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y la mediación, ya que esta última igualmente intenta solucionar el conflicto de intereses

que existe entre las partes involucradas en este, pero descarta la razón principal del mismo
y se desvía para centrarse en las verdaderas posibilidades, necesidades e intenciones de los
sujetos en conflicto, alejándose de la situación real que en este caso supone el objeto que da
nacimiento al conflicto.
- Arbitraje: esta es una forma heterocompositiva dada por un tercero, el cual generalmente
es designado por las partes contendientes, siguiendo un procedimiento que aunque regulado
por la ley adjetiva tiene un esquema menos severo y formal que el del procedimiento del
proceso jurisdiccional. Para lograr lo anterior, las partes se someten a la decisión de un
árbitro el cual a través de un acuerdo se llega al consenso de que estas se encuentran
sometidas al juicio arbitral dirigido por el primero. A este acuerdo se le denomina clausula
compromisoria o compromiso arbitral. Este acuerdo de arbitraje es un convenio a través del
cual las partes deciden someter a arbitraje todas las controversias o ciertas controversias
que hayan surgido o puedan surgir entre ellas con respecto a una determinada relación
jurídica contractual o no contractual.
El procedimiento del arbitraje puede ser establecido por las partes involucradas, esto
siempre y cuando se observen los principios de debido proceso legal, el cual incluye el
derecho de audiencia, el derecho a la seguridad jurídica e igualdad de oportunidades de
defensa y probatorias. Una vez abarcado tanto el acuerdo arbitral, como sustanciado el
procedimiento arbitral, se procederá a la decisión del árbitro, la cual es denominada como
laudo. Este es la resolución que pone fin al litigio que por voluntad de las partes se sometió
a juicio arbitral, es decir, es la facultad que puede ser otorgada a los árbitros para emitir en
conciencia o equidad de la situación jurídica a dirimir, lo que representa una ventaja de
acudir a esta forma de solución heterocompositiva de litigios.

1. Jurisdicción y Competencia
Tanto una como otro de estos conceptos resultan necesarios determinar parta la función del
juez o magistrado al momento de ejecutar su función estatal, esto ya que, tanto la
jurisdicción como la competencia son parámetros necesarios para saber ¿quién juzga?,
¿cómo juzga? y ¿cuándo juzga?, por consiguiente resultan necesarios dichos parámetros
para dilucidar las interrogantes anteriores. Como consecuencia de esto, se entenderá como
jurisdicción al poder público, que una rama del gobierno ejercita, de oficio o a petición de
interesado, instruyéndose en un proceso, para esclarecer la verdad de los hechos que
afectan al orden jurídico, actuando la ley en la sentencia y haciendo que esta sea cumplida.
Esto sin mal interpretar que el estudio del poder que comprende la jurisdicción es materia
de estudio de la política, ya que para el derecho procesal solo es materia de estudio la
función y el funcionamiento de la jurisdicción. En tanto que la competencia es entendida
como el estado de idoneidad atribuido a un órgano de autoridad, para conocer o llevar a
cabo determinadas funciones o actos jurídicos de carácter judicial.
- Jurisdicción: establecido que la jurisdicción es simplemente el esfuerzo y estudio de la
correcta función y funcionamiento, tenemos entonces que varios autores afirman que el
concepto de jurisdicción es perteneciente al derecho constitucional, mientras que otros

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afirman que es perteneciente al derecho procesal, esto nacido de la idea de que la
característica principal de esta es una de las tres funciones esenciales a tribuidas a los
órganos del estado, en tanto que para los procesalistas la jurisdicción es el estudio de la
estructura y facultades de los órganos jurisdiccionales, la naturaleza del proceso, la
determinación de los sujetos procesales, de sus derechos y obligaciones, y demás figuras
que se enmarcan en el iter procedendi.
Por otro lado, la manifestación de la funcional jurisdiccional de ciertos órganos del estado,
se analizan de forma diferentes en varios grupos divisorios. Estos son: secular y
eclesiástica; común, especial y extraordinaria; voluntaria y contenciosa; retenida, delegada
y auxiliar; y jurisdicción concurrente.
1) Secular y eclesiástica: Esta clasificación ha sido superada en gran número de países
del mundo; sin embargo, se conserva en algunos, como España e Italia. El término
secular proviene de la palabra latina secolo, o sea, siglo. Esta jurisdicción, en este
criterio verdaderamente medieval, era la del siglo, la terrenal frente a una
jurisdicción eclesiástica, es decir, eterna. Estas ideas tuvieron vigencia en la Edad
Media y corresponden a la idea del poder divino o eterno y del poder temporal o
terrenal. En la organización de la Iglesia católica hay tribunales que aplican
precisamente el derecho eclesiástico. En los países mencionados existen los
concordatos, que son los pactos entre ciertos estados nacionales y el Vaticano, en
los cuales se le reconoce cierta validez a las resoluciones dictadas por dichos
tribunales eclesiásticos.

2) Común, especial y extraordinaria: La jurisdicción común es la que imparte el estado


a todos sus gobernados, sin acudir a un criterio específico de especialización. Por lo
general, en toda localidad de cualquier país del mundo, es la que imparte el juez
común y corriente. En las épocas feudales, cuando los hombres se organizaban en
gremios, en las pequeñas aldeas, no había una función jurisdiccional estatal que
pudiera considerarse común, y no es sino hasta la aparición del estado nacional
moderno cuando surge un sistema judicial encargado de ser el que imparta esta
jurisdicción común. Más tarde aparece la jurisdicción especial, más que especial,
especializada, que tiene su razón de existencia en la división del trabajo, por la cual,
a medida que el grupo social se desenvuelve o desarrolla, surgen tribunales del
trabajo, administrativos, de orden federal o local, etc. La jurisdicción extraordinaria
es la desempeñada por tribunales organizados, a propósito, después de que han
sucedido los hechos por juzgarse. Es, entonces, el creado ex profeso para juzgar
hechos y acontecimientos ocurridos antes de su creación.

3) Voluntaria y contenciosa: De acuerdo con un principio varias veces repetido,


sostenemos que la única jurisdicción verdadera y genuina es la contenciosa. El
litigio, en nuestra opinión, es un elemento necesario para la existencia del proceso y,
por tanto, para el desempeño o desarrollo de la función propiamente jurisdiccional,
ya que la jurisdicción siempre recae sobre una controversia. Sin embargo, la
expresión “jurisdicción voluntaria” sigue siendo sumamente utilizada y con ella se
alude a una serie de gestiones o de tramitaciones en las cuales no hay litigio y que se
desenvuelven frente a un órgano judicial, cuya intervención obedece a una petición

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de algún sujeto de derecho y que tiene por objeto examinar, certificar, calificar o dar
fe de situaciones.

Retenida, delegada y auxiliar: Esta distinción también conserva un interés meramente


histórico y si acaso sobrevive algún ejemplo de jurisdicción retenida y delegada, es a título
verdaderamente excepcional. La concepción respondía a la organización de carácter
autárquico y absolutista en la cual los actos estatales, no sólo los jurisdiccionales, se
realizaban siempre a nombre del soberano. En estas épocas, por ejemplo en la Colonia,
todos los actos de autoridad, y muy especialmente las sentencias, se iniciaban siempre con
frases casi sacramentales, invocando el nombre y los títulos del soberano en cuya gracia,
nombre y representación se pronunciaba la sentencia. La función jurisdiccional del juez
más modesto y alejado se realizaba por delegación del soberano y la jurisdicción retenida
era la que desempeñaba de modo propio el soberano mismo. El rey, en una actitud de
gracia, delegaba su función soberana en los titulares de los órganos de autoridad. En la
actualidad, sobre todo en la esfera del derecho administrativo, sigue

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