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Cooperación para el desarrollo

Estas semanas previas a las elecciones, en medio de las cuales se organizan múltiples
debates para tratar de mostrar el humano que todo político tiene en sí. Las encuestas,
las cifras, las promesas, el perifoneo, las reuniones y los coqueteos de todos los relatos
que cada aspirante a persona pública comunica, tienen un referente común: los
territorios y las ciudades, como tablado y gran celofán que empaqueta esperanzas,
anhelos, vidas y tropiezos de quienes los habitamos.

Cada persona solitaria o ajena, da paso a su vida en medio de ciudades. Tal vez
sintiéndose según el caso, parte de un todo o ajeno a determinados proyectos.

Así nadie niega que muchas de las ciudades de nuestro país y región, en su mayoría
intermedias y emergentes, viven procesos de crecimiento desordenado que, a la par de
la baja gobernabilidad, inseguridad, déficit presupuestal e insuficiencias en la oferta de
servicios, las limitan para lograr su desarrollo.

En este marco y como una ventana de oportunidad, la cooperación internacional es


vista con confianza para apalancar recursos, conocimientos, experiencias, ayuda
humanitaria y gestión, hacia los territorios que la requieren, para superar brechas,
reducir inequidades y afrontar los retos que como sociedad global tenemos frente al
desarrollo sostenible y a la superación de vulnerabilidades que nos limitan para lograr
la prosperidad.

La magnitud de la globalización que nos tragó junto a la diversidad de áreas de


inversión y los limitados recursos, exigen que se focalicen las agendas de desarrollo de
los cooperantes en situaciones puntuales, de urgencia o vulnerabilidad de tal forma que
los recursos + la visión compartida y redes de trabajo, logren apuestas estratégicas de
alto impacto (movilidad accesible –sostenible, planeación territorial de largo aliento,
manejo medio ambiental, mejorar calidad de servicios) para generar mejores
condiciones y oportunidades.

Por ejemplo, en mi natal Caquetá, mucha de la gestión del proyecto de vida de los
reincorporados de los espacios territoriales de capacitación y reincorporación, o ETCR
de Miravalle y Agua Bonita, se apalanca con recursos, acompañamiento y trabajo
articulado de cooperantes, gobierno nacional y departamental. En esta línea la Agencia
Presidencial de Cooperación Internacional de Colombia, APC-Colombia estima que en
2018 canalizó 313 millones de dólares, vía fuentes bilaterales, multilaterales y privados
para proyectos de acompañamiento a víctimas, desarrollo rural sostenible,
sostenibilidad ambiental y ayuda oficial al desarrollo.

No hay que perder de vista lo que pasa de forma muchas veces callada en ciudades y
municipios. El trabajo de entes territoriales y cooperantes permite que esta estrategia
de desarrollo en transición, sea eficiente, equitativa, colaborativa y pertinente a cada
territorio, con lo que fomenta la transparencia y la confianza de la ciudadanía.
Disrupciones e innovación están vigentes, por lo que urge que la cooperación y el
desarrollo se redefinan y tengan nuevos esquemas o formas de asociación para atender
las demandas de cada comunidad en el entendido que estamos alineados a la Agenda
2030 que aspira que nadie se quede atrás.

© Maritza Zabala Rodríguez


@mazarito1

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