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La Barca

“Aunque se levanten las olas, no podrán hundir la nave de Jesús”.

Díjoles el ángel: “¡No temáis! porque os anuncio una gran alegría:


Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor.
EL DIVINO INFANTE

El Divino Infante en un pesebre nació, para regocijo de María y José. La gruta, pobre y
fría se convirtió en templo para adoración del Niño Dios. Los silentes asistentes a tamaño
misterio se postraban ante el Señor, campesinos y magos ofrecían sus dones, los últimos
oro, incienso y mirra, los primeros su humildad y sencillez de corazón para aceptar las
promesas del Señor. Tamaño portento no dejó indiferentes ni siquiera a los ángeles, ver a
su Dios hecho hombre, ver al Verbo hecho carne, ver al Eterno en el tiempo, les hizo
prorrumpir en un cántico de gozo: Gloria in excelsis Deo.
Los que asistían a contemplar al Señor se extasiaban, quedaban embelesados, ora con
una mueca, ora con un movimiento de su manita, ora con un llanto, todo se les asemejaba
al cielo, porque el cielo estaba entre ellos.
Todos tenían deseos de abrigar con sus brazos al Niño, pero nadie se animaba, nadie
parecía ser digno de tal dádiva, sólo María y José lo hacían porque no dudaban de que
Dios así lo quería. Ver a la Madre con el Niño entre sus brazos era un suceso sin
precedente alguno. Una Mujer tenía a Dios entre sus brazos, tan pequeñito, tan
necesitado de cuidados y de amor. Ese pequeño, ¡que es Dios!, lo necesitaba todo de su
Madre.
Todos los que a la gruta llegaron, y tuvieron la dicha de conocer al Niño de las
promesas, todos sin excepción postraron su corazón ante el humilde pesebre de Belén.
Dios nos alcance la gracia de un corazón humilde y postrado que cante el Gloria in
excelsis Deo de los Ángeles ante el Niño que nace.

¿DE DÓNDE A MÍ ESTE HONOR?

San Efrén trata de expresar los sentimientos que embragan el alma de María al
estrechar en sus brazos al Niño recién nacido:
“¿De dónde a mí este favor de haber dado a luz a Quien siendo simple se multiplica
por doquier, a Quien siendo inmenso tengo pequeñito entre mis brazos, es enteramente
mío, y está también enteramente en todas partes? El día en que Gabriel bajó del cielo
hasta mi pequeñez, me convertí de esclava en princesa. Tú, Hijo del Rey, hiciste de mí en
un instante la hija del Rey eterno. Humilde esclava de tu divinidad, me convertí en la
madre de tu humanidad, ¡Señor mío e hijo mío! De toda la descendencia de David viniste
a elegir a esta pobre doncella y la has llevado hasta las alturas del cielo donde reinas.
¡Oh! ¿Qué es lo que veo? ¡Un Niño más antiguo que el mundo cuya mirada está
buscando el cielo! Sus labios no se abren, pero en su silencio ¿no está indicando acaso
Aquel cuya providencia gobierna el mundo? ¿Y cómo me atrevo a brindar mi leche al que
es la fuente de todos los seres? ¿Cómo me atreveré a alimentar a Quien alimenta al
mundo entero? ¿Cómo podré envolver en pañales a Quien está vestido de luz?”
También san José besa al recién nacido, lo acaricia y al considerar que ese Niño es Dios
exclama fuera de sí:
“¿De dónde a mí este honor que el Hijo del Altísimo me sea dado así por hijo? ¡Ah!
Niñito: me alarmé, lo confieso, respecto de tu madre; hasta llegué a pensar en dejarla. Mi
ignorancia del misterio era para mí una trampa, y sin embargo en tu madre residía el
tesoro escondido que haría de mí el más rico de los hombres. David, mi antepasado, se
ciñó la corona real, yo había descendido hasta ser un simple artesano; pero la corona que
había perdido vuelve a mí cuando tú, Rey de los reyes, te dignas reposar sobre mi pecho”.

San Efrén. In natalem Domini, 5


Padre de la Iglesia

La adoración de los Magos

Reyes que venís por ellas,


no busquéis estrellas ya;
porque donde el Sol está
no tienen luz las estrellas.

No busquéis la estrella ahora;


que su luz ha oscurecido
este Sol recién nacido
en esta Virgen Aurora.

Y no hallaréis luz en ellas.


El Niño os alumbra ya.
Porque donde el Sol está
no tienen luz las estrellas.

Félix Lope de Vega


PARA MEDITAR: ¿CÓMO ME PRESENTO ANTE EL SEÑOR?

No hablaremos aquí del fuero interno –que sólo lo conoce Dios-, sino del exterior, que
en muchos casos es reflejo de disposiciones interiores.
Vayamos poco a poco. Usted a su trabajo, aunque sea en verano ¿va de ojotas y en
malla? Si tiene una entrevista con el gerente de una empresa para poder acceder a un alto
cargo ¿de qué manera se vestiría? ¿Qué gestos realizaría? ¿Acaso caminaría en torno a él y
sacaría fotos de la habitación en donde se encuentran? Las respuestas a todas estas
preguntas las sabemos: vestiría adecuadamente, tal vez de traje, el varón, tal vez de pollera
o vestido, la mujer. ¿Qué haría con su celular? Lo silenciaría. Y si Usted fuera dueño de
un local de venta de ropa, o electrodomésticos o lo que sea, posiblemente les pediría a sus
empleados que usaran un uniforme o que lleven una ropa adecuada. Así como para estas
situaciones hay “vestimenta adecuada” también lo hay en diversas instituciones: en el
colegio, ¡hasta en el boliche! no se permite la entrada si no se viste adecuadamente.
Ahora me pregunto ¿por qué vamos a Misa “como queremos”, “como se nos plazca”?
Si para asistir a una entrevista con un gerente vamos “impecables” ¡¿por qué frente al Rey
de reyes vamos de ojotas, malla y cámara fotográfica?! El Templo no es playa, ni río. El
Templo no es una muestra de arte. El Templo no es un paseo de turistas. El Templo es
la Casa de Dios. Ahí, en el Sagrario, está Él, y merece no tan sólo la humildad, la
mansedumbre y la postración del corazón, sino también la manifestación de estas virtudes
en la manera de vestir. Y esto, limitándonos a lo exterior, es la expresión del pudor. El
pudor es la afirmación de la soberanía del espíritu sobre la carne. Hay que estar, por
tanto, en los detalles del atuendo y del gesto. El pudor, como toda virtud, estriba de
ordinario en pequeñas cosas, en las que hay que estar tanto como en las grandes: quien es
fiel en lo poco, también lo es en lo mucho (cf. Lc 17, 10).
Por último, tengamos presente este pensamiento: la Misa es el Santo Sacrificio de la
Cruz, es decir, se actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador. Luego ¿cómo hubieras
presenciado la crucifixión del Señor? ¿De ojotas, de malla? ¿Le sacarías fotos al Señor que
agoniza en la Cruz o a María con el corazón traspasado? Medita estas preguntas en tu
corazón, a imitación de María, y a la disposición interior prontamente agregarás la
disposición exterior de gestos, palabras y vestimenta.

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