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Ficha de Cátedra Nº 1 José BARRIONUEVO

PSICOPATOLOGÍA:
Nociones de Salud y de Enfermedad. Breve historia de la psicopatología.

Abordaremos en este primer capítulo las nociones de normalidad y de patología, de salud


y de enfermedad, para proponer luego consideraciones introductorias sobre
psicopatología psicoanalítica, lo cual permitirá en otros capítulos del libro ahondar en el
estudio de las estructuras, específicamente en lo relativo a las tres estructuras freudianas,
y en patologías del acto. Asimismo se encontrarán en este libro referencias a la lectura
que la psiquiatría propone y a la clasificación de los trastornos mentales del Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM IV o DSM 5)

Se presentará también una breve historia de la psicopatología desde las interpretaciones


de la medicina sobre la enfermedad mental hasta la actualidad, considerando el
fundamental aporte de Freud que permite enunciar una psicopatología psicoanalítica.

¿Cuál es la perspectiva psicoanalítica sobre la psicopatología?

¿A qué nos referimos cuando hablamos de normalidad y de patología desde el


psicoanálisis?

Para referirnos a la relación normalidad-patología desde la perspectiva o lectura del


psicoanálisis es imprescindible considerar la concepción de sujeto y la ética que propone
y sostiene la disciplina psicoanalítica, dimensiones ambas que ineludiblemente se
encuentran en toda concepción sobre el sufrimiento humano aunque no se expliciten o no
puedan enunciarse. Con esto queremos decir que no existe una psicopatología única o
imparcial. Y por eso nos detendremos en la consideración de ambos conceptos como
bases para avanzar en lo específico de una psicopatología psicoanalítica.

En lo relativo a salud y enfermedad Canguilhem, G.1 trató de clasificar y unificar distintas


nociones de salud desde distintas perspectivas, vano intento este último, el de unificación,
porque no se puede establecer una noción unívoca de salud o de enfermedad, sin
desmerecer por cierto su estudio sobre lo normal y lo patológico. Y esto es así, un
imposible, porque las nociones de salud y de enfermedad tienen un componente
ideológico que no puede eludirse, componente que quedó oculto tras la pretensión de
cientificidad que prescinde de, o deja de lado, la definición de qué sujeto, persona o
individuo tiene en consideración y la dimensión de la ética en su específico quehacer.

1
Calguilhem, G. (1986). Lo normal y lo patológico. Madrid: Siglo Veintiuno editores.
Sin embargo, consideramos valioso su aporte para orientarnos en cuáles son los criterios
utilizados históricamente para definir normalidad y patología, clasificación y diferencias
entre nociones de salud y enfermedad, que abordaremos en próximos espacios.

Sujeto y ética del psicoanálisis:

Con la construcción del edificio conceptual del psicoanálisis, como consecuencia de su


definición de lo inconciente en su interrelación con una nueva consideración respecto de
la sexualidad humana, se produce una fundamental transformación en la noción
tradicional de sujeto.

El concepto de inconciente freudiano plantea, desde lo tópico y lo dinámico, una nueva


definición del psiquismo que desde la psicología era equivalente a conciencia. El
psicoanálisis limita la dimensión de la conciencia que anteriormente era lo único valedero
y confiable y la subordina a lo inconciente, que posee contenidos, mecanismos y
pensamientos propios, y que se expresa en el yo, en el ello y en el superyo como
instancias desde cuya interrelación derivaría la producción sintomática que lleva
emparentada la noción de conflicto. En consecuencia, el sujeto del psicoanálisis no
remite más a sustancia, a logos, ni a ser de conocimiento, sino que, opuesto al sujeto
cartesiano, el sujeto del psicoanálisis es claramente sujeto del inconciente.

Para circunscribir la dimensión de lo inconciente describe Freud cómo, por medio del
mecanismo de la represión, se trata de “impedir que devenga consciente” una
representación representante de la pulsión quedando desplazada de tal forma la misma a
lo inconciente, cuyas características y leyes define oportunamente 2. Sostiene:

“La representación consciente engloba la representación de la cosa más la representación


de la palabra correspondiente, mientras que la representación inconsciente es la
representación de la cosa sola”. Luego Freud denominará a los contenidos del inconciente
“agencias representantes de la pulsión”, aclarando que la pulsión sólo se halla presente
en lo inconciente por medio de sus representantes.

Como otro orden, lo inconciente condiciona y define nueva posición para el sujeto. De tal
forma el sujeto no es el centro de todo, sino que, por lo contrario, está sujetado o
determinado por lo inconciente, y lejos de ser síntesis o unidad está marcado por la
ruptura o escisión conciente - inconciente.

Por su parte Lacan aporta al planteo freudiano:

2
Freud, S. (1915). Lo inconciente. Bs. As.: Amorrortu editores. 1998.
“Lo inconsciente es ese capítulo de mi historia que está ocupado por un blanco u ocupado
por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo
más a menudo ya está escrita en otra parte”3

Luego formulará su tesis por la cual se lo identifica: “El inconsciente está estructurado
‘como’ un lenguaje”, afirmando Lacan que, con esta definición, realiza un retorno a la
concepción de inconciente propuesta por Freud, constituyendo la relación inconciente -
lenguaje - Otro, un aporte fundamental al psicoanálisis, si bien no la desarrollaremos en
este espacio.

Lacan hace referencia a la “revolución copernicana” realizada por Freud al definir al sujeto
como escindido, como sujeto del inconciente, y afirma que dicha revolución se consolida
al postular su subordinación a una estructura que lo determina. Destaca que con Freud
surge una nueva perspectiva que revoluciona el estudio de la subjetividad y muestra,
justamente, que “sujeto” no se confunde con “individuo”, remarcando entonces dos
cuestiones fundamentales en su consideración de sujeto:

a.- su escisión o división que supone lo inconciente.


b.- subordinación a una estructura que lo determina

Desde la propuesta de Lacan, el orden simbólico opera como determinante, como


legalidad, en cuanto al lugar del sujeto en su relación al Otro, que está regulada o
mediada por un código o sistema de reglas y convenciones del orden simbólico que
permite estructurar el intercambio a partir del lenguaje. Lacan aclara que el inconciente
freudiano no es un reservorio instintual, sino que primordialmente es lingüístico,
proponiendo que el inconciente estaría estructurado como el lenguaje, en tanto sólo
puede ser captado al ser puesto en palabras. El inconciente está estructurado como el
lenguaje, sostuvo Lacan, pero no solamente como un lenguaje, diría más adelante, sino
como un lenguaje y un saber, que es saber inconciente.

La primera inscripción del sujeto se hace en relación a un sistema simbólico que lo pre-
existe y que lo condiciona desde antes de su nacimiento. Desde el mismo momento en
que se piensa y se trata de elegir o se discute un nombre para ese sujeto próximo a
nacer, se lo está incluyendo en un sistema simbólico. Aquí se introduce, en términos
freudianos, toda la perspectiva de la situación edípica como una estructura determinante o
condicionante en relación al sujeto. Apunta Lacan a una noción de sujeto del psicoanálisis
distinta de aquella del cógito cartesiano, sosteniendo que la posición relativa del sujeto
estará definida en relación a la jugada del otro. Dicha posición relativa está mediatizada
por un sistema de reglas y de convenciones funcionando como código que marca una
posición y no un contenido interno. En el juego interlocutivo los sujetos quedan ubicados
en ciertas posiciones estratégicas en relación a las reglas del juego que se ponen en
ejercicio. Hablar no es sólo expresar algo sino, fundamentalmente, es colocarse cada uno

3
Lacan, J. (1953). Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. México: Siglo Veintiuno editores. 1978.
en determinada posición que no es independiente de la estrategia que funciona a partir de
ciertas reglas.

Así definido, es claro que el concepto de sujeto del psicoanálisis, sostenido o soportado
por estructuras pre-existentes y a su vez soportadas por aquel, se opone a la concepción
de “individuo”, que marca como indiviso una entidad homogénea y compacta, con la que
se manejan distintas corrientes psicológicas tal como en otro espacio consideramos.
Entonces, el sujeto para el psicoanálisis es: $ , sujeto del significante, sujeto barrado por
efecto del lenguaje, atravesado por la castración.

En cuanto a lo referido a la ética, ésta es dimensión esencial de teoría y clínica


psicoanalíticas en su relación con la noción de sujeto en que se sostiene, y no es sin ella.
Toda concepción del hombre, aclaremos, está fundamentada en una ética aunque ésta no
se especifique o enuncie. En psicoanálisis la noción de deseo es concepto teórico básico:
en la concepción dinámica como polo del conflicto, en el modelo del sueño, en la
formación sintomática o en la relación con el Otro significativo, siendo definitorio para
localizar al sujeto en la estructura y en el terreno de la psicopatología. La ética
psicoanalítica es ética del deseo, en tanto la noción de sujeto del psicoanálisis supone la
relación “deseo - inconciente” propuesta por Freud. No propicia desde su clínica lograr el
bienestar como “objetivo”, que sí es lo que buscan algunas terapias psicológicas, en un
tiempo en el cual los objetos y los bienes producen la felicidad al hombre si acepta
consumir sin límite tal como lo exige el capitalismo.

El psicoanálisis no sostiene una ética del bienestar o del placer. Las éticas hedonistas son
un conjunto muy heterogéneo que colocan a los bienes como algo supremo que regiría la
conducta y se subordina todo a poseerlos4. La ética del psicoanálisis claramente no es
ética hedonista, manteniendo dirección contraria a las propuestas de la sociedad de
consumo. Es más, desde la segunda tópica con la conceptualización de la pulsión de
muerte, la teoría freudiana tiene en cuenta la noción de malestar y propone ocuparse en
estudiar las consecuencias del malestar que provoca la cultura en el psiquismo, que sería
ineliminable pues aunque, por momentos, se puede alcanzar la felicidad la misma es algo
que siempre se esfuma, sosteniendo Freud que el ser humano “se vuelve” neurótico:
“…porque no puede soportar la medida de frustración que la sociedad le impone en aras
de sus ideales culturales” 5

Tampoco la ética del psicoanálisis es utilitarista, y opone a la ética del utilitarismo su


máxima que se ubica como imperativo kantiano y que Lacan expresa como pregunta:
“¿has actuado conforme al deseo que te habita?”.

La ética del psicoanálisis es pues, decíamos: ética del deseo.

4
Mazzuca, R. (2006). Psicoanálisis y psiquiatría: encuentros y desencuentros. Bs. As.: Berggasse 19 ediciones.

5
Freud, S. (1939). El malestar en la cultura. Bs. As.: Amorrortu editores. 1986.
La noción de deseo es puesta en primer plano de la teoría psicoanalítica por Freud y
luego por Lacan, definido ciertamente como deseo inconciente, concepto en el cual se
enlazan inconciente y sexualidad en tanto las temáticas y las representaciones
inconcientes están exclusivamente referidas al deseo sexual.

La dirección de la cura psicoanalítica sostiene la importancia de que el analizante


descubra y sostenga su deseo. Es en la dirección de reconocer y hacerse dueño del
propio deseo, hacia el descubrimiento de la verdad de su deseo, a lo que tiende la cura
psicoanalítica desprendiéndose del deseo alienante del Otro, si bien, por supuesto, la
pregunta acerca del deseo del Otro permanece en todo aquel que hace lazo social.

Lacan lleva la apuesta freudiana a un punto de máxima posición al sostener que el deseo
surge originariamente en el campo del Otro, en lo inconciente, remarcando el lazo “deseo
- inconciente” en tanto el deseo surge en el campo del Otro y en relación al deseo del
Otro.

Así pues, la ética que sostiene la teoría psicoanalítica, y que se expresa en su quehacer,
supone reconocimiento, fortalecimiento o rectificación de la posición del sujeto
respecto de su deseo. Apunta a descubrir la dimensión oculta del deseo en el enigma
del síntoma neurótico, y en la falta de nitidez de la construcción fantasmática, para que el
sujeto pueda llegar a actuar conforme a su propio deseo.

Al referirnos a la ética del psicoanálisis podríamos considerar aquello que Freud expone
de diversas maneras en lo referido a lo que se logra con la consecución de un análisis, en
la dirección de la cura, en lo esperable, en los siguientes términos:

 que advenga conciente lo inconciente


 anular las represiones
 donde ello era yo debe advenir
 transformar miserias neuróticas en miserias humanas.
 amar y trabajar

Son formas de enunciar la propuesta del psicoanálisis respecto de que un sujeto debe
consolidarse como tal en su posición y hacerse cargo de su deseo en la dirección de la
cura. En ningún caso se plantea normalidad en el sentido de acceder a algo típico y
universal, ni tampoco por cierto a un punto de perfección o perfecto equilibrio, pues el
deseo no es universal sino que es de cada quien. En la cura se logra la normalidad como
algo que incluye la singularidad del sujeto y no hace referencia a ningún modelo o tipo
ideal, en posición diferente pues al utilitarismo en tanto no se pretende cumplir con un
ideal impuesto por la sociedad de consumo.
En “Conferencias de introducción al psicoanálisis”6 Freud sugiere con sencillez las “metas”
definidas para todo análisis, y dice que éstas serían: “amar” y “trabajar”, si bien en otro
espacio, en “El Malestar en la cultura”7, amplía y profundiza sus consideraciones en lo
referido al trabajo y al amor expresando:

“Después de que el hombre primordial hubo descubierto que estaba en su mano-


entiéndaselo literalmente- mejorar su suerte sobre la Tierra mediante el trabajo, no pudo
serle indiferente que otro trabajara con él o contra él. Así el otro adquirió el valor de
colaborador, con quien era útil vivir en común”.

Y agrega en el mismo apartado IV del citado escrito:

“Por consiguiente, la convivencia de los seres humanos tuvo un fundamento doble: la


compulsión al trabajo, creada por el apremio exterior, y el poder del amor, pues el varón
no quería estar privado de la mujer como objeto sexual, y ella no quería separarse del
hijo, carne de su carne. Así, Eros y Ananké pasaron a ser también los progenitores de la
cultura humana”

Pero consideremos con detenimiento a qué se refiere el creador del psicoanálisis al


respecto, pues habría que hacer algunas precisiones para no quedarnos con una visión
superficial de ambos términos: amor y trabajo.

“Amor” no es sinónimo de enamoramiento. Freud reserva la expresión amor para referirse


a algo “genuino y verdadero”8, y señala que en el lenguaje usual se designa con el
nombre de amor muy diversas relaciones afectivas. Amar implicaría poder aceptar al otro
con sus virtudes y sus limitaciones, supone reconocer las diferencias entre el sujeto y el
objeto de amor, confluyendo corrientes tierna y sensual en un vínculo que adquiere cierta
permanencia o estabilidad. Lacan retomará este planteo freudiano en lo referido al “amor”
como aquello que implica dar “lo que no se tiene” a quien “no lo es”, haciendo alusión en
sus formulaciones a la estructura opositiva falo - castración.

Cuando Freud se refiere a “trabajar” como meta, apuntaría a considerar una actividad en
la cual lo creativo se encuentre presente, con desarrollo de una habilidad o capacidad
especial y no mero hábito o tarea cotidiana de repetición. Trabajar no sería reproducir en
forma mecánica una acción o un objeto, sino “construir”, en el sentido complejo del
término, poniéndose en juego inteligencia e imaginación. El tener un oficio o una profesión
se instala sosteniendo la identidad del sujeto, alude a algo personal, y es así como se lo
ubica entre los datos personales cuando se solicita contestar sobre actividad laboral.

6
Freud, S. (1917). Conferencias de introducción al psicoanálisis. Bs. As.: Amorrortu editores. 1986

7
Freud, S. (1939). El malestar en la cultura. Bs. As.: Amorrortu editores. 1986.
8
Freud, S. (1917). Conferencias de introducción al psicoanálisis. Bs. As.: Amorrortu editores. 1986.
Podríamos establecer cierta relación con la propuesta de Lacan respecto del sinthome
como artificio, arte-oficio, como artimaña o destreza, que da nombre al sujeto, “soy
escritor” sería en el caso de Joyce, en ese “saber hacer con…” un arte o un oficio que
elige, y si bien el autor trabaja este concepto en relación a la psicosis, puede ser pensado
como cuarto nudo que garantiza la cohesión del nudo borromeo de tres en cualesquiera
de las estructuras9. Recordemos que el sujeto se encuentra soportado en o por el nudo
borromeo. Cuando Lacan sostiene que Joyce goza al escribir, se refiere a un goce
sublimatorio, en otros espacios habla de goce de saber producido, en una actividad
creativa que se siente propia y por cuyo intermedio el sujeto se define y se da a conocer a
través de la misma en tanto le da nombre o fortalece su identidad.

Pero Freud no elude definir salud o normalidad, pese a lo arriesgado supuesto en ello, y
afirma textualmente:

“Llamamos normal o “sana” una conducta que reúne determinados caracteres... que no
niega la realidad, al igual de la neurosis, pero se esfuerza en transformarla, como la
psicosis. Esta conducta normal y adecuada conduce naturalmente a una labor manifiesta
sobre el mundo exterior y no se contenta, como en la psicosis, con la producción de
modificaciones internas; no es autoplástica, sino aloplástica”10

Tanto Freud como Lacan mostraron interés y preocupación en ubicar los conceptos
psicoanalíticos en su dimensión social, a pesar de las diferencias entre ellos y teniendo en
cuenta los momentos histórico-socio-culturales en que vivió uno y otro. Los síntomas no
se producen con independencia de las características de la época, y esto es así porque
son articulados específicamente a partir de los mecanismos que producen sentido. En
esta línea de pensamiento es importante considerar la psicopatología en el tiempo del
capitalismo tardío, “discurso capitalista”, dice Lacan, discurso que plantea la exigencia de
forcluir la castración, sosteniendo el “yo puedo”, a pesar de todo, lograr los objetos que la
sociedad de consumo ofrece exigiendo consumir, sosteniendo su identidad en el “tener”,
rechazando el no poder, no reconociendo su propia castración.

En tiempos del capitalismo tardío el deseo no queda habilitado, o se devalúa, por cuanto
se hace suponer que sortear los límites es posible en tanto se puede lograr todo lo que se
pretende vía consumo de objetos. Ya no es un significante amo el que manda al goce,
sino que son los objetos del mercado los que dirigen nuestros deseos y goces. El
interrogante es qué sucede con el sujeto, desde nuestra perspectiva en cuanto al sujeto
que sostiene el psicoanálisis, y en lo referido al valor la palabra y al lazo social, ya que lo
que estaría en juego es este plus de goce. Y es sobre qué sucede en, y con, el sujeto
donde nos debemos detener para estudiar las peculiaridades de su constitución, siendo
que desde el psicoanálisis se entiende como fundamentales para la subjetividad de la
época a aquellos Significantes Amos que determinan al sujeto desde el Otro.
Por lo tanto, es posible trazar una tópica del sujeto constituída por los lugares en que el
sujeto va a ubicarse, y eso supone el funcionamiento de un orden simbólico.

9
Lacan, J. (1975). Seminario 23. Le sinthome. Bs. As.: Publicación E.F.B.A. (sin fecha).

10
Freud, S. (1924). La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis. Madrid: Editorial B. Nueva. 1968.
El orden simbólico opera como determinante, como legalidad, en cuanto a la posición del
sujeto en relación al Otro, y a los otros, que está regulada o mediada por un código o
sistema de reglas y convenciones del orden simbólico que permiten estructurar el
intercambio a partir del lenguaje.

Cuando leemos Otro, con mayúscula inicial, o discurso del Otro, nos referiremos al lugar
de la convención significante que determina simbólicamente al sujeto, con algo que está
“más allá” de su control, a través de su pensamiento o de sus palabras. Otro, con
mayúscula inicial, además es la otra localidad psíquica, o sea, el inconciente, que
confronta al sujeto con algo que está “más allá”, reiteramos, de su control por su
pensamiento o en su decir. Lo inconciente, como otro orden, condiciona y determina al
sujeto. De tal forma el sujeto no es centro sino que, por lo contrario, está sujetado,
determinado o condicionado por lo inconciente como otro orden, y lejos de ser síntesis o
unidad está marcado por la ruptura o escisión conciente-inconciente. O sea: no hay
subjetividad fundada en una reciprocidad inmediata, pero sí en una relación triádica que
pasa por la convención significante. Hay un código que representa la función simbólica, y
esa función simbólica es la que va a permitir caracterizar el funcionamiento del
inconciente que tiene básicamente la característica de ser supra-individual, que está por
sobre el sujeto, es un lugar, una convención significante que está en relación de
exterioridad con el sujeto.

En el Seminario “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” Lacan, J. 11


sostiene que el deseo del hombre “es el deseo del Otro”, lo cual se entiende como que el
sujeto quiere ser objeto del deseo del Otro y objeto de reconocimiento también. Que el
deseo surge en el campo del Otro, en el inconciente, lleva a considerar la condición de
producto social del deseo, puesto que se constituye en relación dialéctica con los deseos
que se supone tienen otros. Es el deseo del Otro, y si bien se constituye a partir del Otro,
es una falta articulada en la palabra y en el lenguaje. Por lo tanto, agregamos, el sujeto
del psicoanálisis es el sujeto deseante.

En los tiempos en que vivimos, tiempos del capitalismo tardío, del “discurso capitalista” al
decir de Lacan, el incremento de la violencia y la segregación, anorexia y bulimia,
adicciones…, como patologías del acto, constituyen configuraciones clínicas resistentes a
los distintos tratamientos que en lo referido al quehacer en el trabajo con las estructuras
freudianas se proponen. Estas problemáticas han abierto una brecha en los paradigmas
clasificatorios, a tal punto de que son difíciles de diagnosticar. A veces, desde diversas
perspectivas psicológicas, se diagnostican como psicosis, en tanto cuando los casos son
graves la salida más sencilla es clasificar como psicosis, a veces como neurosis graves,
otras como perversión, o está la salida fácil de denominarlos borderlaine, fronterizos, o
bien, patologías del narcisismo. Sobre este tema nos detendremos en capítulos referidos
a patologías del acto.

11
Lacan, J. (1964). Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. Bs. As. Editorial Paidós. 1987.
Pero por cierto no sólo en lo psicopatológico se expresan las exigencias del “discurso
capitalista”, sino que influyen en la dimensión del deseo y en el incremento del goce en
todos los sujetos que viven en esta época. A esto nos referimos en otro espacio 12, al cual
remitimos para ampliar consideraciones que se presentan abreviadas en este capítulo.

Lacan diseñó originariamente un dispositivo de cuatro discursos básicos: el del amo, el


universitario, el de la histérica y el analítico. Este esquema supone un análisis de los
discursos y permite establecer las relaciones entre el amo, el saber, el goce y el sujeto.
Aclaremos que cuando Lacan habla de discurso se refiere a una estructura necesaria que
excede a la palabra, es decir, hay discurso sin palabras. En su estudio sobre los cuatro
discursos Lacan plantea que conservan un eje de imposibilidad específica y otro de
impotencia, y remarca lo insostenible de un discurso que agrega a los cuatro originarios:
el “discurso capitalista”, en tanto es imposible alcanzar la felicidad “total” por la vía del
consumo. La lógica de funcionamiento de este discurso deja al sujeto en la impotencia
cuando intenta rellenar con bienes el intervalo entre el goce buscado y el goce obtenido,
en un circuito que no está marcado por ninguna imposibilidad, pues el objetivo del
capitalismo es que todo lo que existe se presente como mercancía ofrecida para ser
comprada. El discurso capitalista, “variación del discurso del Amo” al decir de Lacan, es
una formulación lacaniana para pensar el rechazo de la castración en una sociedad de
consumo que hace creer que todo es posible de lograr en tanto todo es mercancía,
objetos de mercado. Se trataría del rechazo (verwerfung) de la castración en tanto
supuestamente no habría imposibilidad, “si querés lo tenés…” es la expresión que habla
de ello.

Psicopatología.

Podemos decir a grandes rasgos que la psicopatología es una disciplina que se refiere a
los conocimientos relativos a las anormalidades y desórdenes de la vida mental. Su objeto
de estudio sería pues la “conducta anormal o desviada” o, en otros términos, los
“comportamientos patológicos o enfermos”13. Lo que hace a la diferencia entre una y otra
psicopatología es qué se considera anormalidad o enfermedad.

El término “psicopatología” adquiere dimensión actual a partir de Karl Jaspers (1883-


1969). Este psiquiatra y filósofo existencialista alemán publica en 1913 un libro conocido
como “Psicopatología General”, intentando construir una teoría general de las cuestiones
relativas a la enfermedad psíquica o a la patología mental.

Etimológicamente el término psicopatología está formado por 3 términos que provienen


del griego:

PSYCHÉ: alma
PATHOS: afección, dolencia, sufrimiento
LOGOS: tratado, definición de....

12
Barrionuevo, J. (2011). Adolescencia y juventud. Consideraciones desde el psicoanálisis. Bs. As. EUDEBA.
13
Consideraciones desde autores varios sobre psicopatología. Op. cit. en bibliografía de este capítulo.
Se refiere pues al conocimiento o tratado de afecciones psíquicas patológicas.

Inicialmente la psicopatología está marcada por los movimientos que se producen en la


concepción de la enfermedad que propone la psiquiatría.

Es posible diferenciar 3 momentos en el desarrollo de la psiquiatría y respectivas lecturas


psicopatológicas:

 MOMENTO INAUGURAL O DE CREACIÓN: que tiene como principales


exponentes a Pinel y a su discípulo Esquirol. Ambos establecen una primera
nosología psiquiátrica clasificando los síntomas. Agrupaban en síndromes
depresivos o síndromes de excitación o síndromes de desorganización.
 MOMENTO DE TRANSICIÓN: caracterizado por cuestionamiento de lo dado, o sea
del agrupamiento de síntomas, pero sin propuestas nuevas.
 MOMENTO FINAL O DE CULMINACIÓN: a partir de la obra de Kraepelin. En este
tercer momento se produce la intervención freudiana. Los psiquiatras advierten que
no se podía funcionar de manera meramente descriptiva, que se tenía que buscar
algo más que meros síntomas o fenómenos, ir a la definición de enfermedades,
distinguir síntomas de entidad mórbida o enferma. Desde la psiquiatría se
mantuvieron dos líneas desde este momento: quienes continuaron con la
enumeración de trastornos ordenados por manuales de diagnósticos y otros que,
partir del aporte de la conceptualización freudiana, intentaron comprender cómo
llegar a un diagnóstico de estructura.

En tanto desde la teoría encontramos gran diversidad de perspectivas sobre cómo


considerar la afección psíquica, es evidente que habrá divergencias en cuanto a criterios
psicopatológicos, y sería imposible una definición unívoca respecto de lo que es la
psicopatología. Esto, por cierto, además, inserto en un momento histórico cultural que
suele ser definido como «condición posmoderna» que plantea el reconocimiento de los
límites del saber y la ausencia de fundamentos y fines absolutos, cuestionándose
pretensiones totalizantes.

Y, a diferencia de la posición de Jaspers que pretendía unificar los saberes respecto de lo


psicopatológico, existe hoy una multiplicidad de campos heterogéneos y de discursos y de
prácticas que definen peculiares o particulares posiciones respecto de la psicopatología.

Canguilhem, G. en su libro “Lo normal y lo patológico”14 realiza un recorrido por las


diferentes teorías de la enfermedad y organiza las distintas concepciones en dos grandes
grupos:

14
Canguilhem, G. (1986). Lo normal y lo patológico. Op. cit.
 uno que propone una concepción dinámica de la enfermedad, heredada
fundamentalmente de los griegos, que entiende la misma como una ruptura del
equilibrio o de la armonía. La salud sería la armonía. Durante el siglo XIX esta
concepción, que proponía como objetivo el logro de lo armónico, del equilibrio, tuvo
peso de «dogma científico», indiscutido.
 en el otro grupo se encuentra la concepción ontológica, cuyas raíces se pueden
buscar en la cultura egipcia, que concebía la enfermedad como resultado del
accionar de sustancias dañinas sobre el organismo. Basándose en la oposición
interior-exterior, la curación se daría por expulsión de agentes externos dañinos o
patógenos que introduciéndose en el interior del cuerpo lo habrían enfermado.

Lo psíquicamente anormal depende de la concepción imperante en cada sociedad, en


cada momento histórico - socio - cultural. Creencias, supersticiones, modalidades de
vínculo social, condicionan los criterios de normalidad y de anormalidad de la vida
psíquica. Ideas respecto de cómo los ciclos naturales pueden provocar locura se
expresan, por ejemplo, en la expresión “lunático”, al relacionar las fases y
transformaciones de la luna con la locura. O bien, se denomina “cavernícola” a alguien
muy cerrado o introvertido, como ubicándolo en otro tiempo histórico, distante del nuestro.

Los fenómenos patológicos se presentan como modificaciones de los fenómenos


normales, pero ¿qué es normal y qué es anormal o enfermo?

En la actualidad, toda consideración sólida sobre psicopatología sólo es posible realizarla,


desde nuestra perspectiva, haciendo referencia a sus orígenes desde la medicina y la
psiquiatría para intentar entender el sufrimiento psíquico, lectura que provee un nivel
descriptivo a lo psicopatológico, para luego detenernos en el decisivo aporte del
psicoanálisis que propone desde su teoría la explicación o el por qué de los síntomas o
las manifestaciones en la clínica.

Es un campo, el de la psicopatología, que se constituye cuando el psicoanálisis incide en,


y subvierte a, la psiquiatría que describe manifestaciones sin proponer fundamentación o
explicación a las mismas, línea esta última que se mantiene en el Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales, versiones actuales IV y 5, libro de cabecera de
psiquiatras, al que hacemos referencia en tanto su perspectiva es sostenida por el poder
médico o, para ser más claro y preciso, por el poder de los laboratorios, y que se tiene
que utilizar para responder a exigencias de instituciones y prepagas que sólo aceptan
diagnósticos según “trastornos” definidos por el citado manual. Desde el psicoanálisis no
se acuerda con la visión del DSM desde lo básico: en cuanto a su consideración de
“síntomas” como expresión equivalente a manifestaciones u observables ni tampoco por
cierto con el criterio de agrupar y asimilar estructuras y patologías en la “noción blanda”
de “trastorno”, como equivalente a desorden, tal como lo sostiene Roudinesco, E. (2002).

¿Qué es la psicopatología?

Tomemos algunas, importantes, definiciones de psicopatología, para luego enunciar


nuestra propuesta:
José Rafael Paz15 la define de la siguiente manera: “...una disciplina teórica; su objetivo
es construir sistemas conceptuales que den razón de un ámbito específico de coherencia
fenoménica: las conductas anómalas”.

Héctor Fischer16 la ubica como: “…disciplina emergente del tronco de las ciencias
naturales cuyo objeto es el estudio, la teorización acerca de las enfermedades mentales,
tratando de determinar semiología, curso y etiología”.

Amalia Baumgart17 sostiene que puede pensarse a la psicopatología: “...como una


enunciación consecuente que comunica el saber de una ciencia que corresponde a un
determinado ámbito, a un determinado campo: el del acontecer psíquico patológico”

Desde nuestra perspectiva consideramos que una psicopatología psicoanalítica


estudia las variaciones y/o perturbaciones que se producen en las respuestas del
sujeto enfrentado a la compleja relación Edipo - castración que definirán
estructuras tales como las neurosis y las perversiones o bien, cuando ello no
ocurre, con la forclusión del Significante del Nombre del Padre, se encuentran las
psicosis, y divisiones dentro de las mismas como modalidades de ubicarse el
sujeto en relación al deseo y al goce, en unas y otras estructuras.

Una psicopatología psicoanalítica permite realizar una lectura o análisis de estructura


tomando en consideración el discurso de los sujetos frente al conflicto pulsional y al
desconocimiento respecto del propio deseo, a partir de lo cual, tomando en cuenta dichas
“hipótesis diagnósticas” puede proponerse una dirección en un quehacer clínico que
permita al sujeto considerar propias posiciones fantasmáticas que detienen el camino
pulsional (obturando el goce sexual y el sublimatorio) y reoriente en una operación de
castración-separación la metáfora deseante de las posiciones hombre y mujer, o bien la
posición del sujeto en cuanto al lazo social y al discurso en las psicosis con delirios y
alucinaciones y alteraciones o perturbaciones del lenguaje como consecuencia de la
forclusión del significante del Nombre del Padre. Se agrega a este panorama el estudio de
las patologías del acto que se presentan o despliegan en cualesquiera de las estructuras
freudianas: adicciones, anorexia - bulimia e intentos de suicidio, entre otras, haciéndose
también referencia a las patologías infanto - juveniles, de la adultez y de la ancianidad que
la psiquiatría en su expresión del DSM propone en espacios a los cuales se remitirá.

Desde una perspectiva psicoanalítica con la cual consideramos la psicopatología cuando


se realiza un “diagnóstico”, utilizando este término porque es de circulación masiva,
aunque no coincidamos con la perspectiva que desde la medicina y la psiquiatría lo
define, el mismo es una cuestión de definición a nivel de estructura y no mera

15
Paz, J. R. (1977). Psicopatología. Sus fundamentos dinámicos. Bs. As.: Ediciones Nueva Visión.
16
Fischer, H. y colaboradores (2000). Conceptos fundamentales de psicopatología. Bs. As.: Centro Editor Argentino.
17
Baumgart, A. y colaboradores (2010). Lecciones introductorias de psicopatología. Bs. As.: Editorial EUDEBA.
enumeración de manifestaciones observables que en la sumatoria constituirían
“trastornos” tal como el DSM IV o el 5 lo consideran.

El psicoanálisis se plantea llegar a “análisis estructural”, si bien es de uso común y


podemos utilizar también el término “diagnóstico” con la aclaración de que, desde nuestra
lectura, el síntoma por sí mismo no hace diagnóstico sino en tanto articulado con la
posición del sujeto respecto de falo - castración, lo cual definirá una estructura
psicopatológica puesta en juego, sería entonces un “diagnóstico estructural” reafirmando
de tal forma que cuando realizamos un análisis de estructura es evidente que se está
trabajando en una dimensión diferente a aquella que tiene en cuenta las manifestaciones
o los trastornos observables para definir lo patológico.

Consideramos entonces que un diagnóstico no puede basarse sólo en la detección de un


síntoma o de un conjunto de síntomas o manifestaciones observables o medibles. El
planteo desde el psicoanálisis es que las puntualizaciones de diagnósticos presuntivos
estructurales tienen que buscarse en el discurso del sujeto en entrevista como vía regia
que lleva a lo inconciente que se expresa en el síntoma y propone indicios respecto de su
funcionamiento psíquico, en tanto, una psicopatología psicoanalítica prioriza la escucha
por sobre la mirada. Así pues, un análisis estructural no puede enunciarse a partir de un
síntoma o de un conjunto de ellos tal como diagnostica la “mirada clínica”, heredera de la
medicina, sino que se define fundamentalmente a partir de “la escucha” del discurso del
sujeto. Por ejemplo: ante una mujer que manifiesta en primeras entrevistas el accionar de
formaciones reactivas en conductas que propenden al orden y a la limpieza en las tareas
hogareñas, no por ello podemos afirmar incuestionablemente la existencia de una
neurosis obsesiva. En una histeria dichos síntomas pueden anclarse en procesos
identificatorios en relación al deseo del Otro, que puede deducirse de lo que supone que
espera de ella su pareja, por ejemplo, o esperaron sus padres, y pueden llevar a
diagnóstico erróneo si sólo se instrumenta una “mirada sobre lo evidente” o sobre
manifestaciones, sin tener en cuenta lo inconciente que se expresa en el síntoma.

Si bien desde el psicoanálisis se asevera que es posible llegar a un diagnóstico


estructural cuando esté establecida la transferencia analítica, consideramos que pueden
enunciarse hipótesis diagnósticas o diagnósticos presuntivos o provisorios durante las
entrevistas preliminares, por cuanto en la misma elección del profesional, o de una
institución a la cual recurre, y consiguiente inicio de entrevistas ya existiría un esbozo de
transferencia. Cuando en 1964, en su Seminario 11, Lacan se refiere a la transferencia
sostiene que cuando el analista es percibido como encarnando la función de sujeto
Supuesto Saber puede decirse que se ha establecido la transferencia, el sujeto “sabe que
existe en algún lado” dicho saber supuesto y llega a consulta. Luego, con el transcurso de
entrevistas preliminares, y con la consolidación de la relación transferencial, se llegará a
una mayor precisión diagnóstica de quien consulta que validará interpretaciones y
construcciones por parte del analista.

Pese a la diversidad de posiciones, todos los desarrollos conceptuales respecto de


cuestiones psicopatológicas tienen en cuenta:
 la semiología: referida al estudio de signos o datos para construir hipótesis
diagnósticas o estudios de base o estructura según la lectura teórica que se
sostenga.
 la etiología: que estudia los determinantes o factores que provocan la emergencia
de la enfermedad mental.
 la nosografía: es el ordenamiento o la clasificación de las enfermedades mentales.

Breve historia de la psicopatología:

La enfermedad mental o la conducta anormal tuvo distintas explicaciones o concepciones,


partiendo de la lectura que la medicina tuvo al respecto aplicando el saber que de lo
orgánico se sostenía:

 mágico-animistas (en sociedades primitivas o prehistóricas)


 religiosas (en la Edad Media)
 organicistas (siglo XIX en adelante)
 psico-biológica
 psicológica

Desde un comienzo se ubicó a la cabeza, en el cerebro, aquello que se encuentra dentro


del cráneo, como el lugar en el cual se originaban las conductas “trastornadas” o
desviadas o las enfermedades mentales, y tal idea sigue subsistiendo. Y así son muy
claras algunas expresiones tales como “demente” justamente haciendo alusión a
perturbación en lo mental, “¡está mal de la cabeza!”, suele decirse, “¡está del bocho!”, “¡…
del marote!”, “¡está chapita!” haciendo referencia a techo de chapas con fallas o
deteriorado, ¡mi mamá está del tomate!” decía una adolescente en análisis, “le chifla el
moño” en dicho que encuentra su explicación en moño que rubricaba antiguo peinado
femenino que se deshace o pierde forma, “… “le falta un tornillo”, que se acompaña con
un movimiento del dedo índice en la sien atornillando aquello inexistente, “no le llega el
agua al tanque”, “le faltan algunos jugadores”,… u otras, tantas y muchas, expresiones
que se refieren a locura o a déficit mental.

En pueblos primitivos se habría entendido la locura como algo sobrenatural, consecuencia


de posesión por espíritus malignos. Los paleontólogos encontraron en sus excavaciones
restos humanos de hace más de 100.000 años (de pueblos precolombinos, europeos y
mediterráneos) con trepanaciones de cráneos. Chris Ann Philips, de la Asociación
Americana de Neurocirugía planteó que era muy posible “…que entre los pueblos
precolombinos de Perú y Bolivia las trepanaciones se practicaran con la idea de que un
espíritu maligno había poseído al paciente, lo que causaba su demencia. Por ello, se
abría un agujero en el cráneo para permitir la salida del agente dañino”

En civilizaciones anteriores al pensamiento greco-romano (mesopotámica, hindú, china,


hebrea y egipcia) la locura era considerada como consecuente castigo por desobedecer
preceptos o mandamientos, y la terapéutica consistía en sacrificios, oraciones… para
alejar la influencia demoníaca. En China antigua, con el confucionismo, se consideraba
que la locura se producía por no respetar tradiciones instauradas por los antepasados, y
con argumentos semejantes se la entendía en otras culturas de esos remotos tiempos.
En Grecia y Roma siglos antes de Cristo se encuentra la concepción de la enfermedad
mental como fenómeno natural. En siglo VI a. C. en la civilización greco-romana se
intentaba explicar la locura desde la “filosofía de la naturaleza” (Tales de Mileto,
Anaxímenes y Anaximandro), planteando un origen esencial de todo lo material.

Hipócrates (460-377 a.C.). Pionero de la fisiología griega. En su concepción somato-


genética: equipara alteraciones mentales - enfermedades físicas. Las enfermedades
mentales tendrían origen en alteraciones anatómicas o fisiológicas. Enuncia la teoría de
los cuatro humores corporales (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema) Es autor de la
primera clasificación psicológica de los temperamentos (colérico, sanguíneo, melancólico
o flemático) y diferencia tres categorías de trastorno mental: manía, melancolía y frenitis.

Galeno (130-200 d. C) médico romano. Plantea que las causas de la locura podrían ser
orgánicas (lesiones, excesos de bebidas alcohólicas, cambios menstruales…) o mentales
(miedos, angustia…) En su “Tratado de las pasiones” propone la labor del psicoterapeuta
que a través de la palabra señala defectos y orienta al equilibrio de los afectos del
enfermo mental. Continúa con la teoría hipocrática de los cuatro humores describiendo los
“temperamentos” que derivan de la mezcla de cuatro cualidades: caliente, frío, húmedo y
seco.

Durante la Edad Media se pueden ubicar dos momentos en la concepción religiosa:

 Siglo V al VIII: enfermo mental víctima de la acción del diablo. Tratamiento:


oraciones, exorcismos, peregrinaciones…
 Siglo VIII en adelante: el enfermo mental es culpable de su afección, es castigado
con la enfermedad por sus pecados o por supuesto pacto con el demonio.

Durante el Cristianismo: Siglo XV persecución de herejes, brujas, magos y locos. Entre


mediados de Siglo XV y fines del XVI se mataron más de 100.000 personas acusados de
brujería por manifestaciones que, se podría pensar, habrían sido causadas por problemas
neurológicos o mentales (epilepsia o esquizofrenia entre otros).

En el siglo XVI se considera que se produjo la Primera Revolución en Salud Mental: los
poseídos por el demonio de otrora pasan a ser “pacientes”. Juan Luis Vives (1492 – 1540)
propone un tratamiento no cruento para los enfermos mentales. Y della Porta (1535 –
1615) sienta las bases del estudio de la fisiognomía (clasificación de enfermedades
mentales a partir de rasgos físicos, especialmente, los faciales). En esta línea siguieron
Lombroso y Kretschmer, proponiendo un perfil psicopatológico según las formas
corporales y los rasgos del rostro que diferenciaban tipos morfológicos este último
mientras que el primero definía por la apariencia al criminal nato, corriente que en la
criminología tuvo mucha importancia y cuya influencia aun persiste en la expresión
“portación de rostro”, por ejemplo, criterio con el cual puede llegar a “diagnosticarse” por
los rasgos faciales.
Cómo siguen los esfuerzos en los últimos siglos, XIX y XX, por entender el sufrimiento
psíquico lo consideraremos en los capítulos sobre neurosis y sobre psicosis, haciendo un
recorrido por las lecturas psiquiátricas que se enuncian describiendo las manifestaciones
o síntomas observables hasta que el psicoanálisis propone fundamentación o respuestas
a los por qué ausentes para la mirada psiquiátrica, desde la inicial diferenciación entre
neurosis como “enfermedad de los nervios” y psicosis como “enfermedad del alma”.

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