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Sobre los abogados en las Indias.

De su régimen jurídico y su carrera en la toga


Javier Barrientos Grandon
Académico de número de la Academia Chilena de la Historia
Investigador Ramón y Cajal, Universidad Autónoma de Madrid

SUMARIO: Introducción. I. LOS COMIENZOS DE LA ABOGACÍA EN LAS INDIAS:


DE LA PROHIBICIÓN DE ABOGAR Y PROCURAR. II. EL ESTABLECIMIEN-
TO DE REALES AUDIENCIAS Y LA DISCIPLINA DE LOS ABOGADOS EN
INDIAS. III. LA EXIGENCIA DEL GRADO DE BACHILLER Y LOS ESTUDIOS
JURÍDICOS EN INDIAS. IV. LA EXIGENCIA DE INSTRUCCIÓN PRÁCTICA.
V. EL EXAMEN DE ABOGADO. VI. JURAMENTO, MATRÍCULA Y TÍTULO.
VII. DISCIPLINA DEL EJERCICIO DE LA ABOGACÍA EN INDIAS. VIII. LOS
ABOGADOS DE INDIAS Y LA CARRERA DE LA TOGA. 1. De la inhabilidad de
los indianos para los estudios y la toga. 2. De la defensa de los naturales y graduados
indianos.

Introducción
La disciplina de la abogacía en las Indias, sin perjuicio de las naturales
peculiaridades derivadas del propio Nuevo Mundo, no es muy diferente de
la de los restantes reinos de la monarquía y, en general, debe situársela en el
más amplio contexto de la cultura del derecho común.
En los párrafos que siguen se describirá, en líneas generales, cuál fue el
régimen jurídico al que quedaron sujetos los abogados en las Indias, y se
procurará, además, de ofrecer su caracterización general, entregar laguna
información sobre aspectos concretos de diversos territorios americanos.
Uno de los ámbitos en los que se proyectó la importancia de los letrados
en el Nuevo Mundo fue el de una de las carreras que podían seguir, en con-
creto, la de los oficios togados en las audiencias americanas. Esta «carrera»,
a la que se llegaba por el paso imprescindible de los «méritos» fue una de
las vías que permitió a los letrados consolidarse en los sectores dirigentes de
las sociedades indianas, y ello explica el que en un último apartado se entre-
guen algunas indicaciones sobre esta materia.

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852 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

I. LOS COMIENZOS DE LA ABOGACÍA EN LAS INDIAS: DE LA PRO-


HIBICIÓN DE ABOGAR Y PROCURAR
A mediados del siglo XVII escribía el docto obispo de Santiago de Chi-
le fray Gaspar de Villarroel (1587-1665) que: «No se temieron en las Indias
los Oidores, sino los Abogados. Ay tierras donde sobra la salud en faltando
los Medicos, y las medicinas» (1). A tal prohibición se había referido ya en el
siglo XVI el cronista Antonio de Herrera, cuando en la primera de sus Dé-
cadas había advertido, a propósito de las discusiones que había generado la
residencia de Nicolás de Ovando, que el Rey Católico había mandado: «[A]
los Oficiales de la Casa de la Contratacion de Sevilla, que por haverse sabido,
que de haver pasado Abogados a la Española, se havian recrecido muchos
Pleitos, i diferencias, que para adelante no dexasen pasar ninguno: i que
aquella Orden tuvieran por vedamiento» (2).
La frase de fray Gaspar de Villarroel, no exenta de su siempre fina ironía,
no era más que el reflejo de uno de los tópicos al que solían recurrir los auto-
res que juzgaban críticamente la labor de los abogados. No poco había con-
tribuido a su afincamiento en la cultura de los siglos XVI a XVIII un pasaje
del proemio del Res rustica de Columella: nam sine ludicris artibus atque etiam
sine causidicis olim satis felices fuerunt futuraeque sunt urbes. La decisión de Fer-
nando el Católico expresamente se había fundado en aquella creencia cul-
tural. En efecto, el monarca, en virtud de un capítulo de la real cédula que
había dirigido a los oficiales de la Casa de la Contratación desde Valladolid el
14 de noviembre de 1509, les había comunicado que: «Ansi mesmo, porque
Yo e seydo ynformado, que a cabsa de aber pasado a las dichas Indias algunos
letrados abogados, an subcedido en ellas munchos pleytos e dyferencias, Yo
vos Mando, que de aquí adelante no dexeys nin consyntais pasar a las dichas
Indias nengund letrado abogado sin Nuestra lycencia e especial Mandado,
que si necesario es, por esta presente Carta lo vedamos e prohibimos» (3).
En verdad, no se trataba de una prohibición absoluta, pues se consentía
el paso de los abogados a las Indias, pero previa licencia real. Con ella o sin
ella, consta que ya en el segundo decenio del siglo XVI actuaban varios abo-
gados en la isla Fernandina, y que sus operaciones no eran bien vistas por los

 (1) G. de Villarroel, Gobierno Eclesiástico-Pacífico, y unión de los dos cuchillos Pontificio, y


Regio, II, Oficina de Antonio Marín, Madrid, 1738, Part. II, quest. XI, artículo I, n. 3, fol. 3.
 (2)  A. de Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas i Tierra Firme del
Mar Océano, I, Imprenta Real, Madrid, 1726, década I, lib. I, cap. X, fol. 191.
 (3)  Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización de
las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los Archivos del Reyno y muy espe-
cialmente del de Indias, XXXI, Imprenta de Manuel G. Hernández, Madrid, 1879, p. 509.

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conquistadores, quienes compartían esa ya clásica concepción acerca de la


falta de necesidad de abogados para que existiera justicia, y de cómo el naci-
miento de discordias y de pleitos era una consecuencia de que los hubiera.
Así, hacia 1515 Pánfilo de Narváez y Antonio Velázquez representaban
desde aquella isla, y en nombre de ella, al monarca que: «[L]os letrados
que en ella avia, procuraban e tenian maneras para que se moviesen pleytos
los vecinos e pobladores e tratantes de la dicha isla unos e otros a otros, e
sin quellos toviesen provechos en la abogacía e procura de los dichos plei-
tos» (4), y le suplicaban que mandase: «[Q]ue en la dicha isla no pudiese ha-
ber ni hobiese letrados ni procuradores que abogasen por que haciendose
asi, la dicha isla e vecinos della estarían en mucha quietud e tranquilidad e
sosiego» (5). Al cabo de pocos años, hacia 1520, Gonzalo de Guzmán, procu-
rador de la misma isla Fernandina, reiteraba esas mismas quejas, y añadía
que los abogados consumían el patrimonio de los vecinos y moradores de
la isla, y les divertían de sus principales ocupaciones: «[A] cabsa de aver en
la dha isla muchos procuradores et abogados a havido y ay en ella muchos
pleitos et questiones e los vezinos y moradores biven en necesidad y estan
muy gastados y adebdados y que es total destruycion y perdimiento dellos
[…] los dhos vezinos dexan de bevir quieta et pacificamente de buscar sus
vidas como lo devian hazer» (6). Por todo ello le suplicaba y pedía por mer-
ced: «Mandar de aquí adelante en la dha isla no oviese los dhos procura-
dores et abogados, por que en no los aver cesaria y evitaria todos los dhos
daños et otros que prodrian rrecrescer como por experiencia se ha visto» (7).
Esa misma opinión acerca de los males que se derivaban de la presencia
de abogados y procuradores se instaló entre los primeros conquistadores y
pobladores de la ciudad de Méjico. En 1522, Alonso de Ávila y Antonio de
Quiñones, pasaban a los reinos de España como procuradores de la Nueva
España y de Cortés, y entre las peticiones que los vecinos le encomendaron
que hicieran al monarca, según Díaz del Castillo: «[L]e suplicamos que no
enviase Letrados, porque en entrando en la tierra la pondrian en revuelta
con sus libros, e habria pleytos y disensiones» (8).
Durante el segundo y tercer decenio del siglo XVI la corona compartía
el juicio de los conquistadores de las Indias, y fue particularmente receptiva

 (4) Archivo General de Indias (En adelante Agi.), Indiferente General, 419, l. 6, fol. 592r.
 (5) Ibídem.
 (6)  Agi. Indiferente General, 420, l. 8, fol. 316v-317r.
 (7) Ídem., fol. 317r.
 (8) B. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, III, Libre-
ría de Rosa, París, 1837, cap. CLIX, p. 339.

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a sus súplicas en cuanto a no permitir la actuación de los letrados en la isla


Fernandina, o a limitarla estrechísimamente. Así ante las peticiones de los
ya citados Narváez y Velázquez, la reina doña Juana y su hijo don Carlos, por
real cédula fechada en Madrid el 21 de diciembre de 1516, decidieron: «[Q]
ue agora ny de aquí adelante en que nuestra merced e voluntad fuere, aun-
que en la dicha isla fernandina haya letrados, no puedan abogar ni aboguen
en ningunos pleytos ny cabsas que en ella ay e oviere, e nasciere, salvo si no
fuere en cabsas criminales» (9). La misma línea se siguió ante las súplicas del
referido Guzmán, pues, por real cédula fechada en Burgos el 6 de septiem-
bre de 1521, se comunicaba al gobernador de la isla Fernandina que: «[M]
ando y defiendo que de aquí adelante quanto nuestra voluntad fuere no
pueda aver ni aya en la dha isla fernandina nyngunas causas de qualesquier
pleitos que sean agora esten començados o no, so pena de perdimiento de
bienes para la nuestra camara e fisco en los quales desde agora les conde-
namos et avemos por condenados a cada uno que lo contrario fiziere» (10).
Una decisión semejante se adoptó respecto de la Nueva España, pues se
expidió una real cédula, poco antes de agosto de 1526, para que no hubiera
en dicha tierra letrados ni procuradores. Así lo recordaba el cabildo de la
ciudad de Méjico cuando en su sesión de 18 de agosto de 1526 su procura-
dor Francisco Rodriguez representaba que: «[E]n esta Cibdad se pregonó
una cedula de su magestad para que no oviesen en esta tierra letrados ni pro-
curadores so cierta pena» (11), pero, a pesar de ello: «Aunque al presente se
guardo e no se permitieron los dichos letrados ni procuradores despues aca
como el fator Gonzalo de Salazar tuvo la Gobernacion de esta nueva España
porque le parecio o por algunas cabsas que a ello le movieron dio lugar que
abogasen los dichos letrados e procurasen los procuradores en lo qual esta
Cibdad e los vecinos e moradores de ella reciben agravio e daño porque a
cabsa de los dichos letrados e procuradores se levantan muchos mas pleitos
e diferencias» (12). Por ello pedía al justicia mayor, Marcos de Aguilar: «[Q]
ue la dicha cedula de su magestad se guarde e cumpla segund que su mages-
tad lo manda e sy necesario es la mande tornar de nuevo a pregonar», y así
se dispuso: «[Q]ue la dicha cedula se guarde e cumpla e se torne de nuevo
a mandar pregonar para que los letrados no aboguen ni aconsejen so pena
que por la primera vez quinientos pesos de oro para la camara e fisco de su

 (9)  Agi. Indiferente General, 419, l. 6, fol. 592r


 (10)  Agi. Indiferente General, 420, l. 8, fol. 317r.
 (11)  Traduccion paleografica del Primer Libro de Actas de Cabildo de la Ciudad de México. Publi-
cadas por acuerdo de fecha 27 de diciembre de 1870, Imprenta y Litografía del Colegio del Tecpam
de Santiago, México, 1871, p. 91.
 (12) Ibídem.

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magestad e por la segunda mill pesos de oro aplicados en la misma forma e


privados perpetuamente del oficio de abogacia, e por la tercera que pierdan
todos sus bienes e salgan desterrados de esta nueva España perpetuamen-
te» (13). A pesar de este nuevo pregón y de las severas penas que se imponían
a los letrados que abogaran, no debió tener cumplido efecto la citada real
cédula, pues los señores del cabildo de la misma ciudad de Méjico, en su se-
sión del viernes 17 de mayo de 1527: «[H]ordenaron e mandaron que de
aquí adelante ningun letrado ny procurador sea osado de procurar ni abo-
gar en esta dicha Cibdad direte ni indirete en publico ny en secreto ny den
favor ni ayuda ny consejo por escripto en ningund pleito a ninguna persona,
so las penas que sobre ello estan puestas e pregonadas» (14).
Esa misma concepción se mantuvo respecto de los territorios de nueva
conquista y población a lo largo del tercer y cuarto decenio del dicho siglo
XVI, pues respecto de ellos se mantenía la visión de los abogados como cau-
santes de pleitos y disensiones entre los vecinos y moradores. Así lo dejaba
ver una real cédula fechada en Madrid el 20 de mayo de 1530, en la que
se decía que: «[S]omos ynformados y por yspiriencia ha parescido que de
aver letrados et procuradores en las tierras que nuevamente se conquistan
e pueblan se siguen en ellas muchos pleitos y debates» (15). Por ello la mis-
ma real cédula concedía a Diego de Ordaz, a quien se había encomendado
la conquista y población del río Marañón, que, como lo había suplicado:
«[A]gora e de aquy adelante quanto nuestra merced e voluntad fuere no
aya en la dicha tierra los dichos letrados ny procuradores que usen en ella
de los dichos oficios, so pena de la nuestra merced». En el año anterior, y
por la mismas razones y a petición de Francisco Pizarro, una real cédula de
la reina doña Juana fechada en Toledo el 26 de julio de 1529, había man-
dado que en la provincia de Túmbez no hubiera letrados ni procuradores
que usaren de sus oficios (16), y cuatro años más tarde, por real cédula fecha-
da en Valladolid el 19 de julio de 1534, se disponía que no se consintieran
letrados ni procuradores en la gobernación que se había encomendado a
Simón de Alcazaba (17).
Aquella generalizada opinión de los primeros pobladores de las Indias
acerca de la ninguna necesidad de abogados para que existiera justicia, y
del nacimiento de pleitos como una consecuencia de que los hubiera, ten-

 (13) Ídem., pp. 91-92.


 (14) Ídem., p. 121.
 (15)  Agi. Indiferente General, 416, l. 3, fol. 24v.
 (16)  Agi. Lima, 565, l. 1, fol. 44v.
 (17)  Agi. Chile, 165, l. 3, fol. 49v-50r.

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dió a cambiar muy rápidamente, y con ello también la política de la Coro-


na en esta materia. Con todo, consta que, al menos, desde la cuarta década
del siglo XVI se concedieron licencias a ciertos letrados para que pudieran
pasar a territorios en los cuales aún no se habían establecido reales audien-
cias, por ejemplo, por real cédula fechada en Valladolid el 8 de octubre de
1536, se otorgaba licencia al licenciado Alemán para que pudiera abogar en
las provincias del Perú y Tierra Firme, a pesar de cualquier probición que
bubiera sobre ello (18).
El descubrimiento de las islas y tierra firme del Mar Océano generó un
escenario en el que, durante décadas, el derecho se constituyó en el cristal a
través del cual se observaron las nuevas realidades y en el lenguaje que se uti-
lizó para describirlas. En ese contexto, el inicial asentamiento castellano en
La Española y luego en el continente americano dio origen a una creciente
cantidad de pleitos en los que se vieron envueltos los primeros pobladores
hispanos del Nuevo Mundo. Si bien tales pleitos constituían, por una parte,
una ocasión más para generar alteraciones y disensiones en las incipientes
sociedades indianas y, por otra, contribuían a embarazar los esfuerzos de la
Corona por asentar su jurisdicción en el Nuevo Mundo, el que en ellos no
intervinieran letrados en defensa de los intereses de los pobladores daba
pie, igualmente, a que en muchas ocasiones perdieran sus bienes o no pu-
dieran defender adecuadamente su derecho. De esto último derivó el que,
ya a fines de la tercera década del siglo XVI, los conquistadores y pobladores
de la Nueva España solicitaran a los reyes la autorización para que los letra-
dos abogaran en ella. Estas súplicas condujeron a que la Corona modificara
su inicial posición respecto de los abogados en el Nuevo Mundo.
El 5 de abril de 1528 el rey emperador despachaba unas Instrucciones a
Nuño de Guzmán para la Real Audiencia de Méjico. En ellas quedaba pa-
tente aquella tensión que existía entre aquellos males que se estimaba que
generaban las actuaciones de los abogados a los conquistadores y vecinos y
aquellos otros que se seguían de no haberlos: «[P]or parte de los Conquis-
tadores y pobladores de la dicha tierra, nos ha seydo fecha relacion, que de
aver en ella letrados y procuradores se siguen muchos males: porque se ocu-
pan en pleytos y diferencias que tienen unos con otros, lo qual cessaria no los
aviendo: pero que de no los aver nacen otros inconvenientes, y es que mu-
chos dexan perder sus causas, por no saber pedir ni defender su justicia» (19).
Estos últimos habían pesado más en el ánimo de los conquistadores y po-

 (18)  Agi. Lima, 565, l. 2, fol. 194r.


 (19) V. de Puga, Provisiones, cedulas e instrucciones para el gobierno de la Nueva España (edi-
ción facsimilar), III, Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1945, fol. 25r.

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bladores, que suplicaron al monarca y le pidieron por merced que: «Diesse


licencia, para que uviesse los dichos letrados y procuradores, con tanto que
luego como començaren a abogar y entender en los negocios y causas, que
les encomendaren juren, que si supieren que sus partes no tienen justicia no
les ayudaran mas ni pediran terminos a fin de dilatar, y que los abogados fir-
men en los escritos que hizieren» (20). En atención a ello, don Carlos instruía
a Guzmán que: «[P]rovereys en ello, como vierdes, que mas convenga para
que en los pleytos no aya dilacion, y las partes alcançen justicia» (21).
La Instrucción anterior debe contextualizarse, además, en la decisión que
por la misma época adoptó la Corona en orden a establecer reales audien-
cias en La Española y Méjico, pues la instalación de una institución, cuyos
oficios encarnaban la jurirdicción real en la persona de sus oidores, que
eran letrados, implicaba, como una necesaria consecuencia, la actuación de
abogados en sus estrados.

II. EL ESTABLECIMIENTO DE REALES AUDIENCIAS Y LA DISCIPLI-


NA DE LOS ABOGADOS EN INDIAS
Aunque el rey Católico había dispuesto el 5 de octubre de 1511 que se es-
tablecieran unos «jueces de la audiencia y juzgado» que había de residir en
las Indias, y con la misma fechada despachado unas Ordenanzas a instruccio-
nes para este «Juzgado e Audiencia que está e reside en las Indias», nada es-
pecial se prescribió en relación con los abogados. Aunque es muy probable
que su establecimiento y actuaciones, aunque inestables durante el virreina-
to de Diego Colón, se vinculara a la presencia y actividades de aquellos letra-
dos en La Epañola a quienes, desde 1515 en adelante, se comenzó a culpar
del nacimiento de pleitos y diferencias entre los pobladores (22).
Desde la tercera década del siglo XVI se afincó la política de la Corona
en cuanto a ordenar el establecimiento de audiencias y chancillerías en el
Nuevo Mundo. En la medida en que ellas se instalaron en diversas ciudades,
se produjo, también, el asentamiento de los abogados en las Indias, y con
ello el abandono de las iniciales restricciones a su presencia y actuación en
el Nuevo Mundo.
Por real provisión fechada en Granada el 14 de septiembre de 1526 se
mandaba establecer una Audiencia e Chancillería en La Española, y por real

 (20) Ibídem.
 (21) Ibídem.
 (22) Sobre estos jueces vide A. García Méndez, Los jueces de apelación de La Española y su
residencia 1511-1519, Santo Domingo, 1980.

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cédulas de 29 de noviembre y de 13 de diciembre de 1527 se disponía la fun-


dación de otra en Méjico. En la década siguiente, el 21 de febrero de 1538,
se dispuso la instalación de otra audiencia y chancillería en Tierra Firme y,
aunque suprimida por las Leyes Nuevas de 1542, Panamá volvió a contar con
audiencia cuando en 1563 se trasladó ahí la de Los Confines, que las mismas
Leyes Nuevas habían mandado poner «en los confines de guattimala y nica-
ragua». En la ciudad de Los Reyes, las dichas Leyes Nuevas habían mandado
erigir otra audiencia y chancillería; en la Nueva Galicia fue una real cédu-
la de 21 de mayo de 1547 la que dispuso la creación de otra, con sede en
Compostela, y trasladada en 1560 a Guadalajara; y en aquel mismo año de
1547, otra real cédula de 21 de mayo, dispuso la fundación de una audiencia
y chancillería en Santa Fe del Nuevo Reino de Granada. En marzo de 1555
se erigió la Real Audiencia de Charcas; por real provisión de 29 de agosto
de 1563 se estableció otra en San Francisco de Quito; por real cédula de 25
de agosto de 1567 se puso audiencia en Concepción en el reino de Chile y,
aunque suprimida en 1573, se mandaría erigir otra en Santiago de Chile en
1606; y en Manila se había mandado establecer una audiencia el 25 de mayo
de 1583, suprimida en 1590, fue restablecida el 23 de junio de 1598. Así, a
fines, del reinado de don Felipe II las audiencias y chancillerías reales se
habían consolidado en casi todos los territorios indianos de la monarquía.
Durante el siglo XVII, por real cédula de 6 de abril de 1661, se mandó
poner audiencia y chancillería real en Buenos Aires y, suprimida en 1671,
sólo volvería a tenerla cuando así lo dispuso una real cédula de 14 de abril
de 1783. En este siglo XVIII se verificó, también, la instalación de las ultimas
audiencias reales en el Nuevo Mundo: la de Caracas, mandada erigir por
real cédula de 6 de julio de 1786, y la de El Cuzco cuya creación se ordenó
por real cédula de 3 de mayo de 1787.
A las audiencias y chancillerías reales de las Indias se las dotó de Orde-
nanzas y, desde las primeras que se dieron para las de Méjico y La Española,
todas ellas contenían una serie de capítulos dedicados, específicamente,
a fijar una cierta disciplina para los abogados que habían de actuar en sus
distritos. Hay una primera serie de Ordenanzas, a las que se acostumbre lla-
mar «antiguas», y que son las despachadas para la Real Audiencia de Méji-
co por real provisión de 29 de septiembre de 1527 y comunicadas por real
cédula de 20 de abril del año siguiente, que fueron extendidas a la Audien-
cia de Santo Domingo por real cédula de 14 de junio de 1528, a la de Tie-
rra Firme por real cédula 26 de febrero de 1528, a la de Los Confines por
real cédula de 7 de julio de 1550, y a la de Nueva Galicia por real cédula
de 13 de enero de 1548. El texto de las Ordenanzas de Méjico de 1528, fue
retocado por real cédula de 12 de julio de 1530, y las Leyes Nuevas de 1542

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complementaron en algunos capítulos a todas la Ordenanzas existentes has-


ta ese momento (23).
Una segunda serie de Ordenanzas es la que se suelen denominar «nue-
vas». Su matriz son las que se expidieron desde Monzón el 4 de octubre de
1563 para la Real Audiencia de Charcas, y con la misma fecha enviadas a la
de San Francisco de Quito. Fueron extendidas a la de Concepción por real
cédula de 18 de mayo de 1565, a la de Lima por real cédula de 17 de agos-
to de 1565, a la de Santa Fe por real cédula de 12 de agosto de 1568, a la de
Guadalajara por real cédula de 11 de junio de 1572, a la de Manila por real
cédula de 5 de mayo de 1583, retocadas cuando volvió a erigirse audiencia
en Manila por real cédula de 25 de mayo de 1596, y con leves variantes a la
de Santiago de Chile por real cédula de 17 de febrero de 1609, y a la de Bue-
nos Aires por real cédula de 2 de noviembre de 1661 (24).
Finalmente, en la práctica para las audiencias creadas durante el siglo
XVIII la base de sus Ordenanzas fueron las ya citadas «nuevas» de 1563 con
sus modificaciones posteriores. En efecto, aunque la de Buenos Aires reci-
bió el encargo de formar sus propias Ordenanzas, y lo hizo sobre la base de
las de 1563, ellas no fueron aprobadas, y en los hechos se rigió por ellas; la
de Caracas formó también sus propias Ordenanzas, aprobado provisional-
mente por la mima audiencia en 1805, pero rechazadas por el Consejo de
Indias, y tardíamente, en 1821, el tribunal formaría unas nuevas Ordenanzas;
y la del Cuzco contó con unas Ordenanzas elaboradas por el oidor Pedro An-
tonio de Cernadas y Bermúdez de Castro que, basadas en las «nuevas» de
1563, fueron aprobadas por el virrey en 1789 (25).
Sin perjuicio de lo anterior, las Ordenanzas «nuevas» de 1563, que con-
tenían un título de veinticinco capítulos dedicado a los «Abogados», cons-
tituyeron la base del título XXIV «De los abogados de las Audiencias y
Chancillerias Reales de las Indias» del libro II de la Recopilación de Leyes de los
Reynos de las Indias de 1680, pues de sus veintiocho leyes, veinticinco proce-
dían de las Ordenanzas de 1563. De ahí que la disciplina general a que que-
daron sujetos los abogados de las Indias se consolidó en el texto recopilado
en 1680, y ello le garantizó su aún mayor difusión y mantenimiento hasta
que sus disposiciones fueron substituidas por las legislaciones propias de los
estados americanos sucesores de la monarquía.

 (23) El texto de estas Ordenanzas en J. Sánchez-Arcilla Bernal, Las Ordenanzas de las


Audiencias de Indias (1511-1821), Dykinson, Madrid, 1992.
 (24) Ibídem.
 (25) Ibídem.

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860 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

La reglas que sobre los abogados se incluyeron en las Ordenanzas de 1563


y que, más tarde fueron recibidas en la Recopilación de 1680, procedían di-
rectamente de los capítulos que el virrey de Méjico Antonio de Mendoza
aprobó el 22 de marzo 1548 en sus Ordenanzas y compilación de leyes, y que con
leves variantes se extendieron en 1552 a la Real Audiencia de la ciudad de
Los Reyes en el Perú. A su vez, la mayoría de estos capítulos tenían sus pre-
cedentes en las reglas castellanas que tocaban a los abogados, por ejemplo,
en algunas de las leyes aprobadas en las Cortes de Toledo de 1480 (26).
La disciplina básica sobre los abogados consolidada en la Recopilación de
Indias de 1680, que ha de ser tenida como la de general aplicación en el
Nuevo Mundo, fue complementada por algunas decisiones de las propias
audiencias, en relación con los letrados que abogaban ante ellas. Tales de-
cisiones, normalmente contenidas en autos acordados, constituyen unos
claros ejemplos de disposiciones particulares del derecho municipal de las
Indias, y a través de las cuales es posible conocer peculiaridades locales del
ejercicio de la abogacía en los distintos territorios americanos.
En los párrafos que siguen se describirá brevemente ese régimen general
al que quedaron sujetos los abogados de Indias, con la indicación de algu-
nas de sus particularidades locales o de sus variaciones en el tiempo (27).

III. LA EXIGENCIA DEL GRADO DE BACHILLER Y LOS ESTUDIOS JU-


RÍDICOS EN INDIAS
La exigencia del grado de bachiller para ser recibido de abogado se ha-
llaba consolidada en la cultura del derecho común y, en cuanto tal, era la
práctica generalizada en Castilla, de ahí que se extensión a las Indias no sea
más que una consecuencia de la propia ampliación del campo operativo de
la cultura del ius commune al Nuevo Mundo.
Esa necesaria graduación en derecho había sido declarada en las Orde-
nanzas del virrey Mendoza de 1548. De ahí había pasado al capítulo 216
de las Ordenanzas de 1563 en su texto de Charcas y de ahí a la Recopilación
de Indias (2, 24, 2). En tales disposiciones se presuponía el grado de bachi-

 (26) Sobre este Ordenamiento y, en general sobre los abogados en Castilla, vide Mª P. Alon-
so Romero y C. Garriga Acosta, El régimen jurídico de la abogacía en Castilla (siglos XIII-XVIII),
Universidad Carlos III de Madrid, Madrid, 2013, en concreto, pp. 170-174.
 (27) Una descripción de los capítulos de las Ordenanzas «antiguas» y «nuevas» de audien-
cias indianas en lo tocante a los abogados puede verse en J. Mª Ortuño Sánchez-Pedreño,
«Principios inspiradores de la actividad de los abogados en Indias en el siglo XVI», en Anales
de Derecho. Universidad de Murcia, 14, Murcia, 1996, pp. 177-195.

HISTORIA ABOGACIA.indb 860 06/08/14 10:32


Sobre los abogados en las Indias 861

ller para poder presentarse a examen de abogado, y en el mismo sentido se


pronunciaban algunos autos acordados de las audiencias indianas. Así, por
ejemplo, el de la Real Audiencia de Méjico de 6 de junio de 1604: «Que nin-
gún Letrado se admita a examen de Abogado, sin que después de graduado
de Bachiller […]» (28), y el capítulo primero del auto acordado de la Real Au-
diencia de Santiago de Chile de 26 de marzo de 1778: «Primeramente que la
Persona que pretenda seguir la carrera de Abogado concluidos sus estudios
y obtenido el grado de Bachiller se ha de presentar en esta R.l Audiencia,
con certificación expecifica y authorizada en publica forma probante del
precitado grado con expresion de Matriculas, Cursos y Examenes pidiendo
ser recivido a la practica en el referido oficio de Abogado» (29).
Como lógico corolario de la exigencia de graduación en letras para poder
actuar como abogado, desde muy temprano se procuró combatir la prácti-
ca habitual de que no letrados presentaran peticiones ante las audiencias u
otros jueces. El virrey Antonio de Mendoza, en sus Ordenanzas mejicanas de
1548 y en las peruanas de 1552, había expresamente mandado: «[Q]ue las
otras personas que no fueren graduados, no hagan peticiones algunas de los
pleitos y procesos, agora sea de peticion nueva o sobre los autos de lo proce-
sado, o requerimiento o suplicacion o de otra cualquier manera, para que se
presente en la Audiencia ni ante otros jueces algunos; y si se presentaren las
tales peticiones, que no sean recebidas, y los que la hicieren y presentaren
sean punidos segund el arbitrio del juez ante quien la causa pendiere, salvo
si el dueño del negocio hiciere peticion en su causa propia» (30). Este capítu-
lo de las Ordenanzas de Mendoza pasó a las «nuevas» de audiencias de 1563,
y de ahí a la Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias de 1680 (2, 24, 1).
Los primeros abogados que actuaron en las Indias habían obtenido su
formación en las universidades hispanas y, aunque no existen estudios sobre
la materia, su número fue relativamente reducido. Con todo, el estableci-
miento de audiencias reales en las principales ciudades del Nuevo Mundo
operó, desde la tercera década del siglo XVI, como un poderoso incentivo
para que los letrados hispanos se trasladaran a las Indias y ejercieran sus ofi-
cios en estos nuevos territorios de la monarquía.

 (28)  J. F. Montemayor de Cuenca, Recopilacion sumaria de algunos autos acordados de la


Real Audiencia y Chancillería de la Nueva España, que reside en la Ciudad de México, por Felipe de
Zúñiga y Ontiveros, México, 1787, fol. 1.
 (29) Archivo Nacional Histórico de Chile (En adelante Anhch.), Real Audiencia, 3.137,
fol. 198v-199r; Anhch. Antiguo, 3, fol. 295v.
 (30)  Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización de
las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los Archivos del Reyno y muy espe-
cialmente del de Indias, VIII, Imprenta de Frías y Compañía, Madrid, 1867, p. 77.

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862 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

Si el reinado de don Felipe II había supuesto la consolidación de la po-


lítica de creación de audiencias reales, y con ello, la eliminación de las res-
tricciones para que los abogados pasaran al Nuevo Mundo y ejercieran sus
oficios, también supuso, como elemento decisivo para el asentamiento de
la cultura letrada en Indias, la creación de universidades y, con ellas, de sus
facultades de cánones y leyes, en las que podía obtenerse aquel grado de
bachiller que era imprescindible para optar a recibirse de abogado en las
audiencias indianas.
En la ciudad de Los Reyes, reinos del Perú, por real provisión fechada el
12 de mayo de 1551 se creó una Universidad, que bajo la advocación de San
Marcos subsiste hasta el presente; en la ciudad de Méjico se erigió la Univer-
sidad por real cédula fechada en Toro el 21 de septiembre de 1551; en Chu-
quisaca se erigió la Universidad, de San Francisco Javier, el 27 de marzo de
1624, si bien solo desde 1681 comenzó a expedir grados en leyes; en Manila,
el Colegio de Nuestra Señora del Santísimo Rosario, que funcionaba desde
1611, fue erigido en Universidad por el papa Inocencio X el 20 de noviem-
bre de 1645; en Guatemala, por real cédula fechada en Madrid el 31 de ene-
ro de 1676 se erigió la que más tarde sería la Real y Pontificia Universidad de
Carlos; en Caracas fue establecida la universidad por real cédula fechada en
Lerma el 22 de diciembre de 1721; en Santiago de Chile se estableció la uni-
versidad, bajo el nombre de Real Universidad de San Felipe, por real cédula
fechada en San Ildefonso el 28 de julio de 1738; en Guadalajara se erigió su
Universidad, Real y Literaria, por real cédula despachada en San Lorenzo
el 18 de noviembre de 1791; en Córdoba del Tucumán, la Universidad hasta
ese momento centrada en su facultad de teología, comenzó a impartir ense-
ñanza jurídica (31).

 (31)  Vide L. Eguiguren, La Universidad en el siglo XVI, Lima, 1951; L. Eguiguren, Diccio-
nario histórico cronológico de la Real y Pontificia Universidad de San Marcos y sus Colegios. Crónica e
investigación, 3 vols. Lima, 1940-1950; B. Plaza y Jaén, Crónica de la Real y Pontificia Universidad
de México, México, 1931; A. Mª Carreño, Efemérides de la Real y Pontificia Universidad de México
según sus libros de Claustro, México, 1963; L. Paz, La Universidad Mayor Real y Pontificia de San
Francisco Javier de la capital de los Charcas, Sucre, 1914; I. Leal, El claustro de la Universidad y su
historia, Caracas, 1979; J. T. Medina, Historia de la Real Universidad de San Felipe de Santiago de
Chile, 2 vols., Universo, Santiago de Chile, 1928; J. Rodríguez Cabal, Universidad de Guatema-
la: su origen, fundación, organización, Guatemala, 1976; J.L. Razo Zaragoza, Crónica de la Real y
Literaria Universidad de Guadalajara y sus primitivas constituciones, Guadalajara, 1963; A. Álvarez
Sánchez, La Real Universidad de San Carlos de Guatemala (1676-1790), Universidad de Santiago
de Compostela, 2007; R.I. Peña Peñaloza, Roberto Ignacio, Los sistemas jurídicos en la enseñan-
za del derecho en la Universidad de Córdoba (1614-1807), Córdoba del Tucumán, 1986; M. Aspell
de Yanzi Ferreira, y R. P. Yanzi Ferreira, Breve historia de la Facultad de Derecho y Ciencias So-
ciales de la Universidad Nacional de Córdoba 1791-1991 (Con apéndice documental), Córdoba, 1993.

HISTORIA ABOGACIA.indb 862 06/08/14 10:32


Sobre los abogados en las Indias 863

Los estudios jurídicos en las universidades del Nuevo Mundo se orga-


nizaron del modo en que ya se hallaban establecidos en la cultura del ius
commune. Ello significaba que la formación de sus estudiantes se centraba
en el estudio de ambos Corpora, Civilis y Canonici, tal como se preveía en
la generalidad de las constituciones de las Universidades. La lectura de
los textos de ambos Corpora se realizaba por los maestros del modo que
también era usual, de guisa que, sobre todo, durante los siglos XVI y XVII
consta que iba acompañada de la lectura de sus glosas ordinarias, o de los
comentarios de Bártolo de Saxoferrato y del Abad Panormitano. Así, para
la de Méjico, en la constitución 19 del título V de las que había formado
el oidor Pedro Farfán en 1580 se prescribía que para las lecciones extraor-
dinarias sus lectores debían: «[A]sí en las lecciones de cánones como de
leyes, de pasar lo más que pudieren, leyendo solamente el texto y la glos-
sa» (32); y en el título 17 del proyecto de estatutos ordenados por el virrey
Cerralvo en 1626 se ordenaba: «[Q]ue de aquí adelante, todos los catedrá-
ticos y lectores de Cánones y Leyes y Teulogia sean obligados a gastar la
mitad de la ora en dictar y la otra mitad en explicar biba bocis e in fluxu ora-
tionis, insistiendo en todo este tiempo dicho de la media hora solamente
en el verdadero entenidmiento del texto y dificultad de las glosas de Abad
y a Bartolo, sacando en limpio la verdadera y común doctrina» (33). Para la
de San Marcos de Lima se apuntaba en 1582: «[Q]ue el doctor Guarnido
leia de siete de la mañana a ocho y media su curso de Leyes; que el doctor
Fajardo leía de tres a cuatro y media de la tarde su cátedra de Cánones;
los maestros ponian el caso del texto en latín y después iban apostillando
y sacando conclusiones del texto, leyendo también las glosas ordinarias de
Acursio o de Bartolomeus Brixiensis» (34).
En la formación de un bachiller en leyes, sin perjuicio de los cinco cursos
que había de pasar antes de recibir el grado, cobraba una especial impor-
tancia el estudio de las Instituciones de Justiniano, no sólo porque a través de
ellas adquiría los contenidos básicos del derecho civil, y porque asumía una
cierta estructura sistemática de los contenidos jurídicos, sino también, por-
que al menos desde mediados del siglo XVIII fue esta cátedra la única que
dio cierto espacio a la enseñanza universitaria de las leyes reales, por la vía
de permitirse que el catedrático se refiriera a las que tocaban algún punto
de los textos de las Instituciones.

 (32)  J. Jiménez Rueda, Las Constituciones de la antigua Universidad, México, 1951, p. 85.
 (33) E. González González, «Proyecto de estatutos ordenados por el virrey Cerralvo
(1626)», en La Real Universidad de México. Estudios y textos, III, México, 1991, p. 86.
 (34) L. Eguiguren, Diccionario…, cit., 1, p. 183.

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864 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

Al igual que lo que ocurría en las universidades de los reinos de España,


en las Indias la cátedra de Instituciones se explicó desde fines del siglo XVII
por los In quatuor libros Institutionum Imperialium Commentarius Academicus &
Forensis de Arnoldo Vinnius (1588-1657), ordinariamente en sus versiones
«castigadas», y desde la segunda mitad del siglo XVIII comenzaron a adop-
tarse en algunas universidades los textos de Johann Gottlieb Heineccius
(1681-1741), bien sus Elementa Iuris Civilis secundum ordinem Institutionum
(1725) o sus Recitationes in Elementa Iuris Civilis secundum ordinem Institutio-
num (1765). En la Universidad de Méjico es probable que para la enseñanza
de la cátedra de Instituta se acudiera a principios del siglo XVII a los In qua-
tuor Institutionum Imperatoris Iustiniani librum commentaria de Antonio Pichar-
do Vinuesa (1565-1631), y que desde la segunda mitad de ese mismo siglo
se adpotara el comentario de Vinnius, que consta se utilizaba aún a fines
del siglo XVIII (35). Para la Universidad de San Marcos de Lima, sus Constitu-
ciones de 1771 previeron que para la enseñanza de las Instituciones de Justi-
niano se utilizaran los Elementa Iuris Civilis de Heinnecius «omitiendo todos
los Títulos y Textos, cuyo estudio es inútil o poco importante» (36); y para la
Universidad de San Felipe del reino de Chile, el fiscal del Consejo de Indias
recomendaba en 1788 que el catedrático de Instituta leyera: «[L]os cuatro
libros de las Instituciones por Vinnio» (37).
Desde el conocido auto acordado del Consejo Real de Castilla de 4 de
diciembre de 1713, consta la preocupación de la Corona por el estudio de
las leyes del reino en las Universidades y, a pesar de la resistencia que halló
en muchas de las universidades, tendió a introducirse el uso de explicar el
derecho romano y sus correspondientes concordancias con el derecho real,
como de hecho ya lo habían practicado algunos catedráticos durante el siglo
XVII (38). Entre las consecuencias de esta inicial preocupación de la Corona
se halló la consolidación del commentarius de Vinnius para la enseñanza de
la cátedra de Instituta, y que se lo editara «castigado» según las notas del In-
dex hispano, que la había incluido en 1707, o que sirviera de principalísima
fuente para la redacción de ciertos libros de Instituciones acomodados a la
enseñanza del derecho hispano.

 (35)  J. Barrientos Grandon, La cultura jurídica en la Nueva España, Instituto de Investi-


gaciones Jurídicas, Méjico, 1993, pp. 130-131; vide el detallado estudio de A. Vargas Valen-
cia, Las Instituciones de Justiniano en la Nueva España, Universidad Nacional Autónoma de Mé-
xico, México, 2001, en particular, pp. 105-114.
 (36) D. Valcárcel, Reformas virreinales en San Marcos, Lima, 1960, p. 54.
 (37)  J. T. Medina, Historia…, cit., II, p. 198.
 (38)  Vide M. Peset, «Derecho romano y derecho real en las universidades del siglo XVI-
II», en Anuario de Historia del Derecho Español, XLV, Madrid, 1975, pp. 273-339.

HISTORIA ABOGACIA.indb 864 06/08/14 10:32


Sobre los abogados en las Indias 865

Se formaron, así, en los reinos de España unos nuevos textos de Institu-


ciones, que asumían en su contenido las leyes reales y que, en términos gene-
rales, solían seguir con mayor o menor cercanía a la obra de Vinnius. Tales
fueron las Institutiones Hispanae practico-theorico commentatae (1735) del profe-
sor salmantino Antonio Torres y Velasco, particularmente apegadas al texto
de Vinnius; la Instituta Civil y Real donde se explican los SS de Justiniano y en su
seguida los casos prácticos, según las Leyes reales de España (1745) de José Berní
Catalá (1712-1787); y las Institutiones Romano Hispanae ad usum tironum His-
panorum ordinatae (Valencia, 1788) de Juan Sala Bañuls (1731-1806). En las
Indias ocurrió algo semejante, y un notable ejemplo de formación de una
obra enmarcada en esta nueva tendencia fueron las Elucidationes ad quatuor
libros Institutionum Imperatoris Justiniani opportune locupletatae legibus decisioni-
busque juris Hispani (Méjico, 1787) iniciadas por Santiago Magro y Zurita
(1693-1732) y completadas por el oidor de Méjico Eusebio Ventura Beleña
(1736-1794) (39).
En la segunda mitad del siglo XVIII, estrechamente ligada a las reformas
de los planes de estudios de las facultades de leyes, se abrieron paso oficial-
mente en los reinos de España e Indias las obras de Heineccius. Sus Elementa
iuris naturae et gentium se adoptaron como texto en la mayoría de las facul-
tades en que se estableció la nueva cátedra de Derecho natural y de gentes,
y sus Elementa Juris Civilis secundum ordinem Institutionum y, en algunos casos,
las Recitationes, o sus «notas» al Commentarius de Vinnius, se adoptaron para
la cátedra de Instituta (40).
Al igual que el efecto que había generado la adopción para la enseñanza
de la obra de Vinnius, la de Heineccius dio lugar a que, en las últimas déca-
das del siglo XVIII y primeras del XIX, se redactaran nuevas exposiciones
del derecho real hispano e hispano-indiano en las que se seguían muy direc-
tamente sus Elementa Juris Civilis secundum ordinem Institutionum o sus Recita-

 (39)  J. del Arenal Fenochio, «Elucidationes, un libro jurídico mexicano del siglo XVIII,
en Revista de Investigaciones Jurídicas, 3, Méjixo, 1979.
 (40)  Vide, para las universidades de los reinos de España, M. Peset, y J. L. Peset, José
Luis, El reformismo de Carlos III y la Universidad de Salamanca. Plan general de estudios dirigido a la
Universidad de Salamanca, por el Real y Supremo Consejo de Castilla en 1771, Salamanca, 1969, pp.
60-61; P. de Olavide, Plan de Estudios de la Universidad de Sevilla (Edición de F. Aguilar Piñal),
Sevilla, 1989, pp. 132-133; M. Torremocha Hernández, La enseñanza entre el inmovilismo y las
reformas ilustradas, Valladolid, 1993, pp. 147-160, 173-177, 185; I. Arias de Saavedra, (ed.),
Plan de estudios de la Universidad de Granada en 1776, Granada, 1996, pp. 63-69; y para las de
los reinos de Indias, D. Valcárcel, Reformas virreinales…, cit. pp. 54-55, 83; J. L. Razo Zara-
goza, Crónica de la Real y Literaria…, cit., pp. 105-106; J. del Arenal Fenochio, «Historia de
la enseñanza del Derecho Romano en Michoacán (México) 1799-1910», en Index, 14, Napoli,
1986, pp. 263-281.

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866 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

tiones. Tales obras fueron en los reinos de España las Instituciones del Derecho
Real de Castilla (Madrid, 1771) del aragonés Ignacio Jordán de Asso y del Río
(1742-1814) y de Miguel de Manuel Rodríguez (17 ?-1797); y la Ilustración
del Derecho Real de España (Valencia, 1803) del ya mencionado Juan Sala Ba-
ñuls (1731-1806).
En las Indias también se formó una obra semejante a las anteriores: las
Instituciones de Derecho Real de Castilla e Indias (Guatemala, 1818) del cate-
drático de Instituta de la Universidad de San Carlos de Guatemala José
María Álvarez (1777-1820), que es la más apegada a las Recitationes de Hei-
neccius, como él mismo lo reconocía: «Por lo que a mi hace, desde que
me encargué de la de Instituciones de Justiniano fui formando algunos
apuntamientos que me facilitasen la enseñanza, y he aquí como corriendo
el tiempo llegué a formar los quatro libros. Seguí el orden de los títulos de
la Instituta de los Romanos, no obstante que pudiera adoptar otro mejor, y
he procurado acomodarme a las definiciones principios y comentarios de
las Recitaciones de Heinecio; porque a más de encerrar los fundamentos
generales de nuestra legislacion, la experiencia de catorce años me ha en-
señado, que su método es el mas aproposito para el aprovechamiento de
la juventud» (41).
Si, en términos generales, se conoce cuál era la formación que recibía
un bachiller en leyes graduado en las Universidades de las Indias, es mucho
menos lo que han avanzado los estudios en cuanto al número de estudiantes
de cánones y leyes en sus universidades y, consecuencialmente al número de
sus graduados en estas facultades, sin embargo, en el último tiempo algunos
estudios permiten ofrecer ciertos datos que dan cuenta de una mayoría de
estudiantes matriculados en cánones y leyes.
En el caso de la Real Universidad de Guadalajara, entre 1792, que fue
el año en que comenzaron sus cursos, y el de 1821, consta que se matricu-
laron 1.051 estudiantes, y de ellos 428 lo hicieron en su facultad de cáno-
nes y 218 en la de leyes, es decir, los estudiantes de las facultades jurídicas
representaban el 61,46% del total de matriculados (42). Entre esos mismos
años de 1792 a 1821 la Universidad de Guadalajara confirió a 119 estu-
diantes el grado de doctor: 69 en teología, 27 en cánones, 5 en leyes, 10 en

 (41)  J. Mª Álvarez, Instituciones de Derecho Real de Castilla y de Indias, En la imprenta de D.


Ignacio Beteta, Guatemala, 1818, «Prologo», s/p [3].
 (42)  Vide C. Castañeda, «Los doctores, licenciados y maestros de la Real Universidad de
Guadalajara», en Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco, 2ª época, I
(1982), pp. 22-35.

HISTORIA ABOGACIA.indb 866 06/08/14 10:32


Sobre los abogados en las Indias 867

medicina, y 18 maestros en filosofía (43). Bien puede apreciarse que en el


caso de este grado mayor, los que lo obtuvieron en cánones y leyes repre-
sentan un porcentaje muchísimo menor que el de estudiantes matricula-
dos, pues sólo alcanzan el 26,89%. Una de las razones que puede explicar
esta situación la constituye, precisamente, el que ya con el grado de ba-
chiller un estudiante de cánones y leyes tenía abierta la puerta al campo
del ejercicio de la profesión de abogado, de modo que los grados mayores
de licenciado y doctor, no afectaban directamente a sus posibilidades de
acceso a la abogacía, como sí podía serlo si optaba por seguir alguna otra
carrera, como la de las cátedras de la propia Universidad, o a de los oficios
eclesiásticos y seculares.
En la Universidad de San Felipe de la ciudad de Santiago del reino de
Chile, entre 1758 y 1794 obtuvieron el grado de bachiller en cánones y le-
yes 100 estudiantes, lo que implicaba que anualmente, al menos, tres sujetos
quedaban en condiciones de acceder al oficio de abogado, pues la media
anual de graduados de bachiller era de 3,84 (44).

IV.  LA EXIGENCIA DE INSTRUCCIÓN PRÁCTICA


Si para Castilla no se sabe con certeza el momento a partir del cual co-
menzó a exigirse que, para ser recibido de abogado en una Audiencia era
imprescindible un cierto tiempo de instrucción práctica, que habitualmente
se cumplía como pasante en el despacho de algún abogado (45), en las Indias
esta exigencia se impuso en una época relativamente temprana, mas no pa-
rece que a través de una decisión real de carácter general, sino que median-
te decisiones particulares de las propias reales audiencias, probablemente
como consecuencia de la competencia que las leyes reales les atribuían para
examinar a quienes quisieran recibirse de abogados.
En el caso de la Audiencia y Chancillería Real de la ciudad de Méjico,
por auto acordado de 6 de junio de 1604 se impuso la obligación de una
pasantía previa de dos años a los bachilleres que pretendieran presentarse a
examen para ser recibidos de abogados: «Que ningun Letrado se admita a
examen de Abogado, sin que despues de graduado de Bachiller, por lo me-

 (43)  Vide C. Castañeda, «Las carreras universitarias de los graduados de la Real Uni-
versidad de Guadalajara», en M. Menegus (comp.), Universidad y sociedad en Hispanoamérica.
Grupos de poder siglos XVIII y XIX, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2001,
pp. 261-280.
 (44)  Vide Anhch. Universidad de San Felipe, 9 y 10.
 (45)  Mª P. Alonso Romero y C. Garriga Acosta, El régimen jurídico…, cit., pp. 33-35.

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868 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

nos, haya tenido dos años de Pasante» (46). Esta exigencia de solos dos años
de pasantía se mantuvo por la audiencia novohispana hasta que en las últi-
mas décadas del siglo XVIII se generalizó en las Indias la exigencia de cuatro
años de instrucción práctica, tal como se había consolidado en el uso y estilo
del Consejo Real de Castilla.
En efecto, por real cédula fechada en San Lorenzo el 19 de octubre de
1768 se previno a la Real Audiencia de Guatemala que, sin perjuicio de cual-
quier costumbre que se hallare introducida, no se recibiera de abogado ni
expidiese título de tal a ningún sujeto que, además de presentar su grado de
bachiller en universidad conocida, no tuviera cuatro años de pasantía prác-
tica en estudio de letrado conocido, contados después de haber recibido
el mismo grado de bachiller, reservándose a la audiencia la facultad de dis-
pensar hasta un año del dicho tiempo de pasantía. La citada real cédula fue
circulada a la Real Audiencia de Méjico por otra fechada en 4 de diciembre
de 1785, en virtud de la cual se le mandaba que el examen de quien quisiera
ser recibido de abogado sólo se practicara por cualquiera de sus Salas, solo
una vez que hubieran presentado: «[L]os Pretendientes en la Escribanía de
Cámara su Grado, Certificacion jurada por Letrado conocido de haber prac-
ticado quatro años, y la Fé de Bautismo legalizada […] con prevencion que
el Virey, a quien, con dictamen de un Ministro de la Audiencia, correspon-
de dispensar el tiempo de Pasantia, solo lo execute por menos de un año
con arreglo a la Real Cedula de diez y nueve de Octubre de mil setecientos
sesenta y ocho, dirigida a la Real Audiencia de Goatemala, que para su pun-
tual cumplimiento se remitió también a este Superior Gobierno en quatro
de Diciembre de mil setecientos ochenta y cinco» (47). En la Real Audiencia
de Guadalajara, el 23 de enero de 1799, su fiscal solicitaba a la Real Audien-
cia que se mandaran guardar las citadas reales cédulas 1768 y 1785, aunque
no se hubieran dirigido expresamente a la de Guadalajara: «Aunque las cita-
das reales disposiciones y auto acordado de la Real Audiencia de México no
se hayan dirigido hasta ahora a ésta, como persuade el auto de 13 del último
septiembre que previno se pidiese testimonio de ellas a la de México, pare-
ce que en lo sucesivo debiera cuidarse de su observancia respecto a versar
en este distrito las mismas razones y ser ofensivo a la facultad y muy perju-
dicial a la causa pública la falta de instrucción práctica en la abogacía; y por
lo mismo, evitar este tribunal igual poco decorosa repulsa a la legalmente

 (46)  J. F. Montemayor de Cuenca, Recopilación sumaria de algunos autos acordados…, cit.,


fol. 1.
 (47) E. V. Beleña. Recopilación sumaria de los autos acordados de la Real Audiencia de esta Nue-
va España, Que desde el año de 1677 hasta el de 1786 han podido recogerse, por Felipe de Zúñiga y
Ontiveros, México, 1787, fol. 2-3.

HISTORIA ABOGACIA.indb 868 06/08/14 10:32


Sobre los abogados en las Indias 869

experimentada en la pretensión del licenciado Ramírez, se ha de servir V.A.


mandar observar en el distrito las citadas reales cédulas y prevenir a la es-
cribanía de cámara no admita solicitud sin las formalidades que previenen,
tanto para examinante como para incorporación de abogados de otras Rea-
les Audiencias» (48).
En la Real Audiencia de Santiago de Chile, durante el año 1778 se había
promovido un expediente en el que precisamente se trató de la exigencia
de la instrucción practica de los bachilleres que pretendían ser recibidos de
abogados y, previo dictamen de su fiscal de lo civil, por auto acordado de 26
de marzo de 1778, se reguló detenidamente la recepción de los abogados.
Entre los capítulos de este auto acordado se hallaba uno que asumía el estilo
y práctica del Consejo Real de Castilla en cuanto a que era necesaria acredi-
tar una instrucción práctica de cuatro años: «Que la practica aya de ser por
quatro años en estudio de Abogado conocido en cuio espacio de tiempo ha
de ser de la obligacion del practicante concurrir a los Reales Estrados a oir
las Relaciones que se echaren, y los alegatos que hicieren los Abogados en
los pleytos para que coadyuvando el Estudio privado insensiblemente se ha-
llen con las LUCEs necesarias a un buen Letrado» (49). En otro de sus capítu-
los se admitía también: «Que a esta R.l Audiencia le es facultativo dispensar
un año de esta practica al que reconozca probecto, adelantado en talentos,
y aprovechado» (50).
En el curso del siglo XVIII la instruccción en las leyes del reino y en los
usos y práctica del foro, también podía adquirirla el bachiller que pretendía
ser recibido de abogado en las Academias de Leyes Reales y Práctica Foren-
se, pues a imagen, de las que se habían establecido en los reinos de España,
en varios de los de las Indias se erigieron algunas de ellas.
En La Plata de los Charcas se erigió en 1776 una Academia de Practican-
tes Juristas, y por auto de la Real Audiencia se prescribió que los bachille-
res que deseaban ser recibidos de abogados habían de matricularse en ella
para ser admitidos a la práctica por el tribunal, y a partir de ese momento
debían concurrir durante dos años a las sesiones de la Academia, en los
que, además, debían asistir a estrados (51). Así se prescribía en la constitu-

 (48) R. Diego-Fernández Sotelo y M. Montilla Trolle, La Nueva Galicia en el ocaso del


Imperio español, II, Colegio de Michoacán, Zamora, 2003, p. 270.
 (49)  Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 199r.
 (50) Ibídem.
 (51) D. Rípodas Ardanaz, «Constituciones de la Real Academia Carolina de Practican-
tes Juristas de Charcas», en Revista Chilena de Historia del Derecho, 6, Santiago de Chile, 1970,
pp. 268-318.

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870 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

ción ª de la Academia: «Que con el título o certificacion de haber recibi-


do el grado con todas estas circunstancias, que se presentará en esta Real
Audiencia de donde se le remitirá a la Academia de práctica para que allí
corra todas las caravanas, y practique conforme a las constituciones que se
dirán adelante» (52). La Academia de práctica Forense erigida en Méjico en
1794, lo había sido, precisamente, para: «la instrucción y enseñanza de los
pasantes para que con los mejores conocimientos entren al ejercicio de
abogados» y, para cumplir con este propósito, a sus sesiones debían asistir:
«todos los practicantes que estuvieren en los colegios y estudios, y los que
en lo sucesivo existieren en México», y habían de hacerlo durante cuatro
años, pues sólo al cabo de ellos podían solicitar a la Real Audiencia ser ad-
mitidos al examen de abogado (53).
En otros casos, la asistencia a las academias de leyes reales y práctica fo-
rense era tenida en cuenta por las audiencias para dispensar el tiempo de la
pasantía. Así, por ejemplo, lo dispuso la Real Audiencia de Santiago de Chi-
le en el auto acordado de 9 de julio de 1778, en que manifestaba su confor-
midad con la proposición de establecer una de tales academias en Santiago:
«[D]ebian declarar y declararon tuviese y respetase este nuevo Cuerpo de
Literatos como uno de los mas ilustres de esta Corte y que su numeracion
y recepcion en el sirva de distinguido merito a los profesores de jurispru-
dencia, siempre que en forma bastante hiciesen constar la asistencia y apli-
cacion y exercicios que por sus sabias Constituciones estan establecidos de
que se informara a S. M. por esta Superioridad. Igualmente declararon que
los profesores que en clase de pasantes asisten al estudio de los Abogados en
cumplimiento de Auto Acordado para adquirir todo el fondo de instruccion
que pide tan noble oficio, haciendo constar la asistencia continua a los exer-
cicios de esta Academia seran atendidos para dispensarles todo el tiempo
que estuviere en arbitrio de la Superioridad quando se presentaren a solici-
tar su permiso para el uso y exercicio de Abogado» (54).
La enseñanza en estas Academias tenía como uno de sus puntos centrales
el seguimiento de casos, desde su principio hasta su conclusión. Ellos eran
propuestos periódicamente por el presidente de la Academia, y se asignaba
a los practicantes los distintos oficios que habían de desempeñar en el curso
de ellos. Así, por ejemplo, en la constitución ª de las Constituciones que para

 (52) Ídem, p. 316.
 (53)  Mª R. González, «La Academia de Jurisprudencia Teórica-Práctica en México. La
importancia de su labor docente para la práctica forense (1811-1876)», en Revista Chilena de
Historia del Derecho, 22, Santiago de Chile, 2010, p. 1407.
 (54)  Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 203v.

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Sobre los abogados en las Indias 871

la Academia de Charcas formó el oidor Rivera y Peña se prescribía: «Que


en cada semana proponga el presidente un caso, señalando un practican-
te o pasante que haga de juez para la sustanciación, y dos que defiendan el
uno al actor y el otro al reo o demandado; el cual, sustanciado por todos sus
trámites, se vea en uno de los lunes para la definitiva, haciendo relación el
mismo que fue juez para la sustanciación, y fundándose por los pasantes el
derecho y acción que defienden, sirviendo de jueces el presidente y los abo-
gados que concurriesen al cónclave» (55).

V.  EL EXAMEN DE ABOGADO

La exigencia de examen por parte de las reales audiencias para que los
bachilleres pudieran ser recibidos como abogados, fue impuesta en las In-
dias por el virrey Antonio de Mendoza en sus Ordenanzas mejicanas de 1548
y en las peruanas de 1552. Así, en su versión de las Ordenanzas del Perú de
1552, uno de sus capítulos tocantes a los abogados disponía: «Que ninguno
sea ni pueda ser abogado en la corte y chancilleria, sin que primeramente
examinado y aprobado por los oidores de chancilleria y scripto en la matri-
cula de los abogados» (56). La contravención a esta regla implicaba una serie
de penas que podían conducir hasta la inhabilitación del oficio: «Y cual-
quier que lo contrario hiciere, por la primera vez, sea suspendido del oficio
de abogado por un año y pague cincuenta pesos para la cámara, y por la se-
gunda, que se doble la pena, y por la tercera, que quede inhábil e no pueda
usar del dicho oficio de abogacía» (57).
La dicha ordenanza del virrey Mendoza fue recibida en las Ordenanzas
«nuevas» de audiencias de 1563, en el capítulo 217 de su versión de Charcas,
y de ahí pasó a la Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias (2, 24, 1) con
el texto siguiente: «Ordenamos y mandamos, que ninguno sea, ni pueda ser
Avogado en nuestras Reales Audiencias de las Indias, sin ser primeramente
examinado por el Presidente y Oidores, y escrito en la matricula de los Avo-
gados, y qualquiera que lo contrario hiziere, por la primera vez sea suspendi-
do del oficio de Avogado por un año, y pague cinquenta pesos para nuestra
Camara; y por la segunda se doble la pena; y por la tercera quede inhábil, y
no pueda usar la Avogacia».

 (55) D. Rípodas Ardanaz, «Constituciones de la Real Academia…», cit., p. 313.


 (56)  Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización de
las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los Archivos del Reyno y muy espe-
cialmente del de Indias, VIII, Imprenta de Frías y Compañía, Madrid, 1867, p. 77.
 (57) Ibídem.

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872 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

Como consecuencia de la necesidad del examen previo para ser recibido


como abogado, el mismo virrey Mendoza había mandado en sus Ordenanzas
que: «Ningun bachiller, sin ser examinado en el Audiencia abogue en ella,
ni se asiente en los estrados donde se asientan los doctores y licenciados; so
pena de cuarenta pesos para los estrados» (58). Al igual que en el caso ante-
rior, esta disposición fue recibida en las Ordenanzas «nuevas» de audiencias
de 1563, y en la Recopilación de Leyes de Indias de 1680 (2, 24, 2).
Tal como ocurría en los reinos de España, el examen a que debían some-
terse los bachilleres ante la audiencia acabó desdoblándose en dos exáme-
nes sucesivos, a saber, uno ante cierto número de abogados, y otro posterior
ante la propia audiencia. Esta práctica se hallaba consolidada en el siglo
XVIII, y desde una resolución del Consejo Real de Castilla de 17 de julio
de 1770, admitió dos posibilidades en cuanto al examen por parte de abo-
gados, pues en aquellas ciudades donde había Colegio de Abogados, debía
ser practicado por, al menos, tres de sus individuos, y donde no los había se
mantenía la práctica de la designación de abogados examinadores por parte
de las audiencias. La citada resolución del Consejo, en la versión de Pérez y
López era la siguiente: «Al examen que sufren los que se examinan de Abo-
gados en el Consejo, Chancillerías y Audiencias del Reyno ha de preceder
otro ante nueve Individuos de sus respectivos Colegios, que alternen por se-
manas, concurriendo a lo menos tres» (59).
A la Real Audiencia de México, donde se había erigido su Real e Ilustre
Colegio de Abogados en 1760, por real cédula de 4 de diciembre de 1785 se
le previno que, en orden al examen de abogados, debía observar la práctica
que se guardaba en la villa y corte en cuanto que era su Colegio de Aboga-
dos el que, previo al examen de la Audiencia, debía examinar a los bachi-
lleres que aspiraban a ser recibidos como abogados. La citada real cédula,
prescribía que al examen de la audiencia debía preceder el que: «[S]e prac-
tique por el Colegio de Abogados lo que se hace por el de Madrid, reducido
a que presentando los Pretendientes en la Escribanía de Cámara, su Grado,
Certificacion jurada por Letrado conocido de haber practicado quatro años,
y la Fé de Bautismo legalizada, se dé cuenta a la Audiencia para que vista la
legitimidad de los Papeles, se pase por el Escribano de Cámara un oficio al
Colegio, remitiéndole el Pretendiente para su examen, con encargo de que
devuelva la censura, y fecho se acuerde por la Sala lo conveniente […]» (60).

 (58) Ídem, p. 80.
 (59) A. X. Pérez y López, Teatro de la Legislación Universal de España e Indias, por orden
cronológico de sus cuerpos, y decisiones no recopiladas: y alfabético de sus títulos y principales materias,
I, Imprenta de Manuel González, Madrid, 1791, pp. 62-63.
 (60) E. V. Beleña. Recopilación sumaria de los autos acordados…, cit., fol. 2.

HISTORIA ABOGACIA.indb 872 06/08/14 10:32


Sobre los abogados en las Indias 873

En aquellas audiencias en las que no hubo Colegio de Abogados, como


era el caso de la de Santiago de Chile, siempre fue la propia real audiencia
la que remitía al pretendiente a determinados abogados con estudio abierto
para que le examinaran antes de pasar al examen al tribunal. El ya citado
auto acordado de la audiencia santiaguina de 26 de marzo de 1778 permi-
te conocer cómo se cumplía con la dicha examinación. En primer lugar el
pretendiente debía abrir un expediente ante el tribunal para solicitar su
examen, y acompañar a ellos las certificaciones de su grado, instrucción
práctica, fe de bautismo, y rendir una información de vida y costumbres:
«Que finalizados los referidos quatro años de practica o dispensado el ul-
timo se pueda presentar a examen y para ello a de acompañar su peticion
con testimonio de la fee de Bautismo, certificacion del Abogado con que
aya practicado del escribano de Camara de haverlo visto concurrir a los Es-
trados a lo menos los dos ultimos años y dar informacion bastante de vita et
moribus» (61). Una vez substanciado el expediente y, previa vista del fiscal, la
audiencia designaba a «tres Abogados de la satisfaccion del Tribunal», para
que el pretendiente fuera examinado, «en casa del más antiguo», sobre «los
principios de jurisprudencia» y, además, sobre «la práctica en el méthodo y
forma de seguir y substanciar las causas asi civiles como criminales», tras lo
cual debían informar al tribunal: «en pliego cerrado el concepto o dictamen
que formaren de dicho examen, y en casso de discordar entre si lo pueda
executar cada uno separadamente» (62).
Una vez obtenida la aprobación por parte de los abogados examinado-
res, el pretendiente debía parecer ante la audiencia para ser examinado por
ella. Este examen consistía en el señalamiento de un pleito, que dentro de
cierto término, debía relatar ante el tribunal, y proponer su resolución. La
Real Audiencia de Méjico, por auto acordado de 20 de julio de 1744, había
dispuesto: «Que los Abogados que en lo sucesivo se presentaren para exa-
men, lo hagan en la Audiencia con término de quarenta y ocho horas» (63) y
que debía tenerse: «[S]iempre cuidado de señalarles los pleytos de mayor
entidad, para lo qual formen lista los Escribanos de Cámara de todos los que
de esta naturaleza se hallaren sustanciados» (64). Estas disposiciones fueron
complementadas por la real cédula de 4 de diciembre de 1785, que en esta
materia dispuso que una vez recibida la aprobación del pretendiente por
parte del Colegio de Abogados: «[S]e acuerde por la Sala lo conveniente a
cerca de entregarle el pleyto, teniendo cuidado de que el que se reparta a

 (61)  Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 199r-199v.


 (62) Ídem, fol. 199v.
 (63) E. V. Beleña. Recopilación sumaria de los autos acordados…, cit., fol. 1.
 (64) Ibídem.

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874 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

uno, no se entregue a otro, a fin de evitar asi que una misma leccion sirva
a dos, o mas, como que se pueda tener noticia del que ha de caber en suer-
te» (65). La Real Audiencia de Santiago de Chile, por su parte, se limitaba a
fijar como día del examen uno de los fijados como de acuerdo del tribunal.
Así lo mandaba el indicado auto acordado de 26 de marzo de 1778: «Que en
vista de dicho informe [de los abogados examinadores] se proceda a señalar
Pleyto para el Examen Publico el que pareciere conveniente siendo de vista
y sin sentencia, lo que se executara en uno de los dias señalados para Acuer-
do, para que le corra el termino que huviere de acuerdo a acuerdo» (66).
En la Real Audiencia de Méjico, según su auto acordado de 20 de julio
de 1744, el examen debía verificarse: «[E]n una de las Salas de ella a puerta
cerrada ante los Oydores que la compongan» (67), y si en una primera épo-
ca se rendía ante el tribunal pleno, desde la real cédula de 4 de diciembre
de 1785 se practicaba en cualquiera de sus salas: «[Q]ue el examen de los
que hayan de ser recibidos al exercicio de esta Facultad no se execute en
Acuerdo pleno, sino en qualquiera de las Salas» (68). Sobre el contenido del
examen practicado por la audiencia, el auto acordado de 26 de marzo de
1778 ofrece algunas noticias de interés, en cuanto a la práctica observada
en la audiencia de Santiago de Chile: «Que el dia prefixado al Examen aya
de comparecer personalmente y en presencia del Tribunal referira el hecho
del Pleyto en castellano y expondra los fundamentos de Derecho por una y
otra parte en latin y lo sentenciara segun su parecer, pudiendo los S.res Minis-
tros en el propio acto hacerle preguntas que les ocurrieren y quisieren» (69).

VI. JURAMENTO, MATRÍCULA Y TÍTULO

En el capítulo 47 de las Ordenanzas «antiguas» de la Real Audiencias de


Méjico, y en los capítulos equivalentes de las de Santo Domingo de ese mis-
mo año, de Méjico de 1530 y de Tierra Firme de 1538, se disponía que ellas
debía tener aplicación la ley 39 del Ordenamiento de las Cortes de Toledo
de 1480. En esta ley se había reiterado una prescripción anterior, que po-
día remontarse a las Siete Partidas (3, 6, 13), que imponía a los abogados la
obligación de prestar juramento ante los jueces de: «que bien e fielmente
usarian del officio de abogazia», que: «consejarian justamente a sus partes»,

 (65) Ídem, fol. 2.
 (66)  Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 199v-200r.
 (67) E. V. Beleña. Recopilación sumaria de los autos acordados…, cit., fol. 1.
 (68) Ídem, fol. 2.
 (69)  Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 200r.

HISTORIA ABOGACIA.indb 874 06/08/14 10:32


Sobre los abogados en las Indias 875

y que: «no ayudarian a causa injusta, e luego que conosciesen que su parte
no traya justicia, dexarian la causa». La citada ley de las Cortes de Toledo
advertía que el fundamento de esta obligación era procurar que las partes
no recibieran perjuicio de las actuaciones de los abogados: «Por la malicia
e ygnorancia de los abogados suelen las partes litigantes muchas veces res-
cebir danno, e para rremediar esto ansy por derecho como por las leyes fue
estatuido que los abogados jurassen en manos de un juez […]» (70).
El contenido de aquella ley de las Cortes de Toledo de 1480, que se había
recibido indirectamente a través de las Ordenanzas «antiguas» de audiencias
de 1530, fue incluido de modo expreso en las Ordenanzas del Perú del virrey
Mendoza de 1552, pues en uno de sus capítulos tocantes a los abogados se
mandaba: «Que juren que no ayudaran en causas injustas ni aconsejarán in-
justamente a sus partes; y luego que conocieren que su parte no trae justicia,
desampararán la causa» (71). Esta disposición fue recibida en las Ordenanzas
nuevas de audiencias de 1563, en el capítulo 212 de las de Santa Fe y simila-
res de las restantes audiencias, y de ahí pasó, casi literalmente a la Recopila-
ción de Leyes de los Reinos de las Indias de 1680 (2, 24, 3): «Los Avogados juren,
que no ayudarán en causas injustas, ni acusarán injustamente, y luego que
conocieren, que sus partes no tienen justicia, desampararán las causas».
En la práctica, el juramento se prestaba ante la Real Audiencia inme-
diatamente a continuación de haber sido aprobado en el examen por par-
te del tribunal, y acto seguido el ya abogado era puesto en la matrícula de
abogados que llevaba el mismo tribunal y se le expedía el título de aboga-
do. El estilo que esto obervaba, por ejemplo, la Real Audiencia de Santia-
go de Chile quedó fijado en el auto acordado de 26 de marzo de 1778: «Y
finalmente que siendo aprobado y recibido al uso y exercicio de Abogado
precedido el juramento acostumbrado se asiente en el Libro de Matricula
entre los del gremio de este oficio y se le expida el titulo correspondiente
en cuia virtud pueda abogar libremente dentro de la Capital; y para practi-
carlo fuera solo puedan hacerlo obtenida venia y licencia expecial que han
de pedir para ello» (72).
La exigencia de estar inscrito en la «matrícula» de abogados, que en el
derecho castellano podía remontarse a una ley de Partidas (3, 6, 13), para
poder usar y ejercer el oficio la habían impuesto en las Indias el virrey Anto-

 (70)  Mª P. Alonso Romero y C. Garriga Acosta, El régimen jurídico…, cit., pp. 170-174.
 (71)  Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización…,
cit., VIII, p. 76.
 (72)  Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 200r.

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876 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

nio de Mendoza en sus Ordenanzas mejicanas de 1548 y en las peruanas de


1552: «Que ninguno sea ni pueda ser abogado en la corte y chancillería, sin
que primeramente examinado y aprobado por los oidores de chancilleria y
scripto en la matricula de los abogados» (73). Este capítulo fue recibido en las
Ordenanzas «nuevas» de audiencias de 1563, en el capítulo 217 de su versión
de Charcas, y de ahí pasó a la Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias (2,
24, 1): «Ordenamos y mandamos, que ninguno sea, ni pueda ser Avogado en
nuestras Reales Audiencias de las Indias, sin ser primeramente examinado
por el Presidente y Oidores, y escrito en la matricula de los Avogados […]».
La expedición del título de abogado la hacía la Real Audiencia inmedia-
tamente a continuación de haberse matriculado al nuevo abogado, quien
había de solicitarlo en la escribanía de cámara y certificar, al menos desde el
siglo XVIII, que había satisfecho lo que por tal título tocaba al derecho de la
media anata. Así, por ejemplo, lo había mandado la Real Audiencia de Mé-
jico por auto acordado de 15 de julio de 1738: «Que ningun Abogado, pena
de cincuenta pesos, suba a alegar a Estrados, ni presente Escrito en la Corte
sin haber sacado título, y satisfecho el Real Derecho de Media Annata» (74).
Como era regular en la disciplina tocante a los oficios, el juramente y la
inmediata recepción de abogado por la Real Audiencia determinaba la anti-
güedad de los abogados entre sí, tal como la había dispuesto uno de los ca-
pítulos de las ya citadas Ordenanzas del Virrey Mendoza: «Que guarden entre
sí la antigüedad del tiempo que fueren recebidos por abogados, cuando se
asentaren en los estrados, y ninguno tome a otro su lugar; so pena de sus-
pension del oficio por un año» (75). Este capítulo también pasó a las Orde-
nanzas «nuevas» de audiencias de 1563 y de ahí a la Recopilación de Leyes de los
Reinos de Indias de 1680 (2, 24, 5): «Mandamos, Que los Avogados guarden
antigüedad entre si mismos quando se assentaren en los Estrados, conforme
al tiempo en que fueren recevidos, y ninguno tome otro lugar, pena de sus-
pension de oficio por un año».

VII. DISCIPLINA DEL EJERCICIO DE LA ABOGACÍA EN INDIAS


El uso y ejercicio del oficio de abogado en las Indias contó con una dis-
ciplina cuyo núcleo básico quedó fijado en las Ordenanzas de las audien-

 (73)  Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización…,


cit., p. 77.
 (74) E. V. Beleña. Recopilacion sumaria de los autos acordados…, cit., fol. 2.
 (75)  Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización…,
cit., p. 79.

HISTORIA ABOGACIA.indb 876 06/08/14 10:32


Sobre los abogados en las Indias 877

cias del Nuevo Mundo, desde las «antiguas» de 1528-1530 a las «nuevas»
de 1563, si bien estas últimas asumieron en cuanto a los abogados la casi
totalidad de los capítulos de las Ordenanzas del virrey Mendoza de 1548 y
1552. Ese régimen que se consolidó en tiempos de don Felipe II se mantuvo
casi sin variaciones en la Recopilación de Indias de 1680, que destinó el título
XXIV de su libro II a tratar «De los abogados de las Audiencias y Chancille-
rías Reales de las Indias».
A esas reglas del derecho indiano general, se sumaron algunas reales cé-
dulas posteriores a 1680, pero, sobre todo, hubo una importante actividad
disciplinar de la abogacía indiana llevada a cabo por las propias reales au-
diencias, sobre todo a través de autos acordados.
El examen de las disposiciones que regulaban el ejercicio de la abogacía
en el Nuevo Mundo no difería especialmente del régimen castellano, si bien
era posible advertir algunas peculiaridades, sobre todo en relación con la
defensa y patrocinio de los intereses de los indios.
Desde las Ordenanzas «antiguas» de audiencias se apreciaba una singu-
lar preocupación por parte de la legislación para procurar la imparcialidad
de los oidores, de manera que se fijaron una serie de reglas para evitar los
posibles conciertos o excesivo trato y familiaridad entre los abogados y los
oidores de las audiencias. Esas reglas inciales, ampliadas en el curso de los
siglos XVI y XVII, se consolidaron en la Recopilación de Leyes de los Reinos de las
Indias de 1680, en la que se incluyó la siguiente ley (2, 24, 28): «Prohibimos
y expressamente defendemos, que ahora, no en ningun tiempo pueda ser
Avogado en ninguna de nuestras Audiencias Reales de las Indias ningun Le-
trado, donde fuere Oidor su padre, suegro, cuñado, hermano, o hijo, pena
de que el Letrado que avogue contra esta prohibicion, incurra por ello en
pena de mil Castellanos de oro para nuestra Camara y Fisco. Y mandamos,
que no sea admitido a la avogacia el que estuviere impedido por esta razon:
y todo lo susodicho tambien se entienda si fuere pariente en los grados refe-
ridos del Presidente, o Fiscal de la Audiencia».
Un importante sector de esta disciplina se relacionaba directamente con
las actuaciones procesales de los letrados, pues había una serie de reglas que
se dirigían a dos grandes fines: evitar las dilaciones en los procesos y asegu-
rar la fidelidad y rectitud de las actuaciones en el curso de los pleitos. Así,
por ejemplo, desde las Ordenanzas del virrey Mendoza se mandaba que no
pidieran «restitución» con posterioridad a que la relación del pleito se diera
por concertada, y que no pudieran pedirla en manera alguna durante los
términos asignados para las probanzas ordinarias; que firmaran las peticio-
nes que hicieren, de cualquier calidad que fueren; que concertaran por sí

HISTORIA ABOGACIA.indb 877 06/08/14 10:32


878 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

mismos las relaciones de los pleitos y las firmaren y juraren; que no alegaren
en los hechos cosas que no fueran ciertas y verdaderas; «que no aleguen co-
sas maliciosas, ni pidan término para probar lo que saben o creen que no ha
de aprovechar, o que no se puede probar, ni den consejo ni aviso a sus partes
para que sobornen testigos, ni pongan tachas ni objetos maliciosos, ni den
lugar, en cuanto en ellos fuere, que se haga otra mudanza de verdad en todo
el proceso»; «que no ha lugar lo que ya tienen alegado, replicando o repilo-
gando lo que ya está por scripto en el proceso»; y «que no hagan preguntas
impertinentes al negocio y causa en que abogaren» (76). Estas reglas, con muy
ligeras variaciones pasaron a las Ordenanzas nuevas de audiencias de 1563, y
de ahí al ya citado título XXIV del libro II de la Recopilación de Indias de 1680,
y a algún otro de sus títulos, como el XXII, tocante a los relatores, en el que
se incluía la ordenanza que mandaba a los abogados asistir a la relación de
los pleitos, para que una vez concluida se concertara y la firmara (2, 22, 11).
Esa última obligación parece que no era cumplida a cabalidad por los
abogados de la Real Audiencia de Santiago de Chile, porque el tribunal se
vio obligado a despachar auto acordado el 30 de octubre de 1760, en virtud
del cual ordenó que: «[S]e notificara a todos los Abogados de esta Real Au-
diencia que desde el dia 7 de enero del proximo año de 61 en que se han
de leer las Ordenanzas que manda la ley 182. tit. 15. lib. 2, precisa e inviola-
blemente, ayan de asistir por si o por otros abogados a las Relaciones de las
causas definitivas o que tengan fuerza de tales que patrocinare, en trage de
golilla, o con otros descentes que correspondieren a su ministerio, como se
estila y practica en todos los Consejos y Chancillerias de Europa, y America,
y sobre todo como literalmente lo manda la ley 11. tit. 22. lib. 2 de nuestro
Derecho Municipal, concordante con otras de Castilla que manifiestamente
lo suponen y lo ordenan, so pena de que si siendo llamados por el Relator
(como es de su obligacion) no parecieren al termino que les fuere señala-
do, paguen el diesmo del pleito, con que no exeda de veinte pesos aplicados
en la forma en que los distribuie la citada L. 11, y de que si continuaren en
su reveldia se les borrara de la matricula de Abogados, cuia justa y univer-
sal providencia, no solo radica su firmeza en el prompto, exacto y acertado
despacho de los negocios, sino que tambien resultara de su observancia el
remedio de que no se difundan en los escritos, repitiendo una, dos y aun
seis veces lo mismo que tienen dicho, y esta puesto en el Processo» (77). Casi
treinta años más tarde, el mismo tribunal volvía a reiterar esta obligación de
los abogados, y así lo hacía por auto acordado de 7 de diciembre de 1789:

 (76) Ídem, pp. 74-79.


 (77)  Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 95v-96r.

HISTORIA ABOGACIA.indb 878 06/08/14 10:32


Sobre los abogados en las Indias 879

«Que en atencion a no ser facil que los Abogados puedan llenar cumplida-
mente las obligaciones de su delicado Ynstituto si no se presencian a la vista
y relacion de las causas que patrocinan, como esta generalmente prevenido
y ordenado en la practica, ya para advertir qualesquier descuido, equivoca-
cion o duda en el examen del Proceso, notando la combinacion, o discordia
de los hechos, y actuaciones, ya para que su intervencion sirva de consuelo
al Litigante, y de satisfaccion al Tribunal, que a mas de la fidelidad del Rela-
tor descansa, sobre la seguridad, y confianza de que los Abogados autorizan
lo que se relata, y con sus informes vigorizan sus defensas. Devian mandar
y mandaron se notifique a todos los de esta Real Audiencia que exercen la
Abogacia con curran sin escusa siempre que se vea Proceso que estuviere a
su cargo, pena de quatro pesos por la primera vez, que se duplicara por la
segunda, y si lo que no es presumible se incurriese tercera vez en esta falta,
se le suspendera del oficio» (78). Debió ser esta una de las omisiones más fre-
cuentes de los abogados santiaguinos, poruqe la audiencia por nuevo auto
acordado, de 5 d eoctubre de 1797, reiteraba: «Que siendo intolerable el
abandono con que miran algunos Abogados el patrocinio de sus partes de-
jando de asistir a la vista de sus causas, sin embargo de hallarse ordenado
por las Leyes, y por repetidos Autos Acordados, y de ver que otros profesores
de los mas distinguidos de esta Real Audiencia cumplen exacta y puntual-
mente con esta esencial obligacion; debian de mandar y mandaban, que se
les haga saber nuevamente que siempre que esten señaladas las Causas en la
Tabla concurran a defender sus respectivas partes en el dia asignado vajo la
multa la primera ves de dos pesos, de quatro la segunda aplicados a gastos
de Estrados, y de suspencion por seis meses de el exercicio de la Abogacia
por la tercera; las que se les exigiran irremisiblemente, sin admitirles recur-
sos, ni instancias que se dirijan a eximirles de su satisfacción» (79).
Una de las causas más frecuentes del retardo en la secuela de los juicios
parece que se hallaba en la poca diligencia de los abogados por despachar-
los, una vez que habían recibido los autos de mano de los procuradores.
Ello explica el que varias audiencias indianas despacharan autos acordados
para evitar esta situación y obligar a los abogados a dar a los procuradores
«conocimiento» de los pleitos que recibían. Así, la Real Audiencia de Méji-
co, por auto acordado de 16 de octubre de 1653, decía: «Que respecto de
haberse experimentado las dilaciones que se causaban en los pleytos por no
despacharlos los Abogados, a quienes los entregan los Procuradores, con la
brevedad que se requiere, y las Partes lo padecen, y se quexan en esta Real

 (78) Ídem, fol. 237r-237v.


 (79) Ídem, fol. 295r-295v.

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880 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

Audiencia de los Procuradores: los Abogados de ella, luego que reciban los
pleytos de mano de los Procuradores, les den conocimiento de ellos, y los
despachen dentro del término que tienen obligacion, lo qual cumplan los
dichos Abogados, pena de quatro pesos y del interés de la Parte» (80). De su
lado, la Real Audiencia de Santiago de Chile reconocía en su auto acorda-
do de 22 de diciembre de 1755 que: «[S]e tiene experimentado el gran des-
orden que se padese en la Secretaria de Camara con los Prosesos, y Autos
que en ella penden dimanando en la maior parte, de que sacados por los
Procuradores los retienen en los estudios de los Abogados en sus Poderes, o
en los de sus Partes, Autos enteros sin restituirlos al Oficio como devieran,
de modo que con el tiempo se pierde la memoria de ellos, y quando se ne-
cesitan se ygnora su paradero, y es preciso impender mucho trabajo en su
solicitud, y busca, assi en la Secretaria como en los Libros atrasados de los
Procuradores, y aun en la Tabla del Relator con conocido perjuicio de las
partes, y del mismo Escrivano de Camara» (81). Y para evitar esta situación
decretó en el mismo auto acordado que: «[S]e notifique a los Procuradores
de Causas que para el dia ultimo del corriente mes pongan en la Secretaria
todas las que por sus resivos huvieren sacado, y a los Abogados que no las re-
sistan, y hagan entrega de ellas, para que en principio del año buelban a sa-
car con nuevos conocimientos las que necesitaren, y de esta suerte se eviten
las confuciones que de lo contrario resultan, y que esto se entienda todos
los años sin necesitar de nueva Providencia, y que el presente Escrivano de
Camara de cuenta al Tribunal de su cumplimiento y observancia» (82). Con
todo, cinco años más tarde, por auto acordado de 30 de octubre de 1760, el
tribunal reiteraba la necesidad del cumplimiento del auto anterior: «[M]an-
daron guardar, cumplir y executar el Auto proveido por este Real Acuerdo
en 22 de Diciembre de 1755» (83).
Un especial lugar tenía en esta disciplina la responsabilidad de los aboga-
dos en relación con las partes a quienes patrocinaban. En las Ordenanzas del
virrey Mendoza se contenían la siguientes reglas básicas: a) «[S]i acaeciere
que por negligencia o ignorancia de abogado, que se pueda colegir de los
autos del proceso, la parte a quien ayudare perdiere su derecho, mandamos
que el tal abogado sea tenudo de pagar a su parte el daño que por este le
vino con las costas, y el juez ante quien pendiere el tal pleito lo haga luego

 (80)  J. F. Montemayor de Cuenca, Recopilación sumaria de algunos autos acordados…,


cit., fol. 2.
 (81)  Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 78r.
 (82) Ídem, fol. 78r-78v.
 (83) Ídem, fol. 96v.

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Sobre los abogados en las Indias 881

pagar sin dilación» (84); b) «El abogado que una vez tomare cargo de ayudar
a la parte, no sea osado de lo dexar hasta ser fenecido, y si lo dexare, pierda
el salario, y cualquier daño que le viniere al señor del pleito sea tenudo de
lo pagar; pero si dexare el pleito, conociendo que la causa es injusta, que lo
pueda hacer» (85); y c) «Que el abogado o abogados paguen a las partes los
daños que hobieren recebido y recibieren por su mailica, culpa, negligen-
cia o impericia, así en la primera instancia como en grado de apelacion y
suplicacion, con el doblo, y que sobre esto les sea hecho brevemente cum-
plimiento de justicia» (86).
Las citadas tres reglas sobre la responsabilidad de los abogados en rela-
ción con sus patrocinados, fueron recibidas en las Ordenanzas «nuevas de
audiencias» de 1563, y de ahí pasaron al título XXIV del libro II de la Recopi-
lación de Leyes de los Reynos de las Indias de 1680.

VIII.  LOS ABOGADOS DE INDIAS Y LA CARRERA DE LA TOGA


Los estudios jurídicos en la cultura del derecho común, no sólo abrían a
los letrados la puerta del ejercicio de la abogacía, en la defensa y patrocinio
de causas, sino también les constituían en la necesaria posición para preten-
der una serie de plazas, tanto seculares como eclesiásticas y, a través de es-
tos tres grandes caminos «profesionales», los letrados hallaron un espacioso
sendero para avanzar en su progresiva consolidación como una de los secto-
res más influyentes de sus respectivas sociedades locales.
Desde mediados del siglo XVI el ejercicio de la profesión de abogado
se convirtió en una importante vía de consolidación social en las primeras
sociedades indianas, como, por ejemplo, lo han mostrado diversos estudios
en relación con la Nueva España y el Perú (87). El ejercicio de la abogacía en
muchos casos también representó para los letrados indianos un primer es-
pacio en el cual hacían «méritos» para lograr del monarca la «merced» de

 (84)  Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización…,


cit., p. 76.
 (85) Ibídem.
 (86) Ídem, p. 78.
 (87) T. Hampe Martínez y R. Honores, «Los abogados de Lima colonial (1550-1650):
formación, vinculaciones y carrera profesional», en R. Aguirre Salvador (coord.), Carrera,
linaje y patronazgo. Clérigos y juristas en Nueva España, Chile y Perú (siglos XVI-XVIII), Universi-
dad Nacional Autónoma de Méhixo, México, 2004, pp. 151-175; M. Rocha Wanderley, «“Si
saben ustedes de los méritos”. Escritura, carreras de abogados y redes personales en Nueva
España (1590-1700)», en R. Aguirre Salvador (coord.), Carrera, linaje y patronazgo…, cit.,
pp. 177-237.

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882 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

una plaza letrada, es decir, para acceder a los oficios de las audiencias del
Nuevo Mundo.
Los trabajos de los abogados indianos por hacer «méritos» que les condu-
jeran a «merecer» una plaza con jurisdicción, permiten observar uno de los
aspectos de mayor interés de la «historia» de los letrados en el Nuevo Mun-
do, porque del éxito de sus estrategias y esfuerzos dependió, en muchas oca-
siones, la formación de ciertos núcleos dirigentes en las sociedades indianas,
y que se proyectaron, en varios casos, mucho más allá de la disolución de la
monarquía, pues mantuvieron su peso en las nacientes repúblicas america-
nas del siglo XIX.
El este apartado final ofreceré algunas noticias sobre este particular cam-
po de proyección de los abogados indianos.
Los letrados castellanos y, en menor medida, de otros reinos hispanos no
tuvieron competidores en sus pretensiones de plazas de las audiencias que
comenzaron a erigirse en el Nuevo Mundo desde los primeros decenios del
siglo XVI, pero esta situación comenzó a cambiar desde el reinado de don
Felipe II, porque a partir de él también empezaron a pretender los gradua-
dos en las universidades indianas, sobre todo los que habían estudiado en
las erigidas en Méjico y Lima. Se generó, entonces, una velada competencia
entre los graduados peninsulares y los graduados indianos por las plazas to-
gadas del Nuevo Mundo, tras la cual aparecía una nueva manifestación de
la cuestión de la «naturaleza», supuesto que los graduados en Méjico y Lima
eran, mayoritariamente, naturales del Nuevo Mundo.
En el reinado de don Felipe II la presencia de pretendientes naturales de
las Indias y graduados en sus universidades casi no afectó a los letrados caste-
llanos, porque de los 202 nombramientos que realizó solamente dos de ellos
recayeron en nacidos en el Nuevo Mundo: don Simón de Meneses, natural
de Lima y primer indiano que mereció una toga en América, nombrado oi-
dor de Santo Domingo en 1591, y don Fernando Arias de Ugarte, natural
de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada, provisto como oidor de Panamá
en 1594. De ellos, solamente Meneses había estudiado en Indias, pues ha-
bía sido colegial en el Real de San Martín de Lima y se había graduado de
doctor en su Universidad de San Marcos, de la cual su padre, el médico don
Gaspar, había sido rector (88), mientras que Arias de Ugarte había pasado
a los reinos de España, y ahí había asistido a la Universidad de Salamanca

 (88)  M. Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, 5, Lima, 1885, p. 301; G.


Lohmann Villena, Los regidores perpetuos del cabildo de Lima (1535-1821), II, Sevilla, 1983, pp.
202-203.

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Sobre los abogados en las Indias 883

(1577-1583), en la que se graduó de bachiller en cánones en ella, y luego de


doctor en ambos derechos por la Universidad de Lérida (89).
Fue en los años de don Felipe III en los que comenzaron a abundar los
pretendientes indianos graduados en las universidades de sus reinos y, ade-
más, lo hicieron con cierto éxito, pues de los 114 nombramientos realizados
en dicho reinado, 16 recayeron en indianos, de los cuales 9 habían nacido
en el virreinato de la Nueva España y los 7 restantes en el del Perú, es decir,
del casi 1,0% que habían representado los indianos en tiempos de don Feli-
pe II ahora ascendían a un 14,03%.
Comenzó también a ser frecuente que las ciudades del Nuevo Mundo
escribieran al Consejo de Indias para recomendar las personas de sus hijos
con la finalidad de que recibieran el premio de la toga, como lo hacía en
los primeros años del siglo XVII la ciudad de Méjico respecto de don García
de Carvajal y Figueroa: «Con el deseo que esta ciudad tiene de que los hijos
della acierten a servir a V. M. ha tomado atrevimiento de informar de la per-
sona del Dr. García de Carvajal» (90).
Don García de Carvajal, había nacido en Méjico, en cuya Real y Pontificia
Universidad había sido cursante de artes y cánones, y se había graduado de
bachiller en artes en 1584, e inmediatamente se le concedió la substitución
de la cátedra de Prima de Cánones que se hallaba vacante por la muerte del
doctor Damián Sedeño (91). Posteriormente se graduó de bachiller, licencia-
do y doctor en cánones y llegó a servir las cátedras de Prima de Cánones,
Prima de Leyes, Sexto e Instituta, además de haber sido consiliario de la
Universidad (92), y de cuyos ejercicio docentes se conservaban unas Dissertatio-
nes in lib. VI Decretalium, en un tomo en cuarto que permanecían a principios

 (89) D. López de Lisboa, Epitome de la vida del Illustrissimo Dotor Don Don (sic) Fernando
Arias de Ugarte, Auditor General que fue de la Guerra de Aragon…, Lima, por Pedro de Cabrera,
1638; V. Restrepo, Apuntes para la biografía del fundador del Nuevo Reino de Granada y vida de
dos ilustres prelados hijos de Santa Fe de Bogotá. Gonzalo Jiménez de Quesada. El Ilmo. Sr. D. Hernando
Arias de Ugarte. El Ilmo. Sr. D. Lucas Fernández Piedrahita, Bogotá, 1897, pp. 67-181; T. Hampe
Martínez, «La biblioteca del arzobispo Hernando Arias de Ugarte: bagaje intelectual de un
prelado criollo», en Thesaurus, 42, nr. 2, Bogotá, 1987, pp. 357-361; T. Hampe Martínez, Bi-
bliotecas privadas en el mundo colonial, Frankfurt-Madrid, 1996, pp. 150-155, 262-281. El mismo
autor había publicado en el Diario «El Comercio» de Lima, 1-IX-1986, un artículo sobre esta
biblioteca bajo el título de «Los libros del obispo».
 (90) En Agi. Indiferente General, 1.846 A, «Carta de la Ciudad de Méjico al Consejo», s/f.
 (91) B. Plaza y Jaén, Crónica de la Real y Pontificia Universidad…, cit., I, p. 126.
 (92) A. Pavón Romero, «Universitarios y oidores. Un tipo de catedrático de leyes y
cánones en el siglo XVI», en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, IV, Méjico, 1993, pp.
167-168.

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884 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

del siglo XIX en la biblioteca de la Universidad de Méjico (93). Las preten-


siones de García de Carvajal y los deseos de su ciudad natal no quedarían
frustrados, pues, sobre consulta de Cámara de Indias, fechada en Madrid el
29 de enero de 1608, en la que ocupaba el segundo lugar de la terna, fue
nombrado en plaza de oidor de la Real Audiencia de Guatemala (94), y se le
despachó su título por real provisión fechada en Madrid el 7 de marzo de
1608 de una plaza acrecentada de oidor en la Real Audiencia de Guatemala
por haberse aumentado en una las cuatro plazas de su dotación (95), la que
sirvió hasta su muerte.
La tendencia anterior se incrementó bajo don Felipe IV, ya que los ame-
ricanos provistos llegaban a 46 de un total de 240, esto es, su porcentaje se
elevaba a un 19,16%, de los cuales 6 habían nacido en el virreinato de la
Nueva España y 40 en el del Perú. Pero también durante este reinado co-
menzaron a ser frecuentes las instancias de las universidades indianas, de
algunas ciudades, y de letrados en particular para que las provisiones de
las plazas de sus audiencias recayeran en letrados del Nuevo Mundo. Así,
por ejemplo la ciudad de Manila imprimía hacia 1637 un Memorial dirigido
al rey en su Consejo de Indias para pedir que se consultaran para las pla-
zas que vacaren en su audiencia a los sujetos letrados que había en la mis-
ma ciudad de Manila, lo que consultado al monarca por el Consejo en 19
de enero de 1638 mereció de la real persona un breve, pero claro: «Está
bien» (96).
Esta nueva situación generó, al menos, tres importantes consecuencias,
a saber: a) el rechazo de los graduados peninsulares al nombramiento de
indianos para las plazas togadas de América; b) la esperada reacción de los
naturales y graduados indianos en contra de aquellos que les juzgaban inhá-
biles para las togas; y c) las quejas de los indianos en contra del ejercicio de
la merced real por el Consejo o la Cámara de Indias, cuya práctica mostraba
una evidente preferencia por los naturales de los reinos de España y gradua-
dos en sus universidades.

 (93)  J. M. Beristain y Souza, Biblioteca Hispano Americana Septentrional o catálogo y noticia


de los literatos, que o nacidos, o educados, o florecientes en la América septentrional española, han dado
a luz algún escrito, o lo han dejado preparado para la prensa, I, Méjico, 1816, fol. 255.
 (94)  Agi. Guatemala, 1, Consulta Cámara, Madrid, 29-I-1608; A. Heredia Herrera,
(dir.), Catálogo de las Consultas del Consejo de Indias (1605-1609), Sevilla, 1984, II, nr. 1.558,
p. 390.
 (95)  Agi. Guatemala, 503, Títulos de Oidores de la Real Audiencia de Guatemala, sin foliar.
 (96)  Agi. Filipinas, 2, Consulta Consejo de Indias, Madrid, 19-I-1638; A. Heredia He-
rrera, Catálogo de las Consultas del Consejo de Indias, 1637-1643, VII, Sevilla, 1990, nr. 422,
p. 96.

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Sobre los abogados en las Indias 885

1. De la inhabilidad de los indianos para los estudios y


la toga
Los letrados peninsulares vieron en los naturales y graduados en las uni-
versidades del Nuevo Mundo un peligro creciente, que hacía disminuir sus
posibilidades de lograr el premio de una plaza togada en las Indias para
remunerar sus méritos de letras conseguidos, con grandes esfuerzos, en
las universidades castellanas y aragonesas. Para contrarrestar esta compe-
tencia, algunos de ellos retomaron un tópico, ya antiguo, según el cual los
nacidos en las nuevas tierras no se hallaban naturalmente dotados para los
estudios y sus ingenios eran rudos y bastos, por una serie de causas, entre
las cuales se solía mencionar el efecto del clima (97), tal cual lo recordaba en
1667 Pedro Bolívar y de la Redonda: «Y porque en tiempos pasados huvo
algunos, que llevados de emulación, y de desenfrenada passión, juzgavan
por incapaces para los puestos, no solo a los Indios, sino tambien a los Es-
pañoles, hijos de los nacidos acá, por solo aver nacido en las Indias, que-
riendo manchar a todos con una soñada, o fingida nota, hija de su dañado
ánimo […]» (98).
Entre los letrados hispanos que en alguna de sus obras manifestaban una
opinión desacreditadora de los indianos se hallaba el aragonés Juan Fran-
cisco Montemayor de Cuenca, oidor en las audiencias de Santo Domingo y
Méjico, en su Propugnatio pro Regia Jurisdictione, et Auctoritate in cuiusdam clerici
seditiose causa, que publicó en la ciudad de Méjico el impresor Francisco Ro-
dríguez Lupercio, unida a las decisiones de la Real Audiencia dominicana,
en 1667 (99), obra de limitada circulación, pues fue prohibida por la Inquisi-
ción (100).

 (97)  M. Burkholder y D. Chandler, From Impotence to Authority. The Spanish Crown and
the American Audiencias 1687-1808, University of Missouri Press, 1977, hay versión castellana
del Fondo de Cultura Económica en Méjico, 1984 (por la que cito), p. 20.
 (98) P. Bolívar y de la Redonda, Memorial Informe y Discurso legal, histórico, y político al
Rey Ntro. Señor en su Real Consejo de Camara de las Indias, en favor de los Españoles, que en ellas na-
cen, estudian, y sirven, para que sean preferidos en todas las provisiones Eclesiasticas, y Seculares, que
para aquellas partes se hizieren, Impresso en Madrid, por Mateo de Espinosa y Arteaga, Año de
1667, fol. 10r.
 (99)  J. F. Montemayor de Cuenca, Propugnatio pro regia iurisdictione et authoritate in
cuiusdam clerici seditiosi causa a Iudice quodam ecclesiastico subdole admissa ideo nec satisfacta imo in
Regium reversa Senatorem unum, (aliis relictis) Bullae Coene Domini fulminatis Censuris Processum est
23-IX-1655, Mexici, apud Franciscum Rodriguez Lupercio, anno 1667.
 (100)  Ahn. Inquisición, Leg. 4.431, exp. 25, «Copia de los autos y censuras dadas por los
Qualificadores del Santo Oficio de la Inquisición de México al Libro intitulado: Excubationes
semicentum etc. Autor Don Juan Francisco de Montemayor, Oidor de la Real Audiencia de
México».

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886 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

A pesar de las censuras inquisitoriales, la obra de Montemayor fue co-


nocida en las Indias, y en sus opiniones sobre la impericia de los letrados
americanos encontró apoyo para defender la misma doctrina don Jerónimo
Chacón de Abarca y Tiedra, antiguo estudiante salmantino y oidor en Santo
Domingo. En efecto, en 1676 aprovechaba uno de los párrafos de sus Deci-
siones para reiterar el mal juicio de los estudios y capacidades que tenía de
los estudiantes y graduados americanos: «Y si alguno con malicia, o ignoran-
cia (de que tanto abundan estas partes de la América), pues los más della se
persuaden, son maestros consumados, comenzando a ser discípulos, y que
saben más leyes, que Papiniano, Cánones, que Gregorio IX, y Theología que
S. Thomas, como con vastante conocimiento los descrivió el señor D. Ivan
Francisco de Montemayor de Cuenca, Oydor más antiguo, Presidente, y Capitán
General que fue desta Isla, y Audiencia, en la propugnación, que escrivió en de-
fensa de la jurisdicción y auctoridad Real» (101).
Estas opiniones no encontraron en tiempos de don Felipe IV y de don
Carlos II una especial acogida, pues ya se ha dicho que en el reinado del
primero de ellos los naturales del Nuevo Mundo ascendían a un 19,16% de
los sujetos provistos para togas en Indias, y en los del último Austria dicho
porcentaje se elevaba a un 37,30%, supuesto que eran 72 de un total de 193
nombrados, aunque la causa de este incremento se hallaba en el beneficio
de plazas con jurisdicción previo un servicio pecuniario.
En todo caso, a pesar del incremento de nombramientos recaídos en
naturales de las Indias y graduados en sus universidades, la todavía clara
mayoría de peninsulares mantuvo en los letrados indianos una importante
sensación de postergación.

2. De la defensa de los naturales y graduados indianos


El discurso que descalificaba a los indianos fue tempranamente rebati-
do e hizo nacer en los letrados del Nuevo Mundo y en sus universidades un
discurso contrario, que no sólo discutía la pretendida incapacidad para los
estudios de los americanos, sino que también exaltaba sus dotes y situaba la
discusión en el ámbito de la cuestión de la «naturaleza», es decir, en torno a
la discutida quaestio acerca de si los naturales habían de ser preferidos o no
para los oficios y beneficios de sus patrias.

 (101)  J. Chacón Abarca y Tiedra, Decissiones de la Real Audiencia y Chancillería de S. Do-


mingo, Isla vulgo Española. Del Nuevo Orbe primada. En defensa de la iurisdiccion y auctoridad real,
por el Doctor Don Geronymo Chacon Abarca y Tiedra. Del Consejo de Su Magestad, y de la misma Au-
diencia su oydor y alcalde del crimen, Salamanca, por Antonio Cossio, impresor de la Univ. 1676,
dec. 2, nr. 7, fol. 17-18.

HISTORIA ABOGACIA.indb 886 06/08/14 10:32


Sobre los abogados en las Indias 887

Por lo anterior, el discurso de los letrados indianos no sólo se limitó a des-


virtuar el ataque a sus capacidades e ingenios, sino que pasó directamente al
ataque en contra de los naturales de los reinos de España, al defender que
los nacidos en las Indias debían ser preferidos para todo género de oficios
seculares y eclesiásticos del Nuevo Mundo.
A la cabeza de esta ofensiva indiana se hallaron los naturales del virreina-
to del Perú y la Universidad de San Marcos de Lima y sus catedráticos y gra-
duados, aunque lograron captarse para sus pretensiones a algunos letrados
naturales de los reinos de España. El Consejo de Indias y su Cámara, cuando
la hubo, comenzaron a recibir desde los tiempos de don Felipe III reitera-
dos Memoriales en defensa de los graduados indianos, y también empezaron
a dedicarle algunos párrafos de sus obras los juristas indianos para genéri-
camente defender a los nacidos en el Nuevo Mundo o para exaltar las dotes
particulares de aquellos nacidos en América que habían logrado merecer el
premio de alguna toga.
El limeño don Juan Ortiz de Cervantes (c. 1550-1629), que había estudia-
do en la Universidad de San Marcos de Lima, por la cual se había graduado
de licenciado en cánones y en la que leyó las cátedras de Vísperas de Leyes y
Prima de Cánones (102), fue designado por las ciudades del Perú como su pro-
curador general ante la corte, y en dicho cometido asumió tempranamente
la empresa de defender ante el Consejo de Indias el derecho que tenían los
naturales del Nuevo Mundo a ser preferidos en los empleos seculares y ecle-
siásticos de sus reinos, y al efecto hizo imprimir en Madrid en el año de 1620
una Información a favor del derecho que tienen los nacidos en las Indias a ser perfe-
ridos (sic) en las prelacias, Dignidades, Canongias, y otros Beneficios Eclesiasticos, y
oficios seculares de ellas (103), que constaba de doce folios (104).
El alegato de Ortiz de Cervantes le dio buenos frutos, pues obtendría
del mismo don Felipe III la plaza de fiscal de la Real Audiencia de Santa Fe
del Nuevo Reino de Granada, de la que se le libró título por real provisión

 (102)  J. Flórez de Ocariz, Genealogías del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1955, p. 102.
 (103)  J. Ortiz de Cervantes, Información a favor del derecho que tienen los nacidos en las
Indias a ser perferidos (sic) en las prelacias, Dignidades, Canongias, y otros Beneficios Eclesiasticos, y
oficios seculares de ellas. La presenta a Su Magestad, y a su Real Consejo de Indias, el Licenceado (sic)
Iuan Ortiz de cervantes del Reyno del Piru, y su Abogado y Procurador General, y de sus vezinos enco-
menderos en corte, En Madrid. Por la viuda de Alonso Martin, Año de 1620.
 (104)  J. T. Medina, Biblioteca Hispano Americana, II, Santiago de Chile, 1900, pp. 188-189;
J. Mª. Vergara y Vergara, Historia de la literatura en Nueva Granada, Bogotá, 1867, p. 114; M.
Luque Talaván, Un universo de opiniones. La literatura jurídica indiana, Madrid, 2003, nr. 884,
pp. 528-529.

HISTORIA ABOGACIA.indb 887 06/08/14 10:32


888 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

fechada el 28 de mayo de 1621 (105), y, seguramente, algo debió pesar en el


ánimo del monarca y de don Felipe IV, pues, precisamente, a partir de tal
época se advierte un progresivo incremento de nominaciones en letrados
indianos.
Un año después el extremeño Francisco Carrasco del Saz († 1625), dedi-
caba un párrafo de una de sus obras a desvirtuar la opinión de aquellos que
sostenían la falta de ingenios en los reinos del Perú. Si bien había nacido en
Trujillo de Extremadura, y estudiado en la Universidad de Alcalá de Hena-
res, por la cual se había graduado de licenciado en cánones, en el año de
1591 había pasado a las Indias radicándose en Lima, y allí incorporó sus gra-
dos en la Universidad de San Marcos, por la cual obtuvo las borlas doctora-
les en el año de 1605, y fue su procurador hacia 1599, y su rector durante el
período 1613-1614 (106), tiempo en el cual se publicaron las Constituciones de
la Universidad con los capítulos añadidos por el virrey marqués de Montes-
claros, y quien en 1616 había merecido una plaza de oidor en Panamá (107).
Era, pues, Carrasco un graduado limeño, y en cuanto procurador de su
Universidad no era raro que en 1620 escribiera que estimaba que entre las
muchas calamidades que padecían los florentísimos reinos peruanos y sus
habitadores, se hallaba la de quienes contradecían el que en ellos relucieran
las letras, pues en España falsamente había quienes opinaban que en las In-
dias no había hombres doctos y eminentes en sus facultades, y si es que los
había eran pocos, por lo que retaba a quienes así lo estimaban a participar
en un certamen literario o a juzgar o a defender o a aconsejar en las causas
o a discurrir sobre el Evangelio, para que así vieran que era falso aquello que
pensaban y sentían (108).

 (105) E. Schäfer, El Consejo Real y Supremo de las Indias. Su historia, organización y labor ad-
ministrativa hasta la terminación de la Casa de Austria, II. La labor del Consejo de Indias en la admi-
nistración colonial, Sevilla, 1947, p. 504.
 (106)  Anhc. Universidad de San Felipe, 8, Fasti Academici seu illustrium huius Regiae Lima-
nae Universitatis Rectorum series, ipsiusque Academiae Cronologia, fol. 141v.
 (107) G. F. Margadant, «La consuetudo contra legem en el Derecho Indiano, a la luz del Ius
Commune. (Análisis del pensamiento de Francisco Carrasco y Saz, jurista indiano, sobre este
tema)», en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, Méjico, 1990, pp. 169-188; J. Barrientos
Grandon, «El mos italicus en un jurista indiano: Francisco Carrasco del Saz (15 ?-1625)», en
Ius Fugit, 2, Zaragoza, 1993, pp. 43-61; G. Lohmann Villena, «El jurista Francisco Carrasco
del Saz», en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, XI-XII, Méjico, 1999-2000, pp. 339-359.
 (108)  F. Carrasco del Saz, Interpretatio ad aliquas leges Recopilationis Regni Castellae, ex-
plicataeque quaestiones plures, antea non ita discussae, in praxi frequentes iudicibus quibuscumque,
nec non causidicis, & in Scholis utiles, etiam Theologiae Sacrae professoribus, & confessariis, Hispali,
apud Hieronimum a Contreras, 1620, cap. VI, § III, nr. 12, fol. 101: «Sed (proh dolor) inter
aliquas calamitates, quae a me considerari, solent, quas patiuntur, haec florentissima Peruana

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Sobre los abogados en las Indias 889

En 1633 era el limeño fray Feliciano de Vega (1580-1640) el que asumía


la defensa de los naturales de los reinos del Perú y de los graduados en Los
Reyes. El mismo había estudiado en la ciudad de Lima y pertenecido al Real
Colegio de San Felipe Neri, graduándose de licenciado en cánones por la
Universidad de San Marcos (3-XII-1599), y ese mismo año de doctor en tal
facultad, cuando sólo contaba con 19 años, y más tarde obtuvo las borlas
doctorales en leyes. Fue rector de la Universidad de San Marcos los años
1610, 1616, 1621 y 1622, y en ella fue catedrático de Prima de Cánones, la
que leyó hasta su jubilación el año 1627, tiempo en el cual contó entre sus
discípulos a los no menos célebres Gaspar de Escalona y Agüero y Antonio
de León Pinelo (109), junto a otros más, hecho del cual se preciaba en 1631
cuando escribía al virrey que en el número de sus discípulos se hallaban:
«Los que actualmente son Catedráticos, y los que lo han sido de muchos
años a esta parte, sin los que están ocupados en plaças del servicio de su Ma-
gestad, y en Prebendas de Iglesias, y otros ministerios» (110).
La vía por la cual Vega exaltaba a los indianos y graduados en la limeña
Universidad de San Marcos era la de destacar los merecimientos de aquellos
estudiantes suyos que habían logrado alguna toga. En tal caso se hallaba el ci-
tado Ortiz de Cervantes, a quien trataba de «meritísimo oidor de la Real Au-
diencia de Santa Fe del nuevo Reino de Granada» (111), y don Francisco de Sosa
(1577-1653), a quien juzgaba de «noble y eruditísimo», y agregaba que era
natural de la ciudad de Lima y profesor de Prima de derecho Pontificio en la

Regna, & in eis commorantes, illa est adversaria eis, qui litteris apud nos refulgent, nam fal-
so Hispaniae existentes, opinantur in Indiis non esse, homines, doctos, & in suis facultatibus
eminentes, & siqui sunt, pauci sunt. Accedeant igitur qui talia eistimans, ad certamen littera-
rium sive in iudicando, vel postulando, & in causis consulendo, sive in concinando, Christi
Domini Evangelii munus exercendo, & sic contrarium eius, quod falso sibi suadent videbunt,
& experientur».
 (109) A. León Pinelo, Epitome de la Biblioteca Oriental y Occidental, Madrid, 1629, fol. 117:
«Don Gaspar de Escalona, natural de Lima, y condiscípulo mío».
 (110)  F. De Vega, «Memorial al virrey Conde de Chinchón, Lima, 24-X-1631, en Vega,
Feliciano, Relectionum canonicarum in secundum Decretalium Librum. Quibus non solum difficilia
iura in scholis enodantur, verum et variae resolvuntur, tam studiosis, quam iudicibus, et forensium cau-
sarum patronis utiles, et necessariae; simulque additur quid in cuiusvis casus specie nuperis fit cons-
titutionibus Pontificiis decisum; quidque Regiis schedis ordinatum ad Peruani Regni Ecclesiasticam,
saecularemque gubernationem. Tomus Primus, Pro regia Facultate, anno 1633, Limae, apud Hie-
ronymum de Contreras, ad initium, sin foliar.
 (111) Ídem, Relectio VI. De foro competenti, nr. 26-27, fol. 458-459: «… D. Ioan Ortiz de Cer-
vantes meritissimus Senator Regiae Audientiae sanctae Fidei novi Regni Granatae, in quo-
dam memoriali, quod nomine totius huius Regni typis mandavit pro informando Rege nostro
Catholico, eiusque Supremo Indiarum Consilio, Matriti, anno 1619 ubi summa eruditione,
per politeque sermone, hoc satis necessarium esse ostendit, eximia pietate ductus, aliisque
praeclaris sui animi dotibus motus, quorum testis fidelissimus semper ero».

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890 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

Universidad de San Marcos, quien, después de muchos años de haber estado


alabadamente en los estudios literarios del Real Colegio de San Felipe y Uni-
versidad de San Marcos y de haber enseñado en las escuelas y ejercido como
abogado en la audiencia de Lima, había sido elegido rector de la Universidad
y llamado a la dignidad de oidor en la Real Audiencia de Santa Fe (112).
En los años 30 y 40 del siglo XVII abundaron los Memoriales de letrados
peruanos ante el Consejo de Indias para reclamar por el derecho preferente
que les asistía para ser consultados y provistos en empleos y plazas seculares
y en oficios y beneficios eclesiásticos de sus reinos. Así, en 1634 el neogra-
nadino Luis Betancurt y Figueroa († 1659), licenciado en cánones por la
Universidad de San Marcos (113), daba a la imprenta en Madrid su Memorial
i información por las Iglesias Metropolitanas, i Catedrales de las Indias, sobre Que
sean proveídas sus Prelacias en los Naturales, i capitulares dellas (114), reimpreso en
1639 (115). En 1639, el limeño fray Buenaventura Salinas, catedrático de teo-
logía en la Universidad de San Marcos de Lima publicó en Madrid en 1639
su Memorial, Informe y Manifiesto… en que… informa la buena dicha y méritos de
los que han nacido en las Indias de padres españoles (116).

 (112) Ídem, Relectio Cap. Licet ex suscepto, nr. 40, fol. 508: «… ultra quos hanc doctrinam
bene explicat nobilis ille, ac eruditissimus D. Don Franciscus de Sosa, ortus in hac civitate
Limensi, & in eius Academia iuris Pontificiii primarius antecessor, qui postquam per plures
annos in literarum studiis laudabiliter fuit versatus, primum in Collegio Regio sanctorum
Philippi & Marci, & deinceps docendo in scholis, & in munere advocationis publicae in Re-
gali cancellaria, & in officio Praetoris ordinarii, quod summa aprobatione exercuit, tandem
ad Rectoriam eiusdem Academiae fuit electus, & deinde ad Senatoriam dignitatem in Regia
Audientia Sanctae Fidei novi Regni Granatensis plusquam undecim abhinc annis meritissime
promotus. Doctor in qua ipse lectura c. decernimus, 2. de iudiciis, sic docuit, sicque singula-
riter scripsit».
 (113)  M. Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, 2, Lima, 1876, p. 43.
 (114) L. Betancurt y Figueroa, Memorial i información por las Iglesias Metropolitanas, i Ca-
tedrales de las Indias, sobre Que sean proveídas sus Prelacias en los Naturales, i capitulares dellas. Año
de 1634. En Madrid. Por Francisco Martinez. Vide Epitome de la Bibliotheca Oriental, y Occiden-
tal, nautica y Geografica de Don Antonio de Leon Pinelo… por González Barcia, Con privilegio, en
Madrid, en la Oficina de Francisco Martinez Abad, en la Calle del Olivo Baxo, año de 1737,
II, col. 811; J. T. Medina, Biblioteca Hispano…, cit., II, p. 368; M. Luque Talaván, Un univer-
so de opiniones…, cit., nr. 278, p. 340, donde cita este Memorial, sobre la base de León Pinelo,
con el título inexacto de Informacion sobre que los Naturales de Indias, prefieran a los Castellanos,
en Oficios, i Prebendas.
 (115) L. Betancurt y Figueroa, Derecho de las Iglesias Metropolitanas, i Catedrales de las In-
dias, sobre que sus prelacias sean proveidas en los Capitualres dellas, i Naturales de sus Provincias. Al
Rei Nuestro Señor, en su Real i Supremo Consejo de las Indias. Año 1637. En Madrid. Por Francisco
Martinez. Vide J.T. Medina, Biblioteca Hispano…, cit., II, pp. 379-380; M. Luque Talaván, Un
universo de opiniones…, cit., nr. 279, p. 340.
 (116)  M. Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, 7, Lima, 1887, pp. 174-175;
J. T. Medina, Biblioteca Hispano…, cit., II, pp. 272-275.

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Sobre los abogados en las Indias 891

En la década del 40 del siglo XVII era la Universidad de San Marcos a


través de su procurador, el limeño Nicolás Polanco de Santillana, graduado
de doctor en sus facultades de cánones y leyes, la que representaba al mo-
narca los merecimientos de sus graduados y, sobre todo, de sus catedráticos,
a través de un Memorial impreso en Madrid hacia 1640 bajo el título de Re-
presentación del Doctor don Nicolás Polanco de Santillana, Procurador General de
la Universidad de la ciudad de Los Reyes en el Perú a S. M. para que se premien los
Catedráticos que son y han sido y sus hijos y se ocurra al inconveniente que resulta de
las jubilaciones, quien en 1642 obtendría una futura de fiscal de la Real Au-
diencia de Charcas (117).
Sin lugar a dudas, estas múltiples representaciones indianas contribuyen
a explicar las 46 nominaciones para plazas togadas que don Felipe IV hizo
en favor de nacidos en el Nuevo Mundo, y también que ellas recayeran prin-
cipalmente en peruanos graduados en la Universidad de San Marcos de
Lima, pues fueron 40, frente a sólo 6 originarios de la Nueva España.
Que tales Memoriales influyeron en el ejercicio de la merced real en favor
de los graduados limeños queda muy claro si se tiene en cuenta que de los
cuarenta naturales del virreinato peruano, sólo 3 fueron nombrados antes
del año 1637, y los restantes 37 a partir de dicho año, advirtiéndose en la dé-
cada del 40 un notorio incremento.
El éxito de los graduados limeños en tiempos de don Felipe IV generó
en ellos una creciente sed de pretender y les movió ahora a representar
expresamente la tendencia de la Cámara y del Consejo a preferir a los gra-
duados peninsulares, incrementando, entonces, la fuerza del discurso que
intentaba fundar el mejor derecho que tenían los indianos a los empleos y
oficios de sus reinos. Es en tal línea en la cual se debe situar el Memorial que
en 1667 presentaba ante la Cámara de Indias don Pedro de Bolívar y de la
Redonda (118).
Bolívar y de la Redonda había nacido en Cartagena de Indias el 18 de
abril de 1632, en cuya iglesia catedral fue bautizado el 8 de mayo siguiente.
A los doce años se trasladó a la ciudad de Lima para seguir su estudios, lo
que hizo en la Universidad de San Marcos de Lima, donde fue colegial del

 (117)  J. T. Medina, Diccionario Biográfico Colonial, Santiago de Chile, 1906, pp. 693-694; A.
Silva y Molina, «Oidores de la Real Audiencia de Santiago de Chile durante el siglo XVII»,
en Anales de la Universidad de Chile, CXIII, Santiago de Chile, 1903, pp. 41-42; G. Lohmann
Villena, Los ministros de la Audiencia de Lima en el reinado de los Borbones (1700-1821). Esquema
de un estudio sobre un núcleo dirigente, Sevilla, 1974, pp. 186-188.
 (118) P. Bolívar y de la Redonda, Memorial Informe y Discurso legal, histórico, y político…, cit.

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892 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

Real de San Martín, y se graduó de bachiller, licenciado y doctor en cáno-


nes. En 1662 pasó a los reinos de España y allí fue recibido como abogado
por los Reales Consejos. Durante su estancia en la corte publicó su referido
Memorial informe, y discurso legal, histórico, y político, Al Rey Ntro Señor en su Real
Consejo de Camara de las Indias, En favor de los Españoles, que en ellas nacen, es-
tudian, y sirven, para que sean preferidos en todas las provissiones Eclesiasticas, y
Seculares, que para aquellas partes se hizieren, que dedicó a don Gaspar de Bra-
camonte y Guzmán, presidente del Consejo de Indias (119).
En su largo memorial, se lamentaba Bolívar y de la Redonda de la esca-
sez de provisiones que recaían en los nacidos en América: «Y porque son
los de las Indias los menos importunos a esta Monarquía (a quien no con
gravosos, antes si provechosos) parece son los más olvidados, los menos
favorecidos en las provisiones de su Consejo, pues proveyéndose por su
consulta para aquellas partes, en lo espiritual seis Arçobispados, treinta y
dos Obispados, docientas Dignidades, trecientas y ochenta Canongías, con
otras tantas raciones, y medias raciones, fuera de once plaças de Inquisi-
ción, que da el Inquisidor General, y las Comissaturías de Cruzada, que
nombra su Comissario General. Y en lo temporal dos Virreynatos, ochenta
y una plaças de Oydores, Alcaldes del Crimen, y Fiscales, para doze Chan-
cillerías, sin la Audiencia de la Contratación de Sevilla, diez Presidentes,
casi ochenta oficiales de las Reales Arcas, más de setenta Governadores,
Corregidores, y Alcaldes mayores, y otros muchos puestos políticos y mili-
tares, sin los que los Virreyes, Presidentes, y Governadores proveen, que es
otro gran número, a penas, y con muchas que padecen, llegan a alcançar
los Españoles que en las Indias nacen, sirven, y merecen tener parte en
tantas provisiones» (120).
Supuesta la citada realidad, no intentaba ahora Bolívar y de la Redonda
que únicamente se proveyera a los indianos, sino que fueran preferidos en
todas las provisiones, petición que hacía en nombre de los graduados en la
Universidad de San Marcos de Lima: «Los Españoles que nacen, se crían,
sirven, y estudian en las Indias, y principalmente en la Insigne, docta y Real
Universidad de San Marcos de la Ciudad de los Reyes en el Reyno del Perú,
postrados a los Reales pies de V. M. con todo rendimiento le suplican, se
sirva de honrarlos, prefiriéndolos en todas las provisiones Eclesiasticas, y
seculares, que para ellas haze, por Consulta de su Consejo de Cámara, por

 (119)  J. T. Medina, Biblioteca Hispano Americana, III, Santiago de Chile, 1900, p. 142; M.
Luque Talaván, Un universo de opiniones…, cit., nr. 288, p. 343.
 (120) P. Bolívar y de la Redonda, Memorial Informe y Discurso legal, histórico, y político…,
cit., fol. 4r-4v.

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Sobre los abogados en las Indias 893

concurrir en ellos para la prelación, las calidades que se requieren en los


que deben ser elegidos para los puestos honoríficos» (121).
Recordaba al Príncipe Bolívar y de la Redonda, que si los naturales del
Nuevo Mundo se dedicaban a los estudios, era porque tenían la certeza y
promesa de que sus méritos de letras serían justamente premiados por el
monarca, y era esa esperanza la que les conducía a graduarse: «Siendo tanto
el número de sugetos, que produce, que sin los que no tienen grados ma-
yores, que son innumerables, ay de ordinario en la Ciudad más de ciento y
treinta personas de claustro, de lucidíssimas letras adornados, y de loables
procederes, que fundados en las esperanças, que les dieron nuestros Católi-
cos Monarcas Progenitores de V. M. en las cédulas de fundación de aquella
Universidad, de que saliendo aprovechados en letras, serían ocupados en
los puestos Eclesiásticos, y seculares de aquellos Reynos (como también los
prometió el Emperador Justiniano a los que professassen el derecho) se die-
ron al trabajo de los estudios… y para conseguirlos estudiaron, y estudian
desvelados, y retirados solos con las compañía de los libros…» (122).
En su extenso Memorial Bolívar y de la Redonda fundaba en el derecho
divino, natural, castellano y municipal de las Indias el mejor derecho de
los indianos, apoyadas todas sus opiniones en un ingente aparato crítico.
Él le valió una plaza de oidor en la Real Audiencia de Panamá, cuyo título
le fue despachado por real provisión fechada en Aranjuez el 30 de abril
de 1676, para ocupar la vacante por muerte de don Andrés Martínez de
Amileta (123).
En el reinado de don Carlos II, en cuya época defendía Bolívar y de la Re-
donda a los indianos, los naturales de América incrementaron notoriamen-
te su presencia en las togas del Nuevo Mundo, porque de los 193 letrados
que fueron nombrados para vestirlas, 72 eran originarios de las Indias, es
decir, representaban un 37,30%, si bien, como ya se anticipara, la causa de
este incremento se hallaba en el beneficio de plazas con jurisdicción previo
un servicio pecuniario.
El insistente y reiterado discurso de los graduados de San Marcos expli-
caba también por qué los letrados peruanos constituían una clara mayoría
respecto de los nacidos en el virreinato de la Nueva España, pues estos sólo
eran 14 frente a 58 peruanos.

 (121) Ídem, fol. 4r. El folio 4 está duplicado en el impreso.


 (122) Ídem, fol. 11v-12r.
 (123)  Agi. Panamá, 254, Copias de títulos de Oidores de la Audiencia de Panamá 1604 a 1812,
sin foliar.

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894 IV.  LA ABOGACÍA EN indias

En los agitados años iniciales de don Felipe V se renovaron las quejas de


los letrados americanos, y se reiteró el discurso de la preferencia de los naci-
dos en el Nuevo Mundo para los oficios seculares y eclesiásticos.
Esta vez sería un letrado novohispano el que «representaría» a don Fe-
lipe V las pretensiones de los americanos, don Juan Antonio de Ahumada,
colegial en el de Santa María de Todos los Santos de Méjico, en un Memorial
impreso hacia 1725, bajo el título de: Representación político legal, que haze a
nuestro señor soberano Don Phelipe Quinto (Que Dios guarde) Rey poderoso de las Es-
pañas y Emperador siempre Augusto de las Indias, para que se sirva de declarar, no
tienen los Españoles Indianos obice para obtener los empleos Políticos, y Militares de
la América; y que deben ser preferidos en todos, assí Eclesiásticos, como Seculares (124).
A pesar de los temores de Ahumada, don Felipe V designó a un impor-
tante número de letrados indianos, pues fueron 90 del total de 214 nombra-
mientos que realizó, es decir, ahora los americanos elevaban su proporción
a un 42,05%, aunque, al igual que en tiempos de su antecesor, buena par-
te de este incremento se debía al beneficio de plazas togadas del Nuevo
Mundo. También se advertía un aumento de los graduados novohispanos,
supuesto que llegaban a 33 frente a 57 limeños, esto es, representaban el
36,66% de los provistos americanos, frente al 19,44% que habían sido en el
reinado de don Carlos II y el 13,04 en el de don Felipe IV.
En los años de don Fernando VI los letrados indianos lograron el máxi-
mo de nombramientos, pues alcanzaron exactamente al 50,0%, ya que fue-
ron nombrados 24 de un total de 48, pero nuevamente caían los graduados
novohispanos, porque eran seis frente a 18 del virreinato del Perú, es decir,
representaban un 25,0% de los americanos provistos. Con don Carlos III,
como han explicado detenidamente Burkholder y Chandler, se asumió por
la Corona una política claramente restrictiva en cuanto al nombramiento
de naturales del Nuevo Mundo para las plazas de audiencias, en la que tuvo
especial importancia el ministro José de Gálvez (125). Una serie de traslados y
nuevas provisiones cambiaron la composición de la mayoría de las audien-
cias americanas que, por el progresivo aumento de provisiones en naturales
verificadas en tiempos de don Felipe V y don Fernando VI, se hallaban po-

 (124)  J. M. Beristain y Souza, Biblioteca…, cit., I, p. 30; J. T. Medina, Biblioteca Hispano


Americana, IV, Santiago de Chile, 1901, p. 163; M. Luque Talaván, Un universo de opinio-
nes…, cit., nr. 38, p. 268.
 (125)  M. Burkholder y D. Chandler, De la impotencia…, cit., pp. 143-162; A. E. López
Bohórquez, Los ministros de la Audiencia de Caracas (1786-1810). Caracterización de una elite bu-
rocrática del poder español en Venezuela, Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1984, pp.
48-56.

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Sobre los abogados en las Indias 895

bladas de indianos, incluso nacidos en los mismos distritos de sus tribuna-


les, de manera que ahora se prefería sistemáticamente a los nacidos en los
reinos de España (126).
Don Carlos III nombró a 145 letrados para plazas de audiencias india-
nas, y de ellos los nacidos en los reinos americanos eran 23, esto es, un es-
caso 15,86%. En tiempos de don Carlos IV se produjo un incremento de los
americanos, pues lograban 35 togas en alguna audiencia del Nuevo Mundo,
de un total de 103 letrados provistos, es decir, ascendían a un 33,98%. Este
aumento se mantuvo en el reinado de don Fernando VII, pues los nombra-
mientos realizados entre 1809 y 1834, por él o por las Cortes y la Regencia,
recayeron en 67 letrados americanos y en 74 peninsulares, es decir, los pri-
meros llegaban a un 47,51%.
Finalmente, es preciso advertir que desde tiempos de don Felipe V co-
menzaron a aparecer graduados indianos en universidades americanas dis-
tintas de las de Méjico y Lima, tendencia aumentada desde el reinado de
don Carlos III, pues junto a la disminución de la importancia de los gradua-
dos en las universidades de Méjico y Lima comenzaban a ser frecuentes los
nombramientos en graduados en otras universidades menos antiguas, como
las de San Felipe de Santiago de Chile, Santo Tomás de Santa Fe del Nuevo
Reino de Granada, San Francisco Javier de Chuquisaca, La Habana, o Santo
Domingo.
En suma, entre 1511 y 1834 los naturales del Nuevo Mundo provistos en
plazas togadas de las Indias fueron al menos 377 frente a 1074 peninsula-
res, y 38 de origen desconocido. Es decir, los letrados indianos llegaron a un
25,35% del total de 1487 sujetos destinados a togas americanas.

 (126) Un examen general en M. Burkholder y D. Chandler, De la impotencia…, cit.,


pp. 148-150. Para el caso de la Real Audiencia de Méjico vide T. Sanciñena Asurmendi, La
Audiencia de México en el reinado de Carlos III, Méjico, 1999, pp. 11-58; para la Real Audiencia
de Lima vide L. Campbell, «A Colonial Establishment: Creole Domination of the Audiencia
of Lima During the Late Eighteenth Century», en Hispanic American Historical Review, 52-1,
Duke University Press, February, 1972, pp. 1-25, y M. Burkholder, «From Creole to Penin-
sular: The Transformation of the Audiencia of Lima», en Hispanic American Historical Review,
52-3, Duke University Press, August, 1972, pp. 395-415; para la Real Audiencia de Santiago de
Chile vide J. Barbier, «Elite and Cadres in Bourbon Chile», en Hispanic American Historical
Review, 52-3, Duke University Press, 1972, pp. 416-435, y J. Barrientos Grandon, «Las refor-
mas de Carlos III y la Real Audiencia de Santiago de Chile», en Revista ee Derecho Universidad
Gabriela Mistral, 2, vol. VII, Santiago de Chile, 1992, pp. 23-46; y para la nueva Real Audiencia
de Caracas vide A. E. López Bohórquez, Los ministros de la Audiencia…, cit., pp. 83-98.

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