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INTRODUCCIÓN

El objeto primordial que un autor se propone al escribir, es que se le


escudriñe diligentemente, porque con frecuencia acontece que a la luz de
su propósito principal se entienden más claramente los detalles de su
composición. Junto con el objeto de un libro debe estudiarse también la
forma de su estructura, así como debe discernirse la relación lógica de sus
varias partes. Una comparación amplia de todos los libros relacionados
entre sí, o de pasajes similares de escritura, es de sumo valor; de ahí que,
con frecuencia, la comparación de un pasaje con otro sea suficiente para
aclararlo todo. Especialmente importante para el exegeta es el
transportarse mentalmente a la época de un escritor antiguo, estudiar las
circunstancias que le rodeaban al escribir y, entonces, mirar al mundo
desde el punto de vista del escritor.

Estos principios generales son igualmente aplicables a la interpretación de


la Biblia como a todos los demás libros. Es bien seguro que los escritores
bíblicos no tuvieron el propósito ni el deseo de ser mal entendidos. Ni
tampoco es razonable suponer que las Santas Escrituras, dadas por
inspiración de Dios, tengan la naturaleza de un enigma a fin de ejercitar la
ingenuidad del lector. Por consiguiente, debe esperarse que los sanos
principios de hermenéutica sirvan de elementos de seguridad y de
satisfacción en el Estudio de la Palabra de Dios.

El método histórico-gramático es una interpretación de su lenguaje, tal


como las leyes de la gramática y los hechos de la historia lo exigen. Este es
el método que más se recomienda al criterio y a la conciencia de los
estudiantes cristianos. Su principio fundamental consiste en conseguir de
las Escrituras mismas el significado preciso que los escritores quisieron dar.

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INDICE

INTRODUCCIÓN ……………………………………………………………Pág. 1
INDICE ……………………………………………………………Pág. 2
MÉTODO GRAMATICO-HISTÓRICO ………………………………………Pág. 3
CONOCIMIENTOS DE LAS LENGUAS ……………………………………Pág. 5
AUTENTICIDAD DEL TEXTO ………………………………………….……Pág. 9
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA

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MÉTODO GRAMÁTICO-HISTÓRICO

I. EL MÉTODO GRAMÁTICO-HISTÓRICO

Este método por objeto hallar el significado de un texto sobre la base de lo que
sus palabras expresan en su sentido llano y simple a la luz del contexto
histórico en que fueron escrita. La interpretación se efectúa de acuerdo con las
reglas semánticas y gramaticales comunes a la exégesis de cualquier texto
literario, en el marco de la situación del autor y de los lectores de su tiempo.

El método gramático-histórico, que ya tuvo sus antecedentes en la escuela de


interpretación de Antioquía en el siglo IV, fue revitalizado por los reformadores
del siglo XVI. Tanto Lutero como Calvino insistieron en que la función del
intérprete es exponer el texto en su sentido literal, a menos que la naturaleza de
su contenido obligue a una interpretación figurada.

Lutero escribía: «Sólo el sentido simple, propio, original, el sentido en que está
escrito, hace buenos teólogos. El Espíritu Santo es el escritor y el orador más
sencillo que hay en el cielo y en la tierra. Por lo tanto, sus palabras no pueden
tener más que un sentido simple y singular, el sentido literal de lo escrito o
hablado.

El estudio gramático-histórico de un texto incluye su análisis lingüístico


(palabras, gramática, contexto, pasajes paralelos, lenguaje figurado, etc.) y el
examen de su fondo histórico.

Según M. S. Terry el método gramático-histórico es el método que más se


recomienda al criterio y a la conciencia de los estudiantes cristianos. Su
principio fundamental consiste en conseguir de las Escrituras mismas el
significado preciso que los escritores quisieron dar. El exegeta histórico-
gramático dotado de convenientes cualidades intelectuales, educacionales y
morales, aceptará las demandas de la Biblia sin prejuicios o prevenciones; y sin
ambición alguna de demostrarlas como verdaderas o falsas investigará el
lenguaje y tendencias de cada libro con toda independencia y sin temor de

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ninguna clase; se posesionará del idioma del escritor, del dialecto especial que
hablaba, así como de su estilo y manera peculiar de expresión; averiguará las
circunstancias en que escribió, las maneras y costumbres de su época y el
motivo u objeto que tuvo en vista al escribir. Tiene el derecho de suponer que
ningún autor en su sano juicio será, a sabiendas, inconsecuente consigo mismo
ni tratará de extraviar o de engañar a sus lectores.

Un principio fundamental de la exposición histórico gramatical es que las


palabras o sentencias no pueden tener más que un solo significado en una
misma conexión. En el instante en que descuidamos este principio nos
lanzamos a un torbellino de inseguridad y de conjeturas.

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II. CONOCIMIENTO DE LAS LENGUAS DE LA BIBLIA

Una interpretación a fondo de la Escritura exige el sólido conocimiento de las


lenguas en que sus libros fueron escritos, pues ninguna traducción puede
expresar toda la plenitud de matices de los textos originales. Los grandes
exegetas bíblicos han de ser. verdaderos lingüistas que dominen el hebreo, el
arameo y el griego.

A) El hebreo:

En esta lengua está escrito todo el Antiguo Testamento, con excepción de


algunas porciones escritas en arameo (Esd. 4:8-6:18; 7:12-26' Jer. 10:11 y Dn.
2:4b-7:28).

El pensamiento hebreo no era abstracto, como el de los griegos, sino concreto.


Lo inmaterial a menudo se expresa por medio de lo material; el sentimiento,
mediante la acción, y la acción, mediante el instrumento. De ahí el uso
frecuente de antropomorfismos. Estas expresiones y muchas otras análogas no
son meras metáforas propias del lenguaje poético en cualquier literatura. Para
los israelitas teman un significado más literal que para nosotros, ya que ellos no
hacían una distinción absoluta entre la naturaleza animada y la inanimada. El
mundo natural constituye un todo del que el hombre forma parte (véase Sal.
104:23 a la luz del contexto).

Las primeras particularidades que llaman la atención y que distinguen al hebreo


es que los textos escritos se leen de derecha a izquierda y del final hacia el
principio y que todas sus letras son consonantes. Esta última característica
llegó a originar problemas en el transcurso del tiempo. En el periodo
intertestamentario el hebreo fue sustituido por el arameo como lengua del
pueblo. Pese a ello, la pronunciación de los textos sagrados era
cuidadosamente preservada y transmitida de generación en generación en las
sinagogas y escuelas rabínicas, Llegó, sin embargo, el momento en que, a
causa de serias discrepancias originadas en sectas del judaísmo, se hizo
apremiante la necesidad de fijar de modo definitivo la pronunciación tradicional.

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Para conseguir tal propósito, los masoretas judíos introdujeron en sus textos
signos que se colocaban encima, dentro o debajo de las consonantes para
indicar las vocales.

La gramática hebrea no se ajusta a la estructura de las lenguas greco-latinas.


Es la propia del tipo semítico. Las palabras pertenecen a tres clases de
categorías: nombres, que indican realidades concretas o abstractas; verbos,
que expresan acción, y partículas, que señalan los diversos tipos de relación
entre nombres y verbos. Los nombres, que incluyen los adjetivos y los
pronombres, sólo tienen masculino y femenino. Todos los objetos, incluidos los
inanimados, aparecen como dotados de vida. Los montes, los ríos y los mares,
por ser representativos de majestad y fuerza, son masculinos, y en no pocos
textos, personificados. Los nombres de ciudades, tierras o localidades,
considerados como madres de sus habitantes, son femeninos.

El plural hebreo a menudo expresa, más que una idea de pluralidad de


individuos, la de plenitud, superabundancia o majestad. La primera palabra del
Salmo 1 es un nombre en plural. Literalmente habría de traducirse «las
bienaventuranzas del hombre», con lo que se quiere exaltar la suprema dicha
del hombre que «no anda en consejo de malos, etc.», La palabra «vida» en el
Antiguo Testamento está frecuentemente en plural, como en Gn. 2:7. «Sopló en
su nariz soplo de vidas» De igual modo, en el versículo 9 hallamos «árbol de
vidas». Esta forma de plural tiene una modalidad especial en lo que se ha
denominado plural de excelencia, especialmente aplicado al nombre de Dios
(Elohim). El verbo se caracteriza por su raíz triliteral en todos los casos. En su
conjugación se distinguen no sólo número y persona, como en español, sino
también género. No puede hablarse propiamente de tiempos, sino más bien de
estados del sujeto y de lo completo e incompleto de la acción. La idea de
pasado, presente o futuro no es inherente a las formas de conjugación. En todo
caso, tal idea debe deducirse del contexto. Eso explica la diversidad observada
en las versiones del Antiguo Testamento, sobre todo en la traducción de los
textos poéticos. Así, mientras en la versión de Reina Valera se ha traducido

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«Jehová es mi pastor, nada me faltará» (Sal. 23:1), en otras se ha optado por el
presente: «Nada me falta. Observación análoga puede hacerse en cuanto al
primer versículo del Sal. 1, en el que el verbo ha tomado en las diversas
traducciones las formas de «anduvo» o «anda». Esta última forma, en presente,
parece más coherente con el versículo que sigue.

El tiempo para él era una serie de momentos (abrir y cerrar de ojos) de carácter
continuo. El pasado se introducía siempre en el futuro y el futuro se perdía en el
pasado.»' Este modo de comprender y expresar los hechos es sumamente
valioso para captar la perspectiva gloriosa de las obras de Dios a lo largo de la
historia. En tales casos, el acontecimiento futuro se concibe como algo ya
consumado; se ha convertido en una conclusión anticipada y un propósito de
Dios asegurado. Así, por ejemplo, en el texto hebreo de Gn. 17:20 se lee: «En
cuanto a Ismael, también te he oído y he aquí que le he bendecido y le he
hecho fructificar y le he multiplicado mucho en gran manera. Todo esto había de
realizarse en el futuro, pero aquí es presentado como algo ya concluido. Estaba
determinado en el propósito divino, y desde un punto de vista ideal el futuro era
visto como algo que ya había acontecido.”

Las partículas o partes invariables de la oración gramatical, por su riqueza de


matices, tienen gran Importancia en el hebreo y deben tomarse en
consideración. La sintaxis es comparativamente simple. El orden normal en las
frases es el siguiente: predicado, sujeto, complemento y palabras
especificativas, Puede, sin embargo, vanar la colocación de sujeto y predicado,
poniéndose en primer lugar el que deba tener mayor énfasis. Las frases son
generalmente simples y breves, y aun las frases compuestas resultan claras.
No existen periodos largos estructurados mediante una construcción
complicada. Un buen ejemplo es el capítulo 1 de Génesis. Dejando a un lado
las dificultades que en otros aspectos pueda entrañar este texto, su estructura
gramatical no puede ser más simple. Teniendo en cuenta los rasgos distintivos
del hebreo, es evidente que esta lengua constituía el medio más adecuado para

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comunicar de modo sencillo los grandes hechos de Dios y su mensaje
registrados en el Antiguo Testamento.

B) El griego:

Como es bien sabido, el griego del Nuevo Testamento no es el de la literatura


clásica, sino el koiné o dialecto común, hablado desde los tiempos de Alejandro
Magno (siglo IV a. de C.) hasta los de Justiniano (siglo VI d. de C.)
aproximadamente. Era la lengua del pueblo y se usaba en todo el mundo
mediterráneo. Aunque seguían hablándose las lenguas vernáculas en las
diferentes regiones, el koiné era el único medio de comunicación entre todas
ellas; venía a ser como un puente entre las diferentes islas lingüísticas.

Hay en el texto Novo testamentario palabras hebreas o arameas que se han


transcrito literalmente al griego. Por ejemplo, Abba, padre (Mr. 14:36; Ro.8:15);
Hosanna, salva ahora (Jn. 12:13); sikera, bebida alcohólica (Le. 1:15); Satán (2
Ca. 12:7), etc.

Especial mención merece también el hecho de que no pocas palabras griegas


reciben en el Nuevo Testamento un nuevo significado. Así parakaleó, que
originalmente significaba «llamar» o «convocar», en el Nuevo Testamento
expresa también las ideas de suplicar, consolar, alentar, fortalecer. La palabra
eiréné, como expresión de estado opuesto al de guerra, es elevada por la vía
del concepto hebreo (bienestar en su sentido más amplio) hasta las alturas del
bienestar supremo alcanzado en la nueva relación que el hombre puede tener
con Dios por la obra mediadora de Cristo y mediante la fe.

Este hecho hace necesario que el intérprete del Nuevo Testamento esté en
condiciones de conocer no sólo el significado original o corriente del léxico
griego, sino también los nuevos matices adquiridos por muchas palabras como
herencia del pensamiento hebreo y por imperativo de los nuevos conceptos
surgidos con el cristianismo.

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III. AUTENTICIDAD DEL TEXTO

Una de las primeras tareas del exegeta es la de examinar el pasaje bíblico que
ha de interpretar a la luz de la crítica textual, la cual tiene por objeto acercamos
al máximo al texto primigenio.

La misión de los expertos en crítica textual es recopilar y comparar los diversos


manuscritos, así como las versiones y citas antiguas, siguiendo principios y
normas por las que se detectan las corrupciones del texto y se determina con
certeza o con un elevado grado de probabilidad cuál fue el texto original.

Respecto al proceso de corrupción de los primeros textos, una serie de hechos


y circunstancias nos hace comprender lo prácticamente inevitable de las
alteraciones que se fueron introduciendo en las copias sucesivas de los libros
de la Biblia en el transcurso de siglos. Algunas de esas alteraciones fueron
totalmente involuntarias, debidas a la gran semejanza de determinadas letras,
especialmente en el hebreo, o incluso de palabras. El cambio -muy fácil- de una
sola letra por otra parecida podía dar como resultado una palabra distinta, y una
palabra diferente de la original generalmente expresa una idea también
diferente. La transposición, repetición ti. omisión de letras o palabras, la
similitud de algunas frases, las abreviaturas mal interpretadas y la incorporación
al texto de notas marginales fueron asimismo causa de corrupción involuntaria.

Otras veces las modificaciones podían tener una cierta intencionalidad: el deseo
de aclarar, ampliar o incluso corregir piadosamente lo que el autor había escrito,
si el copista estimaba que el texto no era suficientemente conspicuo, completo u
«ortodoxo». En esos casos, la alteración podía consistir en la supresión de
frases difíciles, en la sustitución de una palabra o frase oscura por otra más
clara o en la adición de una nueva frase. Algunas de estas formas de corrupción
respondían, sin duda, a un afán dogmático, como sucedió con el texto de 1 Jn.
S:17 «(porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el
Espíritu Santo; y estos tres son uno»), que no apareció en ningún manuscrito de

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los primeros siglos. La corrección de las corrupciones se lleva a cabo siguiendo
procedimientos técnicos de gran rigor científico. En toda investigación crítica se
toman en consideración tanto los factores externos como los internos. Son
externos la fecha, el carácter y el valor del manuscrito. De carácter interno, el
estilo y el contenido.

Es imprescindible que quien interpreta la Biblia, sea cual sea su grado de


especialización, tenga a su alcance un texto depurado de la Escritura y trabaje
sobre el mismo. Cuanto mayor sea el respeto por la auténtica Palabra de Dios,
tanto mayor será el empeño en beneficiarse de los logros de la crítica textual.

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IV. CONCLUSIONES:
 El método gramático – histórico consiste en conseguir de las Escrituras
mismas el significado preciso que los escritores quisieron dar.

 El método gramático – histórico es uno de los métodos más


recomendados para la interpretación de la Biblia y/o cualquier tipo de
texto.

 Para la aplicación de este método es necesario tener una gran


dedicación y estudio de la historia, idiomas y contextos del texto de
estudio.

 La importancia de conocer lo que realmente quiere decir el autor, se


logra ubicándonos en su contexto, conociendo su idioma, conociendo
su historia, su cultura, etc.

V. BIBLIOGRAFÍA

 Martínez, J. M., (1984). Hermenéutica Bíblica, Barcelona, España, Gráficos


de la M.C.E. Horeb.
 Terry M. S., (1883). Hermenéutica, España, Editorial Clie.

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