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La transformación estructural de la Iglesia: un deber y una oportunidad (2ª Parte)

En la nota anterior vimos cómo se desplazó nuestra mentalidad cristiana en relación a


nuestra idea de Dios, de Jesús, del Espíritu Santo, del hombre y de la Revelación divina.
Ahora sigamos viendo, siempre de la mano de Ghislain Lafont, algunos elementos más de
este cambio de mentalidad que el Espíritu impulsó a lo largo del Siglo XX, teniendo como
punto de inflexión al Concilio Vaticano II.1

En este modo de ver las cosas, el diálogo ‒tanto ecuménico como interreligioso‒ no es un
elemento extraño o adventicio. Antes, el problema de “la salvación de los otros” se
consideraba negativamente sobre la base de una concepción de la verdad que era “si o no”
(recordemos los “anatemas” con que concluían algunos documentos eclesiales).
Hoy sabemos que la verdad se va revelando en el diálogo, pues así Dios mismo se ha
revelado en la historia. Y el diálogo implica la escucha, la libertad, la respuesta o no…
Y el diálogo fraterno ‒tanto al interior de la Iglesia católica, como al exterior‒ puede
conducir a distintos destinos:
- a descubrir que usamos las mismas palabras en la confesión de la fe;
- a descubrir que ‒si bien usamos palabras distintas‒ es una fe común;
- o a descubrir que no podemos ponernos de acuerdo… pero, aún así, el mero hecho de
habernos escuchado y respondido nos ha hecho experimentar una cierta comunión; y esta
situación debe impulsarnos una humilde búsqueda en la esperanza de una comunión mayor,
que quizás sólo posible en la escatología… en donde los caminos se pueden reunir, siempre
como un don de Dios.

¿Modernidad o modernismo?

Se podrían resumir estos desplazamientos diciendo que durante la segunda mitad del
Siglo XX se pasó de un paradigma fundado sobre la preeminencia de lo Uno, del Ser y de
la Verdad a otro modelo fundado sobre la preeminencia de la Relación, el Tiempo, la
Palabra y el Don.
Este nuevo modelo incorpora la ciencia y la historia en la elaboración teológica, la
interpretación (hermenéutica) en el proceso de conocimiento, la libertad y la autonomía en
la acción. Implica una articulación siempre delicada entre identidad y alteridad; y propone,
en todos los niveles de lo real, un cierto primado de la relación.
Alguien podría pensar que lo que estamos mostrando es el “modernismo”. Pero el
modernismo es “peligroso” ‒no por aquello que quiere afirmar‒ sino por aquello que cree
necesario rechazar. Para ilustrar esto se podría tomar como modelo la Biblia que, si bien es
su estructura global tiene la forma de una historia (desde la Creación hasta la Jerusalén
Celestial), al mismo tiempo incluye textos de sabiduría: los libros sapienciales o el
Evangelio según San Juan. Incluso dentro de los mismos libros encontramos esta síntesis: el
Evangelio de Marcos es básicamente una historia, pero tiene dos núcleos de sabiduría (en
los Caps. 4 y 13). Mateo (que escribe después) ya nos pone relatos y discusos en un

1
Continuamos con el resumen del artículo de Ghislain Lafont OSB: “La transformation structurelle de l
´Eglise. Un devoir et una chance” en su libro L´Eglise en travail de réforme, Paris, Cerf, 2011; pp. 175-182.
contrapunto permanente. Y en las cartas de Pablo (que escribió antes que todos) enseñanzas
y vida entrelazadas.
La Biblia nos muestra entonces que la historia no excluye la metafísica, ni la relación
reemplaza a la identidad.
También podemos tomar como ejemplo DV 2, que comienza diciendo: “Dispuso Dios en
su bondad y sabiduría…”, invirtiendo el orden que tenían esas palabras en la constitución
Dei Filius del Concilio Vaticano I.2 Y esta inversión manifiesta un significativo cambio de
paradigma: el bien se menciona antes que la inteligencia… pero no la suprime. Y otro
equilibrio parecido hay también en DV 2: se comienza hablando en términos trinitarios y
personales, pero se incorporan términos que remiten a la participación y a la naturaleza: “…
los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu
Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina”.
Se puede decir que la modernidad teológica piensa la sabiduría en el interior de la
bondad; el modernismo suprime los elementos objetivos e, incluso, metafísicos de la
sabiduría; y el integrismo rechaza la dinámica histórica y relacional de la bondad. Los dos
extremos, desgraciadamente, siguen existiendo.

2
Curiosamente, la traducción española de Dei Verbum omite la palabra “bondad”, incluso en la versión que
ofrece online la Santa Sede.

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