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La filosofía en tiempos de pandemia: a propósito de Giorgio Agamben

Omar Acha

Incertidumbres

El escenario de emergencia global generado por el contagio del coronavirus suscitó reacciones de
diversa índole. Me ocuparé de un aspecto si se quiere marginal de la situación: sus repercusiones
filosóficas. Una opinión “práctica” quizás inquiera: ¿acaso no hay menesteres más urgentes?
Pero admitiendo que requerimos pensar más allá de las prácticas en marcha, ¿es atinado extraer
conclusiones valederas sobre un fenómeno cuyo surgimiento, tenor y alcance son mal conocidos?
Incluso las autoridades chinas –no digo filósofos y filósofas en sus escritorios– están intentando
saber qué ocurrió y qué podría aún acontecer.
Está lejos de ser claro –para mencionar una cuestión básica– que las dolencias generadas por el virus
se curen. ¿Quién podría descartar que dentro de tres semanas nos enteremos que el virus resurja con
efectos destructivos aún más violentos en relación con su primera manifestación? Tampoco es
posible descartar el desarrollo de una vacuna económica y de rápida producción mediante la cual en
seis meses toda la población mundial esté inmunizada. Podemos barajar algunas conjeturas, pero
tampoco es razonable evaluar las diferentes políticas estatal-nacionales ante el contagio global. ¿No
es entonces prematura toda meditación filosófica? ¿No se debería dejar que los gobiernos y los
especialistas en materia médica actúen sin interferencias en la resolución de las dificultades
inmediatas?

Agamben

El propósito del filósofo italiano Giorgio Agamben en sus dos brevísimas notas sobre la
generalización global del “estado de excepción” consistió en advertir que la exasperada defensa de
la “vida desnuda” por los individuos atemorizados despolitiza la relación ante gobiernos devenidos
en apariencia todopoderosos.1 La amenaza habría sido sobredimensionada en detrimento de las
libertades públicas e individuales.
Se ha afirmado que Agamben impuso su filosofía intemporal a una coyuntura peligrosa. Con ese
gesto, el filósofo ajeno a las exigencias de la emergencia global, habría erigido una realidad
dogmática, arbitraria y orgullosamente teórica, en la cual la pandemia devino una inofensiva “gripe
común” sobredimensionada por la vocación estatal de regirlo todo. Contra Agamben se celebró que
otro filósofo, al parecer no tan “filosófico” en su candor ante la realidad, Jean-Luc Nancy, recordara
el consejo del pensador italiano de varias décadas atrás de no realizarse el trasplante de corazón que
le salvó la vida.2 Pero eso no es un argumento.
Lo que Agamben señaló son las secuelas de conceder inmoderadamente el hacer común a un estado-
nación apto para imponer medidas de estado de excepción, suspender las garantías individuales si lo
considera necesario, reprimir la circulación y lo público.
Admito que no siempre la filosofía genera preguntas relevantes sobre cuestiones elementales de la
vida cotidiana (¿qué práctica intelectual lo hace siempre?). En ese temperamento, la filósofa
Anastasia Berg reprochó a Agamben la carencia de comprensión respecto de qué preside la voluntad
colectiva de atenerse a la cuarentena: no es solo un ánimo individualista de permanecer con vida.
Revela también nuestra preocupación por otras personas de la comunidad. No es entonces la vida
desnuda que se entrega al poder soberano omnipotente y garante de la supervivencia. Interpretar así

1
https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-l-invenzione-di-un-epidemia
2
https://ficciondelarazon.org/2020/02/28/jean-luc-nancy-excepcion-viral/
la situación actual sería un prototipo de cómo una jerga ideal se constituye en un dogma ajeno a la
realidad.3 Pareciera ser un fenómeno más amplio.
El filósofo esloveno Slavoj Žižek propuso que la pandemia podría inaugurar la posibilidad de
replantear horizontes hasta hace poco impensables. Entre ellos, el de una forma de sociedad diferente
a la actual sociedad capitalista. Otro filósofo, el surcoreano Byung-Chul Han, en un balance
pesimista de la reacción sanitaria de los estados europeos, previno contra la tentación de replicar el
modelo “asiático” de control poblacional y el empleo de los llamados Big Data para contener la
pandemia. Ante ello planteó el uso público de la razón hacia una “revolución” (en referencia a la
posibilidad de un movimiento anticapitalista global imaginado por Žižek) que no puede ser viral.
Solo es viable si es realizado por “personas”. No habrá “revolución” viral, sostuvo sensatamente
Han. Ante el virus nos aislamos e individualizamos. El “distanciamiento social” es un tipo de
solidaridad incomunicable con una sociedad distinta. Y concluyó: “Somos nosotros, personas
dotadas de razón, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo,
y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y
nuestro bello planeta”.4
La declaración final de Han es tan injustificada como la de su colega esloveno. Si es un tanto más
convincente al proveer un agente humano en la transformación que sin duda el virus no podrá
mágicamente generar, está lejos de ser concluyente que la mera razón humana colectiva (“personas”)
devenga en sujeto revolucionario. Solo apunto que estos dos filósofos intentaron pensar lo
insospechado para el sentido común: que la pandemia habilita deliberar en torno a posibilidades
hasta hace poco incompatibles con el principio de realidad. No solo retornar a la situación previa,
sino deliberar sobre alternativas a la sociedad global en que proliferó la pandemia.
Ante la fatiga producida por estas posiciones alejadas de las exigencias prácticas de limitación viral y
los fallecimientos es tentador concluir que la filosofía se torna irrelevante en situaciones de
emergencia en que es urgente materializar decisiones vinculantes para toda la población del Estado-
nación. Antonio Diéguez Lucena, de la Academia Malagueña de Ciencias, amonestó la ligereza de
ciertos filósofos –los tres mencionados más arriba– por anticiparse a los acontecimientos para extraer
consecuencias entonces prematuras. Su estandarte es la metáfora hegeliana de la sabiduría filosófica
(“el búho de Minerva”) que juzga teóricamente el sentido racional de lo sucedido una vez
transcurrido el día (“levanta su vuelo en el crepúsculo”). Por eso en contraste con Agamben, Žižek y
Han, se refugia en la espera hasta que sea oportuno procurarnos reflexiones filosóficas más
ponderadas.5 Es una prudencia imposible. Diéguez Lucena seleccionó para su breve texto el epígrafe
de Thomas Jefferson, “El precio de la libertad es la eterna vigilancia”. Ante eso cabe preguntar:
¿quién vigila? ¿Debemos someternos pasivamente a toda vigilancia legal (es decir, regida por
autoridades legítimas dentro de nuestro marco normativo colectivo)? No es viable delegar en la razón
política la reflexión sobre su validez.

Pensamiento crítico y emergencia colectiva

No me seduce, francamente, salvaguardar las intervenciones de Agamben en los términos de sus


premisas filosóficas. Agamben puede defenderse solo. Pero sí quiero acentuar la importancia
político-intelectual de su planteo: en situaciones difíciles como las que atraviesa la sociedad
capitalista global es más urgente que nunca desplegar el pensamiento crítico. Ante los estados que
más o menos torpemente ensayan medidas sobre las que poco saben, ante los amantes
consuetudinarios del Dirigente-Que-Sabe (y es obvio que solo atisba entre brumas la realidad e

3
https://www.chronicle.com/article/Giorgio-Agamben-s/248306
4
https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-
surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
5
https://academiamalaguenaciencias.wordpress.com/2020/03/23/pandemonium-pandemico/?
fbclid=IwAR0z6rkYoPija1CzlkiIX7nCqRCDBJysG0DsFmpZFmjpNjzIS2e4NNFGr-A
ignora qué puede suceder en lo inmediato), y también ante los planteos individualistas de desoír las
directivas estatales –por caso, respetar la cuarentena– en razón de inmarcesibles derechos
“naturales”, es preciso recuperar la capacidad del pensar dialógico. En este texto pienso la actitud
crítica hacia las determinaciones estatales preferentemente en términos de opiniones forjadas
“públicamente”, no tanto como juicio individual.
Las decisiones estatales merecen siempre ser pensadas reflexivamente. El problema reside en la
implicación de una voluntad autónoma con la obediencia razonada a las normas supraindividuales.
La filosofía suele problematizar la mera obediencia. Pensar con capacidad reflexiva no es
necesariamente un elogio del agrado individual, desligado de los marcos ético-políticos de una
comunidad o espacio social colectivo. ¿Se puede pensar críticamente todo lo que se quiera pero a la
vez se debería obedecer siempre las directivas estatales? ¿Cuál es el marco práctico en que, incluso
en situaciones de emergencia, es ético-políticamente sostenible la desobediencia? Imaginemos el
contexto de una guerra. ¿Se puede disentir durante una situación bélica? ¿Pueden ser defendidas
racionalmente la resistencia ética a tomar las armas o el derrotismo en una guerra considerada
injusta?
Volvamos a la pandemia. ¿Todas las medidas adoptadas por el Estado ante ella merecen el
asentimiento de los individuos? ¿Deben ser obedecidas sin que sea relevante meditar su contenido?
¿Incluso si las consideramos inadecuadas o inicuas?
Pensemos un caso: vendedoras y vendedores informales de golosinas que son el único ingreso de sus
respectivas familias luego de declarada la cuarentena. ¿Deberían salir a vender golosinas para
alimentar a su familia arriesgándose a ser un vector del contagio? Si hubiera una asistencia monetaria
estatal pero fuera insuficiente, ¿tendría que desobedecer y anteponer la “ley de la familia” a la “ley
del Estado”? No creo que esto deba conducirnos a una actitud “libertaria” en la que se rechaza como
lesiva toda acción estatal. Solo destaca que ella no es legítima per se.
Pensemos estas cuestiones en el contexto de un gobierno que consideremos indeseable. Supongamos
que nos disgusta el gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil y habitamos en el ámbito jurídico del
Estado-nación brasileño. ¿Toda determinación del gobierno debería gozar del asentimiento y
obediencia? Podría suceder que incluso se diera la circunstancia en que se considere adecuado
demandar lo opuesto a lo que Han y Agamben temen. Como Donald Trump en Estados Unidos y
hasta hace muy poco Boris Johnson en Gran Bretaña, Bolsonaro privilegió la actividad económica
que se ralentizaría en Brasil si se impusiera una cuarentena generalizada. Podemos entonces
hipotetizar una opinión crítica respecto del gobierno brasileño en el sentido de incrementar las
restricciones a la circulación y el contacto interindividual. La interrogación “filosófica” es cómo se
genera y legitima una opinión crítica en un contexto de elevada incertidumbre y riesgo. Estas son
cuestiones que poseen implicancias prácticas. No son discusiones antojadizas estimuladas por las
definiciones a priori de sistemas abstractos.
Es innecesario asumir la filosofía de Giorgio Agamben para retener lo válido de su planteo: es un
reclamo ético-político que requiere desarrollar el pensamiento crítico precisamente cuando nos
hallamos en una situación de emergencia. Las reprobaciones que ha recibido simplifican los desafíos
teóricos y políticos involucrados en la situación global de la pandemia. Supongamos que fuera falsa
la inflación del “estado de excepción como norma” teorizada por Agamben. ¿Podría ser una
condición epocal asociada con la “lucha contra el terrorismo” y la pandemia? El teórico marxista
Panagiotis Sotiris, luego de la consabida andanada contra Agamben, sugirió una “biopolítica desde
abajo” que demandara al Estado la atención necesaria y la gestión democrática en la cual los
movimientos sociales participen de prácticas de salud más inclusivas y menos disciplinantes. Lo
singular es que Sotiris eluda el asunto de la excepcionalidad de la situación (en varios países los
respectivos gobiernos barajan seriamente la declaración del estado de sitio).6

6
https://lastingfuture.blogspot.com/2020/03/against-agamben-is-democratic.html?
fbclid=IwAR2lhk3idm9L8Md0EIuKZV1WzX8euWGQguvt0AKlK-Yh4Tq_Co4YUX29rd8
Una última observación, quizás contraria a Agamben. Es una ilusión atribuir al Estado una validez
facultad racional por defecto. Hegel fantaseaba en su tesis sobre la realidad estatal del compromiso
ético colectivo. Si observamos con cuidado las acciones estatales en el mundo, vemos que ellas son
distintas, desarticuladas, tentativas, contradictorias, inseguras. Es por eso que debemos asumir una
actitud crítica ante las reacciones estatales frente a la pandemia. Tal vez el temor a una sumisión
inmoderada al Estado soberano sea una ilusión. En numerosos casos, el Estado no hace lo que quiere
(suponiendo que poseyera una voluntad omnímoda), sino lo que modestamente puede. También
necesitamos el pensamiento crítico para meditar eso. ¡Qué florezcan inquietas las preguntas a
primera vista quiméricas de la filosofía!

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