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El Espinosaurio

Cuando era pequeño, al joven Espinosaurio le

Institución Educativa Leticia - Hora de la lectura “Leer por leer”


daba mucho miedo nadar. No entendía por
qué su madre y su padre podían meterse en
tales profundidades como lo hacían sin tener
miedo, así que siempre prefería esperar a que
llegasen a casa sentadito en la superficie.

A pesar de todo su miedo el Espinosaurio


había aprendido a nadar, pero solo en lugares
poco profundos en los que ya no tenía miedo.
En aquellos sitios podía estirar sus patas y
sentir la arena bajo las mismas, lo cual le
daba sensación de seguridad y era muy
agradable. Y fue así durante mucho tiempo hasta que un día, cuando el Espinosaurio ya había
crecido, una terrible lluvia azotó la región en la que vivía haciendo que todo se inundara en
pocos días y haciendo también imposible el poder moverse sin nadar.

Muchos otros dinosaurios se encontraron muy tristes cuando todo aquello ocurrió, pues más
de uno había tenido que separarse de sus familiares y amigos, y muchos otros no sabían
nadar. Los papás del Espinosaurio hacía ya años que no estaban con él, pues ya se habían
hecho muy mayores. ¡Cuánto le hubiera gustado contar con su ayuda y su valentía en aquella
triste situación! Sin embargo, el Espinosaurio no pensaba darse por vencido, y gracias al amor
que le seguían enviando sus padres, valientes y excelentes nadadores, el Espinosaurio tomó
la decisión de actuar y rescatar a todos los dinosaurios que necesitaban ayuda para volver a
sus hogares.

Espinosaurio estaba muy asustado, de manera que la noche anterior ni pudo dormir por el
miedo que le causaba la idea de tener que nadar en las profundidades para ayudar a los demás
dinosaurios. Pero el Espinosaurio no estaba solo, pues contaba con la ayuda inestimable de
todos sus amigos y de los amigos de sus padres que, emocionados, le apoyaron en cada
momento impidiendo que finalmente el miedo se apoderara de él.

A pesar de no estar solo llegó un momento durante la travesía en el que se sintió asustado,
pues habían pasado muchos días y aún no conseguían ver tierra firme. Tanto fue así que el
Espinosaurio comenzó a pensar que se había equivocado de dirección.

–Les he fallado a todos –Dijo el Espinosaurio muy triste.


–¿Por qué dices eso? –Preguntó uno de los dinosaurios que le acompañaban.
–Casi llevamos una semana y no he llevado a nadie junto a sus familias –Respondió el
Espinosaurio.
–¡No digas tonterías! –dijo otro de los dinosaurios– ¡Eso no es cierto!
–¡Es verdad! –dijo otro– Has sido muy valiente y fuerte, no todo el mundo es capaz de superar
sus miedos por ayudar a los demás.
–No te preocupes tanto, tarde o temprano llegaremos –Dijo uno de los ratones que también se
habían unido a la aventura.
En el fondo el Espinosaurio no estaba muy seguro de si creer o no a los demás, pero así hizo
y a los pocos días, guiándose con su olfato, vieron tierra en las primeras horas de la mañana.

Nadie se lo podía creer… ¡estaban tan emocionados! El Espinosaurio llegó a la orilla de la


playa y miró con mucha alegría cómo todos se reunían con sus amigos y familiares. El

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dinosaurio se había dado cuenta de que los huesos tan extraños que daban forma a su
espalda, en forma de vela, era la clave para nadar y nadar sin problemas, como lo hacían sus
papás.

¡Qué feliz se sentía el Espinosaurio habiendo ayudado a todos y habiendo dejado a un lado
sus miedos! Ahora iba a ser tan valiente y decidido como lo habían sido sus padres.

¿Nos bañamos ahora un ratito con el Espinosaurio?


-Anónimo

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