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EL FANZINE COMO POTENCIA

Julieta Yanel Salman


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Prácticas: Escuela de Comercio N°5 “José de San Martin”, San Cristóbal, CABA.

Si tuviese que pensar un momento de mi práctica que fue significativo, viene a mi mente el
último día de mis clases. En principio, el programa que yo había pensado para dar en cinco clases
tuvo que ser ajustado en el trayecto y eso había sido un poco frustrante para mi. En mi plan personal
había proyectado abordar las vanguardias históricas para finalizar con literatura independiente,
contemporánea y sobre todo autogestiva. Mi objetivo era el de poder dejar en ese curso de 3° año un
vistazo general de la literatura y del arte en todas sus formas, con la idea de repensar justamente
esos conceptos. Por eso, luego de cuatro clases centradas en explicar el contexto de surgimiento del
dadaísmo y el surrealismo, y de haber propuesto diversos ejercicios de escritura creativa y
experimental, decidí llevarles literatura impresa en otro formato: el fanzine. Me pareció
fundamental demostrarles un tipo de publicación distinta a la que habían tenido acceso todo el año,
como así también otro tipo de escritura más coloquial, barrial, hasta adolescente en varios casos. La
idea también consistió en poner en crisis la institución de legitimización artística, el mercado
literario y la noción de autor, esto último en consonancia de que varias de las publicaciones que
llevé eran anónimas.

Reconociendo que, de igual forma, se trató de un objetivo bastante pretencioso, elijo este
momento significativo de las prácticas por los resultados concretos y potentes en su propia
pequeñez. Esto se debe a que, cuando llevé los fanzines y los puse sobre una mesa antes de
comenzar la clase con la posibilidad de brindarles 15-20 minutos solo para mirarlos, agarrarlos,
abrirlos, etc; los alumnos presentaron un interés genuino que no había visualizado tanto en las
clases anteriores. Estaban realmente sorprendidos y se pasaban las publicaciones entre ellos
mientras las leían en sus bancos. Muchos querían llevarse al menos uno de los fanzines. Les llamó
la atención el estilo escritural, la poesía desordenada, las frases cortas y los dibujos aleatorios que
tenían en el medio. Luego, les fui explicando de qué se trataba ese tipo de publicación, poniendo en
comparación este formato con el digital (blogs, tumblrs, instagram, facebook) que muchos
escritores eligen para publicar, como así también su posición ante la legitimización encarnada en el
objeto libro. Quise demostrarles la posibilidad de autopublicarse, autodifundir y por lo tanto,
autovalorar la propia escritura, que los escritores no son entes muertos, lejanos, enterrados o que
viven una torre de marfil, que ellos también podrían participar desde su propia producción, desde
cada una de sus subjetividades.
Con respecto a mi experiencia, pienso en el texto de Rockwell cuando habla de la
materialidad del texto, poniendo en relieve algo tan evidente que sin embargo muchas veces pasa de
manera naturalizada en nuestra percepción. A partir de dicha materialidad es que se habilita una
disposición a la lectura que puede darse de formas distintas, proponiendo también maneras de leer
que cambian si se trata de un formato digital o impreso; y, dentro de este último, si se trata de una
publicación en libro convencional, un par de fotocopias, una plaqueta de poesía, un fanzine desde el
más extravagantes al más económico y/o sencillo. En cuanto a este aporte teórico, pensé en
relación con mi experiencia que la materialidad propuesta para abordar lo literario condicionó
efectivamente la predisposición de los alumnos. Más allá de la novedad que significó para ellos
encontrarse con los fanzines (que también hay que notarla y darle valor en su potencialidad para
llamar la atención de adolescentes), el material propuso un acercamiento a la lectura mucho más
amena, directa y hasta invitante. Los textos volcados desde el desorden, en muchos casos, dentro de
la disposición de las páginas, los cambios de tipografía, el collage, los versos libres y una prosa
poética con un lenguaje informal crearon, para mi, un ambiente de interacción mucho más libre que
permitó a los alumnos no sentirse dentro de las normativas y las reglas propias del aula a las que
intentan subvertir constantemente.
Por otra parte, pensando en el texto de Privat y su problematización de la actividad de leer
como una práctica cultural socializada, considero que también la experiencia mencionada se
relaciona con el hecho de poner en crisis esa concepción fundamentalmente intelectualista de la
escuela, llevando a ese espacio formal elementos de la subcultura adolescente que los atraviesa.
Como práctica de lectores, se puede decir que desarrollaron nuevas competencias culturales a través
de la adquisición de otros parámetros estéticos literarios. Esto puede ampliar fuertemente el abanico
de posibilidades que luego en ejercicios escriturales podrán seleccionar para abordarlos,
desestigmatizando formas de expresarse y hasta politizando el campo de producción y consumo de
este bien simbólico denominado “literatura”.
Volviendo al comienzo del párrafo dos: mi objetivo en ese curso fue bastante pretencioso y mi
post-análisis de los alcances del mismo también en este texto. De igual manera, me gusta pensar que
quizás algo de todo esto conformó una semilla con la potencia de desarrollarse en algún futuro, tal
vez desde otra disciplina y no solo desde lo literario porque considero que estas problematizaciones
pueden ser útiles para diversos ámbitos en cuanto a pensamiento crítico en general.

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