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Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, e infunde en ellos el fuego de tu amor. Envía Señor
tu Espíritu y todas las cosas serán creadas.
Ven Espíritu Santo, ilumina mi entendimiento, abre mi corazón y mueve mi voluntad para que
escuchando tu Palabra, la acoja en mi vida y la ponga en práctica.
Tres días después, hubo una boda en Caná de Galilea. La madre de Jesús estaba invitada. También lo
estaban Jesús y sus discípulos. Se les acabó el vino, y entonces la madre de Jesús le dijo: -No les queda
vino. Jesús le respondió: -Mujer, no intervengas en mi vida; mi hora aún no ha llegado. La madre de
Jesús dijo entonces a los que estaban sirviendo: Hagan lo que Él les diga.
Había allí seis tinajas de piedra, de las que utilizaban para sus ritos de purificación, de unos ochenta o
cien litros cada uno. Jesús dijo a los que servían: -Llenen las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba.
Una vez llenas, Jesús les dijo: -Saquen ahora un poco y llévenselo al encargado de la fiesta. Ellos
cumplieron sus órdenes. Cuando el encargado probó el vino nuevo sin saber de dónde venía (sólo lo
sabían los sirvientes que habían sacado el agua), llamó al novio y le dijo: -Todo el mundo sirve primero el
vino de mejor calidad y cuando los invitados ya han bebido bastante, saca el más corriente. Tú, en
cambio, has reservado el de mejor calidad hasta ahora. Esto sucedió en Caná de Galilea. Fue el primer
signo realizado por Jesús. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él.
El texto se abre anunciando la boda que se celebraba en Caná y subrayando la presencia de María (2,1)
como si Juan nos quisiera poner en primer plano, antes de hablar de Jesús, la figura de aquella que, en
cierto modo, sería protagonista de lo que se iría a vivir allí. Además, para Juan, la presencia de María en
su vida debió ser muy significativa y profunda porque los últimos días los vivió al lado de ella, después de
que Jesús se la entregara en la cruz.
Juan nos dice en tres versículos (2,1-3) cómo fue esta presencia de María. Ella no estuvo allí solamente
como una invitada más disfrutando de la fiesta. La suya fue una presencia activa, atenta a aquello que se
pudiera ofrecer. Ella, seguramente, noto el ir y venir angustiado de los sirvientes, anunciándole al dueño
de la casa que las provisiones de vino se habían agotado, cosa que los demás comensales y hasta el
mismo Jesús, parecen no haber notado.
María, no espera que le pidan el favor, se adelanta, “sale al encuentro”. Sabe muy bien que el único que
puede remediar la situación es su hijo y sin muchas palabras, solo tres, le plantea la situación: “No tienen
vino”.Ella no se pierde en explicaciones, ni siquiera le pregunta a Jesús que pueden hacer. Sabe que esas
tres palabras son suficiente lenguaje entre ella y su Hijo para salvar la situación. Aunque la respuesta de
Jesús no fue muy alentadora que digamos, ella no se desanimó. Es posible que para Jesús no hubiera
llegado su hora, pero cuando se trata de ayudar al otro, de dar una mano, las cosas pueden y deben
cambiar.
María no le insiste a Jesús. Simplemente actúa. ¡Algo hay que hacer! Ella ayuda a preparar todo, el resto
lo hará Él. Y pronuncia una de las frases más bellas que en muchos momentos puede resonar en
nuestras vidas: “Haced lo que Él os diga” (2,5). Es decir: ahora todo depende de Él, yo ya hice mi parte.
Esas dos frases pronunciadas por María en una situación difícil hacen que Jesús, en cierto sentido,
‘adelante su hora’. Y en efecto así lo hace Jesús. Comprometido por la palabra de su Madre ordena a los
sirvientes que llenen las tinajas de agua. Ellos las llenas hasta el borde y hasta el borde se realiza el
milagro. Como para insinuarnos que, cuando se trata de las cosas del Reino es necesario darlo todo y no
a medias.
La fiesta pudo continuar ante la admiración de los invitados ante el dueño de casa que, contrariamente a
la tradición, había dejado para el final el mejor vino.