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INDICIOS.

RAÍCES DE UN PARADIGMA DE INFERENCIAS INDICIALES

Los museos, sostenía Morelli, están colmados de cuadros atribuidos inexactamente.


Pero devolver cada cuadro a su autor verdadero es dificultoso: muy a menudo hay
que vérselas con obras no firmadas, repintadas a veces, o en mal estado de
conservación. En tal situación, se hace indispensable poder distinguir los originales
de las copias. Pero para ello, según sostenía Morelli, no hay que basarse, como se
hace habitualmente, en las características más evidentes, y por eso mismo más
fácilmente imitables, de los cuadros: los ojos alzados al cielo de los personajes del
Perugino, la sonrisa de los de Leonardo, y así por el estilo. Por el contrario, se debe
examinar los detalles menos trascendentes, y menos influidos por las características
de la escuela pictórica a la que el pintor pertenecía: los lóbulos de las orejas, las
uñas, la forma de los dedos de manos y pies. De ese modo Morelli descubrió, y
catalogó escrupulosamente, la forma de oreja característica de Botticelli, de Cosmé
Tura y demás: rasgos que se hallaban presentes en los originales, pero no en las
copias.

Al fin, tildado de mecanicista y de burdo positivista, cayó en descrédito.

Es una interpretación poco convincente, puesto que Morelli no se planteaba


problemas de orden estético (cosa que le sería reprochada) sino problemas previos,
de orden filológico. En realidad, las implicaciones del método que proponía Morelli
eran distintas, y mucho más ricas.

de la misma forma en que un criminal es acusado por sus huellas digitales...


Cualquier musco de arte, estudiado por Morelli, adquiere de inmediato el aspecto de
un museo criminal...

El conocedor de materias artísticas es comparable con el detective que descubre al


autor del delito (el cuadro), por medio de indicios que a la mayoría le resultan
imperceptibles. 1

"Nuestros pequeños gestos inconscientes"... La expresión genérica de "psicología


moderna" podemos, sin más, sustituirla por el nombre de Freud. En efecto, las
páginas de Wind sobre Morelli han atraído la atención de los estudiosos hacia un
pasaje largo tiempo olvidado del famoso ensayo de Freud

El Moisés de Miguel Ángel (1914). En él escribía Freud: Yo creo que su método se


halla estrechamente emparentado con la técnica del psicoanálisis médico. También
ésta es capaz de penetrar cosas secretas y ocultas a base de elementos poco
apreciados o inadvertidos, de detritos o "desperdicios" de nuestra observación

Se trata, en efecto, de una vinculación documentada, no conjetural, como en el caso


de la mayor parte de los "precursores" y "antecesores" de Freud.

para Morelli esos datos marginales eran reveladores, porque constituían los
momentos en los que el control del artista, vinculado con la tradición cultural, se
relajaba, y cedía su lugar a impulsos puramente individuales "que se le escapan sin
que él se dé cuenta". Más todavía que la alusión, no excepcional por esa época, a
una actividad inconsciente, nos impresiona la identificación del núcleo íntimo de la
individualidad artística con los elementos que escapan al control de la conciencia.

Lo que caracteriza a este tipo de saber es su capacidad de remontarse desde datos


experimentales aparentemente secundarios a una realidad compleja, no
experimentada en forma directa. Podemos agregar que tales datos son dispuestos
siempre por el observador de manera de dar lugar a una secuencia narrativa, cuya
formulación más simple podría ser la de "alguien pasó por ahí"'. Tal vez la idea
misma de narración (diferente de la de sortilegio, encantamiento o invocación) haya
nacido por primera vez en una sociedad de cazadores, de la experiencia del
desciframiento de rastros. El hecho de que las figuras retóricas sobre las que aún
hoy gira el lenguaje de la descifración cinegética —la parte por el todo, el efecto por
la causa— puedan ser reducibles al eje prosístico de la metonimia, con rigurosa
exclusión de la metáfora, reforzaría esta hipótesis que es, obviamente,
indemostrable. El cazador habría sido el primero en "contar una historia", porque era
el único que se hallaba en condiciones de leer, en los rasgos mudos
2 (cuando no
imperceptibles) dejados por la presa, una serie coherente de acontecimientos.

Por otra parte, si se abandona el mundo de los mitos y las hipótesis por el de la
historia documentada, no pueden dejar de impresionarnos las innegables analogías
existentes entre el paradigma cinegético que acabamos de delinear y el paradigma
implícito en los textos adivinatorios mesopotámicos, redactados a partir del tercer
milenio a. C. Ambos presuponen el minucioso examen de una realidad tal vez
ínfima, para descubrir los rastros de hechos no experimentables directamente por el
observador. En un caso, estiércol, huellas, pelos, plumas; en el otro, visceras de
animales, gotas de aceite en el agua, astros, movimientos involuntarios del cuerpo y
cosas por el estilo.

El cuerpo, el lenguaje y la historia de los hombres quedaron sometidos por primera


vez a una búsqueda desprejuiciada, que excluía por principio la intervención divina.
Es obvio que de tan decisiva mutación, que por cierto es la que caracterizó la cultura
de la polis, aún hoy somos los herederos.

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