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El aparato men
tal o el mundo interno fueron pensados desde el principio de
identidad y semejanza: se conoce lo que está representado.
Ciertamente es difícil correrse de un principio que rige el pen
samiento occidental desde hace más de dos mil años. Afirma
do el ser (lo Uno) se opone al devenir, y como éste siempre'es
con otro, se opone al otro y a lo otro. lió no semejante, lo aje
no, lo extraño o con otras reglas lógicas de funcionamiento,
tiene una existencia conflictiva para este tipo de pensamien
to. Entonces puede negarse, desmentirse o, a lo sumo, tratar
de adaptar lo ajeno para darle cabida como semejanza. Cuan
do esas modificaciones no son suficientes, el ser humano se
siente, desde la posición de ser Uno, con derecho a eliminar lo
ajeno, y así confirmar que está en un mundo de semejantes.
Pero lo no representado y lo no representable deberá inscri
birse en el aparato psíquico porque es heterogéneo a la repre
sentación. Lo inconsciente es ajeno al yo y éste reacciona a su
emergencia como si fuera extraño: lapsus, sueños y síntomas
se le aparecen como no propios. El otro se le aparece como se
mejante en tanto lo pueda representar. Pero la presencia del
otro se le ofrece como ajena, por lo tanto deberá inscribirla y
luego cubrirla con la representación de palabra, para descu
brir nuevamente que sigue siendo ajena.
CAPÍTULO 3
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Proyecto..., del desamparo, del trauma real, de la experiencia de
satisfacción con el pecho real, que con el bebé “pulsional” con la
deflexión de la pulsión de muerte, proyección e introyeccion y
construcción de su objeto.
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que ese saber resulta de devenir sujetos específicos en esa re
lación singular, se inicia el rechazo de esa impugnación, que
es de vital importancia para la modificación del vínculo entre
ambos.
Otro camino es la im p u g n a ción de la fa n ta sía , necesaria
en el contacto entre los sujetos, quienes a través del juicio de
presencia (capítulo 1, parágrafo 4. 5.) van haciendo el trabajo
psíquico de confrontación para elaborar la relación entre el
mundo de la fantasía y la inscripción de una presencia que no
encuentra registro previo.
Lo vincular permite formular otra concepción acerca del
origen del psiquismo, diferente de la basada en la noción de
desamparo inicial del humano y de la de madre como objeto
amparador (véase en este capítulo el parágrafo 9) y que mar
can fuertemente la relación desde la asimetría. Las nociones
de presencia, ajenidad e imposición desplazan la teoría del
desamparo inicial de su posición central y la ubican como una
de las determinaciones pero no la única. Ambos lugares o,
mejor dicho, posiciones, la del bebé y de la madre, han de re
sultar del encuentro, donde el primero recibe un lugar ya
marcado por las significaciones que lo esperan y a su vez tie
ne la aptitud de marcar el lugar materno, lugares a los cuales
ambos han de advenir.
Estos planteos para pensar el vínculo entre paciente y
analista llevan a reformular la noción de asimetría, criterio
que impregna nuestra concepción del proceso analítico. Sobre
la. base del desnivel infans-madre, el vínculo es concebido co
mo unidireccional desde lo que uno tiene y al otro le falta, lo
que uno puede y el otro no. JHasta aquí la asimetría se basa
en una diferencia que organiza un sistema de jerarquías. Pe
ro a ella se agregarán otras diferencias en el humano: la ge
neracional, entre madre y bebé; la sexual, entre masculino y
femenino; la de la alteridad, entre un sujeto y un sujeto otro;
la social, entre subconjuntos de personas habitando el marco
de sus relaciones económicas, religiosas y políticas. Todas
ellas pueden ser pensadas desde la unidireccionalidad o desde
la ajenidad, que propone una bidireccionalidad radical a la
que llamaremos vincular. En la diferencia cada unqpropone
al otro una ajenidad heterogénea y, desde allí, hay una asime-
tría irreductible. El bebé la propone a la madre y ésta al bebé,
pero ello no los hace simétricos sino que hace de la ajenidad
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una relación desde lugares heterogéneos. Asimismo ocurre
mu hombres y mujeres, sujetos cuya ajenidad los marca como
litros hterogéneos y en una posición asimétrica, como se da
también con lo social. Nos espera aún precisar estas diferen
tes ajenidades. Los sujetos en una relación proponen lo seme
jante y lo diferente, y no sólo en una dirección sino en ambas.
( lomo ambos “pueden” hacer en forma heterogénea, se enmar
can también en una relación de poder que, asociada con lo se
xual, instituye la situación que los determina a ambos (véase
en este capítulo el parágrafo 5).
La implicancia para la relación analítica es importante, ya
que, en lugar de ser jerárquica, la propuesta es pensarla des
de lugares heterogéneos. Si el paciente transfiere y el analis
ta responde con contratransferencia, ésta es una respuesta y
en última instancia establece que le corresponde al paciente.
Pero la presencia del paciente implica al analista de otro mo
do que desde la transferencia porque porta una ajenidad; de
viene analista de ese paciente y en este vínculo, además de
serlo por pertenecer a una profesión o a una institución. Ana
lista y paciente han de “pertenecer” ají vínculo además de te
ner otras pertenencias. A ese encuentro de ajenidades en el
vinculó"éntre sujetos lo he llamado interferencia (capítulo 8),
que ocupa el proceso analítico tanto como la transferencia. Va
de suyo que la actitud técnica ha de ser diferente si se la pien
sa desde lo unidireccional o se lo hace desde lo vincular.
Acerca de la cuestión de si los padres mencionados en el
vínculo son reales y si esto implica retomar a la teoría del
trauma en Freud, diré que habremos de diferenciar “padres
reales” de “padres-presencia”. En tanto reales serán tratados
mediante los juicios de existencia y atribución; en tanto pre
sencia, lo son a través del juicio de presencia, pues ofrecen
marcas que exceden la investidura del deseo inconsciente.
Él trau m a es producido por un exceso de cantidad a partir
de un estímulo que no encuentra al psiquismo en condiciones
de tramitarlo. Presencia es novedad donde no la había, no de
sestructura lo existente sino suplementa al conjunto represen-
tacional con una presentación que luego instituirá otra repre
sentación, añadiéndole complejidad. Una cosa es reivindicar
la madre real, y otra muy diferente considerar a la madre y el
bebé como presencias en el vínculo.
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Main
2. LA TRANSFERENCIA COMO HECHO NUEVO
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El análisis está suficientemente descrito como una actividad
entre-dos, pero se puede pensar y encarar de diversas maneras
y dependerá de cómo se lo piensa, a saber:
a) un en tre-dos se constituye con uno que requiere elaborar
sus conflictos internos y otro que ha de permitir y colaborar en
el conocimiento de aquél en base a una fuerte relación de asi
metría. Entonces se habla del despliegue de la transferencia
del paciente sobre la persona y la circunstancia del analista,
que ha de ubicarse en una posición de neutralidad, poniendo en
suspenso toda valoración, negativizando en todo lo posible su
presencia para dar lugar al despliegue del mundo fantasmático
del paciente;
b) otro en tre-dos es el de dos sujetos que, sin omitir ni supri
mir quien es cada uno, avanzan en la producción deí vínculo,
para encontrarse y admitir que a partir de él cada uno será un
poco diferente de lo que era. El paciente, respecto a cómo empe
zó la relación, donde además de los significados derivados de su
mundo infantil, inscribirá los nuevos registros de la presencia
de ese otro que es el analista, y éste que registra su variación
respecto de quién era cuando comenzó el tratamiento con este
paciente singular. Esta tarea es suplementaria de la que se ha-¡
ró con esa otra ajenidad, la de lo inconsciente, que ha de apare-]
cer en la sesión como sueños, lapsus, chistes o síntomas. ¡
La propia historia, cuando es contada desde el vínculo con
el analista, deja de ser propia y pasa a ser una historia singu
lar. Una tarea suplementaria es ubicar, precisar y mostrar lo
ajeno del otro, que no es un sector disociado sino aquello que
será necesario inscribir para constatar una y otra vez que lo
ájeno permanece como tal. La tarea es distinta a la elabora
ción y pasa por un pensar en su posibilidad, no por un conocer
previo, por intentar inscribirla sin desecharla al presentarse
como obstáculo, lo cual conduce a cierta desestructuración de
lo ya instituido, la subjetividad propia. Esta tarea puede in
tentar desecharse si está asociada a la vivencia de caos o de
derrumbe. Laplanche (1987) cita a Ida Macalpine en su consi-
déración del análisis como situ a c ió n analítica, diciendo que
ésta es la que crea la transferencia y que la regresión del su
jeto es el resultado de adaptarse a la situación de creatividad,
en sí misma facilitadora de una reacción infantil. O sea, pien-
«a la transfrencia como una reacción infantil pero justificable
en esa situación. El autor francés señala, por su parte, varios
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desdoblamientos en la transferencia: pasado-presente, ina-
daptado-adaptado, y remarca que el otro es otro que yo por
que es otro que sí mismo. Por lo que: “la alteridad externa
reenvía a la alteridad interna” (véase Berenstein, 2001a).
Liberman (1983), en su definición operacional de transferen
cia, considera que una disposición se desencadena frente a si
tuaciones-estímulo dadas por el encuadre, la situación analítica
y los elementos lingüísticos. Toma de Freud el criterio de “dis
posición”, que lleva al paciente a reaccionar de manera peculiar
ante estímulos traumáticos y a responder a algún rasgo del
analista que se preste para adjudicarle el significado dado des
de la disposición. En esta concepción el paciente ha de ofrecer
algo predeterminado a desplegar ante el analista quien propor
ciona algún rasgo facilitador, interviniendo en la relación como
sostén de elementos que desencadenen esa respuesta afectiva.
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ron esta ocurrencia, durante unos minutos no pudo atender lo
que la paciente decía.
Aquí se puede hablar de un impedimento en la atención
flotante, ya que no le fue fácil prestar atención al material. Se
presentó un obstáculo para el desplazamiento de los significa
dos y, aparentemente, para comprender lo que estaba ocu
rriendo entre ambas, que podemos atribuir a una representa
ción previa. Ese no poder dejar de lado la ocurrencia personal
supuestamente quitó libertad, como ocurre cuando hay una
invasión de la vida personal de un analista evocada por la
ocurrencia del paciente. Puede haber sorpresa ante la irrup
ción del propio inconsciente, que tiene un efecto paralizante y
detiene la posibilidad de pensar.
Desde lo vincular podemos decir que la idea de q u ed a r p r i
vada de libertad no toma en cuenta que la mayor restricción
a la libertad viene de las ideas previas a todo encuentro con
el otro, y no de aquello que libera de la propia prisión de lo
preconcebido. Si emerge un imprevisto, no quita sino que en
realidad agrega libertad a la situación. La restricción propia
mente dicha sería la subordinación a interpretácionés ya es
tablecidas por el usó. Eso que es descrito como un obstáculo
para el pensamiento fue justamente lo novedoso de esa situa
ción, a la que podemos caracterizar como una desubicación
resultado precisamente de estar vinculados.
La pregunta tradicional es ¿qué hace uno con esto? Sugie
ro que la pregunta debería ser ¿qué hacemos d o s con esto?
U no solo no podrá hacer ese pensar que se da en el en tre-d os.
Si la paciente hablando de Barcelona inició una acción, re
quiere el acompañamiento, el estar y hacer del analista, que
al aportar “su” Barcelona determinará que la de la paciente
no siga siendo la misma. ¿Cuál sería elcompromiso ético deri
vado de esta situación? Sería diferenciar quées de u no y qué ,
es de o tr o y hacerle lugar a lo que sí es de uno y de otro. La
persistencia en lo que es de uno aleja lo del otro y su incipien
te y posible relación. La sorpresa ante el propio inconsciente
se debe no sólo al retorno de lo reprimido que toma despreve
nido al yo, sino a que fue promovido desde la acción de otro. O
puede empezar en uno pero requiere del otro para continuar.
De otra manera el analista estaría gobernando la sesión, de
sentendiéndose de que para hacerlo requiere del paciente pa
ra que la inicie.
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¿Cómo puede analizarse este impedimento? Hay un malen
tendido inicial que consistiría en pensar que una ciudad o una
persona son únicas a partir del nombre y lo es desde uno. Ca
da nombre se refiere a varios nombrados, en esta situación
clínica se trata de dos ciudades, la del paciente y la del ana
lista. Subsumirlas en una sola, la de la paciente o la de la
analista, sería reducir esa producción vincular a uno, y por lo
tanto desvincularlos. Se estaría a punto de descubrir que ahí
donde antes llamaban algo de la misma manera, debe iniciar
se un trabajo clínico para enterarse de que eso que se nom-
braba igual, en realidad nombra a dos sujetos y produce una
acción entre ambos.
Ño se trata de que la analista está obstaculizada para pen
sar porque se le aparece su Barcelona, sino que se abre un ca
mino donde el mismo término vale distinto a un lado y al otro
de la relación, y el hecho de interés es que el nombre tiene sig
nificaciones distintas. Entonces se abriría la posibilidad de la
diferencia o de la existencia de dos. Si el psicoanalista calla su
Barcelona, bajo un imperativo ético tal que el paciente desplie
gue lo que tiene que decir (y es lo correcto desde una perspec
tiva), desde el punto de vista vincular sería una especie de fa
lla ética no hacer aparecer la diferencia y la colaboración entre
los dos. Se pierde esa oportunidad en nombre de que es uno
quien la tiene que desplegar.
Se supone que el psicoanalista no debe hacer aparecer sus
ocurrencias para no influir en el paciente, pero el efecto resul
tante es torcer el sentido preciso de una producción entre dos.
El psicoanalista puede pensar que su Barcelona tiene algún
grado de falsedad, y así convencerse de que una (la del pa
ciente) es verdadera. Otro camino es poner en escena que si
son dos, ambas forman parte de la situación, no significan lo
mismo y son dos ciudades que nombran ajenidades distintas.
La cuestión requiere otra formulación si él psicoanalista
interviene para que dos colaboren en el pensamiento de uno o
si se ubica como algo ocurrido en el entre-dos. Nuevos proce
dimientos inauguran otras lógicas y otras éticas. La que co
rresponde al deseo inconsciente hace que pensemos con la ló
gica de que esa ocurrencia pertenece a la contratransferencia
y, en tanto tal, corresponde a la transferencia, y en conse
cuencia al paciente. Diría: el paciente es uno y el analista se
debe a él. Se inaugura otra lógica al considerar que hay una
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simetría en tanto se considera a dos sujetos, y una asimetría
en tanto, habiendo una diferencia irrenunciable, se establece
un conocimiento de uno y otro con un criterio de tolerancia de
la diferencia. A la lógica del Uno corresponde una ética del
Uno. A la lógica del Dos corresponde una ética del Dos. Con
siderándolo desde otro punto de vista, la ética del Uno es la
autodefensa; pone en vigencia el “no matarás” en tanto sea
parte del uno y lo pone en suspenso cuando legitima la posibi
lidad de matar al otro, para lo cual habrá una operación pre
via: clasificarlo como enemigo.
En la primera se trata de que el uno se manifieste, y en lo
vincular la ética consistiría en que aparezca la ajenidad. La
lógica no sería sólo un modo de comprender sino también un
modo de acción, y se podría considerar que ética comprende
lás reglas del modo d i acción. “Actuarás de modo que se des
pliegue el deseo del paciente”, o “actuarás de modo que se pro
duzca la diferencia de la ajenidad entre dos o varios” . La
atención flotante puede ser usada para observar qué de .curio
so tiene el discurso del paciente, pero también para registrar
qué diferencia se produce en el “entre-dos”, algo más que
transferencia, que es el despliegue de uno.
Estas consideraciones dan distintas ideas acerca del sufri
miento. El del Uno radica en la frustración respecto del cum
plimiento dél deseo con aquellos objetos que sé oponen á ello.
El yO reaccionará con envidia, rivalidad, compéféhcía”u hosti
lidad respecto de quien cree que posee el objeto ansiado. La
ilusión supone hallar alivio en la realización del deseo, y el
placer sustituto en el hallazgo de los que representarán a los
objetos de satisfacción, de los que se espera que realicen la ac
ción específica. Esta es una acción, una lógica y una ética ba
sada en el yo como uno desde la concepción del Uno, llámese
deseo inconsciente o autonomía del yo.
" Otras son las acciones, la lógica y la ética basadas en la del
Dos, en la producción de diferencia entre un sujeto y otro, cu-
yo impedimento trae como sufrimiento el aislamiento, que se
puede caracterizar como estarsolo entre otros, lo cual puede
talentenderse como serjdiferente en un conjunto. Entre dos
Sujetos la diferencia brinda la alegría de la pertenencia al
conjunto, lo cual lleva a su vez a la producción de uno y de
otro como algo diferente a lo que podía darse en el punto de
partida. En lo vincular el sufrimiento estaría dado por la im-
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posibilidad de hacerle lugar a lo ajeno que rescate al sujeto
del aislamiento. La producción de diferencias se realiza én la
pluralidad, y es allí donde se da la posibilidad de ser único y
diferente entre iguales.
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twlublece entre dos sujetos por una relación de presencia, ade
más del conflicto derivado del mundo interno, con su fuerte
incidencia proyectiva. Esta novedad llevó a una modificación
en el encuadre clínico, las sesiones de pareja o de familia y,
fuera de las relaciones familiares, en el tratamiento de grupo.
La otra novedad es metapsicológica y resulta del conflicto que
He da entre la obstinada presencia del otro y su investidura
por las representaciones del sujeto. Dicho en términos colo
quiales, el conflicto se suscita ante ja posibilidad del otro de
decir que “no” a las atribuciones del sujeto (imposible en caso
de un objeto ausente), lo cual produce una desubicación res
pecto del propio juicio atributivo. El otro se opone, excede lo
proyectado, El sujeto se mueve entre la impotencia de anular
o ser anulado por el otro y la omnipotencia de hacerlo desapa
recer en su fantasía o desaparecer en la fantasía del otro, de
aceptar su ausencia o, en casos extremos, crear condiciones
en la realidad para que se concrete esta fantasía de desapari
ción, como ocurre en forma extrema en el crimen. Allí una
presencia persecutoria deviene ausencia, aunque siga subsis
tiendo en el mundo interno ya que la persecución proviene de
un objeto dañado, mutilado o destruido. El conflicto vincular
puede generar posibilidad de daño al reducir una relación de
ajenidad a una relación con lo semejante, una relación con la
otredad a una relación con la mismidad, y también puede pro
ducir complejidad en la relación si es trabajada en el contexto
correspondiente.
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medallas, usada para modelizar la unidad de las parejas ena
moradas, son claros ejemplos de complementariedad.
Las distintas modalidades en que el vínculo se establece
entre los sujetos son suplementarias, en el sentido de que no
forman una unidad^ sino que se reúnen en la diversidad i Las
marcas que se producen en la vida de pareja suplementan las
infantiles, no conforman una complementariedad ni constitu
yen una unidad, agregan y dependen de la relación con ese
otro específico donde se determinan.
La relación paciente-analista se aleja de la complementa
riedad que supone una posibilidad ideal de entendimiento,
para dar lugar al surgimiento de aquello que se agrega, no
que completa, al otro, y precisamente por esto lo modifica. La
complementariedad restituye una fantasía de unidad perdida,
en realidad inexistente y creada posteriormente en la fanta
sía desiderativa como unidad totalizadora.
La concepción de la contratransferencia como respuesta a
la transferencia del paciente considera dos aspectos comple
mentarios. Se halla determinada por lo inconsciente del pa
ciente frente al cual el del analista resuena y, en tanto tal, le
restituye, le devuelve lo que es de aquél “retornándolo” a una
unidad.
En el análisis de las parejas matrimoniales se asiste a un
largo período del proceso terapéutico en el que sostienen que,
para entender, debieran ser uno. “Cuando me despierto por la
mañana deberías saber que no hay que hablarme", dice él.
Agrega: “Te va mal con los hijos porque les hablás todo el
tiempo desde que se levantan”. Responde la mujer: “Es que
hay que hablar para entenderse. El silencio te retrae, y a tus
hijas les hizo bien que les hablaras. Debieras hablar más para
aliviarte a la mañana”. La concepción de dos, pensada como
una duplicación de uno y cuyo modelo sería el de una fotoco
pia, está en el camino de la búsqueda de complementariedad.
Pasemos ahora a otro término, in stituir. Significa marcar o
W
fundar; a partir de ese momento y lugar comienza algo dife
rente. La represión primaria, determinante de la fijación, a
través de la contrainvestidura sugiere la idea de inscripción
de una marca que establece una representación. A partir de
allí se instala, y produce una serie de derivados que remiten a
ella en su sentido. Se puede decir que instituye inconsciente
al establecer esa separación por la cual se liga una pulsión a
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una representación, y a partir de la contrainvestidura se reti
ra la representación de palabra de lo que queda inscripto co
mo representación de cosa. ¿Es posible concebir que la repre
sión primaria siga estableciéndose después del naufragio del
complejo de Edipo, es decir, después de la primera infancia y
entrada en la latencia? Se producirán nuevas marcas de ins
cripción como parte de lo instituyente en lo vincular, es decir
que deberán hacerse inconscientes para no obstaculizar la re
lación. Lo que hemos descripto ocurre con la ajenidad de cada
otro, y ello expone al sujeto a una vuelta siempre temible de
la ajenidad en el vínculo. Después de ser retirada se le negó
reconocimiento por lo cual lo ajeno aparece como lo desconoci
do en una relación.
De in stitu ir deriva in stitu ció n como un sustantivo de ac
ción o proceso (Williams, 1976). De denominar un acto de ori
gen pasó, con el tiempo, a nombrar las prácticas establecidas,
con un sentido fuerte de costumbre. De institución deriva ins-
tituto como organización de enseñanza o educación. El psicoa
nálisis tuvo su origen y su momento instituyente a partir de
Freud y sus escritos de fin de siglo XIX y buena parte del si
glo XX. En un momento determinado requirió que se sustan
tivara fundando la institución llamada Asociación Psicoanalí-
tica, local primero y luego internacional, y a los efectos de la
formación cada una de las Asociaciones tiene un instituto.
La relación amorosa se instituye y retiene un momento en
que se le adjudica un origen, y constituye una institución
cuando la pareja decide que se regirá por un conjunto de prác
ticas a llevar a cabo de cierta manera, con un fuerte compo
nente de costumbre establecida tanto por la pertenencia al
marco social como por lo establecido a partir de la pareja.
Si lo que instituye tiene capacidad de inducir cierta deses-
tructuración de la subjetividad, lo instituido se organiza en la
mente como institución oponiéndose al nuevo acto instituyen-
te, al que registra como una amenaza institucional.
C o n stitu ir refiere a lo ya ligado e investido que se ha de
cumplir o hacer según lo determinado, y una vez realizado,
habrá una constitución, por lo general escrita, que se ha de
seguir y a la cual se recurrirá en momentos de crisis. El ca
rácter de la persona es el conjunto de las marcas constituidas
durante la evolución psíquica y hay cierto consenso con
respecto a que no es fácil de modificar. Lo constituido se opon-
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dría a la emergencia de lo desligado y lo nuevo, verdadera
amenaza a lo ya ligado.
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nos. Una relación de poder no se suprime porque se elimine a
un grupo político y otro ocupe su lugar. Si se modifica, es por
cambiar sus modos de representación. Se le explica lo que se
ñala Bourdieu (2002):
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ción de dos elementos de distinto orden: sexualidad y poder,
ambos inscriptos en las representaciones sociales e individua
les, en los cuerpos, en las diferencias generacionales y familia
res. Las relaciones de poder son producidas simbólicamente en
una y otra subjetividad e instituidas desde la relación. Con
vencionalmente se llama “modificar las relaciones de poder” a
cambios generalmente cuantitativos más que a un cambio pro
fundo desde la relación, es decir desde ese orden donde traba
jan juntos los otros con nosotros, lo que se denomina el Dos.
La teoría psicoanalítica todavía no tiene formulaciones pa
ra las relaciones de poder. Se diferencia, en psicoanálisis, la
teoría sexual y una teoría de las relaciones de poder. La pri
mera tiene como elemento fuerte el deseo inconsciente y su
base pulsional y una muy clara caracterización de su fuente,
fin, objeto y perentoriedad, las cuatro características de la
pulsión señaladas por Freud en 1915. Aunque pueda pensar
se en el deseo de poder, seguramente éste ha de remitir a una
formación de la sexualidad, como el control del cuerpo de la
madre o de la escena primaria en sus distintas variantes; a lo
sumo podrá incluirse como un derivado de aquélla. Otros ana
listas propusieron adscribirlo a la pulsión de apoderamiento,
llamada por otros “pulsión de dominio,” caracterizada por
Freud como no sexual.
Las relaciones de poder tienen otros elementos: la relación,
situación, posición e inscripción de nuevas marcas. La pre
gunta acerca de cuál seríaTa fuente de las relaciones de poder
no está bien formulada, porque interroga por una base somá-
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tica desde la noción de fuente, pertinente para el ámbito de lo
sexual pero no para la relación entre dos o más, pues ésta in
cluye, modifica y va más allá de la pulsión, que es una de sus
varias determinaciones pero no la única ni exclusiva. Los ca
sos extremos de violencia de uno sobre otro, allí donde hay ex-
clusivo deseo de uno, no deben considerarse relaciones de po
derjrorgue el otro no tiene lugar de sujeto sino crudamente de
objeto. No habría tal cosa como un deseo de ser violentado o
torturado. Esa afirmación, por lo general, culpabiliza a la víc
tima y confunde los términos acerca de quién es el ofensor y
quién el violentado.
Y más adelante:
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como ejemplos característicos: el
m o d a lid a d es d e a u sen cia
a leja m ien todel otro por un tiempo medianamente corto, lo
que conlleva una espera de retorno; una ausencia debida a
una separación como puede ser el caso de un d ivorcio, donde
la promesa es de no volver y, finalmente, la determinada por
la m uerte del otro. En las del primer tipo podemos incluir las
separaciones cotidianas de los cónyuges que se van a la ma
ñana a sus respectivos lugares de trabajo o de actividad y
vuelven a encontrarse por la noche, o las ocasionadas por via
jes u otras circunstancias similares. También las separacio
nes entre paciente y analista después de cada sesión, o aque
llas más prolongadas del fin de semana, o más aún las de las
vacaciones de invierno o de verano. En estos alejamientos, el
yo cubre el lugar del ausente con el despliegue de la fantasía,
sin la impugnación o el tope que ofrece la aparición del otro.
Eso ocurre con el paciente cuando se va de la sesión y supone
continuar antes de venir a la siguiente, y también con el ana
lista entre sesiones cuando evoca a su paciente, o cuando an
te su tardanza lo espera con las impresiones persistentes de
la sesión anterior. Lo que se llama “reencuentro” actualiza lo
ajeno en la presencia del otro y obliga a una actividad de ha
cerse conocer nuevamente: son las respuestas a las tradicio
nales preguntas: “¿dónde estuviste?” o “¿cómo te fue?”, modos
de pasaje de ausencia a presencia y de puesta en contacto de
una presencia con otra.
La vivencia contratransferencial de continuidad con el cli
ma de la sesión anterior, exacerbada en las separaciones de
fin de semana o por vacaciones, da una pauta de la dificultad
de contacto con la no continuidad, cuya marca es la ausencia
seguida de nueva presencia. La ansiedad de separación hace
que sea imaginarizada como una continuidad posible de soste
ner mediante una desmentida de la ausencia.
En la separación por divorcio de la pareja parecería que el
trabajo de elaboración de la pérdida es dependiente de varios
factores: del tipo de relación previa, de la modalidad de sepa
ración y de reconocer las imposibilidades que llevaron a ese
desenlace,3 de la hostilidad frente a lo que es vivido como fra-
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caso del proyecto conjunto y de lo que puede desencadenarse
a partir del mismo sin haber sido posible preverlo, del tipo de
relación de objeto actualizada con esa separación, de las pér
didas tempranas y su modalidad de elaboración. No obstante,
las fantasías persecutorias o de culpabilización del otro por la
pérdida del vínculo hallan su camino facilitado ante la no pre
sencia del otro, lo que posibílítalas distintas versiones que
adquiere esa fantasía. Deberá tenerse en cuenta que el desa
nudamiento de una pareja produce una pérdida sustancial en
el sujeto del vínculo: para esa situación dejan de ser y de es
tar sujetos.
La no respuesta del otro puede producir la vivencia de es
tar con un ausente, o de no ser existente para el otro. Su viru
lencia y efecto desestructurante está ligado a un impedimen
to simbólico, el ya no poder devenir sujeto en esa situación
vincular.
En las dos primeras modalidades de ausencia (alejamiento
corto y divorcio), el trabajo de la fantasía está limitado por la
presencia probable del otro, deseada o evitada, aceptada o re
chazada pero inevitable. En la separación matrimonial el otro
se hace presente al tener que acordar, por ejemplo, respecto a
los hijos o a lo económico. Ello marca la evidencia de que el di
vorcio es posible en lo jurídico y la separación en lo vincular, y
que a partir de allí no será posible cumplir con esa tarea re
querida por el Dos y queda en el campo de lo Uno. En el mun
do interno ese que era otro reforzará su existencia como objeto
y ocupará persistente un lugar, y será evocado en determina
das circunstancias.
En aquellas situaciones donde la muerte del otro deja esa
marca de nunca m á s, el trabajo de la fantasía parece ser más
nítido, menos anfractuoso, de menor conflictividad aunque de
mayor ambivalencia. También de mayor posibilidad de ideali- ,
zación por desaparición de ese obstáculo que es la presencia
del otro. El nunca m á s abre una dimensión de ausencia defi
nitiva que permite al yo revestir al que no está y hacer las
evocaciones y reminiscencias, conectarse con los recuerdos y
81
darles esa forma peculiar que recibe desde el deseo incons
ciente. Hay una garantía de que el otro no ofrecerá tope.
El proceso de desvinculación con el riesgo de la aparición
del otro, con la posibilidad de que se haga presente, es suma
mente complejo por la tarea de desasimiento vincular y por la
relación con él desde otro lugar a partir de los nuevos encuen
tros. La relación con el otro separado es de otro tipo, no es só
lo discontinuidad sino otro tipo de continuidad con algo ante
rior que se alteró. Es posible que los reproches continúen por
años o siempre, debido al fracaso de la experiencia vincular
difícilmente admisible por el sujeto, que hace recaer la culpa
y las acusaciones en el otro devenido objeto. La economía de
los reproches consiste en intentar producir un exceso de pre
sencia, aunque su contenido se relacione con recriminarle al
otro por no estar; en realidad se lo acusa por lá no coinciden
cia. El sujeto reprochado no puede no responder á ellos y de
ese modo muestra su presencia.
LáTaSseñcia definitiva del otro, en cambio, resta una nue
va inscripción e incluye la no posibilidad de modificarse en
esa relación, trae una falta de nueva marca que deja huérfano
al sujeto, aprisionado en la subjetividad previa. Sí cuenta con
la posibilidad de ampliarla a partir de la transformación de
las inscripciones previas pero no de modificarla por la vía de
la suplementación, lo que en definitiva produce una vivencia
de pérdida.
¿Habrá momentos de mayor y menor tolerancia a la ajeni-
dad? Quizá la estabilidad del medio social o familiar crea las
condiciones de mayor tolerancia, y puede generarse un acuer
do en inmovilizarla en e l mundo social así como en el mundo
familiar, algo así como establecer un pacto de no ajenidad a la
manera de los pactos de no agresión, que no la suprimen sino
que la tornan invisible.
82
ción entre personalidades”. Aunque el analista realiza la in
terpretación y la construcción del sentido, sus procesos de va
luación variarán notablemente de acuerdo a su personalidad
y cultura.
83
puesto desde la constelación infantil. “Otro” respecto del des
pliegue pulsional incluido en la comprensión acorde con la va
riedad emocional del complejo de Edipo. Este camino del aná
lisis no puede producirse sino al analizar esa ajenidad en el
lugar de la interferencia (capítulo 8), en relación con la pre
sencia tanto del analista como del paciente. Pero se deberá
enfatizar en su diferencia respecto de las figuras ausentes
que se presentifican en un analista que se presta para ello.
Ese es el lugar de la transferencia. Dice Klauber acerca del
caso mencionado:
84
organizan la subjetividad, son cuestiones que suelen perma
necer fuera del análisis.
86
fuertes y fecundas figuran las de violencia primaria y secun
daria, hecho emocional sustantivo dado en una relación, y
avanza un paso más allá de considerarla como adjetivo de
agresión. Hay una relación entre violencia y violación , la rup
tura de alguna costumbre o dignidad, de algo que debiendo
estar entero o íntegro se penetra, quiebra o rompe. Su opera
ción consiste en una resta de lo que se supone íntegro.
Como se sabe, la violencia primaria (Castoriadis-Aulag-
nier, 1975) se relaciona con el estado de encuentro entre psi
que y mundo, con el trabajo de representación de lo que ocurre
entre cuerpo y psique materna, con el objeto y sus caracterís
ticas de extraterritorialidad, de espacio separado. Se trata de
una acción impuesta desde un exterior, a manera de violación
de un espacio por alguien o algo con leyes heterogéneas al yo
(pág. 34). Se trata de una acción caracterizada como necesaria
y cuyo agente es el otro y remite a la rep resen ta b ilid a d y el
poder de los objetos frente a los límites de autonomía de la re
presentación, del poder-funcionamiento de la psique referido
al hacer con el exceso de información con el que se confronta,
de la oferta que precede a la demanda en la relación entre la
madre, instituida desde la represión, y el in fans que aún no lo
está. La voz materna está sujeta ai sistema de parentesco, a
la estructura lingüística y a los afectos de otra escena. A su
vez la violencia secundaria opera contra el Yo, sea entre dife
rentes yoes o entre el discurso social y el yo a favor de mante
ner lo que aquél ha instituido. En tanto la primera violencia
hace al yo, la segunda se ejerce contra el yo o, dicho en otras
palabras, la primera instituye y la segunda destituye^
Aquí surge un primer interrogante: ¿cómo puede ser que
una violencia que instituye también destituya? Si se dijera
que es la cantidad, el monto, el exceso, todo lo que indique
que es “un poco más de lo mismo”, se está expuesto a unificar
materialidades heterogéneas para convertirla en homogenei
dad. Si violencia describe la violación del espacio del yo es po
sible suponer que Piera Aulagnier tomó este concepto del
marco social, de lo que llama violencia secundaria (donde la
H violación del yo efectivamente puede ser un observable) y des
de allí lo aplicó a la relación madre -in fa n s, considerándola
primaria. Siguiendo el modelo freudiano invirtió los términos
y estableció que violencia primaria, no observable, es predece-
sora de la violencia secundaria considerada entonces un exce-
87
so (pág. 34). Ése es el camino de los conceptos psicoanalíticos
que tienen un secundario del cual se supone un primario,
como ocurre con el narcisismo y la represión. Freud usó el tér
mino Ur, que en alemán significa “primordial”, para la repre
sión y el narcisismo así como también para la escena prima
ria. Según Etcheverry (1978), para referirse a lo filogenético
que se reencuentra en la ontogenia. Lo secundario, lo obser
vable clínicamente sería lo primario de lo primario, que se de
duce a partir de aquél. Si entre madre e in fa n s hay violación
de la primera sobre el segundo es porque la concepción implí
cita es de un psiquismo con cierre, de allí la idea de irrupción
de uno en el otro con respecto al cual está en un afuera llama
do extraterritorial. Lo digo así para oponer esta concepción a
otra, donde la madre y el in fa n s se determinan en esa rela
ción (aunque nunca del todo) por las marcas que el vínculo
produce en ambos, dando lugar a ana subjetividad no centra
da en el yo sino en devenir otro con otro.
A raíz de observaciones en los tratamientos individuales,
de pareja y familia, así como de situaciones sociales, me pre
gunté si el vínculo entre los sujetos y su persistencia es com
patible con la violencia-violación, ya que ésta se presenta co
mo eminentemente antivincular. Si definimos el vínculo como
aquello que al ligar produce sentido e innovación en dos o
más otros dada su condición de presencia, entonces surge una
inconsistencia en el concepto de violencia, aun primaria, pues
en ésta habría violación, resta y unidireccionalidad. Aunque
depende de cómo consideremos a la madre y al in fans, si pro
ducen una relación donde ambos se determinan y hacen gala
de presencia, difícil seguir sosteniendo el criterio de violación.
Como hemos sostenido, un trabajo tiene lugar con las repre
sentaciones - y ahí la madre es determinante de la relación- y
otro trabajo es con las marcas que se dan y reciben desde una
lógica de la presencia.
En la psicosis, el in fans es tratado en grado extremo como
unaTaüseñaa,"mejor"dicKó~cóñvértidó en ausencia de sentido,
déspojado'de~ presencia desde la violencia-violación de una
madre óimnípóténlé^yomnisapiente. Difícil imaginar un Dos
(con mayúscula) instituyente donde hay violencia-violación.
Son dos (con minúscula) como número, como pura carne, pero
no como producción sino como reducción de subjetividad. Si
hay violación del espacio del in fa n s, su presencia es transfor-
88
tunda en ausencia y carecerá de la posibilidad de ofrecer mar
eas a la madre. El bebé es aceptado en tanto totalmente re
vestido de representaciones maternas, un objeto de su sexua
lidad.
Foucault (1976) distingue violencia de relaciones de poder.
Las llama relaciones porque se trata de acciones que un suje
to puede llevar a cabo para impedir que otro cumpla con las
suyas. En ese caso están dirigidas a las acciones d el otro pero
no al otro como sujeto, y consisten en imponer una marca des
de una relación entre dos sujetos con presencia. Foucault ha
bla de violencia cuando el objetivo es anular o quizá suprimir
al sujeto y on sólo a sus acciones. Diferencia sustancial, a pro
pósito de lo cual traeré a colación un episodio ocurrido duran
te la Segunda Guerra Mundial narrado por Lanzmann (Scha-
pire, 2001). Cuenta en un filme llamado S o b ib o r , 1 4 de
O ctu b re d e 1 9 4 3 , 1 6 h s que en ese campo de exterminio un
grupo de 60 judíos, sobrevivientes de 1200 que habían sido
eliminados, decidieron escapar y para ello debían matar a los
oficiales nazis que eran alrededor de 16. Esa acción requirió
planificación y estrategias para llevar a cabo la acción y, por
ejemplo, hacerse de hachas. Algunos de los judíos eran sas
tres, y entonces citaron a los oficiales con un intervalo corto
de tiempo para probarse unos uniformes. Cuenta uno de
aquellos sobrevivientes, que hoy vive en Israel, que nunca ha
bía empuñado un hacha. Pero esa vez lo hizo con tal maestría
que de un solo golpe aniquiló al oficial que le había tocado, co
mo si la hubiese manejado desde toda la vida. Lanzmann se
refiere a ese acto como inaugural y lo llama reapropiación de
la violencia, de la que los nazis los habrían expropiado.
Hay lugar para la pregunta de qué es eso que se puede
apropiar, expropiar o reapropiar. Entre los sujetos hay rela
ciones de poder y en tanto tales, como dije anteriormente, tie
nen la capacidad de instituir unas marcas en el otro, es la im
p o s ic ió n , un mecanismo instituyente. En este sentido la
mamá instituye a y se instituye d e s d e ese otro que es el in
fa n s. Cómo'dye" anteriormente, uno de nuestros conceptos, en
los que creemos, es que la madre tiene una acción unidireccio
nal dada la característica de desamparo del recién nacido. Lo
que se ve está fuertemente sostenido por las creencias y, como
dice Bauman (1999), no hace falta que ellas sean ciertas para
creer, cuando además están fuertemente impuestas y sosteni-
89
das por el medio social que nos otorga pertenencia. La percep
ción de la impotencia motora y psíquica del recién nacido no
permite pensar, y por lo tanto observar, que el bebé marca a
la mamá tanto como ésta a aquél, salvo que lo hace de otra
manera. No es una marca menor, y a que la instituye como
una madre. Pero no es nuestra única marca ni la originaria.
En la vida social, más precisamente en la vida pública, en
las relaciones de poder entre los sujetos, cuando uno de ellos o
un grupo monopoliza esas relaciones y despoja a los otros de
su capacidad de hacer marca, las relaciones dejan de ser tálés
y pasan a ser actos de violencia, que tienen por consecuencia
que el sujeto pierda su cualidad de tai. Como un ejemplo de la
época actual basta mencionar ios secuestrados: el sujeto cap
turado pasa a ser una mercancía en la negociación entre los
secuestradores y la familia a la cual pertenecía. Otro ejemplo:
los desempleados de una empresa, mencionados como núme
ros de una planilla, como cuando se dice que se prescindieron
de 500 lugares y ya no se habla de personas ni se las trata co
mo tales. La empresa que comunica a un empleado su cesan
tía establece unilateralmente que la palabra de éste quedó ce
sante, por lo tanto perdió su humanidad en esa relación. Pero
atención: no es lo mismo el judío de Sobibor, un secuestrado y
un trabajador privado de su trabajo. Por eso es que debería
mos hablar de violencias y no de una sola violencia primaria
cuyo exceso es la base de la secundaria. Para ello deberíamos
aceptar que el espacio público instituye subjetividad como
también lo hace la relación con la madre y la familia, pero no
remiten una a la otra como derivadas. Aquí habría una dife
rencia con respecto a Piera Aulagnier, porque no considero
que con la constitución del aparato psíquico y la represión se
operó un cierre y que desde ese momento sólo cabe represen
tarse la realidad desde las representaciones infantiles. Dicho
en términos más cercanos a la clínica, y como ocurre con la
mayoría de nuestros colegas, cuando se dice que la acción de
la realidad irru m pe en la sesión y perturba el trabajo analíti
co, se está pensando en espacios con cierre. De otra manera
no se pensaría que irrumpe lo que forma parte de la situación
clínica. Si una crisis muestra la normalidad es que ésta no re
sulta visible.
Volvamos a la situación extrema de Sobibor. En un mundo
de relaciones entre nazis y judíos donde el poder se distribuía
90
aunque no en forma paritaria, los primeros fueron expropian
do a los segundos de su subjetividad y por lo tanto de su lugar
en la relación de poder, de la posibilidad de hacer una marca
y de tener una palabra, y luego de tener un nombre cuando
éste fue reemplazado por un número. Uno inició el camino del
Uno (con mayúscula), de aniquilación del otro, del judío a ma
nos del nazi. En Sobibor el judío toma la violencia en sus
manos porque el otro no se la va a dar, toma por su cuenta la
opción de matar para vivir y a eso podemos llamarlo su p ervi
ven cia, y encontramos allí su lógica y su justificación. En ese
acto deviene sujeto, pero no el que era antes sino otro. No re
cupera algo anterior, funda una nueva subjetividad, para lo
cual no es suficiente pensar en identificación con el agresor o
con el perseguidor. El preso judío deviene otro respecto del
oficial nazi al que mata, adquiere carácter de otro, pero mu
cho más importante aún es que deviene otro de sí mismo. Lo
que nos sitúa ante la pregunta: ¿por qué mata el nazi? Desde
ya que no por supervivencia. Es difícil establecer por qué:
¿por sadismo? Pero allí no está la habitual relación con maso
quismo. ¿Por el placer de apropiarse de la identidad del otro?
¿Por sostener una pertenencia? ¿Por apetencia económica?
O ficial n a zi-p reso ju d ío son dos personas despersonalizadas,
por lo que difícilmente hay relación de poder y vínculo.
Cuando una persona es privada de su trabajo también se
la priva de su palabra, y de la marca que como trabajador le
hace sostener su subjetividad y su palabra. Se le dice y no se
espera que responda porque a partir de allí su palabra carece
de sentido, por lo tanto la palabra del otro pasa a ser única.
Despojado de su lugar y de su palabra, inicia el camino hacia
la autoconservación. Del otro lado -e l empleador, la empresa,
el gerente de personal- no está la autoconservación sino la
ganancia. Quizá una tarea de investigación debería establecer
la significación psicoanalítica de esa ganancia. Una relación
laboral dejó de ser tal. No es un sujeto que cuenta en una re
lación dialogal. Para recuperar su palabra deberá hacer algo,
Bolo o con otros, único medio para lograr instituir un lugar en
el espacio público, y desde allí encontrar una relación otra, si
es posible, con quien lo despojó.
Para concluir, diré que Piera Aulagnier da una versión
propia y muy ilustrativa de la inicial vivencia de satisfacción,
correlato del desamparo. En esto sigue el recorrido de varios
91
autores aunque aportando su nota original. Tomar el naci
miento como momento originario marca un punto de partida
importante pero restringido respecto de otros orígenes de la
subjetividad. La relación entre la madre, con su aparato psí
quico constituido y establecida la barrera de la represión, y el
infans que ha de desarrollarlo en contacto con aquélla, marca
uno de los comienzos de la subjetividad. Si es considerado co
mo único es a consecuencia de un pensamiento que instala al
yo en el centro de la vida psíquica. Desde allí el otro se enten
derá como una extensión proyectiva que lo despoja de su aje-
nidad. Pero éste es uno entre varios mecanismos de relación
entre sujetos. En la metapsicología esta modalidad de remi
sión a un yo se asocia a las nociones de lo llamado secundario,
observacional o clínico, al que se le atribuye un estado prima
rio que es necesario suponer como punto de partida y que le
daría sentido en tanto se postula como origen.
Así ocurre con la formulación de la violencia secundaria
que requiere de la primaria para asegurarse su eficacia. Cla
ro está que la amplía y enriquece, pero pareciera que se pro
duce lo que en términos de Laplanche (1992) es un retorno de
lo ptolomeico en lo copernicano del descubrimiento freudiano,
al volver al yo después de intentar incluir al otro. Claro que la
madre es otro, pero las concepciones que la marcan desde una
asimetría irreducible llevan insensiblemente a pensar la rela
ción centrada en ella como Uno. Posiblemente sólo las asime
trías recíprocas nos den una posibilidad diferente de incursio-
nar en este campo. Desde allí podremos volver sobre el
vínculo infans-madre/padre y considerarlos desde el Dos y no
sólo desde un uno constituido y otro uno por constituirse... en
uno.
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CAPÍTULO 4
LO REPRESENTABLE, LO IRREPRESENTABLE
Y LA PRESEN TACIÓN 1
1. INTRODUCCIÓN
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