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El giro copernicano en la filosofía como criterio epistemológico

En el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la Razón Pura, escrito en el año 1787, Kant
expone de forma general los temas que serán tratados a lo largo de toda la obra, haciendo énfasis
en el establecimiento de los rasgos fundamentales de la ciencia. Es por este motivo que éste
prólogo reviste una gran importancia, ya que no solo introduce al lector a la obra, sino que
también propone una epistemología propedéutica mediante la cual se pretenden dilucidar las
características propias de la ciencia, logrando con esto descartar aquellos “conocimientos” que se
pretenden científicos pero que, al final, no son conocimiento de tipo alguno. Todo esto lo logra
Kant desarrollando la idea principal del texto, a saber, la necesidad de que la ciencia y la filosofía
se funden en un “giro copernicano” del proceso cognoscitivo. De no ser por éste cambio en la
manera de concebir el proceso de conocimiento, no hubiese sido posible el desarrollo científico,
materializado en la matemática y en la física.

Afirma Kant, al principio del prólogo, que son dos los motivos por los cuales las disciplinas que
se auto denominan científicas, erran al momento de intentar serlo. El primero de ellos es
permanecer en constante regresión al momento de tratar de alcanzar su fin, sin lograrlo nunca. El
segundo es que, entre los expertos de esa área particular de conocimiento, no haya común
acuerdo en el uso de los juicios que se emplean. Según esto “entonces, puede tenerse siempre la
convicción de que un estudio semejante está muy lejos de haber emprendido la marcha segura de una
ciencia y de que, por el contrario, es más bien un mero tanteo ”1. De acuerdo con esto, un estudio que
pretenda transitar por el “sendero seguro de la ciencia”, si no cumple con estos dos factores, se
queda en un escrutinio poco acertado y, en últimas, ciego.

Ahora bien, éstas dos condiciones sí llegan a realizarse en las matemáticas y en la física,
ejemplos pilares que propone Kant en los cuales se evidencia el modo como se dio el cambio de
comprensión frente al conocimiento, dentro del susodicho “giro”.

1
Immanuel, K. (1928) Crítica de la razón pura; Traducción de Manuel G. Morente. Madrid, España: EPUB
LIBRE. Pág. 18
Sin embargo, antes de ejemplificar estos casos se propone a la lógica como la primera ciencia en
seguir el camino seguro de la ciencia, una vez fue formulada por Aristóteles. Ella, por tratarse de
una ciencia enteramente formal, que tiene su éxito en ser enormemente limitada por su objeto de
estudio, no tiene que seguir el camino de las demás ciencias, que se las ven con objetos alternos a
la subjetividad. La lógica se encarga de estudiar las estructuras formales del pensamiento, motivo
por el cual la razón no tiene que vérselas más que consigo misma. Caso muy diferente es el de las
demás ciencias, en las que la razón debe enfrentarse a un objeto diferente de él, con lo que ya no
solo se debe estudiar la estructura formal del pensamiento, sino también su contenido empírico.

Ahora bien, es pertinente ahora explicar en qué consiste, de fondo, el giro copernicano en la
filosofía. Este es el cambio que debe tomar la filosofía para conseguir comprender y seguir el
sendero seguro de la ciencia, atendiendo al descubrimiento que dilucidaron los grandes
descubridores de las ciencias más importantes. Dichos descubridores “comprendieron que la
razón no conoce más que lo que ella misma produce según su bosquejo” 2. Es decir, la razón no
debe buscar ya en los objetos mismos, o sea, en su sola intuición, su conocimiento, sino que debe
buscar en aquello que ella pone en la experiencia de éstos, de acuerdo con lo que se propone
buscar. Un ejemplo de esto son las leyes naturales, de las que no puede haber conocimiento
alguno sino en su formulación, es decir, en el momento en que la experiencia de diversos
fenómenos se sintetiza en una ley que los describa. Entonces, no hay posibilidad de experimentar
una ley física, por ejemplo, ya que, de acuerdo con Kant, la sensibilidad solo nos ofrece las
diferentes intuiciones del fenómeno, pero de no ser por el entendimiento, que formula conceptos
a partir de estas, no habría conocimiento alguno del fenómeno.

De esta manera el sujeto deja de ser, como en la teoría del conocimiento clásica, un observador
pasivo de la “realidad”, que, en lugar de transformar el fenómeno para conocerlo, abstrae de él
sus características, sin que su subjetividad intervenga de forma activa en el proceso de
conocimiento. Así, ésta última teoría afirmaría que las leyes provienen de los objetos, que están
por sí mismos determinados, y que existen, (tal cual como nosotros percibimos que existen), aún
en ausencia de un subjetividad que los conozca.

Contrario a esta teoría se encuentra la afirmación kantiana de la necesidad de que exista una
actividad por parte del sujeto para que haya verdadero conocimiento. De hecho el hombre “debe

2
Ibídem. Pág. 19
adelantarse con principios de sus juicios, según leyes constantes, y obligar a la naturaleza a
contestar a sus preguntas”3. Es justamente de esta manera que se da el giro copernicano
anunciado por Kant, a saber, que el hombre (la subjetividad trascendental), deja de ser un
observador del objeto (fenómeno), “girando” en torno a él, que resulta ser el centro del
conocimiento, y se convierte éste ahora en el nuevo centro, ya que es el verdadero agente en el
proceso de conocimiento.

De esta manera es posible comprender por qué la matemática y la física siguieron el camino
seguro de la ciencia. En el primer caso, afirma Kant, se pasó de un estudio geométrico y
matemático inexacto, fundado en el mero tanteo (para el caso de los egipcios). Por ello no fue
sino hasta la formulación matemática de Tales que ésta logró convertirse en una ciencia. Esto fue
posible debido a la forma como aquel implementó su razón, no buscando ya las propiedades de
las figuras en ellas mismas, sino en aquello que la razón puso para modificar su experiencia. Caso
similar ocurrió con la física, a excepción de que esta tardó mucho más en seguir el sendero
seguro de la ciencia. Esto último debido a que la matemática resulta ser más “pura” con respecto
de su objeto de estudio, mientras que la física debe valerse de más herramientas. Así:
La matemática y la física son los dos conocimientos teóricos de la razón que deben
determinar sus objetos a priori; la primera con entera pureza, la segunda con pureza al
menos parcial, pero entonces según la medida de otras fuentes cognoscitivas que las de la
razón4.
Determinar sus objetos a priori, significa acceder al conocimiento de sus objetos propios de
estudio, no por medio de sus solos conceptos (a posteriori), sino añadiendo conceptos puros (a
priori), que sean por lo tanto dependientes lógicamente de la experiencia. De esta manera,
prescindiendo de buscar leyes y fórmulas matemáticas en las cosas y apelando a la actividad de la
razón, estas dos ciencias lograron lo que, por ejemplo, la metafísica intentó en vano.
Por ello, este descubrimiento de las ciencias, que se representa al modo como se dio el giro
copernicano, debe fungir como criterio epistemológico, ya que partiendo del supuesto de que una
ciencia debe determinar sus objetos a priori, (lo que ello implica), sirve para determinar si un
estudio de tipo cualquiera puede presumir conocimiento científico. Puede aplicarse esta revisión
a la metafísica, siguiendo a Kant en su prólogo. Afirma éste que la metafísica ha fracasado en su

3
Ibídem.
4
Ibídem. Pág. 19
intento por ser ciencia debido a diversos motivos, entre ellos, ser defectuosa en el cumplimiento
de las características anteriormente mencionadas: Primero, no hay consenso entre sus expertos,
ya que existen diversas corrientes metafísicas que llegan incluso a contradecirse. Segundo, no
sigue ningún método de verificación, ya que no se funda en la experiencia, y por lo mismo, sus
juicios no pueden contrastarse con algún fenómeno. Ahora bien, con respecto al “giro
copernicano”, la metafísica se encuentra con un gran inconveniente, ya que en ella es justamente
el intento por descubrir la esencia lo que se busca. La esencia, según esto, sería lo que de la “la
cosa en sí” puede abstraerse por medio del entendimiento, sin que éste la modifique de modo
alguno.
Entonces, es el intento mismo por encontrar una “verdad absoluta” yacente en las cosas que, por
su parte, la metafísica se encuentra con tantos obstáculos, sobre todo al tratar de referir sus
afirmaciones a la experiencia esperando que en ella puedan verificarse. Sin embargo, en el afán
de hallar una verdad en las cosas (en la experiencia), y en trascenderla, la metafísica prescinde al
final de aquella, quedándose en un conocimiento enteramente especulativo.
Es este otro punto de importancia, que se desprende del criterio epistemológico del “giro”. Este
consiste en la necesidad, tanto de la experiencia como de la subjetividad, para que se dé
conocimiento de tipo alguno. Como lo afirma Kant:
La razón debe acudir a la naturaleza llevando en una mano sus principios, según los
cuales tan sólo los fenómenos concordantes pueden tener el valor de leyes, y en la otra el
experimento, pensado según aquellos principios; así conseguirá ser instruida por la
naturaleza, mas no en calidad de discípulo que escucha todo lo que el maestro quiere, sino
en la de juez autorizado, que obliga a los testigos a contestar a las preguntas que les hace.5

Si bien este giro copernicano responde a la necesidad de intervención activa por parte de la
subjetividad en el proceso de conocimiento, no implica esto que la experiencia pase a un segundo
plano prescindible, sino que, más bien, pasa a ser medida por el hombre de acuerdo con las leyes
que formula, y que corrobora en la experiencia, al exigirle lo que en ella se añadió.
En fin, la fórmula kantiana para la afirmación de la posibilidad de conocimiento científico
enteramente corroborable, es totalmente acertada al momento de referirse a la metafísica (que en
este caso es entendida en su desarrollo clásico), ya que revisa las consecuencias de que esta no

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Ibídem. Pág. 20
haya seguido los requerimientos expuestos para ser un conocimiento científico, (o conocimiento
de tipo alguno), hallándose en problemas al hablar de una “verdad absoluta” que llega, incluso,
más allá de la experiencia misma, y que, en últimas, pretende prescindir de ella. Con este examen
Kant demuestra dos cosas, una negativa y otra positiva: niega, primero, que el conocimiento
pueda ir más allá de la experiencia, como lo pretende la metafísica clásica. Segundo, con esto
afirma, por lo tanto, que aquello que pretende ir más allá de la experiencia, no amplía el
conocimiento, sino que más bien lo restringe.

Bibliografía:
Immanuel, K. (1928) Crítica de la razón pura; Traducción de Manuel G. Morente. Madrid,
España: EPUB LIBRE.

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