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DARIO LOPEZ VILLAGRA - DARDO RAMIREZ BRASCHI
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ESTUDIO DE LAS INSTITUCIONES INDIANAS
ESTUDIO DE LAS
INSTITUCIONES
INDIANAS
DESDE NUEVAS
PERSPECTIVAS DE APRENDIZAJE
RESISTENCIA, CHACO
2015
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DARIO LOPEZ VILLAGRA - DARDO RAMIREZ BRASCHI
de Rubén Duk
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ESTUDIO DE LAS INSTITUCIONES INDIANAS
PRESENTACIÓN
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Abelardo Levaggi
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PRIMERA
PARTE
LA TRADICIÓN JURÍDICA
DE AMBOS CONTINENTES EN
EL MOMENTO DEL ENCUENTRO
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cos, lo que provocó la amortización de las mismas y de sus rentas. Este fenóme-
no fue progresivo y aunque muy criticado desde los siglos XVI al S.XVIII se
mantuvo en constante evolución a pesar de los intentos por intentar evitarlo.
La base de la producción agraria, como ya se ha apuntado, descansaba
en la relación señorial que se establecía entre propietario y trabajador. Así,
durante la segunda mitad del siglo XIV, así como en los XVI y XVII, cuando
se produjeron épocas de fuerte depresión productiva, surgieron abundantes
conflictos sociales. En esa segunda mitad del siglo XIV, por ejemplo, los no-
bles trataron a toda costa de aumentar sus rentas, facilitando la aparición de
movimientos anti-señoriales que, aunque no eran “revolucionarios”, ya evi-
denciaban el conflicto del campesino frente al noble, pero no del burgués.
Los conflictos del siglo XVI, más complejos, marcaron ya la importancia
de la ciudad frente al campo, aprovechando el desarrollo económico y demo-
gráfico experimentado por el auge del tráfico comercial. A partir de ese siglo,
por tanto, surgió un nuevo campo para el derecho, dentro del marco de las
nuevas actividades económicas y la influencia de éstas en el escenario urbano.
Más tarde, entre los siglos XVI y XVIII, ese desequilibrio existente
entre el campo y la ciudad tendió a transformarse en una forma de econo-
mía complementaria. El inicio de este nuevo tipo de economía en reinos
como el de Castilla fue lo que permitió su rápido ascenso entre 1.445 y
1.596, por ejemplo. La ciudad necesitaba del medio rural, de los productos
de primera necesidad y las materias primas para los talleres, mientras que
su compensación se hacía mediante la inversión en la economía rural por
medio de la compra de tierras y mediante préstamos. Este intercambio per-
mitió que el desequilibrio inicial fuera desapareciendo.
Desde el siglo XIII, principalmente, en el caso de las ciudades y al contrario
de lo que ocurría en el campo, los artesanos y mercaderes trabajan ya para un
mercado amplio. Se organizaron en corporaciones gremiales en las que existían
rígidas ordenanzas y mecanismos de funcionamiento que regulaban la organiza-
ción productiva interna. Se agruparon en consulados o gremios, que incluían,
también, normas jurídicas que regulan el comercio de sus productos. El desarro-
llo de sus producciones y el aumento de su riqueza permitieron, asimismo, que a
su lado se fueran estableciendo de forma fija los banqueros y profesionales de
distintos campos que fueron consolidando la aparición de unos amplios grupos
medios destinados a transformar el derecho, las instituciones, la política y la
sociedad del mundo occidental a partir del siglo XVIII.
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Imagen de la portada del Corpus Iuris Canonici de la edición del año 1661.
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una obra completa del corpus dedicado a la enseñanza. Mediante este mé-
todo sometieron los textos justinianos a un proceso de “sacralización”, dan-
do lugar a un período de estudio que se conoce “período de segunda vida del
Derecho Romano”.
Más tarde, durante los siglos XII al XIV se desarrolló el género de las
quaestiones disputatae, como forma de discutir situaciones que se consi-
deraban controvertidas, se hacía por escrito y argumentando a favor y en
contra. En general sus argumentos defendían de forma sistemática que el
Derecho Romano Justinianeo no era algo pasado, sino que se encontraba
vigente y que era perfectamente aplicable a la situación social que se vivía.
También, y de especial importancia, era la justificación de la forma de poder
imperante y que ellos consideraban legítima, es decir, el emperador y su
imperio. Así pues, los textos romanos se convirtieron en la única fuente de
Derecho que estos pensadores consideraban, despreciando la costumbre y
cualquier otra forma o norma que sí estaba prevista en otros reinos.
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El derecho feudal
Durante el Medievo, el Derecho Común comprendía el Derecho Ro-
mano, el derecho Canónico y el Derecho Feudal. Hasta ahora se han men-
cionado los dos primeros, pero pasemos ahora al tercero.
Los usos y costumbres, en aquellos momentos basados en las relacio-
nes entre el vasallo y el señor, se fueron afianzando con el tiempo como
fuentes de derecho. Evidentemente, esta nueva forma jurídica quedaba al
margen de la tradición romanista, pero no al margen del estudio de los
glosadores que elaboraron el libri feudorum durante la primera mitad del
siglo XIII (1250 [“Glossa Magna” de Accursio]), reelaborado posterior-
mente a fines del siglo XIV (1400 [muerte de Baldo]).
Así pues, esas costumbres y prácticas propias del feudalismo, llevadas
al derecho como cuerpo jurídico, puede considerarse el tercer elemento del
Derecho Común, que al ponerse en juego junto al Derecho Canónico, hizo
que el derecho Romano perdiera parte de su importancia o exclusividad.
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derecho era fruto del trabajo llevado a cabo en ellas durante los siglos XII,
XII y XIV, y sin distinción de que se tratase de universidades de fundación
eclesiástica, real, privada o municipal. Y es que, desde sus comienzos, las
universidades se convirtieron en organismos autónomos, donde regían sus
propios estatutos. Se enseñaba en latín, lengua común en la que se transmi-
tía el conocimiento y en lo concerniente al derecho, como norma general, en
ellas sólo se enseñaba el Derecho Romano y el Canónico.
Las clases se impartían mediante distintos métodos:
· Lectiones: donde los profesores comentaban un texto legal, emitien-
do opiniones y analizando los problemas para sacar conclusiones.
· Repetitiones: momentos en los que profesores y alumnos diserta-
ban y discutían sobre un tema de las lecturas.
· Disputationes: debates públicos en torno a un texto o problema
práctico.
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glaterra, sin duda, el Derecho Romano Canónico penetró por vía universita-
ria. El Derecho Romano se empezó a enseñarse en Inglaterra, pero pronto
fue desplazado por el Common Law. En Cataluña, Valencia y Mallorca no
existía un derecho autóctono y se adoptó el Derecho Romano rápidamente.
El Derecho Común no fue una de las “normas del Derecho Real”; fueron
sistemas jurídicos diferentes.
En Alemania la situación era diferente, allí los emperadores, como ya
se expuso, utilizaron a los glosadores para fortalecer su poder y, en la prác-
tica, la realidad fue que se encontraron frente al afianzamiento de los dere-
chos consuetudinarios y sus partidarios, que ejercieron una fuerte resisten-
cia al Derecho Romano Canónico.
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reinado, así como los fueros locales que los municipios disfrutaban previa-
mente a la concesión a éstos del Fuero Real. Estos derechos municipales
fueron confirmados por Sancho IV y por Fernando IV a finales del siglo
XIII. Más tarde, Alfonso XI, ya entrado el siglo XIV, volvió a utilizar el
Fuero Real y el Fuero Juzgo en algunos lugares que se regían por sus
propias leyes municipales.
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las leyes, un privilegio éste respaldado por el Derecho Común. Desde me-
diados del siglo XIII, el rey de Castilla y las Cortes eran los titulares del
poder legislativo, lo que le confería al monarca la capacidad de promulgar,
junto con las cortes que sancionaban leyes de carácter general. Una vez
promulgadas debían ser sancionadas por el rey y sólo podían ser derogadas
por otras posteriores que emanaran de las Cortes.
A este respecto, durante el reinado de Alfonso XI se promulgaron nu-
merosas leyes de enorme importancia, como la Orden de Burgos, la de Villa
Real y la más conocida y trascendente de ellas, el Ordenamiento de Alcalá
de 1348, con el que estableció el orden de prelación de fuentes en Castilla.
La gran importancia del Ordenamiento de Alcalá radica en que fue el
que estableció en Castilla el orden de aplicación de los derechos tradicionales,
es decir, de los Fueros Municipales, el Derecho Real y el Derecho Romano–
Canónico. Así, se sancionó que el sistema jerárquico de los distintos cuerpos
normativos comenzaría con el Derecho Real, al que se le otorgaba primacía.
Tras éste, los Fueros Municipales y, por último, añadiéndosele carácter suple-
torio en defecto de los dos anteriores, se aplicarían Las Siete Partidas.
Pero, en Castilla, el modo de construcción del derecho tuvo su más
importante manifestación en las Pragmáticas. Desde el reinado de Juan II,
en la primera mitad del siglo XV, se inició un proceso de fortalecimiento del
poder del rey que, entre otras cosas, se plasmaba en la creación de normas
jurídicas de carácter general. Estas normas se denominaron pragmáticas y
no resultaron muy populares al principio, debido al carácter que les infería
su poder derogar leyes promulgadas en las Cortes.
Por tanto, el Derecho Real comenzó a dotarse de instrumentos para la
creación de un corpus importante de legislación que regulara la vida del
reino según los designios que marcaran los monarcas. Esos instrumentos
fueron, como se ha visto, los ordenamientos y las pragmáticas.
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mediante las normas sociales, las que Hoebel viene a definir como “jurídi-
cas, si su infracción alcanza fuerza ejercida por una unidad social”. Todas
las formas de organización social, desde los inicios de las mismas, contem-
plan siempre mecanismos coactivos de este tipo que persuaden a los miem-
bros del grupo de incumplir el ordenamiento establecido.
Así pues, puede resumirse que, a su llegada, los españoles se encontra-
ron, básicamente, con tres formas de complejidad social. La primera forma
de organización fueron las sociedades tribales, que solían darse en territo-
rios aislados y en las que regía la costumbre. En ellas no queda bien estable-
cida o nítida una delimitación entre lo jurídico y lo religioso. Este tipo de
grupos humanos podían organizarse en bandas o en tribus. Las bandas,
grupos generalmente más reducidos, solían tener como principal actividad
la caza, siendo normalmente el jefe o una autoridad “judicial” reconocida el
más anciano. La tribu, por su parte, responde a grupos más numerosos, y su
actividad principal es la agricultura y la ganadería. Podían organizarse con
formas de poder que igualaban al grupo.
La segunda gran forma de organización que se encontraron los euro-
peos fueron los cacicazgos. Asentados en unidades territoriales menores,
de carácter extensivo, con una población numerosa y una capital que domi-
naba varios pueblos. Se caracterizaban porque existía una unión de convi-
vencia que iba más allá de los lazos de parentesco. En ellos ya se presenta-
ban estamentos sociales de diversa jerarquía y especialización. En estas
sociedades el jefe ya tenía capacidad de recaudar tributos y de redistribuirlos,
en parte, según fuera el modo de funcionamiento y la voluntad del jefe y del
grupo dominante.
Por último y como forma más evolucionada los descubridores y con-
quistadores se tropezaron con las que vienen en denominarse civilizaciones,
propiamente dichas. Con una compleja organización política y en las que
podemos identificar una legislación bien construida y en funcionamiento. En
todas estas civilizaciones americanas el poder era fuerte y centralizado, con
atributos divinos concedidos a sus líderes.
Veamos algún ejemplo que sirva de modelo de las dos últimas formas
de organización socio-política previa a la llegada de los españoles a las tie-
rras americanas.
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Indofeudalismo Chibcha
Los Muiscas o Chibchas habitaron en el altiplano actualmente colom-
biano, en dos grandes unidades políticas organizadas en provincias. Una era
Bogotá (El Zipa) y Hunza (El Zague). Se organizaban mediante un sistema
político de tipo “feudal”, establecido sobre la base de una gran dependencia
con adscripción a la tierra.
Organizados en una especie de confederación, los líderes recibían va-
sallaje de los distintos cacicazgos, que pagaban tributos a cambio de recibir
protección. Se podía nombrar un jefe nuevo en caso de que el anterior
muriese sin herederos. Cabe decir que la sucesión se hacía por preferencia
matrilineal. Todas estas características son las que han permitido darle el
nombre de indofeudalismo, ya que no suele reconocérsele como forma de
Estado, sino en tránsito hacia él.
Debe especificarse que a la llegada de los españoles las dos provincias
estaban enzarzadas en una guerra y que ambas poseían unas características
sutilmente diferentes. En Zipa o Zaque el sistema de poder se basaba en
cacicazgos menores que usaban distintivos y cobraban impuestos, mientras
que en la confederación de Bogotá se basaba en el dominio de una baja
nobleza y de los grandes guerreros. En cualquier caso, en el proceso de for-
mación de los “reinos” se agrupó forzosamente a los diferentes cacicazgos o
unidades preexistentes que pertenecían a diferentes estamentos sociales.
Aparte, existían las denominadas capitanías, que eran realmente las estruc-
turas básicas de la sociedad chibcha. Formadas por grupos de individuos
emparentados entre sí y asentados en un pequeño territorio, eran dirigidas por
un jefe (al que los españoles llamaban capitán) o cabeza de agrupación.
Por tanto, los Muiscas estaban organizados en grandes confederacio-
nes, todos bajo Zipa o Zaque, dentro de las cuales se englobaban otras más
pequeñas, compuestas por dos o tres cacicazgos. La unidad más básica de
organización para ellos eran las capitanías. En pleno proceso de
homogenización, éste se vio aplazado por dos motivos principales: el enfrenta-
miento interno entre las dos grandes confederaciones y la llegada en ese
preciso instante de los españoles, a las órdenes de Gonzalo Jiménez de Quesada.
Éste, a su llegada, adoptó el exitoso modelo que Hernán Cortés desa-
rrolló en México, es decir, imponer una superestructura neo-feudal hispa-
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SEGUNDA PARTE
LEGISLACIÓN E INSTITUCIONES
INDIANAS. DESDE LA CONQUISTA
HASTA LOS BORBONES
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das por parte de los distintos estados europeos, y fueron este tipo de Bulas lo
que permitió dotar de contenido legal tal extremo. Una prueba más de que en
aquellos momentos poder político y poder divino se necesitaban mutuamente.
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El Patronato Regio
La constitución del Patronato Regio significaba la concesión por parte
de la Santa Sede a los reyes castellanos del “monopolio” de la dirección
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Por otro lado, en cuanto a los diezmos se refiere, debe señalarse que la
recaudación se dividía en dos mitades que, a su vez, se repartían para fines
distintos. Una mitad se destinaba al obispo y previsor, así como para digni-
dades, canónigos y beneficiados. La otra mitad era repartida entre los pá-
rrocos y el mantenimiento de las infraestructuras, como iglesias, hospitales,
etc. Si la recaudación no era suficiente para hacer frente a todos los gastos
y sueldos, la cantidad necesaria la afrontaba la Corona, lo que hacía del
ejercicio de la dirección espiritual del imperio una actividad poco rentable.
De hecho, tales estipendios generó prácticas como la de retrasar el nom-
bramiento de los obispos, al ser sus sueldos abultados. En cambio, por regla
general, cuando el Estado tenía recursos y fue generoso con lo que daba a la
Iglesia, ésta lo fue también en construcción de edificios y organización de
instituciones de atención religiosa, sanitaria y educativa, lo que mejoraba la
situación de los feligreses. En este sentido, debe recalcarse la importancia
que llegaron a tener las numerosas limosnas de los particulares, que se gana-
ban el paraíso con ellas, y que se convirtió en una poderosa fuente de ingresos
de la Iglesia. Tanto, que entre unos ingresos y otros, la institución religiosa
llegó a manejar una inmensa masa de capital que revirtió en su propio benefi-
cio y en un espectacular aumento de las obras que llevó a cabo.
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Cabe decir que las precursoras de estas bulas fueron las concedidas a
Portugal, entre 1455 y 1481, entre las que destacan la Romanus pontifex
de Nicolás V, la Inter Coetera de Calisto III y la Aeterni Regis de Sixto IV.
En ambos casos, tanto el portugués como el español, la intención evidente
era cortar el paso de otras potencias europeas a sus nuevas posesiones ya
efectivas y por efectuar.
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tanto, que había recibido de Él el dominio del mundo. Partiendo de esa base,
nada podía objetarse a que Alejandro VI concediera las Indias a los reyes
castellanos. De hecho, no hacía más que repartir una parcela del territorio
que por designación divina se le había concedido para administrar. En ese
sentido, el reparto de los territorios solo exigía a cambio la evangelización de
sus moradores a través de la labor misional. Una labor ésta que quedaba en
manos de poder terrenal.
La postura anterior no sólo estaba generalizada, sino que también era
apoyada por importantes teólogos e intelectuales de aquella época, como
los dominicos fray Matías de Paz, fray Alonso de Loaysa y fray Matías de
Paz. El primero, en su obra de 1512 Del dominio de los Reyes de España
sobre los indios, afirmaba que los infieles podían ser privados de su sobe-
ranía o autonomía política por el mero hecho de ser infieles y no querer
convertirse. Mientras, el segundo, aseveraba aquel mismo año que la dona-
ción pontificia se había hecho efectiva juri belli.
Por su parte, Juan López de Palacios Rubio, consejero de la Corona
durante veinte años, compartió las ideas de fray Matías de Paz, según las
cuales se justificaba el dominio directo del Papa sobre todo el mundo y en
especial sobre las tierras del Antiguo Imperio Romano, en virtud de la doc-
trina monística hierocrática y de la donación constantiniana. A pesar de
todo, no debe dejar de señalarse que hubo quienes negaron al Papa todo ese
poder sobre el mundo, en el sentido de que daban mayor valor a la creencia
de que era el poder terrenal, el Emperador, el verdadero y único dueño que
debía tener el mundo.
Más tarde, tras la publicación de las tesis de Vitoria y hasta las obras
de Juan Solórzano Pereira, en 1629, comenzó a tomar fuerza la corriente
que opinaba que el Papa no tiene ningún dominio temporal sobre el mundo
ni, por esa causa, poder para hacer ningún tipo de donación territorial.
Ahora bien, esta línea de pensamiento no le negaba, en absoluto, poder
hacer todo aquello que fuera preciso para cumplir con el derecho y el
deber de anunciar el Evangelio y proveer el bien espiritual de las almas
que le están encomendadas.
Finalmente, tras el avance que supuso la obra de Solórzano, se demos-
traba que España no había recibido, como si de un feudo se tratara, las
tierras indianas, sino sencillamente como una simple donación pontificia. Es
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decir, Solórzano vino a situar en una justa medida la idea del poder directo
del Papa sobre el mundo, en el que se habría basado el papa Alejandro VI
para donar las Indias a los monarcas hispanos.
No obstante, a diferencia de lo anterior, el “Regalismo” borbónico es-
pañol del siglo XVIII aseguraba que la Corona tenía el dominio temporal,
conferido directamente por Dios, sin necesidad de intervención ni de dona-
ción pontificia.
En cualquier caso, debe referirse que fueron muchas las teorías que
surgieron a lo largo de los siglos para intentar explicar y justificar el dominio
español en América, entre las que destacaremos la monística hierocrática,
la arbitral, la feudal, la basada en el título de la inventio o res nullíus y la
dualista, algunas someramente explicadas aquí.
Antecedentes medievales
Ahora bien, tras ver el Patronato Regio y la donación de territorios por
parte del Papa cabe preguntarse cómo había conseguido afianzarse la auto-
ridad pontificia para conseguir erigirse como autoridad y árbitro suficiente.
Durante la Edad Media se consolidó el pensamiento que determinaba
que todo poder proviene de Dios, tanto el espiritual como el temporal, pero
que la concesión de cada una de ellos es distinta. En este sentido se distin-
guen dos escuelas de pensamiento.
Por un lado se encontraban los Monistas, que a fuerza de ser sincréticos
diremos que afirmaban que el poder se transmite de Dios a los hombres a
través de una única persona, ya sea ésta el Papa o el Emperador. Cuando
se transmitía al emperador nos encontraríamos ante el monismo laico, que
también podía ser cesáreo o regio, si fuese a un rey u otro intermediario.
Por otra parte estaban los Dualistas, que defendían la idea de que el poder
deviene a los hombres desde Dios por dos vías, entre sí independientes: el
poder secular, a través del príncipe temporal, y el poder espiritual, que se
transmite a través de los jerarcas de la Iglesia. Dentro de ese mismo esque-
ma dual se sumaba la división que existía entre quienes creían que el poder
espiritual se podía transmitir a través del Papa exclusivamente y quienes
pensaban que también lo podían obtener directamente los Obispos.
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La justificación de la conquista
En cuanto a la justificación de la presencia española en América, debe
decirse que tras unos años de actuación indiscriminada por parte de ecle-
siásticos y funcionarios en sus jurisdicciones comenzaron a alzarse voces
críticas, entre las que cabe destacar la del padre Vitoria. Religiosos como él
expusieron nuevos planteamientos éticos que cuestionan las hasta entonces
aceptadas relaciones entre españoles e indios.
El padre Vitoria, durante el proceso de reelección (clases extraordina-
rias que dictaban periódicamente para profundizar algún tema tratado en las
clases ordinarias, de carácter no obligatorio, que tenían los catedráticos, que
debía durar dos horas y en el que sólo se podía llevar preparado un índice).
Vitoria eligió tanto temas de actualidad (indios, matrimonio de Enrique VIII,
entre otros) como teóricos. Presentó una relación de causas justas e injus-
tas que fundamentaban o, en su caso, desacreditaban la ocupación castella-
na de los nuevos territorios. Y todo ello en un contexto histórico en el que se
producía, por ejemplo, la exposición de las tesis de Lutero y se proponían
cambios para Trento.
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al reino, sobre una base de autoridad plena de los castellanos. Buen ejemplo
de ello fueron las cartas que portaba Cristóbal Colón dirigida a los príncipes
de Oriente, donde fuera como fuese era nombrando virrey y gobernador
general en poblaciones carentes de personalidad. Bajo esa autoridad, los
indígenas quedaban sometidos a los reyes de Castilla de acuerdo al Dere-
cho Común imperante en ese reino europeo.
Por su lado, las Bulas Alejandrinas de 1493 no especificaban nada
acerca de la condición jurídica que debía otorgarse a los indígenas y per-
mitiendo, en principio, la desposesión de los territorios y de las propieda-
des de los pobladores nativos. Con todo ello, se consolidaba la situación de
dominio, algo que debía preceder a la implantación del derecho castellano.
Con esas bulas, los Reyes Católicos consiguieron afianzar su posición con
respecto a Portugal, respaldar la soberanía de Colón en los nuevos territo-
rios y establecer la base jurídica para continuar ulteriores empresas
trasatlánticas. Se cerraba la puerta al surgimiento de anhelos colonizado-
res por parte de otros países.
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Leyes de Burgos
Este cuerpo legislativo, dictado en la ciudad española de Burgos, es
considerado, en general, como el “primer Estatuto legal indígena” dado en
América. Lo que sí es cierto, y de eso hay pocas dudas, es de que, como
tantas otras leyes dictadas para las Indias por la Corona española, se trató
de una normativa más de las que se “acataron pero no se cumplieron”.
Fueron dirigidas a las autoridades de La Española y de Puerto Rico, en
un momento en el que aún no se había dado un salto decisivo en la conquista
y colonización de la tierra firme del continente. En cualquier caso, su carác-
ter general aseguraba la posibilidad de su aplicación en todos los nuevos
territorios que se fueran descubriendo e incorporando. Su validez sólo resul-
taría alterada con la promulgación de las Leyes Nuevas de 1542-43.
Principalmente, estas leyes de 1512 se centraron en regular la mano de
obra indígena, a partir de la instauración de repartimientos y encomien-
das. Se estructura en siete recomendaciones, en cada una de las cuales se
hace una declaración de los derechos del indio. Con 35 leyes y 4 modifica-
ciones, se dividía también en tres grandes bloques:
- Normas de evangelización.
- Normas de convivencia y condiciones de vida.
- Normas para velar por el cumplimiento de las leyes.
El Requerimiento
Creado con el fin justificar jurídicamente la actuación institucional en
las Indias y ampliamente usado durante la conquista, fue redactado por
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al Estado bajo la Iglesia. Pero sin olvidar que, según Santo Tomás, ambas
esferas debían de gozar de cierta independencia fijándoles distintas esferas
de actuación.
Por su parte, manteniendo el nexo común sobre la idea sobre el origen
y transmisión del poder, de Dios al hombre, la teoría clásica mantiene que
aunque el poder lo da Dios al hombre, éste recae en el pueblo, el cual lo
cede al príncipe. Por tanto el rey es como el servidor de la comunidad
política. Esta transmisión otorga un carácter limitado al poder real. Si el rey
se sobrepasa en sus actuaciones puede ser considerado “tirano” y quedaría
justificada una “rebelión” contra el mal uso del poder concedido. Esta co-
rriente mantenía un fuerte influjo de Platón y de Aristóteles, padres de la
filosofía política medieval, así como también de Séneca y Cicerón.
Evidentemente, ambas corrientes, por sus propias características, hi-
cieron retroceder los avances del Derecho Común, que se vio frenado mien-
tras se mantuvieron con fuerza en el pensamiento político imperante.
Por último, la corriente moral y educativa lo que pretendió, sobre todo,
fue regular la conducta de los príncipes y reyes, de modo que éstas se
convirtieran en ejemplarizantes. Es decir, se redactan unas máximas que
deben identificar al rey virtuoso. Y es que se entiende la virtud como el eje
principal de la legitimación del poder real, es lo que fundamenta al rey sobre
los demás y, como deber moral, el ministerio regio debe ser probo. Partien-
do de esa integridad, tiene la obligación de incluir al resto de los súbditos en
el ejercicio de la virtud. En la literatura de esta tendencia se enumeraban,
pues, las “características virtuosas” y aunque en el XIV se valoraban otras
probidades de sentido laico, durante este siglo y los tres siguientes las cosas
no cambiaron mucho. El príncipe debía ser justo y amoroso, en un sentido
renacentista. Se pide que sea señor de sí mismo.
Pero, aparte de estas corrientes, debe recordarse que las monarquías
ibéricas del siglo XIII estaban caracterizadas fuertemente en sus principios
rectores por una fuerte impregnación religiosa, introducida principalmente en
tiempos visigóticos. Desde este punto, la realeza era vista como “un oficio”
necesario para el gobierno de los hombres, supeditado al poder divino.
De esta forma, podría considerarse que el poder era ejercido como una
unidad orgánica. Esta forma de entender la monarquía se ajustaba perfec-
tamente a los tiempos, basando la unidad de poder en la dirección de dos
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como objetivo o fin del ejercicio del gobierno. Un principio que perduraría
hasta fines del siglo XVI y principios del XVII. Hasta el siglo XIII no existía
tal inquietud, sino que, sencillamente, se delegaba en el rey para que éste se
interesarse por la generalidad del reino dentro del plano moral y religioso.
Pero en el siglo XIV este deber se tornó en una cuestión jurídico-política,
siendo a partir del siglo XV cuando se comienza instar a los miembros de la
comunidad política a ejercer el poder con la finalidad de un buen hacer que
genere felicidad para todos. La expresión bien común se enuncia entonces
en todos los escritos de Castilla como símbolo más del poder regio, ensal-
zándose el bien público.
Los reyes, desde entonces, se encuentran obligados a proveer a favor
de sus súbditos. A fines del siglo XV y principios del XVI el “bien común”
ya conllevaba una serie de obligaciones, como el respeto a los estamentos y
la anteposición de los deseos de los súbditos a los propios. En tal sentido,
creemos, se dio facilidad para la justificación de actuaciones justicieras por
parte del monarca siempre que esgrimiera la consecución de ese bien co-
mún. En cualquier caso, es especialmente importante señalar que, a partir
de la implantación de la búsqueda del bien común como una de las razones
del ejercicio del gobierno y la justicia, surgió también el principio de limita-
ción del poder real y el “derecho de la rebelión”, por tiranía.
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gobierno. El primer paso fue acudir a los oficiales de la Corte y del Consejo.
Éste último estaba formado por doce personas de confianza del monarca,
cuatro prelados, cuatro caballeros y cuatro ciudadanos, que ejercían la re-
presentación del orden estamental.
Pero ya en el siglo XV, sobre todo a partir del reinado de los Reyes
Católicos, esa simplicidad institucional era insostenible y la situación se tor-
nó diferente, debilitándose también el carácter territorial de muchas institu-
ciones. Las Cortes se constituyeron como órgano de gobierno, donde se
encontraban representadas las ciudades, cada una con un voto. Aunque
también es cierto que las funciones de las Cortes y su periodicidad de con-
vocatoria variaron mucho entre los siglos XV y XVI. En este último siglo ya
prácticamente ni se celebraron.
Aparte, en estos momentos de transición funcionaron ya privilegios que
podrían llegar a considerarse instituciones de funcionamiento del sistema. Se
trataba de libertades políticas que se disfrutaban en forma de derechos, como:
· Nadie podía ser condenado sin haber recibido defensa (privilegio
general)
· Derecho a la intimidad de la morada
· Derecho de representación ante el rey
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tenderse hasta el tercer cuarto del siglo XVI. No era de extrañar, pues
se trató de un período de lucha de poder e influencias caracterizado por
el enfrentamiento entre los encomenderos, que defendían sus privilegios
de conquista y defensa del territorio, y la Corona, que pretendía asumir
todo el poder sin haber hecho el esfuerzo principal de descubrimiento,
conquista y colonización.
Así pues, las primeras instituciones de modelo europeo que se instala-
ron en el Nuevo Continente fueron el resultado del proceso de conquista,
caracterizado por la iniciativa privada bajo concesión real. Con un marcado
carácter feudal, en la cúspide de la organización política y administrativa de
los nuevos territorios se situaban figuras como las de los Adelantados, cuyo
título era obtenido por medio de una capitulación firmada con la Corona. Se
trataba de un jefe militar y judicial, al que se sometían el resto de miembros
de la hueste, como vasallos. En aquellos grupos también se situaban oficia-
les reales, impuestos por la Corona y dedicados al control de la Real Ha-
cienda, además de alcaldes mayores, que fungían como funcionarios de
justicia, y otro tipo de puestos y cargos.
Ahora bien, una vez establecidos y fundadas poblaciones, se debían
erigir Cabildos que administraran y organizaran la vida municipal, siguien-
do el modelo castellano. En estos ayuntamientos se elegían anualmente a
los regidores y a los alcaldes ordinarios, una característica que ya se
diferenciaba de lo que se hacía en la metrópoli. Esta “democratización” de
la vida municipal americana pronto se vio alterada con el inicio del proceso
de venta y renuncia de cargos que implantó la Corona con el fin de recaudar
dinero a través de la enajenación de oficios, sobre todo a partir de la Real
Cédula que a ese respecto se dictó en 1606.
En cualquier caso, en los primeros tiempos de la colonización y, a pesar
de esas estructuras de gobierno creadas, la organización política giró en
torno a reminiscencias medievales, pues medievales fueron sus protagonis-
tas. De estilo feudal, sin duda, el control del territorio se gestionó en torno y
como principal elemento alrededor de la Encomienda, que representaba
una forma de administración de los nuevos vasallos incorporados a la Coro-
na con una evidente relación semi-feudal entre el encomendero y los indios
encomendados. Ya en el siglo XVI, Juan de Matiezo consideró a los
encomenderos como claves de una sociedad nueva en formación, toda vez
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Gobierno de Colón
En primer lugar, es necesario apuntar que la organización territorial de
las Indias se planificó antes, incluso, de conocerse la existencia de esos
territorios. Hasta 1492, la experiencia europea en navegación por el Atlán-
tico permitía estar seguros de la existencia de islas a lo largo del océano,
justo los territorios que a efecto de la documentación que se generó con
motivo del viaje colombino, como las Capitulaciones de Santa Fe, intere-
saban a Cristóbal Colón y a los Reyes Católicos. Acerca de la administra-
ción de esas nuevas tierras insulares, principalmente, se llevaron a cabo las
negociaciones entre los monarcas y el navegante.
Desde luego, las concesiones dadas al ilustre marino quedaron sujetas
a ciertas condiciones, dado que el hecho del descubrimiento aún era incierto
y lo que pudiera encontrarse aún más. En especial, a lo que interesa a este
trabajo, tales condiciones hacían referencia a posibles nombramientos de
autoridades que pudieran llevarse a cabo para la administración de los nue-
vos territorios que se incorporaran a la Corona. Así, cuando se produjo el
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por el rey y con autoridad directa sobre los antiguos reinos que la conforma-
ban, a diferencia de Aragón. De hecho, a partir de 1480 los corregidores
eran los únicos representantes directos en los gobiernos territoriales. Algo
similar ocurría con el título de Gobernador, que no aparece en documentos
de manera habitual hasta ya entrado el siglo XVI.
Pero su designación como Virrey fue una exigencia firme que mantuvo
el navegante ante los Reyes Católicos, quienes decidieron aceptar en el
convencimiento de que era poco lo que tenían que perder en la expedición y
mucho lo que ganar si Colón cumplía su promesa. Lo cierto es que con ese
título el Almirante quedaba sujeto únicamente a la autoridad de la Corona,
convirtiéndose en un delegado plenipotenciario en el nuevo virreinato. En
las tierras descubiertas él tenía plena potestad gubernativa y administrativa.
Lo que sí se evidencia es que hubo una constante unión entre el cargo
de Virrey y el puesto de Gobernador en los documentos de Colón, lo que le
convertía en un oficial de la más alta dignidad, haciendo las veces de repre-
sentante directo de la Corona. Pero, si es necesario especificar que en las
capitulaciones, cuando se recoge esta circunstancia lo hace señalando que
sólo se produciría en los territorios que él descubriese y no en todas las
Indias, tal y como pretendió su hijo.
Sí había dudas acerca de la durabilidad de ambos cargos, sobre los que
sobrevolaba la incertidumbre por su propia falta de regulación. No así con el
de Almirante, ya que en el caso de la familia Enríquez el almirantazgo era
hereditario, debiéndose confirmar en cada sucesión. Un privilegio el de los
cargos hereditarios contra el que ya se habían levantado las Cortes de Toledo
en 1480, dispuestas a conseguir que se prohibiera la enajenación de los
oficios públicos, y principalmente los de justicia. Por ello, a Colón el título de
Virrey se le concedió con carácter indefinido, pero nunca hereditario, aun-
que en el nombramiento se insinuara tal forma de transmisión.
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encima de las leyes”. Ello, de ser así, hacía que el privilegio concedido en
1492 dejaba sin efecto las leyes del reino.
También García Gallo sostiene que había una diferencia entre el cargo
de virrey propio de la Corona de Aragón y el que se concedió a Colón. De
esta forma, el aragonés, según él, disfrutaba de unas competencias concre-
tas mientras que el colombino era extremadamente ambiguo. Esto era así
porque la Cancillería no supo qué título darle a Colón, concediéndole éste
porque en Castilla era temporal y porque se trataba de una gobernación
dudosa, como el propio cargo.
La verdad es que no se sabe a ciencia cierta el origen de la figura de
virrey, dado que los antecedentes podrían provenir incluso de Sicilia, como
asevera Romen. Según este autor se podía utilizar dicho término para refe-
rirse a las justicias de Galicia o a los gobernadores que fueron también
oficialmente virreyes, como los de Castilla y León. Según Lalinde García,
en Colón influyó la figura del virreinato siciliano, aunque Romen afirme que
fue el castellano matizado por el siciliano. Sea como fuere, lo que sí parece
obvio es que Colón lo que pretendió fue igualar y superar los privilegios de la
familia Enríquez, aglutinando los cargos de Almirante, Gobernador y Virrey.
Dada las atribuciones que conllevaban los cargos obtenidos y los an-
tecedentes de los mismos, lo que sí puede asegurarse es que para la orga-
nización de las Indias, con el otorgamiento de esas dignidades, la Corona
mezcló distintas tradiciones políticas y jurídicas, como las magistraturas
de modelo castellano, la influencia siciliana y los títulos aragoneses. Todo
ello recogido en las capitulaciones, donde se establecían las preceptivas
bases de funcionamiento.
El caso es que hubo una clara diferencia entre lo que Colón pensó que
había recibido y lo que la Corona le había otorgado. De hecho, los reyes le
concedieron los privilegios que solicitó únicamente sobre las tierras que con-
quistara, pero no sobre todas las Indias. Es cierto que al principio los monar-
cas no concedieron licencias para descubrir, aceptando la exclusividad co-
lombina, pero también lo es que ya en su segundo viaje vio como se le
limitaba su autoridad.
En esencia, Colón consiguió potestad jurisdiccional, pudiendo nombrar
y destituir alcaldes y alguaciles, fallar causas, imponer penas e, incluso,
derecho a ejercer pesquisas mediante la constitución de comisiones de in-
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Antecedentes y fundación
Juan Rodríguez de Fonseca fue la persona designada por la Corona en
1493 para encargarse de los asuntos indianos. Y aún pasarían tres décadas
hasta que se decidió crear instituciones que se encargaran del gobierno y de
la administración de las colonias de una forma centralizada. De hecho, du-
rante ese período, la única institución que se creó fue la Casa de Contrata-
ción de Sevilla, de la que ya se hablará más adelante.
Lo que si apareció en 1519, en el seno del Consejo de Castilla, fue
un grupo de especialistas dedicados a los asuntos de América, lo que
provocó que ya ese mismo año se mencionara en una Real Cédula la
posibilidad de crear un Consejo de Indias. De hecho, al año siguiente se
nombraron los primeros oficiales permanentes para trabajar en ese ca-
mino. Para 1523 ya se habían nombrado el primer miembro retribuido de
la plantilla, dato en el que se basa Demetrio Ramos, por ejemplo, para
afirmar que éste fue el comienzo de la reforma de la administración en
cuanto a la cuestión indiana se refiere.
En 1524 se estableció el Real y Supremo Consejo de Indias, con un
presidente y consejeros propios, así como oficiales de secretaría y jurisdic-
ción autónoma. Su importancia ya quedó reflejada en las personas nombra-
das para hacerse cargo de él, siendo el primer presidente del consejo García
de Loysa y Mendoza, y el primer secretario, Francisco de los Cobos. Lo
cierto es que la creación del Consejo de Indias supuso una delegación de
facultades que las escindía de la política dedicada exclusivamente a Castilla,
saliendo de esa jurisdicción. Se daba así una descentralización territorial,
toda vez que se ocupaba de territorios fuera del reino del que comenzó
siendo dependiente, su polis. De esta forma el Consejo gozó de capacidad
para gobernar plenamente los territorios ultramarinos que tenía encomen-
dados y regular sus propias funciones.
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Atribuciones y estructura
La independencia del Consejo de Indias quedó patente en su facultad
para legislar, su poder para gobernar y su potestad jurisdiccional. De esa
forma, era el Consejo el que proponía a los reyes las leyes que debían regir
en Indias para su aprobación.
En lo que concierne a su poder de gobierno, el Consejo de Indias tam-
bién disfrutaba de competencias en lo concerniente al Poder Espiritual, puesto
que se hacía cargo de la defensa y gestión del derecho de Patronato con-
cedido por el Papa a los reyes de España en 1508. Aparte, por supuesto,
también el Consejo de Indias dispuso de autoridad para administrar el Poder
Temporal, que fue la principal causa de su creación. En definitiva, el Conse-
jo de Indias también se ocupaba de proponer las personas que debían ejer-
cer los cargos importantes en las Indias, dirigía la Casa de Contratación y
consultaba con el rey las órdenes de gobierno. Por último, en cuanto a su
potestad jurídica, el Consejo de Indias actuaba como Tribunal Supremo de
Justicia para todo el territorio colonial. De esta forma, todos los pleitos no
cerrados en las distintas Audiencias podían ser vistos en última apelación,
sin olvidar que supervisaba a todas las magistraturas indianas.
En relación a esas tres competencias señaladas, el Consejo de Indias
dispuso de tres salas generales, a saber, la Sala de Gobierno, la Sala de
Justicia y la Contaduría. Por su parte, la Sala de Gobierno se ocupa de
consultar al rey y de resolver los asuntos referentes a aspectos seculares y
eclesiásticos, subdivididos en materias como Estado, Gobierno, Gracia y
Justicia y, por último, Hacienda y Guerra.
En lo que respecta a la Sala de Justicia, sus competencias quedaban
perfectamente recogidas en las Leyes Nuevas, las Ordenanzas de 1578 y
de 1636, y en la Recopilación de Leyes de 1680. En todo ese cuerpo jurídico
se le ordenaba conocer sobre visitas y residencias. Asimismo, se encarga-
ban de pleitos en segunda suplicación, asignados por comisión real, de plei-
tos y demandas sobre repartimientos de Indias, causas de navíos negreros,
causas criminales que llegaban en grado de apelación y de apelaciones de la
Casa de Contratación.
Por último, en cuanto la Contaduría General se componía de un Conta-
dor Mayor acompañado de tres Contadores. Estos cuatro altos funcionarios
tenían encomendadas dos tareas principales, de un lado llevar las cuentas
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Composición
El Consejo de Indias, finalmente, estaba compuesto por los siguientes
elementos indispensables para su estructura y funcionamiento:
· Presidente. Era el puesto de máxima importancia. Se encargaba
de presidir, dirigir y organizar el Consejo.
· Gobernador del Consejo. Era el nombre que recibía el presidente inte-
rino, encargado de ejercer las mismas funciones hasta que se cubrie-
se la vacante. Se trató de un cargo muy frecuente en el siglo XVIII.
· Gran Canciller de Indias. Su función era custodiar el sello real de
los despachos reales y llevar el registro de las disposiciones. Tenía
un representante en cada Audiencia indiana.
· Consejeros. Con el tiempo fue variando su número, su condición y
su sueldo. Eran nombrados por el rey a propuesta de la Cámara de
Castilla. Al principio fueron cuatro, todos ellos letrados, pero en
1604 se incluyó a dos funcionarios de “capa y espada”, proceden-
tes de la milicia. En el siglo XVIII su número aumentó. Siempre se
prefirió que esas plazas se cubrieran con personas que ya habían
ejercido como oidores en las Audiencia indianas o con personas
experimentadas en asuntos indianos. Muchos de ellos ascendieron
luego, además, al Consejo de Castilla o a un Obispado.
· Fiscal. Éste era el puesto inmediatamente después en importancia
al de consejero más joven en el cargo, y fue usual ascender de
fiscal a consejero. Su misión era la defensa de la jurisdicción real,
el patronato, la Real Hacienda y los indios.
· Secretario. En 1524 solo hubo un secretario, Francisco de los Cobos,
mientras que a finales del siglo XVI ya eran dos los secretarios,
uno para los asuntos de Nueva España y otro para los de Perú. Se
encargaban de todo lo inherente a un secretario y, en especial, a la
gestión de los libros de registro de disposiciones legales o cedularios.
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Evolución
Durante el siglo XVI, y más concretamente en 1542, la Corona ordenó
que se hiciera una visita al Consejo de Indias, que concluyó con un informe
en el que se recomendaba una remodelación del mismo. Así, se hizo una
reforma de la institución y se remozaron algunos de los altos cargos, aparte
de que se promulgaron las primeras ordenanzas específicas incluyéndolas
dentro de las Leyes Nuevas.
Tras esa primera visita, hubo una segunda, que se materializó a la par
que se desarrollaba la Junta Magna de 1568. Esta Junta, organizada por
Luis Sánchez, consistió en una reunión de clérigos que, a lo que a nosotros
interesa, hizo frente a muchas de las diferencias, falsas informaciones, si-
tuación de crisis y enfrentamientos existentes en cuanto a la verdadera
práctica en el proceso de la colonización y evangelización de las Indias.
Tanto es así que en ella se vio la imperiosa necesidad de conocer lo que
verdaderamente estaba pasando en aquel continente y cuál era su realidad
concreta. Para conseguirlo la Junta comenzó a regular los asuntos concer-
nientes a América, decidiendo, entre otras cosas, averiguar también la si-
tuación en la que se encontraba el Consejo de Indias.
Se programó una visita de Juan de Ovando, con el objeto de obtener, de un
lado, la información correcta y necesaria acerca de la realidad indiana y, por
otro, del propio Consejo de Indias. Para el primer objetivo se dictó, además, una
amplia instrucción que debía ser ejecutada por los dos nuevos virreyes nombra-
dos para cada uno de los dos virreinatos existentes en ese momento, Perú y
Nueva España, que fueron Toledo y Enríquez, respectivamente.
Tras la visita de Ovando, que finalizó en 1566, quedó claro que en el
Consejo de Indias ni se tenía, ni se podía tener, noticias válidas y en tiempo
acerca de los asuntos de gobernación de las colonias. Además, según el
dictamen del visitador, ni en el Consejo de Indias ni tampoco en las mismas
Indias siquiera, se tenía un conocimiento exhaustivo y útil de las leyes dicta-
das para aquellos reinos. Así pues, el Consejo resultó culpable de negligen-
cia. La consecuencia de todo ello fue que se impuso, de nuevo, la tarea
inaplazable de recopilación de toda la información necesaria que pudiera
ayudar para dictar leyes y crear o reformar instituciones para el buen go-
bierno de aquellas tierras. Ovando ordenó el envío de información sobre
cada jurisdicción a todas y cada una de las autoridades con responsabilidad
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Juntas especializadas
Durante el siglo XVI se desarrolló un sistema de juntas especializadas
en diversas temáticas para el mejor gobierno de las Indias. Con ellas se
pretendía resolver de una manera más eficaz los graves problemas que ya
habían surgido en distintos ámbitos de la organización colonial.
Los miembros del Consejo de Indias formaban solo una parte en
cada una de estas juntas, ya que la administración de Castilla y un nú-
mero importante de eclesiásticos también formaron parte de ellas. Du-
rante el reinado de Felipe II las juntas tuvieron un carácter permanente,
y en no pocas ocasiones aparecen anotaciones del monarca en las con-
sultas que éstas le hacían. Las principales juntas especializadas que fun-
cionaron en este tiempo fueron:
· Junta de Contaduría Mayor, creada en el año 1579. Estaba for-
mada por dos componentes del Consejo de Castilla; dos conseje-
ros de Hacienda y dos miembros del Consejo de Indias. Se encar-
gaba de discutir y aconsejar acerca de, por ejemplo, temas como
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Ordenanzas
El Consejo de Indias tenía su propio reglamento de funcionamiento in-
terno, organizado en ordenanzas. Entre ellas, las primeras que cabe men-
cionar son las comprendidas en los nueve primeros capítulos de las Leyes
Nuevas de 1542. Pero no fueron las únicas de las que disfrutó el Consejo,
ya que más tarde se promulgaron otras que se añadían a las anteriores,
como las ordenanzas de 1571, más amplias y que se constituían como un
cuerpo propio de disposiciones. Con éstas se completaba la independencia
del Consejo de Castilla y acabaron como parte de la Recopilación Ovandina.
Pero aún seis décadas más tarde, se redactaron nuevas disposiciones
que debían añadirse a ese reglamento, y éstas fueron las ordenanzas de
1636. En realidad no se trataba más que de una reedición de las antiguas a
las que se añadieron el acontecer legislativo de los 50 años que habían
transcurrido entre unas y otras.
Como estructura, puede indicarse que en el conjunto de estas ordenan-
zas se podía distinguir siempre, en primer lugar, una introducción dedicada a la
composición y número de los miembros, una segunda parte indicativa de las
competencias y funciones de los componentes colegiados del Consejo y, por
último, se incluían las disposiciones para cada grupo concreto y para cada
caso particular. Se debe mencionar que a finales del siglo XVIII se produjo un
intento de crear nuevas ordenanzas para el Consejo, que no prosperó.
La Casa de la Contratación
Antecedentes
Poco puede dudarse de que uno de los acicates fundamentales para la
erección de la Casa de Contratación fueron las Bulas Alejandrinas. A
través de ellas el Papa prohibió comerciar y residir en las Indias sin la auto-
rización previa de los Reyes Católicos, concediendo el monopolio comercial
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Fundación y carácter
En 1502 se presentó la primera propuesta bien documentada que ya
sugería la fundación de una casa en Sevilla en la que se almacenaran las
mercancías cuyo origen o destino fuesen las Indias. Ya en ese momento se
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pensaba que podía estar regida por un factor, un tesorero y dos contadores,
fórmula que de forma parecida se estableció finalmente. Y es que, en efec-
to, un año más tarde, en 1503, los Reyes Católicos dispusieron su fundación
y dictaron las primeras veinte ordenanzas, en las que se establecía para
responsabilizarse de su gestión la necesidad de un Factor, un Tesorero y un
Escribano-contador.
La Casa de Contratación se convirtió así en la primera institución admi-
nistrativa creada en España, ex profeso, para regir aspectos concretos de la
vida indiana. Su tarea consistió, fundamentalmente, en constituirse como la
representación intermediaria del Estado en el comercio con las colonias,
siendo la encargada del despacho de la flota y, sobre todo, de la custodia de
las mercancías reales. No obstante, asumió también funciones de otra índo-
le, como docentes, técnicas, administrativas y hacendísticas.
Su marco geográfico de actuación incluía no sólo las Indias, sino tam-
bién las islas Canarias, Berbería y la costa de África. En todos esos territo-
rios su objetivo era doble, fomentar el comercio y conseguir el monopolio
real de éste. Para conseguirlo hacía las veces de depósito de las mercan-
cías y de los pertrechos navales, que controlaba y obligaba a mantener en
buen estado, registraba todas las operaciones de comercio que se estable-
cían desde la metrópoli con aquellos territorios ultramarinos e, incluso, ele-
gía a los capitanes de navegación y les preparaba para ello.
Evolución
La Casa de la Contratación, obviamente, se fue adaptando en la medi-
da en la que el imperio crecía y se transformaba. Así, evolucionó ampliando
sus funciones a lo largo de los años en los que funcionó. La necesidad de
adaptarse fue tal que ya en 1504, sólo un año después de su creación, fue
necesaria la redacción de unas segundas ordenanzas, en las que, en reali-
dad, se hizo un compendio de todas las disposiciones que hasta el momento
existían para las Indias, tanto económicas como administrativas. Su ámbito
de aplicación afectaba ya a todos los sujetos que, de una forma u otra,
estuvieran directamente relacionados con el comercio indiano.
Aún así, hacia 1508 la actitud intervencionista de la Corona en los ne-
gocios de las indias se intensificó. Con el fin de un mayor control se comen-
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El Virreinato
Virrey y Audiencia
La figura de virrey, como ya se expuso en temas anteriores, fue toma-
da de tradiciones anteriores y poco arraigadas en Castilla para hacerse
cargo de la responsabilidad de administrar y gobernar en representación
directa de la autoridad real. De esa forma, era el jefe máximo del aparato
administrativo en todos los ámbitos, es decir, en lo político, como Goberna-
dor del reino, en lo militar, como Capitán General, en el ámbito judicial,
como Presidente de la Audiencia, en la esfera religiosa, como Vice-patro-
no y en competencias fiscales, como Superintendente de hacienda.
Tal y como se desarrolló finalmente, tras la etapa colombina, puede
decirse que apareció tardíamente, debido a la prudencia a la que se vio
obligada la Corona tras los pleitos con Colón y su familia. Desde entonces,
se trató de una institución no capitulada, a diferencia de la colombina, y pasó
a ser una magistratura de la administración territorial. La idea era implantar
la institución en los reinos donde el rey no residía permanentemente o tenía
pocas probabilidades de visitar en alguna ocasión. Y así fue como implantó
en el segundo cuarto del siglo XVI en los dos virreinatos que se crearon en
primera instancia, Nueva España y Perú.
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Debe recalcarse que aún cuando los virreyes tenían jurisdicción supe-
rior en funciones de gobierno y justicia en su jurisdicción, por separado, lo
normal fue la elección de hombres de capa y espada, lo que obligó a no
reconocerles la competencia de tener voto en la Audiencia cuando no re-
unían la condición necesaria de preparación para supervisar la función de
justicia. En la práctica, el virrey se concibió como una figura independiente,
aunque las instrucciones de la Corona en materia jurídica eran preceptivas,
por lo que sí debían obedecer órdenes en tal sentido. En este orden de cosas
también existió una diferencia entre los virreyes que ejercían sus funciones
en territorios europeos y los que lo hacían en Indias. En la península y en las
posesiones del Mediterráneo tenían voto, con independencia de su condi-
ción, y en caso de igualdad su parecer era decisorio en la resolución. En
Indias no existía esta posibilidad.
Ahora bien, desde 1631 poseyeron la facultad de decidir el carácter de
las materias que trataban, es decir, de determinar si correspondía al ámbito
de justicia o a la esfera gubernativa. A pesar de lo cual se fue produciendo
una progresiva exclusión de dicha figura de la administración de justicia,
compensándose con la práctica exclusividad en materia de gobierno, mate-
ria en la que contó con una superioridad absoluta, y no sólo en las Audien-
cias virreinales (México, Lima) sino también en todas las demás.
En cualquier caso, la distinción entre las materias de Gobierno y de
Justicia no siempre fue clara. Así, en el primer tercio del siglo XVII, como
ya se ha apuntado, el virrey recibió facultades para decidir la naturaleza de
los temas. Además desde 1553 existía la posibilidad de apelar ante la Au-
diencia para la autodeterminación del virrey por vía gubernativa.
El virrey presidía la Audiencia con voto si era letrado. En ese caso, y
como presidente, asistía a la sala, determinaba qué pleitos se habían de ver
y designaba los jueces que llevarían las distintas causas. Su actuación de
oficio o a petición de parte no estaba permitida, a la par que tampoco podía
privar ni suspender en el oficio a oidores, alcaldes y fiscal sin previa con-
sulta al Consejo de Indias y siempre mediando una imputación en un delito.
Ahora bien, como es sabido, y ya se ha mencionado, en los virreinatos
no existía una única Audiencia en la capital, sino que el sistema de adminis-
tración indiana estaba sustentado en toda una red o sistema de Audiencias
en cada virreinato. Era el fiel reflejo en un ámbito sectorial de lo que en la
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informar secretamente al rey sobre los actos de aquél. Se daba así una
situación de “equilibrio y tensas relaciones” que facilitaba el control mutuo
por parte de ambas instituciones. En cualquier caso, lo cierto es que según
fuera el carácter enérgico o no del virrey, su puesto preeminente en la Au-
diencia podía reducirse tan sólo a un papel representativo y estético en
ceremonias públicas o, en cambio, a llegar a mediatizar la actuación anual
de la Audiencia.
Ese “equilibrio” entre Virrey y Audiencia también permitía que la Au-
diencia asumiera, a veces y en ciertos temas, competencias gubernativas, lo
que molestaba la libre aplicación del poder por parte del virrey. A veces,
incluso, los particulares se animaban a pleitear en la Audiencia contra dispo-
siciones del más alto funcionario indiano, obteniendo en no pocas ocasiones
fallos favorables. Asimismo, las Audiencias no dudaron tampoco en elevar
al Consejo de Indias sus contradicciones a medidas tomadas por los virre-
yes, y viceversa. El fallo a su favor de particulares animados por los mismos
oidores provocó en numerosas ocasiones la consecuente obstaculización y
paralización de los mandatos del virrey por interferencia de la Audiencia.
Todo ello generó una atmosfera cargada de tensiones y desavenencias
a la que se intentó dar dos soluciones. Una fue dar orden de la necesidad del
conocimiento de todos los asuntos por parte del fiscal de la Audiencia. La
otra fue pasar a consulta los acuerdos de la mayoría de asuntos por insigni-
ficantes que fuesen mediante la intervención de los oidores. Ésta última fue
la solución más extendida, pero generó el problema añadido de la dilación en
los asuntos que debían atender los estamentos judiciales.
Esta limitación del poder ejecutivo por el recurso a la acción judicial
provocó constantes enfrentamientos entre ambas instituciones, a pesar de
que las disposiciones reales recomendaban una mayor inteligencia y armo-
nía. A pesar de ello las relaciones como cuerpo único fueron generalmente
tirantes y en el enfrentamiento los virreyes se llevaron, generalmente, la
peor parte. Y es que los recursos legales, muy bien usados por los oidores,
les proporcionaron una situación favorable, de manera que las apelaciones
de los asuntos de gobierno ante las Audiencias convertían a los virreyes en
gigantes con pies de barro.
En realidad, la autoridad y el prestigio de los virreyes dependieron más
que de las facultades y atribuciones que disfrutaban de la moderación, el
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Precedentes
Con poco lugar a duda, el resultado fue el lógico derivado de la función
judicial típica de la monarquía medieval, en la que el oficio de rey llevaba
aparejada la obligación de custodia de la equidad y de la ley. A partir de ahí,
los jueces que representaban esa autoridad real debían cumplir con la nece-
saria obligación vinculada al cargo, la de atender personalmente a quienes
les pedían su intervención, ya fuera mediante solicitud de mercedes o de
denuncias de agravios. La decisión judicial debía ser fallada conforme a
derecho. Este proceso se fue volviendo cada vez más complejo, razón que
hizo surgir la necesidad de especializar a los sujetos encargados de enten-
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Unas competencias que les permitían ser “los jefes reales del imperio
español”, en palabras de Phetam.
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La Hacienda indiana
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sistema de explotación minera. Fueron los reyes quienes pactaron las Capi-
tulaciones de descubrimiento y colonización, los que establecieron los im-
puestos y los que cedieron parte de sus derechos hacendísticos en forma de
mercedes. Asimismo, era la Corona la encargada de conceder los numero-
sos y variados derechos de cobro, como los de fundición por poner un caso,
de fijar el monto de los gastos y de nombrar los oficiales reales de hacienda
propietarios, representantes directos del rey en esta materia.
El Consejo de Indias poseía amplias facultades que le eran delegadas
por el rey. En materia de hacienda concretamente, sus funciones principa-
les eran velar por el desarrollo y fomento de la Real Hacienda y asegurar la
honestidad en la administración por parte de los oficiales reales. Además
podía nombrar oficiales y establecer impuestos, aunque en este caso siem-
pre previa aprobación del rey. La tarea fundamental del Consejo de Indias
era la fiscalización por:
· Inspecciones directas a las casas reales, es decir, realizar Visitas.
· Revisión de los libros de cuentas, bien en Indias o, más común-
mente, en el Consejo, mediante copias remitidas anualmente. El
hecho de que normalmente se realizasen en el Consejo a partir de
las copias que se recibían desde las colonias, dio lugar a una nueva
sección en el Consejo, la Contaduría Mayor, encargada de orde-
nar y revisar todas las cuentas.
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Organización territorial
Una vez establecido el sistema y a medida que se fueron nombrando
oficiales reales para los distintos lugares se crearon los Distritos, siendo los
oficiales reales los representantes jurisdiccionales de los mismos. Es decir,
sin oficiales no había distrito. Por otro lado, la expresión Caja utilizada en
sentido territorial, también fue muy habitual, razón por la que aparece fre-
cuentemente en la documentación generada y que hoy puede consultarse.
Lo cierto es que, geográficamente, la organización de la hacienda fue
lo suficientemente elástica como para amoldarse a la realidad de cada mo-
mento y lugar, estableciendo Cajas Reales allí donde las necesidades de la
Real Hacienda lo requerían. Por supuesto, tampoco dejaban de fundarse
cajas allá donde las fuentes de ingresos eran importantes, aún cuando para
eso se tuviera que variar una distribución distinta hecha previamente, supri-
miendo o trasladando cada oficina de administración hacendística. La ha-
cienda indiana, pues, disfrutó de la necesaria flexibilidad para su buen fun-
cionamiento, lo que se hace lógico teniendo en cuenta que era una de las
principales preocupaciones de la Corona en Indias. De esa forma, si una
caja sufría una disminución importante de los ingresos o desaparecían éstos,
lo que no justificaba su mantenimiento, la caja también desaparecía.
Para fundar una Caja Real en un lugar determinado, normalmente, se
esbozaron tres criterios básicos:
· Organización territorial general: Basándose en la organización po-
lítico-administrativa, se establecían cajas por Audiencias,
gobernaciones, etc.
· Económicos: Una actividad económica concreta que generara
fuertes ingresos en un lugar, como un puerto de mar, reales
mineros, etc.
· Distancia: Las enormes distancias existentes en los territorios co-
loniales exigía que cuando se hacía demasiado difícil la administra-
ción y recaudación de un territorio concreto, a pesar de no haber
una fuerte fuente de ingresos, se creara una Caja Real que podía
ser administrada por tenientes de oficiales reales.
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Tribunales de Cuentas
Muy pronto las Cajas Reales se multiplicaron por el territorio colonial, y
a pesar de que los oficiales reales debían remitir las cuentas completas de
sus Cajas al Consejo de Indias para su control, pronto se vio la necesidad de
que dichas cuentas se revisaran anualmente. En 1554 una Real Cédula
ordenaba ya la constitución de Tribunales de Cuentas en las distintas Au-
diencias, compuestos por el presidente de la misma Audiencia y dos oidores.
Comenzaron a funcionar regularmente en 1605 en México, Lima y Santa
Fe. Pasados unos años, en 1637, también se creó otro Tribunal de Cuentas
más en las Islas de Barlovento, con sede en la Habana. Aparte, allá donde
las Audiencias no tenían jurisdicción territorial pero existían Cajas, éstas
eran fiscalizadas por un Tribunal de Cuentas compuesto por el gobernador
de la región y dos regidores de la localidad.
Los contadores de dichos tribunales, a los que se sumaban escribanos,
despachaban sus decisiones sobre las cuentas mediante autos, siendo el
tribunal una auténtica Audiencia en materia fiscal. En realidad, según Mariluz
Urquijo, nunca llegaron a ser muy efectivos, debido a la escasez de tiempo
de los jueces que debían componerlos y, cuando le dedicaban ese tiempo, a
su carencia de conocimientos profundos sobre contabilidad, de manera que
cuando los oficiales les presentaban unos informes contables complejos para
ellos la revisión prácticamente se hacía de manera simbólica.
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Gobernadores
Las Gobernaciones fueron instituciones de gobierno de carácter geo-
gráfico creadas específicamente para las Indias. Resulta complicado en-
contrarle antecedentes castellanos, pero sí es cierto que estaban inspiradas
en los corregimientos creados por Enrique IV. De hecho, en parte, trataban
de imitar las características y competencias de ese oficio. Por otra parte,
Gerónimo Castillo de Bovadilla, tratadista del siglo XVII, comparaba a los
Gobernadores con los prefectos provinciales romanos, cuando eran éstos
los que regían una provincia en nombre del emperador.
El Gobernador poseía la máxima autoridad de gobierno en su distrito,
no en vano era nombrado por la Corona, siendo depositario de la potestad
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Tipos de gobernaciones
Una vez que comenzaron ese tipo de divisiones gubernativas los Gober-
nadores comenzaron también a poder clasificarse de diversas maneras. No-
sotros haremos una distinción entre ellos basándonos en varios criterios, como
la forma de obtención del título, la cantidad de competencias acumuladas, el
nivel de autonomía del que disfrutaban y sus funciones, por ejemplo.
De esta manera, según la forma de obtención del título puede distin-
guirse entre:
· Por capitulación: Tenían carácter vitalicio y frecuentemente se ex-
tendía el poder de ejercerlo a un heredero. Desde la de Montejo,
todas fueron acompañadas de una Instrucción. Este modelo se
concedió normalmente para ejercerse en territorios aún no ocupa-
dos. Totalmente independientes, sólo estaban obligados a consul-
tar sus decisiones a los Oficiales Reales y a los sacerdotes que,
posteriormente, informaban al rey. Además, la Hacienda Real se
encontraba en manos de los esos Oficiales Reales. En cuanto al
Derecho por el que debían regirse se seguía el cauce del Derecho
Común, con base en el Derecho Romano. Este tipo de Goberna-
ción, como es lógico, es específica de los primeros tiempos de
conquista. Algunos Gobernadores por capitulación fueron Colón,
Ojeda o Pinzón.
· Designados por el Rey: Eran funcionarios en toda la plenitud del
concepto. Se trataba de un cargo temporal con sueldo fijo. Este
sistema convivió con el régimen señorial, a pesar de ser opuesto a
éste. La designación por el rey fue la forma predominante de nom-
bramiento de autoridades en Indias, realizándose de esta forma
por obvias razones políticas. Y es que con este tipo de nombra-
mientos se pretendía conseguir un mayor control e intervención
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las que eran complementarias o específicas y que recibían cada uno de ellos
de manera individualizada o por el territorio al que iban a gobernar.
En cuanto a las primeras, las generales, se trataba de competencias
legislativas y ejecutivas. De esta forma, podían dictar ordenanzas o dar
instrucciones, pero esta facultad estaba condicionada, ya que cualquier dis-
posición que libraran debía siempre ser confirmada por el rey a través del
Consejo de Indias. Para ello, debían mandar una copia de dichas disposicio-
nes a Madrid, donde eran estudiadas antes de recibir su aprobación.
Con respecto a la facultad ejecutiva de los gobernadores, éstos ejer-
cían el poder en representación del rey, al que debían informar tanto de sus
actividades como de la situación en la que se encontraba la gobernación de
la que era responsable cada uno de ellos. Para todo ello, una de las obliga-
ciones que tenían era visitar su jurisdicción y, según las Ordenanzas del
Consejo, a realizar un informe anual que debía trasladar a las autoridades
superiores de Madrid. Este tipo de obligación se enmarcaba dentro de la
política de la Corona, asesorada por el Consejo de Indias, que abogaba por
un conocimiento lo más completo posible de las provincias americanas para
un mejor gobierno de las mismas.
Junto a las anteriormente mencionadas, los gobernadores también po-
seían la función de documentación. Es decir, la que les facultaba para
recordar a todas las autoridades menores a ellos, como cabildos y demás,
que debían dar a conocer sus actos y guardar y conservar la documentación
que iban generando. Aparte de todo ello, dentro de las funciones generales
ejecutivas también podían proveer oficios y cargos en la provincia.
En cuanto a las complementarias o específicas, los gobernadores po-
seían el poder de policía, con el fin de mantener la provincia en paz, garan-
tizar la tranquilidad y seguridad de los vasallos. Dicho poder les daba auto-
ridad también para obligar a mantener las buenas costumbres y perseguir
los pecados públicos y morales.
Por otro lado, debían asegurar el abasto de la provincia que goberna-
ban, controlando el comercio y los mercados, precios y almacenaje de pro-
ductos básicos, etc.
Incluían en sus atribuciones algunas específicas para el buen gobierno
de la República de Indios, siendo lo primordial procurar el avance de la
cristianización y la educación por medio de la creación de escuelas en cada
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pueblo de indios. Era ésta última una obligación que tenían los sacerdotes, y
que no siempre se cumplió. Pero siendo la anterior la principal preocupación
que debían tener los gobernadores con respecto a los indios, también debían
velar por la legalidad y pureza de las elecciones de los distintos cargos
políticos y judiciales que los indios tenían.
Asimismo, debían asegurar que no se explotara a los indígenas, el man-
tenimiento de sus tierras, el reparto de las realengas y, en otro orden de
cosas, que no circulara entre ellos el pulque. A la par que, como a los espa-
ñoles, se les debía organizar para garantizar la defensa del territorio frente
a amenazas externas, entendidas éstas como el ataque de potencias extra-
jeras, de piratas o de pueblos indígenas hostiles.
En definitiva, se trataba de procurar que llevaran lo que las Corona
castellana entendía por vida civilizada, en religión, que explotaran sus cam-
pos así como sus industrias para el rendimiento económico y evitar que se
les explotara o se les engañara.
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Antecedentes castellanos
Como se ha comentado más arriba, el oficio de Alcalde Mayor en la
administración castellana debía estar ostentado, siempre, por un juez supe-
rior, siendo éstos los que más semejanzas mantuvieron con los funcionarios
menores de Indias. En cualquier caso, se pueden distinguir tres tipos princi-
pales de alcaldes mayores de los que, a su vez, algunos tuvieron sus respec-
tivos paralelos en América.
· Alcalde Mayor Judicial: Era el más común en Castilla. Sus fun-
ciones consistían principalmente en el asesoramiento jurídico a un
gobernador, como funcionario subalterno. En América también
apareció este tipo de figura en los primeros tiempos, pero pronto
quedó desplazado por el Teniente Letrado Asesor.
· Alcalde Mayor Consistorial: En realidad, se trata de un subtipo
del anterior, presente ya desde la Edad Media en Castilla. Pero
éste fue el único que no tuvo su correspondencia en Indias.
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El cabildo secular
La acción española en Indias se basó, esencialmente, en la actuación de su
rica población urbana, repartida en núcleos de asentamiento situados estratégi-
camente en función de muchos factores. Esta acción colonizadora debe desta-
carse, debido a la clara diferenciación que supuso con respecto a otros modelos
europeos coetáneos y posteriores, como el portugués, el holandés o el inglés.
En función de ese sistema se tendió a generar un equilibrio de fuerzas
bajo un mismo sistema jurídico, de lógica raíz castellana. En todos estos
pueblos, villas y ciudades existieron unos estamentos jurídicos similares a
los de las poblaciones españolas, pero con claras diferencias. Algunas de
esas diferencias provenían, evidentemente, de la propia escasez de pobla-
ción de estricta cultura española en ellas, tratándose en la mayor parte de
los casos de ciudades mestizas. Por tanto, esas poblaciones se adaptaron a
sus propias realidades, que llegaban desde los obvios aspectos sociales y
culturales hasta los más crematísticos como el número y los tipos de im-
puestos o el disfrute de rentas y arbitrios municipales, por ejemplo.
De este modo, los diferentes cabildos indianos se convirtieron en reali-
dades institucionales municipales distintas, no sólo de sus homólogos penin-
sulares, sino también entre ellos.
Antecedentes
En las dos últimas centurias de la Edad Media, las ciudades castella-
nas experimentaron un gran auge, convirtiéndose en aglomeraciones ur-
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Evolución
En el momento del Descubrimiento, Cristóbal Colón poseía la facultad
de designar a cualquier miembro de la administración local que debiera asu-
mir funciones de gobierno y justicia en las poblaciones que él fundara, inclu-
yendo los alguaciles, regidores, jurados y corregidores.
Al especificarse en sus capitulaciones estos cargos, puede concluirse
que esa era la forma de municipio que debía conformarse en la etapa colom-
bina. A pesar de ello, no llegaron a establecerse con esos oficios debido a las
tensiones surgidas durante el proceso de asentamiento en el nuevo continen-
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te. Hubo pues que esperar hasta llegada de Ovando para ver un verdadero
sistema administrativo municipal en torno a ayuntamientos bien constituidos,
con los que Ovando compartió sus atribuciones y los dotó de ordenanzas.
No obstante, con la llegada de Diego Colón en 1508 se privó a los
cabildos de aquellas ordenanzas municipales de Ovando. El hermano del
descubridor asumió la responsabilidad de nombrar a los alcaldes ordinarios
y a los regidores bajo el principio de tolerancia. Así, por ejemplo, en los
mismos concejos se realizarían vistas de vecinos para la elección de alcal-
des mayores y regidores, aunque luego fueran dirigidos por el propio Diego
Colón. Es decir, se trataba de una función de carácter señorial.
La situación anterior duró hasta 1511, año en el que se altera la forma
de actuar debido a la Sentencia de Sevilla en la que se establecían princi-
palmente dos cosas: una que los Alcaldes y Alguaciles serían nombrados
por los concejos, y otra que el nombramiento y mantenimiento de los Corre-
gidores era potestad absoluta de los Reyes Católicos, en contraposición al
carácter perpetuo que habían adquirido. Así pues, se trataba de la consecu-
ción de una garantía de mayor autonomía para los municipios, así como una
forma de eliminar el carácter señorial ya señalado anteriormente. Además,
en ese momento comienza a plantearse la devolución de la jurisdicción de
justicia y la administración a los concejos.
En 1519 se otorgaron nuevas disposiciones sobre el régimen municipal,
contemplando ya el nombramiento de doce regidurías perpetuas para los mu-
nicipios del ámbito colombino. En tal decisión se vislumbraba ya el propósito
de la Corona de defender a las ciudades de las presiones señoriales y de los
gobernadores. Para ello, se dotó a los cabildos de instrumentos propios de
poder que les garantizaba autonomía municipal frente a la dependencia seño-
rial. Además, se permitió a los concejos que enviaran a un procurador a la
Corte para defender sus intereses. Con ello se privilegiaba, de cierta forma, la
vida urbana, como forma de asegurar el asentamiento de los municipios.
Tipos de cabildo
Esencialmente, el cabildo es la reunión de vecinos que se convoca ordi-
naria o extraordinariamente para tomar decisiones que afectan al conjunto
del municipio. En esas reuniones, en unos casos podían juntarse sólo aque-
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llos vecinos que habían sido elegidos o nombrados para tal efecto, con sus
poderes definidos, o todos si la convocatoria era abierta. Siguiendo esas
premisas, pueden distinguirse varios tipos de Cabildo:
· El Cabildo Abierto: En él podían participar todos los vecinos, siendo
una asamblea abierta. En casos determinados elegían, incluso, a
los capitulares, como en el caso de algunas fundaciones de ciuda-
des en tiempos de la conquista, por ejemplo. De manera general,
en la legislación indiana no se reguló su funcionamiento. Aun así,
fue una institución que funcionó con bastante regularidad y hasta
el final de la colonia donde jugó un papel muy importante en algu-
nos procesos de independencia de Hispanoamérica. Se distinguen
dos clases de Cabildo abierto:
- Juntas de Gente: asamblea de vecinos cuya finalidad era la
de conocer las disposiciones de las autoridades superiores o
como simple acto de comunicación. No fue muy frecuente.
- Cabildos abiertos minoritarios: sólo se convocaba a un nú-
mero determinado de vecinos notables que, por su posición,
podían orientar al cabildo. Fueron más frecuentes ya avanzada
la época colonial y fue empleado para dar forma legal a los
cambios políticos durante los procesos independentistas.
· El Cabildo Ordinario: se reunía de manera regular un día o dos a
la semana para tratar los asuntos cotidianos de la población. Una
de las reuniones ordinarias más importantes era la convocada para
el primer día de enero de cada año, momento en el que se elegían
a los nuevos regidores y alcaldes que tuvieran carácter electivo.
· El Cabildo Extraordinario: se convocaba para asuntos especia-
les de urgente necesidad y en fecha diferente a los ordinarios.
Todos los miembros debían ser previamente avisados y las reunio-
nes se celebraban en las casas del cabildo. Los temas, según su
importancia, podían ser secretos o públicos.
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Corona. Y puede aseverarse con poco temor a equívoco que de todas cuan-
tas instituciones tradicionales castellanas se trasladaron al Nuevo Mundo,
ésta fue la que mayor impronta dejó en aquellas tierras, aparte de ser la
única que sobrevivió, prácticamente, durante el período republicano poste-
rior en muchos países.
Sus competencias principales eran las siguientes:
· Orden local: Formación de Policía, Santa Hermandad, cuadrillas, etc.
· Justicia local: nombramiento de Alcaldes ordinarios, como jueces
de primera instancia.
· Comercio local: Vigilancia y reglamentación del comercio, en es-
pecial en lo referente a tasas y control de las medidas y los pesos.
· Sanidad municipal: Hospitales, casas de pobres, hospicios, higiene, etc.
· Fiscalidad local: Hacienda y política crediticia local.
· Infraestructura y obras públicas: Construcción de puentes, cami-
nos, calles, etc.
· Moralidad pública: se encargaban de la represión de vicios (jue-
gos, alcohol, adulterios).
· Celebración de fiestas y ceremonias, tanto religiosas como no re-
ligiosas.
· Reparto de tierras y solares
· Redacción de ordenanzas municipales
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Pesquisas y Visitas
Desde la Edad Media, ya existía una inquietud por parte de la Corona
con respecto al derecho de inspección sobre los funcionarios. Por esa razón
los Reyes Católicos diseñaron una estrategia de creación de instituciones
jurídicas que ayudaran a esa labor. En tal sentido, aunque diferentes en
cuanto a objetivos concretos, procedimientos y con fisonomías propias e
inconfundibles, el fin último de todas era asegurar una administración leal,
justa y eficaz. Para ello, entre las competencias atribuidas a esas nuevas
instituciones de control se les otorgó la tarea fiscalizadora, que incluía la de
realizar Pesquisas y Visitas.
Las pesquisas, en un sentido estricto, consistían en el envío de un juez
pesquisidor, o juez de comisión, para investigar y presentar informes sobre
un único y determinado asunto. Generalmente, el nombramiento y envío
de un juez de este tipo respondía a la necesidad de solucionar una irregu-
laridad escandalosa cometida por autoridades, normalmente corregidores
u otros funcionarios locales, como graves alteraciones del orden público o
cualquier delito grave.
No obstante, los poderes del pesquisidor estaban realmente muy limita-
dos, puesto que su labor era parecida a la que realiza un juez instructor en
nuestro ordenamiento actual. Es decir, básicamente se circunscribía a incoar
un informe sobre los hechos y remitir lo actuado a la Audiencia, que es la
encargada de fallar el proceso. Esta fórmula judicial fue implantada en las
Indias por primera vez con el nombramiento de Francisco de Bobadilla como
juez pesquisidor del gobierno de Cristóbal Colón el 25 de mayo de 1499.
La Visita se ordenaba normalmente con ocasión de una denuncia de
abusos o, en ocasiones, estaba incluida en las obligaciones del nombramien-
to de un cargo de gobierno y justicia. Se trataba de un procedimiento de
inspección secreta a cargo de un visitador, que disfrutaba de plena libertad
de actuación, sin plazo fijo en su ejecución, y dirigido a averiguar el funcio-
namiento y la problemática de una institución o lugar, con el fin de dirimir
responsabilidades derivadas del cumplimiento u omisión de las autoridades
y funcionarios responsables del objeto de la visita.
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El juicio de Residencia
Con procedente en el Derecho Romano, ya en Las Partidas aparecía
bien definido. Los jueces, al término de su mandato debían permanecer
cincuenta días en el lugar donde ejercieron su labor, es decir, seguir resi-
diendo. De ahí el nombre. La idea era para “hacer derecho a todos aqué-
llos que de ellos hubiesen recibido tuerto”.
Evolución
El Ordenamiento de Alcalá de 1348 repetía textualmente la ley de
Las Partidas y los Reyes Católicos comprendieron que el Juicio de Resi-
dencia se ajustaba perfectamente a sus necesidades y a la estructura de
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ESTUDIO DE LAS INSTITUCIONES INDIANAS
poder que estaban creando. Sin embargo, con el transcurrir de los años se
fue generando la necesidad de ir adecuando el proceso, debido a la cam-
biante realidad. Así, en las Cortes de Toledo de 1480 se introdujeron modi-
ficaciones, culminando con un texto que vio la luz el 9 de junio de 1500,
cuando en Sevilla se dictaron los célebres Capítulos de Corregidores y
Jueces de Residencia. En ellos se sistematiza y organiza el Juicio de Resi-
dencia de una forma no hecha hasta entonces.
Esos Capítulos otorgaban a la institución la estructura fundamental que
conservaría durante más de tres siglos. Aquí aparecen ya definidas las dos
partes principales en las que se dividía el juicio, es decir, una primera parte
secreta, con un procedimiento seguido de oficio, y otra, pública, destinada a
sustanciar las quejas presentadas por particulares.
Se tomaban en consideración los actos cumplidos por el funcionario
público al terminar el desempeño de su cargo. Siendo, por tanto, el epílogo
obligado a la gestión de todo cargo público, con validez tan universal que a
este juicio debían quedar sometidos al concluir sus mandatos todos los fun-
cionarios, desde el virrey hasta el último alcalde de un municipio. Debe
mencionarse a este respecto que en Indias la Residencia no era considera-
da lesiva al prestigio de ninguna autoridad, toda vez que se decretaba siem-
pre de modo automático y no indicaba sospecha ni recelo alguno hacia el
funcionario que debía recibía. Según Haring la primera vez que se empleó
en Indias el juicio de residencia fue en 1501, cuando a Nicolás de Ovando
se le encargó que residenciara a Francisco de Bobadilla.
Así pues, y para clarificar de la manera más didáctica posible, conclui-
remos diciendo que Visita y Residencia eran dos instituciones perfecta-
mente diferenciadas, definidas y de aplicación concreta y ajustada a unas
circunstancias concretas.
VISITA RESIDENCIA
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· 1808: Se produce una gran pérdida del poder del Consejo por parte
de José Bonaparte que decide que los asuntos de Indias se resuel-
van en una Junta Suprema gubernativa de América.
· 1809: Supresión de la constitución por Bonaparte.
· 1810: En Cádiz se restablece el Consejo por la Junta Suprema
· 1812: Se crea el Ministerio de Ultramar.
· 1814: Fernando VII regresa y restablece el Consejo como en 1808,
antes de la invasión de Napoleón.
· 1820: Restablecida la constitución desaparece el Consejo.
· 1823: Nuevo restablecimiento.
· 1824: Real Decreto que lo suprime definitivamente. Se constituye
un Tribunal Supremo de España en Indias con tres salas, una de
ellas dedicada a las Indias.
· 1854: Se suprime esta sala. Asuntos americanos pasan al Tribunal
Supremo y al Ministerio de Ultramar.
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que existía ya antes de los Borbones. Con estas prácticas nada pasaba por
consejos ni ministros, no siendo conocido por nadie lo que ocurría.
Pero, con la caída de Giulio Alberoni, los Secretarios de Estado co-
menzaron a tomar importancia y a controlar la tarea administrativa, razón
por la que la vía reservada acabó usándose para salvar las secretarías en
detrimento de los consejos y de los ministros. En este sentido, debe expli-
carse que hubo dos tipos de vías reservadas. La primera de ellas era la
utilizada por el propio rey en detrimento de los secretarios, y la segunda la
de los secretarios en detrimento de los consejos. Esta última fue la que se
generalizó durante el siglo XVIII.
En efecto, durante el reinado de Felipe V se produjo una gran transfor-
mación, ya que éste no creó las secretarías de despacho, sino que lo que
llevó a cabo fue la multiplicación de la Universal. Los Decretos de Nueva
Planta, por su parte, junto al traslado de asuntos al Consejo de Estado,
llevaron a la práctica desaparición de los consejos territoriales y otras insti-
tuciones de máxima importancia durante el período de la dinastía Habsburgo.
En 1721 existían ya cinco Secretarías: una de Estado, dos de Justicia y
Gracia, una de Marina y la de Guerra y Hacienda. El origen de todas ellas
debe buscarse en las instrucciones que el rey dio al Duque de Grammont
para diluir la influencia de los Consejos, desplazando al Marqués de Rivas
por el Marqués de la Mejorada y añadiendo al Marqués de Grimaldo.
Éstos asumieron todas las responsabilidades y materias de las secretarías
hasta 1713, año en que acabó la Guerra de Sucesión.
Se elaboró así un nuevo reglamento, por medio del cual Felipe V
creaba cuatro secretarías: Estado, Gracia y Justicia, Marina e Indias y
Guerra, aparte de una Superintendencia de Hacienda, Marina e In-
dias. Aunque, en realidad, esta nueva organización institucional sólo duró
cinco meses. Como ya sabemos, en 1717 se ordenó al Consejo de Indias
que abandonara las competencias ya indicadas más arriba que irían ahora
por vía reservada.
De esa forma, el rey se encontraba ahora al frente del gobierno ameri-
cano a través de sus secretarios, no del Consejo de Indias. La nueva refor-
ma establecía cometidos concretos a la vía reservada, que debían ser ejecu-
tados por los Secretarios. Así, con Alberoni su papel se limitó notablemen-
te, no volviendo a cobrar importancia hasta que éste desaparece en 1719.
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Las Intendencias
Entrados en el siglo XVIII comenzaron a aparecer críticas acerca de lo
poco que producían las Indias a pesar de ser un continente tan enorme y
con tantos recursos y, sobre todo, en comparación con el rendimiento que
otras potencias le estaban sacando a territorios mucho más limitados como
las Antillas Menores, por ejemplo. De esta forma, durante el reinado de
Fernando VI quedó clara la necesidad de aplicar una nueva política en ul-
tramar, que debía sustentarse en reformas en la administración indiana y un
cambio estructural en la organización comercial. Gran parte de los cambios
propuestos se recogieron en la obra atribuida a Campillo “Nuevo sistema
de gobierno para Indias”.
Campillo declaró la necesidad de mirar hacia América, teniendo
en cuenta dos asuntos de capital importancia: que se trataba de una
importantísima fuente de productos y riquezas y que, lógicamente, al
igual que se estaba haciendo en la península, la monarquía debía apli-
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Intendentes
Los funcionarios que más destacaron durante el período de reformas
borbónicas fueron en su mayoría personas muy bien formadas de proce-
dencia burguesa. Se trataba de situar a intermediarios entre las altas autori-
dades tradicionales indianas para intensificar la presencia directa de la bu-
rocracia real. En aquella época se llamaron Ministros, unos cargos que
disfrutaban de una duración indeterminada, aunque no vitalicia, y cuyo sis-
tema de premio y ascenso se basaba, principalmente, en la importancia del
destino al que se les encomendase.
Eran nombrados para desempeñar las nuevas funciones que se reco-
gían en las Ordenanzas, representando en todo momento a la administra-
ción central y ejerciendo responsabilidades de dirección, sin perjuicio de la
obligación de mantenerse dentro de las normas disciplinarias. Dependían
directamente del rey, a quien debían comunicar todo y, sólo en caso de
guerra, debían subordinarse al Comandante General de la Provincia.
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APÉNDICE
CARTOGRÁFICO
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BIBLIOGRAFÍA
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ÍNDICE
GENERAL
PRIMERA PARTE
LA TRADICIÓN JURÍDICA DE AMBOS CONTINENTES EN
EL MOMENTO DEL ENCUENTRO
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SEGUNDA PARTE
LEGISLACIÓN E INSTITUCIONES INDIANAS. DESDE LA
CONQUISTA HASTA LOS BORBONES
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Se terminó de imprimir,
en Editorial Contexto, Yrigoyen 399
Resistencia, Chaco, Argentina
en el mes de febrero de 2016
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