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atrás en lo que el psicoanálisis ha avanzado.

El aparato men­
tal o el mundo interno fueron pensados desde el principio de
identidad y semejanza: se conoce lo que está representado.
Ciertamente es difícil correrse de un principio que rige el pen­
samiento occidental desde hace más de dos mil años. Afirma­
do el ser (lo Uno) se opone al devenir, y como éste siempre'es
con otro, se opone al otro y a lo otro. lió no semejante, lo aje­
no, lo extraño o con otras reglas lógicas de funcionamiento,
tiene una existencia conflictiva para este tipo de pensamien­
to. Entonces puede negarse, desmentirse o, a lo sumo, tratar
de adaptar lo ajeno para darle cabida como semejanza. Cuan­
do esas modificaciones no son suficientes, el ser humano se
siente, desde la posición de ser Uno, con derecho a eliminar lo
ajeno, y así confirmar que está en un mundo de semejantes.
Pero lo no representado y lo no representable deberá inscri­
birse en el aparato psíquico porque es heterogéneo a la repre­
sentación. Lo inconsciente es ajeno al yo y éste reacciona a su
emergencia como si fuera extraño: lapsus, sueños y síntomas
se le aparecen como no propios. El otro se le aparece como se­
mejante en tanto lo pueda representar. Pero la presencia del
otro se le ofrece como ajena, por lo tanto deberá inscribirla y
luego cubrirla con la representación de palabra, para descu­
brir nuevamente que sigue siendo ajena.
CAPÍTULO 3

RELACIÓN ENTRE SUJETOS

1. A PROPÓSITO DE UNA RESISTENCIA A LO VINCULAR

En el apartado 5 del capítulo 1 hemos considerado la te­


mática de la resistencia. Puede considerarse a ésta como el
nombre psicoanalítico de las dificultades inconscientes para
instituirse en un vínculo. Las hay de dos tipos:
i) las que se basan en una experiencia anterior significati­
va y pregnante, cuya huella se activa ante la percepción de
otro, buscando lo que es similar. Indica una oposición a la si­
tuación nueva y por principio de placer desencadena un movi­
miento emocional contrario, una resistencia a dejarse afectar
por la novedad. Podría ejemplificarse remitiéndonos a los ciu­
dadanos de un país que se oponen a los extranjeros, inmi­
grantes, a los que tratan de no darles ni hacerles un lugar.
ii) existe otro tipo de dificultad, que se presenta como un
impedimento no previsto, como un obstáculo en una ruta. Se­
ría como el imprevisto que enfrenta al automovilista y que no
le permite seguir su camino. En la hoja de ruta por lo general
no está marcado, aunque algunos escollos, persistentes por
años, a veces, tienen su lugar en el mapa. El sujeto entonces
tiene dos opciones: a) remover el obstáculo, dejarlo a un costa­
do y volver el camino a lo que era antes, coincidente con la ho­
ja de ruta (esto ocurre principalmente con los obstáculos pe­
queños); b) cuando no es posible hacer lo anterior se ha de
buscar cómo encontrar otro camino, es difícil porque no esta­
lla previsto y no figuraba en el trayecto que venía haciendo. Si
so trata (le la subjetividad, el recorrido de In vida en segunda
opción se acompaña de incertidumbre, ya que es posible que
hacer un nuevo recorrido genere y también dependa de una
modificación en la subjetividad.
Para la dificultad de tipo i) contamos con la teoría de las
resistencias, como las cinco establecidas por Freud. El obs­
táculo ii,a) es el que surge en nuestra práctica cuando el pa­
ciente incluye asociaciones referidas a dificultades provenien­
tes de la realidad exterior o del ámbito donde se lleva a cabo
la sesión. El analista trabaja para devolverlas a su lugar, a
los fines de continuar con lo que supone es la tarea analítica,
trabajar con el mundo interno, donde la realidad es pensada
como un obstáculo. Este ii,b) se trabajará a partir de la rela­
ción entendida como un vínculo entre dos o más otros, a par­
tir de lo nuevo emergente desde la ajenidad de cada cual, no
explicable por una remisión a un significado previo. Allí don­
de el otro es registrado como un obstáculo insalvable, pueden
darse formas de supresión del mismo como alguien con senti­
do en la medida en que el otro inscribe una diferencia irreduc­
tible. Una variedad de supresión del otro se da en los distin­
tos modos de enloquecimiento en una relación, sea de pareja,
sea entre padres e hijos, allí donde la situación familiar pro­
duce lo que se llama “una persona con desarrollo psicótico”
(Berenstein, 1990a).
Pérez Cohén (2001), comentando el trabajo del capítulo 1
dice:
El autor menciona en este apartado a un tipo peculiar de pa­
dres en la psicosis infantil que presentarían esta resistencia. Son
aquellos que no soportan la percepción de la mismidad y alteri-
dad del hijo, no lo eden ver como otro, es decir, como ajeno.
Esos padres de los q..e el autor habla, ¿son los padres reales? Si
así fuera vuelve a la teoría del trauma en Freud, previa a “mis
histéricas me engañan”; sustitución del trauma por la fantasía.
¿Es un trauma real? Esta concepción vincular, ¿se opone o com­
plementa las teorías sobre la psicosis que ponen el acento en la
pulsión de muerte, la envidia, la proyección-introyección, la iden­
tificación proyectiva, etc.? En este punto, las teorías se diferen­
cian. No es lo mismo la madre de las proyecciones-introyecciones
de Klein, que la madre “suficientemente buena” de Winnicott,
más ligada al concepto de madre real. Pero ni siquiera M. Klein
desestimó la madre real, como afirman algunos autores, aunque
<•1 núcleo duro de su teoría se base en la fantasía inconsciente.
<Ven que la concepción del autor se conciba más con el Freud del

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Proyecto..., del desamparo, del trauma real, de la experiencia de
satisfacción con el pecho real, que con el bebé “pulsional” con la
deflexión de la pulsión de muerte, proyección e introyeccion y
construcción de su objeto.

Las teorías psicoanalíticas toman en cuenta, bajo distintas


formulaciones, el desamparo del bebé, ese estado de necesi­
dad físico y psíquico que requiere un sujeto amparador: la
madre. Ésta es considerada complementaria de aquél y, en el
mejor de los casos, constituyen una unidad. En ésta, la mamá
cuenta con un aparato psíquico constituido y barrera de la re­
presión, por la cual, en tanto se ofrece a los requerimientos,
es inconsciente de la investidura sexual del bebé. La inscrip­
ción de esta relación en el infans dará lugar a la relación de
objeto que supone un alejamiento de esa madre amparadora.
Por mi parte agrego que enunciar el criterio de presencia
quiere decir que tanto la madre como el hijo, bebé o niño, inci­
den fuertemente en la relación por sus respectivas acciones, y
producen efectos de subjetivación en el bebé y en la madre.
En las relaciones se daría lugar a dos tipos de impugna­
ción: la im pu gn ación su bjetiva -término que tomo de un con­
cepto propio de la historia de la subjetividad (Lewkowicz,
2002)- que denomina el modo espontáneo, que no sigue los
rieles establecidos, institucionales, por así llamarlos, de opo­
sición y refutación del otro, para proponer una modalidad
nueva de llegar a él y que éste haga lugar a la modificación
propuesta. Frecuentemente el niño da a conocer algo no apro­
piado de la madre en esa relación, y lleva a cabo acciones pa­
ra que sea tomado en cuenta. No sólo para evacuar un males­
tar y aliviarse sino para hacer saber precisamente lo no
adecuado de la relación. Se trataría de una impugnación de la
subjetividad instituida, aquella que es previa a la relación,
la cual resulta un impedimento para el advenimiento de la re­
lación actual. El tratar de repetir lo anterior se opone a lo
presente de la relación. Allí donde la impugnación propuesta
por el niño a su madre no tiene cabida, es reemplazada por la
idealización del lugar, asociada por el bebé a no ser reconoci­
do, lo cual en caso de sostenerse determina el descarrilamien­
to de la relación. Si el bebé es adorado por ser un bebé en ge­
neral y no por su singularidad o si los padres afirman que
saben porque son padres, y ocupan ese lugar, y no tanto por-

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que ese saber resulta de devenir sujetos específicos en esa re­
lación singular, se inicia el rechazo de esa impugnación, que
es de vital importancia para la modificación del vínculo entre
ambos.
Otro camino es la im p u g n a ción de la fa n ta sía , necesaria
en el contacto entre los sujetos, quienes a través del juicio de
presencia (capítulo 1, parágrafo 4. 5.) van haciendo el trabajo
psíquico de confrontación para elaborar la relación entre el
mundo de la fantasía y la inscripción de una presencia que no
encuentra registro previo.
Lo vincular permite formular otra concepción acerca del
origen del psiquismo, diferente de la basada en la noción de
desamparo inicial del humano y de la de madre como objeto
amparador (véase en este capítulo el parágrafo 9) y que mar­
can fuertemente la relación desde la asimetría. Las nociones
de presencia, ajenidad e imposición desplazan la teoría del
desamparo inicial de su posición central y la ubican como una
de las determinaciones pero no la única. Ambos lugares o,
mejor dicho, posiciones, la del bebé y de la madre, han de re­
sultar del encuentro, donde el primero recibe un lugar ya
marcado por las significaciones que lo esperan y a su vez tie­
ne la aptitud de marcar el lugar materno, lugares a los cuales
ambos han de advenir.
Estos planteos para pensar el vínculo entre paciente y
analista llevan a reformular la noción de asimetría, criterio
que impregna nuestra concepción del proceso analítico. Sobre
la. base del desnivel infans-madre, el vínculo es concebido co­
mo unidireccional desde lo que uno tiene y al otro le falta, lo
que uno puede y el otro no. JHasta aquí la asimetría se basa
en una diferencia que organiza un sistema de jerarquías. Pe­
ro a ella se agregarán otras diferencias en el humano: la ge­
neracional, entre madre y bebé; la sexual, entre masculino y
femenino; la de la alteridad, entre un sujeto y un sujeto otro;
la social, entre subconjuntos de personas habitando el marco
de sus relaciones económicas, religiosas y políticas. Todas
ellas pueden ser pensadas desde la unidireccionalidad o desde
la ajenidad, que propone una bidireccionalidad radical a la
que llamaremos vincular. En la diferencia cada unqpropone
al otro una ajenidad heterogénea y, desde allí, hay una asime-
tría irreductible. El bebé la propone a la madre y ésta al bebé,
pero ello no los hace simétricos sino que hace de la ajenidad

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una relación desde lugares heterogéneos. Asimismo ocurre
mu hombres y mujeres, sujetos cuya ajenidad los marca como
litros hterogéneos y en una posición asimétrica, como se da
también con lo social. Nos espera aún precisar estas diferen­
tes ajenidades. Los sujetos en una relación proponen lo seme­
jante y lo diferente, y no sólo en una dirección sino en ambas.
( lomo ambos “pueden” hacer en forma heterogénea, se enmar­
can también en una relación de poder que, asociada con lo se­
xual, instituye la situación que los determina a ambos (véase
en este capítulo el parágrafo 5).
La implicancia para la relación analítica es importante, ya
que, en lugar de ser jerárquica, la propuesta es pensarla des­
de lugares heterogéneos. Si el paciente transfiere y el analis­
ta responde con contratransferencia, ésta es una respuesta y
en última instancia establece que le corresponde al paciente.
Pero la presencia del paciente implica al analista de otro mo­
do que desde la transferencia porque porta una ajenidad; de­
viene analista de ese paciente y en este vínculo, además de
serlo por pertenecer a una profesión o a una institución. Ana­
lista y paciente han de “pertenecer” ají vínculo además de te­
ner otras pertenencias. A ese encuentro de ajenidades en el
vinculó"éntre sujetos lo he llamado interferencia (capítulo 8),
que ocupa el proceso analítico tanto como la transferencia. Va
de suyo que la actitud técnica ha de ser diferente si se la pien­
sa desde lo unidireccional o se lo hace desde lo vincular.
Acerca de la cuestión de si los padres mencionados en el
vínculo son reales y si esto implica retomar a la teoría del
trauma en Freud, diré que habremos de diferenciar “padres
reales” de “padres-presencia”. En tanto reales serán tratados
mediante los juicios de existencia y atribución; en tanto pre­
sencia, lo son a través del juicio de presencia, pues ofrecen
marcas que exceden la investidura del deseo inconsciente.
Él trau m a es producido por un exceso de cantidad a partir
de un estímulo que no encuentra al psiquismo en condiciones
de tramitarlo. Presencia es novedad donde no la había, no de­
sestructura lo existente sino suplementa al conjunto represen-
tacional con una presentación que luego instituirá otra repre­
sentación, añadiéndole complejidad. Una cosa es reivindicar
la madre real, y otra muy diferente considerar a la madre y el
bebé como presencias en el vínculo.

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Main
2. LA TRANSFERENCIA COMO HECHO NUEVO

La noción del analista como otro, dotado de ajenidad, de


presencia, propone otras dimensiones en el proceso analítico.
Pérez Cohén (2001) dice:

La transferencia puede ser entendida como una suerte de re­


petición, extensión de la relación de objeto, o como actualización
de una representación. En la concepción vincular la presencia del
analista haría tope a esta repetición, al presentarse también co­
mo ajeno. Si el analista por presencia hace tope a la repetición, el
análisis, ¿consistiría en diferenciar lo que es repetición de lo no­
vedoso, de lo ajeno? Acostumbramos hablar de elaboración de lo
que continuamente se repite en la transferencia. Al presentarse
el analista como ajeno, ¿exigiría un trabajo elaborativo de lo no­
vedoso? ¿Existe una relación entre la resistencia planteada por la
ajenidad del inconsciente y la resistencia a la ajenidad del otro
en el marco de un análisis? Cada mundo (interno, de los otros, so­
cial), con su correspondiente cuota de ajenidad, ¿exigirían elabo­
raciones diferentes?

Una dimensión del vínculo analítico es facilitar la repeti-


ción transFéi^¿Ial, y ótfa éslá de hacer tope y examinar los
áfectos que iñévifaLIeménté enfrentan el narcisismo del pa-
ciente y el del analista. “Hacer tope” significa que se constitu­
ye en obstáculo e impedimento para que el movimiento emo­
cional de cada cual pueda pasar más allá. Ambos habrán de
resolverlo de alguna de las maneras anteriormente menciona­
das. Una tarea del análisis es detectar lo que se produce como
repetición de a dos, lo cual puede ser menos notorio ya que
nadie se ve claramente a sí mismo y menos aún cómo partici­
pa en su relación con otro. Habrá que diferenciar esto cuida­
dosamente de lo novedoso, que puede pasar desapercibido si
se lo observa teniendo como fondo la teoría de la repetición.
Para ésta rige el criterio de elaboración, de w orkin g th rou gh ,
de trabajo interno del paciente acompañado por el analista,
que consiste en ver y rever los modos habituales, repetidos, de
tramitar los conflictos infantiles. Lo novedoso, si es producido
por el paciente, requiere la inscripción, una marca, y, cuando
pasa a representación, diferenciarla de las ya existentes para
una posterior elaboración. Se agrega una tarea de diferencia­
ción de lo que corresponde al mundo de la intimidad, al de la
privacidad y al de lo público.

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El análisis está suficientemente descrito como una actividad
entre-dos, pero se puede pensar y encarar de diversas maneras
y dependerá de cómo se lo piensa, a saber:
a) un en tre-dos se constituye con uno que requiere elaborar
sus conflictos internos y otro que ha de permitir y colaborar en
el conocimiento de aquél en base a una fuerte relación de asi­
metría. Entonces se habla del despliegue de la transferencia
del paciente sobre la persona y la circunstancia del analista,
que ha de ubicarse en una posición de neutralidad, poniendo en
suspenso toda valoración, negativizando en todo lo posible su
presencia para dar lugar al despliegue del mundo fantasmático
del paciente;
b) otro en tre-dos es el de dos sujetos que, sin omitir ni supri­
mir quien es cada uno, avanzan en la producción deí vínculo,
para encontrarse y admitir que a partir de él cada uno será un
poco diferente de lo que era. El paciente, respecto a cómo empe­
zó la relación, donde además de los significados derivados de su
mundo infantil, inscribirá los nuevos registros de la presencia
de ese otro que es el analista, y éste que registra su variación
respecto de quién era cuando comenzó el tratamiento con este
paciente singular. Esta tarea es suplementaria de la que se ha-¡
ró con esa otra ajenidad, la de lo inconsciente, que ha de apare-]
cer en la sesión como sueños, lapsus, chistes o síntomas. ¡
La propia historia, cuando es contada desde el vínculo con
el analista, deja de ser propia y pasa a ser una historia singu­
lar. Una tarea suplementaria es ubicar, precisar y mostrar lo
ajeno del otro, que no es un sector disociado sino aquello que
será necesario inscribir para constatar una y otra vez que lo
ájeno permanece como tal. La tarea es distinta a la elabora­
ción y pasa por un pensar en su posibilidad, no por un conocer
previo, por intentar inscribirla sin desecharla al presentarse
como obstáculo, lo cual conduce a cierta desestructuración de
lo ya instituido, la subjetividad propia. Esta tarea puede in­
tentar desecharse si está asociada a la vivencia de caos o de
derrumbe. Laplanche (1987) cita a Ida Macalpine en su consi-
déración del análisis como situ a c ió n analítica, diciendo que
ésta es la que crea la transferencia y que la regresión del su­
jeto es el resultado de adaptarse a la situación de creatividad,
en sí misma facilitadora de una reacción infantil. O sea, pien-
«a la transfrencia como una reacción infantil pero justificable
en esa situación. El autor francés señala, por su parte, varios

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desdoblamientos en la transferencia: pasado-presente, ina-
daptado-adaptado, y remarca que el otro es otro que yo por­
que es otro que sí mismo. Por lo que: “la alteridad externa
reenvía a la alteridad interna” (véase Berenstein, 2001a).
Liberman (1983), en su definición operacional de transferen­
cia, considera que una disposición se desencadena frente a si­
tuaciones-estímulo dadas por el encuadre, la situación analítica
y los elementos lingüísticos. Toma de Freud el criterio de “dis­
posición”, que lleva al paciente a reaccionar de manera peculiar
ante estímulos traumáticos y a responder a algún rasgo del
analista que se preste para adjudicarle el significado dado des­
de la disposición. En esta concepción el paciente ha de ofrecer
algo predeterminado a desplegar ante el analista quien propor­
ciona algún rasgo facilitador, interviniendo en la relación como
sostén de elementos que desencadenen esa respuesta afectiva.

Esto también ocurre en tanto la manera como el analista con­


cibe el método psicoanalítico se presta para que se le adjudique
alguna de dichas cualidades que se transforman en estímulos.
(Liberman, 1983:84)

Efectivamente, las teorías del analista inciden fuertemente


en su ubicación en el proceso analítico, y ello se aplica tanto a
este autor como a cada uno de nosotros. La manera de pensar
de cada análisis es diferente según cómo se conciba al vínculo.
La inscripción de una nueva marca consiste en incluir una
cualidad de la situación actual no registrada si el sujeto la
acepta, pero ello no lo conduce a una experiencia infantil sal­
vo por una falsa conexión, siempre dispuesta a hacer una uni­
dad de dos experiencias diferentes: la actual y la histórica.

3. ÉTICA DEL UNO Y DEL DOS

Veamos brevemente la siguiente situación clínica y la dis­


cusión a la que dio lugar.1 Una paciente, hablando bastante
libremente, asoció con una amiga que vivía en Barcelona. La
terapeuta evocó a su hijo viviendo en Barcelona y, ocupada

1. Reunión clínica en el Departamento de Familia de la Asociación Argen­


tina de Psicología y Psicoterapia de Grupo.

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ron esta ocurrencia, durante unos minutos no pudo atender lo
que la paciente decía.
Aquí se puede hablar de un impedimento en la atención
flotante, ya que no le fue fácil prestar atención al material. Se
presentó un obstáculo para el desplazamiento de los significa­
dos y, aparentemente, para comprender lo que estaba ocu­
rriendo entre ambas, que podemos atribuir a una representa­
ción previa. Ese no poder dejar de lado la ocurrencia personal
supuestamente quitó libertad, como ocurre cuando hay una
invasión de la vida personal de un analista evocada por la
ocurrencia del paciente. Puede haber sorpresa ante la irrup­
ción del propio inconsciente, que tiene un efecto paralizante y
detiene la posibilidad de pensar.
Desde lo vincular podemos decir que la idea de q u ed a r p r i­
vada de libertad no toma en cuenta que la mayor restricción
a la libertad viene de las ideas previas a todo encuentro con
el otro, y no de aquello que libera de la propia prisión de lo
preconcebido. Si emerge un imprevisto, no quita sino que en
realidad agrega libertad a la situación. La restricción propia­
mente dicha sería la subordinación a interpretácionés ya es­
tablecidas por el usó. Eso que es descrito como un obstáculo
para el pensamiento fue justamente lo novedoso de esa situa­
ción, a la que podemos caracterizar como una desubicación
resultado precisamente de estar vinculados.
La pregunta tradicional es ¿qué hace uno con esto? Sugie­
ro que la pregunta debería ser ¿qué hacemos d o s con esto?
U no solo no podrá hacer ese pensar que se da en el en tre-d os.
Si la paciente hablando de Barcelona inició una acción, re­
quiere el acompañamiento, el estar y hacer del analista, que
al aportar “su” Barcelona determinará que la de la paciente
no siga siendo la misma. ¿Cuál sería elcompromiso ético deri­
vado de esta situación? Sería diferenciar quées de u no y qué ,
es de o tr o y hacerle lugar a lo que sí es de uno y de otro. La
persistencia en lo que es de uno aleja lo del otro y su incipien­
te y posible relación. La sorpresa ante el propio inconsciente
se debe no sólo al retorno de lo reprimido que toma despreve­
nido al yo, sino a que fue promovido desde la acción de otro. O
puede empezar en uno pero requiere del otro para continuar.
De otra manera el analista estaría gobernando la sesión, de­
sentendiéndose de que para hacerlo requiere del paciente pa­
ra que la inicie.

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¿Cómo puede analizarse este impedimento? Hay un malen­
tendido inicial que consistiría en pensar que una ciudad o una
persona son únicas a partir del nombre y lo es desde uno. Ca­
da nombre se refiere a varios nombrados, en esta situación
clínica se trata de dos ciudades, la del paciente y la del ana­
lista. Subsumirlas en una sola, la de la paciente o la de la
analista, sería reducir esa producción vincular a uno, y por lo
tanto desvincularlos. Se estaría a punto de descubrir que ahí
donde antes llamaban algo de la misma manera, debe iniciar­
se un trabajo clínico para enterarse de que eso que se nom-
braba igual, en realidad nombra a dos sujetos y produce una
acción entre ambos.
Ño se trata de que la analista está obstaculizada para pen­
sar porque se le aparece su Barcelona, sino que se abre un ca­
mino donde el mismo término vale distinto a un lado y al otro
de la relación, y el hecho de interés es que el nombre tiene sig­
nificaciones distintas. Entonces se abriría la posibilidad de la
diferencia o de la existencia de dos. Si el psicoanalista calla su
Barcelona, bajo un imperativo ético tal que el paciente desplie­
gue lo que tiene que decir (y es lo correcto desde una perspec­
tiva), desde el punto de vista vincular sería una especie de fa­
lla ética no hacer aparecer la diferencia y la colaboración entre
los dos. Se pierde esa oportunidad en nombre de que es uno
quien la tiene que desplegar.
Se supone que el psicoanalista no debe hacer aparecer sus
ocurrencias para no influir en el paciente, pero el efecto resul­
tante es torcer el sentido preciso de una producción entre dos.
El psicoanalista puede pensar que su Barcelona tiene algún
grado de falsedad, y así convencerse de que una (la del pa­
ciente) es verdadera. Otro camino es poner en escena que si
son dos, ambas forman parte de la situación, no significan lo
mismo y son dos ciudades que nombran ajenidades distintas.
La cuestión requiere otra formulación si él psicoanalista
interviene para que dos colaboren en el pensamiento de uno o
si se ubica como algo ocurrido en el entre-dos. Nuevos proce­
dimientos inauguran otras lógicas y otras éticas. La que co­
rresponde al deseo inconsciente hace que pensemos con la ló­
gica de que esa ocurrencia pertenece a la contratransferencia
y, en tanto tal, corresponde a la transferencia, y en conse­
cuencia al paciente. Diría: el paciente es uno y el analista se
debe a él. Se inaugura otra lógica al considerar que hay una

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simetría en tanto se considera a dos sujetos, y una asimetría
en tanto, habiendo una diferencia irrenunciable, se establece
un conocimiento de uno y otro con un criterio de tolerancia de
la diferencia. A la lógica del Uno corresponde una ética del
Uno. A la lógica del Dos corresponde una ética del Dos. Con­
siderándolo desde otro punto de vista, la ética del Uno es la
autodefensa; pone en vigencia el “no matarás” en tanto sea
parte del uno y lo pone en suspenso cuando legitima la posibi ­
lidad de matar al otro, para lo cual habrá una operación pre­
via: clasificarlo como enemigo.
En la primera se trata de que el uno se manifieste, y en lo
vincular la ética consistiría en que aparezca la ajenidad. La
lógica no sería sólo un modo de comprender sino también un
modo de acción, y se podría considerar que ética comprende
lás reglas del modo d i acción. “Actuarás de modo que se des­
pliegue el deseo del paciente”, o “actuarás de modo que se pro­
duzca la diferencia de la ajenidad entre dos o varios” . La
atención flotante puede ser usada para observar qué de .curio­
so tiene el discurso del paciente, pero también para registrar
qué diferencia se produce en el “entre-dos”, algo más que
transferencia, que es el despliegue de uno.
Estas consideraciones dan distintas ideas acerca del sufri­
miento. El del Uno radica en la frustración respecto del cum­
plimiento dél deseo con aquellos objetos que sé oponen á ello.
El yO reaccionará con envidia, rivalidad, compéféhcía”u hosti­
lidad respecto de quien cree que posee el objeto ansiado. La
ilusión supone hallar alivio en la realización del deseo, y el
placer sustituto en el hallazgo de los que representarán a los
objetos de satisfacción, de los que se espera que realicen la ac­
ción específica. Esta es una acción, una lógica y una ética ba­
sada en el yo como uno desde la concepción del Uno, llámese
deseo inconsciente o autonomía del yo.
" Otras son las acciones, la lógica y la ética basadas en la del
Dos, en la producción de diferencia entre un sujeto y otro, cu-
yo impedimento trae como sufrimiento el aislamiento, que se
puede caracterizar como estarsolo entre otros, lo cual puede
talentenderse como serjdiferente en un conjunto. Entre dos
Sujetos la diferencia brinda la alegría de la pertenencia al
conjunto, lo cual lleva a su vez a la producción de uno y de
otro como algo diferente a lo que podía darse en el punto de
partida. En lo vincular el sufrimiento estaría dado por la im-

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posibilidad de hacerle lugar a lo ajeno que rescate al sujeto
del aislamiento. La producción de diferencias se realiza én la
pluralidad, y es allí donde se da la posibilidad de ser único y
diferente entre iguales.

Se pierde la contigüidad cuando las personas sólo están a fa­


vor o en contra de los demás, por ejemplo durante la guerra,
cuando los hombres entran en acción y emplean medios de vio­
lencia para lograr objetivos en contra del enemigo. En ese caso el
discurso se convierte en mera charla porque es un medio para al­
canzar el fin: engañar al enemigo o a los efectos de propaganda
(Arendt, 1958).

Solamente entre otros se puede ser único y diferente, mas


no aislado. Arendt sostiene que habría una diferencia entre la
persona que está con otra y la que está a favor o en contra de
otra. No estar ni a favor ni en contra es estar con el otro en
tanto posibilidad de admitir diferencia y ajenidad. Estar a fa-
vor es estar con esa persona en el mismo lugar, lleva a la
identificación, estar en contra, lleva a que el otro no exista.
Todos los analistas decimos de la sesión analítica: “somos
dos”. Pero algunos dicen “somos dos e intervengo para devol­
ver lo que te corresponde”, es decir, la posición analítica esta­
rá caracterizada como una presencia que no cuenta como tal
sino como receptor de una ausencia. Otros decimos “somos
dos y ambos intervenimos en hacer esta relación”, lo cual su­
pone un modo de expresar y trabajar en una relación entre
dos presencias, donde es posible la producción de diferencia.

4. NOCIÓN DE CONFLICTO VINCULAR

El conflicto psíquico ha sido pensado de diversas maneras


a lo largo del desarrollo de la teoría psicoanalítica: como opo­
sición entre el yo consciente y las representaciones penosas
que aquél no admite; entre la sexualidad y el yo que promue­
ve la defensa; entre distintas instancias del aparato psíquico:
inconsciente y conciencia o, en la segunda tópica, entre super-
yó y yo; como conflicto entre las pulsiones, o entre distintas
identificaciones derivadas del conflicto edípico, etc.
El conflicto vincular plantea una novedad en la clínica y
por lo tanto en la metapsicología. En la primera el conflicto se

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twlublece entre dos sujetos por una relación de presencia, ade­
más del conflicto derivado del mundo interno, con su fuerte
incidencia proyectiva. Esta novedad llevó a una modificación
en el encuadre clínico, las sesiones de pareja o de familia y,
fuera de las relaciones familiares, en el tratamiento de grupo.
La otra novedad es metapsicológica y resulta del conflicto que
He da entre la obstinada presencia del otro y su investidura
por las representaciones del sujeto. Dicho en términos colo­
quiales, el conflicto se suscita ante ja posibilidad del otro de
decir que “no” a las atribuciones del sujeto (imposible en caso
de un objeto ausente), lo cual produce una desubicación res­
pecto del propio juicio atributivo. El otro se opone, excede lo
proyectado, El sujeto se mueve entre la impotencia de anular
o ser anulado por el otro y la omnipotencia de hacerlo desapa­
recer en su fantasía o desaparecer en la fantasía del otro, de
aceptar su ausencia o, en casos extremos, crear condiciones
en la realidad para que se concrete esta fantasía de desapari­
ción, como ocurre en forma extrema en el crimen. Allí una
presencia persecutoria deviene ausencia, aunque siga subsis­
tiendo en el mundo interno ya que la persecución proviene de
un objeto dañado, mutilado o destruido. El conflicto vincular
puede generar posibilidad de daño al reducir una relación de
ajenidad a una relación con lo semejante, una relación con la
otredad a una relación con la mismidad, y también puede pro­
ducir complejidad en la relación si es trabajada en el contexto
correspondiente.

5. ACERCA DE ALGUNOS TÉRMINOS USADOS


HASTA AHORA EN ESTE TRABAJO

El término su p lem en to o suplementario^ describe una pieza


agregada que nunca formará parte de aquello que sostiene o
completa. Una cuña de madera, en una mesa, debajo de la pa­
ta un tanto más corta que las otras no forma parte de la mesa
ni lo hará nunca. Esto nos permite postular una no unifica­
ción, criterio usado al mostrar la relación entre partes como
c o m p le m e n ta r ia s según la creencia en una supuesta unidad
original. La idea del andrógino, que fue separado en una par­
te masculina y una femenina que desde entonces se buscan
para completarse, o la idea de la media naranja o las medias

73
medallas, usada para modelizar la unidad de las parejas ena­
moradas, son claros ejemplos de complementariedad.
Las distintas modalidades en que el vínculo se establece
entre los sujetos son suplementarias, en el sentido de que no
forman una unidad^ sino que se reúnen en la diversidad i Las
marcas que se producen en la vida de pareja suplementan las
infantiles, no conforman una complementariedad ni constitu­
yen una unidad, agregan y dependen de la relación con ese
otro específico donde se determinan.
La relación paciente-analista se aleja de la complementa­
riedad que supone una posibilidad ideal de entendimiento,
para dar lugar al surgimiento de aquello que se agrega, no
que completa, al otro, y precisamente por esto lo modifica. La
complementariedad restituye una fantasía de unidad perdida,
en realidad inexistente y creada posteriormente en la fanta­
sía desiderativa como unidad totalizadora.
La concepción de la contratransferencia como respuesta a
la transferencia del paciente considera dos aspectos comple­
mentarios. Se halla determinada por lo inconsciente del pa­
ciente frente al cual el del analista resuena y, en tanto tal, le
restituye, le devuelve lo que es de aquél “retornándolo” a una
unidad.
En el análisis de las parejas matrimoniales se asiste a un
largo período del proceso terapéutico en el que sostienen que,
para entender, debieran ser uno. “Cuando me despierto por la
mañana deberías saber que no hay que hablarme", dice él.
Agrega: “Te va mal con los hijos porque les hablás todo el
tiempo desde que se levantan”. Responde la mujer: “Es que
hay que hablar para entenderse. El silencio te retrae, y a tus
hijas les hizo bien que les hablaras. Debieras hablar más para
aliviarte a la mañana”. La concepción de dos, pensada como
una duplicación de uno y cuyo modelo sería el de una fotoco­
pia, está en el camino de la búsqueda de complementariedad.
Pasemos ahora a otro término, in stituir. Significa marcar o
W
fundar; a partir de ese momento y lugar comienza algo dife­
rente. La represión primaria, determinante de la fijación, a
través de la contrainvestidura sugiere la idea de inscripción
de una marca que establece una representación. A partir de
allí se instala, y produce una serie de derivados que remiten a
ella en su sentido. Se puede decir que instituye inconsciente
al establecer esa separación por la cual se liga una pulsión a

74
una representación, y a partir de la contrainvestidura se reti­
ra la representación de palabra de lo que queda inscripto co­
mo representación de cosa. ¿Es posible concebir que la repre­
sión primaria siga estableciéndose después del naufragio del
complejo de Edipo, es decir, después de la primera infancia y
entrada en la latencia? Se producirán nuevas marcas de ins­
cripción como parte de lo instituyente en lo vincular, es decir
que deberán hacerse inconscientes para no obstaculizar la re­
lación. Lo que hemos descripto ocurre con la ajenidad de cada
otro, y ello expone al sujeto a una vuelta siempre temible de
la ajenidad en el vínculo. Después de ser retirada se le negó
reconocimiento por lo cual lo ajeno aparece como lo desconoci­
do en una relación.
De in stitu ir deriva in stitu ció n como un sustantivo de ac­
ción o proceso (Williams, 1976). De denominar un acto de ori­
gen pasó, con el tiempo, a nombrar las prácticas establecidas,
con un sentido fuerte de costumbre. De institución deriva ins-
tituto como organización de enseñanza o educación. El psicoa­
nálisis tuvo su origen y su momento instituyente a partir de
Freud y sus escritos de fin de siglo XIX y buena parte del si­
glo XX. En un momento determinado requirió que se sustan­
tivara fundando la institución llamada Asociación Psicoanalí-
tica, local primero y luego internacional, y a los efectos de la
formación cada una de las Asociaciones tiene un instituto.
La relación amorosa se instituye y retiene un momento en
que se le adjudica un origen, y constituye una institución
cuando la pareja decide que se regirá por un conjunto de prác­
ticas a llevar a cabo de cierta manera, con un fuerte compo­
nente de costumbre establecida tanto por la pertenencia al
marco social como por lo establecido a partir de la pareja.
Si lo que instituye tiene capacidad de inducir cierta deses-
tructuración de la subjetividad, lo instituido se organiza en la
mente como institución oponiéndose al nuevo acto instituyen-
te, al que registra como una amenaza institucional.
C o n stitu ir refiere a lo ya ligado e investido que se ha de
cumplir o hacer según lo determinado, y una vez realizado,
habrá una constitución, por lo general escrita, que se ha de
seguir y a la cual se recurrirá en momentos de crisis. El ca­
rácter de la persona es el conjunto de las marcas constituidas
durante la evolución psíquica y hay cierto consenso con
respecto a que no es fácil de modificar. Lo constituido se opon-

75
dría a la emergencia de lo desligado y lo nuevo, verdadera
amenaza a lo ya ligado.

6. ALGO MÁS SOBRE LAS RELACIONES DE PODER

Examinar psicoanalíticamente las relaciones de poder cho­


ca con un obstáculo como cuando las examinamos socialmen­
te: el juicio adverso que surge en el espíritu ante el exceso. En
los vínculos con los otros circulan sexualidad y relaciones de
poder. No remiten una a la otra, circunscriben dos universos
distintos aunque puedan superponerse. Son instituyentes del
sujeto tanto en la relación con el otro como con lo social. EÍ
psicoanálisis Ha sentado las bases de una nueva concepción de
la sexualidad y empujado su enorme desarrollo en estos cien
años. De las relaciones de poder, con su especificidad y parti­
cularidad como base de la constitución del sujeto y fuente de
sufrimientos específicos, deberemos ocupamos de aquí en más
aunque algunos autores ya hayan iniciado ese camino.
El exceso de poder es a las relaciones de poder como la per-
versión a la sexualidad. Á nadie se le ocurriría que no debiera
haber sexualidad porque hay perversiones, lo propio ocurre
con las relaciones de poder respecto de su exceso.
Considerar el poder como una relación indica que excede la
determinación individual de los sujetos y está más allá de su
historia. Los sucesos del pasado individual de las personas
que se dice que ejercieron un poder omnímodo o tiránico no
son condición suficiente para explicar su exceso: por ejemplo
si fueron personas golpeadas o maltratadas en la infancia o si
evolucionaron con resentimiento hacia alguna de las figuras
parentales con las que se identificaron o si proyectaron ese
odio en las víctimas de su accionar autoritario. Decir que se
considera una relación pone el acento en una producción tan­
to de los lugares de poder como de quienes ocupan manifiesta­
mente los lugares de ejercer el poder y de recibir esa acción.
Lo que se suele llamar “reducir el poder” de los sujetos domi­
nantes, mediante cambios de superficie en los lugares o me­
diante modificaciones cuantitativas (que más personas com­
partan el poder o que los de otro grupo político lo hagan),
puede ser necesario pero deja inconsciente e inalterada tanto
la estructura de la relación como sus propias representacio-

76
nos. Una relación de poder no se suprime porque se elimine a
un grupo político y otro ocupe su lugar. Si se modifica, es por
cambiar sus modos de representación. Se le explica lo que se­
ñala Bourdieu (2002):

[...] lo m á s im p o rta n te es q u e u n a re v o lu c ió n s im b ó lica , p a ra


triu n fa r, d eb e tra n sform a r las in terp retacion es del m u n do, es de­
cir, los p rin cip ios seg ú n los cu a les se v e y se divide el m u n do na­
tu ral y el m u n do socia l, y que, in scriptos en form a de d isp osicio­
n es corporales m u y poderosas, p erm a n ecen in accesib les al in flu jo
de la con cien cia y de la argu m en tación racional.

El pasaje de lo consciente a lo inconsciente tiene lugar con


el examen de las prácticas instituyentes de la subjetividad,
que sostiene y se sostiene en esas relaciones donde circula po­
der y posicioná a los agentes según quiénes lo ejercen por un
lado, y quiénes reciben su acción, por el otro. Que sean de or­
den inconsciente significa que su modificación está más allá
de las buenas intenciones de quienes proponen recursos para
corregirlas, porque quienes lo hacen están modelados y deter­
minados por esas mismas relaciones. Las llamadas b u en a s in­
ten cio n es no son más que formaciones de compromiso, sinto­
máticas si se quiere, que no han de modificar sino perpetuar
esas relaciones bajo un nuevo fiombre.
La seducción que parecen ejercer quienes ocupan posicio­
nes de poder -e l empresario, el director, el jefe respecto de su
secretaria o sus subalternos (como ejemplo público, el caso
Clinton)-2 no hace sino mostrar que se trata de una conjun-

2. Se trata de una situación que tuvo mucha repercusión mediática y pe­


riodística alrededor de la actividad sexual clandestina entre el entonces pre­
sidente de los Estados Unidos, Bill Clinton (1996-2000) y una joven pasante
que trabajaba en la Casa Blanca, con la que se dio una relación sexual, al pa­
recer, oral. Los hechos en el país del norte fueron bien claros porque se ubica­
ron en dos ámbitos: uno, el del gobierno, donde se manejarán con lo propio de
las relaciones de poder en su dimensión política, denuncias, pedidos de re­
nuncia, conflictos entre los partidos gobernantes, encuestas de popularidad
con vistas a las elecciones futuras, etc. Es decir que se dirimían relaciones
entre subconjuntos públicos: partidos políticos, conflicto entre el poder judi­
cial y el presidente; la situación incluía datos como descenso de popularidad
de éste último, erosión como figura pública, etc. (Berenstein, 2000b).
El otro era el ámbito de las relaciones privadas, con elementos de seduc­
ción de una imagen parental a la de una bija, donde a través de los lugares se

77
ción de dos elementos de distinto orden: sexualidad y poder,
ambos inscriptos en las representaciones sociales e individua­
les, en los cuerpos, en las diferencias generacionales y familia­
res. Las relaciones de poder son producidas simbólicamente en
una y otra subjetividad e instituidas desde la relación. Con­
vencionalmente se llama “modificar las relaciones de poder” a
cambios generalmente cuantitativos más que a un cambio pro­
fundo desde la relación, es decir desde ese orden donde traba­
jan juntos los otros con nosotros, lo que se denomina el Dos.
La teoría psicoanalítica todavía no tiene formulaciones pa­
ra las relaciones de poder. Se diferencia, en psicoanálisis, la
teoría sexual y una teoría de las relaciones de poder. La pri­
mera tiene como elemento fuerte el deseo inconsciente y su
base pulsional y una muy clara caracterización de su fuente,
fin, objeto y perentoriedad, las cuatro características de la
pulsión señaladas por Freud en 1915. Aunque pueda pensar­
se en el deseo de poder, seguramente éste ha de remitir a una
formación de la sexualidad, como el control del cuerpo de la
madre o de la escena primaria en sus distintas variantes; a lo
sumo podrá incluirse como un derivado de aquélla. Otros ana­
listas propusieron adscribirlo a la pulsión de apoderamiento,
llamada por otros “pulsión de dominio,” caracterizada por
Freud como no sexual.
Las relaciones de poder tienen otros elementos: la relación,
situación, posición e inscripción de nuevas marcas. La pre­
gunta acerca de cuál seríaTa fuente de las relaciones de poder
no está bien formulada, porque interroga por una base somá-

volvían a introducir esas relaciones de poder entre una autoridad presiden­


cial y uno de los niveles más bajos de la administración pública; aparecerá la
relación matrimonial con un marido del que se conocían las infidelidades, pe­
ro también una esposa deseosa de realizar su propia carrera política. Esta si­
tuación puso en evidencia la fuerza del mundo público en lo privado y la pri­
vatización del espacio público representado en un sector apartado de la Casa
Blanca, donde tuvo lugar el encuentro sexual. Es probable que ninguno de los
dos supiera que sus cuerpos y sus mentes cumplían inconscientemente con
un orden de dominación masculina. Pero lo sexual, aunque era parte del ar­
gumento, encubría las relaciones de poder entre dominador y dominado.
Bourdieu (1994) señala: “una historia social del proceso de institucionali-
zación estatal de la familia pondría de manifiesto que la oposición tradicional
entre lo público o lo privado oculta hasta qué punto lo público está presente
en lo privado...”

78
tica desde la noción de fuente, pertinente para el ámbito de lo
sexual pero no para la relación entre dos o más, pues ésta in­
cluye, modifica y va más allá de la pulsión, que es una de sus
varias determinaciones pero no la única ni exclusiva. Los ca­
sos extremos de violencia de uno sobre otro, allí donde hay ex-
clusivo deseo de uno, no deben considerarse relaciones de po­
derjrorgue el otro no tiene lugar de sujeto sino crudamente de
objeto. No habría tal cosa como un deseo de ser violentado o
torturado. Esa afirmación, por lo general, culpabiliza a la víc­
tima y confunde los términos acerca de quién es el ofensor y
quién el violentado.

7. MÁS ACERCA DE LA AJENIDAD

Vale la pena incluir y ampliar la cuestión de la ajenidad


en la teoría general del psicoanálisis. Dice Leivi (2001):

Plantear la ajenidad del otro en el vínculo - y agregaría por


extensión, también la ajenidad del propio sujeto- en tanto marca
un tope, un límite, a todas las identificaciones posibles, a todos
los discursos posibles; en tanto concibe una dimensión del otro y
del sujeto no abarcable identificatoriamente ni discursivamente,
entendiendo además que ese tope no es marginal, sino central;
todo eso creo que es un aporte y una perspectiva muy importan­
te, no sólo para el análisis vincular sino para el análisis a secas.

Coincido con su comentario acerca de que:

[...] concebir el trabajo del análisis en el puro plano de la transfe­


rencia y la contratransferencia, entendidos como dos aspectos
equivalentes y complementarios cuya sumatoria brindaría una
totalización del campo en cuestión -concepción esencialmente
identificatoria del trabajo analítico, tan frecuente entre nosotros-
justamente desconoce ese margen de ajenidad.

Y más adelante:

¿Por qué es más inherente la ajenidad a la presencia del otro


que a su ausencia?

Interrogante de suma importancia en el análisis en gene­


ral y no sólo desde la perspectiva vincular. Propone Leivi tres

79
como ejemplos característicos: el
m o d a lid a d es d e a u sen cia
a leja m ien todel otro por un tiempo medianamente corto, lo
que conlleva una espera de retorno; una ausencia debida a
una separación como puede ser el caso de un d ivorcio, donde
la promesa es de no volver y, finalmente, la determinada por
la m uerte del otro. En las del primer tipo podemos incluir las
separaciones cotidianas de los cónyuges que se van a la ma­
ñana a sus respectivos lugares de trabajo o de actividad y
vuelven a encontrarse por la noche, o las ocasionadas por via­
jes u otras circunstancias similares. También las separacio­
nes entre paciente y analista después de cada sesión, o aque­
llas más prolongadas del fin de semana, o más aún las de las
vacaciones de invierno o de verano. En estos alejamientos, el
yo cubre el lugar del ausente con el despliegue de la fantasía,
sin la impugnación o el tope que ofrece la aparición del otro.
Eso ocurre con el paciente cuando se va de la sesión y supone
continuar antes de venir a la siguiente, y también con el ana­
lista entre sesiones cuando evoca a su paciente, o cuando an­
te su tardanza lo espera con las impresiones persistentes de
la sesión anterior. Lo que se llama “reencuentro” actualiza lo
ajeno en la presencia del otro y obliga a una actividad de ha­
cerse conocer nuevamente: son las respuestas a las tradicio­
nales preguntas: “¿dónde estuviste?” o “¿cómo te fue?”, modos
de pasaje de ausencia a presencia y de puesta en contacto de
una presencia con otra.
La vivencia contratransferencial de continuidad con el cli­
ma de la sesión anterior, exacerbada en las separaciones de
fin de semana o por vacaciones, da una pauta de la dificultad
de contacto con la no continuidad, cuya marca es la ausencia
seguida de nueva presencia. La ansiedad de separación hace
que sea imaginarizada como una continuidad posible de soste­
ner mediante una desmentida de la ausencia.
En la separación por divorcio de la pareja parecería que el
trabajo de elaboración de la pérdida es dependiente de varios
factores: del tipo de relación previa, de la modalidad de sepa­
ración y de reconocer las imposibilidades que llevaron a ese
desenlace,3 de la hostilidad frente a lo que es vivido como fra-

3. L a z o es un término estrechamente relacionado a v ín cu lo , en el sentido


de una atadura duradera, con nudos. También denomina el elemento con que

80
caso del proyecto conjunto y de lo que puede desencadenarse
a partir del mismo sin haber sido posible preverlo, del tipo de
relación de objeto actualizada con esa separación, de las pér­
didas tempranas y su modalidad de elaboración. No obstante,
las fantasías persecutorias o de culpabilización del otro por la
pérdida del vínculo hallan su camino facilitado ante la no pre­
sencia del otro, lo que posibílítalas distintas versiones que
adquiere esa fantasía. Deberá tenerse en cuenta que el desa­
nudamiento de una pareja produce una pérdida sustancial en
el sujeto del vínculo: para esa situación dejan de ser y de es­
tar sujetos.
La no respuesta del otro puede producir la vivencia de es­
tar con un ausente, o de no ser existente para el otro. Su viru­
lencia y efecto desestructurante está ligado a un impedimen­
to simbólico, el ya no poder devenir sujeto en esa situación
vincular.
En las dos primeras modalidades de ausencia (alejamiento
corto y divorcio), el trabajo de la fantasía está limitado por la
presencia probable del otro, deseada o evitada, aceptada o re­
chazada pero inevitable. En la separación matrimonial el otro
se hace presente al tener que acordar, por ejemplo, respecto a
los hijos o a lo económico. Ello marca la evidencia de que el di­
vorcio es posible en lo jurídico y la separación en lo vincular, y
que a partir de allí no será posible cumplir con esa tarea re­
querida por el Dos y queda en el campo de lo Uno. En el mun­
do interno ese que era otro reforzará su existencia como objeto
y ocupará persistente un lugar, y será evocado en determina­
das circunstancias.
En aquellas situaciones donde la muerte del otro deja esa
marca de nunca m á s, el trabajo de la fantasía parece ser más
nítido, menos anfractuoso, de menor conflictividad aunque de
mayor ambivalencia. También de mayor posibilidad de ideali- ,
zación por desaparición de ese obstáculo que es la presencia
del otro. El nunca m á s abre una dimensión de ausencia defi­
nitiva que permite al yo revestir al que no está y hacer las
evocaciones y reminiscencias, conectarse con los recuerdos y

se realiza. De lazo derivan en la c e y d e s e n la c e , aquello que se desata o desa­


nuda. A ta r , e n la z a r y v in c u la r se aproximan a s u je ta r y en consecuencia a
sujeto.

81
darles esa forma peculiar que recibe desde el deseo incons­
ciente. Hay una garantía de que el otro no ofrecerá tope.
El proceso de desvinculación con el riesgo de la aparición
del otro, con la posibilidad de que se haga presente, es suma­
mente complejo por la tarea de desasimiento vincular y por la
relación con él desde otro lugar a partir de los nuevos encuen­
tros. La relación con el otro separado es de otro tipo, no es só­
lo discontinuidad sino otro tipo de continuidad con algo ante­
rior que se alteró. Es posible que los reproches continúen por
años o siempre, debido al fracaso de la experiencia vincular
difícilmente admisible por el sujeto, que hace recaer la culpa
y las acusaciones en el otro devenido objeto. La economía de
los reproches consiste en intentar producir un exceso de pre­
sencia, aunque su contenido se relacione con recriminarle al
otro por no estar; en realidad se lo acusa por lá no coinciden­
cia. El sujeto reprochado no puede no responder á ellos y de
ese modo muestra su presencia.
LáTaSseñcia definitiva del otro, en cambio, resta una nue­
va inscripción e incluye la no posibilidad de modificarse en
esa relación, trae una falta de nueva marca que deja huérfano
al sujeto, aprisionado en la subjetividad previa. Sí cuenta con
la posibilidad de ampliarla a partir de la transformación de
las inscripciones previas pero no de modificarla por la vía de
la suplementación, lo que en definitiva produce una vivencia
de pérdida.
¿Habrá momentos de mayor y menor tolerancia a la ajeni-
dad? Quizá la estabilidad del medio social o familiar crea las
condiciones de mayor tolerancia, y puede generarse un acuer­
do en inmovilizarla en e l mundo social así como en el mundo
familiar, algo así como establecer un pacto de no ajenidad a la
manera de los pactos de no agresión, que no la suprimen sino
que la tornan invisible.

8. LA AJENIDAD (DEL ANALISTA) Y LA PERSONA REAL

De tanto en tanto surgieron importantes trabajos sobre la


persona del analista (Little, 1957; Klauber, 1968), en el con­
texto de una crítica a la función del analista como espejo.
Klauber sostiene que la tarea analítica no depende sólo del
análisis de la transferencia sino de la “satisfactoria interac-

82
ción entre personalidades”. Aunque el analista realiza la in­
terpretación y la construcción del sentido, sus procesos de va­
luación variarán notablemente de acuerdo a su personalidad
y cultura.

Analista y paciente no son solamente analista y paciente;


también son individuos con sistemas de valores altamente inte­
grados, y en gran medida inmodificables, y la actitud de uno ha­
cia el otro expresa no sólo la transferencia y la contratransferen­
cia sino puntos de vista egosintónicos y firmemente basados en la
reflexión. Una teoría de la técnica que pase por alto la enorme in­
fluencia de los sistemas de valores del paciente y el analista en la
transacción psicoanalítica, también estará pasando por alto una
realidad psíquica básica de toda relación analítica (Klauber,
1968: 166).

Esta descripción de fines de la década del sesenta desde


otro esquema de referencia se ocupa de lo que planteamos
acerca de la naturaleza vincular de la relación analítica, así
como del valor de lo que los colegas de esa época llamaban la
“persona del analista” que, sin ser coincidente, se acerca a lo
que aquí se llama presencia. Aunque Winnicott y Little ha­
blaron del analista como una persona capaz de brindarle una
respuesta emocional genuina, paciente y analista son conside­
rados como individuos, con sistemas de valores integrados e
inmodificables pero basados éstos en una actitud consciente.
En un ejemplo, Klauber (1968) describe a un paciente con­
siderando la rigidez y actitud irrazonable del padre. El análi­
sis de la rivalidad y agresión en función del complejo de Edipo
carecerá, dice, de todo poder de convicción para el paciente. El
autor sugiere discutir los pormenores de las críticas del hijo
para, a d em á s de las quejas justificadas, mostrar las motiva­
ciones irracionales originadas en su infancia. Esas quejas res­
pecto de ese padre infantil ausente, es decir objeto de un
mundo interno y de las emociones ligadas a esa situación, de­
berán ser analizadas exhaustivamente (y de hecho son anali­
zadas por el paciente). Salvo que para nuestra perspectiva, el
a d em á s pertenece a otro espacio igualmente relevante de aná­
lisis si se quiere alcanzar el nivel de inscripción del vínculo
con el padre y la posibilidad del hijo de pensarlo. Se ha de in­
troducir un padre “otro” respecto de un hijo “otro”, a los cua­
les se les deberá habilitar un lugar que no es el lugar ya dis-

83
puesto desde la constelación infantil. “Otro” respecto del des­
pliegue pulsional incluido en la comprensión acorde con la va­
riedad emocional del complejo de Edipo. Este camino del aná­
lisis no puede producirse sino al analizar esa ajenidad en el
lugar de la interferencia (capítulo 8), en relación con la pre­
sencia tanto del analista como del paciente. Pero se deberá
enfatizar en su diferencia respecto de las figuras ausentes
que se presentifican en un analista que se presta para ello.
Ese es el lugar de la transferencia. Dice Klauber acerca del
caso mencionado:

Pero esto envuelve una serie de complejos juicios de valor so­


bre la situación real, tanto con respecto al paciente, en su con­
ducta fuera del análisis, como a un tercero (el padre) (pág. 175).

Esos ju ic io s de va lor en general circulan en forma implíci­


ta en las interpretaciones donde, bajo forma de preguntas o
sugerencias encubiertas, el analista se ofrece como ideal. Ca­
be preguntarnos qué ocurrió con el análisis del analista, inte­
rrogante que no debiera hacernos temer, y examinar las con­
secuencias de la no inclusión del sentimiento de pertenencia,
sea social o institucional, por ser considerado como “lo dado”.
Si este sentimiento de pertenencia no fue analizado, resultó
apto para transmitirse generacionalmente como punto ciego
de analista en analista.
Es aún una zona difícil el análisis de la condición social y
económica, de las convicciones religiosas o políticas del pa­
ciente y cómo aparecen en el mismo analista, según se obser­
va en el arreglo de su consultorio y los objetos que le pertene­
cen y que el paciente registra, así como por las circunstancias
de su vida familiar, la austeridad o el lujo. En las interpreta­
ciones se infiltra la posición respecto de la separación matri­
monial de su paciente, sus criterios de salud y enfermedad o
sus opiniones políticas. Desde luego, todos estos elementos
pueden funcionar como soportes de la transferencia y anali­
zarse. Los temas actuales de mayor conmoción social, como
podría ser en algunos países la violencia ligada a problemas
económicos o desocupación y en otros a problemas con las mi­
norías, por lo general no son incluidos en las presentaciones
clínicas por no ser considerados “datos” a los que se les podría
dar otro sentido. Aunque es algo razonable intuir qué y cómo

84
organizan la subjetividad, son cuestiones que suelen perma­
necer fuera del análisis.

9. LOS MÁRGENES (O BORDES) DEL SUJETO

Lo que sigue ha de ser más impreciso. La mayoría de los


psicoanalistas toma lo infantil como determinación y toda de­
terminación es única, de otra manera se está ante lo indeter­
minado. Se toma como criterio único un comienzo basado en
el desamparo originario: aportando el recién nacido su inde­
fensión, aceptará las marcas que el adulto produce, incons­
ciente de ellas, con la innegable sexualidad que atraviesa la
relación. Esta concepción lleva a pensar en un sujeto consti­
tuido de una vez, con un origen temprano e infantil, y los con­
flictos derivados han de llevar por el camino de la elaboración
a transformar “una miseria histérica en infortunio ordinario”
(Freud, 1893). Lo cual no es poca cosa. La certeza de esta for­
mulación está basada en la convicción de ser única. En los po­
co más de cien años de psicoanálisis hemos tomado contacto
con logros y también con fracasos en la teoría, los cuales fue­
ron fuente de sucesivas formulaciones que llevaron a su am­
pliación. No obstante, determinadas patologías no son fácil­
mente accesibles, aun con las formulaciones disponibles hoy
día.
En las teorías psicoanalíticas hay un hiato entre los he­
chos significativos del pasado y los hechos subjetivos nuevos.
Las teorías vigentes hasta este momento se muestran demo­
radas respecto de lo producido en el ahora. No se es conscien­
te de la propia historia individual ni tampoco de la determi­
nación epocal en la medida en que se forma parte de la
situación social actual. Surge una discordancia cuando se as­
pira a explicar el sentido de vivir una situación: o se la expli­
ca como determinada por lo ocurrido actualmente (relaciona­
do con la presencia) o como determinada en una época pasada
(consecuencia de una ausencia). Optar por una de esas formas
resulta de una escisión subjetiva y a su vez la produce pues
ambas son portadoras de sentido. Habremos de decir que el
sujeto humano es indeterminado y se determina en la situa­
ción y en una relación con el otro o con los otros, lo cual inclu­
ye el pasado y el azar de las marcas provenientes de lo actual.
Ambas determinaciones son pertinentes pero no en el mismo
momento ni para los mismos sectores de la situación vivida.
El sujeto singular se instituye con representaciones de su his­
toria temprana e infantil, en el vínculo sexual con el otro y en
relación con el espacio público, hallándose marcado por las re­
laciones de poder. Como psicoanalistas nos interesa la pers­
pectiva de la indeterminación porque ha de ampliar el abani­
co de determinaciones en el cruce de esos tres espacios (véase
el capítulo 6), y los “bordes” del sujeto necesariamente se ve­
rán ampliados por la presentación de aquello no previsto ni
previsible. Y, respecto de esos tres espacios, hemos dicho que
el sujeto está producido por esos mundos y a la vez es donde
ellos se reúnen.

10. LA IMPOSICIÓN Y SU RELACIÓN CON LA


VIOLENCIA PRIMARIA DE PIERA AULAGNIER

Toda conceptualización es producida en un lugar y un


tiempo y trata de decir algo distinto a la producción anterior.
A veces para ampliarlo y otras veces para desecharlo o repetir
sus formulaciones con otras palabras. Sin embargo, los inten­
tos de describir nuevos hechos, especialmente si son de orden
psíquico, corresponden a la intuición de una brecha, un espa­
cio vacante que, estando presente desde antes sin haberse no­
tado, puede haber sido puesto en evidencia a partir de las
nuevas maneras de plantearlo. Pero también pueden haberse
tornado evidentes inconsistencias, que antes no se notaban.
Por eso, puede resultar difícil notar nítidamente las semejan­
zas o diferencias entre los distintos conceptos en un campo de
experiencia común. Al igual que las personas, las ideas cientí­
ficas también son singulares, y lo que las homogeneiza es que
son diferentes en tanto forman parte del conjunto que las
agrupa.
Tomaré sólo la noción de imposición para reflexionar acer­
ca de la semejanza o diferencia respecto de las formulaciones
acerca de la violencia primaria de Piera Aulagnier, aunque
un análisis comparativo me extendería más de lo que me pro­
pongo aquí.
Esta autora avanzó en varias dimensiones, en las cuales el
lugar del otro tiene un sitio preponderante. Entre sus ideas

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fuertes y fecundas figuran las de violencia primaria y secun­
daria, hecho emocional sustantivo dado en una relación, y
avanza un paso más allá de considerarla como adjetivo de
agresión. Hay una relación entre violencia y violación , la rup­
tura de alguna costumbre o dignidad, de algo que debiendo
estar entero o íntegro se penetra, quiebra o rompe. Su opera­
ción consiste en una resta de lo que se supone íntegro.
Como se sabe, la violencia primaria (Castoriadis-Aulag-
nier, 1975) se relaciona con el estado de encuentro entre psi­
que y mundo, con el trabajo de representación de lo que ocurre
entre cuerpo y psique materna, con el objeto y sus caracterís­
ticas de extraterritorialidad, de espacio separado. Se trata de
una acción impuesta desde un exterior, a manera de violación
de un espacio por alguien o algo con leyes heterogéneas al yo
(pág. 34). Se trata de una acción caracterizada como necesaria
y cuyo agente es el otro y remite a la rep resen ta b ilid a d y el
poder de los objetos frente a los límites de autonomía de la re­
presentación, del poder-funcionamiento de la psique referido
al hacer con el exceso de información con el que se confronta,
de la oferta que precede a la demanda en la relación entre la
madre, instituida desde la represión, y el in fans que aún no lo
está. La voz materna está sujeta ai sistema de parentesco, a
la estructura lingüística y a los afectos de otra escena. A su
vez la violencia secundaria opera contra el Yo, sea entre dife­
rentes yoes o entre el discurso social y el yo a favor de mante­
ner lo que aquél ha instituido. En tanto la primera violencia
hace al yo, la segunda se ejerce contra el yo o, dicho en otras
palabras, la primera instituye y la segunda destituye^
Aquí surge un primer interrogante: ¿cómo puede ser que
una violencia que instituye también destituya? Si se dijera
que es la cantidad, el monto, el exceso, todo lo que indique
que es “un poco más de lo mismo”, se está expuesto a unificar
materialidades heterogéneas para convertirla en homogenei­
dad. Si violencia describe la violación del espacio del yo es po­
sible suponer que Piera Aulagnier tomó este concepto del
marco social, de lo que llama violencia secundaria (donde la
H violación del yo efectivamente puede ser un observable) y des­
de allí lo aplicó a la relación madre -in fa n s, considerándola
primaria. Siguiendo el modelo freudiano invirtió los términos
y estableció que violencia primaria, no observable, es predece-
sora de la violencia secundaria considerada entonces un exce-

87
so (pág. 34). Ése es el camino de los conceptos psicoanalíticos
que tienen un secundario del cual se supone un primario,
como ocurre con el narcisismo y la represión. Freud usó el tér­
mino Ur, que en alemán significa “primordial”, para la repre­
sión y el narcisismo así como también para la escena prima­
ria. Según Etcheverry (1978), para referirse a lo filogenético
que se reencuentra en la ontogenia. Lo secundario, lo obser­
vable clínicamente sería lo primario de lo primario, que se de­
duce a partir de aquél. Si entre madre e in fa n s hay violación
de la primera sobre el segundo es porque la concepción implí­
cita es de un psiquismo con cierre, de allí la idea de irrupción
de uno en el otro con respecto al cual está en un afuera llama­
do extraterritorial. Lo digo así para oponer esta concepción a
otra, donde la madre y el in fa n s se determinan en esa rela­
ción (aunque nunca del todo) por las marcas que el vínculo
produce en ambos, dando lugar a ana subjetividad no centra­
da en el yo sino en devenir otro con otro.
A raíz de observaciones en los tratamientos individuales,
de pareja y familia, así como de situaciones sociales, me pre­
gunté si el vínculo entre los sujetos y su persistencia es com­
patible con la violencia-violación, ya que ésta se presenta co­
mo eminentemente antivincular. Si definimos el vínculo como
aquello que al ligar produce sentido e innovación en dos o
más otros dada su condición de presencia, entonces surge una
inconsistencia en el concepto de violencia, aun primaria, pues
en ésta habría violación, resta y unidireccionalidad. Aunque
depende de cómo consideremos a la madre y al in fans, si pro­
ducen una relación donde ambos se determinan y hacen gala
de presencia, difícil seguir sosteniendo el criterio de violación.
Como hemos sostenido, un trabajo tiene lugar con las repre­
sentaciones - y ahí la madre es determinante de la relación- y
otro trabajo es con las marcas que se dan y reciben desde una
lógica de la presencia.
En la psicosis, el in fans es tratado en grado extremo como
unaTaüseñaa,"mejor"dicKó~cóñvértidó en ausencia de sentido,
déspojado'de~ presencia desde la violencia-violación de una
madre óimnípóténlé^yomnisapiente. Difícil imaginar un Dos
(con mayúscula) instituyente donde hay violencia-violación.
Son dos (con minúscula) como número, como pura carne, pero
no como producción sino como reducción de subjetividad. Si
hay violación del espacio del in fa n s, su presencia es transfor-

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tunda en ausencia y carecerá de la posibilidad de ofrecer mar­
eas a la madre. El bebé es aceptado en tanto totalmente re­
vestido de representaciones maternas, un objeto de su sexua­
lidad.
Foucault (1976) distingue violencia de relaciones de poder.
Las llama relaciones porque se trata de acciones que un suje­
to puede llevar a cabo para impedir que otro cumpla con las
suyas. En ese caso están dirigidas a las acciones d el otro pero
no al otro como sujeto, y consisten en imponer una marca des­
de una relación entre dos sujetos con presencia. Foucault ha­
bla de violencia cuando el objetivo es anular o quizá suprimir
al sujeto y on sólo a sus acciones. Diferencia sustancial, a pro­
pósito de lo cual traeré a colación un episodio ocurrido duran­
te la Segunda Guerra Mundial narrado por Lanzmann (Scha-
pire, 2001). Cuenta en un filme llamado S o b ib o r , 1 4 de
O ctu b re d e 1 9 4 3 , 1 6 h s que en ese campo de exterminio un
grupo de 60 judíos, sobrevivientes de 1200 que habían sido
eliminados, decidieron escapar y para ello debían matar a los
oficiales nazis que eran alrededor de 16. Esa acción requirió
planificación y estrategias para llevar a cabo la acción y, por
ejemplo, hacerse de hachas. Algunos de los judíos eran sas­
tres, y entonces citaron a los oficiales con un intervalo corto
de tiempo para probarse unos uniformes. Cuenta uno de
aquellos sobrevivientes, que hoy vive en Israel, que nunca ha­
bía empuñado un hacha. Pero esa vez lo hizo con tal maestría
que de un solo golpe aniquiló al oficial que le había tocado, co­
mo si la hubiese manejado desde toda la vida. Lanzmann se
refiere a ese acto como inaugural y lo llama reapropiación de
la violencia, de la que los nazis los habrían expropiado.
Hay lugar para la pregunta de qué es eso que se puede
apropiar, expropiar o reapropiar. Entre los sujetos hay rela­
ciones de poder y en tanto tales, como dije anteriormente, tie­
nen la capacidad de instituir unas marcas en el otro, es la im ­
p o s ic ió n , un mecanismo instituyente. En este sentido la
mamá instituye a y se instituye d e s d e ese otro que es el in ­
fa n s. Cómo'dye" anteriormente, uno de nuestros conceptos, en
los que creemos, es que la madre tiene una acción unidireccio­
nal dada la característica de desamparo del recién nacido. Lo
que se ve está fuertemente sostenido por las creencias y, como
dice Bauman (1999), no hace falta que ellas sean ciertas para
creer, cuando además están fuertemente impuestas y sosteni-

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das por el medio social que nos otorga pertenencia. La percep­
ción de la impotencia motora y psíquica del recién nacido no
permite pensar, y por lo tanto observar, que el bebé marca a
la mamá tanto como ésta a aquél, salvo que lo hace de otra
manera. No es una marca menor, y a que la instituye como
una madre. Pero no es nuestra única marca ni la originaria.
En la vida social, más precisamente en la vida pública, en
las relaciones de poder entre los sujetos, cuando uno de ellos o
un grupo monopoliza esas relaciones y despoja a los otros de
su capacidad de hacer marca, las relaciones dejan de ser tálés
y pasan a ser actos de violencia, que tienen por consecuencia
que el sujeto pierda su cualidad de tai. Como un ejemplo de la
época actual basta mencionar ios secuestrados: el sujeto cap­
turado pasa a ser una mercancía en la negociación entre los
secuestradores y la familia a la cual pertenecía. Otro ejemplo:
los desempleados de una empresa, mencionados como núme­
ros de una planilla, como cuando se dice que se prescindieron
de 500 lugares y ya no se habla de personas ni se las trata co­
mo tales. La empresa que comunica a un empleado su cesan­
tía establece unilateralmente que la palabra de éste quedó ce­
sante, por lo tanto perdió su humanidad en esa relación. Pero
atención: no es lo mismo el judío de Sobibor, un secuestrado y
un trabajador privado de su trabajo. Por eso es que debería­
mos hablar de violencias y no de una sola violencia primaria
cuyo exceso es la base de la secundaria. Para ello deberíamos
aceptar que el espacio público instituye subjetividad como
también lo hace la relación con la madre y la familia, pero no
remiten una a la otra como derivadas. Aquí habría una dife­
rencia con respecto a Piera Aulagnier, porque no considero
que con la constitución del aparato psíquico y la represión se
operó un cierre y que desde ese momento sólo cabe represen­
tarse la realidad desde las representaciones infantiles. Dicho
en términos más cercanos a la clínica, y como ocurre con la
mayoría de nuestros colegas, cuando se dice que la acción de
la realidad irru m pe en la sesión y perturba el trabajo analíti­
co, se está pensando en espacios con cierre. De otra manera
no se pensaría que irrumpe lo que forma parte de la situación
clínica. Si una crisis muestra la normalidad es que ésta no re­
sulta visible.
Volvamos a la situación extrema de Sobibor. En un mundo
de relaciones entre nazis y judíos donde el poder se distribuía

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aunque no en forma paritaria, los primeros fueron expropian­
do a los segundos de su subjetividad y por lo tanto de su lugar
en la relación de poder, de la posibilidad de hacer una marca
y de tener una palabra, y luego de tener un nombre cuando
éste fue reemplazado por un número. Uno inició el camino del
Uno (con mayúscula), de aniquilación del otro, del judío a ma­
nos del nazi. En Sobibor el judío toma la violencia en sus
manos porque el otro no se la va a dar, toma por su cuenta la
opción de matar para vivir y a eso podemos llamarlo su p ervi­
ven cia, y encontramos allí su lógica y su justificación. En ese
acto deviene sujeto, pero no el que era antes sino otro. No re­
cupera algo anterior, funda una nueva subjetividad, para lo
cual no es suficiente pensar en identificación con el agresor o
con el perseguidor. El preso judío deviene otro respecto del
oficial nazi al que mata, adquiere carácter de otro, pero mu­
cho más importante aún es que deviene otro de sí mismo. Lo
que nos sitúa ante la pregunta: ¿por qué mata el nazi? Desde
ya que no por supervivencia. Es difícil establecer por qué:
¿por sadismo? Pero allí no está la habitual relación con maso­
quismo. ¿Por el placer de apropiarse de la identidad del otro?
¿Por sostener una pertenencia? ¿Por apetencia económica?
O ficial n a zi-p reso ju d ío son dos personas despersonalizadas,
por lo que difícilmente hay relación de poder y vínculo.
Cuando una persona es privada de su trabajo también se
la priva de su palabra, y de la marca que como trabajador le
hace sostener su subjetividad y su palabra. Se le dice y no se
espera que responda porque a partir de allí su palabra carece
de sentido, por lo tanto la palabra del otro pasa a ser única.
Despojado de su lugar y de su palabra, inicia el camino hacia
la autoconservación. Del otro lado -e l empleador, la empresa,
el gerente de personal- no está la autoconservación sino la
ganancia. Quizá una tarea de investigación debería establecer
la significación psicoanalítica de esa ganancia. Una relación
laboral dejó de ser tal. No es un sujeto que cuenta en una re­
lación dialogal. Para recuperar su palabra deberá hacer algo,
Bolo o con otros, único medio para lograr instituir un lugar en
el espacio público, y desde allí encontrar una relación otra, si
es posible, con quien lo despojó.
Para concluir, diré que Piera Aulagnier da una versión
propia y muy ilustrativa de la inicial vivencia de satisfacción,
correlato del desamparo. En esto sigue el recorrido de varios

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autores aunque aportando su nota original. Tomar el naci­
miento como momento originario marca un punto de partida
importante pero restringido respecto de otros orígenes de la
subjetividad. La relación entre la madre, con su aparato psí­
quico constituido y establecida la barrera de la represión, y el
infans que ha de desarrollarlo en contacto con aquélla, marca
uno de los comienzos de la subjetividad. Si es considerado co­
mo único es a consecuencia de un pensamiento que instala al
yo en el centro de la vida psíquica. Desde allí el otro se enten­
derá como una extensión proyectiva que lo despoja de su aje-
nidad. Pero éste es uno entre varios mecanismos de relación
entre sujetos. En la metapsicología esta modalidad de remi­
sión a un yo se asocia a las nociones de lo llamado secundario,
observacional o clínico, al que se le atribuye un estado prima­
rio que es necesario suponer como punto de partida y que le
daría sentido en tanto se postula como origen.
Así ocurre con la formulación de la violencia secundaria
que requiere de la primaria para asegurarse su eficacia. Cla­
ro está que la amplía y enriquece, pero pareciera que se pro­
duce lo que en términos de Laplanche (1992) es un retorno de
lo ptolomeico en lo copernicano del descubrimiento freudiano,
al volver al yo después de intentar incluir al otro. Claro que la
madre es otro, pero las concepciones que la marcan desde una
asimetría irreducible llevan insensiblemente a pensar la rela­
ción centrada en ella como Uno. Posiblemente sólo las asime­
trías recíprocas nos den una posibilidad diferente de incursio-
nar en este campo. Desde allí podremos volver sobre el
vínculo infans-madre/padre y considerarlos desde el Dos y no
sólo desde un uno constituido y otro uno por constituirse... en
uno.

92
CAPÍTULO 4

LO REPRESENTABLE, LO IRREPRESENTABLE
Y LA PRESEN TACIÓN 1

1. INTRODUCCIÓN

Lo representable, aquello posible de ser acogido por la re­


presentación, y aquello que ocupando un lugar en el psiquis-
mo no lo es —lo irrepresentable- intervienen en la constitu­
ción de la subjetividad. También lo hace la inscripción de
aquello que no lo tenía; podemos considerar como “nuevo” lo
producido actualmente, lo que no existía previamente, lo sin
representación anterior. Esto a su vez se relaciona en psicoa­
nálisis con el tema del origen, con la cuestión de si lo existen­
te en el psiquismo, en el ámbito de la representación, tiene un
origen único en los primeros años de la vida o es posible admi­
tir distintos momentos en su inscripción.
Tanto en este capítulo como en otros se verá que varios de
los términos usados se anteceden de una negación, sea por el
término no como por la partícula i o im : lo no ocurrido previa­
mente, lo no representado, lo impensable, lo ¿rrepresentado.
Nuestra lengua parece carecer de términos propios para esta
categoría de conceptos, como si reflejase el privilegio de los
términos en positivo y como si aquellas situaciones emociona­
les y estructuras de pensamiento que no coinciden con ellos
sólo pudieran ser caracterizadas por el opuesto de las accio-

1. Este capítulo está basado en “Lo representable, lo irrepresentable y la


presentación”, C on sid era cio n es a cerca d e la rep etición y el a c o n tec im ien to p s í ­
q u ic o , Berenstein, 1998-1999.

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