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A través de la presente memoria me propongo analizar los estudios etnográficos de

Stella Brandi, Mónica Maldonado, y Patricia Redondo. Sin lugar a dudas las tres
plantean la crisis por la que atraviesa la escuela argentina, y sin lugar a dudas las tres
autoras invitan a la acción, retomando una idea de la memoria anterior, invitan a salir de
la pasividad a arriesgarse a la invención de un nuevo rol docente. Miguel González
Arroyo plantea en las palabras preliminares del libro de Patricia Redondo una pregunta
en este sentido, el dice: “Cuándo la infancia, la adolescencia y la juventud son
diferentes, nosotros los maestros ¿Podemos ser los mismos?”. En esta línea de
pensamiento es que esta memoria analizará la clase, sus componentes, y los contextos
de pobreza que hoy atraviesan a muchas aulas argentinas, tal como lo expresa Mónica
Maldonado “hay quienes tienen la convicción de que asisten a una escuela pobre para
pobres”.
Estos estudios se encuentran situados en un tiempo donde las fracturas sociales parecen
agudizarse, en épocas del Declive Institucional como expresa Silvia Duschatzky. En un
tiempo en que crecen las distancias entre ricos y pobres, y donde cada día cobra mayor
importancia la clasificación entre colegios públicos y colegios privados, y donde ambas
categorías han sido resignificadas, aludiendo la primera a la pobreza y la segunda a la
riqueza y al poder. Cabria aquí preguntarnos ¿a que se debe tal resignificación.?
Es aquí donde el Estado juega un papel importante, la políticas neoliberales imperantes
en los últimos años en la Argentina, que ha pugnado por la existencia de un Estado
“pequeño”, que reduce la igualdad a la participación en el mercado, de acuerdo a la
capacidad de cada quien. Esta desaparición del Estado se propugna solo en cuanto actor
social y económico en tanto se conforma rápidamente un Estado Penal que apunta a
criminalizar la pobreza y a normalizar el trabajo asalariado precario. Este Estado es el
que ha destinado cada vez menos recursos para mantener la educación pública y el que
con sus acciones ha contribuido a legitimar la visión de la escuela pública como una
escuela para pobres, donde no se enseña lo mismo y donde el sentir es de desventaja
frente a los sectores sociales más pudientes.
Ahora bien ¿Qué se entiende por pobreza a principios del siglo XXI? Siguiendo en esto
lo planteado por Patricia Redondo se considera esta una categoría que ha variado su
concepción en el tiempo, y que aún a pesar de esto siempre ha conformado binomios
con aquello que la sociedad rechaza (locura, vergüenza, indignidad, peligrosidad).
La autora considera que la pobreza alude a un modo de organización social, a los
procesos de estratificación de la sociedad, al Estado y sus políticas, pero también a
otras dimensiones más cualitativas que incluyen el género, la raza y la edad. Así nos
dice la autora no es lo mismo ser pobre y negro, o pobre y niño o pobre y mujer.
Podemos identificar diferentes concepciones teóricas sobre la pobreza que aún hoy
encuentran su correlato en la sociedad y por tanto en la escuela.
Comenzando así con las concepciones de Adam Smith para quien aquello que le falta al
pobre se convierte en su propia falta, en su culpabilidad, aún así platea que los agentes
de la industrialización deben encargarse de la necesidad de los que quedaron rezagados
en el camino. Este enfoque si bien plantea una sociedad que se estratifica y desarrolla
en manera desigual, implica al mismo tiempo una matriz inclusora.
Ya en el siglo XIX encontramos a Hegel para quien la pobreza es parte del desarrollo
de la sociedad moderna, para el filósofo la riqueza depende de la diligencia de cada uno,
es también es esta época donde se encuentran las opiniones de Marx para el mismo a la
acumulación de capital corresponde una acumulación igual de miseria, es su
pensamiento el que introduce a la pobreza como algo creado por la sociedad no fruto de
decisiones individuales. Marx se refiere a la pobreza en términos ejército industrial de
reserva, entendiendo por tal un ejército disponible para los tiempos en que la industria
trabaja a todo vapor y que luego en los tiempos de crisis se lanza a la calle,
constituyéndose en un grillete para la clase trabajadora. Dentro de la teoría marxista al
lumpenproletariado se lo considera con el único propósito de ser utilizado por la clase
dominante para sofocar al proletariado. Los modos con que Marx evoca el
lumpenproletariado acarrean la concepción de pobreza indigna, en el sentido de que los
pobre no constituiría una clase social sino que estarían por debajo de ellas, se aludía al
lumpenproletariado como “clase peligrosa”, no se encuentra en ellos un motor de
cambio social sino más bien un grupo manipulable por los sectores dominantes.
Hacia el mediados del siglo XX se encuentran las teorías de Keynes, el mismo
desarrolla la necesidad del pleno empleo y de un estado con capacidad para garantizarlo,
sus puntos principales son la equidad y la plena ocupación. El estado keynesiano tiene
como práctica fundamental el asistencialismo organizado por mismo aparato estatal.
Ante esta construcción aparece en la misma primera mitad del siglo XX la ya
mencionada teoría neoliberal de Hayek con su consecuente penalización de la pobreza.
Así se organizaron mecanismos de vigilancia y de distribución, para lidiar con lo
“anormal”, con el otro “peligroso”.En esta concepción vuelven a cobrar fuerza aquellas
concepciones propias del siglo XIX ingles donde todos aquellos que vivían en los
márgenes en los bordes eran considerados forajidos, eran aquellos que se encontraban
fuera del tejido social, los vagabundos, los delincuentes.
En 1920-1940 se desarrollo en EE.UU. LA Escuela Sociológica de Chicago que
propuso una perspectiva ecologista de la vida en las ciudades, cuyos puntos más
importantes eran:
Aislamiento de los pobres no solo tanto territorial como social y
culturalmente
El impacto del ambiente sobre el comportamiento individual
La pobreza asociada a la situación de los grupos extranjeros que
deben integrarse socialmente.
Así entendido las áreas urbanas ocupadas por lo pobres se transforman en guetos, es un
territorio de estigmación y segregación pero al mismo tiempo un espacio en el que sus
habitantes se vuelven protagonistas, donde se construyen.
Ahora bien señala Patricia Redondo que se pueden encontrar dos tipos de pobreza: la
absoluta y la relativa, entendiendo por la primera aquella que es de tipo cuantitativa y se
relaciona con los niveles de ingreso que una persona recibe, al tiempo que oculta la
dimensión social de la pobreza ubicando a los individuos por encima o por debajo de la
línea de la pobreza, es generalmente esta la concepción de pobreza la que día a día
encontramos en los medios y en torno a la cual el Estado organiza sus “políticas
sociales”.
En tanto la pobreza relativa incluye a todo el sistema social, el sistema económico, el
Estado y su política redistributiva, el sistema jurídico y policial, la educación, los
medios de comunicación, la ideología.
Desde la teoría la pobreza aparece hoy como responsabilidad de los mismos pobres y se
lo asocia con la carencia más allá del dinero, tal como la carencia de afecto, la carencia
de planificación familiar, etc. En ellas se elude el análisis de las verdaderas causas de la
pobreza al tiempo que se naturalizan los procesos de pauperización como circunstancias
o consecuencias del desarrollo industrial. Una y otra vez los pobres son calificados
como los indignos, como una subclase.
Ahora bien ¿es lo mismo ser pobre que marginal? ¿de que se habla cuando se habla de
marginalidad? Por lo general se entiende por marginalidad aquellos asentamientos
poblacionales que se encuentran en los márgenes, sin los servicios con los que cuentan
los centros urbanos. Al igual que la pobreza la marginalidad se constituye en una
disfuncionalidad que es necesario ajustar. Ante esto han surgido voces como la de
Miguel Nun que plantean la misma no como responsabilidad de un individuo fuera del
sistema, sino todo lo contrario como resultado de un sistema capitalista y dependiente
que victimiza a estos individuos, a través de formas marginales de explotación fruto de
un capitalismo tardío. Desde esta perspectiva el marginal se convierte en un sujeto
perteneciente a la estructura y funcional a ella, al tiempo que la situación de
marginalidad deja de ser considerada producto de la naturaleza, y comienza a ser vista
como resultado de relaciones de poder determinadas. Sin duda podemos decir que
pobreza y marginalidad van juntas, aunque hoy por hoy, y como lo establece también
Silvia Duschatzky en su libro chicos en banda, nos enfrentamos a una nueva categoría la
de los excluidos, la de aquellos que se encuentran, o parecen encontrarse determinados,
por la falta de trabajo, por la pobreza, por ser jefe o jefa de familia de un grupo familiar
numeroso, por no contar son un trabajo estable ni con acceso a la educación, la
exclusión representa para estos sujetos la caída inevitable de la cuál no hay retorno. La
exclusión implica un fortalecimiento de los estigmas así ser excluido significa pasar de
ser pobres y honestos a ser ladrones y marginales. Desde la exclusión parece
desaparecer la esperanza de una futura inclusión, así mismo desde esta condición el otro
pasa a ocupar el lugar del enemigo del culpable por la falta de trabajo o de
oportunidades tiñéndose de claros pensamientos xenófobos hacia peruanos, chilenos, u
bolivianos. Se acentúa la dependencia del Estado, al tiempo que se produce la pérdida
de la soberanía alimentaria y la dependencia de comedores escolares, parroquiales, etc.
El excluido ha perdido la palabra, se ha dado el pasaje desde el que está abajo al que
esta afuera.
Reconocer a los sectores excluidos luchando por su inclusión ubica a la educación, y en
particular, a las escuelas frente a las necesidades de profundizar su conocimiento sobre
la realidad social en que están inmersas, animándose a construir nuevas formas de ser
escuela. Reconociendo que hoy el concepto de afuera se construye más que por una
ubicación territorial, por una ubicación cualitativa respecto a la cultura dominante.
La escuela se instala en los territorios materiales y simbólicos de la pobreza como una
extensión más del contexto. Ante esto hay escuelas que resisten, no en el sentido de
Duschatzky, es decir no desde el abroquelarse, sino desde el resistir la determinación
desde el buscar la problematización de la realidad, desde el permitir la toma de la
palabra, desde la construcción de nuevas subjetividades, se trata de pensar un hacer
alternativo.
Hoy a los ojos de los docentes parece presentarse una nueva dicotomía : enseñar o
asistir, ante esto lo oportuno sería plantearlas como complementos y no como
posibilidades entre las cuales elegir, es tan necesario el paliar el hambre como el
recuperar la dimensión de la palabra y el pensamiento, buscando de esta manera una
verdadera igualdad y luchando contra la concepción del imaginario que marca a las
escuelas pobres con la carencia del contenido. Es necesario que la escuela recupere su
papel de inscripción en la cultura, de lazo generacional.
Ahora bien es estas escuelas signadas por la pobreza ¿como construyen y resignifican
los mismos actores los vínculos, las relaciones sociales, y la comunicación?¿Que es un
curso? ¿Qué es una clase?
Muchas veces la visión sobre los cursos que tenemos es la de grupos homogéneos cuya
finalidad es educarse y para ello comparte un espacio común, un grupo de docentes, un
preceptor y un plan de estudios. Sin duda esta es una visión un tanto ingenua, las clases
se presentan hoy más que nunca en los contextos que nos movemos como grupos
heterogéneos de distintas procedencias donde las diferencias pesan mucho más que las
similitudes.
Para esto es oportuno hacer un repaso por los orígenes de las escuelas y las aulas. P.
Aries encuentra los orígenes de la escuela cuando convivían diferentes edades y grupos
sociales. En la Edad Media y a principios de la Edad Moderna la escuela primaria no
existía, los conocimientos elementales se adquirían en la familia o en el oficio. La
escuela medieval se caracterizaba por la ausencia de gradación en los programas, la
simultaneidad de la enseñanza, la mezcla de edades y la libertad del estudiante. El
ingreso de los niños en la escuela implicaba ingresar en el mundo de los adultos. La
división de edades recién se plasmará en la modernidad, junto a esto aparece otro de los
rasgos de la modernidad, el procesote individualización. Son características de la
escuela moderna la distancia en la relación profesor alumno, los nuevos reglamentos,
los horarios, la campana, es en la escuela moderna donde se marca la regla de la
disciplina., convirtiendo a la escuela en una institución no solo de enseñanza, sino
también de vigilancia y organización de la juventud. El curso como tal es producto de
la modernidad con lo cual se designa un continente y un contenido, un tiempo y un
espacio un recorrido y una dirección, un proceso y un grupo humano.
Ya en el siglo XIX los maestros acostumbran a formar el curso en función de la edad de
los alumnos.
La escuela encuentra su origen en las escuelas de los pobres que con el paso del tiempo
incorporaran a las mujeres y a los hijos de los burgueses a los cuales se asignará dentro
del aula un espacio de privilegio. A pesar de estas diferencias sociales las escuelas se
van convirtiendo en un espacio común, será la escuela secundaria la encargada de
marcar las diferencias, de no tolerar la coexistencia de diferentes clases sociales. Así la
escuela se presenta como el resultado de transformaciones en el orden de lo social,
económico y cultural. El curso se constituye como tal al separar a los distintos y
agrupar a los iguales, este curso que fuerza la homogeneidad y que tiene su base real en
la diferencia. Entrar a un curso es encontrarse con la historia de quienes allí habitan, en
el contexto de cada escuela, en su realidad, más allá de las planificaciones, los horarios
y los espacios curriculares. Así el aula en la que entra Mónica Maldonado es un curso
marcado por la fragmentación y las divisiones internas, donde los sujetos se encuentran
partidos por la crisis que atravesó el país en el 2001, y donde no todos están conformes
con las condiciones que los toca enfrentar, lo que provoca inmediatamente el rechazo
hacia aquello que quieren alejar de sí, el rechazo a la pobreza y a los signos visibles de
la misma, como la ropa, como la escuela en sí. Algo parecido le sucede a algunos padres
de Villa La Sarita, los mismos deciden enviar a sus hijos a otras escuelas no a la de la
villa, prefieren cruzar la ruta, sacrificarse, para que sus hijos reciban lo mejor, algo que
les permita salir de su condición, en esta búsqueda los padres rechazan la escuela de la
villa aludiendo que allí se enseña menos, ¿será que tal vez rechazan la condición de
pobreza? ¿Realmente la escuela fuera de la villa enseña más o esto se encuentra en el
imaginario de los padres que siempre han sido tratados como ciudadanos de segunda?
Irónicamente el estigma se profundiza en los chicos que salen de la villa para asistir al
colegio la sociedad los etiqueta, y la pobreza parece volverse una carga más pesada.
Ahora bien ¿Cómo se relacionan los sujetos del curso?, siempre se ha pensado las
relaciones ceñidas al compañerismo, tirando todos para el mismo lado, más no hay que
olvidar que estas relaciones muchas veces han sido un tema conflictivo. En nuestro
contexto los conflictos entre compañeros se presentan marcados por la actual movilidad
descendente, donde chicos que antes se consideraban así mismos de clases medias se
enfrentan al descenso social, deben abandonar colegios privados, grupos a los que
consideraban pares, y enfrentarse a colegios que ellos mismos consideraban para pobres
y a compañeros a los que consideran inferiores. Deben enfrentarse a sus temores, y
quizás cuestionar aquella tradición en la que habían sido criados, y por la cual la
pobreza es sentida como indigna, y su nueva condición como vergonzosa.
Esto lleva a los alumnos a la conformación de grupos, a la conformación de clase dentro
de una clase, donde los espacios entre cada grupo delimitan la diferencia y marcan un
límite que no se puede atravesar.
En esta División en grupos es donde Stella Brandi encuentra a los chicos del fondo,
grupo caracterizado por su comportamiento imprevisible, y que en este mundo de
etiquetas, son aquellos que son identificados como los molestos, los que no dejan que
los demás aprendan, los repetidos, los chicos problema. Ellos parecen saber de esta
clasificación, y construyen a su vez relatos paralelos que cobran para ellos real
significación, el grupo es para ellos el lugar de liberación. Grupo cargado de rituales
buscan imponer sus vidas allí donde la escuela las expulsa.

Conclusión

A través de esta memoria pude adentrarme algo más en una realidad que en el día veo
solo desde los medios, y con una mirada que he podido descubrir como sesgada, parcial.
Una mirada cuantitativa, que no comprende los procesos o causas profundas que dan
origen a la pobreza, a la marginalidad y a la exclusión. Creo que ante esto la escuela y
los docentes se hallan ante una encrucijada en la cual el asistencialismo, el
conocimiento, la piedad, y el enseñar se entrecruzan constantemente. Hay que recuperar
en las aulas el valor positivo del conocimiento, es importante que los alumnos tengan
satisfechas sus necesidades básicas, pero ¿Relegar el conocimiento al asistencialismo es
la solución? Yo creo que no en todo caso ante esto se plantea como una opción la
subsidiaridad, la cual complementada con la enseñanza, con el conocimiento, colaboren
en la construcción de un nuevo sujeto, uno que no se vea determinado por su condición
social, un sujeto que se construya desde el ser y el hacer. Una persona que recupere la
plenitud de sus potencialidades, y que viendo la realidad de frente, encuentre nuevos
lugares de invención.
Sea este también nuestro desafío como docentes, vencer la pasividad, animarnos a
pensar una escuela basada en las situaciones particulares de donde esta se encuentre,
inventando una nueva escuela, y esto no significa improvisar, sino más bien animarse a
un conocimiento basado en el diálogo que resignifique la realidad que conforma parte
del mundo de los sujetos. En una palabra animarse a animarnos a desconstruir el rol
docente para volverlo a subjetivar desde las prácticas situadas.

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