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Karl-Otto Apel
I. ¿Qué significado tiene el orden para el lenguaje?, ¿Hay un orden en el lenguaje?, ¿cómo está
constituido?, ¿cuál es su relación con el problema de la pluralidad de lenguajes concretos, con la
“diversidad de las construcciones lingüísticas humanas” (Humboldt)? (Lingüista empírico o ¿al
lógico también?)
II. ¿Qué significado tiene el lenguaje para el problema del orden?, ¿de qué forma queda
instituido en general un orden en el mundo?, ¿es acaso el lenguaje para nosotros los hombres una
condición de posibilidad del orden en cuanto orden del mundo? (Filósofo, lógico, teórico del
conocimiento, filósofo del derecho y social).
¿Depende tal vez la respuesta a la pregunta por el “significado del lenguaje para el problema del
orden” de la respuesta a la pregunta por el “significado del orden para el lenguaje” y a la
inversa? Para aclarar este problema, Apel propone iniciar revisando el curso evolutivo de la lógica
del lenguaje en Occidente.
Desde el concepto griego de “lógos1” se puede rastrear el mutuo condicionamiento entre lenguaje
y orden. En un principio se buscaba concebir el lenguaje como reproducción mediante signos de
un orden del mundo, pero la estructura de este orden venía constituida a partir del orden
inmanente del lenguaje.
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Lógos significa “discurso” u “oracción”, pero también “sentido”, “ley universal” o “razón” de las cosas.
forma idéntica; además, curiosamente, el de cuestionar toda la metafísica hasta el momento a
través de una crítica del lenguaje. Ahora bien, la gran dificultad que emerge es que la forma
idéntica que hace posible la figuración estructural de los hechos del mundo en los hechos- signo
del lenguaje no puede ser en sí representada como un hecho, esto es, que no puede en absoluto
comunicarse ni conocerse. Si nada puede decirse acerca de la forma del mundo, sólo posible en el
uso del lenguaje, nada en absoluto podrá decirse con sentido sobre la totalidad del mundo ya que
los enunciados son sólo sobre la forma del lenguaje.
Wittgenstein, con su teoría, termina en un relativismo pragmático. El único criterio para valorar y
enjuiciar los juegos lingüísticos es el de que funcionan y se acreditan como “formas de vida”.
Siguiendo su tesis, se llega a los llamados problemas insolubles de la metafísica, a cuestiones
pseudocientíficas. Desde un punto de vista positivo, como el mismo Wittgenstein lo afirma, es
necesaria la filosofía para autocomprender la función del lenguaje, por naturaleza, problemático.
Apel luego de plantear las diferentes dificultades de la teoría de los juegos del lenguaje de
Wittgenstein, intenta responder, con el ejemplo de Ryle, ¿De dónde adquiere el filósofo analítico
los criterios en los enjuiciamientos del uso de los juegos del lenguaje? Las preguntas que propone
Ryle para aclarar esta dificultad son: ¿cuánto tiempo estuviste discutiendo ayer? Y ¿cuánto tiempo
estuviste abstrayendo ayer? Morfológicamente hablando no se pueden hacer distinciones entre
ambos enunciado. Pero si se remite al desarrollo hecho por Jost Tier y L. Weisgerber de la
consideración de la estructura de campo en el contenido de las palabras, se puede situar el
contexto diferenciador de dos distintos campos semántico: “discutir” dentro del campo de
conversar, entrevistar, charlar, dialogar, etc.; y “abstraer” dentro del campo de distinguir,
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“La coordinación unívoca entre orden del mundo y orden de los signos sólo se consigue en la medida en
que el mundo se encuentra ya (previamente) abierto como ‘algo’ dotado de significatividad para el hombre”.
destacar, o en el campo de las operaciones metódicas del entendimiento como concebir,
comprender, explicar, deducir, etc.
Ahora bien, según Apel, este método lingüístico corrobora la tesis de la escuela wittgensteiniana
de que es en el propio uso del lenguaje, en sus reglas de juego correctamente entendidas, donde
está, el antídoto contra las posibles seducciones de la forma externa del lenguaje. Con este
método no se describen simplemente hechos. La estructura de campo de los contenidos de las
palabras, especialmente su delimitación, no puede establecerse sin una cierta visión especulativa
previa de un posible orden ontológico en lo significado por el lenguaje. Como en Wittgenstein, no
se hace una descripción del comportamiento factico de los objetos en el mundo, sino una
interpretación hermenéutica del lógos en su sentido intencional.
Moritz Schlick propone un concepto de orden de la crítica del lenguaje (logístico) según el cual, “el
hablar se basa en un orden temporal de los signos; el escribir en un orden espacial de los signos”.
No obstante, el lenguaje no se basa en un orden temporal o espacial sino en un “orden lógico” o
“estructural”. Toso hecho tiene que ser, por su naturaleza, expresable en un lenguaje (mismo
concepto del lenguaje y el orden que el Wittgenstein del Tractatus). La consecuencia de la teoría
de Schlick es que fuera del orden estructural en que los fenómenos son concebidos por la forma
del lenguaje no puede comunicarse nada en absoluto.
Ahora bien, Schlick no se equivoca cuando, buscando las condiciones de posibilidad de la validez
universal intersubjetiva en los juicios científicos, expuso la tesis de que su comprensión y su
comunicación sólo pueden fundarse en la forma u orden estructural de los signos. Su formulación
del principio regulativo de la comunicación universalmente válida propia de la ciencia y de la
correspondiente construcción de lenguajes científicos unívocos, el concepto de orden o forma del
lenguaje es resultado de una abstracción correcta. La dificultad es el alcance que dicho principio
de la comunicación científicamente unívoca tiene para el lenguaje y el conocimiento humano del
mundo globalmente considerados.
Por otro lado, Apel nos dice que en el lenguaje real y en el conocimiento real del mundo no se
trata primero de coordinar un sistema de signos correctamente ordenado con una multiplicidad
de hechos dados de una vez (este es el supuesto de la construcción lógica del lenguaje), sino de
abrir el mundo como algo con una significatividad. El lenguaje real no se debe entender, por lo
que se refiere a su función cognitiva, desde una separación abstracta entre lo que meramente
conocemos y vivenciamos y lo que conocemos adecuadamente en la forma de su sistema de
signos, sino sólo desde el círculo hermenéutico de la forma de la conciencia y la forma de lenguaje,
formas prejuzgadas en un determinado contenido mundano vivenciado, incluido lingüísticamente
como algo dentro de una relación de carácter universal de dominio público.
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