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Portada: Cortesía de la NASA
Diseño de la portada: Mark Winchester

Derechos reservados © 1995, por


Pacific Press Publishing Association
Se prohíbe la reproducción total o parcial de
esta obra sin el permiso de los editores.

Editado e impreso por


PUBLICACIONES INTERAMERICANAS
División Hispana de la Pacific Press Publishing Association:
• P.O. Box 7000, Boise, Idaho 83707

Primera edición: 1995


30.000 ejemplares en circulación

ISBN 0-8163-9753-8
Printed in the United States of America
C ontenido

Introducción.......................... 5

1. La Inmensidad de Nuestro C reador.............................9

2. La Estrella Rebelde..................................................... 21

3. La Humildad de D ios..................................................29

4. El Tierno Cuidado de D io s ........................................50

5. Los Dos M isterios....................................................... 60

6. Cómo Somos Salvos...................................................77

7. Emanuel para Siem pre.............................................115

Conclusión...................................................................123
Introducción

¿Qué es el hombre?
Esta es una pregunta que ha desafiado a los filósofos
por m ilenios y que ha dado lugar a tres preguntas
adicionales:
1. ¿De dónde vine? ¿Cuál es mi origen?
2. ¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es la razón de mi
existencia?
3. ¿Para dónde voy? ¿Cuál será mi destino?
C ad a uno de esto s in te rro g a n te s se rela cio n a
estrechamente con el concepto de identidad. No cabe duda
que una de las mayores crisis que afronta el mundo ac­
tual es la de identidad.
Algunos procuran crear su propia identidad con lo que
no es permanente. Reúnen dinero, casas, automóviles,
placeres, fama y amigos, y crean una imagen de sí mismos
que es artificial y transitoria. Aunque tienen todo lo que
otros anhelan, no son felices. El problema es que algún
día pueden perder todas estas cosas y con ellas se va
también el sentido de identidad. Hace algunos años,
cuando vivía en Torrington, Wyoming, un agricultor muy
adinerado tuvo que declararse en bancarrota. El banco le
quitó la finca junto con toda su maquinaria de trabajo y
el hombre se quedó sin nada. No pudiendo soportar lo

5
6 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

que le estaba ocurriendo, se pegó un tiro en la cabeza y


acabó con su vida. Para él su sentido de identidad estaba
en sus posesiones y cuando las perdió, no encontró nin­
guna razón para vivir.
El apóstol Pablo tenía razón cuando afirmó: “Porque
nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podre­
mos sacar” (1 Timoteo 6:7).* Tarde o temprano, los que
hayan edificado su identidad sobre un fundamento falso
terminarán sin nada. Por el otro lado, están aquellos que
siempre buscan su identidad y no la hallan. Son incapa­
ces de descubrir la razón de su existencia y por lo tanto
concluyen que la vida es absurda. Muchas de estas per­
sonas también ponen término a su vida en un acto de
desesperación.
La falta de identidad o un falso concepto de ella, lleva
a la soledad, la tristeza, el abandono y la angustia. ¡Pero
las Sagradas Escrituras le traen buenas nuevas! Enseñan
claramente cuál es nuestro origen y destino, lo que nos
dará la perspectiva correcta de cómo vivir en el presente.
Sólo Jesucristo contesta correctamente las tres pregun­
tas básicas que definen nuestra identidad. En cuanto a su
origen terrenal y su destino, afirmó: “Salí del Padre, y he
venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre”
(S. Juan 16:28; la cursiva es nuestra, tanto en éste como
"en otros pasajes bíblicos). Jesús nunca albergó dudas en
cuanto a quién era. Tenía un claro concepto de identidad,
pues sabía de dónde había venido y a dónde iba. Pero un
conocim iento claro de su origen y destino también le
m ostró la razón de su existencia. Si había venido del Pa­
dre e iba a volver a él, debía vivir para glorificarlo. En

*A menos que se indique otra cosa, los textos bíblicos citados en


esta obra corresponden a la Revisión 1960 de la versión Reina-Valera
de las Sagradas Escrituras, Copyright © 1960, Sociedades Bíblicas
en América Latina.
INTRODUCCION 7

cierta ocasión afirmó: “No busco mi gloria” (S. Juan


Y al final de su ministerio, oró a su Padre: “Yo te
he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me
diste que hiciese” (S^Juan 17:4).
La vida de Cristo consistió en glorificar a su Padre. Lo
hizo empleando todas sus fuerzas, talentos, tiempo y re­
cursos para bendecir a sus semejantes. Sanó leprosos, cie­
gos, endemoniados y paralíticos. Se mezcló con los pu­
blícanos, las rameras, los pecadores, los pobres y los afli­
gidos. Cada acto de su vida tuvo como objetivo benefi­
ciar a los demás. Nunca hizo nada para su propio bien.
La vida de Cristo define lo que debe ser la nuestra.
Vinimos de él para vivir por él a fin de vivir con él. Na­
die escogió venir a este mundo, pero sí podemos escoger
cómo salir de él por el rumbo que le demos a nuestra
vida.
La filosofía de la vida que tenía Cristo se puede ex­
presar en pocas palabras: “Vine del Padre, voy al Padre y
mientras estoy aquí, estoy para glorificarlo y cumplir la
obra que me dio”. Sólo este modo de pensar puede dar­
nos razón para vivir, valentía para morir y la esperanza
de un futuro glorioso.
Ojalá que al leer este libro podamos comprender de
dónde venimos, por qué estamos aquí y a dónde vamos, a
fin de que pueda habitar en nosotros Cristo Jesús, “la
esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).
“Levantad en alto vuestros ojos,
y mirad quién creó estas cosas;
él saca y cuenta su ejército;
a todas llama por sus nombres;
ninguna faltará;
tal es la grandeza de su fuerza,
y el poder de su dominio

Isaías 40:26

Señor, mi Dios

Señor, mi Dios, al contemplar los cielos


y astros mil girando en derredor,
y al oírte en retumbantes truenos,
y al contemplar el sol en su esplendor;
te amo y proclamo por tu gran poder:
Cuán grande eres, ¡oh Jehovál
Te exalto a ti con toda mi alma y ser:
¡Grande eres tú!
¡Grande eres tú!
Capítulo 1

La Inmensidad de
Nuestro Creador
mm amiel Kant, notable filósofo alemán, expresó
E cierta vez esta idea profunda y hermosa: “Hay dos
cosas ante las cuales no ceso de maravillarme: la ley moral
escrita dentro de mí y el cielo estrellado que está encima
de mi cabeza”.
Ambas maravillas conducen a Dios como única expli­
cación de ellas, especialmente la grandiosidad del cos­
mos. En efecto, la inmensidad y belleza del universo; las
leyes exactas que rigen su funcionamiento y el hecho de
que en él se advierte un designio claro, requieren una
M ente inteligente, un Creador poderoso. Todo ello no
puede ser el fruto de la casualidad.
Ese Creador de todas las cosas es Dios. Así lo dicen
claramente el uso de la razón, las evidencias de la natura­
leza y el testimonio de las Sagradas Escrituras. Veamos
lo que Dios dice al comienzo mismo de la Biblia:
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gé­
nesis 1:1).
Esta declaración sencilla, directa y profunda contesta
varias preguntas: (1) ¿Quién creó los cielos y la tierra?
Dios. (2) ¿Cuándo los creó? En el principio. (3) ¿Qué
creó? Los cielos y la tierra. (4) ¿Cómo llegaron a existir?
Por creación , no por evolución.

9
10 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Cristo fue el Creador


La Biblia enseña repetidamente que ese creador de Gé­
nesis 1:1 fue Jesucristo mismo. Citemos algunos pasajes
que así lo declaran: “En el principio era el Verbo, y el
Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el
principio con Dios. Todas las cosas por élfueron hechas,
y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”^S J[uan_
—UU31* San Juan 1:14. afirma inequívocamente que ese
Verbo es Jesús. “Porque en él [Cristo] fueron creadas
todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en
la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios,
sean principados, sean potestades; todo fue creado por
medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas”
(Colosenses L j 6). El libro de Hebreos añade su testimo­
nio con las siguientes palabras: “En estos postreros días
nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero
de todo ,y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos
1:2). Queda claro, pues, que Jesucristo creó todo cuanto
existe en el universo.

Jesucristo es eterno
La mente humana no es capaz de comprender el con­
cepto de eternidad por estar limitada al tiempo. La pala­
bra “eternidad” se refiere a un tiempo que no tuvo prin­
cipio y que no tendrá fin. La Biblia afirma que Jesucristo
es eterno. Su vida no es contingente sino propia, no es
prestada ni derivada sino original. Es decir, Jesucristo no
necesita que nadie le dé la vida eterna pues le pertenece
por naturaleza.
Hay muchas referencias bíblicas que comprueban este
hecho. La profecía mesiánica de Miqueas 5:2 describe a
Cristo como Aquel cuyas “salidas son desde el principio,
desde los días de la eternidad”. Isaías 9:6 presenta a Je­
sucristo como el “Padre eterno”. San Juan 1:4 afirma que
“en él [Cristo] estaba la vida”. No dice que en él llegó a
LA INMENSIDAD DE NUESTRO CREADOR 11

existir la vida sino que en él estaba la vida. En San Juan


11:25 Jesús declaró: “Yo soy la resurrección y la vida”.
En el principio ya “ era el Verbo” (S. Juan 1:1). En su
oración sacerdotal Jesús le suplicó al Padre: “Ahora pues,
Padre, glorifícam e tú al lado tuyo, con aquella gloria que
tuve contigo antes que el mundo fuese ” (S. Ju an J 7:5). Y
1 San Juan 5:11-12 hace una declaración audaz: “Y este
es el testim onio: que Dios nos ha dado vida eterna ; y esta
vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el
que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 S. Juan
5:11-12). Q ueda claro, pues, que Jesucristo nunca tuvo
principio y jam ás tendrá fin. El es el manantial de la vida
y todo lo que tuvo comienzo fue hecho por él y subsiste
sólo por m edio de él.

Jesucristo creó de la nada


La Biblia tam bién afirm a que el universo y todo lo
que contiene fue creado de la nada. Es decir, Jesucristo
no necesitó m ateria preexistente para cum plir la obra de
la creación.
R esulta increíble que se pueda crear algo cuando no
hay m ateria prim a. Por ejemplo, cuando se fabrica un
autom óvil se necesita hierro, plástico y caucho, entre otras
cosas, y cuando se construye una casa, se necesita m ade­
ra, ladrillo y concreto. Pero cuando Cristo creó el univer­
so, ¡no tenía nada de qué hacerlo sino su propia palabra!
El Salm o 33 afirm a: “Por la palabra de Jehová fueron
hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento
de su boca... porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y
existió” (vers. 6 y 9). ¡Qué poder tan extraordinario! Je­
sucristo — la Palabra— hizo algo cuando no había nada
de qué hacerlo. H ebreos 11:3 dice que: “Por la fe enten­
dem os haber sido constituido el universo por la palabra
de Dios, de m odo que lo que se ve fue hecho de lo que no
se veía”.
12 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

C oncerniente a esto dice la escritora Elena G. de Whi-


te: “En la creación de la tierra, nada debió Dios a la ma­
teria preexistente. ‘El dijo y fue hecho; él mandó y exis­
tió ’ (Salm o 33:9). Todas las cosas, m ateriales o espiritua­
les, surgieron ante el Señor Jehová cuando él habló, y
fueron creadas para su propio designio. Los cielos y todo
su ejército, la tierra y todo lo que hay en ella, surgieron a
la existencia por el aliento de su boca”J

La inmensidad del universo que Jesucristo creó


Si nos resulta imposible com prender la eternidad y la
creación a partir de la nada, nos resultará aún más in­
comprensible la inmensidad del universo que Jesucristo
creó. El Salmo 19:1 afirma: “Los cielos cuentan la glo­
ria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus ma­
nos” . Examinemos cuán inmenso es el universo.
Los astrónomos emplean el “año luz” para medir las
distancias del universo. Tomemos algunos momentos para
analizar qué significa esta medida de tiempo.
^ La luz viaja a 186.282 millas por segundo (más o me­
nos 300.000 km). Esto significa que en un minuto el rayo
de luz viaja once millones de millas y en un año, seis
trillones (9,5 trillones de km). Mientras usted camina sólo
dos pasos, la luz viaja 200.000 millas, lo que equivale a
ocho vueltas alrededor del mundo. En un año, la luz via­
jará más o menos la misma distancia que todos los auto­
móviles del mundo durante el mismo período de tiempo.
Sin embargo, los astrónomos admiten que incluso el
año luz es una medida demasiado limitada para abarcar
las vastas distancias del universo. Admiten que las dis­
tancias del universo son prácticamente incomputables.
Examinemos algunas de estas distancias a fin de com­
prender mejor la inmensidad del universo que Jesucristo
creó. Empecemos con nuestro propio satélite, la Luna.
La Luna está a 240.000 millas de la Tierra (384.400 km)
LA INM ENSIDAD DE NUESTRO C R EA D O R 13

y su luz se tarda 1,3 segundos en llegar a nuestro plane­


ta. C ontinuem os ahora con el Sol.
El Sol está a 93.000.000 de m illas (150.000.000 km )
de la T ierra y su luz tarda 8,3 segundos en llegar. Ponga­
m os esto en térm inos m ás prácticos. Si fuera posible ir
de la T ierra al Sol en un avión y viajáram os a 600 m illas
p o r hora sin parar para com er o dorm ir, o para reabaste­
cem o s de com bustible, dem oraríam os 17 años en llegar.
El planeta m ás lejano de nuestro sistem a solar es Plu-
tón, que queda a 5,3 años luz. Si pudiéram os viajar a Plu-
tón, necesitaríam os 5,3 años a la velocidad de 186.282
m illas por segundo.¡O bviam ente estas distancias son fe­
nom enales! Pero vayam os un poco m ás allá.
L a estrella m ás cercana a la tierra es A lfa de C entauro,
que queda a 4,3 años luz. Esta distancia es 250.000 veces
m ayor que de la T ierra al Sol. Si fuera posible viajar a
A lfa de C entauro en el S atélite Voyager tardaríam os
100.000 años en llegar, y en el transcurso habríam os via­
ja d o 25 trillones de m illas. Pero hay más.
Si pudiéram os cruzar nuestra galaxia — la V ía Lác­
tea— de un lado a otro, dem oraríam os 100.000 años a la
velocidad de la luz. ¡La distancia del viaje sería de 600.000
trillones de millas! El diám etro de nuestra galaxia es de
250.000 años luz y se calcula que ésta tiene m il m illones
de estrellas. Pero m ás allá de la V ía Láctea hay m il m illo­
nes m ás de galaxias, cada una con m iles de m illones de
estrellas.
A ndróm eda, que es la galaxia más cercana a la nuestra,
está a dos m illones de años luz. Es la única galaxia fuera
de la nuestra que podem os ver sin la ayuda de un telesco­
pio. ¡Imagínese, si pudiéram os ir a esta galaxia vecina, ten­
dríam os que viajar a 186.282 millas por segundo por dos
m illones de años! ¡Qué increíble! Y sin em bargo, m ás
allá de A ndróm eda hay mil millones de galaxias y cada
una tiene por lo m enos cien mil millones de estrellas.
14 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Los astrónom os han creado telescopios potentes para


estudiar los cielos. El telescopio de 200 pulgadas de Monte
Palom ar, en C alifornia, alcanza a divisar cuerpos celes­
tes que quedan a m il m illones de años luz. El telescopio
H ubble, según Tom Siegfned, divisó “un grupo de ga­
laxias que están a siete mil m illones y posiblemente diez
m il m illones de años de la Tierra” .2 Otro astrónomo nos
dice que por m ás poderoso que sea el telescopio, ¡no hay
señal alguna de que las galaxias se acaben!3
E n 1929 Edw in P. H ubble se dio cuenta que el uni­
verso se está expandiendo constantem ente. ¡Imagínese,
un universo infinito en proceso de expansión! Según
algunos astrónom os, el telescopio Hubble ha logrado
divisar galaxias que están a quince mil millones de años
luz de nuestro planeta. Obviamente, esta es una cifra
incom prensible. Si pudiéramos llegar hasta esas galaxias,
tendríam os que viajar quince mil millones de años a
186.282 m illas cada segundo del viaje. Al llegar, ha­
b ríam o s viajado ¡9.000.000.000.000.000.000.000 de
millas! ¡a'U^jLjHgCscnt >e_~jtses
£1 núm enrde estrellas del universo que
Jesucristo creó
Pero no sólo son incomputables las distancias del uni­
verso. El núm ero de cuerpos celestes también parece ser
infinito. U na noche Dios le dijo a Abrahán: “M ira ahora
los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar”
(G énesis 15:51- Lo extraordinario es que cuando Dios le
dijo estas palabras a A brahán, sólo podría haber contado
3.000 estrellas sin la ayuda de un telescopio. Con moder­
nos telescopios, los astrónom os han podido c o n fir m a r as
palabras de D ios a A brahán. El núm ero de estrellas pare
ce ser incom putable.
Com o ya dijim os, sólo pueden verse unas 3.000 es
lias a sim ple vista. C on un telescopio pequeño se pue
LA INMENSIDAD DE NUESTRO CREADOR 15

divisar tan sólo unas 100.000. N uestra galaxia tiene unos


cien mil millones de estrellas y los astrónom os nos dicen
que el universo conocido tiene por lo m enos mil m illones
de galaxias. Esto significa que el núm ero de estrellas es
de 1022. Pongamos esto en térm inos que podam os com ­
prender mejor. Si repartiéram os las estrellas entre los cin­
co mil millones de habitantes de la Tierra, a cada uno le
tocarían dos trillones. Es decir, habría 10 mil m illones de
trillones de estrellas.4
Según De Young, el número de estrellas equivale a to ­
dos los granitos de arena que se encuentran en todas las
playas de nuestro planeta.5 ¡Procure usted contar tan sólo
los granitos que recoge en una mano y sabrá cuán ex­
traordinario es este número!
No todas las galaxias son del mism o tamaño. En un
artículo fascinante sobre este tema, se nos inform a que,
“se ha descubierto una galaxia que es sesenta veces más
grande que nuestra Vía Láctea. Esta galaxia tiene m ás de
cien trillones de estrellas y un diámetro de seis m illones
de años luz. Está en un grupo de galaxias que se conoce
com o A BELL 2029” .6 Recordemos que ésta es tan sólo
una de las mil millones de galaxias que se conocen. Pero
esto puede ser tan sólo una pequeña porción del univer­
so, pues cada vez se inventan nuevos instrum entos que
penetran m ás y m ás profundam ente en el universo y no
se percibe un fin.
Hay otro hecho extraordinario. Recientem ente los as­
trónom os han descubierto lo que han denom inado “m a­
te ria o s c u ra ” . S egún M ich ael R io rd a n y D avid N.
Schram m , “la m ateria oscura no puede ser detectada por
la radiación electrom agnética y parece consistir de partí­
culas que aún no conocem os. N o obstante, su efecto gra-
vitacional m antiene a los planetas en su rum bo y a las
galaxias dando vueltas, y salvaguarda nuestra existencia
m ism a en la T ierra” 2 Y de acuerdo a D onald J. Frede-
16 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

rick, reportero de National Geographic, la materia oscu­


ra compone 90 por ciento de la masa del cosmos, “pero
nadie puede verla ni descubrir qué es” .8
Tom Siegfried es aún más atrevido: “Cuando se trata
de comprender de qué se compone el universo, la ciencia
anda a oscuras. Por lo menos el 90 por ciento de la mate­
ria — tal vez aun el 99 por ciento— no se puede ver”.9
Lo que estos científicos están diciendo es que el 90
por ciento del universo — posiblemente hasta el 99 por
ciento— carece de luz y por lo tanto es imposible verlo
aún con telescopios. No obstante, los científicos saben
que esta materia está allí por los efectos de la gravedad.
¡Imagínese, sólo podemos ver el 10 por ciento del uni­
verso! Ciertamente la Biblia tiene razón cuando afirma:
“¿No está Dios en la altura de los cielos? Mira lo encum­
brado de las estrellas, cuán elevadas están” (Job 22:12).

Jesucristo es el Sustentador
La Biblia enseña que Jesucristo no sólo creó el univer­
so sino que lo sustenta. Según Hebreos 1:3 Cristo susten­
ta “todas las cosas con la palabra de su poder”, y en Co-
losenses 1:17 el apóstol Pablo afirma que Cristo “es an­
tes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten ' \
Jesucristo hace funcionar el universo en perfecta armo­
nía. ¡Qué potencia tan increíble se requiere para cumplir
esta tarea!
Según los científicos, nuestro planeta pesa seis mil seis­
cientos millones de trillones de toneladas. Sin embargo,
la Tierra flota alrededor del Sol como si fuera una pluma
y siempre a su tiem po preciso. La Tierra da vueltas sobre
su eje a más de mil millas (1.600 km ) por hora, pero nada
sale volando. Aun la atm ósfera se mantiene en su lugar y
las aguas de los m ares conservan sus límites. Con razón
Job 26:7-8 afirm a que Dios “extiende el norte sobre va­
cío, cuelga la tierra sobre nada. Ata las aguas en sus nu
LA INMENSIDAD DE NUESTRO CREADOR 17

bes, y las nubes no se rompen debajo de ellas’*. Esta fuer­


za misteriosa que mantiene a todo el universo en equili­
brio se conoce como la ley de la gravedad. Ella mantiene
a la Tierra en perfecta órbita alrededor del Sol, con una
precisión matemática digna de admiración. Es como si
un brazo oculto dirigiera a la Tierra alrededor del Sol.
Josías Parsons Cook, quien fuera profesor en la Univer­
sidad de Harvard, afirmó: “En cuanto a la ley de la gra­
vedad, conocemos bastante pero en cuanto a la fuerza de
la gravedad no conocemos absolutamente nada”.*o Lo que
está diciendo Cook es que podemos medir y analizar los
efectos de la gravedad pero no podemos saber cuál es su
causa. Los científicos saben que la gravedad funciona en
base a leyes precisas, pero no pueden explicar por qué.
La Biblia sí explica muy bien dónde se origina el poder
de la gravedad: es en Cristo, quien sustenta todas las co­
sas por la palabra de su potencia.
Una autora ha afirmado: “No es por medio de una fuer­
za inherente como año tras año la tierra suministra sus
dones y sigue su marcha alrededor del sol. La mano del
Infinito obra perpetuamente para guiar el planeta. El po­
der de Dios en constante ejercicio, hace que la tierra com
serve su posición en su rotación. Es Dios quien dispone
que el sol salga y se levante en los cielos. Es Dios quien
abre las ventanas de los cielos y da la lluvia”, n
En otras palabras, el universo no es como una máqui­
na que funciona por sí misma. Cristo ejerce su poder a
cada instante para mantenerlo en constante operación.
¡Qué poder incomprensible se necesita para cumplir esta
tarea! Con razón el salmista declaró: “El cuenta el núm e­
ro de las estrellas; a todas ellas llama por sus nombres.
Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su en­
tendimiento es infinito” (Salmo 147:4-5). Isaías nos ins­
ta: “Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó
estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por
18 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su


fuerza, y el poder de su dominio” (Isaías 40:26).
Tomemos algunos momentos para hablar del Sol. Está
a 93.000.000 de millas de la Tierra y tiene un diámetro
de 864.000 millas. Esto equivale a cuatro veces la distan­
cia entre la Tierra y la Luna. Si pudiéramos manejar un
automóvil alrededor del Sol y viajáramos 800 kilómetros
por día, tardaríamos catorce años en darle una vuelta com­
pleta. Si se pudiera vaciar el Sol de tal manera que que­
dara hueco, cabrían un millón de planetas del tamaño de
la Tierra en su interior. El Sol tiene 1.300.000 veces más
masa que nuestra Tierra. 12
El Sol convierte ocho mil millones de toneladas de su
materia en energía cada segundo y cada pulgada cuadra­
da de su superficie brilla con la intensidad de 300.000
velas. En un solo segundo el Sol emite más energía que
lo que ha producido toda la humanidad desde la crea­
ción, incluyendo motores, plantas eléctricas, bombas y
todos los demás artefactos energéticos. 13 Emite llamara­
das que son miles de veces más grandes que nuestro pla­
neta y que se levantan miles de millas al aire.1*
Se calcula que la temperatura del Sol en su superficie
es de 10.000° F (5.530° C). En su interior, se calcula que
la temperatura puede ascender a 25 millones de grados
Fahrenheit (15 millones centígrados).
Si algún día la Tierra cayera dentro del Sol se derreti­
ría como un copo de nieve en un día de verano. Tan ca­
liente es el Sol que si se pudiera calentar una moneda de
25 centavos a la temperatura interna del Sol todo queda­
ría vaporizado en un radio de mil millas (1.600 km).15
No obstante, hay otros soles más grandes y potentes
que el nuestro. Antares, una estrella que está en la cons­
telación de Orión, es setecientas veces más grande que
nuestro Sol y brilla con la intensidad de nueve mil soles.
Betelgeuse, que está en el hombro derecho de la conste
LA INMENSIDAD DE NUESTRO CREADOR 19

lación de Orion, tiene un diámetro mil doscientos veces


m ayor que nuestro Sol y emite ciento veinte mil veces
más energía.
Tal es el universo que creó el Señor Jesucristo de la
nada. Tal es el universo que sustenta con su potente pala­
bra. ¡Si el universo es tan grande e infinito cuánto m ás
será Jesucristo! 1234567890

1. Elena G. de White, El ministerio de curación (Mountain View;


Pacific Press, 1959), p. 322.
2. Tom Siegfried, “Hubble Telescope Shows Farthest Galaxies Ever
Found”, en The Dallas Morning News, 2 de diciembre, 1992.
3. Ken McFarland y Daniel Knauft, The Inhabited Universe (Fe­
deral Way, WA: Light & Love Communications, 1980), p. 3.
4. Donald B. DeYoung, Astronomy and the Bible: Questions and
Answers (Grand Rapids: Baker Book House, 1989), pp. 120-121.
5. Ibid.
6. N ew York Times News Service, “Astronomers Discover Lar­
gest Galaxy Ever”, 26 de octubre, 1990.
7. M ichael Riordan y David N. Schramm, The Shadows o f Crea­
tion: Dark Matter and the Structure o f the Universe (Book Review
by Astronomy Book Club, octubre, 1994).
8. Donald J. Frederick, “Materia oscura en el universo deja per­
plejos a los científicos”, en The Dallas Morning News, 16 de mayo,
1994.
9. Tom Siegfried, “Scientists on Dark Matter Vigil Are Still Trying
To See the Light”, en The Dallas Morning News, 16 de mayo, 1994.
10. H. M. S. Richards, The Stars and the Bible (Los Angeles; Voice
o f Prophecy Publications, 1952), p. 46.
11. Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 324
12. H. M, S. Richards, The Stars and the Bible , p. 30.
13. Donald B. De Young, Astronomy and the Bible: Questions and
Answers , pp. 55-56.
14. Id., pp. 30-31.
15. H. M. S. Richards, Ibid.
‘7 Cómo caíste del cielo, oh Lucero,
hijo de la mañana!
Cortado fuiste por tierra,
tú que debilitabas a las naciones.
Tú que decías en tu corazón:
Subiré al cielo; en lo alto,
junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono,
y en el monte del testimonio me sentaré,
a los lados del norte;
sobre las alturas de las nubes subiré,
y seré semejante al Altísimo ”

Isaías 14:12-14

A C risto coronad

A Cristo coronad, divino Salvador,:


Sentado en alta majestad es digno de loor.
A l Rey de gloria y paz loores tributad,
y bendecid al Inmortal por toda eternidad.

A Cristo coronad Señor de vida y luz;


con alabanzas proclamad los triunfos de la cruz.
A él, pues, adorad, Señor de salvación;
loor eterno tributad de todo corazón.

E. A. Strange
Capítulo 2

La Estrella Rebelde

n la antigua Babilonia existía una tradición muy inte­


E resante. Según cuenta la historia, había una estrella
m uy brillante en el cielo que se llamaba Lucifer. Esta es­
trella de la mañana se mantenía en el cielo aún después
que empezaban a verse los primeros destellos del sol. Aun­
que todas las demás estrellas ya habían desaparecido de
la bóveda celeste ante el inminente amanecer, esta estre­
lla rehusaba con todas sus fuerzas ocultar su gloria ante
el naciente sol. En vez de anunciar la llegada de la maña­
na, quería ocupar el lugar del sol que traía la mañana.
Según los babilonios, ésta era una estrella usurpadora que
deseaba tom ar el lugar del sol. Luego sucedía lo inevita­
ble: el sol se levantaba con toda su fuerza y echaba a esta
estrella al abismo tenebroso. De acuerdo a la mitología
babilónica, este proceso se realizaba diariamente. La es­
trella usurpadora y rebelde se levantaba sólo para caer
ante la deslum brante gloria del sol.
Esta historia de la victoria del sol sobre la estrella re­
belde y usurpadora halla sus raíces en un conflicto que en
verdad se realizó entre dos estrellas.
La prim era de ellas es Jesucristo, a quien se compara
en la Biblia con el sol (Apocalipsis 1:16). El es la estrella
brillante de la m añana (A pocalipsis 22:16), la luz del

21
22 ESPERA N ZA PARA EL PLANETA TIERRA

m undo (S. Juan 9:5). Es el lucero de la m añana que trae


la clarid ad del d ía (2 S. Pedro 1:19).
Pero en el universo infinito que C risto creó había otra
estrella que tam bién era brillante, herm osa y digna de
adm iración. Esta estrella de nom bre Lucifer quiso ocu­
p ar el lugar del sol, es decir, de Cristo. Leamos la historia
tal com o se halla registrada en las Escrituras:
“ ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la maña­
na! C ortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las na­
ciones. T ú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo
alto, ju n to a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en
el m onte del testim onio me sentaré, a los lados del norte;
sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al
A ltísim o” (Isaías 14:12-14).
“ Hijo del hombre, levanta endechas sobre el rey de
Tiro [símbolo de Lucifer], y dile: Así ha dicho el Señor
Jehová: Tú echas el sello a la proporción, lleno de sabi­
duría y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de
D ios estuviste. Toda piedra preciosa fue tu vestidura; el
sardio, topacio, diamante, crisólito, ónice y berilo, el za­
firo, carbunclo, y esmeralda, y oro, los prim ores de tus
tam boriles y pífanos estuvieron apercibidos para ti en el
día de tu creación. Tú, querubín grande, cubridor; yo te
puse en el santo m onte de Dios, allí estuviste; en medio
de piedras de fuego has andado. Perfecto eras en todos
tus cam inos desde el día que fuiste creado, hasta que se
halló en ti m aldad. A causa de la m ultitud de tu contrata­
ción fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te
eché del m onte de Dios, y te arrojé de entre las piedras de
fuego, oh querubín cubridor. Enaltecióse tu corazón a
causa de tu herm osura, corrom piste tu sabiduría a causa
de tu resplandor. Yo te arrojaré por tierra; delante de los
reyes te pondré para que m iren en ti” (Ezequiel 28:12-
17, versión Reina-Valera 1909).
Hay varias cosas que podem os saber a ciencia cierta
LA ESTRELLA REBELDE 23

en cuanto a Lucifer:
1. Ezequiel 28:13 y 15 recalca dos veces que Lucifer
fue creado. Siendo que Jesucristo creó todo lo que existe
en el universo (S. Juan 1:3; Colosenses 1:16), Lucifer
tiene que haber sido creado por él. ¡Lucifer era hijo de
Cristo!
2. Cuando Cristo creó a Lucifer lo hizo perfecto, her­
moso, radiante y lleno de sabiduría. Se parecía en verdad
a una estrella gloriosa.
3. Lucifer estaba en la presencia misma de Dios. Eze­
quiel 28:14 y 16 lo llama el “querubín cubridor”. ¿Qué
significa este nombre tan extraño? Para comprenderlo
necesitamos regresar a Exodo 25:20-22 en donde se des­
cribe el arca del pacto o del testimonio. Allí se manifes­
taba directamente la gloria de Dios en medio de su pue­
blo. A cada lado del arca se hallaba un querubín o ángel,
cuyas alas se extendían por encima del arca “cubriendo
con sus alas la cubierta”. ¡Qué tarea tan sagrada y solem­
ne! En el santuario celestial estos seres eran los que más
cerca estaban de Dios ¡y sus alas cubrían el mismo trono
del Altísimo! Uno de estos seres era precisamente Luci­
fer.
4. La Biblia no alberga dudas en cuanto a la razón de
la caída de Lucifer. Según el relato de Isaías 14, se llenó
de orgullo y suficiencia propia. Pensó que podía gober­
nar mejor el universo que Dios y quiso ascender para
usurpar su trono. Se llenó de un espíritu de insubordina­
ción e independencia. En vez de ser siervo de Dios, que­
ría ser señor; en lugar de súbdito, quería ser rey. No esta­
ba conforme con la posición que Dios le había dado, ¡que­
ría ascender!
5. Ezequiel 28:16 y 1 San Juan 3:8 afirman que Sata­
nás por su actitud de rebelión pecó contra Dios. Según la
Biblia el pecado es transgresión de la ley (1 S. Juan 3:4).
Algunos enseñan, inclusive cristianos, que la ley fUe dada
24 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

por prim era vez a M oisés en el m onte Sinaí. En ese caso,


Lucifer no podría haber pecado, pues si no hay ley tam­
poco puede haber transgresión (Rom anos 4:15). Si exa­
minamos con cuidado el relato, nos darem os cuenta que
Lucifer desobedeció varios m andam ientos de Dios. Qui­
so hacerse Dios (prim er m andam iento), codició el trono
de Dios (décimo m andam iento), quiso robarle la posi­
ción a Dios (octavo mandamiento), habló falso testimo­
nio contra Dios (noveno m andam iento), deshonró a su
Padre celestial (quinto mandamiento). Podríamos conti­
nuar la lista pero no es necesario. Dicho sea de paso, la
Biblia afirm a que Satanás es un asesino y mentiroso des­
de el principio (S. Juan 8:44). El pecado de Lucifer con­
sistió pues, en rebelarse contra la ley eterna de Dios.
6. Hubo una guerra civil en el cielo (Apocalipsis 12:7-
9). En las guerras de esta tierra, se levanta una nación
contra otra. Pero esta guerra fue diferente pues se libró
entre los mismos seres que antes habían estado en per­
fecta armonía. Fue una guerra interna. Según A pocalip­
sis 12:4, Lucifer logró seducir a una tercera parte de los
ángeles en su lucha y éstos también desobedecieron la
ley de Dios y pecaron (2 S. Pedro 2:4).
7. En Isaías, Ezequiel y Apocalipsis se repite varias
veces que Satanás fue lanzado fuera del cielo por su re­
belión. ¡La estrella que quiso usurpar el lugar de Cristo
fue arrojada del cielo!
Algún tiempo antes que Lucifer fuera expulsado del
cielo, Cristo colocó en medio del espacio infinito a este
diminuto planeta. En siete días hizo un m undo perfecto,
hermoso, digno de su creador, “bueno en gran manera”
(Génesis 1:31). Pero en el universo se encontraba este
demonio suelto que tenía la intención de vengarse de
Cristo. Lucifer, quien ahora era Satanás, estaba empeña­
do en estropear la obra que Cristo había hecho. La Biblia
afirm a que Satanás llegó finalm ente al huerto del Edén.
LA ESTRELLA REBELDE 25

Allí Jesucristo había colocado un árbol para probar la fe


y obediencia de nuestros primeros padres. Este árbol se
hallaba en medio del huerto así que era imposible con­
fundirlo con los demás árboles (Génesis 3:3). El m anda­
to de Dios fue claro: “Y mandó Jehová Dios al hombre,
diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas
del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás;
porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”
(Génesis 2:16-17). No había nada de nebuloso o am bi­
guo en el mandato de Dios. Eva lo comprendió clara­
mente (Génesis 3:3). Dios dio una orden y explicó cuál
sería la consecuencia de desobedecerla. ¡Qué maravillo­
so si Adán y Eva hubieran escogido vivir sólo de acuerdo
con la palabra de Dios!
La historia de la caída se encuentra registrada en Gé­
nesis 3. No necesitamos repetir todos los detalles, pero sí
debemos enfatizar que Adán y Eva cayeron en pecado
por las mismas razones que había caído Lucifer. Al igual
que Lucifer, se llenaron de orgullo y suficiencia propia y
quisieron ascender al nivel de Dios. Satanás le insinuó a
la mujer: “Dios es mentiroso y no pueden confiar en él.
Si pecan no van a morir, más bien ascenderán a la altura
m ism a de Dios. Ustedes pueden vivir independientes de
Dios. N o lo necesitan” .
Eva se negó a ocupar la posición que Dios le había
dado. Q uería ascender a una esfera más elevada donde
no tuviera que aceptar la soberanía divina. La Biblia
afirm a que A dán y Eva pecaron (Romanos 5:12), es
decir, quebrantaron la ley eterna de Jehová. Desobede­
cieron los m ism os mandamientos que llevaron a la caí­
da de Lucifer. Q uisieron hacerse dioses (primer manda­
m iento), codiciaron el poder de Dios (décimo manda­
m iento), quisieron robarle a Dios su posición (octavo
m andam iento), aceptaron el falso testimonio de la ser­
piente contra Dios (noveno mandamiento) y deshonra­
26 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

ron a su Padre celestial (quinto m andam iento).


Así logró Satanás infectar a nuestros prim eros padres
con el virus m aligno y m ortal del pecado. Inyectó en ellos
el m ism o espíritu que lo había llevado a su caída. Cuan­
do Adán y Eva pecaron, desobedecieron el mandato ex­
plícito de Dios. Su pecado era inexcusable. Dios había
prom etido que la consecuencia de dicho acto iba a ser la
m uerte. Es m ás, Dios afirm ó que el mismo día que co­
m ieran del árbol iban a m orir (Génesis 2:17). Entonces,
¿por qué no m urieron ese mismo día? En el próximo ca­
pítulo estudiarem os esta pregunta, pero antes debemos
aclarar algunos puntos importantes.
Dios estaba obligado a castigar el pecado de Adán y
Eva con la m uerte, pues había dicho: “El día que de él
com ieres, ciertamente m orirás” (Génesis 2:17). Roma­
nos 6:23 afirm a: “La paga del pecado es muerte”. La ju s­
ticia y veracidad de Dios exigían la muerte de Adán y
Eva, pero su am or y m isericordia querían salvarlos. Apa­
rentem ente había una discordia irreconciliable entre la
justicia y la m isericordia de Dios. ¿Cómo podía Dios cas­
tigar el pecado y al m ism o tiempo salvar al pecador?
En el próxim o capítulo estudiaremos el maravilloso
plan que D ios puso en práctica para reconciliar su amor y
su justicia, pero antes debem os entender que el virus mor­
tal del pecado no afectó tan sólo a nuestros primeros pa­
dres. La infección se extendió tam bién a todos sus des­
cendientes, Según la Biblia, todos nacem os en este mun­
do a im agen y sem ejanza del A dán que pecó (Génesis
5:1-3). Recibim os de él una naturaleza pecaminosa, in­
clinada hacia el m al, desviada hacia el pecado. El hom­
bre nace egoísta, enem istado contra Dios, rebelde, lleno
de suficiencia propia. Tiene una tendencia hacia el peca­
do que por sí m ism o no puede resistir. Efesios 2:3-4 afir­
m a que som os por naturaleza hijos de ira y en Salmo 51 ■
se nos dice que som os concebidos en pecado. Debe que­
LA ESTRELLA REBELDE 27

dar claro que no somos culpables del pecado que com e­


tió Adán, pero sí heredam os sus consecuencias. El sal­
mista David dice que el hom bre es rebelde desde el m o­
mento de su concepción (Salm o 58:3). Con el transcurso
del tiempo la naturaleza pecam inosa que recibim os de
Adán nos lleva a com eter actos de pecado. Es decir, here­
damos de Adán una naturaleza pecam inosa que no puede
sino pecar. Toda la raza hum ana está bajo sentencia de
muerte, pues en Adán todos mueren (1 Corintios 15:22).
El apóstol Pablo afirm a: “N o hay justo, ni aun uno... To­
dos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro­
m anos 3:10,23).
Todos nacem os en este m undo perdidos y condenados
a m uerte, y lo peor es que no podem os por nosotros mis­
m os cam biar nuestra condición ni nuestra sentencia. El
profeta Jerem ías pregunta: “M udará el etíope su piel, y el
leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros
hacer bien, estando habituados a hacer m al?” (Jeremías
13:23).
El pecado del hombre pareció poner en aprietos a Dios.
Satanás lo desafió: “Si no castigas al hombre con la muer­
te, eres un m entiroso pues has dicho, ‘el alma que pecare
esa m orirá’. Por otro lado, si castigas al hombre con muer­
te eterna por su pecado, no lo amas pues un Dios de am or
no haría tal cosa” . ¿Q ué podía hacer Dios para disipar las
tenebrosas som bras que cubrían al planeta Tierra? ¡Ha­
bía un plan!
“En el principio era el Verbo,
y el Verbo era con Dios,
y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios.
Todas las cosas por él fueron hechas;
y sin él nada de lo que ha sido hecho, fu e hecho.
Y aquel Verbo fu e hecho carne,
y habitó entre nosotros (y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre),
lleno de gracia y de verdad

S. Juan 1:1-3, 14

“Haya, pues, en vosotros este sentir


que hubo también en Cristo Jesús,
el cual, siendo en form a de Dios,
no estimó el ser igual a Dios como cosa
a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo,
tomando form a de siervo,
hecho sem ejante a los hombres;
y estando en la condición de hombre,
se humilló a s í mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz.
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo,
y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
para que en el nombre de Jesús
se doble toda rodilla de los que
están en los cielos,
y en la tierra, y debajo de la tierra;
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, ,
para gloria de D ios Padre

Filipenses 2:5-11
Capítulo 3

La Humildad de Dios

ace algunos años vi una película del Instituto Bíblico


H Moody titulada “La Ciudad de las Abejas”. Es una
película fascinante que describe las costumbres de estos
industriosos insectos. Según la película, existe una ley
. que todas las abejas deben obedecer. Cuando se posan en
la flor deben tomar suficiente néctar no sólo para hacer
miel una vez que lleguen a la colmena, sino para sumi­
nistrarles energía para el vuelo de regreso. Si una abeja
calcula mal y viola esta ley, cae indefensa al suelo y no
puede volar; en poco tiempo muere. Pero si alguien le su­
ministra miel, la abeja puede surcar los cielos de nuevo.
Pocos días después de ver esta película, salí de mi casa
en Medellín, Colombia, y en las escaleras de la entrada
vi una abeja que se revolcaba desesperadamente en el
suelo. Inmediatamente me acordé de la película que ha­
bía visto y aunque iba con atraso a una cita, entré de nue­
vo en la casa, coloqué un poco de miel en una cuchara y
volví a donde estaba el insecto. Puse la miel en donde
ella pudiera tomarla. Pasaron algunos minutos durante
los cuales la abeja estaba tranquila y por los movimien­
tos de su mandíbula pude darme cuenta que estaba be­
biendo la miel. De repente dejó de beber, dio media vuel­
ta y se perdió a todo vuelo en el cielo azul. Meditando

29
30 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

sobre esta experiencia procuré ver qué lecciones podía


aprender. Para mí esta experiencia se transformó en una
parábola que ilustra el amor de Dios,
La abejita que había volado libremente por los cielos
tuvo una caída por desobedecer la ley de las abejas y
merecía lo que le sucedía. No podía librarse de su situa­
ción y por sí misma estaba condenada a perecer. Pero
luego aparecí yo y la vi en su condición. Yo tenía tres
opciones: (1) Podría haber pensado, “no necesito a esta
abejita. Puedo vivir perfectamente sin ella; que se las arre­
gle como pueda”. En otras palabras, podría haberla igno­
rado. Claro que esta actitud significaba la muerte segura
para ella. (2) Podría haberle dicho: “Esto te pasó por des­
obedecer la ley de las abejas y te viene bien sufrir el cas­
tigo, pero para que no sufras más, pondré fin a tu mise­
ria”, y luego podría haberla pisado. (3) Pero decidí ayu­
darla. Aunque era pequeña y no la necesitaba, tuve mi-^
sericordia de ella y decidí rebajarme a su nivel para auxi­
liarla pues su vida estaba en mis manos. Al darle la miel,
ella recuperó sus fuerzas y libertad y con gozo surcó los
cielos.
El hombre también violó la ley de Dios y cayó en pe­
cado. Por su desobediencia merecía la muerte. Por sí mis­
mo no podía escaparse de su situación. Jesús podría ha­
ber ignorado al hombre o haberlo destruido. De hecho,
no lo necesitaba. Pero por su gran amor escogió descen­
der a nuestro nivel y derramar su sangre a fin de que el
hombre pudiera levantars^del abismo del pecado y tener
la esperanza de ir con Cristo al cielo.

El Dios misericordioso y justo


En el capítulo anterior dejamos dos preguntas sin con­
testar: (1) Por qué no destruyó Dios al hombre inmedia­
tamente después que pecó, y (2) cómo podía Dios ser
justo al castigar el pecado y al mismo tiempo misericor-
LA HUMILDAD DE DIOS 31

dioso al salvar al pecador. En realidad, hay una sola res­


puesta a estos dos interrogantes.
Cuando el hombre pecó, la justicia de Dios exigía su
muerte inmediata. ¿Por qué, entonces, no murió el hom­
bre ese mismo día? Sencillamente porque Jesús se había
ofrecido a morir en lugar de los culpables. Había creado
a Adán y Eva (y por ende a todos sus descendientes tam­
bién) y por lo tanto tenía derecho a ofrecer su vida en
lugar de la de ellos. En el concilio de paz, el Padre y el
Hijo (Zacarías 6:12-13) habían acordado que si el hom­
bre pecaba, Dios aceptaría la muerte de su Hijo en lugar
de la de los pecadores. Por esto la Biblia dice que Jesús
es el “Cordero que fue inmolado desde el principio del
mundo” (Apocalipsis 13:8). Así Dios podía ser “justo y
justificador” de los que lo aceptan.

La humildad de Dios
Generalmente pensamos en Dios como alguien omni­
potente, omnipresente y omnisapiente. Pero raras veces
lo concebimos como manso y humilde. No obstante, esta
es una de las cualidades más grandes del carácter de Dios.
Veamos.
Cierta noche David estaba acostado, mirando la ex­
pansión, y al contemplar el cielo estrellado escribió las
siguientes palabras: “Cuando veo tus cielos, obra de tus
dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué
es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del
hombre, para que lo visites?” (Salmo 8:3-4L Cuando el
hombre pecó, Dios podría haEer dicho: “Son solamente
dos personas, se rebelaron contra nosotros y merecen
morir; eliminémoslas y comencemos de nuevo”. Pero no
fue así. Dios amaba al pecador. Pero, ¿cuánto lo amaba?
•Llegó un momento en que Cristo, el eterno, el que había
creado el inmenso universo de la nada, el que hizo las
innumerables estrellas y las llama a todas por su nombre;
32 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

el que era rey sobre todas las galaxias del cosmos y el


que sustenta el vasto universo por la palabra de su poten­
cia; el que era amado, venerado y adorado por todas las
huestes celestiales, decidió abandonar el cielo para venir
a salvar al hombre. No hay ser humano que pueda com­
prender la magnitud de este sacrificio. Las palabras sue­
nan demasiado huecas para describir tan sublime acto.
Hace unos 2.000 años, en el momento acordado en el
concilio de paz, el Hijo se despidió de su Padre y de las
huestes angélicas. Descendió del trono y entregó su ce­
tro. Se quitó el manto de gloria real y la brillante corona
y los puso en manos de su Padre. La despedida debió
haber sido triste. Luego, mediante un acto misterioso que
el hombre jamás podrá comprender, el Padre implantó al
Verbo en el vientre de la Virgen María (Hebreos 10:5). El
Dios eterno había sido trasplantado al planeta rebelde, al
mismo cuartel de Satanás. El rey del universo se había
tomado súbdito, el señor del espacio infinito había to­
mado la posición de siervo.
Jesús vino con una naturaleza humana deteriorada por
4.000 años de pecado. Aquel para quien el tiempo y el
espacio no constituían el menor límite, se encarceló en
ellos. No nació en un palacio sino en medio de las bestias
que él mismo había creado. Estudió el Antiguo Testamento
que él mismo había dado (1 S. Pedro 1:10-12). Aprendió
lecciones de la naturaleza queel mismo naoia creado con
el aliento de su boca. Llegó a ser menor que los mismos
ángeles que había llamado a la existencia para cumplir
sus designios (Hebreos ¡Imagínese, el Creador ha­
ciéndose menor que sus propias criaturas! A diferencia
de Lucifer, descendió y se vació a sí mismo. No reclamó
sus derechos como Dios, sino que se anonadó a sí mis-
mo (Filipenses 2 : 6 - Lo vemos mezclándose con l°s
pu icano^ las rameras, los leprosos y los menesterosos-
n e aPosento alto lavó los pies de sus propios disci
LA HUMILDAD DE DIOS 33

pulos, incluyendo los del traidor Judas. En el Getsemaní


sudó grandes gotas de sangre por la angustia de sentirse
abandonado por su Padre. Se colocó en las manos de sus
propias criaturas y permitió que lo golpearan y se mofa­
ran de él. Le escupieron en el rostro, lo azotaron con una
caña, le rasgaron la piel y los músculos con el látigo sal­
vaje, le hincaron una corona de espinas en su frente y
finalmente lo crucificaron, atravesando sus manos y sus
pies con enormes clavos. Desnudo, colgaba entre el cielo
y la tierra. ¡Qué espectáculo! ¡El Rey del universo sen­
tenciado y ejecutado por sus propias criaturas!
Cristo podría haber dicho: “Tengo tantos miles de mi­
llones de mundos en medio del universo infinito, ¿para
qué necesito a este pequeño mundo rebelde? Tengo tan­
tos otros seres que me aprecian y aman, ¿para qué me
voy a complicar la vida yendo a ese mundo lleno de gen­
te rebelde y malvada que no merece más que la muerte?”
¿Por qué escogió Cristo encamarse en un planeta donde
ni el mundo (S. Juan 1:10) ni los suyos (S. Juan 1:11)
quisieron recibirle? Hay siete razones por las cuales Je-
sús se encamó:

1. Para revelar cómo es Dios


Antes que entrara el pecado al mundo, el hombre tenía
comunión directa con Dios, lo veía cara a cara; pero cuan­
do pecó, Dios tuvo que ocultarse de él, pues su gloria es
un fuego consumidor contra el pecado (Deuteronomio
,4:24; Hebreos 12:29).
Ahora bien, el hombre necesita conocer a Dios para
salvarse. San Juan 17:3 dice: “Y esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesu­
cristo, a quien has enviado”. El hombre tiene que cono­
cer a Dios para salvarse. Pero, ¿cómo podía conocerlo si
él tuvo que ocultarse por causa del pecado? En el Anti­
guo Testamento Dios resolvió parcialmente el problema.
34 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Según H eb reo s 1:1-2 D ios se reveló muchas veces v


muchas maneras. Por medio de sueños y visiones n ^
y Tumin, símbolos y figuras, Dios pintó cuadros q u e ^
velaban su carácter. Pero ninguno de estos métodos dab
una imagen plena de cómo Dios es en verdad. Eran tan
sólo sombras y retratos de Dios. Una sombra o un retrato
pueden darnos una idea general de cómo es una persona
pero recién podem os saber en realidad cómo es cuando
llegamos a conocerla personalmente.
Dios necesitaba dar una revelación personal de sí mis­
mo para que el hombre pudiera conocerlo y salvarse. Con
este fin Jesús veló su gloria divina en carne humana. Así
pudo revelar en persona cómo es Dios, sin destruir al
mismo tiempo al pecador. En estos postreros días Dios
nos ha hablado por medio de su Hijo (Hebreos 1:2). El
apóstol San Juan nos asegura: “A Dios nadie le vio ja­
más; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él
le ha dado a conocer” (S. Juan 1:183.
En cierta ocasión Felipe le dijo a Jesús: “Señor, mués­
tranos al Padre, y nos basta” . Jesús le respondió: “El que
me ha visto a mí, ha visto al Padre” (S. Juan 14:8-9]. A
veces creamos en nuestra mente una dicotomía entre el
Padre y el Hijo. Pensamos que Jesús es misericordioso y
tolerante mientras que el Padre es justo y severo. Pero no
es así. El Padre y el Hijo tienen el mismo carácter. El
Padre nos ama tanto como su Hijo, pues “de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna” (S. Juan 3:16).

2. Para morir por el hombre


Después que el hom bre pecó, Dios le dijo: ^ Cié a
m ente m orirás” . “La paga del pecado es muerte
nos 6:23). A unque la justicia divina exigía la rn¡jert.e ¿s
pecador, la m isericordia de Dios quería salvarlo.
LA HUMILDAD DE DIOS 35

ofreció saldar la deuda m uriendo en lugar del pecador,


pero había un problem a: Cristo, siendo Dios, no podía
morir, pues su naturaleza divina es inm ortal. 1 Timoteo
6:15-16 afirm a que Jesús es el Rey de reyes y que tiene
inmortalidad. ¿Cóm o podía Cristo m orir en lugar del
pecador si era inmortal por naturaleza?
La única form a de hacerlo era si tom aba sobre sí una
naturaleza hum ana m ortal. Era im posible que Cristo
muriera a m enos que se hiciera hombre. Tomó la natura­
leza hüm ana a fin de sufrir la m uerte en nuestro lugar.
Una autora ha comentado: “Cuando Cristo fue crucifica­
do, fue su naturaleza hum ana la que murió. La divinidad
no murió; esto hubiera sido im posible”.1 San Marcos
10:45 dice: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser
servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate
por m uchos”. La herm osa profecía de Isaías 53:5 afir­
ma: “M as él herido fue por nuestras rebeliones, molido
por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre
él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. El apóstol
Pablo, en 2 Corintios 5:21, expresa así este gran sacrifi­
cio: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pe­
cado, para que nosotros Riésemos hechos justicia de Dios
en él” .
Si Jesús no se hubiese hecho hombre a fin de poder
derram ar su sangre por nosotros, aún estaríamos en nues­
tros pecados. D e su m uerte depende nuestra vida.
El diablo sabía que la m uerte de Cristo era de crucial
im portancia y por lo tanto procuró desviarlo constante­
m ente del cam ino a la cruz. En la tercera tentación, pro­
curó trazarle un cam ino m ás fácil que el de la cruz, ofre­
ciéndole todos los reinos del m undo si tan sólo lo adora­
ba (S. M ateo 4:8-10). En otra ocasión, el apóstol Pedro
se prestó com o instrum ento de Satanás tentando a Cristo
a no ir a la cruz (S. M ateo 16:22-23)- Hacia el final de su
m inisterio vinieron unos griegos a Jesús y le invitaron a
36 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

predicar en su país (S. Juan 12:20-24). El Salvador no


ignoraba las grandes necesidades que había en Grecia
pero rehusó desviarse del camino a la cruz y dijo: “Ha
llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorifi­
cado'’. En el G etsem aní y en la cruz, el diablo procuró
desalentar a Cristo para que abandonara al mundo en la
rebelión. El destino de la raza hum ana pendía de un hilo.
Pero Jesús escogió pagar la deuda de cada ser humano.
Pudo m orir porque había tomado sobre sí la naturaleza
m ortal del hombre. T íc v * -? t> d¿r hom bV X
............................

3. Para poder simpatizar con los pecadores


Según Hebreos 5:1-2, todo pontífice debe ser tomado
“de entre los hom bres” para que “se pueda compadecer
de los ignorantes y extraviados, pues que él también está
rodeado de flaqueza” (versión Reina-Valera, revisión
1909). A fin de poder simpatizar con la situación del hom­
bre, Cristo debía llegar a ser hombre.
Recuerdo bien, hace un par de años, cuando llegaban
por televisión las im ágenes tétricas de los habitantes de
Somalia. Se veían personas demacradas por el hambre,
cubiertas de moscas, que habían perdido todo anhelo de
vivir. A quellas im ágenes me revolvían el estómago y me
llenaban de indignación, pero aunque hasta cierto punto
yo podía sim patizar con ellos, en verdad no tenía ni idea
de la experiencia por la cual estaban pasando. Mirando
de lejos, m e daba lástim a y sentía compasión, pero yo no
podía com prender su sufrimiento pues siempre he tenido
abundancia de alimento. Una cosa es mirar el sufrimien­
to de lejos y otra es pasar por el sufrimiento uno mismo.
A hora, si yo hubiese vivido en Somalia y experimentado
en carne y hueso lo que ellos afrontaban, entonces si se
podría decir que com prendía plenamente su condición.
De igual m anera, antes que Cristo se encarnara, sim
patizaba con la raza hum ana y sentía compasión de noso
LA HUMILDAD DE DIOS 37

tros. Podría haberse quedado en el cielo observando la


miseria humana desde lejos, pero a fin de comprender
plenamente nuestra situación, llegó a ser carne de nues­
tra carne y hueso de nuestro hueso. No se conformó con
mirar de lejos nuestra aflicción, sino que descendió de su
trono para “andar en nuestros zapatos”. Así podemos te­
ner la absoluta seguridad de que nos comprende.
Hebreos 2:17 nos asegura: “Por lo cual, debía ser en
todo semejante a los hermanos, para venir a ser miseri­
cordioso pontífice en lo que es para con Dios, para expiar
los pecados del pueblo”. Sólo como hombre podía sim­
patizar plenamente con la situación humana.

4. Para ayudar a los que son tentados


Santiago 1:13 nos enseña que “Dios no puede ser ten­
tado por el mal” . Es imposible que la mente divina pueda
ser engañada por el pecado. Si Jesús hubiera venido como
Dios, habría sido imposible que experimentara la tenta­
ción. Si hubiera ganado una sola victoria sobre la tenta­
ción con su poder divino, Satanás hubiera protestado: “Tú
me venciste como Dios y Dios no puede ser tentado”. Si
Jesús hubiera venido a la tierra como Dios, sus tentacio­
nes habrían sido una farsa. Pero a fin de poder ser tenta­
do, tom ó sobre sí la naturaleza humana. La Biblia afirma
en m últiples ocasiones que Jesús fue tentado. Hebreos
4:15 nos dice: “Porque no tenemos un sumo sacerdote
que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino
uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza,
pero sin pecado”. Las tentaciones de Jesús no fueron fic­
ticias o imaginarias. Hebreos 2:18 dice: “Pues en cuanto
él m ism o padeció siendo tentado, es poderoso para soco­
rrer a los que son tentados”.
No afrontam os ninguna tentación que él no haya enca­
rado. Todo el poder del enemigo se lanzó contra él y sin
embargo se mantuvo firme, sin fluctuar. Y recordemos
38 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

que afrontó estas tentaciones como hombre, no como


Dios, y por lo tanto puede socorrernos en todas nuestras
tentaciones.
Nosotros somos como piedrecillas que son llevadas
de aquí para allá por las ondas del mar. Pero Jesús fue
como una peña gigantesca que está en los arrecifes. Todo
el poder de los demonios chocó contra él, sin embargo se
mantuvo firme e inconmovible.
Algunos creen que el hecho de que Jesús nunca pecó
lo aleja de nosotros y hace imposible que nos compren­
da plenamente. Pero no es así. Si alguien se está hun­
diendo en arena movediza, no necesita a otro que esté
en la arena con él para simpatizar con su situación. Ne­
cesita más bien a una persona que se encuentre en tierra
firm e y que le lance una soga para sacarlo de la trampa.
Si Cristo hubiese caído en la arena movediza del peca­
do, sería un pecador junto con nosotros y necesitaría él
mismo un redentor.
Jesús fue el gran pionero que nos ha despejado el ca­
mino. Los pioneros siempre tienen un camino más esca­
broso y difícil que los que los siguen. Cuando los prime­
ros colonos llegaron a la costa oriental de los Estados
Unidos, emprendieron la conquista del Oeste. Los que
abrieron el camino enfrentaron tremendos peligros y obs­
táculos. Hicieron frente a los indios, a las fieras, a epide­
mias, al sol quemante del desierto, a las ráfagas heladas
de la noche y a una topografía inclemente. Pero avanza­
ron marcando el camino y trazando un mapa para los que
los seguirían después. Por los sacrificios de estos pione­
ros, el camino del Este al Oeste es mucho más fácil hoy.
Podemos cruzar el continente norteamericano sin afron­
tar ninguno de los peligros que enfrentaron los pioneros.
Jesús fue el gran pionero de nuestra salvación. En su
condición de hombre enfrentó todo el poder de las tenta­
ciones del diablo y ganó una victoria decisiva. El enero1"
LA HUMILDAD DE DIOS 39

go empleó toda artimaña y estratagema a su alcance con­


tra Jesús, pero no lo pudo derrotar. La victoria de Cristo
ha hecho mucho más fácil la nuestra. Jesús conoce cada
treta de Satanás y está dispuesto a ayudarnos. Porque fue
tentado en todo como nosotros, puede socorrernos cuan­
do somos tentados. Su victoria puede ser nuestra si de­
pendemos de él.

5. Para desarrollar un carácter perfecto


El apóstol Pablo en Romanos 6:23 expresa un axioma
divino: “La paga del pecado es muerte”. El mismo após­
tol nos asegura que “todos pecaron, y están destituidos
de la gloria de Dios”. Todos los seres humanos están
condenados a muerte por sus vidas de pecado. “No hay
justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Nuestra única espe­
ranza está en vivir una vida perfecta, sin mancha de pe­
cado. Pero no hay ser humano en la historia del mundo,
fuera de Jesucristo, que pueda pretender haber hecho
tal cosa.
El mensaje maravilloso es que Jesús sí vivió una vida
perfecta, sin mancha de pecado. Hebreos 7:26 nos asegu­
ra que Jesús fue “santo, inocente, sin mancha, apartado
de los pecadores”. El mismo Jesús desafió a los líderes
religiosos de su día: “¿Quién de vosotros me redarguye
de pecado?” (S. Juan 8:46). Cada pensamiento y acción
de la vida de Jesucristo estuvieron en armonía con la vo­
luntad de su Padre. El no merecía la muerte sino la vida y
sin embargo sufrió una muerte cruenta. Cuando acudi­
mos a él con corazón contrito y humilde y confesamos
nuestros pecados, él pone su vida perfecta a nuestra cuenta
y toma sobre sí nuestra vida de pecado. Como lo dice
Gálatas 3:13: “Cristo nos redimió de la maldición de la
ley, hecho por nosotros maldición”. Es decir, entre Cristo
y el pecador se realiza un trueque bendito, como lo pode­
mos ver en el siguiente cuadro:
40 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

ANTES DE VENIR CRISTO


Jesú s Pecador
Vida perfecta Vida de pecado
M erece vivir M erece morir

DESPUES DEVENIR CRISTO


Jesús Pecador
Mi vida de pecado Su vida santa
Mi m uerte Su vida

¡Qué m ensaje tan glorioso! El inocente se hace culpa-


i 6 Pa? qoU! iel ^ulpable sea declarado inocente. Esto es
lo que la Biblia llam a justificación. Es cuando Dios por
su infinita m isericordia, m e acredita o atribuye la ’vida
perfecta de Cristo en lugar de mi vida de pecado. En ese
m om ento ya el Padre no m e considera pecador sino san­
to. Soy acepto en el A m ado” . La vida humana perfecta
de C risto está en lugar de mi vida imperfecta.
Pero hay otro m otivo por el cual Jesús tuvo que vivir
una vida hum ana sin pecado. Cristo no sólo quiere acre­
ditarme su vida perfecta sino que quiere vivir su vida en
m í. En m últiples ocasiones la Biblia afirm a que Jesús es
nuestro ejemplo o modelo perfecto. Notemos algunas: “El
que dice que perm anece en él, debe andar como él andu­
vo " (1 S. Juan 2:6). Y el apóstol Pedro agrega: “Pues
para esto sois llam ados; porque también Cristo padeció
p o r nosotros, dejándonos ejemplo , para que sigáis sus pi­
sadas” (1 S. Pedro 2:21). El apóstol Pablo añade: “Haya,
pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo
Jesús” (Filipenses 2:6). El mism o Jesús nos amones^
“ Llevad m i yugo sobre vosotros, y aprended de rni,
soy m anso y hum ilde de corazón” (S. Mateo 1 1 jq^) .
vez, “mis ovejas oyen mi voz... y me siguen” (S. Juan
LA HUMILDAD DE DIOS 41

Jesús no quiere que nos conform em os tan sólo con el


perdón (la justificación). El quiere que lleguemos a co­
piar su carácter en nuestras vidas, pues él es el modelo
perfecto. Pero, ¿cómo puede lograrse esto? ¿Acaso pue­
do vivir como Cristo vivió? ¡Claro que sí! Veamos cómo:
la vida de Cristo, de com ienzo a fin, fue regida por el
Espíritu Santo. El fue concebido por el Espíritu Santo (S.
Mateo 1:18-21), fue ungido con el Espíritu Santo (S.
Mateo 3:16-17), fue dirigido por el Espíritu Santo (S.
Lucas 4:18-19). Sus milagros, exorcismos y enseñanzas
se originaron en el Espíritu Santo (S. Mateo 12:28). Ofre­
ció su vida en la cruz por el Espíritu Santo (Hebreos 9:14),
y resucitó por el Espíritu Santo (Romanos 8:11).
Es decir, la vida perfecta de Cristo fue dirigida por el
Espíritu Santo. Desde el principio de su vida hasta el fin,
el Espíritu Santo moldeó su carácter. Por esto el Espíritu
Santo tuvo en sus manos el patrón perfecto de la vida de
Cristo.
Cuando vamos a Cristo con humildad y arrepentimien­
to, él nos acredita su justicia, pero hace aún más. El Espí­
ritu Santo, quien form ó el carácter de Cristo, ahora lo
reproduce en el pecador. Es por medio del Espíritu Santo
que Cristo m ora en mí (Gálatas 2:20; Colosenses 1:27).
Jesús no sólo nos insta a im itar su ejemplo, sino que de­
rrama su vida en mí por medio del poder del Espíritu
Santo para que yo pueda lograrlo. Así es que Jesús nos
da lo que pide. Nos dice: “Sigue mi ejemplo“, y luego,
por medio del Espíritu Santo, implanta en nosotros el mo­
delo perfecto para que podam os cum plir con lo que pide.
Este proceso no es instantáneo, es la tarea de toda la
vida. Si yo me som eto a Cristo cada día, el Espíritu San­
to, quien desarrolló el carácter perfecto en Cristo, lo de­
sarrollará tam bién en mí.
Todo lo que hem os m encionado arriba depende de la
com pleta hum anidad de Cristo. Tenía que ser ciento por
42 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

ciento humano para poder acreditarnos su perfecta hu­


manidad y para sufrir nuestra sentencia. Pero también
tenía que ser enteram ente hum ano para reproducir en
nosotros su carácter perfecto.

6. A fin de servir como Juez


El apóstol Pablo en Hechos 17:31 nos dice que el juez
de la raza hum ana será Cristo: “Por cuanto ha estableci­
do un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por
aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haber­
le levantado de los m uertos” . En 2 Corintios 5:10, Pablo
afirm a nuevamente: “Porque es necesario que todos no­
sotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo”. El mis­
mo Jesús dijo: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que
todo el juicio dio al Hijo” (S. Juan 5:22).
¿Por qué es que sólo Jesús puede ser el juez de la hu­
manidad? El mismo responde a esta pregunta en Juan
5:27: “Y también le dio poder de hacer juicio, por cuanto
es el Hijo del Hombre” . ¡Jesús tiene derecho a juzgar
porque es el Hijo del Hombre!
En los tribunales de hoy es común que haya un aboga­
do defensor, un abogado acusador o fiscal, y un juez. Pero
en la Biblia, el juez es también el abogado defensor del
que ha sido acusado injustamente. Por esto a Jesús tam­
bién se lo presenta como abogado en 1 San Juan 2.1.
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis,
y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con
Padre, a Jesucristo el justo”. ¡El es el Abogado y el Juez.
Pero, ¿por qué es importante que Jesús sea hom bre
para poder servir como juez? En primer lugar, para os
que están en Cristo es reconfortante saber que
juez que los comprende plenamente en el juicio,
raímente los cristianos le temen al juicio, pero no
ser así. Los que están en Cristo se deleitarán de que e
represente. Sólo uno que conoce cabalmente la na u
LA HUMILDAD DE DIOS 43

za humana por experiencia propia, puede juzgar con sim­


patía e imparcialidad. Podemos estar seguros que Jesús
abogará por sus hijos. Cuando Satanás diga: “Juan es mío
porque ha pecado”, Jesús responderá: “Juan ha pecado,
pero se ha arrepentido y me ha aceptado como Salvador
y Señor. Ha sido perdonado y ha ganado la victoria sobre
el pecado, por eso Juan es mío, no tuyo” . Habiendo sido
Jesús hombre, puede colocarse en lugar del hombre en el
juicio. Así podemos escondernos detrás del Hombre del
Calvario.
¡Qué bueno es saber que el verdadero cristiano no tie­
ne que defenderse a sí mism o en el juicio! N o hay nada
peor que un criminal que procura defender su propio caso.
Es reconfortante el hecho de que cuando se llame mi nom ­
bre en el juicio, Jesús se presentará en mi lugar para de­
fenderme.
En segundo lugar, la hum anidad de Jesús hará im posi­
ble que haya excusas en el juicio. Imagínese a una perso­
na que no aceptó a Cristo como Salvador y Señor. Cuan­
do se presenta en el juicio, se leen los siguientes cargos
contra él: “Drogadicción, abuso conyugal, robo, asesina­
to”, y luego se le pregunta al acusado si tiene algo que
decir. Abre la boca con tem eridad y apunta el dedo hacia
Cristo y dice: “Tú no entiendes cuán poderosas son las
tentaciones de Satanás. Es un enem igo imposible de ven­
cer”. Si Jesús no hubiese venido a la tierra como hombre,
esta excusa sería plausible, pero por haber tomado sobre
sí la humanidad, Jesús le responderá: “Hijo mío, yo viví
en la tierra com o hom bre. Yo sé bien lo que es ser tentado
con todo el poder del enem igo. Yo transité el mismo ca­
mino que tú. M is tentaciones fueron mucho más fuertes
que las tuyas y sin em bargo vencí por el poder del Espí­
ritu Santo. Yo no tuve ninguna ventaja que no estuviera a
tu alcance tam bién” .
Estando en su condición de hom bre, Jesús fue tentado
44 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

en todo com o nosotros. Fue tentado a tom ar drogas (S.


M ateo 27:34), fue tentado con el apetito (S. Mateo 4:3-
4), con la atracción del poder (Filipenses 2:5-8), con la
riqueza (2 Corintios 8:9), con el m undo (S. M ateo 4:8-
10), con los sentim ientos de odio y de venganza (S. Lu­
cas 23:34), con la soledad (S. M ateo 27:46), con la an­
gustia y la ansiedad (S. Lucas 22:44; S. Mateo 26:37),
con el tem or de quedar separado de su Padre (S. Mateo
27:46). Jesús fue tentado con todo deseo inicuo, cada
em oción im pura, cada pensam iento corrompido y cada
acción pecam inosa (H ebreos 2:17-18; 4:14-16). Pero no
cedió ni por un instante a la tentación. Se aferró al poder
del Espíritu Santo com o cualquier ser humano puede ha­
cerlo. Venció la tentación con el mismo poder que está al
alcance del hom bre.
La vida hum ana perfecta de Cristo acallará toda excu­
sa en el juicio. Cuando su m irada penetrante se fije en el
pecador que no se arrepintió, éste tendrá que taparse la
boca, pues no habrá excusa en el juicio. Según 1 Corin­
tios 10:13, ‘'no os ha sobrevenido ninguna tentación que
no sea hum ana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser
tentados m ás de lo que podéis resistir, sino que dará tam­
bién juntam ente con la tentación la salida, para que po­
dáis soportar” .

7. Para poder regresar por su pueblo


La Biblia presenta tres etapas de la salvación. En 2
C orintios 1:10 el apóstol Pablo menciona lo que Cristo
ha logrado por nosotros: “ El cual nos libró [pasado] y
nos libra [presente], y en quien esperamos que aún nos
librará [fiituro]” . En Romanos 6:22 el apóstol nuevamente
m enciona las tres etapas: “M as ahora que habéis sido i
bertados del pecado [pasado], y hechos siervos de Dios,
tenéis por vuestro fruto la santificación [presente], y corT1
fin, la vida eterna [futuro]” .
LA HUMILDAD DE DIOS 45

Los teólogos han descrito estas tres etapas de la salva­


ción, con estas palabras claves: justificación, santifica­
ción y glorificación. Cada cristiano debe pasar por estas
tres etapas para salvarse y cada una de ellas depende de
la perfecta hum anidad de Cristo.
L&justificación nos salva de la culpa del pecado y nos
da el derecho al cielo. Cuando venimos a Cristo con co­
razón contrito y arrepentido y confesamos nuestros pe­
cados, él nos perdona. Antes estábamos condenados a
m uerte, pero ahora tenem os la garantía de la vida eterna.
Ante la vista de Dios ya no somos culpables. La justicia
de C risto nos es acreditada sin mérito alguno de nuestra
parte (Rom anos 3:24). La m uerte que debemos sufrir la
sufrió él en nuestro lugar. La justicia de Cristo nos es
imputada, somos declarados inocentes y se nos trata como
si nunca hubiésem os pecado. Somos “aceptos en el am a­
do” (Efesios 1:6) y tenem os el título o el derecho de en­
trar al cielo en virtud de los méritos de Cristo. Como ya
hem os visto, Jesús tuvo que hacerse hombre para poder
acreditarnos su vida y su muerte.
La santificación nos salva del poder del pecado. Si la
justificación nos da el perdón del pecado, la santifica­
ción nos da la victoria sobre el pecado. En la justifica­
ción Cristo llega a ser nuestro Salvador, en la santifica­
ción llega a ser nuestro Señor. Si en la justificación la
justicia de C risto nos es im putada (atribuida), en la santi­
ficación nos es im partida (derram ada en nuestro cora­
zón).
El proceso de la santificación dura toda la vida y tiene
como fin reproducir en nosotros el carácter de Cristo.
Pero com o ya hem os visto, Jesús tuvo que vivir en esta
tierra com o hom bre a fin de desarrollar un carácter hu­
mano perfecto que nos pudiera im partir por m edio del
poder del Espíritu Santo. N uestra santificación depende
de su hum anidad.
46 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

El proceso de la santificación consum e el pecado y ie


da idoneidad al hom bre para entrar al cielo. Lo hace apto
para m orar con Cristo para siempre. La Epístola a los
Hebreos nos insta: “Seguid la paz con todos, y la santi­
dad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). Y
Jesús afirmó: “Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a D ios” (S. M ateo 5:8).
Este proceso desarraiga el pecado del corazón huma­
no. Cristo no sólo quiere que le pidamos perdón por nues­
tras faltas sino que anhela que le tributemos alabanza por
victorias ganadas sobre el pecado. Cualquiera que tiene
la esperanza de la venida de Cristo “se purifica a sí mis­
mo, así como él es puro” (1 S. Juan 3:3).
La tercera etapa de la salvación es la glorificación.
Este es el momento en que Cristo “transformará el cuer­
po de la humillación nuestra para que sea semejante al
cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:21).
Es la ocasión gloriosa en que Cristo nos vestirá de in­
mortalidad e incorrupción (1 Corintios 15:53-55). Ha­
biendo sido librados de la culpa y del poder del pecado,
seremos librados de la m ism a presencia del pecado.
Queda claro, entonces, que la salvación es un proceso
que se extiende en el pasado, en el presente y en el futu­
ro. La glorificación será imposible a menos que hayamos
sido justificados y santificados, y estas dos fases de la
redención dependen de la naturaleza humana perfecta de
Cristo. Vivió por nosotros, murió por nosotros, para que
pudiéramos vivir para siempre con él.

La importancia de su humanidad
Elena de White escribió: “ La humanidad del Hijo de
10s es todo para nosotros. Es la cadena de oro que une
nuestra alma con Cristo, y mediante Cristo con Dios 2
apóstol Juan no admite duda alguna en cuanto a la
P ena umanidad de Cristo. Afirm a categóricamente: ‘
LA HUMILDAD DE DIOS 47

esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que con­


fiesa que Jesucristo ha venido en carne , es de Dios; y
todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en
carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el
cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está
en el mundo” (1 S. Juan 4:2-3).
¡Imagínese, tan im portante es la verdadera humani­
dad de Cristo que cualquiera que la niegue no es de Dios
sino del anticristo! Todo el plan de redención depende
de la humanidad de Jesucristo. Si no se hubiese hecho
carne, toda la raza humana estaría condenada a la extin­
ción. ¡No habría esperanza! Resumamos las razones de
la encam ación de Jesucristo.
1. Si Jesucristo no hubiera venido en carne y sangre,
Dios estaría aún oculto y tendríamos tan sólo vislumbres
imperfectas de su verdadero carácter. Sin poder conocer
a Dios como él es, no habría posibilidad de vida eterna
(S. Juan 17:2-3).
2. Jesucristo es Dios y Dios no puede morir (S. Juan
1:1-3; 1 Timoteo 6:16). Si Cristo no hubiera tomado so­
bre sí la naturaleza humana, habría sido imposible que
m uriera por nuestros pecados.
3. Si Jesús no hubiera venido en carne y sangre, no
tendríam os un sumo sacerdote que pudiera compadecer­
se de nosotros al presentar nuestro caso ante el Padre.
Sólo un sumo sacerdote humano podía presentarse en
favor de la humanidad.
4. Jesús es Dios y Dios no puede ser tentado (Santiago
1:13). Si Jesús no hubiese llegado a ser hombre, no po­
dría haber sido tentado y por lo tanto tampoco podría
ayudarnos cuando nosotros somos tentados.
5. Si Jesús no hubiera venido en carne y sangre, no
habría podido desarrollar un carácter perfecto que nos
pudiera imputar e impartir y no habría salvación de la
culpa y el poder del pecado.
48 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

6. Si Jesús no hubiera venido en carne y sangre, sería


im posible que sirviera com o Juez im parcial y m isericor­
dioso.
7. Si Jesús no hubiera venido en carne y sangre, esta­
ríam os aún en nuestros pecados y sería imposible pasar
la eternidad con él.

La Biblia y la humanidad de Cristo


Hay m uchos textos bíblicos que afirm an la absoluta
hum anidad de Cristo. M encionem os algunos:
1. G álatas 4:4 - Jesús nació de una m ujer real.
2. Gálatas 3 :1 6 - Jesús nació de la simiente de Abrahán.
3. Rom anos 1:1-4 - Jesús era de la simiente de David.
4. S. Juan 1:14 - Jesús, el Verbo, se hizo carne.
5. 1 Tim oteo 3:16 - El m isterio de la piedad es que
Dios se m anifestó en carne.
6. S. Juan 19:5 - Pilato reconoció a Jesucristo como
hom bre.
7. S. Juan 4:6 - Jesús se cansó y se detuvo a descansar.
(N ote en Isaías 40:28 que D ios no se cansa.)
8. S. Lucas 2 :4 0 ,5 2 - Jesús creció y se desarrolló como
cualquier otro niño norm al.
9. S. Juan 19:28 - Jesús sintió sed.
10. S. M ateo 8:24 - Jesús tuvo sueño y dormía.
11. H ebreos 2 : 11-17 - Jesús fue hecho en todo seme­
ja n te a sus herm anos. Participó de carne y sangre.

1. E lena G. de W hite, Manuscrito B 2 8 0 ,1 9 0 4 , pp. 4-5.


2. Elena G. de W hite, Mensajes selectos , t. 2, p. 286.
“Cuando veo tus cielos,
obra de tus dedos,
la luna y las estrellas
que tú formaste,
digo: ¿ Qué es el hombre,
para que tengas de él memoria,
y el hijo del hombre, para
que lo visites? ”

Salm o 8:3-4

N unca desm ayes


Nunca desmayes, que en el afán
Dios cuidará de ti;
sus fuertes alas te cubrirán;
Dios cuidará de ti.

Dios cuidará de ti;


velando está su tierno amor;
si, cuidará de ti,
Dios cuidará de ti.

En duras pruebas y en aflicción,


Dios cuidará de ti;
en tus conflictos y en tentación,
Dios cuidará de ti.
Capítulo 4

El Tierno Cuidado
de Dios

H
abía un hombre que tenía un millón de hectáreas de
árboles frutales. Lógicamente era muy rico porque
sus cosechas eran abundantes.
Un día un obrero vino corriendo hasta donde se en­
contraba el dueño. Muy alterado el obrero le dijo: “Se­
ñor, señor, se ha caído una hoja de un árbol en la hectárea
N.° 6320 Norte”. El dueño lo miró con una expresión de
sorpresa y le respondió molesto: “¿Una hoja?, ¿una hoja?
¡Qué me importa a mí una hoja! Tenemos millones de
hojas en estos árboles y tú estás preocupado por una sola
hoja que cayó?”
Aunque el tema central de la Biblia es la historia de
este mundo, también se insinúa que hay otros mundos
habitados en el universo. El profeta Isaías nos asegura
que Dios “extiende los cielos como una cortina, los des­
pliega como una tienda para morar” (cap. 40:22). Cuan­
do Cristo ganó la victoria en la cruz, se oyó una voz en el
cielo que decía: “Alegraos, cielos, y los que moráis en
ellos ” (Apocalipsis 12:12). Los cielos (en plural) tienen
moradores. En 1 Corintios 4:9 el apóstol Pablo nos ase­
gura que somos el espectáculo del universo. Es decir, el
universo entero está observando el desarrollo de la con­
troversia entre el bien y el mal en este pequeño planeta.

50
EL TIERNO CUIDADO DE DIOS 51

El conocido evangelista Billy G raham declaró: “Entre


los billones de billones de planetas en el universo, debe
haber m iles con vida inteligente. Pero el hecho de que
Cristo m uriera para salvar a nuestro m undo indica que la
Tierra es el único planeta que se ha rebelado contra Dios” .1
Ya vim os en el capítulo 1 que el universo es práctica­
mente infinito y que el núm ero de cuerpos celestes es
incomputable. Este planeta es un m ero microbio en m e­
dio de la vasta expansión. Cari Sagan, de la NASA, nos
dice que el satélite Voyager tom ó fotos de la Tierra desde
una distancia de 3,8 billones de millas. Según él, la Tie­
rra parecía un puntito azul en m edio de un océano negro.
Cuando el rey David se fijó en la gloria de Dios refle­
jad a en los cielos, se preguntó: “¿Qué es el hombre, para
que tengas de él m em oria, y el hijo del hombre, para que
lo visites?” (Salm o 8:4). Si el planeta Tierra es como un
granito de arena en una playa, ¿qué es el hombre? Po­
dríam os pensar: Dios tiene tantos mundos que nunca ca­
yeron en pecado, ¿qué le im porta éste que se rebeló con­
tra él? Dios podría haber ignorado a este mundo o haber­
lo destruido, pero no fue así. La grandeza de Dios se
m anifiesta en el hecho de que se preocupa por las cosas
m ás insignificantes del universo. El cuenta el número de
las estrellas, a todas llam a por sus nombres y las sustenta
con su poder (ver Isaías 40:26). Cada una es importante
para él.
A veces nos preguntam os cóm o es que un Dios tan
inm enso y ocupado puede interesarse en personas como
nosotros. ¿Cóm o puede tom ar tiem po para mí? ¿Acaso
no tiene cosas m ás im portantes que hacer?
Es cierto que Dios tiene un universo inm enso que ad­
m inistrar, pero este hecho no le hace ignorar las cosas
m ás pequeñas. Dios es detallista. Su grandeza radica en
que se preocupa por sus pequeñuelos. La tendencia hu­
m ana es olvidar, ignorar y m altratar a aquellos que pen-
52 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

samos que son inferiores y menos importantes que noso­


tros. Evaluamos a la gente por su color, tamaño, naciona­
lidad, rango social, educación y sexo, entre otras cosas
Excluimos de nuestro círculo a los que no alcanzan la
norma que hemos creado en nuestra mente.
¡Pero cuán diferente es Dios! Por medio de su Hijo
entra en contacto con nosotros, gente rebelde, desobe­
diente y de poca fe. En Cristo ha descendido para alcan­
zamos, aunque nos encontremos en las profundidades más
negras del pecado y la desesperación. A pesar de su gran­
deza y poder, Cristo vino y se relacionó con las rameras,
los publícanos, los pobres, los enfermos y los tristes. Pudo
haberse quedado en el cielo donde era amado y respeta­
do, pero escogió venir a este mundo rebelde para resca­
tarlo. Para él cada alma tiene un valor infinito. El Salva­
dor hubiera muerto aun por uno solo de nosotros.

La oveja perdida
En cierta ocasión los fariseos y escribas murmuraron
contra Cristo por relacionarse con los pecadores. No po­
dían entender cómo una persona tan importante como
Cristo se mezclaba con gente tal. En respuesta Jesús con­
tó una historia conmovedora.
Un pastor tenía cien ovejas en su redil, pero una de
ellas se extravió. Hubiera sido fácil que el pastor pensa­
ra: “Todavía me quedan noventa y nueve ovejas en el re­
dil, ¿por qué arriesgaría mi vida para buscar a una que se
ha extraviado?” Pero el pastor no pensó así. La oveja per­
dida era la que más lo necesitaba. El sabía que las ovejas
tienen un pésimo sentido de orientación y que su oveja
no sabría regresar sola al redil. Si no la buscaba, de segu^
ro moriría. Así fue que después de asegurarse que
noventa y nueve estaban seguras en el redil, salió a
car a su oveja y la encontró. I¡r
El pastor no estaba molesto por haber tenido que s
EL TIERNO CUIDADO DE DIOS 53

tarde en la noche en su misión de rescate. No regañó a la


oveja ni la golpeó por haberse perdido. ¡No! La puso so­
bre sus hombros y la llevó con gozo de vuelta al redil (S.
Lucas 15:5). Tan feliz estaba que mandó llamar a todos
sus vecinos y amigos para celebrar la ocasión. Con orgu­
llo les dijo a sus invitados: “Gozaos conmigo, porque he
encontrado mi oveja que se había perdido” (S. Lucas
15:6). Luego Jesús recalcó la lección que quería enseñar
al contar esta parábola. Hay “gozo en el cielo por un pe­
cador que se arrepiente” (S. Lucas 15:7). Dios no mira a
los seres humanos como a un montón. Los considera in­
dividual y personalmente. Cuanto más lo necesitamos
y buscamos, más cerca está de nosotros. ¡Qué Dios tan
grande y misericordioso!
Muchos tenemos la idea de que Dios es un Gobernan­
te austero que se sienta rígidamente en su trono celestial,
escudriñándonos para castigar a cualquiera que se rebele
contra su voluntad. Pero no es así. Dios escucha, simpa­
tiza, se alegra con nosotros y también se aflige por todos
nuestros fracasos y tristezas. Es un Dios con intelecto y
sentimientos. Cada ser humano tiene un valor incalcula­
ble para él. Ni aun olvida a un solo pajarillo (S. Lucas
12:6). Tan detallista es Dios que incluso tiene contados
los cabellos de nuestra cabeza (S. Lucas 12:7). ¡Imagíne­
se, un Dios tan grande y poderoso llevando la cuenta de
nuestros cabellos! Dios no se ha ausentado de este mun­
do. No creó un mundo con su propio motor para luego
dejarlo funcionar al azar. El interviene aun en los deta­
lles más insignificantes de este mundo. Si así no fuera ya
este planeta habría dejado de existir. Es por su poder que
el universo todavía funciona en perfecta armonía.
“No es por efecto de un mecanismo que, una vez puesto
en movimiento, prosigue su acción, cómo late el pulso y
una respiración sigue a la otra. En Dios vivimos, nos
movemos y somos. El corazón que palpita, el pulso que
54 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

late, cada nervio y m úsculo del organism o vivo se man­


tienen en orden y actividad por el poder de un Dios siem­
pre presente”.2

El poder de la oración
Es increíble que Dios nos perm ita hablar con él. Sería
casi imposible que usted consiguiera una audiencia para
hablar con el presidente de los Estados Unidos, pues él
es prácticamente inaccesible, excepto para sus amigos per­
sonales y aquellos que están a un nivel de importancia
semejante al de él.
Pero en el caso de Dios, el gran Gobernante del uni­
verso, no hay que pedir audiencia pues tenemos acceso
directo e inmediato a él, cuantas veces queramos. ¡Ima­
gínese al gran Dios inclinando su oído omnisciente para
escuchar nuestras quejas, peticiones y expresiones de gra­
titud! ¿Cómo es que él saca tiem po para algo aparente­
mente tan insignificante?
Hay varios personajes en la Biblia que dialogaron con
Dios. Tenemos a Moisés. M ientras estaba en comunión
con Dios en el monte Sinaí, el pueblo de Israel adoraba
un becerro de oro. Dios le sugirió a Moisés que sería bue­
no destruir a Israel y escoger a otro pueblo que cumpliera
m ejor sus designios. M oisés razonó con Dios. “¿Qué pen­
sarán los pueblos de ti si después de sacarlos de la servi­
dum bre en Egipto luego los destruyes en el desierto?”
M oisés no le estaba diciendo nada nuevo a Dios. El Se­
ñor ya sabía lo que M oisés iba a decir y sin embargo
perm itió que M oisés razonara con él. ¡Imagínese, el om­
nipotente Dios perm itiendo que una de sus criaturas le
hiciera sugerencias!
Lo mism o sucedió con A brahán cuando intercedió con
Dios en favor de Sodom a y G om orra (ver Génesis 18). E
Señor perm itió que A brahán dialogara con él sobre e
destino de las malvadas ciudades.
EL TIERNO CUIDADO DE DIOS 55

El caso de Jonás es particularmente interesante. Dios


había mandado al profeta a Nínive para anunciar su pronta
destrucción. “De aquí a cuarenta días Nínive será des­
truida”, era el mensaje de Jonás. Cuando los ninivitas
escucharon el mensaje, se arrepintieron de sus pecados y
cambiaron su mala conducta. Al ver Dios la reacción po­
sitiva de Nínive decidió no destruirla. Esto enojó a Jonás
quien fue y se sentó fuera de la ciudad para ver si Dios en
verdad la iba a perdonar.
La conversación que sigue es increíble. Jonás se portó
como un niño malcriado y Dios como un padre tierno,
cariñoso y paciente. El profeta le dijo a Dios: “¿No es
esto lo que yo decía estando aún en mi tierra?... Porque
sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en
enojarte, y de grande misericordia” (Jonás 4:2). Luego
Jonás le pidió a Dios: “Te ruego que me quites la vida;
porque mejor me es la muerte que la vida” (Jonás 4:3). Si
yo hubiese sido Dios, probablemente hubiera accedido a
la petición de Jonás. Pero Dios trató de razonar con él,
diciéndole: “¿Haces tú bien en enojarte tanto?” Imagíne­
se, el gran Dios del universo, tratando de razonar con un
profeta amargado.
Pero hay más. Mientras Jonás esperaba fuera de la ciu­
dad, Dios hizo crecer una calabacera para darle sombra
sobre su cabeza. Jonás se alegró por la calabacera, pero
luego Dios preparó un gusano que devoró la calabacera e
hizo soplar un recio viento solano que azotó a Jonás. Si
antes Jonás estaba enojado, ahora estaba furioso. Le dijo
a Dios: “Mejor sería para mí la muerte que la vida” (Jo­
nás 4:8). Cuando Dios procuró razonar pacientemente de
nuevo con su profeta y le preguntó si estaba bien que se
enojara tanto, Jonás le contestó aún muy enojado: “Mu­
cho me enojo, hasta la muerte”. ¿Cómo es que Dios per­
mitió que Jonás le hablara así? ¡Qué altanería y falta de
respeto! Dios podría haberlo borrado de la existencia en
56 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

un instante, pero nuestro Padre celestial no es así. El per­


mite que le hablemos, que nos quejem os, que roguemos
y aún que discutamos con él. Nos escucha y procura ra­
zonar con nosotros.
Veamos otros aspectos de la oración y de nuestra co­
municación con Dios, quien se encuentra en el cielo más
distante. Aclarem os que la Biblia m enciona tres cielos
(2 Corintios 12:2). El prim ero es el atm osférico, donde
vuelan las aves (Génesis 1:8). El segundo es el estelar,
donde se encuentran el Sol, la Luna y las estrellas (Sal­
mo 19:1), y el tercer cielo es el lugar donde mora Dios.
No sabemos exactam ente dónde se encuentra el tercer
cielo, pero sí sabem os que está a una distancia casi in­
computable de la Tierra. A pesar de esto, nuestras ora­
ciones llegan al trono de la gracia cuando apenas co­
menzamos a abrir la boca y la respuesta de Dios está en
camino antes de term inar la oración. En Daniel 9 tene­
mos una de las oraciones m ás herm osas de la Biblia que
nos muestra la prontitud con que Dios atiende nuestras
plegarias.
El templo y la ciudad de Jerusalén estaban en ruinas y
el pueblo de Israel se hallaba cautivo en Babilonia. El
profeta le rogó a Dios que tuviera misericordia de su pue­
blo, su ciudad y su templo. M ientras el profeta Daniel
aún oraba, se presentó el ángel Gabriel con la respuesta a
su oración. El ángel le dijo: “Al principio de tus ruegos
fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela” (cap.
9:23). ¡Qué asombroso! Cuando Daniel recién había co­
menzado su oración ya Gabriel venía en camino con la
respuesta de Dios. La velocidad de la luz queda abatida
en el polvo com parada con la velocidad con que viajan
las oraciones. Ciertamente en el mundo de Dios el sonido
viaja más rápido que la luz. El Salmo 4:3 promete: “Je-
hová oirá cuando yo a él clam are”.
En varias ocasiones he tenido que aconsejar a jóvenes
EL TIERN O CUIDADO DE DIOS 57

que me dicen: “ Pastor, yo me he arrepentido de mis p e­


cados y le oro a D ios para que me perdone, pero no sien-
t0 qUe me oye. ¿Qué puedo hacer?” Mi corazón se con­
duele por estos jóvenes, pues no han com prendido que
los sentimientos no guardan ninguna relación con el per­
dón. El perdón no tiene que ver tanto con la m anera com o
nos sentimos com o con las promesas de Dios. D ios ha
prometido: “ Si confesam os nuestros pecados, él es fiel y
justo para perdonar nuestros pecados, y lim piarnos de
toda maldad” (1 S. Juan 1:9). Dios dice: “Al que a mí
viene, no le echo fuera” (S. Juan 6:37). No tenem os la
seguridad del perdón porque nos sentimos perdonados
sino porque Dios dice que lo estam os.
A veces somos más duros con nosotros mism os que
Dios. Cuando Jacob le m intió a su padre y le robó la pri-
mogenitura a su hermano, lo sobrecogió un profundo sen­
timiento de culpa por lo que había hecho. M ientras huía
de su casa, le pidió perdón a Dios. Al acostarse a dorm ir
esa noche con la cabeza sobre unas piedras, Dios respon­
dió su oración dándole un sueño de una escalera que es­
taba asentada en la tierra y cuya cúspide alcanzaba hasta
el cielo (Génesis 28). Sobre la escalera subían y bajaban
ángeles. Por medio de este sueño Dios le estaba diciendo
a Jacob: “Tú has pecado contra tus parientes y contra mí,
pero yo he oído tu oración contrita y te he perdonado. La
comunión entre el cielo y tú aún está abierta”. A pesar de
que Dios perdonó a Jacob, éste no era capaz de perdonar­
se a sí mismo. Por veinte años Jacob no se perdonó a
pesar de que Dios sí lo había perdonado. Finalmente cuan­
do luchó con el ángel, pudo aceptar la seguridad del per­
dón que Dios le había dado (Génesis 32). Esta historia
nos enseña una gran lección. Cuando venimos a Dios con
humildad y tristeza, él nos oye y responde. Creamos que
nos ha aceptado no porque lo sentimos así, ¡sino porque
él lo ha dicho así!
58 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

La verdadera grandeza de Dios


¿Por qué un Dios tan grande escucha las plegarias de
personas tan insignificantes? Dios es omnipotente, om­
nipresente, omnisapiente y eterno. Puede subsistir muy
bien sin nosotros. Tiene un espacio infinito lleno de pla­
netas, estrellas, sistemas solares y galaxias. Está suma­
mente ocupado adm inistrando y sustentando el universo;
¿cómo, pues, podemos creer que él se interesa y se pre­
ocupa por nosotros?
Nuestro problem a es que tenemos un concepto falso
de lo que constituye la verdadera grandeza. Pensamos
que mientras más elevada sea la posición de una persona,
mientras más riquezas tenga, más poder y fama posea,
entonces más inaccesible y fuera de nuestro alcance esta­
rá. Pero con Dios es diferente. M ientras más encumbra­
do está, más se preocupa por las cosas más pequeñas de
sus hijos y más cerca está de nosotros.

1. Citado por McFarland y Knauft, The Inhabited Universe, p. 19.


2. Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 325.
“E indiscutiblemente,
grande es el misterio de la piedad:
Dios fu e manifestado en carne,
justificado en el Espíritu,
visto de los ángeles,
predicado a los gentiles,
creído en el mundo,
recibido arriba en gloria

1 Timoteo 3:16

“Nadie os engañe en ninguna manera;


porque no vendrá sin que antes venga la apostasia,
y se manifieste el hombre de pecado,
el hijo de perdición,
el cual se opone y se levanta
contra todo lo que se llama Dios, o es objeto de culto;
tanto que se sienta en el templo de Dios
como Dios,
haciéndose pasar por Dios

2 Tesalonicenses 2:3-4
Capítulo 5

Los Dos Misterios

H
abía una vez un rey que gobernaba sobre una nación
poderosa. El rey trataba bien a sus súbditos y todos
lo amaban y respetaban. En la misma ciudad vivía el hijo
del rey. Este era bien parecido, inteligente y carismàtico.
El rey amaba a su hijo y confiaba implícitamente en él.
Cierto día se le ocurrió al hijo colocarse a la puerta
de la capital del reino para hablar con las personas que
venían a ver al rey. Estas personas venían con quejas y
problemas y querían que el rey escuchara sus casos y
les hiciera justicia.
A medida que llegaban a la puerta de la ciudad, el
hijo del rey les decía: “Si ustedes vienen a ver al rey
para que les haga justicia, están perdiendo su tiempo.
Al rey no le interesan sus problemas pues sólo le impor­
ta su propio bienestar. Las leyes de su gobierno son in­
justas y rígidas. Si ustedes me pusieran a mí como rey,
las cosas andarían mucho mejor porque yo haría refor­
mas en las leyes y sí les haría justicia” . Así comenzó el
hijo del rey a robarse el corazón de sus súbditos. Cada
día el hijo del rey se llenaba más y más de orgullo. ¿Aca­
so no era él el más hermoso e inteligente, con grandes
habilidades administrativas? El pueblo no necesitaba
al rey, ¡lo necesitaban a él!

60
LOS DOS MISTERIOS 61

Pronto se desató una insurrección en el reino. El hijo


del rey preparó su propio ejército con el fin de derrocar a
su padre del trono. La reacción del padre fue sorprenden­
te. En vez de preparar un ejército para luchar contra el
que quería arrebatarle el trono, salió por la puerta orien­
tal de la ciudad, humillado y abatido. Con sus pies des­
calzos y lágrimas en los ojos, el rey abandonó su ciudad
y subió la cuesta del monte que se hallaba al este. Los
pocos que lo acom pañaban también subieron con él hu­
millados y abatidos. Parecía que el rey había perdido su
dominio para siempre.
Pero luego ocurrió lo inesperado. Mientras el hijo re­
belde cabalgaba sobre su caballo buscando al rey para
matarlo, pasó por debajo de un árbol y — como tenía un
cabello largo y hermoso— quedó colgado de una rama.
Un am igo del rey que lo observaba, tomó tres dardos y se
los clavó en el corazón. Así pereció el que aspiraba a to­
mar el trono del rey. El que se ensalzó y esperaba subir al
trono, term inó sepultado en un hoyo y se borró para siem­
pre su nombre. Pero el rey no se alegró; lloró amarga­
mente por la m uerte de su hijo y decía: “ ¡Quién me diera
que m uriera yo en lugar de ti!”

Dos misterios
La Biblia presenta dos grandes misterios. El primero
se halla registrado en 1 Timoteo 3:16: “E indiscutible­
m ente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue ma­
nifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los
ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo,
recibido arriba en gloria” .
El segundo m isterio se halla registrado en 2 Tesaloni-
censes 2:4, donde el apóstol Pablo describe al hombre de
pecado quien “se opone y se levanta contra todo lo que se
llam a Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el
tem plo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios".
62 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Según el versículo 7, este es el misterio de iniquidad.


La historia de la salvación es el desarrollo de estos dos
misterios. Estudiem os prim ero el origen y el espíritu del
m isterio de iniquidad.

El origen del misterio de iniquidad


Com o ya vim os en el capítulo 2 de esta obra, el peca­
do tuvo su origen en el cielo con un ángel excelso llama­
do Lucifer. Volvamos ahora a esa historia como se regis­
tra en Isaías 14 y Ezequiel 28 para ver cómo se denun­
cian allí los principios del m isterio de iniquidad. Empe­
cem os con Isaías 14 y subrayemos algunas palabras cla­
ves: “Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo
alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y
en el m onte del testim onio me sentaré, a los lados del
norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré seme­
jante a\ Altísimo” (vers. 13-14).
Este pasaje revela claram ente el deseo que tenía Luci­
fer de ascender. Q uería poder y abrigaba un espíritu de
supremacía. No estaba satisfecho con la posición que Dios
le había dado. D eseaba poner debajo de sus pies a todo el
universo. Este ángel soberbio no quería rebajarse a ser­
vir; sólo buscaba exaltarse y ser servido.
Ezequiel 28 presenta el m ism o panorama. Notemos
especialm ente los versículos 17, 6 y 2: “Se enalteció tu
corazón a causa de tu herm osura... Pusiste tu corazón
com o corazón de Dios... se enalteció tu corazón”. Nue­
vam ente vem os el deseo que tenía Lucifer de ponerse
en alto. La esencia del m isterio de iniquidad es el orgu­
llo, la exaltación y el deseo de recibir homenaje y de ser
servido.!
Pero notem os a qué conduce dicho espíritu. Tanto en
Isaías 14 com o en Ezequiel 28 se m uestra que este ángel
que deseaba ascender, fue derribado o echado abajo.
Isaías 14:12 dice: “Cóm o caíste del cielo... cortado fúis-
LOS DOS M ISTERIOS 63

te p0r tierra... Mas tú derribado eres hasta el Seol [sepul­


cro], a los lados del abism o” . Y Ezequiel 28: “Yo te eché
del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras de
fuego... Yo te arrojaré por tierra... al sepulcro te harán
descender, y m orirás con la m uerte de los que m ueren en
medio de los mares” (vers. 16, 8). A quel que se exaltó y
e n o r g u lle c ió en las cortes celestiales será consum ido por
fuego y reducido a cenizas y para siem pre dejará de ser
(Ezequiel 28:18-19). Tal es el fin de todo aquel que se
enorgullece y exalta. El Señor Jesucristo lo expresó de la
siguiente forma: “El que se enaltece será humillado ” (S.
Mateo 23:12). Podemos ilustrar el espíritu del m isterio
de iniquidad de la siguiente forma:

BUSCO SER BUSCO SER

t
DIOS — -► DIOS

LUCIFER
l
TERMINARA EN y' ’■%
EL SEPULCRO
• S ***•'.i,: - ■'■ .y - ¿3l -«¡ **-rìyT i ¡ t% * ' ^ i Ai i t i ri fcuni

En el transcurso de la historia, Satanás ha sembrado el


mismo espíritu en el corazón de los seres humanos. La
historia con que com enzam os este capítulo no es ficticia.
Se halla registrada en 2 Sam uel 14-18. Absalón, quien
procuró usurpar el trono de su padre David, fue echado
abajo, en el sepulcro.

Nabucodonosor y el misterio de iniquidad


El rey N abucodonosor ejem plifica el mismo espíritu.
Dios le había m ostrado al rey en un sueño que su reino
iba a ser sucedido por otros reinos (vea Daniel 2). Siendo
el monarca m ás poderoso de la tierra en aquella época, a
Nabucodonosor no le gustó tal idea. Estaba seguro que
64 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

su reino iba a ser eterno. En el sueño que tuvo había visto


una imagen que se com ponía de diferentes metales. La
cabeza de oro representaba el reino de Nabucodonosor
(Babilonia). Después vendrían el pecho y los brazos de
plata (M edo-Persia), el vientre de bronce (Grecia), las
piernas de hierro (Roma), los pies de hierro y barrocas
divisiones del Imperio Romano), y luego el reino eterno
de Cristo que nunca sería reemplazado por otro reino.
Nabucodonosor, en señal de desafio contra Dios, eri­
gió una im agen toda de oro. Un día el rey se paseaba por
el palacio y lleno de orgullo y exaltación se jactó: “¿No
es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real,
con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?”
(Daniel 4:30). Esto lo dijo a pesar de que Dios le había
dicho: “Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del
cielo te ha dado reino, poder, y fuerza y majestad” (Da­
niel 2:37).
N abucodonosor estaba procurando suplantar a Dios,
por lo cual finalm ente fue castigado: “Aún estaba la pa­
labra en la boca del rey”, cuando se oyó una voz del cielo
que decía: “A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino
ha sido quitado de ti” (Daniel 4:31). Inmediatamente el
orgulloso rey fue humillado. El gran monarca tuvo que
vivir com o una bestia; comía hierba, su pelo creció como
el de un águila y sus uñas como las de aves. Finalmente,
después de siete años, Dios le devolvió la razón y el rey
habló las siguientes palabras: “Ahora yo Nabucodono­
sor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, por­
que todas sus obras son verdaderas, y sus caminos j ustos;
y él puede humillar a los que andan con soberbia” (Da­
niel 4:37). El m onarca había aprendido la lección de que
“el que se exaltece será humillado” .
El misterio de iniquidad es el principio que moviliza y
motiva al mundo. Según este concepto, los que tienen po­
der, fam a y dinero son algo, mientras que los que no ie
LOS DOS M ISTERIOS 65

estas cosas no valen nada. Es la idea de que mientras más


arriba estés más importante eres y mientras más abajo es­
tés menos importante eres. Es el espíritu que pisotea al
débil, que emplea todos los recursos para la glorificación
propia, en vez de bendecir a los afligidos y menesterosos.

El misterio de la piedad
Mientras que el misterio de iniquidad se destaca por
un espíritu de orgullo y exaltación, el misterio de la pie­
dad se distingue por la abnegación y la humildad. “Dios
fue manifestado en carne” , dice el apóstol Pablo al des­
cribir el misterio de la piedad. Ahora bien, entre los pa­
ganos era muy común pensar que los hombres de renom ­
bre en vida, se convirtieran en dioses después de la muer­
te. Pero que un dios llegara a ser hom bre, era para ellos
una locura, un concepto absurdo (1 Corintios 1:23). ¿Por
qué un dios iba a querer rebajarse y humillarse así? En
los días de Daniel, cuando los sabios de Babilonia no
pudieron decirle al rey N abucodonosor el sueño que ha­
bía tenido, se quejaron de que el rey pedía algo injusto
pues sólo los dioses “cuya m orada no es con la carne”
(Daniel 2:11) podían decirle el sueño. En otras palabras,
los dioses no tenían nada que ver con los que vivían en la
carne. Cuán grande el contraste entre este concepto pa­
gano y el cristiano. En San Juan 1:14 se afirm a que aquel
Verbo, que era Dios, que tenía todo el poder y la gloria,
llegó a ser carne y habitó entre los hombres.
Aún los judíos rehusaron com prender la m isión de
Cristo porque sus corazones estaban enceguecidos por el
espíritu del misterio de iniquidad. Para ellos, el Mesías
debía ser un rey poderoso, glorioso y avasallador, que iba
a destruir a los romanos para luego poner a Israel en lo
alto, por encima de todas las demás naciones.
Pero Jesús contradijo estas expectaciones. Cuando vino
era como raíz de tierra seca. N o había en él parecer lia-
66 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

mativo, ni hermosura, ni atractivo para que lo desearan


(ver Isaías 53:2). Por lo tanto llegó a ser piedra de tropie­
zo para ellos (1 Corintios 1:23). Ni los judíos ni los ro­
manos podían aceptar que Dios mostrara debilidad; ¡y
que muriera era imposible!
Según Filipenses 2:6, aunque Jesús era Dios, no con­
sideró la igualdad a Dios como algo de qué aferrarse. Es
decir, no reclamó sus derechos como Dios sino que “se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho se­
mejante a los hombres” (Filipenses 2:7). No vemos a
Cristo reclamando sus propios derechos y luchando por
conservar su poder, dignidad y privilegios. Siempre abo­
gó por los derechos ajenos y por la gloria de su Padre.
Podría haber conservado su elevada posición en el cielo,
pero escogió descender para servir.
Esta actitud de siervo la vemos ejemplificada en un
episodio que ocurrió hacia el final de su ministerio. Los
discípulos habían discutido constantemente sobre quién
de ellos iba a ser el mayor o más importante en el reino
que Cristo iba a establecer (ver S. Marcos 9:33-34); esta­
ban llenos de orgullo y cada uno quería tener el primer
puesto u ocupar el cargo más importante. El jueves de la
Semana de la Pasión, después de celebrar la fiesta de la
Pascua con sus discípulos en el aposento alto, Cristo bus­
có una palangana con agua, se ciñó con una toalla y co­
menzó a lavar los pies de sus discípulos. ¡Increíble, el
Rey del cielo y de la tierra lavando los pies de sus segui­
dores, incluyendo los de Judas, el traidor! Jesús quiso
enseñarles a sus discípulos que el espíritu de exaltación
es satánico y que el de humillación es divino.
Pero la humillación de Cristo fue aun mayor pues ya
estando en condición de siervo “se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”
(Filipenses 2:8). Podemos ilustrar el descenso de Cristo
de la siguiente manera:
LOS DOS MISTERIOS 67

CRISTO-DIOS
OI

I
HOMBRE - SIERVO
se anonadó

.•» " ** ;• Y '., i v _ * ♦ / .s


- ' • . ' s * .7 ' * *

se humilló aún más


MUERTE DE CRUZ
r
....... '''• : "
_ p• ..
•'/ •- : "✓ * í' 7' V * .~ .r

sk !:l ^ *¿ *V ‘^ « íá tó itó :

En el Salmo 22:1-21 hallam os una descripción vivida


de la humillación de Cristo hasta la muerte. El que había
creado el universo ahora clamaba: “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desam parado?” (Salm o 22:1).
Este salmo es im portante pues m ás de mil años antes
de nacer Jesús, revela lo que él iba a pensar y decir cuan­
do colgara sobre la cruz del Calvario. Cristo m ism o se
describe como “gusano, y no hom bre; oprobio de los
hombres, y despreciado del pueblo” (vers. 6 ). Sus ene­
migos le escarnecen, estiran los labios y m enean la cabe­
za. Lo rodean com o leones feroces para devorarlo (vers.
13), le atraviesan las m anos y los pies, le quitan sus ves­
tiduras dejándolo desnudo ante los blasfem os ojos de sus
enemigos (vers. 18), y finalm ente lo ponen en el polvo
de la muerte (vers. 15). ¡Qué hum illación tan pasmosa!
Cristo tenía el poder para b orrar de la existencia a todos
sus enemigos, pero escogió beber la amarga copa del su­
frimiento y la hum illación. En vez de llenarse de orgullo
y de exaltarse, se vació a sí m ism o y se rebajó hasta el
polvo. Este es el espíritu del m isterio de la piedad.
Pero surge la pregunta: ¿Valió la pena que Cristo m a­
nifestara tal espíritu? Volvamos a Filipenses 2:9-11 para
hallar la respuesta. D espués que Jesús se humilló hasta el
polvo de la m uerte fue exaltado por su Padre. “P o r lo
68 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un


nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre
de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cie­
los, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua
confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre” .
Las palabras iniciales “por lo cual” indican una co­
nexión con los versículos anteriores. El apóstol Pablo nos
está diciendo que Jesús se hum illó (vers. 6 - 8 ) y por lo
tanto Dios le ensalzó (vers. 9-11). Aquí se aplica el prin­
cipio divino: “El que se hum illa será enaltecido” (S. Ma­
teo 23:12). Ahora podem os ilustrar Filipenses 2:6-1 1 de
la siguiente forma:
r

f ‘* se anonadó i ensalzado
Ì
- . V-, a lo sumo
■■
r.
*
>' « POR LO CUAL . ■
1r i
1
HOMBRE - SIERVO
1k se humilló \

¡i aún más í

L 5r .
MUERTE DE CRUZ -► MUERTE DE CRUZ

El Salmo 22
Ya m encionam os anteriorm ente el Salmo 22. Los eru­
ditos han logrado clasificar los salm os de acuerdo al tipo
de literatura que contienen. Por ejem plo, hay salmos de
lam ento individual y congregacional. En los salmos de
lam ento, un personaje o un grupo de personas expresa*1
agonía por estar experim entando gran sufrimiento físico
o espiritual. E n los salm os de alabanza, un individuo o
LOS DOS M ISTERIOS 69

ruoo de individuos le rinden homenaje y alabanza a Dios


L su bondad y grandeza.
El Salmo 22 ha sido difícil de clasificar pues contiene
dos clases de literatura. En la prim era parte del salm o
(vers. 1- 2 1 ) un individuo está sufriendo intensa agonía
física y espiritual, y se lamenta por ello; pero en la se­
gunda parte del salmo (vers. 22-31) este m ism o indivi­
duo se halla triunfante en medio de una gran congrega­
ción que le está tributando honra, gloria y alabanza a Dios.
La congregación se compone de la simiente de Israel y
de todas las naciones de la tierra. Aun los que descendie­
ron al polvo le tributan homenaje (vers. 29). ¡Qué gran
diferencia entre el que sufre en los versículos 1-21 y el
que es objeto de adoración en los versículos 22-31!
¿Cómo hemos de relacionar las dos partes del Salmo
22? Este salmo se comprende a la luz de la experiencia
de Cristo. San Mateo 23:12 y Filipenses 2:6-11 recalcan
el principio de que la humillación y el sufrimiento de
Cristo (versículos 1-21) condujeron a su exaltación (ver­
sículos 22-31).
Ahora estamos listos para com parar los dos m isterios,
lado a lado:

MISTERIO DE LA INIQUIDAD IVIISTERIO DE LA PIEDAD

Dios-Cielo— -►Dios-Cielo Dios-Cielo Dios-Cielo


1 3
f iT
exaltación/ Humillación Anonadó
iExaltado
í
orgullo [ Humillación lo sumo
f i
4 • Muerte
1
Muerte
t !
Lucifer Polvo
1 de cruz— ►de cruz
*■1 . * .... illiir i»'»»
70 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

¡Qué diferencia tan grande hay entre estos dos miste­


rios! Ciertamente Jesús tuvo razón cuando dijo: “El que
se enaltece será humillado, y el que se humillare será
enaltecido” (S. Mateo 23:12).
Muchos, inclusive cristianos, tienen un falso concepto
de lo que es la verdadera grandeza. La verdadera grande­
za no se mide por cuán elevada posición podamos alcan­
zar, cuánto dinero podamos acumular, cuánto poder y
fama podamos obtener y cuán inaccesibles lleguemos a
ser. Dios ha revelado por medio de Cristo que la verdade­
ra grandeza se manifiesta en un espíritu de servicio. Cuan­
to más tengamos, más debemos dar para el bien de los
demás; porque mientras más damos, más recibimos. Je­
sús podría haberse quedado en el cielo, pues allá tenía la
más alta posición, todos los recursos y todo el poder y la
gloria. Por ser tan poderoso podría haberse hecho inacce­
sible a la humanidad, pero escogió venir a este planeta
rebelde para dar su vida por los que tanto lo necesitaban.
M anifestó un espíritu de servicio abnegado. La ley del
servicio es la ley de la vida, y la ley del egoísmo es la ley
de la muerte. El que vive para sí, muere para sí.
La naturaleza, aún en su estado pecaminoso revela esta
ley del servicio. Tomemos como ejemplo a los árboles.
Estos cumplen varias funciones muy importantes pero
no para sí mismos sino para nuestro bien. Los árboles
purifican el aire, dan sombra, producen fruto y madera,
todo para beneficio del hombre.
Consideremos el ciclo del agua. En el invierno caen
inmensas cantidades de lluvia o nieve en las montañas.
Estas aguas forman arroyos y los arroyos forman nos.
Los ríos luego desembocan en los mares y los mares les
devuelven de nuevo el agua a las nubes, para luego co­
m enzar el ciclo otra vez. Cada etapa de este proceso H
tra la ley del servicio. Las nubes dan, los arroyos dan:
ríos dan, los mares dan. Si en algún momento se i
LOS DOS MISTERIOS 71
rrumpiera este ciclo, todo moriría, inclusive nosotros
En Israel hay dos mares. Los dos reciben aguas del
mismo río, pero cuán diferentes son. El mar de Galilea
burbujea de vida. Las colinas que lo rodean son verdes,
con muchos árboles frutales. Sus aguas están llenas de
peces y los cielos a su alrededor se alegran con los melo­
diosos trinos de las aves. Allí pescaron los discípulos de
nuestro Señor. Allí caminó Cristo sobre las aguas. Pero al
sur del mar de Galilea se halla otro mar. Se conoce como
el mar Muerto, y en verdad le cabe bien el nombre. A su
alrededor no hay vegetación. Los cielos guardan silencio
y las aguas están totalmente destituidas de vida. ¿Por qué
son tan diferentes estos dos mares? ¿Por qué uno es el
mar de la vida y el otro el mar de la muerte? Veamos la
razón.
El río Jordán entra al mar de Galilea por el norte y
desemboca en el sur. Es decir, el mar de Galilea recibe
agua por el norte y la da por el sur. Constantemente reci­
be para dar, y al dar tiene capacidad para recibir más. El
mar Muerto también recibe agua del rio Jordán por el
norte, pero no la da. El mar Muerto acapara el agua que
recibe y el resultado es la muerte.
Cuánta verdad hay en las palabras de Jesús: “Dad, y
se os dará... Mas bienaventurado es dar que recibir” (S.
Lucas 6:38; Hechos 20:35). A la vista de Dios, el más
grande es el que más sirve a los demás. La verdadera
grandeza no consiste en cuán alto podemos ascender sino
en cuánto nos rebajamos para servir a nuestros semejan­
tes.

£1 escándalo de la cruz
Hoy día muchos cristianos se enorgullecen de la cruz,
se la cuelgan alrededor del cuello en una cadena y la co­
locan en las cúpulas de sus iglesias; pero en tiempos pa­
sados no siempre fue fácil confesar que uno era cnstia-
72 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

no. Imagínese lo difícil que era convencer a un pagano


que aceptara a un Dios y Salvador que había sido crucifi­
cado como un crim inal por los romanos.
En la Biblia se presentan dos cuadros de Jesús como
rey, y éstos ilustran perfectam ente los principios del mis­
terio de la piedad.
Un hecho poco reconocido es que cuando Jesús so­
portó su peor humillación en el huerto de Getsemaní y en
la cruz, estaba sufriendo como rey. La pasión de Cristo
en los Evangelios se presenta como su coronación.
Pocos días antes de ser crucificado (S. Mateo 26:2)
Cristo fue ungido por M aría Magdalena. Esto dio inicio
a su proceso de coronación. Cuando fue arrestado, le co­
locaron una corona de espinas (S. Juan 19:2-3). Luego le
vistieron de una ropa m uy fina de grana y púrpura (S.
Juan 19:2; S. M arcos 15:17), que son colores reales. Le
colocaron en la mano derecha una caña (S. Mateo 27:29).
(Los reyes llevaban el cetro en la mano derecha.) Sus
escarnecedores le rindieron tributo burlón, como súbdi­
tos a un rey (S. Juan 19:2-3).
Cuando Pilato le preguntó si era rey, Jesús reconoció
que lo era (S. M ateo 27:11) y luego, cuando el mismo
Pilato lo introdujo a la turba, dijo: “ ¡He aquí vuestro rey!”
(S. Juan 19:14-15). Luego vino la procesión, por la Vía
Dolorosa, que lo llevó al lugar donde fue colocado en el
trono (S. M ateo 27:31-33), sólo que el trono resultó ser
una cruz. Sobre este “trono” se colocó una inscripción en
griego, hebreo y latín que identificaba al rey: “Jesús Na­
zareno, Rey de los judíos”.
Pero, ¿qué clase de rey era éste? La respuesta es que
estaba siendo coronado como rey del reino de la humilla­
ción y el sufrimiento. De su humillación dependía nues­
tra salvación y su exaltación. La corona de gloria debía
ser precedida por la corona de espinas.
Los discípulos no com prendieron el sufrimiento y
LOS DOS MISTERIOS 73

muerte de Cristo. Los últim os eventos de la vida del


Maestro prácticam ente extinguieron sus esperanzas. Pero
Jesús había procurado explicarles en m uchas ocasiones
que el único cam ino a la exaltación es la hum illación y el
servicio.
Unos seis m eses antes de su m uerte, Jesús se encon­
traba en C esárea de Filipo con sus discípulos. El M aestro
les preguntó quién pensaban ellos que él era. Inm ediata­
mente Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del
Dios viviente” (S. M ateo 16:16). Pedro mismo no sabía
lo que estaba diciendo, pues esta confesión le fue revela­
da directamente por el Espíritu Santo. Pedro estaba anun­
ciando que Jesús era el M esías esperado, pero tenía un
concepto equivocado de la m isión del Mesías. Cuando
Jesús anunció que debía ir a Jerusalén a “padecer mucho
de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los
escribas; y ser m uerto, y resucitar al tercer día” (S. M a­
teo 16:21), Pedro lo llevó aparte y lo regañó. Pedro no
podía concebir un M esías hum illado y afligido. El M e­
sías debía sentarse en un trono glorioso y som eter a to­
dos los enem igos debajo de sus pies. D ebía gobernar con
vara de hierro y exigir que todos le sirvieran.
Jesús reprendió a Pedro: “ ¡Quítate de delante de mí,
Satanás!; m e eres tropiezo, porque no pones la mira en
las cosas de D ios, sino en las de los hom bres” (S. Mateo
16:23). D espués de este evento, los discípulos quedaron
apesadum brados. Al ver que el M aestro los dirigía hacia
Jerusalén, sus corazones se llenaron de negros presenti­
mientos. Jesús sabía que los discípulos estaban confun­
didos, que no com prendían cóm o es que el M esías debía
sufrir y morir.
Para infundirles ánim o, Jesús les dijo: “Porque el Hijo
del H om bre vendrá en la gloria de su Padre con sus ánge­
les... De cierto os digo que hay algunos de los que están
aquí, que no gustarán la m uerte, hasta que hayan visto al
74 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Hijo del Hombre viniendo en su reino” (S. Mateo 16:27-


28). Jesús les estaba diciendo: “Después del sufrimiento
y la humillación, vendrá la exaltación y la gloria”.
Seis días más tarde, Jesús llevó a Pedro, Santiago y
Juan a la cumbre de un monte y fue transfigurado en pre­
sencia de ellos. Le brillaba el rostro como el sol y sus
vestidos eran blancos como la luz (S. Mateo 17:2). Los
discípulos vieron a Cristo como aparecerá cuando venga
en su reino de gloria. Después de esto, los discípulos aún
no comprendían plenamente la relación entre la humilla­
ción de Cristo y su exaltación, pero esta experiencia les
dio ánimo para creer que más allá de la humillación de la
cruz estaba el reino de gloria.

£1 mensaje para nosotros


Muchos cristianos son como los discípulos. Esperan
con ansias el momento en que Cristo volverá para llevár­
selos al reino de gloria. Anhelan reinar con Cristo y dis­
frutar de las bendiciones de su reino glorioso. Pero en el
presente sus corazones están llenos de orgullo y exalta­
ción. No están dispuestos a cargar su cruz. En vez de
servir, quieren ser servidos y desean una corona de glo­
ria sin antes llevar la corona de espinas. Pero una cosa es
cierta, el único camino a la gloria es el de la humillación
y el servicio. El apóstol Pedro afirma: “Amados, no os
sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido,
como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos
por cuanto sois participantes de los padecimientos de
Cristo, para que también en la revelación de su gloria os
gocéis con gran alegría” (1 S. Pedro 4:12-13). También
dice: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los hu­
mildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios,
para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 S. Pe
5:5-6). .. e
Dios jam ás nos exaltará si antes no permitimos q
LOS DOS MISTERIOS 75

quebrante nuestro orgullo y deseo de exaltación. La hu­


mildad no es señal de debilidad sino de verdadera gran­
deza.
Si queremos reinar con Cristo es nuestro deber invi­
tarlo a entrar en nuestro corazón ahora. Tenemos que ser
mansos y humildes com o el M aestro de Galilea (S. M a­
teo 11:28-29). Si querem os ir con Dios a la gloria, debe­
mos ahora negam os a nosotros mism os, tom ar nuestra
cruz y seguirle (S. M ateo 16:24). El espíritu de Cristo
debe inundar nuestros corazones ahora, pues Dios no lle­
vará al cielo a aquellos que tengan el espíritu de Lucifer.
Recordemos que en los asuntos de Dios el más peque­
ño es el más grande, el últim o es el primero, el que se
humilla será exaltado y el que se considera nada es algo.
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús” (Filipenses 2:5).
“Mas ahora que habéis sido libertados del pecado
y hechos siervos de Dios,
tenéis por vuestro fruto la santificación,
y como fin, la vida eterna.
Porque la paga del pecado es muerte,
mas la dádiva de Dios es vida eterna
en Cristo Jesús Señor nuestro

Romanos 6:22-23

Perdido fui a mi Jesús

Perdido fu i a mi Jesús.
El vio mi condición;
en mi alma derramó su luz;
su amor me dio perdón.

Fue primero en la cruz


donde yo vi la luz,
y mi carga de pecado dejé;
fu e allí por fe do vi a Jesús,
y siempre con él feliz seré.
C apítulo 6

Cómo Somos Salvos

iempre me ha fascinado el mundo de la naturaleza y


S desde muy temprana edad comencé a coleccionar ma­
riposas. Durante los siete años que dediqué a este hobby,
aprendí grandes lecciones.
El proceso del desarrollo de una mariposa es una de
las verdaderas maravillas del mundo natural y nos ense­
ña importantes lecciones espirituales.
Primero, la m adre mariposa coloca sus huevos en una
hoja. Después de algunos días los huevos se rompen y
salen unos gusanos. Aunque son pequeños al principio,
empiezan a devorar las hojas del árbol en donde fueron
colocados los huevos. No pueden alimentarse de otra fuen­
te o de otro árbol sino del mismo en que nacieron. Con el
transcurso de los días crecen y se mueven a otras partes.
Durante este período de su existencia, los gusanos están
en constante peligro de perecer aplastados por los pies de
transeúntes o por las aves que se deleitan en comérselos.
Finalmente, los gusanos que logran sobrevivir se pe­
gan a una pared o un árbol y empiezan a formar una cri­
sálida, y literalmente se entierran dentro de ella. Pasan
los días y la crisálida se mantiene inerte. Aparentemente
el gusano ha muerto, pero luego, cierto día, la crisálida
empieza a moverse vigorosamente y después de unos

77
78 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

m inutos sale una mariposa. Por un m ilagro que se cono­


ce como la m etam orfosis, el gusano que entró en la crisá­
lida se ha transform ado en una mariposa. Recién salida
de la crisálida, la m ariposa no es hermosa. Tiene las alas
arrugadas y encogidas, pero después de unos pocos mi­
nutos la mariposa las agita con gran vigor y luego de unos
instantes extiende sus hermosas alas y sale volando.
Aunque la m ariposa es una nueva criatura y es libre
para surcar los cielos, su vida está en constante peligro,
pues el cazador anda al acecho. Cuando yo cazaba mari­
posas disponía de cierto equipo. En prim er lugar necesi­
taba una buena malla de tela transparente. También era
indispensable un frasco con algodón en el fondo en don­
de pudiera echar algunas gotas de un veneno mortal, te-
tracloruro de carbono. Cuando cazaba mariposas las echa­
ba en este frasco, le ponía la tapa, y en cuestión de pocos
segundos la m ariposa estaba m uerta y lista para ser m on­
tada en una tabla de m adera balsa; extendía sobre ella sus
alas para que se secasen en posición horizontal. Después
de dos o tres días quitaba las m ariposas de la m adera bal­
sa y las ponía en la caja de exhibición. La m ariposa había
llegado a ser parte de mi colección.
Recuerdo la prim era vez que fui a cazar mariposas en
la ciudad de El Lim ón, en Venezuela. Allí había un her­
m oso parque nacional llam ado Guam itas. El clima y la
vegetación de este parque atraían innum erables maripo­
sas. H abía m ariposas de todos los tam años y colores, en
verdad un paraíso de m ariposas. Lo prim ero que vi cuan­
do entré al parque fue una gigantesca m ariposa azul que
volaba ju sto ante m is ojos. C on m alla en m ano emprendí
la carrera para cazarla. Pronto m e di cuenta que iba a ser
m ás difícil cazarla de lo que había pensado. Estas mari­
posas (morpho peleides caridon) no vuelan en línea rec­
ta sino que hacen zig-zag y suben y bajan con cada aleta­
zo. Varios m inutos m ás tarde regresé con mi malla vacía
COMO SOMOS SALVOS 79

v con laceraciones en los brazos y en las piernas, causa­


das por las ramas de arbustos y las piedras con las que
había tropezado en mi carrera. M e senté chasqueado y
me di cuenta que el superintendente del parque se reía de
mi fracaso. Se me acercó y me dijo: “Tú no necesitas
matarte tratando de cazar esas mariposas. Ellas tienen
una debilidad y cuando tú conoces cuál es, te será m uy
fácil cazarlas”. Le pregunté si me podía decir cuál era la
debilidad y me dijo: “Claro que sí, muchacho. Hay una
fruta que atrae a estas m ariposas y es el banano. Si consi­
gues uno bien maduro, lo pones en el suelo y te vas por
una media hora, cuando vuelvas verás que habrá varias
de esas mariposas posadas en el banano”.
Siguiendo el consejo de mi nuevo amigo, conseguí el
banano y lo coloqué en el suelo y me fui. Cuando regre­
sé, encontré cinco mariposas en el banano. ¡Fue cosa fá­
cil ahora acercarme y con cautela poner la malla sobre
las cinco de una vez! Al conocer la debilidad de estas
mariposas fue muy fácil cazarlas. Unos pocos años más
tarde regresé a Guamitas. Llevaba mi equipo, malla, frasco"
y tablas. Cuando entré al parque, el superintendente, que
aún se acordaba de mí, me preguntó qué planeaba hacer
con todo ese equipo; le dije que iba a cazar algunas mari­
posas. Con tono muy serio me dijo: “Ya no puedes cazar
mariposas en este parque pues el año pasado fue declara­
do refugio nacional” . ¡Qué chasco! Pero tuve una bri­
llante idea, ¿por qué no colocar el banano fuera del par­
que? Allí no estaba prohibido cazarlas. Así lo hice. Va­
rias mariposas azules que se aventuraron a salir del refu­
gio llegaron a ser presa fácil.
En este capítulo estudiaremos un milagro infinitamente
mayor que el de la metamorfosis, a saber, cómo Dios trans­
forma el corazón humano a su semejanza. También vere­
mos cómo podemos perm anecer en Cristo, seguros, ante
las asechanzas de Satanás, el gran cazador de almas.
80 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Reconocer nuestra condición


El prim er paso en la salvación es reconocer que so­
mos pecadores. El apóstol Pablo describe la condición
deplorable de la hum anidad: “N o hay justo, ni aun uno...
Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay
quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno... Todos pe­
caron y están destituidos de la gloria de D ios” (Romanos
3:10,12,23). Según Job 25:6, los seres humanos son como
gusanos. Desde el m om ento que nacem os nos extravia­
mos de Dios pues recibim os de nuestros padres una na­
turaleza pecam inosa, inclinada hacia el mal. Por esto
nuestras obras jam ás pueden recom endam os a Dios (Ro­
manos 3:20), porque son malas. D e un corazón malo flu­
yen obras malas.
Lo que nos da conciencia de nuestros pecados es la
ley de Dios. “Por m edio de la ley es el conocimiento del
pecado” (Romanos 3:20). A lgunos cristianos piensan que
la ley fue abolida en la cruz, pero esto es imposible pues
si no hubiese ley, no podría existir el pecado. Dice el após­
tol Pablo: “Donde no hay ley, tam poco hay transgresión”
(Rom anos 4:15). El m ism o apóstol tam bién dice: “Yo no
conocí el pecado sino por la ley: porque tampoco cono­
ciera la codicia, si la ley no dijera: N o codiciarás” (Ro­
m anos 7:7). El apóstol Juan define categóricamente lo
que es el pecado: “Todo aquel que com ete pecado, in­
fringe tam bién la ley; pues el pecado es infracción de la
ley” (1 S. Juan 3:4).
La ley no es un código m uerto, escrito en tablas de
piedra. La ley es espiritual (R om anos 7:14) y discierne
no sólo nuestras m alas acciones sino los pensamientos e
intenciones de nuestro corazón (H ebreos 4:12-13)* No
sólo condena el adulterio com o acción sino como pensa­
miento. N o sólo condena la acción del asesinato sino la
ira contra nuestro herm ano (S. M ateo 5:21-22, 2 7 -28 ).
La ley es com o un espejo (Santiago 1:23). Cuando nos
COMO SOMOS SALVOS 81

levantamos por la m añana y nos miramos en el espejo,


éste nos dice exactamente cómo nos vemos. Si estamos
despeinados y necesitamos lavamos la cara, el espejo nos
lo dice. N o miente ni esconde nuestros defectos. Así es la
ley de Dios. Siendo “santa, justa y buena” , reprende todo
lo que no está en arm onía con sus principios. La ley es
un reflejo de quién es Dios. Por eso la Biblia describe la
ley y el carácter de Dios con terminología similar. Vea-
mos los siguientes textos que muestran la corresponden­
cia entre Dios y la ley:

DIOS
Dios es Espíritu (S. Juan 4:24)
Dios es amor (1 S. Juan 4:8)
Dios es verdad (Salm o 31:5; Isaías 65:16;
S. Juan 14:6)
Dios es justo (Salm o 145:17; 1 Corintios 1:30)
Dios es santo (Levítico 1 1:44; Isaías 6:3)
Dios es perfecto (S. M ateo 5:48)
Dios es eterno (Habacuc 1:12; Génesis 21:33)
Dios es puro (1 S. Juan 3:3)
Dios no cam bia (M alaquías 3:6; Santiago 1:17)

líY
La ley es espiritual (Romanos 7:14)
La ley es am or (S. M ateo 22:36-40;
Romanos 13:9-10)
La ley es verdad (Salm o 119:142,151)
La ley es justa (Salm o 119:172; Romanos . )
La ley es santa (Rom anos 7:12)
La ley es perfecta (Salm o 19:7)
La ley es eterna (Salm o 119:152)
La ley es pura (Salm o 19:8) oQ.aA\
La ley no cam bia (S. M ateo 5:18; Salmo
82 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Como puede verse, la ley es un reflejo o copia del ca­


rácter de Dios. Por eso cuando pecamos no lo estamos
haciendo contra unas tablas de piedra, ¡sino contra Dios
mismo! El pecado es más que transgredir un código. Un
código no habla, ni siente, ni se ofende. Es contra Dios
que pecamos (Salmo 51:4). Es a Dios a quien ofende­
mos. Por ejemplo, cuando empleo irreverentemente el
nombre de Dios, no estoy ofendiendo al tercer manda­
miento, “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en
vano”; estoy ofendiendo a Dios mismo. El mandamiento
meramente me revela en forma escrita el carácter sagra­
do de su nombre.
El pecado causa separación entre Dios y los seres hu­
manos. El profeta Isaías afirmó: “Pero vuestras iniqui­
dades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios,
y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su ros­
tro para no oír” (Isaías 59:2).

El resultado del pecado


La ley de Dios es exigente y estricta. N o admite excu­
sas. Detesta con minuciosa precisión cada violación de
sus principios, por pequeñas que éstas sean. La ley no
puede salvar a ningún ser hum ano pues su función es
detectar el pecado, acusar al culpable y justificar al ino­
cente.
La ley de Dios es inclemente para con el pecado; por
eso el apóstol Pablo nos dice que “la ley produce ira”
(Rom anos 4:15). N o por esto es m ala la ley. La ley es
buena, el m alo es el pecador. L a ley no es la que debe
m orir sino el pecador por haber quebrantado sus princi­
pios.
La pena por el pecado es la muerte. El apóstol Pablo
nos dice, “porque la paga del pecado es muerte” (Roma­
nos 6:23) y Santiago afirm a: “El pecado, siendo consu­
mado, da a luz la m uerte” (Santiago 1:15).
COM O SOMOS SALVOS 83

Como ya hemos visto, el pecado nos separa de Dios y


carados de D ios, estam os condenados a muerte. Com o
ramas separadas del tronco, los pecadores separados de
Dios no pueden vivir.

Es imposible cambiarnos a nosotros mismos


Hemos visto que el prim er paso en la salvación es re­
conocer que somos pecadores y que m erecem os morir,
por medio de la ley, el Espíritu Santo nos revela el peca­
do y sus consecuencias. N os revela nuestra gran necesi­
dad de salvación, pero no nos puede salvar.
El siguiente paso es que debem os reconocer que es
imposible que nos cam biem os a nosotros mism os. Lea­
mos lo que Dios nos dice por m edio del profeta Jere­
mías: “Aunque te laves con lejía, y am ontones jabón so­
bre ti, la m ancha de tu pecado perm anecerá aún delante
de mí” (Jerem ías 2:22). “¿M udará el etíope su piel, y el
leopardo sus m anchas? Así tam bién, ¿podréis vosotros
hacer bien, estando habituados a hacer m al?” (Jerem ías
13:23).
Por más que nos esforcem os por hacer el bien, esta­
mos intentando una im posibilidad. Es com o si nos estu­
viéramos hundiendo en arena m ovediza: m ientras m ás
luchamos, m ás rápido nos hundim os. La Biblia em plea
la lepra com o sím bolo del pecado. C uando una persona
sospechaba que tenía lepra, debía ir al sacerdote para que
la examinara. Si el sacerdote declaraba que tenía lepra, el
enfermo debía recluirse de la sociedad y esperar u n a
muerte segura. N ote que la lepra causaba separación de
los seres am ados y finalm ente conducía a la m uerte. El
leproso no podía curarse a sí m ism o; sólo un m ilagro
divino p odía salvarlo.
La ley revela n u estra lepra espiritual. E sta lepra tam ­
bién nos separa de D ios y nos lleva finalm ente a la m uer­
te. N o podem os cu ram o s a nosotros m ism os del pecado.
84 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Nuestra única esperanza de vida está en un milagro di­


vino.

El arrepentimiento y la confesión
Desde el mismo comienzo de la historia, Dios ha to­
mado la iniciativa para salvar al hombre. Cuando Adán y
Eva pecaron, se escondieron de Dios entre los árboles del
huerto. Fue Dios quien los buscó. “¿Dónde estas tú?”
(Génesis 3:9), preguntó. La voz de Dios procuraba ha­
blar a la conciencia de Adán y Eva para que reconocieran
su pecado. Pero ellos procuraron excusar lo que habían
hecho. La mujer le echó la culpa a la serpiente y el hom­
bre a la mujer (Génesis 3:12-13). Vemos aquí uno de los
más serios frutos del pecado. En vez de admitir su culpa­
bilidad, Adán y Eva procuraron justificarse.
El verdadero arrepentimiento consiste en admitir sin
excusas ni pretextos que hemos pecado contra Dios. Es
reconocer que hemos quebrantado la ley de Dios y que
esto ha traído como resultado separación entre él y noso­
tros. Es entristecemos por el pecado. El verdadero arre­
pentimiento es un don de Dios, impartido por el Espíritu
Santo, quien nos redarguye de pecado (S. Juan 16:8). Dios
es quien obra en nosotros el arrepentimiento y nunca po­
dremos lograrlo por nosotros mismos.
Debemos distinguir entre arrepentirse del pecado y
admitir el pecado. Es posible admitirlo sin estar arrepen­
tido de él. Cuando enseñé en Colombia hace algunos años,
de vez en cuando descubría a un alumno que se copiaba
en un examen. Lógicamente le quitaba el examen y le
ponía un cero. A veces el alumno me rogaba que por fa­
vor tuviera misericordia. Me aseguraba que estaba triste
por lo que había hecho y que por favor lo perdonara. Mas
de una vez perdoné a un alumno que venía arrepentí o
por lo que había hecho y le daba otra oportunidad de pre
sentar el examen. Pero había ocasiones en que al sigu,en
COMO SOMOS SALVOS 85

te examen descubría al m ism o alum no copiándose de


nuevo. Obviamente él estaba triste no porque creía que
copiarse era pecado, sino porque lo había descubierto
copiándose y tem ía perder la materia. Estaba triste por
las consecuencias de su pecado y no por el pecado mis­
mo.
He tenido am igos que han m uerto de cáncer del pul­
món por haber fum ado toda la vida. Cuando estaban
moribundos en el hospital me confesaban: “Me arrepiento
de haber fum ado” , pero en realidad no estaban tristes
porque creían que fum ar era pecado o porque habían con­
taminado el tem plo del Espíritu Santo, sino porque iban
a morir. ¡Se entristecían por las consecuencias que el fu­
mar les había traído y no por el acto de fumar!
La verdadera tristeza por el pecado se m anifiesta en la
confesión. En el arrepentim iento reconocemos que he­
mos pecado y en la confesión lo admitimos. Dios prom e­
te: “Si confesam os nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y lim piam os de toda
maldad” (1 S. Juan 1:9).
No hay nada peor que ocultar el pecado y aferram os a
él. El apóstol Juan afirm a: “ Si decim os que no hemos
pecado, le hacem os a él m entiroso, y su palabra no está
en nosotros” (1 S. Juan 1:10). Dios ha dicho que todos
hemos pecado. Si digo que no he pecado, ¡estoy afirmando
que D ios es m entiroso! El sabio Salomón escribió: El
que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los
confiesa y se ap arta alcanzará m isericordia” (Proverbios
2 8 :l3 >* , . rr
Podem os ver cóm o este últim o versículo se ejem plifi­
ca en el contraste entre A cán y David. Ambos com etie­
ron actos terribles. D avid m andó m atar a Drías heteo para
poder quedarse con su esposa (vea 2 Samuel 11). Acan
codició y robó lo que D ios había prohibido (vea J osue ).
Sin em bargo, A cán fue apedreado y David fue perdona-
So ESPER ANZA PARA EL PLANETA TIERRA

vio. A primera vista esto parece injusto. Da la impresión


que Dios hace acepción de personas. Pero no es así. Acán
se vio obligado a admitir lo que había hecho. Se le dieron
muchas oportunidades para que se arrepintiera y confe­
sara su pecado, pero no lo hizo.
Cuán diferente fue el caso de David. Cuando Dios
por medio del profeta Natán, trajo a la luz el pecado de
David, se despertó la conciencia del rey. Oía retumbar en
sus oídos los mandamientos “No matarás”, “No comete­
rás adulterio” . David reconoció la gravedad de su pecado
y se arrepintió. Su arrepentimiento y confesión se hallan
registrados en el Salmo 51. Citemos algunos versículos:
“Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está
siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he peca­
do, y he hecho lo malo delante de tus ojos... Esconde tu
rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades” (Sal­
m o 51:3-4, 9).
Pero David no sólo pidió perdón por lo que había he­
cho. A nhelaba un corazón limpio que le permitiese apar­
tarse del pecado. En el mismo salmo David le ruega a
Dios: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y
seré m ás blanco que la nieve... Crea en mí, oh Dios, un
corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mi
(Salm o 51:7, 10).
El verdadero arrepentimiento no sólo nos lleva a con­
fesar el pecado sino a querer abandonarlo; no sólo anhela
el perdón sino la limpieza.

El inocente sufre por los culpables


El pueblo de Israel acababa de salir de la esclavitu
Egipto. Vieron cóm o Dios abrió el mar Rojo para ^
pasaran en tierra seca y cómo las aguas en^ r^ jueg0
tragaron a sus enem igos (Exodo 14 y 15). , 1° joS1os
hizo llover pan del cielo, m ilagro que se realeo
días menos los sábados por 40 años (Exodo
COM O SOMOS SALVOS 87

¿latamente después de estos m ilagros, el pueblo de Israel


comenzó a altercar con M oisés y a m urm urar contra Dios
porque no había agua (Exodo 17). ¡Este pueblo m erecía
que Dios los dejara m orir de sed en el desierto! Pero
Dios le dijo a M oisés que reuniera al pueblo delante de la
peña de Horeb y que tom ara en su m ano la m ism a vara
con que había herido el m ar R ojo (Exodo 17:5). Cristo
prometió estar delante del pueblo sobre la peña de H oreb
(17:6). Con nuestra im aginación volvam os a la escena.
El pueblo se halla delante de la peña y M oisés levanta su
vara. La mism a que había traído las plagas sobre Egipto
y abierto y cerrado el m ar Rojo. El pueblo se estrem ece.
Temen que va a caer sobre ellos el castigo de Dios. Pero
cuando la vara cae, no es sobre el pueblo sino sobre la
peña. De repente fluyen aguas refrescantes de la roca para
saciar la sed del pueblo.
¿Qué significado tiene para nosotros este episodio?
En 1 Corintios 10:4 el apóstol Pablo nos asegura que la
Roca es sím bolo de Cristo. Pero, ¿y la vara? La vara
representa castigo o ju icio . En Proverbios 23:13-14 el
sabio Salom ón nos dice: “N o rehúses corregir al m ucha­
cho; porque si lo castigas con vara, no m orirá. Lo casti­
garás con vara, y librarás su alm a del Seol” .
Ahora relacionem os los sím bolos. L a vara del castigo
divino debía caer sobre el pueblo por su pecado, pero en
lugar de que sufriera el pueblo, la vara del castigo cayó
sobre la roca. Es decir, la roca sufrió el castigo que debía
caer sobre el pueblo.
En la profecía m esiánica de Isaías 53:4-5 hallam os la
explicación divina de este episodio: “Ciertam ente llevó
él nuestras enferm edades, y sufrió nuestros dolores; y
nosotros le tuvim os por azotado, p o r herido de Dios y
abatido. M as él herido fue p o r nuestras rebeliones, m oli­
do por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y p o r su llaga fuim os nosotros curados” . ¡Oh,
88 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

gloriosa verdad! Jesús, el inocente, sufrió el castigo de


los culpables.
En otra ocasión el pueblo de Israel m urm uraba de nue­
vo. ¿Por qué? Esta vez porque estaban cansados de co­
mer pan del cielo (Números 21:5). De repente empeza­
ron a salir serpientes venenosas de todas partes y ataca­
ron al pueblo y como resultado m urieron muchos. El pue­
blo contrito y humillado confesó su gran pecado a Dios y
rogó que quitara las serpientes de su m edio (vers. 7). Pero
Dios respondió de otro modo. Le pidió a M oisés que hi­
ciera una serpiente de bronce y la colocara en una asta.
Luego todos los que habían sido mordidos debían mirar
a esta serpiente de bronce. M oisés como siempre, obede­
ció la orden de Dios. Leamos el final de la historia en
Números 21:9: “Y cuando alguna serpiente mordía a al­
guno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía” .
Esta historia se explica en San Juan 3:14-15: “Y como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesa­
rio que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eter­
na”. Con esta sola excepción, la serpiente en la Biblia
siempre es símbolo de Satanás y del pecado. ¿Por qué,
pues, se emplea la serpiente en esta ocasión como sím­
bolo de Cristo? La respuesta la hallamos en 2 Corintios
5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado, para que nosotros íuésem os hechos justicia de
Dios en él”. Nuevamente vemos que el inocente se hizo
culpable para que el culpable pudiera ser declarado ino­
cente. ¡Cristo se hizo pecado para que nosotros pudiéra­
mos vivir!
La muerte de Cristo en la cruz pagó la deuda de todo
ser humano que jam ás haya vivido sobre la tierra. Murió
por los pecados de todo el mundo (1 S. Juan 2:2). En la
c risto fue considerado por su Padre como asesino,
adultero, mentiroso, blasfemo, codicioso, drogadicto y
COM O SOMOS SALVOS 89

ladrón, no porque lo era sino porque el Padre colocó so­


bre él los pecados de toda la raza hum ana.
Alguno podría pensar que com o Cristo pagó la deuda
de todos los seres hum anos, entonces todos se van a sal­
var. Pero no es así. ¿Por qué?
Supongamos que un m agnate multimillonario establece
un banco que llam arem os “El B anco del Universo” , y
deposita suficiente dinero para pagar todas las deudas de
todos los seres hum anos que jam ás hayan vivido o vivi­
rán sobre la tierra. E s decir, el banco tiene recursos infi­
nitos. Se hace el anuncio por todos los m edios de com u­
nicación: “ Se acaba de abrir el Banco del Universo. Hay
suficiente dinero para pagar las deudas de todos los seres
humanos. Lo único que tienen que hacer es venir al ban­
co y extraer el dinero necesario para saldar sus deudas” .
Triste sería que habiendo recursos para pagar las deudas
de cada persona, algunos prefieran quedarse endeudados
por no venir al banco.
Cada ser hum ano ha contraído una deuda que nunca
podrá pagar, a no ser con la m uerte. La ley divina exige
perfecta justicia, pero com o todos hem os pecado nos es
imposible pagarle a la ley lo que exige. Cuando quebran­
tamos la ley, ella nos dice: “L a paga del pecado es muer­
te” (Rom anos 6:23).
¡Pero hay buenas noticias 1 Cuando Cristo murió, car­
gó con la deuda de todos. Pagó lo que la ley, es decir,
Dios, exigía. H izo un depósito en el Banco del Universo
más que suficiente para saldar la deudaTle todos los se­
res hum anos. Pero aunque hay recursos infinitos en el
Banco del U niverso, sólo los que vengan a Cristo se be­
neficiarán. L o m ás triste es que habiendo todos estos re­
cursos, algunos pecadores rehúsan venir al banco y pre­
fieren quedarse con su deuda de m uerte.
El sacrificio de Cristo fue suficiente para pagar la deu­
da de cada pecador, pero sólo los que vengan a él se be-
90 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

neficiarán. En el desierto la roca fue golpeada por los


pecados del pueblo, pero ellos debían beber. La serpiente
en el asta llevó los pecados del pueblo, pero ellos debían
mirar. N o era suficiente golpear la roca o levantar la ser­
piente, el pueblo tenía que responder.

El bautismo y el perdón^
Pero, ¿cómo puedo venir a Cristo? ¿Cómo puedo re­
cibir el perdón por la inm ensa deuda de pecado que he
acumulado? La provisión está allí pero, ¿cómo puedo
beneficiarme de ella? La respuesta está en Romanos 6 :3 -
4. Citemos estos versículos y luego hagamos algunos co­
mentarios: “O no sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hem os sido bautizados en su
muerte? Porque somos sepultados juntamente con é/para
muerte por el bautism o”.
Según este pasaje, cuando escojo bautizarme, Dios me
considera muerto y sepultado con Cristo. No muero como
Cristo, sino que ante la vista de Dios muero con él.
Ya los pecados no son m íos sino de él. Ya no tengo que
morir, pues en el bautismo m orí con él. He ido al Banco
del Universo para que Cristo salde mi deuda. Ante la vis­
ta de Dios, yo he m uerto con él por medio del bautismo.
M is pecados han quedado totalm ente pagos. Por esto el
apóstol Pedro dijo: “A rrepentios, y bautícese cada uno
de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de
los pecados” (Hechos 2:38).
Supongamos que un día estoy andando en mi automó­
vil a 65 m illas por hora, cuando el límite en esa zona es
de sólo 30. U na patrulla me para; viene el policía a mi
ventana y me dice: “Señor, usted viajaba a 65 millas por
hora en una zona de 30, por lo tanto le voy a dar una
m ulta” . Creo que todos estarían de acuerdo en
m erezco esta m ulta pues he violado la ley. Pero yo le djg
al policía: “Señor, yo estoy arrepentido por lo que he
cho, ¿no podría perdonarm e la m ulta?” El policía me
C O M O SOM OS SALVOS 91

ponde: “Señor, usted ha quebrantado la ley y según esa


¡ey debe recibir una m ulta. Yo no le puedo perdonar la
deuda porque la ley exige que se le castigue”. O bviam en­
te el policía tiene razón. La ley ha sido violada y exige un
castigo. Vayamos un poquito m ás allá. Supongam os que
el policía me diga: “¿U sted está triste por lo que ha he­
cho? ¿Reconoce su culpa y que m erece el castigo?” Yo
le respondo: “ Sí, señor” . “Entonces voy a hacer algo”,
dice el policía, “la m ulta tiene que pagarse pero veo que
está arrepentido y reconoce su falta. Iré a la jefatura y
pagaré la multa en su lugar” . Sería ridículo que yo dijera:
“No, señor, yo quiero pagar mi propia m ulta” . Yo creo
que toda persona aceptaría esta oferta, ¿verdad?
Nosotros hem os violado la ley de Dios y el castigo no
es una multa sino la muerte. Jesús no puede ignorar mi
pecado ni puede perdonarm e sin que se haya hecho el
pago correspondiente. Cuando m anifiesto tristeza por el
pecado y confieso mi culpa, Cristo ofrece poner su muerte
a mi cuenta. El bautism o m arca el mom ento en que acep­
to el pago que hizo Cristo en mi lugar. Es decir, si rehúso
bautizarme, estoy rechazando el pago que ofrece Cristo
por mis pecados. ^ —■'
El perdón que da Dios en el bautismo es pleno y com­
pleto. Echa nuestros pecados en el fondo del mar (Mi-
queas 7:19), los desvanece como la neblina (Isaías 44:22),
los hace alejar de nosotros tanto como el oriente está le­
jos del occidente (Salmo 103:12), los borra de nuestra
cuenta (Isaías 43:25). Dios nos mira como si nunca hu­
biéramos pecado. El apóstol Pablo afirm a que “el que ha
muerto [al pecado], ha sido justificado del pecado” (Ro­
manos 6:7).
Es importante que nos bauticemos como Dios dice. La
Biblia afirm a que el bautismo debe ser por inmersión.
Hay varios pasajes que indican claramente esto: ( 1 ) Ro­
manos 6 :4 dice que el bautismo debe ser como una se­
92 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

pultura. O bviam ente el bautism o por aspersión o infu­


sión no cumple con este requisito. (2) San Juan 3:23 dice
que Juan el Bautista bautizaba en Enón “porque había
allí muchas aguas” ; concluim os, entonces, que si el bau­
tismo fuera por aspersión no se necesitaría m ucha agua.
(3) San M arcos 1:9-11 afirm a que Jesús entró y salió del
agua cuando fue bautizado. (4) C uando el eunuco etíope
fue bautizado por Felipe am bos descendieron al agua y
subieron de ella (H echos 8:38-39). El vocablo “bautis­
mo” viene de la palabra griega “ baptizo ” y significa “su­
mergir”, “m eter debajo del agua” .
También es im portante bautizam os cuando Dios lo
dice. La Biblia afirm a que para uno bautizarse debe reci­
bir instrucción (S. M ateo 28:18-19), debe creer (S. Mar­
cos 16:16), debe arrepentirse (H echos 2:38), y debe con­
fesar sus pecados (S. M ateo 3:6). Un infante no puede
cum plir ninguno de estos requisitos. N o hay un solo caso
en la Biblia donde un bebé haya sido bautizado. Los rela­
tos bíblicos de personas que se bautizaron enfatizan que
eran adultos. Como ejem plos tenem os a los que venían a
Juan el Bautista (S. M ateo 3:5-6), el eunuco etíope (He­
chos 8:38-39), el carcelero de Filipos (H echos 16:31-32),
el apóstol Pablo (Hechos 22:16) y Jesús, nuestro gran
ejem plo (S. M arcos 1:9-11).
Una herm osa ilustración de las bendiciones del bau­
tism o la hallam os en la historia de N aam án, el general de
los ejércitos de Siria (ver 2 Reyes 5). Este hombre era
m uy poderoso pero tenía lepra. U n día fue a ver a Elíseo
albergando la esperanza de que el profeta pudiera salvar­
lo. Trajo consigo m uchas riquezas para com prar su sani­
dad. Cuando llegó a la casa del profeta fue humillado en
gran manera. Primero, Elíseo no salió a verlo sino que
m andó a su criado a preguntarle qué quería y luego lo
insultó aún m ás m andándolo a sum ergirse siete veces en
el río Jordán. Naamán no quería cum plir las condiciones
C O M O SOM OS SALVOS 93

qUe había puesto E líseo. Sólo deseaba que el profeta d i­


jera la palabra y quedar sano inm ediatam ente. M uy eno­
jado ante esta hum illación, N aam án se fue, pero sus sier­
vos lo convencieron de que h iciera lo que el profeta le
había dicho. F inalm ente decidió hacerlo. Se sum ergió
siete veces (el núm ero siete en la B iblia significa perfec­
ción) y cuando salió del agua la séptim a vez, “ su carne se
volvió como la carne de un niño, y quedó lim pio” (2 Reyes
5:14).
Así es con la lepra del pecado. Si abatim os nuestro
orgullo y nos bautizam os, quedarem os lim pios de nues­
tros pecados. Ya no som os reos de la m uerte sino herede­
ros de la vida eterna.
El apóstol Pablo, hablando del perdón, dice: “Justifi­
cados, pues, por la fe, tenem os paz para con D ios por
medio de nuestro S eñor Jesucristo... N inguna condena­
ción hay para los que están en C risto Jesús” (Rom anos
5:1; 8:1).
Cuando A dán y E va salieron de las m anos de su C rea­
dor, estaban desnudos. A unque no tenían vestiduras arti­
ficiales, los cubría la gloria de D ios (G énesis 2:25); pero
cuando pecaron, quedaron destituidos de esa gloria (Ro­
manos 3:23) y se vieron en la vergüenza de su desnudez
(Génesis 3:8-10). E n la B iblia las vestiduras representan
justicia y la desnudez, el pecado (G énesis 3:11). Adán y
Eva habían quedado destituidos de la justicia de Dios y
m erecían la m uerte. P ara tratar de cubrir su desnudez, se
hicieron unos delantales de hojas de higuera (Génesis 3:7)
y se escondieron de D ios. Pero D ios los buscó, les quitó
los delantales que ellos m ism os habían fabricado y les
dio túnicas de pieles confeccionadas por él m ism o (Gé­
nesis 3:21). A hora bien, p ara h acer estas túnicas de piel
era necesario que m u riera u n anim al. L a m uerte de ese
animal perm itió cu b rir la desnudez del hom bre.
En esta h erm o sa fig u ra D ios estaba ilustrando cómo
94 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

iba a salvar al hom bre. Jesús, el C ordero de D ios, tenía


que m orir para quitar el pecado del m undo (S. Juan 1:29)
y cubrir al hom bre con su ju sticia perfecta.
Cuántas veces no sucede que el hom bre procura re­
solver el problem a del pecado en su propia manera. Trata
de salvarse por sus propios esfuerzos. Pero sólo hay una
form a en que el hom bre puede ser salvo. El Cordero de
D ios m urió para cubrir la vergüenza de nuestra desnu­
dez espiritual. ¡He aquí la única solución al problema
del pecado!
* ry ■ . ’ *

El nuevo nacimiento
Pero en el m om ento del bautism o no sólo recibimos el
perdón. N o sólo queda m uerta y sepultada nuestra vida
antigua con Cristo, sino que resucitamos a una nueva vida
por el poder del Espíritu Santo. En Rom anos 6 el apóstol
Pablo no sólo dice que m orim os con Cristo en el mo­
mento del bautism o sino que resucitam os con él a una
nueva vida: “Porque som os sepultados juntam ente con él
para m uerte por el bautism o, a fin de que como Cristo
resucitó de los m uertos por la gloria del Padre, así tam­
bién nosotros andem os en vida nueva...Y si morimos con
Cristo, creem os que tam bién viviremos con él... Consi­
deraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo
Jesús, Señor nuestro” (Rom anos 6:4, 8 ,1 1 ).
A sí com o el gusano se sepulta en la crisálida para lue­
go nacer com o una nueva criatura, el pecador sepulta sus
pecados con Cristo en el bautism o para nacer de nuevo.
El apóstol Pablo nos dice en G álatas 3:27 que llegamos a
estar en Cristo cuando nos bautizam os y que el que “está
en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Si he­
m os resucitado a una nueva vida con Cristo, no vamos a
vivir com o antes. Estando libres del pecado no vamos a
querer arrastram os por el suelo com o gusanos.
COM O SOMOS SALVOS 95

En el día de Pentecostés, el apóstol Pedro no sólo afir­


mó que recibimos la rem isión o perdón de nuestros peca­
dos en el bautismo, sino que tam bién recibim os el don
del Espíritu Santo (H echos 2:38). Jesús le dijo a Nicode-
mo que debía nacer del agua y del Espíritu para poder
entrar al reino de Dios (S. Juan 3 :3 ,5 ), y cuando Jesús se
bautizó no sólo fue sepultado en el agua; tam bién des­
cendió sobre él el Espíritu Santo (S. M arcos 1:9-1 1).
¡Qué hermosa cerem onia nos dio el Señor para que
participásemos de la m uerte y resurrección de Cristo!
Cuando somos sepultados en las aguas, expiramos, deja­
mos de respirar por un m om ento. Cuando somos levanta­
dos, inspiramos o respiram os de nuevo. En el bautismo,
pues, Dios nos considera m uertos con Cristo y resucita­
dos con él. Habiendo m uerto al pecado y resucitado a
una nueva vida, disfrutam os de libertad pues el pecado
ya no se enseñorea de nosotros (Romanos 6:16-18). Es­
tamos bajo la gracia.

Una vida de santidad


El siguiente paso en el proceso de la salvación es la
santificación. C uando experim entam os el nuevo naci­
miento, Cristo entra en nuestras vidas y nos cambia el
corazón de piedra por uno de carne (Ezequiel 36:26).
En el monte Sinaí, Dios escribió los Diez Mandamien­
tos con letras de fuego sobre tablas de piedra con su pro­
pio dedo (Exodo 31:18). Pocos saben que el dedo de Dios
es el Espíritu Santo (com pare S. Mateo 12:28 con S. Lu­
cas 11:20). Así es que el Espíritu Santo escribió los Diez
Mandamientos. Ese m ism o Espíritu que escribió la ley
en el corazón de Jesucristo cuando vino al mundo (Sal­
mo 40:8; Hebreos 10:5-7), la escribe en nuestro corazón
cuando nacemos de nuevo (Jeremías 31:31-34). Como
resultado, ya no vivimos nosotros sino Cristo en noso­
tros y nuestras vidas cambian radicalmente (Gálatas 2.20).
% ESPER ANZA PARA EL PLANETA TIERRA

M uchos tienen un concepto erróneo de la salvación.


Aceptan a Cristo com o Salvador pero no com o Señor.
Quieren perdón, pero no pureza. D esean los privilegios
de la salvación sin los deberes de la vida cristiana. Quie­
ren la gracia, pero no quieren la ley. La Biblia enseña
que cuando nacem os de nuevo en Cristo, vam os a crecer
en él. El apóstol Pedro nos dice concerniente a esto: “ Cre­
ced en la gracia y el conocim iento de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo” (2 S. Pedro 3:18).
Se oye entre m uchos cristianos la declaración: “Una
vez que estoy en la gracia siem pre estaré en la gracia.
Una vez que m e salve nunca m e puedo perder”. Esto es
cierto siempre y cuando perm anezcam os en Cristo y crez­
cam os en él.
Volvamos a la historia que relaté al com ienzo de este
capítulo. La m ariposa que sale de la crisálida es hermosa
y libre, pero el cazador está siem pre al acecho para qui­
tarle la vida y añadirla a su colección. El cazador conoce
sus debilidades y está presto a atraparla. La única seguri­
dad para esta m ariposa es perm anecer dentro del refugio.
Si sale, aunque haya nacido de nuevo, correrá el riesgo
de caer en la red del enem igo y perecer.
A sí tam bién sucede con los que han nacido de nuevo
en Cristo. Sus vidas ahora son libres de pecado y están
llenas del gozo de Cristo; pero Satanás, el gran cazador,
está al acecho para atraparlos en sus redes y quitarles la
vida. El conoce sus debilidades y está presto a atraparlos.
N uestra única seguridad está en perm anecer en el refu­
gio, en C risto Jesús. Si nos aventuram os fuera de su al­
cance, correrem os el riesgo de caer en las redes del ene­
migo.
El b au tism o y el nuevo nacim iento no son un cura
lotodo. A lgunos p ien san que el bautism o los pon ra
m ás allá del alcan ce de la tentación, pero cuán eclulV°
cados están. Es d esp u és del bautism o cuando las ten
COMO SOMOS SALVOS 97

ciones del enemigo son m ás fuertes.


Cuando Jesús fue bautizado y el Espíritu Santo des­
cendió sobre el, se oyo la voz de su Padre que decía; “Este
es mi Hijo amado, en quien tengo com placencia” (S
Mateo 3:17). Esta declaración enojó en sobremanera a
Satanás. En los siguientes versículos (S. Mateo 4:1-10)
Jesús sufrió sus peores tentaciones, pero pudo vencer por
el poder del Espíritu Santo. Jesús no tuvo ninguna venta­
ja sobre nosotros. El m ism o poder que estuvo a su dispo­
sición para ayudarlo a vencer, está también a nuestro al­
cance. Cuando nos bautizam os y nacemos de nuevo, el
diablo se enoja y se lanza contra nosotros con furia reno­
vada; pero si clamamos por el poder del Espíritu Santo,
podremos vencer como Cristo venció.

¿Es posible la victoria total?


Muchas personas tienen lo que yo llamo un “comple­
jo de derrota”. Creen que es imposible vencer el pecado.
Aunque es cierto que por nosotros mismos no podemos
jamás vencer el pecado, si entregamos nuestra voluntad
al poder de Cristo, ¡la victoria es segura! Escudriñemos
algunos textos que afirm an este hecho. El apóstol Juan
en su primera epístola dice: “Todo aquel que es nacido
de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios
permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de
Dios... Todo aquel que permanece en él, no peca; todo
aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido (1 S.
Juan 3:9, 6). Judas 24 dice: “A aquel que es poderoso
para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha e-
lante de su gloria con gran alegría” .
Aun el gran apóstol de la justificación por la fe a s e a ­
ra: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipen-
ses 4:13). “N o os ha sobrevenido ninguna tentación que
no sea humana; pero fiel es Dios, que no os ejara ser
tentados más de los que podéis resistir, sino que

4—E.P.E.P.T.
98 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

bién juntam ente con la tentación la salida, para que po­


dáis soportar” (1 Corintios 10:13). Podemos ser llenos
de “toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:19) y llegar a ser
“un varón perfecto, a la m edida de la estatura de la pleni­
tud de Cristo” (Efesios 4:13). Si no fuera posible vencer,
Dios estaría mintiendo al dam os estas promesas. Cuando
decimos que es imposible conquistar el pecado, estamos
limitando el poder de Dios.
Después de nuestro nuevo nacimiento, la vieja natura­
leza cam al no desaparece. Aún está allí latente y hará
todo lo posible por recuperar su dominio sobre nosotros.
Por eso el apóstol Pablo nos dice que por el Espíritu de­
bemos hacer morir las obras de la carne (Romanos 8:13).
El apóstol descubrió en su propia vida lo que experimen­
tamos todos y es que cuando nos entregamos a Cristo
com ienza una guerra entre la carne y el Espíritu. En su
Epístola a los Gálatas, Pablo describe esta batalla: “An­
dad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.
Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del
Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí,
para que no hagáis lo que quisiereis... Pero los que son
de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y
deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por
el Espíritu” (Gálatas 5:16-17, 24-25).
Esta guerra se realiza cada instante de cada día. Es
una batalla sin tregua. Pablo reconoció esto cuando afir­
mó, “cada día m uero” (1 Corintios 15:31), y Jesús nos
instó a cargar nuestra cruz diariamente (S. Lucas 9:23).
Si estam os m uertos al pecado y vivos para Dios en Cris­
to Jesús, no podem os perm itir que el pecado reine en
nuestro cuerpo m ortal para que le obedezcamos en sus
pasiones. Ya no debem os presentar nuestros “miembros
al pecado com o instrum entos de iniquidad”, sino antes
debem os presentam os “a Dios como vivos de entre los
m uertos” y nuestros “m iem bros a Dios como instrumen-
COMO SOMOS SALVOS 99

tos de justicia” (Rom anos 6:12-13).


Oios no desea que nos conform em os meram ente con
pedirle perdón por nuestras derrotas vez tras vez. El quiere
que le tributemos alabanza y gratitud por las victorias
que hemos ganado sobre el enem igo por medio de su gra­
cia y poder.
Es cierto que después del bautism o pecamos, pero no
es por la debilidad hum ana ni porque falta el poder de
Dios, sino porque soltam os el brazo de Dios y dejamos
de depender de él. Cuando pecam os, el Señor no nos
abandona. Si acudim os a él con un corazón contrito, nos
recibirá con los brazos abiertos. El mismo San Juan, quien
dijo que los que nacen de Dios y perm anecen en él no
pecan (1 S. Juan 3:6, 9), tam bién nos consuela con las
siguientes palabras: “ Hijitos m íos, estas cosas os escribo
para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, aboga­
do tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 S.
Juan 2:1).

¿Cómo podemos vencer el pecado?


El secreto de la victoria sobre el pecado se halla en
varios de los versículos que hem os citado antes. N ote­
mos, (1) hay que “nacer de D ios” y perm anecer en él; (2)
Dios es poderoso para guardam os sin caída; (3) cuando
somos tentados, él nos da la vía de escape; (4) Cristo nos
fortalece. Todos estos son conceptos m uy herm osos, pero
en términos prácticos, ¿cóm o llegan a form ar parte de la
misma fibra de nuestro ser? ¿Cóm o se convierten estas
palabras en una experiencia viva y personal con Dios?
Veamos otros pasajes de la B iblia que nos ayudan a con­
testar más cabalm ente estas preguntas tan im portantes.
Dios ha provisto tres m edios para que venzam os el
pecado y lleguemos a asem ejam os a Cristo, y éstos se
hallan ilustrados en el antiguo santuario hebreo. El san­
a n o hebreo tenía un patio o atrio, delim itado por una
1oo ESPERANZA PARA EL PLA N ETA T IE R R A

cerca, dentro del cual se hallaban dos m uebles: el altar


del sacrificio y una fuente de agua lim pia. E n el altar del
sacrificio se derram aba la sangre de anim ales, que repre­
sentaba la sangre de C risto que iba a m o rir p ara redim ir­
nos del pecado. L a fuente representaba la regeneración o
el nuevo nacim iento p o r el poder del E spíritu Santo (Tito
3:5). Tam bién en el atrio se hallaba un ed ificio con dos
apartam entos. El prim ero de ellos se llam aba el “lugar
santo” y el segundo el “lugar santísim o” . E n el lugar san­
to es donde hallam os los tres m edios p ara vencer el peca­
do y asem ejam os a Cristo.
Allí había tres m uebles. El prim ero se hallaba al norte
y era una m esa de oro con doce panes sin levadura. El
segundo se encontraba al occidente y era un altar de oro
en donde se quem aba incienso. El tercer m ueble estaba
hacia el sur y era un candelabro de oro que tenía siete
brazos. A l extrem o de cada brazo se hallaba una mecha y
un recipiente con aceite de oliva.
¿Q ué representaban estos tres m uebles?
E m pecem os con la mesa de los panes. El pan sin leva­
dura representa la palabra de D ios. El profeta Isaías com­
para el pan con la palabra de D ios en Isaías 55:10-11:
“Porque com o desciende de los cielos la lluvia y la nieve,
y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germi­
nar y producir, y d a sem illa al que siem bra, y pan al que
com e, así será m i palabra que sale de mi boca; no volve­
rá a m í vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será pros­
perada en aquello para que la envié” .
E n el m onte de la tentación el Señor le dijo al diablo:
“N o sólo de pan vivirá el hom bre, sino de toda palabra
que sale de la b o ca de D ios” (S. M ateo 4:4). Después de
alim entar a 5 .0 0 0 hom bres con cinco panes y dos peces,
Jesús invitó a los presentes a que com ieran su carne y
bebieran su sangre. E sto no puede tom arse literalmente,
pues la B iblia condena el canibalism o. Jesús mismo ex-
COMO SOMOS SALVOS 101

plico que el Espíritu es el que da vida; la carne para


nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son
espíritu y son vida” (S. Juan 6:63). Las palabras de Cris­
to son las que dan vida, no su sangre y carne literal. En el
estudio de la Palabra asimilamos a Cristo; él llega a ser
carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Mien­
tras más tiempo pasemos con la Palabra, más poder reci­
biremos de Cristo para vencer el pecado. Bien dijo el
salmista: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con
guardar tu palabra... En mi corazón he guardado tus di­
chos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:9, 11). Jesús
dijo: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he
hablado” (S. Juan 15:3). Y el apóstol Pablo afirma que la
iglesia es santificada y limpiada “en el lavamiento del
agua por la palabra ” (Efesios 5:26).
El altar de oro donde se ofrecía el incienso, represen­
ta los méritos de Cristo que se mezclan con las oraciones
de sus hijos (Apocalipsis 8:3-4; Salmo 141:2). La ora­
ción es el segundo medio por el cual vencemos el pecado
y nos asemejamos a Cristo. Nadie puede venir al Padre
sino por medio de Cristo (S. Juan 14:6). Debemos orar
sin cesar (Efesios 6:18). La oración es el aliento del alma;
es la llave en la mano de la fe que abre los tesoros del
cielo; es conversar con Dios como con un amigo. En la
oración debemos pedir perdón, pero también es nuestro
deber alabar a Dios por victorias alcanzadas. El oído
omnisciente se deleita en escuchar aún las cosas más in­
significantes que turban nuestra alma.
El candelabro tenía com o fin alumbrar el santuario.
Así como el sol es la luz física del mundo, Jesucristo es
su luz espiritual. El Señor declaró de sí mismo: “Yo soy
la luz del m undo” (S. Juan 8:12), pero también dijo de
sus seguidores: “Vosotros sois la luz del m undo (a.
Mateo 5:14). Jesús es com o el sol que tiene luz propia y
original. N osotros som os com o la luna que re ejamos a
102 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

luz del sol. Si estam os conectados con C risto por medio


de la oración y el estudio de su Palabra, entonces po­
dremos reflejar su luz a un m undo que perece en las
tinieblas. M uchos cristianos se deleitan en orar y estu­
diar la Biblia, pero no reflejan su luz a otros. Cuando el
Señor ha entrado en nuestro corazón será un deleite ha­
blar de él.
El capítulo 5 de San M arcos describe cómo Jesús sanó
a un endemoniado en la región de Gadara. Este hombre
habitaba en el cem enterio y ni aún con cadenas y grillos
lo podían sujetar. Andaba desnudo y con el cuerpo corta­
do y herido por las rocas. De día y de noche daba voces
en los m ontes y en los sepulcros. ¡Qué espectáculo tan
triste!
Cuando Jesús le preguntó al espíritu inmundo su nom­
bre, éste respondió que se llam aba legión porque eran
m uchos y le rogó al Señor que no lo m andara fuera de
esa región (S. M arcos 5:10), sino a unos puercos que es­
taban paciendo cerca del lugar. Cuando Jesús accedió a
su petición, los dem onios tom aron control de los puercos
y los despeñaron al m ar y se ahogaron todos. ¿Por qué no
querían los dem onios salir de aquella zona? ¿Por qué pi­
dieron entrar en los puercos?
C uando los dueños de los puercos se dieron cuenta de
su gran pérdida económ ica se enojaron mucho y le pidie­
ron a Cristo que se fuera de esa región. Allí está la razón
por la cual los dem onios pidieron entrar en los puercos.
Sabían que los dueños, al sufrir su pérdida le iban a pedir
a Jesús que abandonara la región. Pero los demonios no
se salieron con la suya. U n corto tiem po después el que
había estado endem oniado estaba sentado a los pies de
Jesús, vestido y en su cabal juicio. El le rogó a Jesús que
le perm itiese irse con él, pero Jesús le dijo: “Vete a tu
casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor
ha hecho contigo, y cóm o ha tenido misericordia de ti
COMO SOMOS SALVOS 103
(S. Marcos 5:19). ¡Qué historia tenía este hornto*
contar! El que había sido librado por la grada de Cristo
ahora llego a ser su misionero, su testigo, ’

Debemos pasar tiempo con Cristo


Hemos estudiado brevemente los tres secretos de una
vida santificada. En e estudio de su Palabra, Cristo nos
habla a nosotros. En la oración nosotros hablamos con
Cristo, y en la testificación hablamos a otros de Cristo
Esto es lo que llamo el “triángulo de la santificación”. ’

CRISTO

El fundamento de este triángulo es la ^ u m c a c i ó ^


Mientras más tiem po paso hablando con ®su ’ . re^a_
do a Jesús y hablando de Jesús, mas ue: e;
ción con él y m ás victorias ganare En o n0S0tr0s
apóstol Pablo expresó este pnncipio. „« ’esoeio la
todos, mirando a cara descubierta com o , . en g\0_
gloria del Seftor, som os ^ 0* |E s p í r i W d e l Señor” ,
na en la m ism a im agen, com o por el P versiCu-
La palabra “transform ados” que apare vjene nues.
lo procede del vocablo metamorfoeo, ■ ¿nnados a la
palabra “m etam orfosis” . Som os Si nuestra
imagen y sem ejanza de lo que vem os y ° . rQ s¡ se
mente se concentra en C risto, serem os co >
104 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

explaya en las cosas del m undo, serem os com o el mun­


do. La gran batalla contra el pecado se gana o se pierde
en la mente. Por eso debem os constantem ente concentrar
nuestra mente en Cristo y en las cosas espirituales, y no
en nosotros m ism os y en las cosas del mundo.
Vemos la im portancia de la m ente en la historia de
Acán que se halla registrada en Josué 7. Cuando el pue­
blo de Israel destruyó a Jericó, Dios les prohibió termi­
nantemente que tom aran alguna cosa que estaba en la
ciudad. Pero Acán desobedeció a Dios. Es interesante ver
los cuatro pasos que dio A cán en su transgresión. Los
encontramos registrados en el versículo 21: “Vi entre los
despojos un m anto babilónico m uy bueno, y doscientos
sid o s de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta
sid o s, lo cual codicié y tomé ; y he aquí que está escondi­
do bajo tierra...”
A veces pensam os que el pecado es actuar mal, pero
en realidad es pensar mal. Acán pecó antes de tomar es­
tas cosas, pues perm itió que su mente codiciara lo que
sus ojos habían contemplado. Hay que vencer el pecado
en la m ente antes que podamos vencerlo en la acción. Si
m antenem os una íntima comunión con Cristo por medio
de la oración, el estudio de la Biblia y la testificación a
otros, podrem os vencer la tentación en el momento que
nos llega; pero si nuestra mente se explaya sobre aquello
que es vil, sufriremos una derrota tras otra en nuestra
vida espiritual. Por eso el apóstol Pablo dice: “Por lo de­
más, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo hones­
to, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo
que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna
alabanza, en esto pensad ” (Filipenses 4:8). El m ism o
apóstol nos insta a no conformam os a este mundo sino a
ser reformados por la renovación de nuestra mente, para
que así podamos saber cuál es “la buena voluntad de D ios,
agradable y perfecta” (Romanos 12:2).
COMO SOMOS SALVOS 105

Algunos cristianos se preguntan por qué sufren una


derrota tras otra en su vida espiritual. Tal vez la razón
principal se halle en la form a cóm o emplean su mente.
Ilustremos esto. Si una persona perm ite que su mente se
espacie en las telenovelas, ¿cóm o será esa persona? Las
telenovelas enfatizan el adulterio, la mentira, las sospe­
chas, la deshonestidad y todo lo que condena la Palabra
de Dios. Cuando una persona ve estas cosas, su mente se
adapta a ellas y se corrom pe. Pero cuando estudia la Bi­
blia, ésta reprende las inclinaciones inicuas del corazón
y tiene poder transform ador. Desenmascara los deseos
del corazón pecam inoso y nos manda a Cristo para reci­
bir sanidad.
La mente se adapta a aquello sobre lo que se le permi­
te concentrarse. Si dedicam os nuestro tiempo para ver y
oír lo que es vil, nuestra vida reflejará vileza. Pero si de­
dicamos nuestro tiem po para concentram os en lo que es
puro y santo, nuestra vida será pura y santa. Como el
hombre piensa en su corazón, así es él.
En cierta ocasión los discípulos se hallaban en un bote
sobre el m ar de Galilea. El m ar estaba agitado y los discí­
pulos se atem orizaron. De repente apareció un personaje
que caminaba sobre las aguas. Los discípulos se llenaron
de terror pues creían estar viendo un fantasma (S. Mateo
14:26). Cuando Jesús les dijo: “ ¡Tened ánimo; yo soy, no
temáis!” (S. M ateo 14:27), el apóstol Pedro le pidió a
Jesús que le perm itiera andar sobre las aguas y Jesús con
sintió con su pedido. M ientras Pedro mantuvo sus ojos
fijos en Jesús todo estuvo bien, pero cuan o os aPa ®
del M aestro y los puso en las olas y el vien o y ^
sobre sus com pañeros, se em pezó a hun ir.
nos enseña una gran lección en cuanto a a v
el pecado. C uando quitam os nuestra vis a er0
por un instante, nos hundim os en el m ar P
eon los ojos fijos en él, harem os lo impos
106 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

La única esperanza de vencer el pecado se halla en


mantener los ojos fijos en Jesús. Por esto el libro de He­
breos nos insta a despojamos “de todo el peso y del peca­
do que nos asedia” y a correr “con paciencia la carrera
que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el
autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:1-2).

La fe y las obras
M uchos se sienten inquietos cuando se les habla de la
victoria sobre el pecado. Anhelan a Cristo como Salva­
dor pero no como Señor. Afirman con audacia: “Soy
salvo por gracia y mis obras nada tienen que ver con mi
salvación”.'Estas personas quieren seguir viviendo como
siempre lo han hecho y disfrutar al mismo tiempo de la
seguridad de la salvación. Esto nos trae al tema de la fe y
las obras.
El testimonio bíblico parece ser contradictorio en ma­
teria de fe y obras. El apóstol Pablo afirma categórica­
mente: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado
por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28), pero el
m ism o apóstol dice: “Porque no son los oidores de la ley
los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán
justificados (Romanos 2:13). El apóstol Pablo declara en
repetidas ocasiones que la salvación es por la fe, pero
luego dice que seremos juzgados por nuestras obras (Ro­
manos 2:6). Si soy salvo por la fe, ¿no sería lógico que
D ios me juzgara también por la fe?
Pero el panorama se complica aún más cuando el após­
tol Pablo nos dice que Abrahán fue justificado por la fe
(Rom anos 4:3) y Santiago declara que fue justificado por
las obras (Santiago 2:21), y que “el hombre «justifica­
do por las obras, y no solamente por la fe (Santiago>2.
¿Cómo reconciliamos estas aparentes discrepa
el testim onio bíblico en cuanto a la fe y as ° ra?_ , e[
que la respuesta se halla en Efesios 2:8-10, en donde
COM O SOM OS SALVOS 107

apóstol Pablo em plea tres palabras claves: gracia, fe y


obras. Citemos prim ero los versículos 8-9: “Porque por
gracia sois salvos por m edio de la fe; y esto no de voso­
tros, pues es don de D ios; no por obras, para que nadie se
gloríe”.
Muchos cristianos dejan de leer en el versículo 9 y
llegan a la conclusión de que D ios no exige buenas obras.
Pero leamos el versículo 10: “Porque somos hechura suya,
creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antem ano para que anduviésem os en ellas” .
La gracia es la m ano de D ios que se extiende al hom ­
bre y la fe es la m ano del hom bre que se extiende en
respuesta a Dios. Cuando la m ano de la fe se aferra de la
mano de la gracia, habrá buenas obras. Pero éstas han
sido preparadas por D ios para que andem os en ellas. Por
haber nacido de nuevo en Cristo, él hace las obras en
nosotros. Pablo y Santiago no se contradicen, simplemente
están luchando contra dos diferentes enem igos del Evan­
gelio. Pablo les escribe a los judíos, quienes creían que si
se portaban bien D ios los tenía que salvar. Las “obras de
la ley” que m enciona San Pablo son m alas porque se ha­
cen para ganar méritos ante Dios. Pablo se enfrentó a aque­
llos que dicen, “si guardo la ley, D ios m e va a salvar”.
Pero Santiago se enfrentó a otro enem igo m ortal del
Evangelio de C risto. Según parece, algunos cristianos
—como sucede tam bién hoy día— habían tergiversado
la teología de Pablo y decían que com o eran salvos por
fe, las obras no tenían ninguna im portancia; decían que
tenían fe, pero entraban a la iglesia cuellierguidos e igno­
raban las obras de caridad en favor de los necesitados
(ver Santiago 2:14-16). Las obras para Santiago son aque­
llas que vienen com o fruto de la salvación. Si Pablo y
Santiago vivieran hoy, Pablo diría: “Por gracia sois sal-
^os por medio de la fe” . “A m én”, respondería Santiago,
P°r una fe que obra” .
108 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Las obras son la evidencia de una fe genuina, son el


fruto de la salvación. Las obras no nos salvan, pero sí
revelan que hem os sido salvos. La fe sin obras es muerta;
una fe viva producirá buenas obras. Por eso es que somos
salvos por la fe, pero serem os juzgados por obras. En el
juicio las obras dem ostrarán si nuestra fe fue genuina.
La fe y las obras son com o los rem os de un bote: se
necesitan los dos para avanzar en línea recta en la vida
cristiana. En mis clases de Teología a veces les pregunto
a los alumnos: “Cuando un autom óvil em pieza a rodar,
¿se mueven prim ero las ruedas de adelante o las de atrás?”
No falta un alum no que diga: “Depende si el automóvil
es de tracción delantera o trasera”. Pero en realidad no es
así. Si la tracción es trasera, en el m ism o instante en que
se mueven las ruedas de atrás se mueven las de adelante
también. Así ocurre con la fe y las obras. La fe es el po­
der que im pulsa nuestra vida espiritual y las obras vienen
como resultado. Cuando la fe se mueve, las obras siguen.
En el capítulo 11 de Hebreos hallam os una descrip­
ción vivida de lo que es la fe genuina. Los héroes se des­
criben com o poderosos en obras. N o menos de veinte
veces se em plea la expresión “por la fe”, seguida por una
descripción del fruto que siguió a la fe. Abel ofreció el
sacrificio, Enoc caminó con Dios, N oé construyó el arca,
A brahán obedeció a Dios al salir de Ur, Jacob bendijo a
sus hijos, M oisés rehusó ser llam ado el hijo de la hija de
Faraón y escogió el vituperio de Cristo antes que las ri­
quezas de Egipto, Israel pasó el m ar Rojo, Rahab recibió
a los espías. ¡Qué gran descripción de la fe en acción!
L a fe no es algo que existe en la m ente sino en el cora­
zón, no tiene que ver tanto con creer en algo sino en al­
guien, y ese alguien es Cristo. Santiago dice que aun los
dem onios creen que Dios es uno y tiemblan. No es sufi­
ciente creer que Cristo m urió y resucitó, hay que confiar
en él com o Salvador y Señor. Si la fe no transforma núes-
COMO SOMOS SALVOS 109

W forma df f nsa" y actu,ar> tendrem os meramente la


apariencia de la p ied ad sin la eficacia de ella (2 T m S »

En un capítulo anterior hablam os de un policía que


pago la m ulta de alg u ien q u e había excedido en gran
medida el lim ite de velocidad. Estaba bajo la pena de la
ley hasta que la g racia del policía pagó su deuda Pero la
gracia no le dio lib ertad de exceder el lím ite de velocidad
cuando quisiera. L a gracia no nos da licencia para des­

Cuando nos entregam os de verdad a Cristo y nacemos


de nuevo, todo cam bia. L o que antes nos gustaba, ya no
nos gusta; y lo que antes no nos gustaba, ahora nos gusta.
El que se ha entregado a C risto experim enta un cambio
radical. Su form a de vestir cam bia. Ya no come ni bebe
aquello que le daña el cuerpo, que es el templo del Espí­
ritu Santo. Lo que antes veía y leía, ahora le resulta re­
pulsivo. L a m úsica m undana que antes le agradaba, le
resulta aborrecible. L a lengua que antes era ociosa y li­
viana, ahora le tributa gloria a Dios. Los talentos, el di­
nero, el tiem po y las fuerzas que se empleaban para el
reino de Satanás, se consagran al servicio de Dios. Ahora
nos agrada orar, estudiar la Biblia y hablar a otros de Cris­
to. Las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas.
Donde antes éram os siervos del pecado, ahora somos sier­
vos de la ju sticia (R om anos 6:18). iOh, maravillosa trans­
formación! . ~ _
Esto no sig n ifica que la vida cristiana va a ser
que todas las tareas van a ser agradables. Des -
he lavado los b añ o s de la casa cada jueves , «M
para el sábado, que es el día de reposo. ^ ^ hagQ porque
la tarea m ás agradable, sin em bar| ’ quiero ayudarle
mi esposa lo exige, sino porque 1 * A lgunas tareas
en los quehaceres de la ^ ^ » 0 ^ n iT m ás agra-
que tendrem os que hacer por Cristo no
110 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

dables, pero las hacemos porque lo amamos. Los márti­


res entregaron sus vidas en sacrificio a Dios. No era nada
placentero morir quemado en la hoguera, pero prefirie­
ron ser leales a Cristo y morir, que ser desleales y vivir.
Por amor al Señor entregaron sus vidas.
La evidencia de la fe genuina y el am or sincero está en
la obediencia, Jesús dijo: “ Si me am áis, guardad mis
mandamientos... El que tiene mis mandamientos, y los
guarda, ése es el que me ama” (S. Juan 14:15, 21). San
Juan, el discípulo amado, afirm a categóricamente: “Y en
esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos
sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda
sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no
está en él” (1 S. Juan 2:3-4). “Hijitos míos, no amemos
de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 S.
Juan 3:18). “Pues este es el am or a Dios, que guardemos
sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravo­
sos” (1 S. Juan 5:3).

La cruz y la ley
En la Biblia se mencionan dos montes que guardan
una relación estrecha con nuestra salvación. El primero
de ellos es el monte Sinaí (el m onte de la ley) y el segun­
do es el monte Calvario (el monte de la gracia). A mu­
chos les encanta hablar del monte Calvario (el monte de
la gracia), pero no les gusta que se diga nada en cuanto al
monte Sinaí (el monte de la ley). Estas personas ignoran
que antes que una persona pueda visitar el monte Calva­
rio, tiene que pasar por el monte Sinaí. ¿Por qué es así?
En el monte Sinaí Dios reveló su ley (ver Exodo 19 y
20). Como ya hem os visto, esta ley condena el pecado y
como todos hem os pecado, estam os todos bajo condena­
ción. Toda la raza hum ana está bajo sentencia de muerte
por desobedecer la ley del m onte Sinaí. Esa ley no nos
puede perdonar ni cambiar, pero sí nos puede mostrar
COM O SOMOS SALVOS 111

que necesitamos el perdón y la gracia. N adie puede ha­


blar de la gracia sin hablar al m ism o tiem po de la ley.
Ilustremos este punto.
Supongamos que cierto día voy a visitar al m édico de
familia para que me haga el exam en físico anual. Al ha­
cerme varios análisis, descubre que tengo cáncer. O bvia­
mente el médico no tiene la culpa de mi cáncer por ha­
berlo detectado; m ás bien m e está haciendo un favor al
detectarlo, pues ahora voy a buscar a un cancerólogo que
pueda curar mi terrible enferm edad.
En efecto, el m édico m e dice: “Yo no puedo curar tu
cáncer, pues soy experto tan sólo en detectarlo; pero co ­
nozco a un m édico que no ha perdido ni un solo caso.
Ha curado el 100 por ciento de los pacientes que han
ido a él” .
Si yo no supiera que tengo cáncer, no buscaría a quien
lo sanara, ¿verdad? Sería ridículo que yo dijera: “El m é­
dico tiene la culpa de m i cáncer por haberlo detectado.
Tengo que deshacerm e del m édico y se arreglará el pro­
blema de mi cáncer” . El problem a no es el médico sino el
cáncer. El m édico es bueno y el cáncer es malo. Tengo
que conseguir quién sane el cáncer, no quién me deshaga
del médico.
Asimismo, cada ser hum ano padece del cáncer del
pecado. Es la ley de D ios la que trae a luz nuestro pecado
y nos m uestra la necesidad que tenem os de sanidad. Si
no fuera por la ley, no sabríam os que estam os enfermos y
no buscaríam os una cura. La ley no es m ala por revelar
nuestro pecado. D eshacerse de la ley no resuelve absolu­
tamente nada. N o es la ley la que necesita arreglo sino
nosotros. Sin em bargo, m uchos cristianos creen que cla­
vando la ley a la cruz resuelven el problem a del pecado.
Nadie puede hablar de la gracia sin hablar de la ley. La
ley detecta nuestro pecado y nos m anda a Cristo, el gran
Salvador. La ley es el ayo que nos conduce a Cristo (ver
112 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Gálatas 3:19,24). Si no fuera por la ley no sabríamos que


necesitamos la gracia. ¡Anular la ley es anular la gracia!
Hablaba una vez con cierto cristiano que me decía:
“Yo no necesito la ley, pues estoy bajo la gracia”. Le res­
pondí con una pregunta: “Amigo, ¿para qué necesita us­
ted la gracia si no hay ley?” Me dijo luego: “No entiendo
lo que me quiere decir7’. “Está bien — le dije— , permíta­
me hacerle otra pregunta: ¿Usted se arrepiente?” “Claro
que sí”, me respondió. Luego le pregunté: “¿Y de qué se
arrepiente?” Inmediatamente me respondió: “Me arre­
piento del pecado” . Luego le hice una última pregunta:
“Y ¿qué es el pecado del cual usted se arrepiente?” Esta
vez no contestó enseguida. Más bien se mostró perplejo
y confundido. Después de una larga pausa me dijo entre
titubeos: “El pecado del cual me arrepiento es la trans­
gresión de la ley, pues ‘el pecado es la transgresión de la
ley’ (1 S. Juan 3:4)”. Luego le dije: “¿Se da cuenta, mi
amigo, que sí no fuera por la ley que revela su pecado, no
sentiría la necesidad de arrepentirse y de acudir a Cristo
para recibir su gracia?”
Cuando vamos a la cruz del Calvario, vemos la ley y la
gracial Veo colgado allí a Cristo, quien sufrió la conde­
nación de la ley al cargar sobre sí los pecados de todo el
mundo. Veo a Cristo condenado por mis transgresiones
de la ley. Lo veo sudando grandes gotas de sangre en el
Getsemaní; lo veo transitando la Vía Dolorosa hasta el
Gólgota. Lo veo sangrando profusamente de su cabeza,
su espalda, su costado, sus manos y sus pies. Lo oigo
clam ar con angustia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?” Lo veo colgado desnudo entre el cielo
y la tierra, sufriendo el escarnio de los que vino a salvar,
y clamo a gran voz: “¿Por qué, Señor, por qué?” Me res­
ponde: “Tus pecados (transgresiones de la ley) han sido
colocados sobre mí y la paga de ellos es la muerte .
o En el Calvario veo la ley que condenó a Cristo por mis
COM O SOMOS SALVOS 113

pecados y veo tam bién la gracia, pues Cristo pagó la deuda


en mi lugar. Al venir al Calvario debo sentir am or y odio
Odio hacia el pecado que colocó a Cristo en la cruz y
amor por el Salvador que sufrió en mi lugar. Mientras
más me acerco a la cruz, m ás aborrezco el pecado y más
amo a Cristo. N adie puede am ar el pecado y a Cristo a la
misma vez. N adie puede am ar a Cristo y aborrecer la ley
Una visión constante de la cruz me llevará a apartarme
del pecado que clavó a Cristo allí. El am or que se m ani­
festó en la cruz despierta am or en mi corazón. La cruz es
como un poderoso im án (ver S. Juan 12:30-33) que nos
atrae a Cristo y nos induce a amarle. Al venir a la cruz
debo decir: “Señor Jesús, te amo pero odio el pecado por
lo que te hizo . U na visión constante de la cruz nos mos­
trará el carácter perverso del pecado y el am or inmarce­
sible de Cristo. M ientras más nos acerquemos a Cristo,
más aborrecerem os el pecado y m ás lo amaremos a él.
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva;
porque el primer cielo y la primera tierra pasaron,
y el mar ya no existía más.
Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén,
descender del cielo, de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su marido.
Y oí una gran voz del cielo que decía:
He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres,
y él morará con ellos;
y ellos serán su pueblo,
y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos;
y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto,
ni clamor, ni dolor;
porque las primeras cosas pasaron

Apocalipsis 21:1-4

H ay un m undo feliz m ás allá

Hay un mundo feliz más allá,


donde cantan los santos en luz,
tributando eterno loor
al invicto, glorioso Jesús.

En el mundo feliz
reinaremos con nuestro Señor,
en el mundo feliz
reinaremos con nuestro Señor.

T. M. Westrup
C apítulo 7

Emanuel para Siempre

esús se encontraba en el aposento alto con sus discí­


J pulos. Acababa de lavarles los pies y de celebrar la
cena de la Pascua. Ya el diablo había entrado en el cora­
zón de Judas, quien se encontraba en camino para finali­
zar la entrega del Maestro. Después de la cena Jesús les
dijo con gran ternura a sus discípulos: “Hijitos, aún esta­
ré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a
los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy,
vosotros no podéis ir” (S. Juan 13:33). Estas palabras
angustiaron al apóstol Pedro quien le preguntó al Maes­
tro: “Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde
yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás des­
pués” (S. Juan 13:36). Pedro no quedó satisfecho con la
respuesta de Jesús. No quería seguir a Jesús después, sino
inmediatamente. Con desesperación, el apóstol le pregun­
tó a Jesús otra vez: “¿Por qué no te puedo seguir ahora?
Mi vida pondré por ti” (S. Juan 13:37).
Los discípulos habían pasado casi tres años y medio
con Jesús. Durante este tiempo habían aprendido a amar­
lo. Vivir sin la presencia del Maestro sería imposible para
ellos. Jesús sabía que el corazón de sus seguidores estaba
triste y por eso les dio una de las promesas más hermosas
de las Escrituras: “No se turbe vuestro corazón; creéis en

115
116 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre mu­


chas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho;
voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y
os preparare lugar, vendré otra vez, y os tom aré a mí mis­
mo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”
(S. Juan 14:1-3).
No hay nada que Jesús anhele más que estar con aque­
llos que ha redimido. En la oración que elevó a su Padre
justo antes de su arresto, Jesús expresó el anhelo más
íntimo de su alma: “Padre, aquellos que me has dado,
quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo”
(S. Juan 17:24). En el mismo umbral de su pasión y muer­
te, a Jesús no le preocupaba la corona de espinas, ni la
espalda lacerada, ni los clavos de la cruz. Estaba dispues­
to a sufrir cualquier ignominia con tal de que algún día
pudiera llevarse consigo, a la casa de su Padre, a todos
los que tanto amaba (ver S. Juan 17:20). ¿Por qué anhela
Cristo estar con nosotros? ¿Qué lo vincula a la raza hu­
mana para que desee estar con ellos?
La respuesta está en San M ateo 1:23: “He aquí, una
virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nom­
bre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”.
Cuando Jesús se encam ó, llegó a ser carne de nuestra
carne y hueso de nuestro hueso. Se hizo nuestro herma­
no; es uno de los nuestros. “Y aquel Verbo fue hecho
carne, y habitó entre nosotros” (S. Juan 1:14). Jesús no
tomó sobre sí la humanidad tan sólo durante su ministe­
rio terrenal. Conservó su naturaleza hum ana aun después
de su resurrección. Cuándo se Ies apareció a los discípu­
los la noche después de la resurrección, ellos creían que
veían a un fantasma, pero Jesús les dijo: “ Mirad mis ma­
nos y mis pies, que yo mismo soy .; palpad y ved; porque
un' espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo
tengo” (S. Lucas 24:39). Luego Jesús comió parte de un
pez asado y un panal de miel.
EMANUEL PARA SIEMPRE 117

En esta ocasión no estaba presente Tomás. Cuando los


demás discípulos le dijeron que habían visto al Señor, él
se negó a creerles: “Si no viere en sus manos la señal de
los clavos, y m etiere mi dedo en el lugar de los clavos, y
metiere mi m ano en su costado, no creeré” (S. Juan 20:25).
Ocho días m ás tarde, Jesús visitó de nuevo a los discí­
pulos estando presente Tomás. El M aestro le dijo: “Pon
aquí tu dedo, y m ira m is m anos; y acerca tu mano, y m é­
tela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (S.
Juan 20:27). ¡Jesús aún poseía carne y huesos después de
su resurrección!
He aquí la razón por la cual anhela tanto estar con no­
sotros. Cuando se encam ó, llegó a ser parte de la familia
humana. Al entregar su cetro en manos del Padre y al
asumir la hum anidad, lo hizo para siempre. Se ha identi­
ficado con nosotros y no se avergüenza de llam am os her­
manos (H ebreos 2:11). Som os su fam ilia y quiere estar
con nosotros. C oncerniente a esto dice Elena de White:
“Al tom ar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con
la hum anidad p o r un vínculo que nunca se ha de romper.
A través de las edades eternas, queda ligado con noso­
tros... Para aseguram os los beneficios de su inmutable
consejo de paz, D ios dio a su Hijo unigénito para que
llegase a ser m iem bro de la fam ilia humana, y retuviese
para siem pre la naturaleza hum ana... En Cristo, la fam i­
lia de la tierra y la fam ilia del cielo están ligadas. Cristo
glorificado es nuestro herm ano. El cielo está incorpora­
do en la hum anidad, y la hum anidad, envuelta en el seno
del A m or In fin ito ”.1
¡Qué increíble! El que nunca tuvo com ienzo y nunca
tendrá fin; el que creó todo el universo de la nada, y lla­
mó a la existencia a las innum erables galaxias del espa­
cio infinito; el que sustenta todo con la palabra de su po­
tencia, se hizo hom bre para salvam os, y conservará su
hum anidad p o r los siglos de los siglos sin fin. El es la
118 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

escalera que vio Jacob en su sueño, que estaba asentada


en la tierra y cuya cim a alcanzaba hasta el m ás alto cielo
(ver S. Juan 1:51). Jesús ha vinculado el cielo y la tierra
al hacerse hom bre, y este vínculo nunca se ha de romper.
Cuando el prim er A dán le entregó el dom inio del m un­
do a Satanás, se hizo necesario que viniese un segundo
Adán para arrebatarle a Satanás lo que le había quitado
al hombre. Jesús es ese segundo Adán (ver Romanos 5:12-
21; 1 Corintios 15:45). Para siem pre Cristo será el repre­
sentante de la raza hum ana, para siem pre será Dios con
nosotros. He aquí la esencia del m isterio de la piedad. El
gran Dios llegó a ser carne para siem pre. Su humillación
es eterna. No cabe duda de que lo que Jesús m ás quiere
es estar con su familia. Pero, ¿anhelam os nosotros estar
con él tanto com o él con nosotros?
Cuando tenía 14 años m is padres decidieron mandar­
m e de Venezuela, donde residíam os entonces, a una es­
cuela secundaria con sistem a de internado, en Wiscon­
sin, Estados Unidos. Esta fue una experiencia m uy difí­
cil para m í pues nunca había estado lejos de la familia.
A unque estuve separado físicam ente de ellos por más de
un año, mi m ente constantem ente les acompañaba. An­
helaba que llegara el m om ento en que pudiera estar de
nuevo en casa. Cierto día m e llegó una carta de mi mamá,
donde m e inform aba que iba a venir dentro de un mes.
M i corazón saltó de alegría y cada día que pasaba lo ta­
chaba en el calendario que tenía en la pared. Finalmente
llegó el m om ento anhelado. Mi m am á llegó y fue un
m om ento m uy feliz. ¿Por qué am aba yo la llegada de mi
m am á? Sencillam ente porque la am aba a ella.
A sí debem os sentim os nosotros. Si amamos a Jesús
por encim a de todas las cosas, estarem os contando los
días hasta que él venga. Estarem os esperando con ansias
el m om ento en que podam os estar en su presencia. El
apóstol Pablo conoció personalm ente a Jesús en el cami-
EM ANU EL PARA SIEMPRE 119

no a D am asco y desde ese día trabajó con todas sus fuer­


zas para esparcir el Evangelio a fin de apresurar la veni­
da de su querido Señor. A l com ienzo de su m inisterio el
gran apóstol creía que iba a estar vivo cuando Cristo re­
gresara (1 Tesalonicenses 4:13-17). Pero al pasar el tiem ­
po se dio cuenta que no iba a ser así. D urante su vida
cinco veces había recibido treinta y nueve azotes. Tres
veces había sido azotado con varas; una vez fue apedrea­
do y tres veces sufrió naufragio. H abía sufrido toda clase
de peligros (ver 2 C orintios 11:24-28) y ahora se encon­
traba en un calabozo rom ano esperando el m om ento de
su m artirio. Pero de los labios del gran apóstol no sale
una sola palabra de pesim ismo. A firm a triunfalmente: “He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guar­
dado la fe. Por lo dem ás, m e está guardada la corona de
justicia, la cual m e dará el Señor, ju e z justo, en aquel día;
y no sólo a m í, sino tam bién a todos los que am an su
venida” (2 Tim oteo 4:7-8). San Pablo m urió con la ben­
dita esperanza de ver a su am ado Señor cara a cara.
La corona de ju sticia le será concedida tan sólo a los
que aman su venida. N o se les prom ete a los que creen en
su venida o a los que hablan de su venida sino a los que
aman su venida. Para am ar su venida, debem os am arle a
él; y para am arle debem os conocerle, y para conocerle
debemos pasar tiem po con él. C ada instante de nuestra
vida debem os hablar con él en oración, estudiar su Pala­
bra y trabajar por él a fin de conocerle m ejor y am arle
más.
El apóstol Juan fue otro cam peón de la verdad que
había sufrido m uchas persecuciones y aflicciones. Según
la tradición cristiana, el em perador D om iciano echó al
apóstol en una olla de aceite hirviente, pero ni aun así
pudo m atarlo pues D ios lo protegió. Cuando D om iciano
se vio derrotado envió a Juan com o prisionero a la isla de
Patmos. Allí fue que D ios le reveló el libro de A pocalip-
120 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

sis. Este libro describe los conflictos, las derrotas y vic­


torias del pueblo de Dios a través de todos los siglos.
Revela la gran crisis final por la cual tendrán que pasar
los hermanos de Cristo en su lucha contra el dragón, la
bestia y el falso profeta. El clímax del libro describe la
gloriosa venida de Cristo sobre un caballo blanco para
rescatar a su pueblo que se halla a punto de perecer. Des­
pués de presenciar todos estos eventos, el Señor Jesucris­
to le dice: “Ciertamente vengo en breve”. Cuando Juan
oye estas palabras, responde: “Amén; sí, ven, Señor Je­
sús” (Apocalipsis 22:21). Estas serán las palabras de to­
dos los que aman de verdad a su Señor.
Cristo vendrá muy pronto. Su voz potente resucitará a
los que ya murieron y junto con los vivos serán arrebata­
dos en las nubes a encontrarse con el Señor en el aire.
Luego serán llevados por mil años a la capital del univer­
so, la Nueva Jerusalén, que se encuentra en el tercer cie­
lo, más allá del sol, la luna y las estrellas.
Después de ese período de mil años, la capital del uni­
verso descenderá a esta tierra (Apocalipsis 21:2). Imagí­
nese, de todos los miles de millones de astros del espacio
infinito, Dios ha escogido colocar la capital misma del
universo en este diminuto planeta, la Tierra. ¡Qué privile­
gio tan extraordinario! ¡Dios y el Cordero habitarán con
nosotros para siempre! (Apocalipsis 21:2-4).
" .• LV A!4, r " - j 1 _. ■ .

La recompensa de los justos


La imaginación más fecunda no puede abarcar plena­
mente lo que será la recompensa de quienes han aceptado
a Cristo. En 1 Corintios 2:9 el apóstol Pablo dice: “Cosas
que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de
hombre, son las que Dios ha preparado para los que le
aman ".
Pero la Biblia sí nos dice algo en cuanto a cómo sera
ese mundo. Satanás y sus ángeles, junto con todos los
EMANUEL PARA SIEMPRE 121

impíos, habrán sido reducidos a cenizas (M alaquías 4:1-


3; Ezequiel 28:18-19). Ya no im perará en ningún corazón
el misterio de iniquidad. El orgullo y deseo de exaltación
habrá sido extirpado por la gracia de Cristo.
Habrá allí agua cristalina de vida (Apocalipsis 21:6;
22:1) y un árbol que produce un fruto diferente cada mes
del año (A pocalipsis 22:2). Los anim ales m ás feroces
serán mansos, pues “el lobo y el cordero serán apacenta­
dos juntos, y el león com erá paja com o el buey” (Isaías
65:25; 35:9; 11:6-9). N o habrá m ás hospitales, pues el
morador no dirá: “Estoy enferm o” (Isaías. 33:24). Tam­
poco habrá cárceles ni ladrones, pues en el santo monte
de Dios no habrá violencia (Isaías 60:18). El clamor, el
dolor y la m uerte desaparecerán para siem pre (A pocalip­
sis 21:4). Vivirem os en una ciudad que tiene fundam en­
tos de piedras preciosas, puertas de perla y calles de oro
(Apocalipsis 21:14, 12,21).
Pero ninguno de estos beneficios m ateriales se com ­
paran con el privilegio de tener com unión eterna con Je­
sús. ¡Qué grato privilegio será tributarle gloria y alaban­
za por habernos rescatado del abism o del pecado! Cuan­
do Jesús vea esa gran m ultitud, que nadie puede contar,
reunida delante de su trono (A pocalipsis 7:9), sabrá que
su sacrificio no fue en vano. “Verá linaje, vivirá por lar­
gos días... Verá el fruto de la aflicción de su alma, y que­
dará satisfecho” (Isaías 53:10-11). Y cuando los redim i­
dos le pregunten: “¿Q ué heridas son éstas en tus m anos?”,
él responderá: “C on ellas fui herido en casa de mis am i­
gos” (Zacarías 13:6). ¡Oh gloriosa gracia, incom parable
amor!
Conclusión

preciado lector, para Jesucristo, cada persona del


A mundo tiene un valor infinito. Por eso pagó un pre­
cio infinito cuando caímos en pecado. La única forma de
comprar algo cuyo valor es infinito es pagando un precio
igualmente infinito. El sacrificio eterno de Cristo ftie su­
ficiente para salvar a cada pecador, pero no por eso se
salvarán todos. Para algunos, el sacrificio de Cristo ha­
brá sido en vano. ¿Y por qué es esto? Sencillamente por­
que no lo aceptarán.
Tenemos que aceptar ese sacrificio personalmente.
Tenemos que escoger a Cristo como Salvador y Señor de
nuestra vida. Debemos ver la seriedad de nuestros peca­
dos, arrepentimos de ellos y confesarlos. Debemos lue­
go sepultarlos en las aguas del bautismo y nacer de nue­
vo. Debemos perm itir que Cristo reproduzca su carácter
en nosotros por medio del proceso de la santificación.
Debemos ansiar el momento de encontramos con él.
Hay esperanza para cada ser humano que acepte el tier­
no llamado del Salvador. No importa cuán terribles sean
nuestros pecados, hay esperanza en Jesús. El dice: “Al
que a mí viene, no le echo fuera... He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo... El que quie­

123
124 ESPERANZA PARA EL PLANETA TIERRA

ra, tome del agua de la vida gratuitam ente... Venid a mí


todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar... Venid luego, dice Jehová, y estem os a cuen­
ta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la
nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el car­
mesí, vendrán a ser com o blanca lana” (S. Juan 6:37;
Apocalipsis 3:19; 22:17; S. M ateo 11:28; Isaías 1:18).
Si queremos vivir con Cristo para siem pre, tendremos
que invitarlo a nuestro corazón ahora. ¿Escucharás el lla­
mado de Cristo? ¿Habrá m uerto por ti en vano? La deci­
sión está en tus manos.

1. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes , p. 17.


¿Cuál es el origen de nuestro mundo y de nues­
tra raza? ¿Cuál será nuestro destino?
E s p e ra n z a p a ra e l P la n e ta T ie rra contesta
estas preguntas básicas desde una perspectiva
cristiana y en forma positiva. De modo fascinante
nos describe primero la vastedad y belleza del
universo, del que la tierra forma parte, y nos
explica con claridad quién fue el Creador de todo.
Luego nos impacta con la tragedia de una “estre­
lla rebelde” , que introdujo el pecado, el dolor y la
muerte en la familia humana.
¿Cuál es la solución de este drama que a
todos nos hace sufrir? El Pr. Bohr nos explica
hermosamente el plan de amor que Dios trazó
para salvarnos y cómo se centra en Jesucristo.
Su vida será diferente al terminar de leer
E s p e ra n z a p a ra e l P la n e ta T ie rra porque el plan
divino de redención lo incluye individualmente a
usted.
El Pr. Stephen Bohr fue profesor de Teología
en la Universidad Adventista de Colombia, en la
ciudad de Medellín. Por años trabajó como conse­
jero de jóvenes y evangelista, y ha presentado
seminarios y conferencias religiosas en varios
países de América Central y del Sur, al igual que
en 35 estados de los Estados Unidos. El Pr. Bohr
y su esposa, Aurora, tienen dos hijos, Stephen y
Jennifer, y viven en Amarillo, Texas.

ISBN 0-01^3-^753-0
...

9 780 816 3 C'75 32

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