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Tú, mi amor

Jonah se lo había prometido: seguir con el mismo sentimiento por todo lo que le restara
de vida. Una y otra vez había escrito, pensado y articulado la promesa de amarla. La
repetía al recordar la belleza sin par y reconfortante fulgor que era la sonrisa (el
esplendor de la gema única que es su magnífico rostro, pensaba cada vez que sentía el
alivio al alma que las blancas perlas le causaban), el cabello largo y sedoso, cuyo aroma
y sentir había causado en él más de un recorrido en los exquisitos viajes del goce de la
excitación (a veces, vergüenza le daba tener esos pensamientos libidinosos, por más
moderados que sean, con sólo acoger los finos brazos del aroma de su pelo; le recordaba
su niñez, unos cuantos años atrás―Todo era tan fácil en esos momentos. ¿Por qué me
metí en esto? ¿Por qué lo continúe? ―.), el agraciado cuerpo, el calor de su tacto, la
alegría contagiosa y esperanza que acarreaba por dentro... se podía seguir, pero eso sólo
empeoraría la situación: Jonah ya se encontraba perdido en el desierto que era su mente,
y no deseaba sentir la agonía del arrepentimiento.
Así es, lo que alguna vez para él fue alegría, se había transformado en desconcierto; lo
que alguna vez fue anhelado, ahora era temido; lo que alguna vez lo esperanzaba, ahora
sólo lo abatía. El tiempo se fue volando, y las oportunidades de salvarse también, él lo
sabía muy bien.
―No aproveche ―logró susurrar a pesar de la enredadera mental que eran los
pensamientos―. ¿Por qué no aproveche? ―Se apegó más al asiento del autobús, el
transporte que lo llevaba a su posible mayor catástrofe―. No, no, no, no... ―las
palabras ahuecaban más su interior―...No hay esperanza, y lo sabes, así que, por
primera vez, escuchame, no te hagas más daño haciéndote ilusiones. ―Se sentía
estúpido; ya había tenido la misma charla consigo mismo anteriores veces; ya había sido
lo suficientemente estúpido como para ignorarse.
―Eres una mierda ―elevó la vista e hizo el intentó de ver a quien ofendía, pero vano,
de su cabeza sólo lograba ver su pelo rizado; no podía ver cara a cara al objeto que lo
había torturado con ilusiones de sueños imposibles.
Y yo también lo soy, suspiró y se hundió en el asiento. Por suerte el autobús estaba
vacío; poca gente vería el espectáculo que ofrecía: a veces nervios, otras, tristeza, otras,
las palabras que soltaba con una vista perdida y vacía.
Era hora de pagar. Cobro abrupto y desolador, como pintaban los embargos a las viudas
en las películas.
El corazón le empezó a palpitar ferozmente cuando vio que estaban a dos calles de su
destino. Y cuando tuvo que bajar... cuando tuvo que bajar... su interior se derrumbó,
pero el exterior no sufría, sabía disimular, aunque un nerviosismo en la esquina derecha
de su labio se le escapaba.
Sólo hicieron falta algunos pasos, decaídos por el peso del maletín que le colgaba y por
el desastre de su interior, para escuchar la voz y percibir el aroma de su destrucción.
―Qué rápido llego el último día, ¿no? ―su voz era la melodía que Jonah siempre
deseaba escuchar, pero ahora... ―Después de esto... vienen las decisiones más
importantes: si ir a la universidad, si ir a trabajar, si ir a perseguir tus sueños.
Mi sueño actual está cerca, a centímetros, pero es inalcanzable... imposible. Jonah se
volteó para ver nuevamente el rostro por el que suspiraba y asintió con la cabeza. Se me
es claro con sólo verte. Además, tú ya tienes a alguien a tu lado.
La chica le puso la mano en el hombro. Jonah no se inmutó, ya había llegado a fondo al
escucharla.
―Voy a extrañarte.
No se podría describir el sentimiento. La marea, el vendaval, la sequía, la confusión, la
tristeza, el abatimiento... ¿era normal que el adiós causara tanta inestabilidad? Lo es, sí
es que cometes el mismo error que Jonah: arraigarte profundamente con esa persona,
desear y soñar con ella, desear enredarle con tus brazos y aspirar su fragancia todos los
días, seguir así hasta pensar que es la única persona que te haría feliz; ir más allá del
simple amor profundo de los sueños jóvenes de amor, y aprender que dichos sueños
nunca se hacen realidad.
―Yo también ―respondió.
Ella continuo su camino hasta la escuela. Él, al verla correr, recordó los cinco años que
habían pasado, cada paso que daba era un momento: felicidad y juguetería, pero al final
la realidad se asoma, y te ataca con golpe de cruda realidad.
Tuve tanto tiempo... Tanto tiempo... Tiempo...Y el temblor ya no se sentía, el ruido
cesaba... Era la calma, la calma inexplicable que se siente en medio de desastre, como la
que se le aparece a un hombre en el desierto cuando sus ojos sufren el viaje de los
delirios... Tanto tiempo...Es el final... Y siguieron las palabras, esas palabras que
emergen en la mente de todos, aunque sea en los más profundo del subconsciente:
Iniciar... Otra vez...Otra vez.
Jonah espoleó una sonrisa, que su rostro le costó mantener por el desgaste que le había
causado la tristeza, pero eso no le importaba; iniciaba de nuevo. Se toca fondo para
poder ver luz. No debía llorar por que el amor se había ido, sino alegrarse porque alguna
vez estuvo.
―Te extrañare, mi amor. ―Creyó que lo había pensado, pero en verdad lo había dicho.
Los pasos se detuvieron.
El ciclo
Tirado en el piso con la boca sangrante, un punzante dolor en el pecho que enloquecía al
corazón, cuya estructura ya sentía frágil, al borde del colapso, y el dolor repercutiendo
en cada hueso del cuerpo (pero parecía que ya no importaría, el cuerpo ya se rendía y
dejaba de sentir dolor, para luego entrar a la fase de entumecimiento).
―Sólo eres una basura, Jim. Sólo un hijo de puta debilucho ―dijo, no enojado, sino
con una leve sonrisa provocada por la supremacía, aunque algo arruinado por las
cicatrices que le habían causado peleas anteriores (¿o tal vez lo mejoraban? Pues, por
algo las mostraba con orgullo, como si fueran medallas de guerra), chaqueta y
pantalones desgastados, y gran físico, mientras sometía el cuello del débil Jim con la
rasposa (¡y hedionda! ¡de seguro piso mierda!) suela de su zapato.
Y a los ahogados gemidos y a la carcajada se les unieron los gritos frenéticos de una
jovencita que era sometida al yugo del Despiadado. Castigada por el terror que se
encontraba en cada rincón de su rostro y por los látigos electrizantes que eran
provocados por el continuo toqueteo de su opresor.
Dentro de Jim sólo pasaba, dejando un rastro variado y extraño (agrío, putrefacto, dulce,
excitante), una palabra: venganza.

Golpe tras golpe tras golpe; dolor encarnizado, sangrando prominente, pérdida del
sentido.
―Per…Perdo…o…o ―el carnicero trataba de hablar, pero su sangre y el hedor de la
sangre de las carnes del aparador lo ahogaban―. No-o-o me mates, ya-a-aa aprendí…
pa-a-ara
Jim, quien ocultaba todo rastro de humanidad tras una fedora y una gabardina, tal cual
como se lo pedía su trabajo («no es trabajo, es familia»), arremetió con furia
despiadada.
―¿Parar? ―agarró al carnicero por su cabellera escasa y empezó a golpearla contra el
aparador―. Me quitaste todo, hijo de puta… la infancia… la alegría… la paz… la vida
…―dejó la cabeza sangrante en el aparador, se alejó un poco y buscó en los ojos de la
víctima los últimos rastros de vida―.Me quitaste… ―De pronto volvió a recordar, para
su tormento, el bello rostro de la chica. Como siempre, regresaron las horrorosas últimas
imágenes: el día en el que él la abuso tanto, al grado de matarla―. Me la quitaste,
bastardo. ―La ira se desató, y con un rápido movimiento desenfundó su revólver y
abrió fuego inmediatamente.
Antes de recibir la muerte, el carnicero sufrió el brutal castigo de todo el cilindro.

La fedora y la gabardina ya habían desaparecido en medio del ambiente turbio de la


noche, compuesto por humareda mareante y vientos gélidos. Pero el resultado de su ira
todavía yacía en el mostrador, desprendiendo el hedor de la muerte y la pólvora.
Una pequeña sombra se acercaba, a paso desfallecido y temeroso, para hacer compañía
al muerto.
El brillo de las lágrimas no tardo en emanar; el ruido desgarrador del llanto no tardó en
producirse.
Los pensamientos brotaban, pero con movimientos bruscos por culpa del desenfreno
con el que salían; la mente parecía explotar ante el tormento de voces. Miedo, pánico,
tristeza, asco, mareo, vacío… Finalmente, algo surgió entre el caos y se apoderó del
alma atormentada: aura de furia (crujidos de uñas, leve gruñido, respiración
manifestando odio).

Luna de miel sangrienta.


Postrado en el suelo, con un gran corte en el cuello todavía chorreante y la más pura
expresión de miedo―se había revelado una nefasta verdad―, estaba el novio,
perdiendo noción de la vida.
Y la reciente desposada, se encontraba en el baño, con la compañía de su suegro, el cual
compartía el sentido de evanescencia con el novio, pero él todavía no se había perdido
en el camino de arrepentimiento premortem; aún podía sentir el odio que emanaban de
esos ojos que antes pensó puramente angelicales.
―¿Por qué? ―preguntó, sintiendo dolor tanto al hablar como al respirar el profundo
hedor del aceitoso líquido que lo cubría… como al ver nuevamente la fuente de sangre
que era el cuello de su hijo―.¿Por qué?
―Lo mataste… ―voz fría; voz conocida―…mi padre.
Sólo se necesitó de un palillo y de fricción para que las llamas terminaran la promesa de
la novia.

Otro día de mierda para el carguero Will.


Eso parecía ser… hasta que abrió el primer camión de carne de la jornada.
Un cuerpo masacrado y congelado colgando de un gancho. Pero lo más aterrador era el
hecho de que llevaba puesto un vestido de novia y…
―Qué asco ―dijo Will con leve asco; había vivido rodeado de sangre y cadáveres una
gran parte de su vida de mierda.
Y una cabeza de cerdo por cabeza.
«Al menos hoy iré más temprano al bar», pensó el carguero antes de ir a notificar al
gordo come chuletas de su jefe.
Hasta entonces…
Soy un tipo nacido de la miseria y alimentando del seno de la inmundicia. Alguien a
quien cualquiera pueda pisar, pero eso sí, primero tendría que tener que aguantar la
montaña de mierda que dejare en sus pulcros zapatos (¿a quién engaño?, cualquiera
puede pisarme, incluso otras mierdas). Me habrán partido la cara tantas veces que… ni
siquiera me da para pensar, bueno, en realidad siempre fui un idiota desde nacimiento;
sí la vida me ha enseñado algo en este punto (y si lo he logrado comprender) es que no
debo justificar mis horrores.
Fui un niño que sólo se la pasaba saboreando sus lágrimas, agrías y apestosas, ya que
pasaban primero por mi rostro, y la leche agría del seno quebradizo de mi madre, el
único tacto cálido en ese tiempo (no se entristezcan, odio causar lástima).
Viví bajo un mundo en el que los puños lo eran todo: si los empuñabas bien, eras el
dueño de todo, aunque también se veía bien al pequeño que se enfrentaba al colosal…
claro que esto sólo aplicaba con las personas que vivían en ese mundo, pues para los
forasteros sólo somos un par de imbéciles… y ciertamente lo éramos.
Fue el peor de los infiernos. Fue el invierno más despiadado… Pero «fue».
Con los años casi nada cambio: mi cara sigue siendo un campo de moretones, mi mundo
se basa en los puños… sigo siendo el ser violento y primitivo ante los ojos de los
forasteros.
¿Pero saben qué? Ahora mismo se presenta un panorama que podría llevarme a
conseguir el estilo de vida de esos altos bastardos que sólo visitan a la escoria para
quedar bien ante la descerebrada y persuasible sociedad aristócrata (eh, niño, sonríe a la
cámara y ten en alto el dinero… ¿No había un niño más agraciado?): yo aferrado al
frío hierro del gatillo de mi revolver, el cual ya considero una extensión de mi cuerpo…
no, de mi alma, un fajo de billetes descansa en mi bolsillo de mi pantalón desgastado
(ya no más, señor) y un bastardo, temeroso de mi vista furtiva y carente de misericordia,
que da tres pasos y siente basta desesperación cunado su espalda choca con la pared.
Imagen hermosa. Imagen única. Pero falta el toque final, la brillante pólvora y la densa
sangre.
Click…click…click…click……… booooooom…….
Pasa algo, algo extraño, muy extraño… sólo me imagino el final, mas no logro pasar a
la placentera acción. Titubeo, titubeo, titubeo…. ¿Por qué titubeo? Y la respuesta
retruena y retruena con fuerza y destruye mi interior―por suerte el daño sólo es
interior, pues si no el desgraciado escaparía, aunque parecía que el silencio lo espantaba
todavía más― ...
«A cada acción se conlleva una reacción» aprendí en la primaria. Todo cambiaria, todo
cambiaria. Le tendría que decir adiós al mundo en el que nací, al seno que me alimento,
al primer amor, a la amistad que me acobijó y alimentó en la miseria y que me
reconfortó en la penuria; toda una vida se iba… y cambiaba todo por… Sentí
desconcierto de mierda. Sentimiento muy fundado. Aunque viví en un infierno de
miseria, algarabía, envidia, violencia, muerte… ya yo era parte de un sistema, sistema
que no siempre era una tierra de leche y miel, pero tampoco era un averno eterno. En
pocas palabras, me sentía tan incierto e ¿Encajaría en ese nuevo lado? ¿Valía la pena
arriesgarlo todo? Tras otras tres preguntas que denigraban mi liderazgo y firmeza, me di
cuenta que la ambición es un camino a venda puesta y de paso muy confiado,
perforando la ingenuidad y rozando la completa estupidez; muchos sueños, pero ningún
pensamiento claro sobre el porvenir, todo cubierto por la muy perra de la ambición. ,
cual siente una mujer al recibir propuesta de matrimonio de un amante joven, enérgico,
pero pobre.
La melodía que escuché mi primera noche de botellas (muy especial por que sentí el
interior de una mujer, nada especial, sólo una chica urgida) me aclaro la memoria: había
vivido la vida del demonio y ahora tenía que continuar al cielo, al cielo en la tierra,
amigos, ese ocupado únicamente por cerdos altaneros, egocéntricos y materialistas.
Sí, sí, sí, me lo había prometido desde la primera vez que tuve un billete de cien en el
bolsillo. Sí, sí, sí.
CLICK-¡BOOOOM!
Qué exquisitez. Qué excelente manera de ascender al reino celestial, forjado por lo peor
de la humanidad… Qué bien encajare.
Despertar a la realidad

Otro día más en el que me mi mente… mi ser… retoma el angustioso conflicto que se
me presentó este arduo año.
Comencé el año con la fuerte cicatriz de un amor fallido (era imposible, pero yo, como
el gran ingenuo que soy, me di falsas esperanzas). Trate de enfocarme solamente en mí.
Pero… pero… esa chica de cabello largo―en el cual ella soltaba su creatividad creando
un sinfín de estilos, cada uno igual de bello ante mis ojos― y risa esplendorosa, la cual
era capaz de convertirme en “Mr.Success” en simples segundos, cambio todo el juego,
lo cambio completamente todo.
Siempre pensé que lo de «el amor es más bello la segunda vez» era sólo creatividad de
las canciones. Pura verdad; siempre quería verla, quería hablarle, quería todo de ella,
cada segundo sin ella era inquietante, pues temía perderla.
El sentimiento es bello, pero, como dije antes, soy un ingenuo. Para mí ella lo era todo,
mas el sentimiento no era recíproco. Sí, reímos juntos, sin embargo, ella nunca me
buscaba, nunca me saludo con una sonrisa (a no ser que yo hiciera alguna broma… yo
hacía todas las bromas); a mi perspectiva, ella no parecía estar interesada en mí, pues
sólo me hablaba cuando necesitaba de mi ayuda. Posiblemente si fuera más inútil de lo
que soy, ella ni siquiera me saludaría (talvez eso sería lo mejor; el rostro vacío de su
saludar me mataba por dentro).
Pensé que sólo era cuestión de acercarme para poder sentir afecto mutuo. Uno de los
riesgos más grandes, puesto que me arriesgaba a volver a sufrir el turbulento y arrasador
recorrido sin luz al final del camino que presenta un amor imposible. No me importo,
pues, como ingenuo que soy, me llene de esperanzas.
Recibí una fuerte bofetada de cruda realidad (para mí, cruda, pero en verdad sólo sigue
el transcurso que debe seguir, nadie puede cambiar la realidad a su conveniencia; sólo
se causaría daño indebido). Otra vez caí en ese abismo que succiona toda esperanza y
hace que veas la vida de un negro, cosa que te destroza por dentro, pues tiemblas y tu
pensamiento se nubla. ¿Qué pasó?, preguntaras. En palabras simples, ella se alejaba de
mí: cada vez que yo le hablaba, ella me respondía sin mirarme, en ninguna ocasión, al
rostro, y lo hacía con cortantes y fríos monosílabos; cuando yo la buscaba, ella miraba a
su alrededor y buscaba alguna salida―algunas estúpidas, otras peligrosas―, parecía
que me tenía miedo. Pero, ¿Realmente me tenía miedo? Mi duda radicaba en el hecho
de que ella todavía seguía saludándome, todavía, aunque eran escasas, casi nulas,
ocasiones, podíamos reír juntos, en especial cuando me pedía ayuda (¿Qué debo hacer
para que sonrías al igual que haces al pedirme ayuda? Pase meses tratando de buscar
una respuesta).
A la décima vez, me di por vencido, bueno, eso es lo que me decía a mis adentros, pero
cada vez que la volvía a ver, yo intentaba nuevamente hablar con ella… y otra vez
presenciaba otro acto de evasión, al cual respondía de nuevo en mi mente con un no me
importa, pensamiento que sería borrado al día siguiente por una hermosa sonrisa rogaba
auxilio.

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