lógica lineal y fija del despliegue deja paso a la comprensión de una dinámica vital más compleja,
una dinámica que combina circularidad y dirección.
Al mismo tiempo, en su imagen La Rueda alude también a la estabilidad y permanencia. En
algunos mazos de tarot (Barbara Walkers, Rider-Waite) la referencia a la Cruz fija zodiacal es
explícita: un toro (Tauro), un león (Leo), un águila (Escorpio) y un humano alado (Acuario)
participan de la imagen.
En definitiva, el símbolo de La Rueda define un centro y una periferia. El centro es lo que se
mantiene firme y estable (la Cruz Fija); la periferia es el vértigo del incesante acontecer (la Cruz
Mutable). El centro representa el eje interno inalterable de la conciencia, su esencia espiritual; la
periferia las experiencias externas de la vida personal que se suceden una tras otra, su realidad
humana.
“El centro expresa la plenitud indiferenciada del puro ser, cuya esencia es inmutable e
imperecedera, mientras el borde ofrece modificaciones, experiencias, movimientos, todo ello
necesariamente a costa de una menor unidad.”
El gran giro de La Rueda –y, por lo tanto, de la mitad de la vida y del pasaje de Escorpio a Sagitario-
es la comprensión de que el profundo sentido de nuestra vida no puede ser presentado por una
línea recta que se entiende desde nuestros deseos hacia nuestros objetivos, sino por su pulso
cíclico, un latir oscilante, que resulta paradójico para las expectativas lineales-racionales de
nuestro ego personal. Y si bien no hay un lugar de llegada, tampoco movimiento alguno definido
por el azar.
La Rueda introduce la percepción de lo cíclico y, en ese sentido, la relacionamos con la calidad de
movimiento que en astrología asociamos a la Cruz Mutable. Todo está variando, todo está en
constante alteración y oscilación, un polo asciende y el otro desciende, el perpetuo ingreso y
salida en la corriente de la vida. Todo ocurre de un modo simultáneo, no en una secuencia de
tiempo lineal.
Toda imagen circular hace evidente esta simultaneidad. Lo que afecta a un punto de la
circunferencia afecta al mismo tiempo a su opuestos no como causa o efecto separado por un
lapso de tiempo, sino en simultáneo. Sólo el centro permanece inalterable, pero no porque esté
fijo, sino porque contiene todos los movimientos. El centro es movimiento, constante mutación,
permanente fluir.
Así, el profundo simbolismo de La Rueda nos anuncia que mientras algo nace también algo muere,
que la medida de aquello que asciende es la misma de aquello que desciende, que en la plenitud
del sol de mediodía comienza a gestarse la noche al igual que en la cerrada oscuridad de la
medianoche se inicia el movimiento hacia un nuevo amanecer.
El flujo de la vida, la incesante circulación de lo vital, parece mostrar una lógica distinta a la de
nuestras expectativas personales y nuestros humanos anhelos. Desde la conciencia identificada
con lo individual, nuestro deseo es perdurar, permanecer iguales a nosotros mismos, sin cambios
ni alteraciones, definir qué somos y fijarlo en una imagen en la que afirmamos nuestra sensación
de identidad. Desde allí nos proponemos metas determinadas, nos vinculamos, proyectamos
logros materiales y buscamos seguridad emocional, intentando controlar y aquietar aquel flujo
imprevisible, reaccionando con temor a la incertidumbre que nos provoca que todo esté en
movimiento.
La Rueda recuerda nuestra mutabilidad y, por lo tanto, nuestra finitud en tanto identidades
separadas que anhelan su supervivencia aislada. La Rueda nos dice que nada está separado ni
aislado del perpetuo girar, que formamos parte de una misma corriente en un constante pulso de
muerte y renacimiento. De este modo, parece inevitable que, frente a la plena manifestación de
creatividad que representa La Rueda, el ego personal quede expuesto en su modalidad de apego y
retención.
En este sentido, la búsqueda de estabilidad que se convierte en tendencia al apego, en
cristalización de la conciencia en formas rígidas, representa el exceso propio de la Cruz Fija vivida
por una conciencia aun inmadura, una conciencia que todavía se muestra demasiado determinada
por los condicionamientos materiales y emocionales más básicos. En esa forma de ser
experimentada por la conciencia, la Cruz Fija no es capaz de cumplir su genuino propósito de
auténtica estabilidad y concentración en el proceso (el centro de la Rueda), sino que la inercia
reactiva sostenida en el miedo y necesidad de control del fluir imprevisible –y, por eso, creativo-
domina por sobre cualquier otra respuesta en el contacto con la vida (la periferia y su sensación de
estar atado al vértigo del movimiento).
Pero, ¿cuál es el potencial de madurez de la Cruz Fija?; ¿de qué modo la Cruz Fija puede incluir la
experiencia “inestable” de la Cruz Mutable?
Desde la astrología esotérica, Alice Bailey asocia la Cruz Fija con el “estadio de discípulo”. Este
estadio representa un momento de maduración psicológica en el cual la conciencia comienza a
despertar a la percepción de la existencia de otro orden sobre el que descansa la experiencia
cotidiana que parece atarnos a la incertidumbre, el miedo y la repetición.
Así, en el estadio de discípulo, se perfila la vivencia de una paradoja: la conciencia es capaz de
percibir los condicionamientos que determinan la acción del yo personal y comienza a ser sensible
a la presencia de esa profunda corriente vital que revela un propósito más vasto y
cualitativamente diferente a los deseos del yo (como deseos individuales y, por lo tanto,
fragmentarios), pero, al mismo tiempo, esa conciencia en el estadio psicológico de “discipulado”
aun no sabe cómo responder al fluir universal del que ya comienza a ser conciente, aún no puede
desapegarse de sus anhelos de perdurabilidad personal.
En esta línea, la Cruz Fija cumple con el propósito de despertar a la conciencia de un orden más
profundo de la realidad. Es símbolo del alma desprendiéndose de los límites de la personalidad,
pero sin ser capaz de dar cuenta del espíritu. Evolutivamente, representa un “estadio intermedio”
entre la vivencia humana “atada a la rueda de la experiencia” y la plena comprensión de lo divino.
Retornando al tema del apego que nos plantea La Rueda, lo analizado hasta aquí permite afirmar
que des-apegarse implica aceptar la muerte de la condición de identidad separada, que cese el
apego a la idea de individuo aislado, es decir, resignar la identificación con nuestros anhelos y
objetivos personales, y aceptar el destino como la sustancia de lo que en verdad somos, reconocer
nuestra auténtica esencia en aquello a lo que la Vida parece conducirnos.
Sin embargo, a esta altura de nuestro viaje por los arcanos mayores del tarot, acaso la conciencia
esté en un estadio demasiado temprano de su desarrollo como para ser capaz de esa
comprensión. Los próximos arcanos confirmarán esta sospecha. De todas maneras, La Rueda
representa un estímulo a la percepción del carácter circular del movimiento de la vida, percepción
que comienza a operar en la conciencia y su futuro desarrollo. La Rueda alude a “la rueda del
tiempo”, “la rueda de la fortuna”. La raíz de la palabra fortuna es de la misma familia que suerte y
destino.
La conciencia confía en iniciar un nuevo rumbo, en responder a un nuevo llamado del destino, a
una nueva convocatoria de su suerte, lo que se liga a lo vocacional, en tanto que el término
vocación refiere a “ser convocado”, a “ser invitado” por la vida (el destino, la suerte) hacia cierta
dirección.
Este llamado representa la posibilidad de trascender nuestra dimensión humana más apegada a lo
estrictamente personal o individual, ir más allá de las fronteras de nuestra personalidad, de los
límites de nuestra identidad cristalizada en definiciones del pasado. Y esta posibilidad se abre a
partir del reconocimiento y la aceptación del movimiento cíclico, del pulso del devenir, esto es, del
destino.
Así, perder apego a lo personal (des-apego) no es el resultado de un esfuerzo de voluntad
individual, no es la respuesta obediente a un mandato divino ordenado por alguna “autoridad
espiritual”. Profundamente, que ya no resulte atractivo replegarse sobre sí y controlar el medio
ambiente exterior es el efecto de una conciencia que se ha desarrollado lo suficiente como para
responder (ser sensible) a un principio de otro orden (universal, transpersonal, espiritual), un
orden en el que todo está en constante movimiento, en perpetua transformación, creándose a sí
mismo en una circulación incesante. En consonancia con esta eterna mutabilidad, la conciencia
comienza a interrogase: ¿qué sentido tiene el apego?
Además, La Rueda representa un desafío de creatividad, de respuesta a un propósito más
profundo que comienza a ser intuido y que conduce a que los deseos personales pierdan atractivo
desnudando el sustrato de condicionamiento, tensión, rigidez y falsa vitalidad sobre el que se
erigen. Justamente, la pérdida de apego a esos deseos del ego es “la fortuna”. Ella sobreviene
cuando el yo deja de tensar la circulación del flujo vital, cede en su anhelo de que la realidad
responda a sus metas (que la realidad sea como yo quiero), y comienza a mostrarse capaz de
acompañar el movimiento de la vida misma, de reconocer su propio pulso particular en el devenir
del destino (lo que la realidad revela que soy).
Comúnmente asociamos la fortuna con ser favorecidos. Así, es obvio que el mayor favor lo
represente el cese del sufrimiento. La tradición mística (en especial, la hindú) enseña siempre que
nuestra tendencia al apego (material, emocional, psíquico) es la auténtica fuente del sufrimiento, y
no hay posibilidad de liberarse del sufrimiento sin agotar esa natural – a la vez que condicionante-
necesidad humana de retener aquello que nos brinda seguridad. [...]
Allí la conciencia gira, agota una “rueda de experiencias”, y se dispone a otra dimensión de
desarrollo.
Apego, anhelo de permanencia, inercia, fijación y cristalización son, entre otras, las modalidades
“poco afortunadas” de lo humano que quedan al descubierto en La Rueda y aparecen vinculadas al
sufrir (esos seres “aferrados” en giro perpetuo). Por su parte, la aceptación del cambio, la
disposición a la mutabilidad, el alineamiento del despliegue de la propia conciencia con el pulso
del devenir manifestando un propósito trascendente, resulta claves de la genuina fortuna (el
centro de la rueda).
Es evidente que este “salto de dimensión” indica que la conciencia está siendo sensible al misterio,
lo suficiente como para comenzar la profunda comprensión (y comprender significa tener la
capacidad sensible de incluir) de aquello que está más allá de lo que se puede definir con la razón,
controlar con la voluntad o retener para calmar la sensación de vulnerabilidad emocional.
Aquí es posible retomar la asociación de La Rueda con “la crisis de la mitad de la vida”. Desde lo
astrológico, al hacer coincidir el ciclo de una vida humana con el de Urano (esto es, 84 años), ese
momento cíclico coincide con la edad de los 42 años. Esta edad representa un momento de
oposición de fase VII cíclica, debido a que los planetas más relevantes están en su mayoría
transitando o progresando en oposición a sus posiciones natales:
- Luna Progresada en oposición a su ubicación natal.
- Saturno transitando en oposición a su ubicación natal.
- Júpiter transitando en oposición a su ubicación natal.
- Urano transitando en oposición a su ubicación natal.
La fase cíclica de VII sugiere un momento de toma de conciencia, un período propicio para ver,
para “darse cuenta”, para resignificar lo recorrido desde la fase I y comprender, con mayor
profundidad, la naturaleza de aquello que estaba iniciándose en el arranque del ciclo.
En este sentido, ¿qué es lo que resignifica La Rueda? La propia lógica de nuestro devenir, no hay
un objetivo último en nuestra vida. El placer y la satisfacción de deseos personales no son la
medida de lo auténtico, ni el dolor y la frustración, una falla o castigo. La gracia y la desgracia, lo
“bueno” y lo “malo”, son partes de un mismo juego, y la vida circula y fluye sin detenerse en
alguna posición. El destino incluye ambas dimensiones, sin juicio o valoración moral.
Hacia esta crisis de los 42 años la conciencia se va “dando cuenta” de que hasta ahora había
identificado a la “fortuna” con la obtención de logros personales y lo “infortunado” con la
frustración o pérdida de aquello que se desea. Ahora, la conciencia comienza a ser receptiva a otra
perspectiva de la propia vida y del mundo; y desde ese otro punto de percepción (universal e
integral) la valoración moral (individual y fragmentaria) se desvanece, pierde su carácter absoluto.
Tal proceso representa un momento propicio para el despertar del alma, esto es, despertar a una
conciencia más allá de la personalidad.
Así, la auténtica cualidad jupiteriana –la auténtica “fortuna”- de La Rueda aparece indicada en la
capacidad de incluir dentro del orden profundo de la vida aquello que desde la vivencia
estrictamente individual y personal aparece como “desafortunado” o “desgraciado”, de percibir
que en aquello que por su dolor nos conmociona y que no podemos explicarlo de manera racional,
se revela al mismo tiempo, un sentido, una aspiración del ser que nos conecta con el misterio.

La Rueda en una lectura:


Desde una conciencia condicionada (estadio per-personal: identificación sin discriminación): Si
bien en La Rueda de la Fortuna la conciencia ha tomado contacto con que la vida es un continuo
rotar, en este estadio de conciencia aun se anhela “detener el movimiento” en favor del propio
beneficio. Aquí las fluctuaciones de la vida pueden coincidir con lo que la persona desea y asociar
esta carta a “momentos de buena suerte o fortuna”, sosteniendo así la creencia de que la vida
está hecha para la propia satisfacción. La alta identificación con tiempos de abundancia (el animal
que vemos subiendo en la imagen de La Rueda) se presenta. Es difícil que se pueda reconocer
concientemente también “el otro lado de la misma moneda”, o sea, el sufrimiento que provocarán
aquellos momentos en donde no sucede lo deseado (animal que desciende en la imagen de La
Rueda). La conciencia está a expensas del incesante giro de las experiencias de la vida, sin haber
percibido el lugar de centro desde el cual todas las vivencias son observadas a una misma
distancia, sin la identificación dramática que supone permanecer en la periferia.

Desde una conciencia estructurada en un yo (estadio personal: discriminación y crisis de


identificación): La conciencia comienza a percibir el misterioso movimiento de los
acontecimientos, el fluir de la vida y reconoce la necesidad de no identificarse en exceso con las
“pérdidas o ganancias” que estos pueden significar. Aunque persiste una tendencia al apego –en
algunos mazos simbolizada por animales que remiten a los signos fijos (toro-Tauro, león-Leo,
águila-Escorpio, y humano alado- Acuario)- también se percibe la existencia de un movimiento
diferente al deseo del yo. Se comienza a descubrir que, más allá del deseo de controlar los
acontecimientos hacia la propia satisfacción, la vida revela, en su incesante movimiento, una
creatividad mayor. Se hace evidente la relación de la Cruz Fija zodiacal con el estadio de discípulo
(según, describe Alice Bailey): un estadio psicológico-espiritual que en el que existe conciencia del
condicionamiento que pesa sobre el deseo personal y sus expectativas de logro, pero donde aun
no se sabe cómo vivir desde una conciencia menos condicionada y en contacto con un propósito,
nueva más libre y auténtico.

Desde una conciencia en expansión (estadio trans-personal: apertura a la integración con una
totalidad mayor): Aquí la conciencia puede ubicarse en el lugar del centro de la rueda, desde
donde todo lo periférico queda a igual distancia, y, por tanto, permanece desapegado de los
resultados de las experiencias externas. Cambia radicalmente la forma en que se interpreta la
palabra “fortuna”. Se reconoce que la realidad responde a un orden misterioso e incontrolable. Ya
no se intenta imprimir un movimiento personal sino acompañar el movimiento de la vida.
Realmente, implica haber comprendido que ningún sentimiento es total o definitivo: ni el placer,
ni el dolor, ni la felicidad, ni la desdicha. Aquello a lo que denominamos gracia o desgracia
conforman un mismo juego que nunca se detiene.
En la misma palabra tarot, si la escribimos en círculo, podemos leer la palabra rota.
Al evocar la sabia frase que dice “esto también pasará”, confirmamos que es verdaderamente
afortunada –de allí el nombre de esta carta, La Rueda de la Fortuna- es la conciencia que puede
vivir en permanente contacto con este movimiento vital. La fortuna es no excluir lo que
denominamos “desgracia”; sino incluirla como parte inherente a la experiencia humana.
Esta carta suele relacionarse con “la crisis de la mitad de la vida”. En la primera mitad de la vida,
en general, solemos estar muy condicionados a vincular la “fortuna” con el logro personal que
reafirme la propia identidad. Además, a los 42 años llega a su oposición el cuarto ciclo de Júpiter
(iniciado a los 36 años). Asociando el “número cuatro” a las cualidades de estabilidad y forma,
podemos interpretar que “transitar el cuarto recorrido jupiteriano” es estabilizar nuestras
creencias, dar forma a la confianza en la propia vida, a nuestra visión del mundo.
Por otro parte, La Rueda se corresponde con el “número 10”, es decir, El Mago (1) más El Loco (0).
Esto simboliza un momento en el que la apertura al libre fluir de la vida ya no es vivido con
angustia por el vacío de las formas estables que supone, sino como conciencia de creatividad y
liberación de viejos ciclos.

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