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Los poemas de Ciro

Sel. Graciela Solórzano Castillo

Ediciones El Pescadito Rojo


Advertencia

He encontrado los mecanuscritos de varios poemas escritos por Ciro. No hay orden en ellos.
La numeración es mía, queriendo reconstruir de forma narratológica lo que solo se me
trasluce por la imago. Mea culpa si no funciona para el lector. Nada sé de Ciro ni de Johnny,
salvo lo que se insinúa en sus líneas. Cabe señalar que esta es la parte que antecede a otra
sección de poemas ‒que adjudico a Ciro‒ que sí tiene un orden señalado por el autor: se
divide, curiosamente, en actos. Robo uno y lo introduzco aquí.
XX

De blanco se tiñe la sangre


y temblamos de miedo.
Ante la muerte enmudecimos amantes.
Has puesto sobre mis labios
el silencio que agobia.
Todo blanco…
Hasta el rencor.
Has dicho “Ciro”,
al tocar mi mano.
Respondí con el poco calor que quedaba.
Es láctea la sangre:
Tú y yo:
dos estatuas de plata.
XIX

Johnny, tenemos un puñal en lugar de corazón.


Lastimamos las manos de quien intenta arrancarlo.

Johnny, date cuenta:


Somos tú y yo.
Tan solo.

No te quedes callado.
XVIII

Alacranes que difuminan el camino,


mientras me arrastro por la avenida,
se suben a mi cuerpo frágil, rastrero.
Soy un dios enfermo, lleno de sudores.
La fiebre amarilla se apodera de mí
y el delirio que nadie entiende
aparece en juegos diurnos de espera.

He ignorado la cantimplora….
quiero sacar el veneno…
volver virgen a los colmillos de la serpiente.
XVII

Por risa y juego, blasfemé el nombre de dios.


Jugué a los cuatro puntos cardinales
exponiendo brazos, pies y frente al fuego.

Dios está cansado de su nombre en mi boca.


Decidí flagelar el costado.
Pero no bastaba la sangre.
XVI

Supe que quería ser varón que ama a varón


las sierpes rozándose
en un abrazo fuerte, inhumano
de dioses que no ceden a la hombría
lucha que se recompensa con la victoria…
o con la derrota: no hay pérdida para nosotros

y supe que también quería ser débil


y besar la fruta con devoción
ser dueño de Dionisos
para negarle el reconocimiento
y que me volviera pez
húmedo sobre su tibia
buscando, siempre buscando
XV

Escribo de Johnny
porque estoy enamorado:
De sus flancos.
Porque pronto seremos
solo dos.
XIV

Es tarde de estatua.

De verle la cara a la Medusa


y creer en Dios de rodillas.

Es jueves, me acoges:
tu puerta extiende los brazos.

Milagro de media tarde.

Llegaré cuando se ponga el sol.

Yo soy el sol poniéndose.

Te quedas a oscuras.
Nos escondemos a rezar.

Enseñemos a dios
cómo decir mentiras.
Y que dios nos agradezca
por tanto milagro
que nace de nuestra boca.
XIII

Dios: ven, aprieta mi corazón.


Te esperamos Johnny y yo.
XII

Deja que el dios arroje sobre mí su ira.

Lo espero con calma.

Ya no reconozco la diferencia
entre quedarme dormido en el andén
o estar despierto debajo de la cama.

Desprendo un olor de miseria


para quien no me busca.

Y las hormigas se agazapan


construyendo en mis párpados
el agujero que las conduzca
al corazón de la mañana.

¿Quién le dio al sol


ese oficio de amante
no deseado?

Dejaré que el viento


reconstruya mis huellas
con la arena del desierto.

Pues quiero ver tus ojos,


Johnny,
ignorando el rastro…
olvidando nombres.
XI

Ciro-Prometeo:

Cae el fracaso
y pesa.
Necio
arrastrando
a leguas de distancia
el cúmulo
de toda gloria.
Que arda el fuego
porque tengo miedo.
Su calor abrace mis huesos
y purifique mi nombre.
¡Que nadie olvide mi nombre!
Ni siquiera los dioses
aun sepa la sombra de su castigo.
X

Te veo:
Veo el rostro de un individuo,
llanto en su flanco izquierdo,
cigarro en la mano izquierda,
clavel en el brazo izquierdo.
IX

Descripción:
Desesperación
de aquello que falta.
Se le desgarra el costado.
VIII

Prometeo-Ciro:
Sus ojos, rocas secas,
observan cómo de mi bolso
nace la esperanza,
la otorgo, la toma:
enciende el cigarro.

Es Johnny, por supuesto


VII

Una nota de aquella, la desconocida:

Y la espera sigue…
en estas manos que no escriben
desde que los dedos se volvieron
estériles como este polvo
que no servirá
ni para mezclarse
con otro polvo
que dicen
llaman
polvo
enamorado.
VI

Si Ciro fuera niña, se llamaría Sheng.


V

Yo soy Ciro:
Camino la ciudad.
Pero no la entiendo.
Yo no.
Solo camino.
Los nómadas no tenemos memoria
Ni nos encariñamos con las calles.
IV

Una vez Johnny me acarició el cabello:


Sonrió.
Con una navaja
Trazó en su mano encrucijadas:
Cada línea era una calle de la ciudad.
Me dijo eso.
Johnny acarició mi rostro:
su sangre caliente en mi piel.
III

Ciro-Diógenes
La calle grita nombres y permanezco quieto.
Se oye acaso el rumor del mío,
como la marea que busca acariciar cuerpos de roca y piel;
francos quietos, que dan sentido a la desnudez
y alumbran la luz matutina.

Sentado, aguardo que el sonido se esparza,


semilla de girasol.
Amanece de nuevo.
El brote de la flor aparece lento,
inunda cuerpos arrojados al descanso.

El oído: un jardín sobrio.


II

Hace tiempo que Johnny calla:


No responde
cuando digo su nombre:
Siento miedo.
No dejaré que muera…
No Johnny:
I

Johny sale a la calle

Acto I

Johny enciende un cigarrillo


Fuma hasta que se quema los labios
Escupe la bacha al suelo, camina.

A Johny nadie le dijo que caminar


era un invento de locos, música para animales…
Hace tiempo que lo sabe…
No se detiene, se hace loco…

Llega a la cantina,
echa de ver que no es su sitio.
Le da comezón en la cabeza y
cuenta las estrellas del foco
como cuando iba al teatro y se aburría.
Después de la décima, duda.
Ya no confía en sí,
comienza de nuevo,
son las doce:
Lo corren.

Ya fuera,
los taxis lo llaman.
Johny ignora.
Ha decidido que no tiene a dónde ir.
Se sienta frente a la farmacia.
Duerme: sueña que le salen ampollas.
Sueña que le duele caminar: sonríe.

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