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Lucía Pardón

Las figura de Ulises y el sujeto moral kantiano pueden compararse desde algunos puntos de
vista. A continuación voy a exponer algunos aspectos de la moral kantiana, siguiendo lo
expuesto por el autor en Fundamentación de la metafísica de las costumbres, para dar cuenta
de las características de su sujeto y considerar en qué sentido puede comparase con Ulises y en
cuál no.
Según Kant, el sujeto moral es, en primer lugar, un ser racional. La razón que posee, puede ser
utilizada como facultad teórica o práctica. El fin de la razón en su uso práctico, no es la felicidad,
sino la producción de una buena voluntad.
La buena voluntad es aquella que es buena en sí misma, en virtud del querer, es decir, no
depende de las acciones que realice.
Entonces, el destino de la razón práctica es producir una buena voluntad. Para afirmar esto Kant
sostiene que, bajo el supuesto de que la naturaleza obra teleológicamente, el instrumento que
haya dispuesto en los hombres para lograr un cierto fin, tiene que ser el más adecuado para su
objeto. Para alcanzar la felicidad, la razón no es un instrumento adecuado, sino que el instinto
es mejor para la realización de este propósito. Ahora bien, la razón como facultad práctica tiene
que ejercer algún influjo sobre la voluntad, pero no respecto de su objeto (satisfacer
necesidades y conseguir la felicidad), sino que su destino es guiar a la voluntad para que ésta
sea buena en sí misma.
Para que las acciones de un sujeto adquieran valor moral, tienen que estar hechas por deber y
no por inclinación. El valor moral de un acto reside en la máxima por el cual ha sido resuelto, o
lo que el filósofo llama el principio del querer. Éste es aquel por el cual sucede la acción,
prescindiendo de los objeto de la facultad del desear.
Una máxima es el principio subjetivo del obrar. La ley practica o imperativo categórico es el
principio objetivo. Éste es a priori, universal y reza así: obra de tal modo que puedas querer que
la máxima de tu acción se vuelva ley universal.
La obediencia a esta ley es el deber. En la medida en que el sujeto obra respetando el
imperativo, obra por deber.

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Lucía Pardón

Este sujeto moral descrito anteriormente, se vincula en algunos aspectos con la figura de Ulises
tal como se muestra en el canto XII de la Odisea, de la cual Adoro y Horkheimer realizan una
interpretación en Dialéctica de la Ilustración, a la luz de la dialéctica materialista.
En el doceavo canto del poema épico, Homero relata, entre otras cosas, cómo gracias a la
advertencia de Circe, Odiseo logra esquivar un destino fatal en manos de las sirenas, cuyo canto
produce una seducción irresistible que hechiza y obliga, a todo marino que lo escuche, a
zambullirse en la búsqueda de las diosas. No obstante, solo los espera la muerte: “Quien incauto
se les llega y escucha su voz, nunca más de regreso el país de sus padres verá […].” 1
Para sortear la muerte, Ulises procede tapando los oídos de sus marineros con cera, de modo
que no escuchen nada y continúen remando para llegar a destino, y atándose él al mástil del
barco. Así escuchará el canto sin sucumbir en la tentación.
El primer punto de contacto con el sujeto moral kantiano, lo encuentro en la figura de las
sirenas. Adorno y Horkheimer dicen: “[…] la seducción de las sirenas permanece irresistible.
Nadie que escuche su canto puede sustraerse a ella” 2. El canto que entonan las sirenas
representa lo que para Kant son las inclinaciones. Nadie puede sustraerse a la seducción del
canto, ningún hombre. La voluntad de los hombres, sostiene el filósofo, está sometida a
condiciones subjetivas, de modo que no es, en todo momento, conforme a razón, sino que
puede querer algo que no coincide con lo que la razón dicta objetivamente. La voluntad no es
necesariamente obediente, por su naturaleza. Para que la determinación de la voluntad sea en
conformidad a las leyes objetivas hay que constreñirla. Esta es la función del mandato, cuya
fórmula es el imperativo. Si la voluntad se deja guiar por causas subjetivas, es decir, por sus
inclinaciones, no obra bien.
Los hombres, respecto del canto de las sirenas, se encuentran en igual condición que el sujeto
para Kant. Su voluntad quiere, no siempre conforme a razón, sino que en su subjetividad puede
elegir inclinarse por las pasiones. Esto lo evidencia la necesidad del imperativo categórico como
postulado de la razón, cuya función es constreñir la voluntad.
A su vez, podría decirse que todos los merineros se encuentran en la misma condición que el
sujeto moral, en la medida en que, si quieren subsistir, no deben prestar oídos a las sirenas.

1
Od. XII, 35-205
2
Horkheimer, M. y Adorno T. W., Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, 2001, p. 86

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Lucía Pardón

Según Kant, para que las acciones del individuo sean de carácter moral, debe dejar de lado las
inclinaciones y obrar conforme lo dicte el imperativo categórico, dando lugar a la voz del deber,
la cual, cuando se deja oír, “se acallan los cantos de sirena de felicidad”3
Por otro lado, tenemos el concepto del sí mismo que desarrollan los autores en Dialéctica de la
Ilustración. Allí sostienen que lo que tienen en común el poema épico y el pensamiento
ilustrado, es que se configura en ambos casos un proceso por el cual el hombre constituye el sí
mismo, es decir, su subjetividad, autoconciencia e identidad, por medio de la afirmación de sí
frente a las fuerzas de la naturaleza, a través de la dominación de ésta. Por eso dicen: “Los
hombres habían tenido siempre que elegir entre su sumisión a la naturaleza y la sumisión de
ésta al sí mismo”4.
La propuesta moral kantiana está inscripta en el marco de este proyecto humano que acontece
en el mundo ilustrado. El sujeto moral es aquél que afirma su razón como instrumento para
guiar sus actos. Someterse al sí mismo significa someterse al dictamen de la razón como
facultad práctica, afirmándola por medio de la negación de eso otro que es la naturaleza y sus
impulsos. Así podemos entender lo que quieren decir Adorno y Horkheimer cuando sostienen
que “el sí mismo […] constituyó, sublimado en sujeto trascendental o lógico, el punto de
referencia de la razón, de la instancia legisladora del obrar” 5
Según los pensadores de la escuela de Frankfurt, las peligrosas tentaciones a las cuales se ve
sometido Ulises a lo largo de su viaje, tienden a desviar al sí mismo de su rectitud. La actitud de
Odiseo es dialéctica, en la medida en que se entrega a las aventuras y con ello abandona al sí
mismo. Pero allí se produce un reencuentro con el yo, pues la rigidez de su subjetividad se
constituye en este juego de negación y afirmación. La cita de Hölderin que hacen los autores se
entiende a la luz de esta idea: “Pero donde hay peligro crece lo que nos salva” 6.
El sujeto moral kantiano, puede ser entendido también desde este pensamiento dialéctico. En la
medida en que se somete a la razón, se resiste a la felicidad y al placer. Pero la razón como
instrumento que guía se afirma sólo en la medida en que niega o se resiste.

3
I. Kant, Refl., 7315. AK. XIX
4
Horkheimer, M. y Adorno T. W., Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, 2001, p. 85
5
Ibid, p. 82
6
Ibid, p. 100

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La imagen de Ulises atado al mástil del barco, representa este esfuerzo al que se somete el
hombre para conservar el yo, en tanto este hecho le otorga consistencia. Del mismo modo, si el
hombre quiere ser un sujeto moral, poseedor de una buena voluntad, debe obrar por deber,
“atarse” al deber cual si fuera un mástil, evitando entregarse a las inclinaciones. Ulises y el
sujeto moral se asemejan, en tanto para el sujeto, ser moral significa no obrar por otra cosa que
por deber (los intereses y las inclinaciones tienen que necesariamente hacerse a un lado); del
mismo modo que si Ulises quiere vivir y llegar Ítaca, tiene que atarse al mástil, eliminando la
posibilidad de arrojarse a las sirenas.
Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre ambos sujetos. Ulises se ata al mástil, pero
no obstante, escucha el canto de las sirenas. A esto, Adorno y Horkheimer lo denominan la
astucia de Ulises. Odiseo reconoce el poder del canto, por eso se ata, pero se inclina al mismo
en la medida en que le es posible escucharlo. Por lo tanto, Ulises no rechaza las inclinaciones,
solo frustra a la muerte. Ahora bien, Kant sostiene que “una acción realizada por deber tiene,
empero que excluir por completo el influjo de la inclinación, y con ésta todo objeto de la
voluntad”7. Por lo cual Ulises, en la medida en que no se imposibilita de contemplar el canto, es
decir, se inclina a las pasiones, no sería nunca un sujeto moral porque no estaría obrando por
deber.
Por último, la actitud que adopta Ulises respecto de la felicidad es otro punto de contacto con el
sujeto moral kantiano. La actitud del primero es tan hostil a la felicidad como la del segundo.
Para Kant, tan solo somos dignos de ser felices, siempre en la medida en que seamos
poseedores de una voluntad buena y pura. Para ser feliz, no hay principios que nos digan cómo
actuar, solo cabe obrar por consejos empíricos. La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la
imaginación, por lo cual no hay un imperativo a priori, pues su fundamento es empírico.
Considerando lo antedicho y el giro copernicano expuesto al inicio, por el cual determina que el
destino de la razón práctica es el de producir una buena voluntad, podemos establecer que la
moral kantiana se corre de las éticas de la eudaimonía, y fundamenta su propósito en una
voluntad buena en sí misma.

7
Kant, I., Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Espasa-Calpe, Madrid, 1967, p. 39

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Del mismo modo, la actitud que toma Ulises es hostil a la felicidad, en tanto se niega a ella.
Justamente, sostienen Adorno y Horkheimer, “la dignidad del héroe se conquista solo en la
medida en que se mortifica el impulso a la felicidad total, universal e indivisa” 8
Ulises hace de la seducción de las sirenas, cuya consumación significa la felicidad (a la vez que su
muerte), un mero objeto de contemplación. Del mismo modo, el sujeto kantiano solo tiene
sesgado el camino de ser digno de ser feliz.

8
Horkheimer, M. y Adorno T. W., Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, 2001, p. 109

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