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El debate sobre las relaciones intergubernamentales

como agenda prioritaria e inconclusa del


federalismo argentino.

Autores:
Dr. Marcelo Bernal (Universidad Nacional de Córdoba – Universidad Siglo 21)
Ab. Romina Verri (Universidad Nacional de Córdoba – Universidad Siglo 21).
I. El federalismo como sistema. Crisis, actualidad y vigencia.

El federalismo y el presidencialismo son dos creaciones originales del proceso constituyente


de los Estados Unidos de América. Frente al fracaso del modelo confederativo originado en
los denominados Artículos de la Confederación, y a la necesidad de generar un gobierno
general con mayores potestades y atribuciones para enfrentar los desafíos de la unidad
territorial y política y cerrar la amenaza externa, surgen del texto de la Constitución de
Filadelfia de 1787 estas dos instituciones que luego se reproducirían de manera mimética en
buena parte de las constituciones latinoamericanas y del planeta.

Debe decirse de la experiencia norteamericana, en donde un diseño de Ejecutivos fuertes ha


convivido con una distribución vertical y horizontal del poder también poderosa, son
elementos que han brindado estabilidad y equilibrio a la democracia más antigua del planeta.

En EEUU, los presidentes tienen como límites condicionantes del ejercicio de sus potestades
a una Corte Suprema que históricamente ha defendido su independencia de criterio frente al
poder político; un Congreso Federal con una Cámara de Senadores que, por un lado, ha
salvaguardado eficazmente los intereses de los Estados miembros, y por el otro, ha
intervenido decididamente en los lineamientos de la política exterior, de seguridad y de
defensa de los sucesivos Presidentes; un sistema político bipartidista con notable estabilidad
y en donde las expectativas de los dirigentes políticos se legitiman en la territorialidad; un
pacto fiscal federal razonable y equilibrado en donde los diferentes Estados conservan para
sí los aranceles derivados de la exportación de sus productos y con ello los incentivos para
una mayor productividad; una burocracia estatal altamente profesional y especializada en los
diferentes niveles de gobierno; y, finalmente, una prensa independiente de todo control
político que investiga e interpela al poder de manera permanente.

Todos estos elementos han funcionado como prerrequisitos para que la dinámica de
interacciones entre presidentes y gobiernos subnacionales guarde equilibrios estables y
permanentes en el tiempo. La convivencia entre un modelo presidencialista ajustado al
ingenioso sistema de frenos y contrapesos diseñado, y un modelo de organización estadual
federal, ha sido exitosa tanto en términos de calidad institucional como en un desarrollo
razonablemente homogéneo del territorio.
La experiencia latinoamericana, en cambio, transitaría otros senderos en el proceso de
configuración del Estado y de las primeras constituciones nacionales. Se suele afirmar en
nuestros diálogos académicos que el constitucionalismo latinoamericano en una continuidad
de los tres senderos establecidos por las revoluciones inglesa, francesa y norteamericana.
Otras miradas sostienen que nuestras primeras constituciones nacen “espejadas” en la
norteamericana, o reproducen de manera mimética instituciones pensadas para otros
contextos y otras culturas políticas.

El presidencialismo fue adoptado y profundizado en la mayoría de los textos del denominado


constitucionalismo latinoamericano, generando figuras presidenciales fuertes y un diseño de
división de poderes carentes del equilibrio que sabiamente el pensamiento político
norteamericano aportó a través de la famosa teoría de los frenos y contrapesos.

En términos de federalismo, los países con mayor territorio avanzaron hacia esta modalidad
de organización estatal: Argentina, Brasil, Venezuela y México; mientras que el resto optó
por un modelo centralizado, inspirado en la experiencia Europea y en el pensamiento de los
intelectuales de la época.

La experiencia latinoamericana de presidencialismo exagerado y gobiernos subnacionales


carentes de autonomía, o privados de ella por incumplimientos constitucionales, no llevaron
a buen puerto en términos de continuidad democrática, calidad institucional, partidos sólidos
y sistemas políticos estables, desarrollo económico, cohesión social, continuidad de políticas
públicas, o indicadores similares. Se podría afirmar, más bien, que la historia latinoamericana
debe mucho de sus rupturas y discontinuidades democráticas a aquellas constituciones
originarias, que difícilmente pudieron ser reformadas hacia una atenuación del poder de la
figura presidencial.

Por ello, no es casual que los federalismos existentes hayan sido un pálido reflejo del modelo
original en términos de descentralización del poder, diálogos políticos multinivel y relaciones
fiscales interjurisdiccionales. El fracaso de ellos se plasma en la centralización del Estado,
contradicción fundamental de cualquier federalismo, y en una irracional organización del
territorio y de la distribución poblacional, siendo las megaciudades existentes en dichos
países (Buenos Aires, Caracas, México, San Pablo y Río de Janeiro) la derrota de toda
experiencia planificadora.
Bien podría afirmarse entonces que la experiencia federal latinoamericana en su primer siglo
de vida obtiene, de manera figurada, una mala calificación. En realidad, el federalismo
contaba con muy mala prensa en las postrimerías de la segunda guerra mundial, y solamente
un puñado de países lo seguían sosteniendo como modelo organizativo.

¿Qué ha sucedido entonces para que en la actualidad discutamos de manera habitual sobre
federalismo, y para que las principales universidades y centros de estudios del planeta
coloquen al tema en un lugar prioritario de sus agendas de investigación, y se revisiten los
autores y abordajes clásicos?

Seguramente la explicación subyace en que el gran proceso de reconfiguración funcional del


territorio a escala global vivido en las últimas cinco décadas ha demostrado que el
federalismo ha sido dúctil y eficaz para lidiar con las grandes fuerzas transformadoras del
Estado que han caracterizado el cambio de siglo: por un lado, la integración regional y la
formación de bloques de países; y por el otro, los fuertes procesos de descentralización
llevados a cabo tanto en países centralizados como federales.

Un tercer aspecto significativo del federalismo, y que lo vuelve actual y moderno, es que el
mismo ha sabido lidiar satisfactoriamente con los nacionalismos emergentes en los procesos
de recuperación democrática y de descolonización sucedidos en el último medio siglo, y que
quedaban atrapados en un solo Estado, como los clásicos ejemplos español, canadiense o
belga, entre otros.

El modelo federal ha permitido concebir fórmulas constitucionales más flexibles que


reconozcan dichos fenómenos, como así también la posibilidad de establecer estatutos
jurídicos diferenciados para las diferentes minorías subnacionales existentes en muchos
países (étnicas, lingüísticas, religiosas, etc).

En síntesis, el federalismo ha sido exitoso a la hora de enfrentar las fuerzas centrífugas y


centrípetas que tensionan al Estado Nación, y a la vez, ha tenido interesantes resultados
lidiando con la diferencia, la diversidad y la problemática de las minorías. Obvio resulta
señalar que los actuales federalismos han transitado procesos evolutivos de actualización y
de rediseño que los convierten en herramientas institucionales satisfactorias para estos
tiempos de cambios.
II. El federalismo argentino. Razones históricas y actuales de su crisis.

El análisis de le experiencia federal argentina exige, de manera necesaria, un doble recorte


temporal. Por un lado, el estudio de las dificultades generadas en el diseño constitucional
originario; y por el otro, un abordaje del fenómeno desde la recuperación democrática del
año 1983 hasta el presente.

Es sabido que nuestras elites fundacionales tuvieron una fuerte desconfianza hacia el
federalismo. El mismo no nace como una primera opción, sino como una necesidad política
de cerrar un ciclo de violencia y de fragmentación territorial que conspiraban contra la unidad
estatal.

Actuales estudios sobre la obra y el pensamiento de Alberdi señalan su proclividad hacia una
solución centralizada para el gobierno del país, lo que queda plasmado en una ingeniería
constitucional en donde conviven un tenue federalismo y una sobrecargada lista de
atribuciones asignadas a la figura presidencial y al gobierno nacional, atenuadas ligeramente
con la reforma constitucional del año 1860. En el año 1866 se produce un punto de ruptura,
en el contexto de la denominada guerra de la Triple Alianza, en donde las provincias pierden
para sí los derechos de gravar las exportaciones generadas en su territorio. Allí se genera un
primer quiebre en el pacto fiscal federal, el que se ha sostenido a través del tiempo.

Con la unificación territorial y la constitución en la ciudad de Buenos Aires del conjunto de


las autoridades nacionales, se empieza a generar un fuerte proceso de acumulación fáctica y
simbólica del poder en la Capital y en la denominada región de la Pampa Húmeda, corazón
productivo del país de aquel tiempo. A ello le sigue una absurda concentración de la
población en las grandes ciudades del país, particularmente en el denominado Conurbano de
Buenos Aires, la ínfima porción del territorio en donde reside más de un tercio de la población
del país.

Otros factores políticos como el uso abusivo del instituto de la intervención federal a las
provincias por parte de gobiernos nacionales, o ya en el siglo XX, los golpes de Estado que
conspiraron contra la autoridad constitucional; limitaron la consolidación y vigencia del
modelo federal y ayudaron a profundizar la concentración del poder. Podemos agregar a
dicho listado la ausencia de partidos nacionales con una genuina agenda federal, la
desvirtuación del rol del Senado como cámara federal, etc.

El agregado de los factores arriba mencionados ha hecho que el federalismo argentino fuera
poco menos que un proyecto trunco, por lo menos hasta la recuperación democrática de 1983.
Por aquel entonces era muy difícil reconocer en los hechos la preexistencia de un país y un
Estado federal.

Desde el año 1983 a la fecha, existen dos dimensiones analíticas prioritarias a las que vamos
a dedicarle un principal interés. Ellas son la dimensión fiscal y la política, los dos elementos
centrales a la hora de abordar todo federalismo.

En lo fiscal, venimos arrastrando de larga data la vigencia de una ley convenio de


coparticipación federal que está vigente desde las postrimerías del gobierno del Dr. Raúl
Alfonsín, y que ha sido remendada una enorme cantidad de veces.

En el medio, tenemos como un mojón ineludible la reforma constitucional de 1994, la que


debiera haber posibilitado el nacimiento y consolidación de un nuevo federalismo. Dicha
reforma emplazaba al Congreso de la Nación a sancionar hasta finales del año 1996 una
nueva Ley Convenio de Coparticipación. Como ello no sucedió, hemos venido encontrando
soluciones transitorias modificando a la vieja ley 23.548, o a través de la firma de los
denominados acuerdos fiscales federales, instrumentos intergubernamentales suscriptos por
la Nación y las provincias que han generado una nueva categoría jurídica reconocida por
nuestros tribunales bajo el nombre de derecho intrafederal. Estos entramados de acuerdos
vienen a remediar de manera transitoria la ausencia de un pacto constitucional que aún no
termina de nacer, después de dos décadas de espera.

Una explicación plausible de dicha mora inadmisible en legislar por parte del Congreso es la
que sostiene que la cláusula prevista en el Art. 75 Inc. 2 de la Constitución es de (cuasi)
imposible cumplimiento, dado que exige para la sanción de dicha norma la aprobación de la
misma con una mayoría agravada por ambas cámaras, y también la adhesión unánime a la
misma de las veintitrés Legislaturas Provinciales y la de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
La sanción de una norma en donde algunos ganan y otros pierden, unos se fortalecen y otros
resignan una posición privilegiada, forman parte de una cultura política cooperativa y abierta
al diálogo que hoy nos es ajena, y nos exige cierta cautela a la hora de abordar posibles cauces
de solución para este intrincado problema.

La reforma constitucional del año 1994 también ha servido para institucionalizar un acuerdo
fiscal federal ruinoso para las provincias. En la misma se consolida la pertenencia al gobierno
federal del conjunto de los aranceles a la exportación e importación de bienes y de servicios.
También, en la clásica división entre impuestos internos directos e indirectos, unos se
coparticipan mientras que los otros -pertenecientes a las provincias- se desvirtúan en razón
de situaciones excepcionales que se vuelven habituales y permanentes, y por ello también se
coparticipan.

A ello se le agregan las asignaciones específicas como creación de dicha reforma cuya
expresión máxima, pero no única, ha sido la detracción del quince por ciento de la masa
coparticipable destinada a financiar el sistema previsional; u otras menores en cuantía como
los Aportes del Tesoro Nacional que distribuye el Ministerio de Interior o el Fondo de
Reparación Histórica del Conurbano de Buenos Aires, entre los más significativos. Si bien
esta asignación específica al ANSES está siendo gradualmente devuelta a las provincias a
partir de los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación de 2015 (los casos de
Córdoba, Santa Fe y San Luis), el impacto de esta medida en el sistema de reparto de recursos
ha sido gravitante en el balance de poder entre los socios del federalismo argentino.

Terminamos añadiendo que durante más de una década los cálculos presupuestarios se
formularon subestimando la inflación y los recursos impositivos generados, para que el
enorme excedente pudiera ser redistribuido al margen de lo previsto por la ley anual de
presupuesto, en base a las facultades legislativas delegadas que anualmente sancionaba el
Congreso y habilitan al Jefe de Gabinete a su disposición, hasta hace tres años.

Todos estos factores acumulados, han terminado por debilitar las competencias provinciales
-e incluso municipales- y por desdibujar el diseño de un federalismo mucho más prometedor
desde el texto constitucional que desde la realidad cotidiana.
Si hay algo que caracteriza a todo federalismo es la necesidad de un cierto equilibrio entre
quien recauda, quien lleva adelante determinadas competencias y quien ejecuta
efectivamente el gasto. Se trata del principio financiero de correspondencia fiscal. Por
supuesto que una correspondencia absoluta en materia fiscal no es posible, y ni siquiera
deseable. Pero cierto equilibrio entre competencias, recursos y gasto es deseable en todo
federalismo para evitar la dependencia política y un manejo discrecional de los fondos
recaudados.

Al respecto, podemos tomar como referencia las cifras del Ministerio de Economía de la
Nación del año 2015. Mientras que el gobierno nacional recauda el 82% de los ingresos, las
provincias lo hacen en un 16% y los municipios en un exiguo 2%. Por el lado del gasto, la
Nación ejecuta el 54%, las provincias el 44% y los gobiernos locales el 2%.

Dichas descompensaciones son exageradamente pronunciadas y la brecha entre ingresos y


gastos por niveles ha exigido fuertes políticas de compensación, la mayoría atadas a criterios
discrecionales. Este comportamiento fiscal se sostuvo hasta el cambio de gobierno en el año
2015. Desde esa fecha, un gobierno sin mayoría legislativa en ninguna de las Cámaras del
Congreso de la Nación ha tenido que negociar y consensuar las políticas presupuestarias,
tributarias y de financiamiento externo con los diferentes bloques legislativos, pero
principalmente, la matriz negociadora de cada uno de los costosos acuerdos se ha definido
en negociaciones con los gobernadores de provincias.

Agregando a este sombrío cuadro de situación un breve análisis de la dimensión política de


nuestro federalismo, podemos allí identificar nuevamente fuertes distorsiones. Una de ellas
es la sobre representación política de las provincias más pequeñas.

En la arquitectura constitucional argentina, la representación en el Senado de las provincias


y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es igualitaria: 3 senadores por cada distrito. Esta
fórmula es una de las más radicales en este sentido, ya que la inmensa mayoría de los Estados
federales suelen adoptar esquemas de representación proporcional en la Cámara Alta. Ahora
bien, es en la Cámara de Diputados donde la sobre representación de las provincias más
pequeñas es aún más marcada. Si bien el mandato constitucional determina que cada
provincia tendrá una cantidad de representantes proporcional a su población, existen a la
fecha disposiciones normativas heredadas del gobierno de facto del Presidente Bignone
(1983) que determinan un piso de 5 (cinco) diputados por circunscripción.

En consecuencia, el sistema federal de Argentina sobre representa a los territorios sub


poblados en mayor medida que la mayoría de los sistemas federales del mundo. En 1995, las
19 provincias menos pobladas del país contenían al 30% de la población nacional. Sin
embargo, estas provincias controlan casi el ochenta por ciento del total de las bancas del
Senado. Esta sobrerrepresentación también se extiende a la cámara baja del Congreso, la
Cámara de Diputados, donde dichas provincias eligen más del cincuenta por ciento de los
representantes.

Si bien todo federalismo es un sistema que compensa las asimetrías de poder regional dando
a los socios con poco poder económico y baja densidad geográfica mayor peso en el gobierno
nacional, en el caso argentino, este factor es fuertemente distorsivo del conjunto del sistema
político, de la distribución de recursos y del diseño de políticas públicas.

Señalan Gibson y Calvo que todos los gobiernos, ya sean unitarios o federales, utilizan el
gasto público para comprar, en mayor o menor medida, a sus votantes. Lo que queda
demostrado para el caso Argentino es cómo el diseño federal vigente potencia el impacto de
ese gasto público. Los presidentes garantizan la gobernabilidad y la viabilidad de sus
proyectos de reformas en base a coaliciones estables sustentadas en la capacidad electoral de
la provincia de Buenos Aires, junto con el apoyo en el Congreso de los distritos más
pequeños, pobres y sobrerrepresentados. 1

Cuando la inversión económica requerida por cada unidad de apoyo político de un territorio
sobre representado es mucho menor que la inversión requerida en un territorio

1
Una interesante descripción acerca del fenómeno de estas provincias pequeñas, fuertemente dependientes del
gobierno nacional, y sobre-representadas en el Congreso Nacional puede encontrarse en los trabajos: ABAL
MEDINA, Juan Manuel y Julio CALVO. (2001) El federalismo electoral. Sobrerrepresentación, reforma
política y gobierno dividido en la Argentina. Ed. Eudeba. Buenos Aires, Argentina.; NOVARO, Marcos (2001),
Presidentes, equilibrios institucionales y coaliciones de gobierno en Argentina (1989-2000). LANZARO;
Jorge. (ed.), Tipos de presidencialismo y coaliciones políticas en América Latina. Clacso, Buenos Aires, y
BOTANA, Natalio - et al-. (1985) La Argentina electoral. Ed. Sudamericana, Buenos Aires.
subrepresentado, la dinámica de selección entre bases electorales “de alto mantenimiento” y
“de bajo mantenimiento” se vuelve crucial en la elaboración de políticas públicas. 2

A cambio de este apoyo a las políticas nacionales por parte de los gobernadores de los
distritos más pequeños, muchos de ellos pudieron evitar o morigerar el fuerte proceso de
reformas y de modernización del Estado llevado adelante en la administración federal y en
las provincias más grandes, que incluyeron un ajuste del sector estatal y un manejo
crecientemente equilibrado de las cuentas públicas. Este tipo de coaliciones -relativamente
estables- han quitado incentivos a las partes para proponer y llevar adelante nuevos arreglos
institucionales ajustados a la reforma constitucional del año 1994. 3

En el país también conviven realidades provinciales heterogéneas en cuanto a la calidad


institucional y a las reglas de juego políticas y electorales vigentes. La división y el equilibrio
entre poderes, la independencia del poder judicial, la libertad de prensa y de acceso a la
información pública, el manejo de los procesos electorales por parte de los oficialismos, etc,
son parte de una agenda pendiente en muchas provincias argentinas. La reelección indefinida
de gobernadores e intendentes, factores como el clientelismo, la captura del Estado y el uso
electoral del empleo público, o la vigencia de sistemas electorales tramposos (ley de lemas,
listas colectoras, etc) son todos fenómenos del pasado que gradualmente hay que erradicar
de la vida política de nuestras provincias y municipios.

Presidentes fuertes, gobernadores débiles, distritos con fuertes asimetrías, reformas parciales
y selectivas a las administraciones provinciales, procesos de descentralización truncos, reglas
de juego inestables y crecientemente discrecionales, parecen ser, en definitiva, las
características que mejor describen el juego de intereses de los principales actores
territoriales de nuestro federalismo.

2
GIBSON, Edward y CALVO, Ernesto. Federalismo y sobrerrepresentación: la dimensión territorial de la
reforma económica en la Argentina. En CALVO, Ernesto y ABAL MEDINA, Juan Manuel. El federalismo
electoral argentino. INAP – EUDEBA. Buenos Aires (2001). Pp. 179-204.
3
BERNAL, Marcelo. Que veinte años no es nada…Un balance del federalismo argentino a dos décadas de la
reforma constitucional de 1994. Revista Brumario N° 10. Secretaría de Investigación de la Universidad Siglo
21 (2015).
III. Las relaciones intergubernamentales como tema prioritario en la agenda del
federalismo que viene.

Del capítulo federal de la reforma constitucional del año 1994 surgen dos ideas muy
poderosas y que deben ser identificadas y puestas en valor.

Por un lado, la emergencia del diseño de un gobierno multinivel moderno y complejo,


adaptado a los desafíos del presente y del futuro. Desde aquel momento contamos con cuatro
niveles de gobierno autónomos, junto con la posibilidad de las provincias de crear regiones,
de llevar adelante proyectos transfronterizos y de participar en la agenda de la cooperación
internacional descentralizada, como así también la atribución que el Art. 74 Inc. 24 propone
en materia de integración regional supraestatal.

La otra idea fuerza emanada de la reforma es la consolidación de un federalismo cooperativo.


La Constitución nos empuja a la aprobación de la ley convenio de coparticipación; le impone
una agenda legislativa de naturaleza federal al Congreso destinada a paliar las asimetrías y a
promover un desarrollo armónico e integral del territorio; determina que todo proceso de
descentralización de competencias debe surgir del acuerdo entre las partes intervinientes;
plantea una gestión compartida de los recursos naturales; etc.

Un observador extraño de la realidad argentina podría perfectamente leer nuestro texto


constitucional y pensar que el federalismo argentino se corresponde con las actuales
tendencias y debiera garantizar el cumplimiento de las premisas básicas de autonomía de las
partes, cooperación, solidaridad interterritorial, subsidiaridad y compensación de las posibles
asimetrías.

¿Qué ha sucedido entonces para que el capítulo federal sea hoy una promesa incumplida?
¿Por qué existe una relación de tensión tan grande entre el texto de la norma y la realidad?

Quizás podamos apelar a una metáfora para intentar explicar este fenómeno. En el edificio
constitucional de nuestro federalismo podríamos distinguir, como en la construcción de todo
un edificio, la existencia de una arquitectura dura y una blanda.

La arquitectura dura está dada por los cimientos, la estructura, las paredes y aberturas, el
techo, etc. Dicha arquitectura en nuestro país está garantizada por la reforma constitucional,
por las propias constituciones provinciales y el régimen de las autonomías municipales, y
demás dispositivos normativos que existen en la actualidad.

La arquitectura blanda, en cambio, es aquella que en un edificio proveen las conexiones de


electricidad, las tuberías del gas, las cañerías del agua, el tendido de fibra óptica, etc. En
términos federales dicha infraestructura esencial se denomina relaciones
intergubernamentales. Son las normas las instituciones y los procedimientos que dan vida al
federalismo, que exigen y, a su vez, consolidan una burocracia profesional altamente
especializada.

Quizás en este aspecto es donde el federalismo argentino tenga mayores deudas pendientes
de cumplir. Es necesario trabajar mucho en estos vínculos interjurisdiccionales que
caracterizan a todo federalismo moderno y que dan cauce a los intereses y miradas de todos
los actores territoriales, y que en nuestro país no existen, o bien son precarios, asimétricos e
intermitentes. En Argentina, y salvo escasas excepciones, está todo por hacerse en la materia.

Cuando no existe este entramado de relaciones institucionalizadas, los vínculos entre los
diferentes niveles de gobierno se tornan precarios e inestables, y cada cambio de autoridades
es un volver a empezar de cero, un verdadero talón de Aquiles de toda política pública.

A su vez, en ese diálogo se desnudan las asimetrías en las capacidades técnicas de las partes.
Quien maneja los recursos, tiene el personal más capacitado y un mejor acceso a la
información cuenta con mayor capacidad de decisión. Esta situación se ve cotidianamente
reflejada en las negociaciones entre el gobierno nacional y las provincias, y entre éstas
últimas y sus municipios; y se traduce en una fuerte asimetría en el poder negociador entre
las partes. Todo ello empuja hacia una informalización de las relaciones
intergubernamentales y una personalización del vínculo entre quien pide y quien otorga,
factores altamente distorsivos de un diálogo federal consolidado.

Existe en la materia relaciones intergubernamentales una importante área de vacancia teórica


y un enorme trabajo por hacer desde las instituciones políticas. Quizás este sea el mayor
desafío que enfrenta el federalismo argentino actual.

Bibliografía.
ABAL MEDINA, Juan Manuel y Julio CALVO. El federalismo electoral.
Sobrerrepresentación, reforma política y gobierno dividido en la Argentina. Ed. Eudeba.
Buenos Aires. (2001).

BERNAL, Marcelo. Que veinte años no es nada…Un balance del federalismo argentino a
dos décadas de la reforma constitucional de 1994. Revista Brumario N° 10. Secretaría de
Investigación de la Universidad Siglo 21. Córdoba (2015).

BOTANA, Natalio - et al-. La Argentina electoral. Ed. Sudamericana, Buenos Aires (1985).

GIBSON, Edward y CALVO, Ernesto. Federalismo y sobrerrepresentación: la dimensión


territorial de la reforma económica en la Argentina. En CALVO, Ernesto y ABAL
MEDINA, Juan Manuel. El federalismo electoral argentino. INAP – EUDEBA. Buenos
Aires (2001).

LANZARO; Jorge. (ed.), Tipos de presidencialismo y coaliciones políticas en América


Latina. Clacso, Buenos Aires (2001).

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