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Introducción
La disciplina de la abogacía en las Indias, sin perjuicio de las naturales
peculiaridades derivadas del propio Nuevo Mundo, no es muy diferente de
la de los restantes reinos de la monarquía y, en general, debe situársela en el
más amplio contexto de la cultura del derecho común.
En los párrafos que siguen se describirá, en líneas generales, cuál fue el
régimen jurídico al que quedaron sujetos los abogados en las Indias, y se
procurará, además, de ofrecer su caracterización general, entregar laguna
información sobre aspectos concretos de diversos territorios americanos.
Uno de los ámbitos en los que se proyectó la importancia de los letrados
en el Nuevo Mundo fue el de una de las carreras que podían seguir, en con-
creto, la de los oficios togados en las audiencias americanas. Esta «carrera»,
a la que se llegaba por el paso imprescindible de los «méritos» fue una de
las vías que permitió a los letrados consolidarse en los sectores dirigentes de
las sociedades indianas, y ello explica el que en un último apartado se entre-
guen algunas indicaciones sobre esta materia.
(4) Archivo General de Indias (En adelante Agi.), Indiferente General, 419, l. 6, fol. 592r.
(5) Ibídem.
(6) Agi. Indiferente General, 420, l. 8, fol. 316v-317r.
(7) Ídem., fol. 317r.
(8) B. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, III, Libre-
ría de Rosa, París, 1837, cap. CLIX, p. 339.
(20) Ibídem.
(21) Ibídem.
(22) Sobre estos jueces vide A. García Méndez, Los jueces de apelación de La Española y su
residencia 1511-1519, Santo Domingo, 1980.
(26) Sobre este Ordenamiento y, en general sobre los abogados en Castilla, vide Mª P. Alon-
so Romero y C. Garriga Acosta, El régimen jurídico de la abogacía en Castilla (siglos XIII-XVIII),
Universidad Carlos III de Madrid, Madrid, 2013, en concreto, pp. 170-174.
(27) Una descripción de los capítulos de las Ordenanzas «antiguas» y «nuevas» de audien-
cias indianas en lo tocante a los abogados puede verse en J. Mª Ortuño Sánchez-Pedreño,
«Principios inspiradores de la actividad de los abogados en Indias en el siglo XVI», en Anales
de Derecho. Universidad de Murcia, 14, Murcia, 1996, pp. 177-195.
(31) Vide L. Eguiguren, La Universidad en el siglo XVI, Lima, 1951; L. Eguiguren, Diccio-
nario histórico cronológico de la Real y Pontificia Universidad de San Marcos y sus Colegios. Crónica e
investigación, 3 vols. Lima, 1940-1950; B. Plaza y Jaén, Crónica de la Real y Pontificia Universidad
de México, México, 1931; A. Mª Carreño, Efemérides de la Real y Pontificia Universidad de México
según sus libros de Claustro, México, 1963; L. Paz, La Universidad Mayor Real y Pontificia de San
Francisco Javier de la capital de los Charcas, Sucre, 1914; I. Leal, El claustro de la Universidad y su
historia, Caracas, 1979; J. T. Medina, Historia de la Real Universidad de San Felipe de Santiago de
Chile, 2 vols., Universo, Santiago de Chile, 1928; J. Rodríguez Cabal, Universidad de Guatema-
la: su origen, fundación, organización, Guatemala, 1976; J.L. Razo Zaragoza, Crónica de la Real y
Literaria Universidad de Guadalajara y sus primitivas constituciones, Guadalajara, 1963; A. Álvarez
Sánchez, La Real Universidad de San Carlos de Guatemala (1676-1790), Universidad de Santiago
de Compostela, 2007; R.I. Peña Peñaloza, Roberto Ignacio, Los sistemas jurídicos en la enseñan-
za del derecho en la Universidad de Córdoba (1614-1807), Córdoba del Tucumán, 1986; M. Aspell
de Yanzi Ferreira, y R. P. Yanzi Ferreira, Breve historia de la Facultad de Derecho y Ciencias So-
ciales de la Universidad Nacional de Córdoba 1791-1991 (Con apéndice documental), Córdoba, 1993.
(32) J. Jiménez Rueda, Las Constituciones de la antigua Universidad, México, 1951, p. 85.
(33) E. González González, «Proyecto de estatutos ordenados por el virrey Cerralvo
(1626)», en La Real Universidad de México. Estudios y textos, III, México, 1991, p. 86.
(34) L. Eguiguren, Diccionario…, cit., 1, p. 183.
(39) J. del Arenal Fenochio, «Elucidationes, un libro jurídico mexicano del siglo XVIII,
en Revista de Investigaciones Jurídicas, 3, Méjixo, 1979.
(40) Vide, para las universidades de los reinos de España, M. Peset, y J. L. Peset, José
Luis, El reformismo de Carlos III y la Universidad de Salamanca. Plan general de estudios dirigido a la
Universidad de Salamanca, por el Real y Supremo Consejo de Castilla en 1771, Salamanca, 1969, pp.
60-61; P. de Olavide, Plan de Estudios de la Universidad de Sevilla (Edición de F. Aguilar Piñal),
Sevilla, 1989, pp. 132-133; M. Torremocha Hernández, La enseñanza entre el inmovilismo y las
reformas ilustradas, Valladolid, 1993, pp. 147-160, 173-177, 185; I. Arias de Saavedra, (ed.),
Plan de estudios de la Universidad de Granada en 1776, Granada, 1996, pp. 63-69; y para las de
los reinos de Indias, D. Valcárcel, Reformas virreinales…, cit. pp. 54-55, 83; J. L. Razo Zara-
goza, Crónica de la Real y Literaria…, cit., pp. 105-106; J. del Arenal Fenochio, «Historia de
la enseñanza del Derecho Romano en Michoacán (México) 1799-1910», en Index, 14, Napoli,
1986, pp. 263-281.
tiones. Tales obras fueron en los reinos de España las Instituciones del Derecho
Real de Castilla (Madrid, 1771) del aragonés Ignacio Jordán de Asso y del Río
(1742-1814) y de Miguel de Manuel Rodríguez (17 ?-1797); y la Ilustración
del Derecho Real de España (Valencia, 1803) del ya mencionado Juan Sala Ba-
ñuls (1731-1806).
En las Indias también se formó una obra semejante a las anteriores: las
Instituciones de Derecho Real de Castilla e Indias (Guatemala, 1818) del cate-
drático de Instituta de la Universidad de San Carlos de Guatemala José
María Álvarez (1777-1820), que es la más apegada a las Recitationes de Hei-
neccius, como él mismo lo reconocía: «Por lo que a mi hace, desde que
me encargué de la de Instituciones de Justiniano fui formando algunos
apuntamientos que me facilitasen la enseñanza, y he aquí como corriendo
el tiempo llegué a formar los quatro libros. Seguí el orden de los títulos de
la Instituta de los Romanos, no obstante que pudiera adoptar otro mejor, y
he procurado acomodarme a las definiciones principios y comentarios de
las Recitaciones de Heinecio; porque a más de encerrar los fundamentos
generales de nuestra legislacion, la experiencia de catorce años me ha en-
señado, que su método es el mas aproposito para el aprovechamiento de
la juventud» (41).
Si, en términos generales, se conoce cuál era la formación que recibía
un bachiller en leyes graduado en las Universidades de las Indias, es mucho
menos lo que han avanzado los estudios en cuanto al número de estudiantes
de cánones y leyes en sus universidades y, consecuencialmente al número de
sus graduados en estas facultades, sin embargo, en el último tiempo algunos
estudios permiten ofrecer ciertos datos que dan cuenta de una mayoría de
estudiantes matriculados en cánones y leyes.
En el caso de la Real Universidad de Guadalajara, entre 1792, que fue
el año en que comenzaron sus cursos, y el de 1821, consta que se matricu-
laron 1.051 estudiantes, y de ellos 428 lo hicieron en su facultad de cáno-
nes y 218 en la de leyes, es decir, los estudiantes de las facultades jurídicas
representaban el 61,46% del total de matriculados (42). Entre esos mismos
años de 1792 a 1821 la Universidad de Guadalajara confirió a 119 estu-
diantes el grado de doctor: 69 en teología, 27 en cánones, 5 en leyes, 10 en
(43) Vide C. Castañeda, «Las carreras universitarias de los graduados de la Real Uni-
versidad de Guadalajara», en M. Menegus (comp.), Universidad y sociedad en Hispanoamérica.
Grupos de poder siglos XVIII y XIX, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2001,
pp. 261-280.
(44) Vide Anhch. Universidad de San Felipe, 9 y 10.
(45) Mª P. Alonso Romero y C. Garriga Acosta, El régimen jurídico…, cit., pp. 33-35.
nos, haya tenido dos años de Pasante» (46). Esta exigencia de solos dos años
de pasantía se mantuvo por la audiencia novohispana hasta que en las últi-
mas décadas del siglo XVIII se generalizó en las Indias la exigencia de cuatro
años de instrucción práctica, tal como se había consolidado en el uso y estilo
del Consejo Real de Castilla.
En efecto, por real cédula fechada en San Lorenzo el 19 de octubre de
1768 se previno a la Real Audiencia de Guatemala que, sin perjuicio de cual-
quier costumbre que se hallare introducida, no se recibiera de abogado ni
expidiese título de tal a ningún sujeto que, además de presentar su grado de
bachiller en universidad conocida, no tuviera cuatro años de pasantía prác-
tica en estudio de letrado conocido, contados después de haber recibido
el mismo grado de bachiller, reservándose a la audiencia la facultad de dis-
pensar hasta un año del dicho tiempo de pasantía. La citada real cédula fue
circulada a la Real Audiencia de Méjico por otra fechada en 4 de diciembre
de 1785, en virtud de la cual se le mandaba que el examen de quien quisiera
ser recibido de abogado sólo se practicara por cualquiera de sus Salas, solo
una vez que hubieran presentado: «[L]os Pretendientes en la Escribanía de
Cámara su Grado, Certificacion jurada por Letrado conocido de haber prac-
ticado quatro años, y la Fé de Bautismo legalizada […] con prevencion que
el Virey, a quien, con dictamen de un Ministro de la Audiencia, correspon-
de dispensar el tiempo de Pasantia, solo lo execute por menos de un año
con arreglo a la Real Cedula de diez y nueve de Octubre de mil setecientos
sesenta y ocho, dirigida a la Real Audiencia de Goatemala, que para su pun-
tual cumplimiento se remitió también a este Superior Gobierno en quatro
de Diciembre de mil setecientos ochenta y cinco» (47). En la Real Audiencia
de Guadalajara, el 23 de enero de 1799, su fiscal solicitaba a la Real Audien-
cia que se mandaran guardar las citadas reales cédulas 1768 y 1785, aunque
no se hubieran dirigido expresamente a la de Guadalajara: «Aunque las cita-
das reales disposiciones y auto acordado de la Real Audiencia de México no
se hayan dirigido hasta ahora a ésta, como persuade el auto de 13 del último
septiembre que previno se pidiese testimonio de ellas a la de México, pare-
ce que en lo sucesivo debiera cuidarse de su observancia respecto a versar
en este distrito las mismas razones y ser ofensivo a la facultad y muy perju-
dicial a la causa pública la falta de instrucción práctica en la abogacía; y por
lo mismo, evitar este tribunal igual poco decorosa repulsa a la legalmente
(52) Ídem, p. 316.
(53) Mª R. González, «La Academia de Jurisprudencia Teórica-Práctica en México. La
importancia de su labor docente para la práctica forense (1811-1876)», en Revista Chilena de
Historia del Derecho, 22, Santiago de Chile, 2010, p. 1407.
(54) Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 203v.
La exigencia de examen por parte de las reales audiencias para que los
bachilleres pudieran ser recibidos como abogados, fue impuesta en las In-
dias por el virrey Antonio de Mendoza en sus Ordenanzas mejicanas de 1548
y en las peruanas de 1552. Así, en su versión de las Ordenanzas del Perú de
1552, uno de sus capítulos tocantes a los abogados disponía: «Que ninguno
sea ni pueda ser abogado en la corte y chancilleria, sin que primeramente
examinado y aprobado por los oidores de chancilleria y scripto en la matri-
cula de los abogados» (56). La contravención a esta regla implicaba una serie
de penas que podían conducir hasta la inhabilitación del oficio: «Y cual-
quier que lo contrario hiciere, por la primera vez, sea suspendido del oficio
de abogado por un año y pague cincuenta pesos para la cámara, y por la se-
gunda, que se doble la pena, y por la tercera, que quede inhábil e no pueda
usar del dicho oficio de abogacía» (57).
La dicha ordenanza del virrey Mendoza fue recibida en las Ordenanzas
«nuevas» de audiencias de 1563, en el capítulo 217 de su versión de Charcas,
y de ahí pasó a la Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias (2, 24, 1) con
el texto siguiente: «Ordenamos y mandamos, que ninguno sea, ni pueda ser
Avogado en nuestras Reales Audiencias de las Indias, sin ser primeramente
examinado por el Presidente y Oidores, y escrito en la matricula de los Avo-
gados, y qualquiera que lo contrario hiziere, por la primera vez sea suspendi-
do del oficio de Avogado por un año, y pague cinquenta pesos para nuestra
Camara; y por la segunda se doble la pena; y por la tercera quede inhábil, y
no pueda usar la Avogacia».
(58) Ídem, p. 80.
(59) A. X. Pérez y López, Teatro de la Legislación Universal de España e Indias, por orden
cronológico de sus cuerpos, y decisiones no recopiladas: y alfabético de sus títulos y principales materias,
I, Imprenta de Manuel González, Madrid, 1791, pp. 62-63.
(60) E. V. Beleña. Recopilación sumaria de los autos acordados…, cit., fol. 2.
uno, no se entregue a otro, a fin de evitar asi que una misma leccion sirva
a dos, o mas, como que se pueda tener noticia del que ha de caber en suer-
te» (65). La Real Audiencia de Santiago de Chile, por su parte, se limitaba a
fijar como día del examen uno de los fijados como de acuerdo del tribunal.
Así lo mandaba el indicado auto acordado de 26 de marzo de 1778: «Que en
vista de dicho informe [de los abogados examinadores] se proceda a señalar
Pleyto para el Examen Publico el que pareciere conveniente siendo de vista
y sin sentencia, lo que se executara en uno de los dias señalados para Acuer-
do, para que le corra el termino que huviere de acuerdo a acuerdo» (66).
En la Real Audiencia de Méjico, según su auto acordado de 20 de julio
de 1744, el examen debía verificarse: «[E]n una de las Salas de ella a puerta
cerrada ante los Oydores que la compongan» (67), y si en una primera épo-
ca se rendía ante el tribunal pleno, desde la real cédula de 4 de diciembre
de 1785 se practicaba en cualquiera de sus salas: «[Q]ue el examen de los
que hayan de ser recibidos al exercicio de esta Facultad no se execute en
Acuerdo pleno, sino en qualquiera de las Salas» (68). Sobre el contenido del
examen practicado por la audiencia, el auto acordado de 26 de marzo de
1778 ofrece algunas noticias de interés, en cuanto a la práctica observada
en la audiencia de Santiago de Chile: «Que el dia prefixado al Examen aya
de comparecer personalmente y en presencia del Tribunal referira el hecho
del Pleyto en castellano y expondra los fundamentos de Derecho por una y
otra parte en latin y lo sentenciara segun su parecer, pudiendo los S.res Minis-
tros en el propio acto hacerle preguntas que les ocurrieren y quisieren» (69).
(65) Ídem, fol. 2.
(66) Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 199v-200r.
(67) E. V. Beleña. Recopilación sumaria de los autos acordados…, cit., fol. 1.
(68) Ídem, fol. 2.
(69) Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 200r.
y que: «no ayudarian a causa injusta, e luego que conosciesen que su parte
no traya justicia, dexarian la causa». La citada ley de las Cortes de Toledo
advertía que el fundamento de esta obligación era procurar que las partes
no recibieran perjuicio de las actuaciones de los abogados: «Por la malicia
e ygnorancia de los abogados suelen las partes litigantes muchas veces res-
cebir danno, e para rremediar esto ansy por derecho como por las leyes fue
estatuido que los abogados jurassen en manos de un juez […]» (70).
El contenido de aquella ley de las Cortes de Toledo de 1480, que se había
recibido indirectamente a través de las Ordenanzas «antiguas» de audiencias
de 1530, fue incluido de modo expreso en las Ordenanzas del Perú del virrey
Mendoza de 1552, pues en uno de sus capítulos tocantes a los abogados se
mandaba: «Que juren que no ayudaran en causas injustas ni aconsejarán in-
justamente a sus partes; y luego que conocieren que su parte no trae justicia,
desampararán la causa» (71). Esta disposición fue recibida en las Ordenanzas
nuevas de audiencias de 1563, en el capítulo 212 de las de Santa Fe y simila-
res de las restantes audiencias, y de ahí pasó, casi literalmente a la Recopila-
ción de Leyes de los Reinos de las Indias de 1680 (2, 24, 3): «Los Avogados juren,
que no ayudarán en causas injustas, ni acusarán injustamente, y luego que
conocieren, que sus partes no tienen justicia, desampararán las causas».
En la práctica, el juramento se prestaba ante la Real Audiencia inme-
diatamente a continuación de haber sido aprobado en el examen por par-
te del tribunal, y acto seguido el ya abogado era puesto en la matrícula de
abogados que llevaba el mismo tribunal y se le expedía el título de aboga-
do. El estilo que esto obervaba, por ejemplo, la Real Audiencia de Santia-
go de Chile quedó fijado en el auto acordado de 26 de marzo de 1778: «Y
finalmente que siendo aprobado y recibido al uso y exercicio de Abogado
precedido el juramento acostumbrado se asiente en el Libro de Matricula
entre los del gremio de este oficio y se le expida el titulo correspondiente
en cuia virtud pueda abogar libremente dentro de la Capital; y para practi-
carlo fuera solo puedan hacerlo obtenida venia y licencia expecial que han
de pedir para ello» (72).
La exigencia de estar inscrito en la «matrícula» de abogados, que en el
derecho castellano podía remontarse a una ley de Partidas (3, 6, 13), para
poder usar y ejercer el oficio la habían impuesto en las Indias el virrey Anto-
(70) Mª P. Alonso Romero y C. Garriga Acosta, El régimen jurídico…, cit., pp. 170-174.
(71) Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización…,
cit., VIII, p. 76.
(72) Anhch. Real Audiencia, 3.137, fol. 200r.
cias del Nuevo Mundo, desde las «antiguas» de 1528-1530 a las «nuevas»
de 1563, si bien estas últimas asumieron en cuanto a los abogados la casi
totalidad de los capítulos de las Ordenanzas del virrey Mendoza de 1548 y
1552. Ese régimen que se consolidó en tiempos de don Felipe II se mantuvo
casi sin variaciones en la Recopilación de Indias de 1680, que destinó el título
XXIV de su libro II a tratar «De los abogados de las Audiencias y Chancille-
rías Reales de las Indias».
A esas reglas del derecho indiano general, se sumaron algunas reales cé-
dulas posteriores a 1680, pero, sobre todo, hubo una importante actividad
disciplinar de la abogacía indiana llevada a cabo por las propias reales au-
diencias, sobre todo a través de autos acordados.
El examen de las disposiciones que regulaban el ejercicio de la abogacía
en el Nuevo Mundo no difería especialmente del régimen castellano, si bien
era posible advertir algunas peculiaridades, sobre todo en relación con la
defensa y patrocinio de los intereses de los indios.
Desde las Ordenanzas «antiguas» de audiencias se apreciaba una singu-
lar preocupación por parte de la legislación para procurar la imparcialidad
de los oidores, de manera que se fijaron una serie de reglas para evitar los
posibles conciertos o excesivo trato y familiaridad entre los abogados y los
oidores de las audiencias. Esas reglas inciales, ampliadas en el curso de los
siglos XVI y XVII, se consolidaron en la Recopilación de Leyes de los Reinos de las
Indias de 1680, en la que se incluyó la siguiente ley (2, 24, 28): «Prohibimos
y expressamente defendemos, que ahora, no en ningun tiempo pueda ser
Avogado en ninguna de nuestras Audiencias Reales de las Indias ningun Le-
trado, donde fuere Oidor su padre, suegro, cuñado, hermano, o hijo, pena
de que el Letrado que avogue contra esta prohibicion, incurra por ello en
pena de mil Castellanos de oro para nuestra Camara y Fisco. Y mandamos,
que no sea admitido a la avogacia el que estuviere impedido por esta razon:
y todo lo susodicho tambien se entienda si fuere pariente en los grados refe-
ridos del Presidente, o Fiscal de la Audiencia».
Un importante sector de esta disciplina se relacionaba directamente con
las actuaciones procesales de los letrados, pues había una serie de reglas que
se dirigían a dos grandes fines: evitar las dilaciones en los procesos y asegu-
rar la fidelidad y rectitud de las actuaciones en el curso de los pleitos. Así,
por ejemplo, desde las Ordenanzas del virrey Mendoza se mandaba que no
pidieran «restitución» con posterioridad a que la relación del pleito se diera
por concertada, y que no pudieran pedirla en manera alguna durante los
términos asignados para las probanzas ordinarias; que firmaran las peticio-
nes que hicieren, de cualquier calidad que fueren; que concertaran por sí
mismos las relaciones de los pleitos y las firmaren y juraren; que no alegaren
en los hechos cosas que no fueran ciertas y verdaderas; «que no aleguen co-
sas maliciosas, ni pidan término para probar lo que saben o creen que no ha
de aprovechar, o que no se puede probar, ni den consejo ni aviso a sus partes
para que sobornen testigos, ni pongan tachas ni objetos maliciosos, ni den
lugar, en cuanto en ellos fuere, que se haga otra mudanza de verdad en todo
el proceso»; «que no ha lugar lo que ya tienen alegado, replicando o repilo-
gando lo que ya está por scripto en el proceso»; y «que no hagan preguntas
impertinentes al negocio y causa en que abogaren» (76). Estas reglas, con muy
ligeras variaciones pasaron a las Ordenanzas nuevas de audiencias de 1563, y
de ahí al ya citado título XXIV del libro II de la Recopilación de Indias de 1680,
y a algún otro de sus títulos, como el XXII, tocante a los relatores, en el que
se incluía la ordenanza que mandaba a los abogados asistir a la relación de
los pleitos, para que una vez concluida se concertara y la firmara (2, 22, 11).
Esa última obligación parece que no era cumplida a cabalidad por los
abogados de la Real Audiencia de Santiago de Chile, porque el tribunal se
vio obligado a despachar auto acordado el 30 de octubre de 1760, en virtud
del cual ordenó que: «[S]e notificara a todos los Abogados de esta Real Au-
diencia que desde el dia 7 de enero del proximo año de 61 en que se han
de leer las Ordenanzas que manda la ley 182. tit. 15. lib. 2, precisa e inviola-
blemente, ayan de asistir por si o por otros abogados a las Relaciones de las
causas definitivas o que tengan fuerza de tales que patrocinare, en trage de
golilla, o con otros descentes que correspondieren a su ministerio, como se
estila y practica en todos los Consejos y Chancillerias de Europa, y America,
y sobre todo como literalmente lo manda la ley 11. tit. 22. lib. 2 de nuestro
Derecho Municipal, concordante con otras de Castilla que manifiestamente
lo suponen y lo ordenan, so pena de que si siendo llamados por el Relator
(como es de su obligacion) no parecieren al termino que les fuere señala-
do, paguen el diesmo del pleito, con que no exeda de veinte pesos aplicados
en la forma en que los distribuie la citada L. 11, y de que si continuaren en
su reveldia se les borrara de la matricula de Abogados, cuia justa y univer-
sal providencia, no solo radica su firmeza en el prompto, exacto y acertado
despacho de los negocios, sino que tambien resultara de su observancia el
remedio de que no se difundan en los escritos, repitiendo una, dos y aun
seis veces lo mismo que tienen dicho, y esta puesto en el Processo» (77). Casi
treinta años más tarde, el mismo tribunal volvía a reiterar esta obligación de
los abogados, y así lo hacía por auto acordado de 7 de diciembre de 1789:
«Que en atencion a no ser facil que los Abogados puedan llenar cumplida-
mente las obligaciones de su delicado Ynstituto si no se presencian a la vista
y relacion de las causas que patrocinan, como esta generalmente prevenido
y ordenado en la practica, ya para advertir qualesquier descuido, equivoca-
cion o duda en el examen del Proceso, notando la combinacion, o discordia
de los hechos, y actuaciones, ya para que su intervencion sirva de consuelo
al Litigante, y de satisfaccion al Tribunal, que a mas de la fidelidad del Rela-
tor descansa, sobre la seguridad, y confianza de que los Abogados autorizan
lo que se relata, y con sus informes vigorizan sus defensas. Devian mandar
y mandaron se notifique a todos los de esta Real Audiencia que exercen la
Abogacia con curran sin escusa siempre que se vea Proceso que estuviere a
su cargo, pena de quatro pesos por la primera vez, que se duplicara por la
segunda, y si lo que no es presumible se incurriese tercera vez en esta falta,
se le suspendera del oficio» (78). Debió ser esta una de las omisiones más fre-
cuentes de los abogados santiaguinos, poruqe la audiencia por nuevo auto
acordado, de 5 d eoctubre de 1797, reiteraba: «Que siendo intolerable el
abandono con que miran algunos Abogados el patrocinio de sus partes de-
jando de asistir a la vista de sus causas, sin embargo de hallarse ordenado
por las Leyes, y por repetidos Autos Acordados, y de ver que otros profesores
de los mas distinguidos de esta Real Audiencia cumplen exacta y puntual-
mente con esta esencial obligacion; debian de mandar y mandaban, que se
les haga saber nuevamente que siempre que esten señaladas las Causas en la
Tabla concurran a defender sus respectivas partes en el dia asignado vajo la
multa la primera ves de dos pesos, de quatro la segunda aplicados a gastos
de Estrados, y de suspencion por seis meses de el exercicio de la Abogacia
por la tercera; las que se les exigiran irremisiblemente, sin admitirles recur-
sos, ni instancias que se dirijan a eximirles de su satisfacción» (79).
Una de las causas más frecuentes del retardo en la secuela de los juicios
parece que se hallaba en la poca diligencia de los abogados por despachar-
los, una vez que habían recibido los autos de mano de los procuradores.
Ello explica el que varias audiencias indianas despacharan autos acordados
para evitar esta situación y obligar a los abogados a dar a los procuradores
«conocimiento» de los pleitos que recibían. Así, la Real Audiencia de Méji-
co, por auto acordado de 16 de octubre de 1653, decía: «Que respecto de
haberse experimentado las dilaciones que se causaban en los pleytos por no
despacharlos los Abogados, a quienes los entregan los Procuradores, con la
brevedad que se requiere, y las Partes lo padecen, y se quexan en esta Real
Audiencia de los Procuradores: los Abogados de ella, luego que reciban los
pleytos de mano de los Procuradores, les den conocimiento de ellos, y los
despachen dentro del término que tienen obligacion, lo qual cumplan los
dichos Abogados, pena de quatro pesos y del interés de la Parte» (80). De su
lado, la Real Audiencia de Santiago de Chile reconocía en su auto acorda-
do de 22 de diciembre de 1755 que: «[S]e tiene experimentado el gran des-
orden que se padese en la Secretaria de Camara con los Prosesos, y Autos
que en ella penden dimanando en la maior parte, de que sacados por los
Procuradores los retienen en los estudios de los Abogados en sus Poderes, o
en los de sus Partes, Autos enteros sin restituirlos al Oficio como devieran,
de modo que con el tiempo se pierde la memoria de ellos, y quando se ne-
cesitan se ygnora su paradero, y es preciso impender mucho trabajo en su
solicitud, y busca, assi en la Secretaria como en los Libros atrasados de los
Procuradores, y aun en la Tabla del Relator con conocido perjuicio de las
partes, y del mismo Escrivano de Camara» (81). Y para evitar esta situación
decretó en el mismo auto acordado que: «[S]e notifique a los Procuradores
de Causas que para el dia ultimo del corriente mes pongan en la Secretaria
todas las que por sus resivos huvieren sacado, y a los Abogados que no las re-
sistan, y hagan entrega de ellas, para que en principio del año buelban a sa-
car con nuevos conocimientos las que necesitaren, y de esta suerte se eviten
las confuciones que de lo contrario resultan, y que esto se entienda todos
los años sin necesitar de nueva Providencia, y que el presente Escrivano de
Camara de cuenta al Tribunal de su cumplimiento y observancia» (82). Con
todo, cinco años más tarde, por auto acordado de 30 de octubre de 1760, el
tribunal reiteraba la necesidad del cumplimiento del auto anterior: «[M]an-
daron guardar, cumplir y executar el Auto proveido por este Real Acuerdo
en 22 de Diciembre de 1755» (83).
Un especial lugar tenía en esta disciplina la responsabilidad de los aboga-
dos en relación con las partes a quienes patrocinaban. En las Ordenanzas del
virrey Mendoza se contenían la siguientes reglas básicas: a) «[S]i acaeciere
que por negligencia o ignorancia de abogado, que se pueda colegir de los
autos del proceso, la parte a quien ayudare perdiere su derecho, mandamos
que el tal abogado sea tenudo de pagar a su parte el daño que por este le
vino con las costas, y el juez ante quien pendiere el tal pleito lo haga luego
pagar sin dilación» (84); b) «El abogado que una vez tomare cargo de ayudar
a la parte, no sea osado de lo dexar hasta ser fenecido, y si lo dexare, pierda
el salario, y cualquier daño que le viniere al señor del pleito sea tenudo de
lo pagar; pero si dexare el pleito, conociendo que la causa es injusta, que lo
pueda hacer» (85); y c) «Que el abogado o abogados paguen a las partes los
daños que hobieren recebido y recibieren por su mailica, culpa, negligen-
cia o impericia, así en la primera instancia como en grado de apelacion y
suplicacion, con el doblo, y que sobre esto les sea hecho brevemente cum-
plimiento de justicia» (86).
Las citadas tres reglas sobre la responsabilidad de los abogados en rela-
ción con sus patrocinados, fueron recibidas en las Ordenanzas «nuevas de
audiencias» de 1563, y de ahí pasaron al título XXIV del libro II de la Recopi-
lación de Leyes de los Reynos de las Indias de 1680.
una plaza letrada, es decir, para acceder a los oficios de las audiencias del
Nuevo Mundo.
Los trabajos de los abogados indianos por hacer «méritos» que les condu-
jeran a «merecer» una plaza con jurisdicción, permiten observar uno de los
aspectos de mayor interés de la «historia» de los letrados en el Nuevo Mun-
do, porque del éxito de sus estrategias y esfuerzos dependió, en muchas oca-
siones, la formación de ciertos núcleos dirigentes en las sociedades indianas,
y que se proyectaron, en varios casos, mucho más allá de la disolución de la
monarquía, pues mantuvieron su peso en las nacientes repúblicas america-
nas del siglo XIX.
El este apartado final ofreceré algunas noticias sobre este particular cam-
po de proyección de los abogados indianos.
Los letrados castellanos y, en menor medida, de otros reinos hispanos no
tuvieron competidores en sus pretensiones de plazas de las audiencias que
comenzaron a erigirse en el Nuevo Mundo desde los primeros decenios del
siglo XVI, pero esta situación comenzó a cambiar desde el reinado de don
Felipe II, porque a partir de él también empezaron a pretender los gradua-
dos en las universidades indianas, sobre todo los que habían estudiado en
las erigidas en Méjico y Lima. Se generó, entonces, una velada competencia
entre los graduados peninsulares y los graduados indianos por las plazas to-
gadas del Nuevo Mundo, tras la cual aparecía una nueva manifestación de
la cuestión de la «naturaleza», supuesto que los graduados en Méjico y Lima
eran, mayoritariamente, naturales del Nuevo Mundo.
En el reinado de don Felipe II la presencia de pretendientes naturales de
las Indias y graduados en sus universidades casi no afectó a los letrados caste-
llanos, porque de los 202 nombramientos que realizó solamente dos de ellos
recayeron en nacidos en el Nuevo Mundo: don Simón de Meneses, natural
de Lima y primer indiano que mereció una toga en América, nombrado oi-
dor de Santo Domingo en 1591, y don Fernando Arias de Ugarte, natural
de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada, provisto como oidor de Panamá
en 1594. De ellos, solamente Meneses había estudiado en Indias, pues ha-
bía sido colegial en el Real de San Martín de Lima y se había graduado de
doctor en su Universidad de San Marcos, de la cual su padre, el médico don
Gaspar, había sido rector (88), mientras que Arias de Ugarte había pasado
a los reinos de España, y ahí había asistido a la Universidad de Salamanca
(89) D. López de Lisboa, Epitome de la vida del Illustrissimo Dotor Don Don (sic) Fernando
Arias de Ugarte, Auditor General que fue de la Guerra de Aragon…, Lima, por Pedro de Cabrera,
1638; V. Restrepo, Apuntes para la biografía del fundador del Nuevo Reino de Granada y vida de
dos ilustres prelados hijos de Santa Fe de Bogotá. Gonzalo Jiménez de Quesada. El Ilmo. Sr. D. Hernando
Arias de Ugarte. El Ilmo. Sr. D. Lucas Fernández Piedrahita, Bogotá, 1897, pp. 67-181; T. Hampe
Martínez, «La biblioteca del arzobispo Hernando Arias de Ugarte: bagaje intelectual de un
prelado criollo», en Thesaurus, 42, nr. 2, Bogotá, 1987, pp. 357-361; T. Hampe Martínez, Bi-
bliotecas privadas en el mundo colonial, Frankfurt-Madrid, 1996, pp. 150-155, 262-281. El mismo
autor había publicado en el Diario «El Comercio» de Lima, 1-IX-1986, un artículo sobre esta
biblioteca bajo el título de «Los libros del obispo».
(90) En Agi. Indiferente General, 1.846 A, «Carta de la Ciudad de Méjico al Consejo», s/f.
(91) B. Plaza y Jaén, Crónica de la Real y Pontificia Universidad…, cit., I, p. 126.
(92) A. Pavón Romero, «Universitarios y oidores. Un tipo de catedrático de leyes y
cánones en el siglo XVI», en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, IV, Méjico, 1993, pp.
167-168.
(97) M. Burkholder y D. Chandler, From Impotence to Authority. The Spanish Crown and
the American Audiencias 1687-1808, University of Missouri Press, 1977, hay versión castellana
del Fondo de Cultura Económica en Méjico, 1984 (por la que cito), p. 20.
(98) P. Bolívar y de la Redonda, Memorial Informe y Discurso legal, histórico, y político al
Rey Ntro. Señor en su Real Consejo de Camara de las Indias, en favor de los Españoles, que en ellas na-
cen, estudian, y sirven, para que sean preferidos en todas las provisiones Eclesiasticas, y Seculares, que
para aquellas partes se hizieren, Impresso en Madrid, por Mateo de Espinosa y Arteaga, Año de
1667, fol. 10r.
(99) J. F. Montemayor de Cuenca, Propugnatio pro regia iurisdictione et authoritate in
cuiusdam clerici seditiosi causa a Iudice quodam ecclesiastico subdole admissa ideo nec satisfacta imo in
Regium reversa Senatorem unum, (aliis relictis) Bullae Coene Domini fulminatis Censuris Processum est
23-IX-1655, Mexici, apud Franciscum Rodriguez Lupercio, anno 1667.
(100) Ahn. Inquisición, Leg. 4.431, exp. 25, «Copia de los autos y censuras dadas por los
Qualificadores del Santo Oficio de la Inquisición de México al Libro intitulado: Excubationes
semicentum etc. Autor Don Juan Francisco de Montemayor, Oidor de la Real Audiencia de
México».
(102) J. Flórez de Ocariz, Genealogías del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1955, p. 102.
(103) J. Ortiz de Cervantes, Información a favor del derecho que tienen los nacidos en las
Indias a ser perferidos (sic) en las prelacias, Dignidades, Canongias, y otros Beneficios Eclesiasticos, y
oficios seculares de ellas. La presenta a Su Magestad, y a su Real Consejo de Indias, el Licenceado (sic)
Iuan Ortiz de cervantes del Reyno del Piru, y su Abogado y Procurador General, y de sus vezinos enco-
menderos en corte, En Madrid. Por la viuda de Alonso Martin, Año de 1620.
(104) J. T. Medina, Biblioteca Hispano Americana, II, Santiago de Chile, 1900, pp. 188-189;
J. Mª. Vergara y Vergara, Historia de la literatura en Nueva Granada, Bogotá, 1867, p. 114; M.
Luque Talaván, Un universo de opiniones. La literatura jurídica indiana, Madrid, 2003, nr. 884,
pp. 528-529.
(105) E. Schäfer, El Consejo Real y Supremo de las Indias. Su historia, organización y labor ad-
ministrativa hasta la terminación de la Casa de Austria, II. La labor del Consejo de Indias en la admi-
nistración colonial, Sevilla, 1947, p. 504.
(106) Anhc. Universidad de San Felipe, 8, Fasti Academici seu illustrium huius Regiae Lima-
nae Universitatis Rectorum series, ipsiusque Academiae Cronologia, fol. 141v.
(107) G. F. Margadant, «La consuetudo contra legem en el Derecho Indiano, a la luz del Ius
Commune. (Análisis del pensamiento de Francisco Carrasco y Saz, jurista indiano, sobre este
tema)», en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, Méjico, 1990, pp. 169-188; J. Barrientos
Grandon, «El mos italicus en un jurista indiano: Francisco Carrasco del Saz (15 ?-1625)», en
Ius Fugit, 2, Zaragoza, 1993, pp. 43-61; G. Lohmann Villena, «El jurista Francisco Carrasco
del Saz», en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, XI-XII, Méjico, 1999-2000, pp. 339-359.
(108) F. Carrasco del Saz, Interpretatio ad aliquas leges Recopilationis Regni Castellae, ex-
plicataeque quaestiones plures, antea non ita discussae, in praxi frequentes iudicibus quibuscumque,
nec non causidicis, & in Scholis utiles, etiam Theologiae Sacrae professoribus, & confessariis, Hispali,
apud Hieronimum a Contreras, 1620, cap. VI, § III, nr. 12, fol. 101: «Sed (proh dolor) inter
aliquas calamitates, quae a me considerari, solent, quas patiuntur, haec florentissima Peruana
Regna, & in eis commorantes, illa est adversaria eis, qui litteris apud nos refulgent, nam fal-
so Hispaniae existentes, opinantur in Indiis non esse, homines, doctos, & in suis facultatibus
eminentes, & siqui sunt, pauci sunt. Accedeant igitur qui talia eistimans, ad certamen littera-
rium sive in iudicando, vel postulando, & in causis consulendo, sive in concinando, Christi
Domini Evangelii munus exercendo, & sic contrarium eius, quod falso sibi suadent videbunt,
& experientur».
(109) A. León Pinelo, Epitome de la Biblioteca Oriental y Occidental, Madrid, 1629, fol. 117:
«Don Gaspar de Escalona, natural de Lima, y condiscípulo mío».
(110) F. De Vega, «Memorial al virrey Conde de Chinchón, Lima, 24-X-1631, en Vega,
Feliciano, Relectionum canonicarum in secundum Decretalium Librum. Quibus non solum difficilia
iura in scholis enodantur, verum et variae resolvuntur, tam studiosis, quam iudicibus, et forensium cau-
sarum patronis utiles, et necessariae; simulque additur quid in cuiusvis casus specie nuperis fit cons-
titutionibus Pontificiis decisum; quidque Regiis schedis ordinatum ad Peruani Regni Ecclesiasticam,
saecularemque gubernationem. Tomus Primus, Pro regia Facultate, anno 1633, Limae, apud Hie-
ronymum de Contreras, ad initium, sin foliar.
(111) Ídem, Relectio VI. De foro competenti, nr. 26-27, fol. 458-459: «… D. Ioan Ortiz de Cer-
vantes meritissimus Senator Regiae Audientiae sanctae Fidei novi Regni Granatae, in quo-
dam memoriali, quod nomine totius huius Regni typis mandavit pro informando Rege nostro
Catholico, eiusque Supremo Indiarum Consilio, Matriti, anno 1619 ubi summa eruditione,
per politeque sermone, hoc satis necessarium esse ostendit, eximia pietate ductus, aliisque
praeclaris sui animi dotibus motus, quorum testis fidelissimus semper ero».
(112) Ídem, Relectio Cap. Licet ex suscepto, nr. 40, fol. 508: «… ultra quos hanc doctrinam
bene explicat nobilis ille, ac eruditissimus D. Don Franciscus de Sosa, ortus in hac civitate
Limensi, & in eius Academia iuris Pontificiii primarius antecessor, qui postquam per plures
annos in literarum studiis laudabiliter fuit versatus, primum in Collegio Regio sanctorum
Philippi & Marci, & deinceps docendo in scholis, & in munere advocationis publicae in Re-
gali cancellaria, & in officio Praetoris ordinarii, quod summa aprobatione exercuit, tandem
ad Rectoriam eiusdem Academiae fuit electus, & deinde ad Senatoriam dignitatem in Regia
Audientia Sanctae Fidei novi Regni Granatensis plusquam undecim abhinc annis meritissime
promotus. Doctor in qua ipse lectura c. decernimus, 2. de iudiciis, sic docuit, sicque singula-
riter scripsit».
(113) M. Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, 2, Lima, 1876, p. 43.
(114) L. Betancurt y Figueroa, Memorial i información por las Iglesias Metropolitanas, i Ca-
tedrales de las Indias, sobre Que sean proveídas sus Prelacias en los Naturales, i capitulares dellas. Año
de 1634. En Madrid. Por Francisco Martinez. Vide Epitome de la Bibliotheca Oriental, y Occiden-
tal, nautica y Geografica de Don Antonio de Leon Pinelo… por González Barcia, Con privilegio, en
Madrid, en la Oficina de Francisco Martinez Abad, en la Calle del Olivo Baxo, año de 1737,
II, col. 811; J. T. Medina, Biblioteca Hispano…, cit., II, p. 368; M. Luque Talaván, Un univer-
so de opiniones…, cit., nr. 278, p. 340, donde cita este Memorial, sobre la base de León Pinelo,
con el título inexacto de Informacion sobre que los Naturales de Indias, prefieran a los Castellanos,
en Oficios, i Prebendas.
(115) L. Betancurt y Figueroa, Derecho de las Iglesias Metropolitanas, i Catedrales de las In-
dias, sobre que sus prelacias sean proveidas en los Capitualres dellas, i Naturales de sus Provincias. Al
Rei Nuestro Señor, en su Real i Supremo Consejo de las Indias. Año 1637. En Madrid. Por Francisco
Martinez. Vide J.T. Medina, Biblioteca Hispano…, cit., II, pp. 379-380; M. Luque Talaván, Un
universo de opiniones…, cit., nr. 279, p. 340.
(116) M. Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, 7, Lima, 1887, pp. 174-175;
J. T. Medina, Biblioteca Hispano…, cit., II, pp. 272-275.
(117) J. T. Medina, Diccionario Biográfico Colonial, Santiago de Chile, 1906, pp. 693-694; A.
Silva y Molina, «Oidores de la Real Audiencia de Santiago de Chile durante el siglo XVII»,
en Anales de la Universidad de Chile, CXIII, Santiago de Chile, 1903, pp. 41-42; G. Lohmann
Villena, Los ministros de la Audiencia de Lima en el reinado de los Borbones (1700-1821). Esquema
de un estudio sobre un núcleo dirigente, Sevilla, 1974, pp. 186-188.
(118) P. Bolívar y de la Redonda, Memorial Informe y Discurso legal, histórico, y político…, cit.
(119) J. T. Medina, Biblioteca Hispano Americana, III, Santiago de Chile, 1900, p. 142; M.
Luque Talaván, Un universo de opiniones…, cit., nr. 288, p. 343.
(120) P. Bolívar y de la Redonda, Memorial Informe y Discurso legal, histórico, y político…,
cit., fol. 4r-4v.