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El retorno a Kafka siempre corre el riesgo de reafirmar su uso canónico.

Sin embargo, no
atravesar ese riesgo sería optar por dejarlo atrás, en un gesto tan soberano como
arrogante. Conozco demasiados post-kafkianos que jamás han pasado por Kafka como
para no persistir todavía en sus huellas. El olvido de sus textos no sólo no cuestiona el
canon dominante, sino que se limita a encumbrar aquello que desconoce. Nuestra época
es la época que celebra lo que ignora: puesto que presupone el valor de algunos autores,
se exime de leerlos. A las perspectivas críticas que cuestionan ciertos modos dominantes
de lectura, se le ha superpuesto una posición que acepta tácitamente los autores
consagrados pero que se siente exenta de la necesidad de retorno. Es quizás uno de los
efectos de la cultura del vértigo: buscar siempre nuevas celebridades, sometidas a la
temporalidad de lo efímero.

"El silencio de las sirenas" no es un texto central en la escritura de Kafka. Desde La metamorfosis,
El Proceso, El Castillo, América o incluso las sorprendentes En la jaula penitenciaria o La
madriguera, podría decirse que este pequeño relato es más bien un "texto menor", anotaciones
realizadas en algún cuaderno salvado de la quema. Sin embargo, me conmovió desde que lo leí
por primera vez, quizás por su condición misma de anotación de segundo orden -no exenta de
melancolía-, por la ausencia que le sobrevuela, por cierta inexactitud de sus trazas (recuérdese
que eran los remeros quienes tenían tapados los oídos, no Ulyses). En cualquier caso, insinúan
algo más terrible que la seducción del mito del canto: quizás, el silencio contemporáneao como
respuesta final, la pérdida de lo bello como único hallazgo.

Stéphane Mosés, en su artículo “Franz Kafka: El silencio de las

sirenas”[5]sostiene que en relación a los textos con temáticas de mitología

clásica se estaría frente a un “corpus claramente definido” (53). El corpus lo

conforman: El silencio de las sirenas, Prometeo, Poseidón, y El nuevo

abogado. Se mencionan también otros textos, los que si bien no pertenecen

directamente a este “corpus” poseen algún parentesco. Estos son: La verdad

sobre Sancho Panza, El escudo de la ciudad yUn mensaje imperial. Todos

estos relatos tienen como punto de partida una revaloración de una

determinada tradición, todos se remontan a una fuente tradicional: don Quijote,

la Biblia, una China legendaria. A pesar de esto, debe quedar claro que los

relatos puramente mitológicos son exclusivamente los cuatro ya arriba

mencionados. Mosés delimita su artículo al siguiente cuestionamiento: ¿Puede


el mito hoy en día seguir apelándonos? ¿Puede su verdad aún hoy tocarnos?

Y la respuesta no se deja esperar: “el mito es capaz de hablarnos aún hoy en

día, sólo y exclusivamente si se reviste de ironía o paradoja” (p.72). Esta es la

tesis central del crítico judío, su tarea consiste en mostrar cómo se

desenvuelve esta parodia en los textos kafkianos. Se trata de un revestimiento

y de una desacralización del mito. Ahora bien, para que la parodia

efectivamente alcance su objetivo, la “interpretación” debe permanecer fiel al

motivo central del relato mitológico: “pues aún cuando el sentido tradicional del

mito sea trastocado, este giro del sentido sólo puede ser llevado a cabo al

interior del marco de una narración ya asimilada a la tradición”(p.59). En El

silencio de las sirenas permanece el motivo central de la lucha entre dos

combatientes. Kafka introduce aquí dos nuevos motivos: la imposibilidad de

evadirse del canto de las sirenas y la posibilidad de las sirenas de optar por el

silencio como segunda y espantosa arma. La parodia, entonces, se da gracias

a la conexión de estos dos motivos, surgiendo una situación del todo nueva:“Kafka libera a Ulises
del mundo de la odisea y lo introduce en un nuevo

mundo cuyas reglas le son desconocidas” (p.64). El Ulises de Kafka se tapa

los oídos con cera creyendo que así escaparía al canto de las sirenas, pero

éstas optan por el silencio. Ulises “vence”, pero ingenuamente, confiando en

que su estrategia lo ha salvado. Otra posibilidad: Ulises sabía del silencio de

las sirenas y finge amarrándose y tapándose los oídos para provocar el

silencio. Mosés sostiene para finalizar que “la verdad que nos es confiada es

de un malicioso doble sentido: para salvarse se debe ser infinitamente ingenuo

o infinitamente inteligente, estar de este lado o del otro lado de la sabiduría

(p.72).

Dietrich Krusche[6] menciona como una de las fuentes básicas en las


narraciones de Kafka la deformación de motivos culturalmente tratados. Por

motivos clásicos se entienden aquellos que provienen de la antigua Europa

clásica. Textos que desarrollan estos motivos según Krusche son: El nuevo

abogado, El silencio de las sirenas, Prometeo, Poseidón y El Cazador

Gracchus. Las deformaciones se darían de acuerdo a “tipos de deformaciones”

(90). “En el caso de El silencio de las sirenas se trata de una intervención en el

patrón de conducta: La narración mitológica es trastocada desde la base

estructural misma (el nexo entre “curiosidad atrevida” y “riesgo calculado”) y

con esto se cambia la tensión interna” (p.95). El Ulises de Kafka prefiere el

cálculo al atrevimiento.

En Poseidón y El nuevo abogado se trata, según Krusche, de un

“trastocamiento” del motivo clásico. En Poseidón la figura mítica se transforma

en una proyección humorística: “En lugar de naturaleza salvaje encontramos

escrúpulo burocrático, en el lugar de locas caserías encontramos agitados

viajes de trabajo”(p.96). Parecido trastrocamiento padece la figura de

Alejandro Magno (Bucéfalo) en El nuevo abogado. Krusche es de la opinión

que en estos dos casos la estructura del motivo se conservó. La deformación

funciona a través del “extrañamiento” de ambas figuras clásicas, las que son

llevadas a un mundo que les es ajeno: “Son figuras míticas de la antigüedad

en un exilio burocrático contemporáneo” (p.98).


CULTURA EN ARGENTINA (XL): EL SILENCIO DE LAS SIRENAS

Carlos O. Antognazzi

Argentina

Iniciando su campaña para octubre, Cristina Fernández le dijo en Rosario a Kirchner, su esposo:
«Usted es un punto de inflexión en la historia de los argentinos. No somos protagonistas, ni usted
ni yo ni nadie. Somos apenas instrumentos que toma la historia para hacer cumplir su designio y
voluntad. Tal vez el mérito sea hacernos cargo de esa historia, de esa voluntad y de ese destino
común de los argentinos» (citada por Fernando Laborda en El futuro de Cristina Kirchner. La
Nación, 16/09/05, p. 09).

Cultura en Argentina (XL):

El silencio de las sirenas

Iniciando su campaña para octubre, Cristina Fernández le dijo en Rosario a Kirchner, su esposo:
«Usted es un punto de inflexión en la historia de los argentinos. No somos protagonistas, ni usted
ni yo ni nadie. Somos apenas instrumentos que toma la historia para hacer cumplir su designio y
voluntad. Tal vez el mérito sea hacernos cargo de esa historia, de esa voluntad y de ese destino
común de los argentinos» (citada por Fernando Laborda en El futuro de Cristina Kirchner. La
Nación, 16/09/05, p. 09).

Frase curiosa. Para la esposa del Presidente existe un camino ya trazado, un destino, al que nada
ni nadie puede torcer, y al cual hay que plegarse. El mérito de nuestro paso por el mundo no sería
más que acatar lo que nos pasa ó, por caso, poner la otra mejilla para que nos sigan golpeando los
que consideran que su destino es vapulear a los demás. Para la señora de Kirchner el destino no se
construye. Cabría preguntarse entonces para qué tanto gasto en campañas políticas, tanto
desgaste, tanta crítica hacia dentro y afuera si todo al final no sirve para nada. Menos mal que en
otros países, como Finlandia, la clase dirigente, consolidada por la población, hace 35 años
consideraron que el país no tenía porqué seguir siendo agropecuario y modificaron a gusto ese
“destino”: hoy Finlandia no tiene pobres, la población es culta, lee y estudia. Son prósperos. La
comparación entre una actitud y otra permite, en principio, comprender que si bien hay quienes
aceptan graciosamente «el designio y la voluntad» de la Historia, hay otros que lo moldean en su
propio beneficio y se construyen a sí mismos. Y salen victoriosos.

Elegir lo peor

La sentencia de Cristina Fernández da que pensar. Con sinceridad ya había planteado, en otro
discurso, que hace años Kirchner le había manifestado que «necesitaba ganar mucho dinero para
poder ser Presidente». Es decir, no para ayudar a la población, disminuir la pobreza, incrementar
la educación, sino para ser Presidente. Maquiavelo no lo habría expresado mejor: la buena
voluntad, la ayuda, son cosas que sirven en tanto (y sólo en tanto) produzcan poder. El poder (ser
Presidente) es lo único que verdaderamente importa. Qué curioso que la ciudadanía apoye estos
desatinos. ¿Pueden interpretarse de otra manera estas frases?

Salvando las distancias, Adolf Hitler, antes de ser el Fürer, fue un pintor fracasado que entró en la
milicia sin muchas luces y que escribió un libro transparente sobre su megalomanía: Mein Kampf.
En él, con claridad y honestidad, describía a los judíos y decía qué es lo que había que hacer con
ellos. Nadie lo tomó en cuenta, pero años después, cuando se erigió el Tercer Reigh, llevó a cabo lo
que había escrito. Entonces sí, el mundo se horrorizó (algunos, ciertamente, con una llamativa
reticencia que sigue hasta nuestros días).

¿En qué se diferencian las anécdotas? En que Hitler entendió la Historia como un proceso en que
el ser humano tiene participación para cambiarla, y que Fernández la entiende como un hecho
consumado. ¿En qué se asemejan? En que ambos dijeron su pensamiento y, hasta donde
conocemos, a ninguno se les reprochó la mediocridad y/o falta de ética del mismo. Esto habla,
entre otras cosas, del tipo de sociedad que tenemos: acomodaticia, cursi, novelera. Importa más
un Maradona balbuceando sensiblerías en cámara para recuperar a la cornuda de su mujer que un
César Milstein que tuvo que emigrar del país luego de la fatídica «Noche de los bastones largos».
Esa capacidad que tenemos los argentinos de elegir siempre lo peor hace que, poco a poco,
estemos un poco peor. El tema casi excluyente en los últimos días era si Tinelli iría o no al
programa de Maradona, en el mismo horario y otro canal. «Vendrá porque es buena gente»,
sentenció un Maradona circunspecto. Claro que la seriedad pronto sería picardía cuando se jactó
de haber cometido con la mano el gol contra los ingleses «porque quise hacerlo así».

Punto de vista

Ahora, de pronto, los discursos han cambiado. Ya Duhalde no es el narcotraficante que era hasta
hace un mes, ya no hay complot contra el Presidente, ya Kirchner no recibió «un país quebrado, un
país fundido». La misma Chiche Duhalde ya no critica a sus opositores, sino que se limita a
remachar la liturgia peronista y a los problemas concretos de la provincia de Buenos Aires. Al
menos en un sentido verbal: aún no la han elegido para que se dedique en cuerpo y alma a su
trabajo. Cristina Kirchner, por su parte, que comenzó con un discurso presuntuosamente
intelectual, seudo académico, ahora incorpora un lenguaje más directo, cosa de que las masas
también lo entiendan. No es bueno que el peronismo sea de “elite”, pero la señora sigue
ostentando, impúdica, su Rólex de varios miles de pesos.

En un capítulo anterior recordé al personaje de Mamadoc, en la novela Cristóbal Nonato, de Carlos


Fuentes, que ilustra esta situación típica del tercer mundo: el Gobierno, procurando que los
electores no cambien de líder, inventa a Mamadoc, una especie de Frankenstein que porta joyas
para ser reconocida como una igual por las clases pudientes y deambula descalza para que las
clases marginadas experimenten el mismo sentimiento de cercanía. La orfandad de los unos
siempre termina siendo el alimento de los otros. El ciclo de la hipocresía se cumple al pie de la
letra, en literatura o en la vida real.
¿Qué determinó este cambio de actitud? En primer lugar, lo que las encuestas desnudaron sobre
el enfrentamiento. Tanta barbarie alejaba a los indecisos hacia otras corrientes un poco más
racionales. Cuando el peronismo lo comprendió, decidió cambiar de actitud. Las cosas tendrán que
cambiar para que todo siga igual, decía el Gatopardo. En la Argentina el peronismo lo cumple. Los
demás partidos, en tanto, se lamentan por el cambio, que una vez más les aleja algunos votos.
Tendrán que esforzarse para recuperarlos.

Cosa extraña, fue Duhalde quien gobernó mediante encuestas. Ahora Kirchner hace lo mismo,
pero lo fustiga. ¿Hasta dónde no se equipara con Duhalde si esgrime la misma estrategia? ¿En qué
se diferencian los discursos? En el punto de vista: yo tengo razón y el otro está equivocado. Pero
ambos contendientes utilizan el mismo “argumento”. ¿Entonces? Una vez más la ciudadanía
tendrá que elegir no por la racionalidad de los planteos o por la viabilidad de los proyectos de
largo plazo, sino por el estómago o la piel. Diría Doña Rosa: «Voto a Fulanito porque es simpático».
Es inútil explicarle que Fulanito es un crápula que sólo desea lucrar con el cargo para devolverle a
las empresas que lo apoyaron el dinero que invirtieron en la campaña y, de paso, hacerse de un
colchón que le permita pasar “dignamente” la vejez.

Visión sesgada

En Estados Unidos Kirchner fustigó nuevamente al FMI. Al mismo tiempo, es el Presidente que más
ha pagado la deuda. Es cierto que este comportamiento no es necesariamente contradictorio: se
puede criticar y pagar porque no queda otra opción, por ejemplo. Lo cortés, al fin y al cabo, no
quita lo valiente. Pero hay dudas que generan suspicacia. Kirchner se ufana de sus críticas al FMI.
Es el tono de su discurso lo que hace sospechar que las críticas son para entrecasa, para la gilada, y
no para afuera. De hecho, afuera no se inquietan por los dichos de Kirchner: cobran y a otra cosa.
Puertas adentro algunos aplauden la “valentía” del Presidente para con el Fondo. Puertas afuera
nadie sabe dónde queda Buenos Aires. Tampoco les interesa, ciertamente.

Es decir que uno puede sospechar que Kirchner elabora un doble discurso a partir de la jactancia.
Si Kirchner criticara al FMI y se lamentara, simultáneamente, de que paga porque está presionado
a hacerlo, otra sería la historia. Pero Kirchner no lo dice, y ese silencio escandaloso es lo que
desnuda su estrategia de mercenario. La opereta tiene libreto y actor. Y espectadores,
lamentablemente, que toman como verdad la parodia de un discurso preparado para endulzar el
oído de las masas.

Ya anteriormente Kirchner había caído en la jactancia cuando anunció que tenía «un as en la
manga», y que si lograba lo que tenía pensado con los chinos sería «Gardel». La realidad demostró
que los chinos fueron más inteligentes que los argentinos con los que hablaron, y que todo quedó
en una ambigua «carta de intención». ¿Alguien sabe qué supuso esa carta? ¿Hubo algún acuerdo?
En su momento de gloria (noviembre de 2004) Kirchner hasta sugirió que los chinos pagarían la
deuda externa argentina, liberándolo a él (y a nosotros) de la responsabilidad adquirida.
¿Desembolsaron algo los chinos?
La tragicomedia sigue su curso. Y nadie recuerda los yerros pasados, las bravuconadas, las
promesas incumplidas, la transversalidad. El olvido es el peor enemigo de la democracia, porque
permite la obscena repetición de la barbarie.

Acostumbrado a ver donde el común de las personas no veía nada, un día Kafka se preguntó si
había algo más terrible que el canto de las sirenas. Y se respondió que sí: su silencio (cfr. Relatos
completos, II. Editorial Losada, Buenos Aires, 1981. p. 150). El aporte de Kafka es sugestivo, y su
verdad indirecta iluminó un mundo hasta ese momento acorazado. ¿Por qué, ciertamente, no
pensar que el silencio puede ser más opresivo que el canto? ¿Por qué no pensar que lo que nos
parece natural puede ser sólo una sombra de lo normal, su cáncer, digamos, su más baja
representación? Al fin de cuentas Platón lo señaló mucho antes.

Es probable que si por un momento adoptamos el punto de vista de Kafka, libre de ataduras y
dogmatismos, comprendamos entre otras cosas que la política, tal como la vivimos, es una burla, y
que en nosotros mismos anida la capacidad de ver de otra manera. Y hacer, en consecuencia.

© Carlos O. Antognazzi.

Escritor.

Santo Tomé, setiembre de 2005.

Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, República Argentina) el 23/09/2005.


Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2005.

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