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Identidad social y religión en el Bajío

Zamorano 1850-1900
El culto a la Purísima, un mito de
fundación
Jesús Tapia Santamaría
El Colegio de Michoacán

Introducción

Con ocasión del alivio de las calamidades traídas por una


epidemia de cólera morbus, la población de Zamora juró y
proclamó como patrona de la ciudad a la Purísima Concep­
ción en 1850. El sintagma socio-religioso compuesto por la
sucesión de epidemia-impotencia médica-intervención divi­
na-recuperación de la salud-fiesta, fue en el contexto históri­
co y regional, en realidad, un paradigma político. En éste
están implicadas las luchas entre liberales y conservadores,
el predominio del catolicismo intransigente, el proyecto se­
paratista de los zamoranos, la afirmación de la identidad de
la naciente burguesía agrocomercial y la unidad de la región
en torno a Zamora como centro urbano administrativo, co­
mercial y religioso. Este caso nos ilustra acerca de las in­
fluencias recíprocas entre factores de orden económico, polí­
tico y religioso, internos y externos, combinándose como
mecanismos de generación de una región y de regulación de
las relaciones entre un centro urbano (Zamora) y su entorno
rural (el Bajío zamorano).

La epidemia de cólera morbus en Zamora, 1850

Entre marzo y julio de 1850 el cólera morbus dejó a su paso


por Zamora y sus alrededores una gran mortandad. En los
archivos de la parroquia de Zamora queda constancia de
1,108 defunciones por cauas del cólera; aunque,

seguramente muchas actas, las más, no se levantaron debido


al trabajo excesivo de los sepultureros que, en carretonadas
recogían los cadáveres.1
El primer caso-fue registrado el 30 de enero cuando al ir
entrando a la ciudad una fuerza de caballería procedente de
Morelia, uno de los soldados cayó del caballo víctima de la
enfermedad. El 2 de marzo, el arriero Lucas González, aloja­
do en un mesón local, moría a consecuencia del cólera. Entre
el 9 y el 21 de marzo la gráfica de defunciones por cólera se
levanta de seis a noventa y seis respectivamente, y alcanza
una cifra de 891 para el solo mes de marzo; las defunciones
restantes se suceden en escala descendente hasta el 22 de
julio llegando al total de 1,108.2 El 25 de este mismo mes, el
presidente municipal de Chavinda dio parte al cura párroco
de Zamora don Francisco Henríquez, jefe de la junta de
caridad, de los estragos causados por la epidemia en su
municipalidad: habiendo aparecido el cólera el 7 de marzo,
benigno al principio, los enfermos sumaban ya cuatrocien­
tos a la fecha, y estaban a punto de perecer por falta de
abrigo y alimentos. Comunicados semejantes fueron recibi­
dos por la junta de caridad provenientes de Ario Santa Móni-
ca y de Atacheo, ambas tenencias del municipio de Zamora.3
En las puertas y ventanas ondeaban banderolas rojas y
negras: las primeras anunciaban la existencia de uno o más
enfermos, las segundas, la muerte de alguno de ellos.
Seguramente hubo familias pequeñas que desaparecie­
ron por completo. Otras sobrevivieron gracias a sus numero­
sos miembros. Por ejemplo, don Francisco García Amezcua,
rico comerciante y terrateniente local, perdió a su esposa
Dolores Méndez de 29 años, a sus hijos Pfedro, Soledad y
Teresa Refugio, además de dos de sus sirvientes; todos mu­
rieron víctimas del cólera. A los difuntos sobrevivieron, sin
embargo, cuatro hijos más.5
A falta de servicios eficaces, civiles o estatales de salud
pública, los vecinos se improvisaron en brigada sanitaria
bajo la dirección del cura párroco y el nombre de junta de
caridad. Frente a los estragos de la epidemia,

los pocos médicos y prácticos de aquella época, sin temor al


contagio recorrían la ciudad en cumplimiento de su misión,
no obstante estar convencidos de su impotencia para conju­
rarla.6

No quedara a los enfermos sino


el consuelo espiritual llevado por los sacerdotes y la esperan­
za al justo de conquistar el cielo.7

En tales circunstancias, los zamoranos fueron convoca­


dos por el cura párroco a una asamblea. En ella

los exhortó a manifestar su arrepentimiento por los pecados


cometidos, les hizo ver la necesidad de ofrecer a Dios, desde
ese día, una sólida piedad, así como dedicar un templo al
santo o santa que la Providencia les designara para interce­
der por ellos, a fin de lograr la pronta desaparición de la
epidemia.8

La asamblea tuvo lugar el 8 de marzo.


Inmediatamente después los vecinos procedieron a le­
vantar un altar en la acera frente a la iglesia de San Francis­
co. Cuanto sucedió enseguida varía según las versiones. Una
versión nos dice que el pueblo corrió a traer la escultura de la
Inmaculada de la familia Dávalos, los principales terrate­
nientes locales, para colocarla en el susodicho altar.9 Otra
versión nos cuenta que primeramente tuvo lugar un sorteo de
personajes de la corte celestial; que el sorteo se repitió tres
veces con el mismo resultado: siempre apareció escrito el
nombre de la Inmaculada; y entonces, todos,

de rodillas la aclamaron como Patrona especial de la ciudad y


ofrecieron alzarle un templo.10

Sólo entonces, después del sorteo,

un grupo de vecinos recordó que en el Portal de Mercaderes,


hoy Amado Ñervo, había una imagen de la Inmaculada Con­
cepción (expuesta) a su pública veneración, y corrieron por
ella para colocarla en la torre de la iglesia de San Francisco.11

He ahí dos variantes más: la imagen había estado en el


portal no en casa de los Dávalos; había sido colocada no en el
altar improvisado sobre la acera, sino en la torre de la igle­
sia. A estas variantes se añaden otras: también se narra que
“el organista de San Francisco, don Cesáreo Morellón sacó del
interior de la iglesia la imagen para colocarla en la torre,
donde ondeó el Santo Lienzo, venerado hoy en la parro­
quia...”.12 Según lo anterior, no se había tratado de una
escultura, sino de una tela; la imagen no había estado ex­
puesta en el portal ni en casa particular, sino que formaba
parte de las imágenes de la iglesia de los franciscanos, y no
había sido colocada en el altar improvisado sobre la acera,
sino en lo alto de la torre desde donde, según el relato, recibió

día y noche, por algún tiempo, la reverencia de los hijos de


Zamora.13

Con la coi, fusión Je estas versiones contrasta la coinci­


dencia de las que afirman el cese inmediato de la epidemia
tras la proclamación del patronato de la Inmaculada sobre
la ciudad. Así, por ejemplo, se nos dice que

la Inmaculada escuchó las plegarias... y el ángel de la muerte


plegó sus negras alas.14

Otra versión da cuenta de la tradición que refiere que

apenas hecho el juramento, cesó de inmediato la peste y co­


menzó de nuevo la vida en los habitantes de esta región.13

Acto seguido, el ayuntamiento local nombró una junta


compuesta de autoridades civiles y eclesiásticas y de repre­
sentantes de los vecinos de la ciudad a fin de tomar providen­
cias para la celebración de las fiestas de agradecimiento. La
junta, a su vez, nombró una mesa directiva que sesionó, por
lo menos, diecisiete veces entre el 22 de noviembre de 1850 y
el 7 de enero de 1851, para elaborar escrupulosamente el
programa de las fiestas. En estas fiestas tuvo lugar la procla­
mación solemne de la Purísima Concepción como Patrona de
la ciudad de Zamora y la renovación del voto a construir una
iglesia en su honor.16
El desarrollo de los festejos muestra a las claras las
correspondencias entre la organización social prevaleciente
y la mentalidad de los coordinadores de la fiesta. En efecto,
se resaltó la unidad entre la Iglesia y el estado mediante la
colaboración estrecha entre el ayuntamiento y la parroquia;
se dio realce simbólico a los gremios de la ciudad en los actos
procesionales. La minuciosidad de la preparación y la meti­
culosidad de la celebración de las fiestas buscó dar lugar a la
participación jerarquizada de cada sector social de la ciudad,
bajo la dirección de la mesa directiva, compuesta por cléri­
gos y notables de la ciudad y respaldada formalmente por el
ayuntamiento. La bendición solemne de la imagen de la
Purísima en diciembre de 1850 fue apadrinada por los hacen­
dados más conspicuos de la municipalidad.17

Antecedentes epidémicos del cólera morbus en la región

Desconozco cuáles hayan sido en Zamora los efectos de la


epidemia de cólera morbus que asoló el noroeste de Michoa-
cán en 1833.18 En lo que concierne al distrito de Jiquilpan,
contiguo del de Zamora —integrado por los municipios de
Jiquilpan, Sahuayo, Cotija, Tingüindín y Guarachita—, el
número de muertos afectados de cólera fue “como de 600 en la
municipalidad de Jiquilpan y de cerca de 3,000 en todo el
Distrito”.19 “Entre septiembre y diciembre (de 1833), se les va
la vida en un santiamén a cosa de cien cristianos” de las
parroquias de Cojumatlán y Mazamitla.20
El cólera hizo su aparición en el distrito de Jiquilpan en
el mes de junio de 1833 y “sentó sus reales por cerca de cuatro
meses”; las primeras víctimas y, acaso, los propagadores de
esta “terrible peste” fueron numerosos soldados del destaca­
mento militar dejado en Jiquilpan por el coronel Nieves
Huerta cuando éste estuvo ahí para sofocar a quienes secun­
dando el pronunciamiento del coronel retirado Ignacio Esca­
lada en Morelia, se habían levantado al grito de ‘religión y
fueros’ contra la administración liberal progresista del go­
bernador de Michoacán Salgado. En abril de 1850 “visitó por
segunda vez el cólera morbus este distrito de Jiquilpan; ter­
minó sus estragos hasta septiembre del mismo año, habien­
do causado muchas víctimas, aunque fueron menos que en el
año de 1833, pudiendo calcularse la mortalidad en todo el
distrito en más de 2,000 personas, habiendo habido días en
esta municipalidad (de Jiquilpan) de veinte defunciones”.21
Al fin, el cólera se llevó a la tumba al 12% de la población del
distrito. Aunque es muy probable que en Zamora haya sido
menos mortífera, las cifras disponibles nos muestran que la
epidemia que azotó el noroeste michoacano en 1833 fue peor
que la de 1850.22 El cólera que asoló el país en 1833 y en 1850
se inscribe en el cuadro de la pandemia que afectó Europa
desde 1831 y 1848 respectivamente.23 En general, la inges­
tión de aguas contaminadas parece estar en el origen de la
enfermedad. Ahora bien, ¿cuáles eran las condiciones sani­
tarias entre la población de Zamora en 1850? ¿Qué medidas
pusieron en práctica los habitantes de Zamora y la región
para contrarrestar la epidemia y prevenir en adelante los
brotes de cólera?

Las condiciones sanitarias de Zamora en 1850

En aquel entonces no sólo los pobladores carecían de los


hábitos higiénicos necesarios y los poblados de las instala­
ciones públicas de salubridad imprescindibles para ponerse
a salvo de enfermedades como el cólera (alcantarillados y
drenajes, redes de agua potable, fosas sépticas o tazas asépti­
cas, servicios médicos), sino que la medicina en México des­
conocía por completo aún la existencia de los micro-organis­
mos, ignoraba la etiología exacta del cólera y, por lo mismo,
era incapaz de tratar eficazmente la cadena de reacciones
bioquímicas subyacentes a los síntomas externos de la
enfermedad.24 Menos aún disponía de líquidos intraveno­
sos ni de antibióticos para atacar el mal. La restitución de
líquidos y electrólitos por vía bucal, eficaz en la medida en
que se aplican dosis adecuadas y oportunas, y de fácil admi­
nistración, no podía haber sido practicada dado el desconoci­
miento de la etiología y de la fisiopatología exacta de la
enfermedad.
Las condiciones sanitarias en que vivían los habitantes
de la región propiciaban, ciertamente, la aparición de brotes
malignos no sólo de cólera25 sino también de otras enferme­
dades que han causado estragos en la población de la región
y se han mantenido hasta recientemente en estado endémi­
co: es preciso decir que, fuera de situaciones epidémicas, la
principal causa del mayor número de muertes en la parro­
quia de Zamora era, en el siglo pasado, la disentería;26 a la
fecha persisten endémicamente, la disentería, la brucelosis,
la salmonelosis y la amibiasis.
Por sus características edafológicas (antecedentes ce­
nagosos, tierras de tipo chernozen) y sus prácticas agrícolas
(de anegación por cajas de agua o entarquinamientos), los
suelos de Zamora y alrededores se prestaban a inundaciones
periódicas y prolongadas en los campos y en la ciudad. El río
Duero se desbordaba anualmente convirtiendo las calles de
la ciudad en arroyos de agua que a su paso dejaban grandes
lodazales de junio a octubre.27 No es sino hasta 1891 que
terminaron los trabajos de desviación del río comenzados
apenas dos años atrás; gracias a esta desviación del curso
del río, Zamora se vio libre de inundaciones fuertes y prolon­
gadas. El agua potable y de uso doméstico de que disponían
los pobladores provenía de tres fuentes: directamente del
Duero, de pozos domésticos y de los manantiales sea de
Jacona sea de los de ‘la Puerta de la Lima” a través de aguado­
res o distribuidores domiciliarios.28 Las tres fuentes estaban
expuestas a la contaminación del agua por heces fecales.
Sólo en 1898 Zamora empezó a recibir agua de los manantia­
les de El Bosque de Jacona mediante un acueducto. La deyec­
ción de heces fecales al aire libre era ordinaria tanto en el
medio rural como en la ciudad: campos y corrales, así como
huertas y jardines eran lugares acostumbrados de defeca­
ción. En la fundación de San José de Gracia (1888), “nadie
pensó en hacer sus casas conforme a los dictados de la higie­
ne... Las heces fecales se seguirían depositando, como de
costumbre, en el corral y a flor de tierra, para servir de
alimento a los cerdos...”29 Ignoro cuando empezaron a ser de
uso común las fosas sépticas o se generalizaron las tazas
asépticas de Zamora.30
Así, todo contribuía a la contaminación del agua, de
líquidos y de alimentos por Vibrio Cholerae: las característi­
cas de los suelos y de las inundaciones, el clima caluroso de la
primavera —aproximadamente arriba de 30°C, lo que facili­
taba el desarrollo del bacilo en las heces— (recuérdese que la
epidemia de 1833 comenzó en abril y duró hasta septiembre,
que la de 1850 comenzó en enero, llegó a su apogeo en marzo y
no cesó sino a fines de julio, y que la de 1854 ocurrió en
septiembre, octubre y noviembre), el viento en tiempo de
secas, los escurrimientos al cauce del río a los manantiales y
a los mantos acuáticos de los pozos domésticos (a menos de 3
metros de profundidad en el valle) en tiempo de aguas, y la
falta de higiene en la manipulación de alimentos y enseres
domésticos completaban la cadena transmisora de la enfer­
medad que encontró aquí un campo propicio a su propaga­
ción epidémica. Un dicho popular que expresa las rivalida­
des entre Jacona y Zamora hiere a los de Zamora llamándo­
los “zamorano cursiento”.
Uno se pregunta cómo cesó la epidemia cuando se care­
cía de los recursos médicos y sanitarios imprescindibles para
contrarrestarla. Una respuesta es el milagro. Otra, la selec­
ción natural. En ambos casos, la epidemia seleccionó la
población: sobrevivieron aquellos para quienes el Cielo tenía
designios futuros; sobrevivieron los más fuertes. Murieron
aquellos cuya misión el Cielo había juzgado cumplida; mu­
rieron aquellos que estaban físicamente más desprotegidos
contra la enfermedad. La narración que un autor zamorano
contemporáneo nos hace de la muerte de miembros de su fami­
lia nos describe la rapidez con que la enfermedad conducía a
la muerte, la ineficacia de los recursos médicos disponibles y
la conformidad del creyente a la voluntad divina como recur­
so último de aceptación de lo incomprensible.31 En tales
circunstancias, resulta comprensible el juicio que, racionali­
zando la impotencia ante la enfermedad y la muerte, imploró
el milagro: convencidos los médicos de su incapacidad para
sanar los pacientes, consolados los enfermos por los auxilios
espirituales, no quedaba a “los justos sino la esperanza de
conquistar el cielo” y a los sobrevivientes más remedio que el
propuesto por el cura párroco don Francisco Henríquez, es
decir, manifestar públicamente su arrepentimiento por los
pecados cometidos, prometer a Dios una sólida piedad, dedi­
car un templo al santo o santa que la Providencia designara
como intercesor para calmar la epidemia.32 El problema que
en el fondo se plantea tiene dos aspectos íntimamente rela­
cionados: uno se refiere al de la interpretación de determina­
dos acontecimientos como hechos milagrosos, y esto corres­
p on d e e s p e c ífic a m e n te al cam po de la h is to r ia del
pensamiento teológico y de la hermenéutica; el otro aspecto
se refiere a la interpretación de los mismos acontecimientos
como hechos sociales, y esto es objeto de la sociología; pero
nada impide realizar una sociología del milagro, es decir, de
analizar la correlación de fuerzas involucradas en los hechos
sociales interpretados colectivamente como acontecimien­
tos milagrosos.

De la interpretación moral a la interpretación política

¿Cómo fue interpretada en Zamora le epidemia de 1850?33 A


juzgar por las palabras del cura párroco don Francisco Hen-
ríquez a la asamblea de vecinos, es evidente que las desgra­
cias causadas por la peste fueron directamente imputadas a
la ira de Dios; y que, en la enfermedad y en la muerte se vio el
castigo divino. Pero es menos evidente que ya en esa asam­
blea la apelación a la cólera divina haya comportado la
reprobación explícita del liberalismo; al menos no en esas
circunstancias.
La reprobación del liberalismo es implícita y sólo se
infiere de las versiones acerca de los orígenes locales de la
epidemia que, de manera constante e invariable se refieren
a la presencia simultánea de las tropas liberales en la ciu­
dad. Es mucho más probable que la vinculación causal entre
los orígenes locales de la enfermedad, su progreso epidémico
y el avance el liberalismo sea el producto de una imagen
colectiva. Esta habría ido formándose progresivamente en
las conciencias de las gentes sobre la base de una impresión
original que relacionó desde un principio los primeros signos
de la epidemia con la presencia de la tropa liberal, aun sin
imputarle expresamente a ésta la responsabilidad causal.
En la formación de esta imagen colectiva se aplicó el princi­
pio lógico que atribuye la causalidad de un fenómeno al
fenómeno que le antecede (post hoc, ergo propter hoc). Por lo
demás, corresponde a una representación profunda del in­
consciente colectivo, la asociación de fenómenos físicos ex­
traordinarios con presagios funestos y castigos divinos. Para
los habitantes de San José de Gracia, a fines del siglo pasa­
do, “los cometas eran portadores de calamidades, hambru­
na, guerra y peste”.34 La misma asociación ha constatado
Delumeau en sociedades europeas de los siglos xvi a x v i i i , 35 y
en la cultura judeo-cristiana primitiva, “la peste” como tér­
mino genérico que designa toda epidemia mortal, sea cólera,
peste propiamente dicha, tifo, etc., es uno de los grandes
castigos de Dios anunciado como prodromo del fin del mun­
do.36 Pero esto no nos explica cómo fue que la interpretación
moral se convirtió en una interpretación política. Habrá que
indagar cuál era el contexto social dentro y fuera de la región
para intentar una explicación sociológica de este proceso.

El contexto político

En Jiquilpan, en 1833, los orígenes de la epidemia coincidie­


ron justamente con la presencia de soldados liberales en la
ciudad. Entre la coincidencia del arribo de las tropas y el
inicio de la epidemia en el caso de Jiquilpan en 1833 y en el de
Zamora en 1850, y la asociación causal, no había más que
medio paso al que la evolución de las fuerzas políticas poste­
rior empujó.
El contexto político en Michoacán durante la primera
república federal (1824-1835) está marcado, entre otras no­
tas, por los pronunciamientos contra la reforma liberal pro­
gresista en 1833 y por el centralismo en 1834. Las dos admi­
nistraciones del gobernador Salgado, de carácter yorkino la
primera (1827-1830) y liberal progresista la segunda (1833)
comportaron “notorias tendencias anticatólicas” que condu­
jeron, precisamente, al pronunciamiento del plan de Escala­
da el 26 de mayo de 1833 en Morelia.37
El Congreso michoacano se había otorgado facultades
para reglamentar la observancia de los cánones y la discipli­
na externa de la Iglesia. Fueron promulgados decretos de
incautación de bienes de la Iglesia y suprimida la coacción
civil para el pago del diezmo y para el cumplimiento de los
votos monásticos. El rumbo anticlerical extremista que to­
maban las reformas liberales aunado al espanto causado
entre la población por el paso de un cometa, terremotos y
epidemia de cólera, alarmaron a la población que vio en ello
señales de celestial reprobación a los atentados contra la
Iglesia. Carentes de apoyo popular, las reformas liberales
fueron abolidas, salvo la supresión de la coacción civil para
el pago del diezmo. Al mismo tiempo, el intento de reforma
puso en guardia a la Iglesia contra la militancia del liberalis­
mo ascendente en los años venideros.38 En Guadalajara, por
ejemplo, “la Iglesia difundió ampliamente que el cólera ha­
bía sido un castigo divino por los atentados del gobierno
federal y estatal contra los ministros de Dios”.39
Volviendo a Michoacán, el interim entre las dos admi­
nistraciones de Salgado estuvo asegurado por el gobernador
Diego Moreno. Elegido el 20 de agosto de 1830, su adminis­
tración fue muy accidentada, pues sus ausencias frecuentes
requirieron de su sustitución temporal en el cargo hasta que
fue, finalmente, derrocado por un motín de los salgadistas el
15 de enero de 1833. Su derrocamiento se inscribe en la línea
de hostilidades entre masones rivales. Moreno era el rico
propietario de la hacienda de Guaracha, próxima a Zamora,
había pertenecido a la logia de rito escocés; por su parte,
Salgado era yorquino acérrimo. Las pugnas entre las co­
rrientes representadas por los gobernadores michoacanos
traducen localmente las rivalidades que, en el plano nacio­
nal, enfrentaban los guerreristas (yorquinos) contra los par­
tidarios del presidente Anastasio Bustamante (escocés).39
En este contexto político marcado por el terrorismo
religioso que manifiesta la interpretación popular que asoció
la epidemia a la reprobación celestial de las reformas libera­
les, y por la expansión del liberalismo anticlerical que alertó
a la Iglesia contra las reformas, hay que situar el intento
secesionista de los zamoranos.

El intento separatista

Este se inscribe, sin duda, en una serie de otros que ocurrie­


ron en otras partes al calor de las luchas entre centralistas y
federalistas en las primeras décadas de vida independiente;
sin embargo, nos ilustra acerca del ambiente político que
prevalecía en Zamora hacia 1850 y las décadas posteriores, a
lo largo de las que fue tomando cuerpo la militancia antilibe­
ral en la región zamorana.
En virtud délas características demográficas, económi­
cas y tecnológicas, del sistema de organización familiar y del
dominio político prevaleciente en el Bajío zamorano, parece
probable que la constitución de una nueva entidad federati­
va, teniendo a Zamora como capital, expresara en aquellas
circunstancias el intento de preservar incontaminada de
liberalismo la región. Y si bien se puede decir que la época era
liberal y que Morelia y Uruapan se caracterizaban como
centros de arraigado liberalismo, en Zamora, la situación
sociál era diferente. La designación de Zamora como sede de
administración diocesana en 1862 y la orientación pastoral
de ésta parecen confirmar la tendencia a levantar aquí un
bastión antiliberal.40
La iniciativa de separación del estado de Michoacán se
remonta a 1846, y se le atribuye a don Pelagio Antonio de
Labastida y Dávalos, miembro de una de las familias nota­
bles de Zamora. Don Pelagio habría de convertirse en un
“imperialista irredento y fiel seguidor de Pío ix (el Papa
intolerante y antiliberal)”.41 Propuesta su idea cuando era
diputado de la junta departamental de Michoacán (departa­
mento durante las repúblicas centrales 1835-1846), madura­
rá en los años subsiguientes, hasta que el 13 de noviembre de
1872 quedará instalada la unión para luchar por la separa­
ción de un territorio de Michoacán y para la formación del
nuevo estado cuya capital habría de ser Zamora. Este nuevo
estado habría de comprender todo el occidente de Michoa­
cán, del Lerma al Pacífico, incluido Colima al suroeste y Ario
de Rosales al sureste, es decir, aproximadamente el original
territorio de la diócesis de Zamora. Precedidas de la simpa­
tía del expresidente Manuel González, las actas de adhesión
de todos los municipios que habrían de formar el nuevo
estado, fueron presentadas al Congreso de la Unión en 1889.
Las firmas que calzan las actas y las de quienes forman el
comité de presentación de los documentos pertenecen a
miembros de las familias notables de Zamora.42 El proyecto,
sin embargo, no prosperó ante la oposición del presidente
Díaz. Este fue adverso al progreso de la vieja iniciativa del
arzobispo Labastida, quien celebraba su tercer jubileo sacer­
dotal el 8 de dic. 1889. Puesto en plan conciliador “el jefe del
liberalismo mexicano, el presidente Díaz, en busca del favor
del Jefe más conspicuo de los conservadores, le mandó al
arzobispo un regalito que, según el padre Cuevas, fue un
báculo de carey y plata dorada”43 Enseguida, el mismo presi­
dente Díaz mandó a Zamora un regimiento de zapadores
para que cambiaran el cauce del río Duero y la ciudad se
viera libre de inundaciones. El río Nuevo quedó terminado
en agosto de 1891.44 Ocho años después, el ferrocarril haría
su entrada a la estación de Zamora. Bajo estos servicios
prestados por el gobierno federal quedó sepultado el proyecto
secesionista, pero su cultivo durante más de treinta años
mantuvo vivo el fervor antiliberal de los zamoranos.

La fuerza de la Iglesia

En aquellos años, la Iglesia Católica preparaba en Roma la


definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Pío ix
(1846-1874), el campeón de la intransigencia antiliberal lo
proclamó ex-cathedra en 1854. Pero ya desde el 2 de febrero
de 1849 él mismo había auscultado el parecer de todos los
obispos del orbe católico acerca de la conveniencia espiritual,
los fundamentos teológicos y la oportunidad de la definición
dogmática de la Inmaculada Concepción de María, frente a
la creciente divulgación de doctrinas adversas a la Iglesia,
como el liberalismo.45 El mismo papa escuchará cerca de sí a
los zamoranos Clemente de Jesús Munguía46 y Pelagio Anto­
nio de Labastida y Dávalos, obispos de Michoacán y Puebla
respectivamente, cuando estos fueron desterrados del país
en 1856, y anatematizará a los liberales mexicanos con oca­
sión de la promulgación de las Leyes de Reforma en 1857.
Será también Pío ix quien decretará la erección de la diócesis
de Zamora en 1862, y quien en 1864 dará a luz pública el
célebre Syllabus, que compendia textos y alocuciones su­
yos en los que había ya condenado al liberalismo y “otras doc­
trinas erróneas”, por lo menos desde 1848. En este contexto
general de militancia eclesiástica contra el liberalismo se
inscribe el arranque del culto a la Inmaculada en Zamora.
Parece coherente ver en la proclamación y jura del patronato
de la Purísima sobre la ciudad una expresión local que antici­
pa el reconocimiento universal del símbolo católico más sig­
nificativo en aquellos años contra el liberalismo. El manejo
posterior de este símbolo religioso como emblema de la pure­
za doctrinal, de la pureza sexual y como modelo de la mujer,
confirma expresamente la funcionalidad múltiple de los sím­
bolos, según varíen las situaciones sociales.
La influencia de las enseñanzas de Pío ix en la región de
Zamora durante la segunda mitad del siglo xix es indiscuti­
ble. Esta se transmitió a través de la autoridad moral de los
dos obispos, Munguía y Labastida, mediante la erección y
puesta en marcha de la diócesis y del seminario (1862 y 1865),
por la administración diocesana de los dos primeros obispos
(1865-1909) y por medio de las diversas actividades sociales,
educativas y ministeriales de clérigos de origen regional
educados en Roma.47 En el seminario conciliar de Zamora la
obra que servía de texto para el curso de teología dogmática
era la del teólogo jesuíta italiano Perrone.48 Ahora bien,
¿quién era Perrone?. Era nada menos que “el maestro indis­
cutible de la escuela teológica de Roma y promotor entusias­
ta de las devociones al Sagrado Corazón y a la Inmaculada”.
Su intransigencia y acaso hasta su odio contra los que se
oponían al culto mariano de la Inmaculada han quedado
expresos en su tratado latino dedicado personalmente a Pío
ix en 1847 “acerca de la definición dogmática de la Inmacula­
da Concepción”. La exposición de sus argumentos “barre
con cinismo la oposición que el dogma pudiera encontrar en
las otras confesiones cristianas: no merece mayor atención
que los aullidos de los perros... El dogma... sacará a los
hombres de 'la peste’ que representa la indiferencia religio­
sa ”. Respondiendo a las críticas hechas a su opúsculo, Perro­
ne da cuenta de cómo Pío ix “soñaba seriamente en amparar
bajo la bandera de la Inmaculada Concepción la gran obra
de sus reformas políticas”. La revolución de 1848 justificará
el antiliberalismo acendrado de Pío ix.49
En los años subsecuentes al triunfo de la república
(1867), la Iglesia diocesana desplegará una intensa y siste­
mática actividad de organización religiosa, social y cultural
en la región cuyos efectos se dejarán sentir en los campos
económicos y político aun en la segunda década del presente
siglo. Particularmente bajo la administración del obispo Cá-
zarez (1878-1909) se fundarán y fortalecerán las estructuras
administrativas mediante las cuales serán difundidas las
ideas e implantados los hábitos derivados del catolicismo
intransigente. En ello se emplearán los mejores esfuerzos
pastorales. Especial atención tendrá la vigilancia eclesiásti­
ca contra la infiltración del liberalismo y la masonería entre
la población. Esta, que desde un principio estuvo por la
intervención francesa,50 había visto en la rebelión de Ayutla
del 1Qde marzo de 1854 “el aborto infernal que tantos males
causó y seguirá causando a nuestra desgraciada Patria”.51
En general, se veía en “las sociedades secretas ...el origen de
la guerra, del desorden, del aspirantismo, odio y aborreci­
miento” (entre los mexicanos...). La logia yorkina logró
apoderarse del Gobierno General y de los Estados de nuestra
República, y comenzaron nuestros males: han continuado
sólo Dios puede poner fin a ellos”.52 Y en otro lugar, el autor
zamorano citado enjuicia: “México (bajo el sistema republi­
cano) ha sufrido opresión, ultrajes y humillaciones que no
sufrió ni en tiempo del gobierno colonial”.53 Por lo menos
desde 1829 el partido yorquino contaba entre sus miembros a
la población de diversos poblados de los alrededores de Za­
mora; por ejemplo, en Chilchota y en Tangancícuaro, donde
“la generalidad del pueblo, con muy pocas excepciones, eran
del mismo partido.”54
Cuando en 1857 fue promulgada la Constitución, a los
empleados públicos se les demandó la /enuncia al trabajo a
menos que la juraran. Muchos renunciaron, pero otros, me­
diante la correspondiente protesta ante las autoridades ecle­
siásticas, salvaron el trabajo y tranquilizaron su concien­
cia.55
En 1865, bajo la ocupación francesa, las rondas de vigi­
lancia nocturna salían por las calles de Zamora a “quemar
montones de ocote” y “en cada esquina gritaban... ‘Ave Ma­
ría Purísima’, no olviden resar el santo Rosario...”56
A los jóvenes zamoranos reclutados en un Círculo Ma­
riano en 1887 se les hacía jurar rechazo al liberalismo, a la
masonería y al protestantismo.57 Y en 1909, un acto religioso
mariano en el que accidentalmente se vitoreó al general
Bernardo Reyes, dio lugar a un reporte tendencioso de los
diarios nacionales El Imparcial y El Heraldo que suscitó una
gran ola de indignación pública de los zamoranos que veían
en el reportaje de marras “una burla contra una de nuestras
solemnes y gratas manifestaciones en honor de la Madre a
quien más amamos, María, la Inmaculada”.58
En otro momento histórico y en circunstancias sociales
diferentes a las que prevalecían en la segunda mitad del
siglo xix, vuelve a surgir el juego de aproximaciones entre
epidemia y liberalismo, de sustituciones de términos clave y
de contrastación u oposición de las relaciones que los ligan.
Por ejemplo, con motivo de la celebración del centenario de la
proclamación y jura del patronato, en 1950, “pecado” es
sustituible por “epidemia”, ésta, a su vez, por “liberalismo”,
cuando no, por “comunismo”. Y si un siglo atrás el comienzo
de la epidemia fue asociado a la presencia de la tropa liberal,
ahora se afirma un paralelismo pleno de significaciones
implícitas: “cholera asiática” se transfigura en “comunismo
asiático”: “la terrible enfermedad del cólera morbus que
principió en Asia se extendió sobre Europa, atravesó los
mares para envolver el continente americano, invadir Méxi­
co y desatar sus furias principalmente sobre dos poblacio­
nes: Zamora y Durango”. Y más adelante: “nuevamente en
el Asia se ha desatado la terrible epidemia ante la cual el
cólera morbo es algo sin importancia. Se ha desbordado
también sobre Europa y amenaza extenderse a nuestra Amé­
rica y atacar a México: es el comunismo”.59

En la actualidad reaparecen los indicios de reprobación


del liberalismo. Los sermones de las celebraciones de prepa­
ración a las fiestas anuales de aniversario del patronato (8
de marzo), reiteran frecuentemente el tema. Por ejemplo, en
el sermón del tercer día del novenario en honor de la Purísi­
ma, el padre predicador, dirigiéndose a los niños del colegio
de La Paz, traídos por sus profesores en procesión a la misa,
explicaba el motivo de la celebración de la fiesta de la Inma­
culada Concepción el día 8 de marzo como el cumplimiento
de una promesa hecha por “sus antepasados”. En el sermón
narra los acontecimientos: atribuye el origen de la epidemia
en Zamora a la presencia de los soldados liberales que acaba­
ban de llegar; describe, enseguida, el terror causado por la
peste, la impotencia de los recursos humanos para contener
sus estragos y la rapidez con que la muerte se llevaba a los
enfermos. En ello, la gente de entonces había visto una
prueba, una calamidad, un castigo de la ira de Dios porque
todo mundo se estaba volviendo liberal. Aunque sin decla­
rarlo expresamente en el sermón, la descripción del contexto
de 1850 hecha por el predicador deja entender que la inter­
vención milagrosa de la protección celestial habría estado
condicionada al rechazo del liberalismo por la población. El
predicador describe vividamente la forma en que moría la
gente: una repentina fiebre, seguida de escalofríos y estor­
nudos bastaba para que las personas cayeran muertas.
Viendo en el estornudo el signo de la muerte inmediata, la
gente había adoptado la costumbre de desear al enfermo la
salvación diciéndole: “Jesús te ayude”. La expresión dataría
de entonces, y se habría generalizado en la población excep­
to entre aquellos que, una vez que cesaron los estragos causa­
dos por la peste, “quedaron todavía liberales y cambiaron
esa invocación” (religiosa) por “la expresión” (laica) “sa-
iud”.
El significado antiliberal del culto a la Purísima cobra
una nueva fuerza cuando el mismo predicador describe cómo
llegó la peste a Zamora: ésta fue transportada por los solda­
dos liberales; enseguida, el predicador sitúa con precisión,
trayendo a la actualidad los hechos, la muerte de dos de esos
soldados en el preciso lugar en el que hoy se levanta el monu­
mento al presidente Juárez, paladín del liberalismo mexica­
no, al oriente de la ciudad de Zamora: “Esa enfermedad del
cólera morbus, según la historia, vino de acá, del rumbo de
La Piedad. Esa epidemia la trajeron aquí unos soldados que
entraron acá por el oriente, donde está ahora el hemiciclo a
Juárez. Ahí quedaron dos soldados muertos de la misma
enfermedad del cólera. Ellos fueron los que trajeron aquí a
Zamora esa epidemia”.60
La localización geográfica del comienzo de la epidemia
y de la muerte en Zamora corresponde a la localización
simbólica del comienzo de las calamidades de la nación: el
liberalismo, Juárez y las tropas liberales. Así, la peste, casti­
go celestial, es sinónimo de liberalismo. Juárez, figura del
liberalismo, instrumento de la ira de Dios; Nabucodonosor
redivivo que somete a prueba a los elegidos de Dios. Los
soldados liberales son portadores de calamidad, de desola­
ción y de muerte.
Otros elementos vienen a configurar mejor el cuadro de
terrorismo religioso: la separación entre la Iglesia y el esta­
do en México “funesta para la Patria”: rememorando los
acontecimientos de 1850, el orador se refiere al acto de procla­
mación del patronato de la Inmaculada sobre Zamora cuan­
do “en legítima representación de todas las clases sociales
hicieron el juramento las autoridades eclesiásticas y civiles
que convivían armónicamente antes de que el funesto divor­
cio de la Iglesia y del Estado trajera para la Patria el rompi­
miento de la unidad, la pérdida de la verdadera libertad y la
desfiguración de su propia fisonomía histórica,\ 61 Y apare­
ce, finalmente, un modelo social, el de “la sociedad y la
cultura católica hispánica”: con el patronato de la Inmacula­
da Concepción, Zamora habría recibido “el arraigamiento
de su fe católica, de su tradición hispana, de su cultura
occidental”.62

El enaltecimiento de la hispanidad católica

El culto a la Purísima comporta un componente más de la


ideología de la naciente burguesía zamorana decimonónica.
Entre 1850 y 1900 hay un hilo de continuidad, el catolicismo
intransigente, con el que va hilvanado el del enaltecimiento
de la hispanidad católica. Pero, en realidad, bajo este ropaje
doctrinal y valorativo, lo que se afirma es la legitimación
religiosa del dominio de un grupo de notables, que andando
el tiempo se convertirá en la burguesía zamorana, sobre otros
grupos sociales.
Tengamos en cuenta que algunos de los más prominen­
tes liberales mexicanos eran indígenas. Zamora, como es
sabido, es fundación de peninsulares y criollos en medio de
pueblos indígenas, y aunque a la fecha, la población indíge­
na estaba muy disminuida,63 sin embargo, en los poblados
indios de los alrededores prevalecían aún algunas institucio­
nes que definían relativamente su identidad social.64 Y si
bien, la peste azotó la región, sin embargo, las fiestas fueron
exclusivas de la parroquia, y particularmente, de la ciudad
de Zamora, lo que era comprensible, pues los grandes propie­
tarios de tierras ubicadas en los municipios circunvecinos
residían casi todos aquí.
Los principales protagonistas de las fiestas de procla­
mación y jura del patronato son clérigos, terratenientes,
comerciantes y funcionarios públicos, hijos o nietos de crio­
llos, o bien, mestizos en vías de ascenso social tras el colapso
de la independencia y la expulsión de los españoles, aplicada
ésta en Michoacán en 1827 y 1829.
En Ecuandureo, Tlazazalca, Purépero, Chilchota, Tan-
gancícuaro, Jacona, Chavinda, Ixtlán, Santiago Tanga-
mandapio65 estaban establecidas incluso hasta principios
del siglo xix algunas familias de ascendencia peninsular. Es
probable que en Zamora llegó un grupo de vascos y santan-
derinos a mediados del siglo xvin.66
En el desbarajuste de las guerras de independencia
muchos criollos y mestizos emigraron de los poblados aleda­
ños a Zamora. Aquí prosperaron al abrigo de la guarnición
realista y alcanzaron a beneficiarse aún de los efectos de las
reformas borbónicas que habían relanzado la economía por
la activación del comercio de la tierra y por el impulso dado a
la producción agroganadera local o a la minería de comarcas
vecinas. Más tarde, sus descendientes acrecentaron sus pro­
piedades con la adquisición de bienes comunales y multipli­
caron su riqueza mediante la administración de capitales
píos al amparo de las leyes de reforma.67 Así, mientras escu­
dados por el antiliberalismo del catolicismo intransigente y
fortalecidos con el apoyo del gobierno diocesano, preservan
una autonomía relativa respecto del gobierno federal, sacan
partido simultáneamente de los efectos de las leyes liberales
sobre bienes corporados; la Iglesia, a su vez, pone a salvo
parte de su riqueza por la administración vicaria de sus bie­
nes, y cuenta con el respaldo político de los notables zamo-
ranos.
Si desde fines del siglo xvm fue relativamente fácil
convertirse en propietario de tierras por las vías del arrenda­
miento y la mediería a condición de ser criollo o español, en
adelante, los descendientes de estos mejorarán su condición
social combinando ambas vías con la molienda de trigo, el
comercio o la arriería cuando no la ocupación de puestos
administrativos o la obtención de algún beneficio eclesiásti­
co.
En Zamora fijan domicilio, abren comercio, establecen
industria, adquieren y administran casas y tierras, ocupan
cargos públicos, financian de su peculio la fábrica de igle­
sias, sostienen actividades pías o de beneficencia pública,
apadrinan actos religiosos o al primer cabildo diocesano y
emparentan entre sí los Planearte, los Dávalos y Tompes, los
Jasso, los Labastida, los Garibay, los Verduzco, los García,
los Jiménez, los Del Río, los González, los Méndez, los Gue­
rra, los Padilla, los Matos, los Martínez, los Ochoa, los Ve-
racochea, los Porto, los Villanueva, los Villaseñor, etc. Son
hombres de iniciativa, se comportan públicamente como
notables y mantienen productivas sus empresas. La pro­
ducción agrícola e industrial, la actividad comercial, lejos
de mermar, crecen a pesar de y a lo largo de las guerras intes­
tinas y las de Reforma e Intervención casi hasta fines del
siglo.68
El prurito por los epónimos hispánicos perdura todavía
hasta 1950. Rodríguez Z. transcribe de los archivos de don
Manuel Jasso, descendiente de don Victorino, el rico comer­
ciante y hacendado del siglo xvm, documentos que testimo­
nian el reconocimiento de la nobleza hispana de algunos
habitantes de Zamora. Lo hace porque “aún existen familias
en esta ciudad cuyos antepasados vinieron muy cerca de la
fundación, para que con esos datos gestionen los certificados
respectivos (de nobleza española).69

Efectos sobre la población indígena

Los indígenas de Jacona tenían ya sus santos patrones, de


pueblos y de barrios, sus imágenes maravillosamente encon­
tradas —Santa Cruz, Virgen de la Raíz—, sus cargos, sus
fiestas religiosas y sus cofradías. Los indígenas tecos, conti­
guos a la ciudad de Zamora, tenían a San Francisco como
patrón a quien veneraban en su capilla. Zamora tenía ya a
San Martín como patrono, aunque parece ser que hacia me­
diados del siglo pasado, sus habitantes ignoraban que “San
Martín”, de entre los enlistados en el calendario cristiano,
era, y aun desconocían la fecha de la fundación de su villa.
Los datos respectivos son descubrimientos recientes.70
Por otra parte, el impulso que recibe el culto a la Purísi­
ma a partir de 1850 presenta características diferentes a las
del culto a la Inmaculada que era sobre todo, y acaso exclu­
sivo, de los indígena.s. Es bien conocido que los primeros
evangelizadores de la región fueron frailes franciscanos, y
que, para ellos, la tesis de la Inmaculada Concepción de
María formaba parte esencial de los elementos de su cateque-
sis, transmisores fieles como lo eran de la escuela teológica
escotista. Los innumerables “hospitales” de indios puestos
bajo el patrocinio de la Inmaculada, las cofradías indígenas
correspondientes y las artes plásticas lo testimonian en Mi-
choacán desde el siglo xvi. Y aunque existían antecedentes
de la importancia de la Inmaculada Concepción como símbo­
lo religioso significativo para los criollos zamoranos —por
ejemplo, es el caso del “Poema panegírico hispanolatino
dedicado a la Inmaculada Concepción”, compuesto por el
poeta zamorano y fraile franciscano José Antonio Planearte
(1735-1815)—, sin embargo, las advocaciones preferidas por
los criollos y mestizos ricos de principios del siglo eran el
Santo Cristo de El Calvario o Señor de la Salud y la Virgen
de los Dolores o de la Soledad,71 herencia ambas del barro­
quismo español del siglo xvn. Uno se pregunta por qué en la
tradición del cese milagroso de la epidemia no aparecen
evidencias de que los zamoranos hayan invocado o apremia­
do al Señor de la Salud para que los librara del cólera en 1850.
A partir de entonces, el culto a la Purísima se popularizó
bajo control eclesiástico en el Bajío zamorano. Sea por la
divulgación del dogma a través de la predicación y de la
catequesis de los párrocos72 sea por efecto de la misma ins­
trucción catequética, como lo demuestran el patrocinio de la
construcción de iglesias,73 la formación de asociaciones pia­
dosas dedicadas al culto de la Inmaculada y a la forja de
virtudes femeninas,74 o al cultivo de la pureza sexual entre
los jóvenes,75 sea por la hostilidad al liberalismo y la asocia­
ción de ideas que éste término comportaba,76 sea por efecto
de imitación de los criollos y mestizos de los pueblos circun­
vecinos.77 En Ecuandureo, hacia 1867, la fiesta de la Inmacu­
lada había sustituido a la fiesta “primitiva en honor de los
Tres Santos Reyes, patronos del pueblo”.78
Los indígenas y sus santos quedaron fuera de escena
como protagonistas. Además de la sustitución del culto a los
santos patronos originales por el culto a la Inmaculada, los
indios estaban perdiendo simultáneamente sus últimas tie­
rras comunales.79 Mientras la burguesía criollo-mestiza de
Zamora está confeccionando su acta de nacimiento, los indí­
genas tecos reciben con la venta de la última fracción de sus
tierras, su acta de defunción.80 Los indígenas deJacona no
tardaron también en ser asimilados por el grupo de notables
zamoranos. Su Santa Cruz y las fiestas y danzas que hacían
en su honor, así como la transmisión de cargos efectuados
tradicionalmente el día de su solemnidad, desaparecieron,
probablemente, también a mediados del siglo xix.81 Perde­
rán, además, la gestión del culto a su Virgen de la Raíz:
gracias a cuya milagrosa intercesión, los indios de Jacona
habían sido preservados inmunes de la terrible epidemia de
matlazahuatl de 1736-1739.82 La imagen misma y la organi­
zación del culto a la Virgen de la Raíz serán recogidos en
1886 por el clero diocesano. Por designio de Pío ix, la imagen
de los indios de Jacona se llamará en adelante Nuestra
Señora de la Esperanza, y por obra y arte del clero zamorano
transformará su atuendo.83 Su solemne coronación pontifi­
cia, la primera de esta calidad en América, gestionada ante
el Papa por clérigos zamoranos educados en Europa, miem­
bros de las familias notables de la región, pondrá la organi­
zación de su culto en manos del clero diocesano.84
Si aparece que los indígenas no presentaron resistencia
a este proceso de asimilación o sujeción al dominio del grupo
criollo mestizo de Zamora, es explicable en la medida en que
su población estaba diezmada, su organización social afec­
tada, sus instituciones menoscabadas; la pérdida o transfor­
mación de sus símbolos religiosos o su control por parte de la
Iglesia ratificaron este proceso de dominación.
En consecuencia, es posible afirmar que el acto de pro­
clamación y jura del patronato de la Inmaculada Concep­
ción hecho por la ciudad de Zamora en 1850 fue la expresión
simbólica de un proceso de búsqueda de la identidad social
de un grupo criollo mestizo de terratenientes, comerciantes
e intelectuales que estaba formándose como tal en el periodo
comprendido entre 1840 y 1870. Es el momento histórico en el
que sus miembros a través de sus lazos de parentesco, de sus
actividades comerciales y de la organización de la producción
en las haciendas y ranchos estructuran la economía y la so­
ciedad regionales. El culto a la Purísima expresó en aquellas
circunstancias las diferencias étnicas que los separaban del
resto de la población, tanto como la afirmación de su predo­
minio sobre los demás grupos sociales. Bajo otro aspecto, el
mismo culto contribuyó a forjar la unidad de la región, pre­
dominantemente rural, en torno de la ciudad de Zamora.
Factores concomitantes de orden económico y político con­
tribuyeron en las décadas siguientes a fortalecer el predo­
minio de la burguesía zamorana sobre la región; el culto a la
Purísima lo expresa simbólicamente. En este sentido, se
puede decir que este culto mariano es un mito de fundación.
La uniformización del culto y la homogeneización de las de­
vociones populares, en circunstancias en las que la acción
del clero fue particularmente eficaz, soldó la unidad de la
región en torno de Zamora y sacralizó el dominio del grupo
criollo-mestizo local.

Conclusión

La interpretación colectiva d^l fenómeno social como acon­


tecimiento milagroso configura el sintagma religioso. Las
relaciones que, en la interpretación colectiva, guardan entre
sí cada una de las unidades de la siguiente cadena de aconte­
cimientos: presencia de la tropa liberal-desencadenamiento
de la epidemia-enfermedad pública-muerte generalizada-
impotencia médica-recurso al cielo-intervención divina-cese
de la peste-salud recuperada-fiesta y vida nueva, comportan
un doble efecto: por una parte, conducen a la apropiación del
culto a la Inmaculada por la Iglesia institucional, a la homo­
geneización de las devociones populares y a la elaboración
de pautas de moral sexual y familiar; por otra, expresan sim­
bólicamente la afirmación de la identidad social y del domi­
nio regional de la naciente burguesía zamorana decimonó­
nica. En este sentido, es posible referirse al despegue y auge
del culto a la Purísima en la región como un mito de funda­
ción.
La urdimbre de la interpretación religiosa de estos
acontecimientos comporta, sin embargo, la acción de fuerzas
políticas. Ahí están implicadas la capacidad de control del
clero diocesano sobre la población regional, el deterioro de
las instituciones indígenas, la presencia múltiple de los
miembros de las familias notables en los puestos de respon­
sabilidad pública y su capacidad de manipulación de recur­
sos económicos, políticos e ideológicos en beneficio propio. A
partir de entonces irán destacándose la Iglesia y los notables
zamoranos como componentes de la correlación de fuerzas
que consolidará la región al finalizar el siglo. La eficacia
social de la interpretación colectiva dada al sintagm a reli­
gioso configura, a su vez, el paradigma político. Es decir,
cada uno de los elementos de la cadena sintagmática es
virtualmente susbstituible por unidades que guardan entre sí
relaciones de orden político: en función de situaciones socia­
les cambiantes son seleccionados diversos conceptos en un
juego de metáforas y de oposiciones variables.

NOTAS

1. Rodríguez Z., Arturo: Zamora. Ensayo histórico y repertorio documen­


tal. Editorial Jus. México. 1952: 470, cf et 166.
2. Archivo de la Parroquia de la Purísima de Zamora (APPZ), entierros,
libro 24.
3. Rodríguez Z., A. op. cit 165. 468.
4. Ibidem 468.
5. García U., Francisco: Historias y leyendas zamoranas. Tercera parte.
Ediciones Hernán. Zamora 1961: 118.
6. Rodríguez Z., A. op. cit. 468.
7. Ibidem; cf et Garibay, J. Antonio: Recuerdos y memorias que su autor...
dedica a su familia. Tipografía de Teodoro Silva Romero. Zamora 1879:
XXXXI. XXXXIV-XXXXVI, 28.
8. Rodríguez Z., A. op. cit. 470, cf et 166.
9. Ibidem 470.
10. Ibidem 166. “En unos papelillos se inscribieron los nombres de varios
santos y santas, inclusive el de la Madre de Dios en el Misterio de la
Purísima Concepción. Enrrollados..., se pusieron en un ánfora que se
entregó a un niño; y tras alabar a Dios, principió la rifa, previa la
determinación del número que señalaría el nombre agraciado. Otro
pequeñuelo fue sacando los papeles hasta llegar al convenido. Se leyó el
nombre y el pueblo rompió el silencio con gritos de entusiasmo, puesto
que no era otro sino el de la Purísima Concepción de María” (Rodríguez
Z., A. op. cit. 470-471).
Una versión reciente del sorteo nos lo describe de la siguiente
manera: “nuestros antepasados, llenos de tribulación, invocaron a
Dios y buscaron algún intercesor para que delante de Dios les alcanza­
ra la salud de su cuerpo que estaba terriblemente abatida por la peste...
No hallaban a quién invocar... Entonces hicieron una rifa: pusieron en
una urna unos papelitos con los nombres de los santos que ya eran
invocados en Zamora, San Martín, patrón de la ciudad y de la catedral
(sic, aunque entonces no existía catedral alguna), San Francisco, traí­
do por los primeros misioneros y bajo cuya advocación se había funda­
do el pueblo de los indios tecos..., y también a la Virgen Santísima, a la
Inmaculada Concepción de María. Por esos años estaba ya para defi­
nirse ese dogma de fe y, sin duda, había grandes predicciones acerca
de la Inmaculada Concepción de María” (Valencia Ay ala, Francisco,
Vicario General de la Diócesis de Zamora, sermón del aniversario de la
Jura del Patronato de la Inmaculada, misa de 11:30 horas, domingo 8
de marzo, 1981. Iglesia de la Purísima, Zamora. Grabación personal).
11. Rodríguez Z., A. op. cit. 166.
12. Loe. cit.
13. Rodríguez ZMA. op. cit. 471.
14. Editorial del seminario “Don Barbarito”, no. 10, 8 de marzo de 1833,
citado por Rodríguez Z., A. op. cit. 468-469.
15. V alencia Ay ala, Francisco, sermón de aniversario de la Jura del Patro­
nato, misa de 11:30 horas, domingo 8 de marzo 1981. Zamora. Iglesia de
la Purísima, grabación personal.
16. Rodríguez Z., A. op. cit. 473.
17. cf. nombres de los integrantes de la Junta y de la Mesa Directiva, la
agenda de cada una de las diecisiete sesiones, el programa detallado de
los festejos de la Jura del Patronato en Rodríguez Z., A. op. cit. 473-475;
167-178.
18. No se indica en los libros de entierros de este año las causas de muerte.
APPZ, entierros.
19. Sánchez, Ramón: Bosquejo estadístico e histórico del Distrito deJiquil-
pan de Juárez. Morelia. Imprenta de la Escuela Industrial Militar “Por­
firio Díaz’, 1896: 122.
20. González, Luis: Pueblo en Vilo. Micro historia de San José de Gracia. El
Colegio de México. (1968), 3a. edición 1979: 38.
21. Sánchez, R., op. cit. 124.
22. Los libros del APPZ correspondientes a entierros en 1833 no registran
la causa de defunción.
23. cf. Bustamante, Miguel E. “La situación epidemiológica de México en
el siglo xix”, en Florescano, Enrique y Malvido, Elsa (compiladores)
Ensayos sobre historia de las epidemias en México. Instituto Mexicano
del Seguro Social. Tomo II. México 1982: 425-476; Oliver, Lilia: “La
pandemia del cólera morbus. El caso de Guadalajara, Jal. en 1833”,
ibidem, pp. 565-581; Ruiz Sandoval, Gustavo: “La enfermedad coleri-
forme en Chiapas”, ibidem, pp. 583-601.
24. Bustamante, Miguel E. op. cit. 429.
25. Aunque no hay indicios registrados de defunción por cólera en los li­
bros de entierros del APPZ entre agosto de 1850 y septiembre de 1854,
es muy posible que la enfermedad haya persistido en estado endémico,
como persistió en el país.
26. cf. APPZ, entierros.
27. En 1887, “causa horror ver el lamentable estado en que hoy se encuen­
tran las calles de la población. Bastó que el temporal de aguas arreciara
para ver convertidas aquellas en asquerosos fangos en los cuales el
transeúnte, si no deja delineado su molde, tiene a lo menos que abando­
nar las botas, salvo que las use fuertes en el semanario “Don Barba-
rito”, citado por Rodríguez Z., A. op. cit. 799.
28. cf Rodríguez Z., A. op. cit. 767.
29. González, L. op. cit. 84.
30. Sería interesante la elaboración de una historia de los lugares y de las
costumbres de defecación, semejante a la que para Francia ha escrito
Guerrand, Roger-Henri: Les lieux. Historie des commodités. Editions
de la Découverte. París. 1985.
31. “El 11 de marzo de 1850 le atacó el terrible mal del cólera a nuestro hijo
primogénito José María a los catorce años y meses de su edad; se le
aplicó toda la medicina y se hizo cuanto fue posible por salvarle la vida;
pero nada valió... A las ocho de la noche, acompañado de cuatro sacer­
dotes que tuvo a la cabecera entregó la alma a su creador. Su vida fue la
de un ángel, su muerte la de un justo, la pesadumbre de sus padres
inexplicable” (Garibay, J.A., op. cit. 27).
En octubre de 1854, la esposa del autor “amaneció atacada del
terrible mal del cólera morbus... A mediodía ya el mal se había desarro­
llado horriblemente. En la tarde v noche del 9 y la mañana del 10 se le
ministraron todos los auxiliso espirituales y se le prodigó la medicina y
asistencia hasta donde fue posible; pero todo en vano... y a las once del
día 10 voló su alma a las mansiones eternas de la gloria... Dios lo tenía
decretado así y era preciso que se cumpliera su santísima voluntad"
(Ibidem, XXXXV-XXXXVI, 28). “Don Miguel Garibay (hermano del
autor) había vuelto de su hacienda el día 18 de agosto de 1854); el día 19,
al levantarse, tuvo una fuerte deposición, se fue a misa como lo tenía de
costumbre, volvió, y siguió con las deposiciones más abundantes y
otros síntomas del cólera. Se le acudió luego con la medicina, y se le
asistió con toda eficacia, pero el mal progresó y no fue posible contener­
lo. Se confesó y a las dos de la tarde de ese día recibió el Sagrado
Viático, y a las ocho de la noche estaba ya en la eternidad” (Ibidem,
XXXXIV).
32. Rodríguez Z., A. op. cit. 470. 166.
33. Aún no he tenido acceso a la documentación sobre los sermones y otros
mensajes transmitidos por el clero zamorano a la feligresía con ocasión
de las fiestas de proclamación y jura del patronato. Es seguro que en
tales textos campea la teología del milagro vigente en la mentalidad del
clero de la época.
34. González, L. op. cit. 73.
35. La Peur en Occident. Rayard. Paris 1978: 129-131.
36. León-Dufour, Xavier: Dictionnaire du Nouveau Testament. Artículo
“Peste” Paris. Seuil. 1975: 422.
37. Bravo Ugarte, José: Historia sucinta de Michoacán. Vol. III. Colec­
ción México Heroico. Editorial Jus. México. 1964: 75. 83
38. cf. Vázquez, Josefina: “Los primeros tropiezos” en Historia General de
México. Tomo 3, El Colegio de México. México. 1981: 21-28.
39. Bravo Ugarte, José, op. cit. 78-83.
40. cf. Valencia Ayala, Francisco: El Seminario de Zamora. Fímax Publi­
cistas. Morelia. 1977: 13.
41. González, L. Zamora. Monografías municipales. Gobierno del Estado
de Michoacán. Morelia. 1981: 220.
42. cf. la lista completa de nombres en Rodríguez Z., A. op. cit. 735 s.
43. González, L. loe. cit.
44. Rodríguez Z., A. op. cit. 734-736. 805.
45. cf. Encíclica Ubi Primum.
46. Aunque oriundo de Los Reyes, desde muy joven se formó en Zamora.
47. Tapia, Jesús: Evolución política y campo religioso en el Bajío zamora-
no. En prensa, cc. III y IV.
48. “El distrito de Zamora en 1877”, documento presentado por Ochoa,
Alvaro en Relaciones 12. El Colegio de Michoacán. Otoño 1982: 125.
49. Michaud Stéphane: Muse et madone. Visages de la fem m e de la
Révolution française aux apparitions de Lourdes. Seuil. Paris 1985:
49-50.
50. Rodríguez Z., A. op. cit. 716-719.
51. Garibay, J.A. op. cit. LVII.
52. Ibidem. 21.
53. Ibidem 37.
54. Ibidem XVIII.
55. “Aquellos cuyo único medio de vida era ese empleo, se encontraron en
situación penosísima. Con el fin de evitarles perjuicios, la Iglesia toleró
que se hiciera la protesta pero exigió al mismo tiempo una ‘contrapro­
testa’ redactada en loafsiguientes términos: ‘N.N. me retracto de haber
jurado la Constitución de 1857 por contener artículos contrarios a la
Institución, Doctrina y Derechos de la Santa Iglesia, según lo tienen
declarado los prelados y, especialmente, los de esta diócesis” (Rodrí­
guez Z., A. op. cit. 705-706.
56. Ibidem 721.
57. Ibidem 791-792. 798.
58. Ibidem 835.
59. Ibidem 476.
60. Padre Porfirio Medina, sermón, lunes 2 de marzo, iglesia de la Purísi­
ma. Zamora, grabación personal, 1981.
61. Obispo Salvador Martínez Silva, discurso en la Velada de Clausura de
las fiestas de Conmemoración de la Inmaculada, 8 de marzo de 1950, en
Revista Eclesiástica, mayo 1950, citado por Rodríguez Z., A. op. cit. 550.
62. Obispo Salvador Martínez Silva, loe. cit.
63. González, L. 1978: 47. 50-52.81.
64. Aunque muy mermados sus bienes comunales, seguían en pie algunas
organizaciones religiosas y la concentración de la población india en
los primitivos barrios de asentamiento.
65. Para éste último lugar, cf. García Urbizu, Francisco, op. cit. 67-71.
73-74.
66. González, L. op. cit. 60.
67. cf. Reyes, Cayetano et alii: Protocolos notariales. Distrito de Zamora
1842-1854. Cuadernos de trabajo 1. El Colegio deMichoacán. Zamora.
1983: passim.
68. González, L. op. cit. 97.
69. op. cit. 632-636; para la casa García, véase García Urbizu, F. Op. cit. 67.
71-74. 117-118.
70. Rodríguez Z., A. op. cit. passim.
71. Ibidem 148. 665.
72. Miranda, Francisco: Don Leonardo Castellanos de Ecuandureo.
Fímax Publicistas. Morelia. 1979: 23-25.
73. García Urbizu, Francisco: El Apóstol de Casas Viejas. Páginas histó­
ricas y episodios de Zamora, Purépero, Villa Mendoza y Tlazazalca.
Edición del autor. Zamora. 1962: 122.
74. Ibidem.
75. Rodríguez Z., A. op. cit. 791-798.
76. González, L. 1978: 128.
77. Por ejemplo, a fines del siglo “Don Espiridión Amezcua, (vecino de
Purépero) levantó un templo con su torre (empleando en ello todos sus
bienes),' y lo dedicó a la Inmaculada, lo decoró de azul y fue destinado a
las Hijas de María que cooperaron en esa obra. Hoy reposa allí, pues al
morir dejó todos sus bienes para obras buenas” (García Urbizu, F.
1962: 122.
78. Miranda, F. op. cit. 25, cf et 15.
79. Véase las actas notariales de enajenación de bienes comunales por in­
dígenas de Jacona, Tarecuato —municipio de Santiago Tangamanda-
pio—, y de otros poblados aledaños, en favor de notables zamoranos a
mediados del siglo xix, en Reyes, Cayetano et alii, op. cit. passim.
80. “...los indígenas tecos... vendieron la última fracción... el 28 de diciem­
bre de 1850... Desde (entonces), se extinguió por completo la famosa
tribu, o más bien dicho, sus últimos miembros se confundieron con la
población de la ciudad, perdiendo su carácter peculiar y sus costumbres
distintas... Por la misma fecha, y como si estuviera ligada con la
existencia de la tribu indígena, se derrumbó la capilla que los indios
habían levantado en honor de San Francisco, y de la cual no queda ni
vestigios en la actualidad” (Rodríguez, Z., A. op. cit. 72).
81. Rodríguez Z., Arturo: Jacona y Zamora. Datos históricos, útiles y curio­
sos. Editorial Jus. México. 1956: 23. 53-54.
82. Según Luis González, el matlazahuatl dejó dos millones de víctimas en
la Nueva España entre 1736 y 1739. “No dejó zona sin devastar fuera de
la del Bajío zamorano donde la Virgen de la Raíz, hallada poco antes en
la laguna de Chapala, se interpuso entre la epidemia y la población”
(1978: 50).
83. Tapia, Aureliano: Nuestra Señora de la Esperanza. La invención de la
imagen de Nuestra Señora de la Raíz, llamada ahora Nuestra Señora
de la E speranza y venerada en Jacona de Planearte Michoaeán.
México. Editorial Jus. México. 1973.
Defunciones por cholera morbus. Actas levantadas en la parroquia de Zamora. 1850. Total 1103.
Fuente: Archivo Parroquia La Purísima de Zamora. Libro de entierros No. 24.
Defunciones por cholera morbus. Actas levantadas en la parroquia de Zamora. 1850. Total 1103.
Fuente: Archivo Parroquia La Purísima de Zamora. Libro de entierros No. 24.

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