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MANUEL COMESAÑA

APUNTES DE

FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Unidad 1

1. Algunas consideraciones terminológicas: filosofía de la ciencia, epistemología,


metodología. ¿Qué son estas disciplinas y para qué sirven?

Para qué les sirve la epistemología a los epistemólogos es algo bastante obvio:
aun prescindiendo de posibles contribuciones al progreso del conocimiento y el
bienestar de la humanidad que reforzarían en grado sumo la autoestima, les gusta; o, si
no les gusta y se encuentran comprometidos con esa disciplina debido a un error
vocacional irreparable -situación no demasiado rara-, al menos les permite ganarse la
vida, aunque no enriquecerse, con un trabajo que no es de los más incómodos. Lo que
quiero explicar ahora es para qué les puede servir la epistemología a los que no se
dedican a ella sino a la investigación científica.
Conviene decir en primer lugar qué entendemos por “epistemología”, palabra
que suele usarse de manera muy imprecisa. Parece que viene del griego “episteme”, que
significaba conocimiento (en general) y también conocimiento científico. De ahí que en
inglés “epistemology” signifique teoría del conocimiento -rama de la filosofía que
nosotros llamamos así, “teoría del conocimiento”, y también “gnoseología”-, mientras
que entre nosotros “epistemología” significa más bien lo mismo que “teoría del
conocimiento científico”. Según este último uso, la epistemología sería una parte de la
filosofía de la ciencia, disciplina esta última que, además de ocuparse de los problemas
gnoseológicos planteados por la ciencia -es decir, de los problemas epistemológicos-, se
ocupa también de problemas ontológicos (¿cuáles son las cosas que realmente existen
según la ciencia?), de problemas éticos como “¿Cuál es la responsabilidad moral de los
científicos por las consecuencias tecnológicas de sus descubrimientos?”, etc. Y, en
efecto, “epistemología” y “filosofía de la ciencia” suelen definirse de este modo. Sin
embargo, en el uso común (común entre los especialistas, por supuesto; la gente común
no habla de estas cosas) ambas expresiones significan vagamente lo mismo. Lo cual no
tiene nada de malo: por una parte, el significado de las palabras es convencional, de
modo que cada uno puede llamar “epistemología” a lo que se le dé la gana, con la
esperanza de que otros adopten su propuesta terminológica; y, por otra, con frecuencia
no resulta necesario distinguir entre epistemología y filosofía de la ciencia, y no es
conveniente un grado de precisión superior al requerido por lo que se está haciendo.

1
Como dice una importante máxima filosófica que algunos atribuyen a Quine y otros a
Hegel, “no hay que rascarse donde no pica”.
De modo análogo, la expresión “metodología de la ciencia” se refiere a una parte
de la epistemología, la que se ocupa del método o los métodos que emplean los
científicos para producir y/o evaluar hipótesis y teorías, pero se trata de una parte tan
importante que algunos filósofos de la ciencia emplean dicha expresión como más o
menos sinónima de “epistemología”, y, por lo tanto, de “filosofía de la ciencia”. Y, de
nuevo, esto no tiene nada de malo. Cuando resulta necesario hacer distinciones entre
estas tres disciplinas, es fácil hacerlas, pero tal necesidad no aparece con mucha
frecuencia en los textos epistemológicos.
Donde sí hay diferencias importantes es en los efectos que esas expresiones
producen. Un curso o un libro sobre filosofía de la ciencia difícilmente atraiga a alguien
que no se dedique a esa disciplina ni tenga pensado hacerlo. Esto se debe a que desde
hace mucho tiempo está muy difundida la idea de que la filosofía no sirve para nada. Si
se habla, en cambio, de metodología de la ciencia o de epistemología, estos rótulos
suelen atraer a personas convencidas de que les van a enseñar cómo llevar a cabo
investigaciones científicas exitosas. Semejante expectativa es producto de la propaganda
engañosa. De acuerdo con las anteriores consideraciones, la metodología de la ciencia y
la epistemología son grosso modo lo mismo que la filosofía de la ciencia, o, si hace falta
hilar más fino, son partes de la filosofía de la ciencia. Se trata en cualquiera de los casos
de disciplinas filosóficas que no contienen recetas para hacer buena ciencia sino
discusiones sobre problemas filosóficos planteados por la ciencia, como los que se
expresan mediante las preguntas “¿Qué es una ley científica?”, “¿En qué casos está bien
aceptar una teoría?”, etc.
¿Quiere decir, entonces, que -si se hace abstracción de los obvios beneficios que
brinda a los epistemólogos- la epistemología no sirve para nada? No es para tanto. Lo
que hemos dicho es que no consiste en reglas cuya aplicación mecánica produzca buena
ciencia. Por otra parte, no hay ninguna disciplina que consista en eso. Los manuales y
cursos de “metodología de la ciencia” suelen prometer que nos van a enseñar cómo
llevar a cabo investigaciones científicas exitosas, pero, por supuesto, no pueden cumplir
esta promesa. Nadie puede enseñarnos un método mecánico para llevar a cabo buenas
investigaciones por la sencilla razón de que semejante método no existe; si existiera, la
ciencia podría ser hecha por máquinas (tengo entendido que en los últimos veinte años
se ha avanzado algo en esta dirección, pero no tanto como para asegurar que en un

2
futuro previsible se podrá prescindir de los científicos humanos). Lo que se puede
aprender acerca de cómo investigar en determinada disciplina, área o tema, consiste en
habilidades no algorítmicas que sólo se pueden adquirir trabajando bajo la dirección de
un maestro que sea especialista en la materia. A la metodología de la investigación se la
debe entender como la discusión filosófica de problemas relacionados con el método
científico en general (incluida la discusión acerca de si existe semejante cosa). Entre
esas dos cosas: el trabajo bajo la dirección de un especialista y la metodología entendida
como parte de la filosofía de la ciencia, no hay nada intermedio; lo que habitualmente se
ofrece en esta franja consiste en observaciones triviales sobre los “pasos” o “etapas” de
la investigación,1 mezcladas con un poco de estadística y a veces también con
recomendaciones estilísticas tan razonables e interesantes como la de expresar una sola
idea por párrafo.2

II

¿Y qué es, entonces, lo que sí puede ofrecer la epistemología a quienes no son


epistemólogos ni desean serlo, y en cambio tienen alguna relación más o menos estrecha
con la ciencia? Algunas sugerencias razonables acerca de cómo se debería administrar
la ciencia. Cuando se discute acerca de quiénes deben administrar la ciencia, algunos
opinan que debe ser administrada por científicos elegidos entre los mejores, y otros, que
debe serlo por sociólogos especializados en política científica, o algo por el estilo. Mi
opinión, que sin duda es la mera racionalización de un interés gremial, es que la ciencia
debe ser administrada por filósofos de la ciencia (o que éstos, como mínimo, deben
asesorar a quienes la administren). La razón es que los criterios que se aplican al evaluar
investigaciones3 sólo pueden proceder de las concepciones de la ciencia que compiten

1
Le dicen a uno que lo que debe hacer para convertirse en un investigador científico exitoso es, primero,
conseguirse un problema, segundo, imaginarse una posible solución y proponerla a título de hipótesis,
etc., cosas que sin duda no son del todo falsas pero que exhiben un grado impresionante de trivialidad. Si
ése es el “método científico” -el método “hipotético-deductivo”-, entonces todo el mundo aplica el método
científico a cada rato; es el que uno aplica, por ejemplo, cuando no encuentra el llavero.
2
Lamentablemente, es difícil seguir este consejo mientras no se establezca con precisión cuál es el
tamaño de una idea.
3
En sus aspectos metodológicos generales, que no pueden ser adecuadamente evaluados por
especialistas en la disciplina o el tema de que se trate. A lo largo de todo este trabajo hay una “tensión”
entre la idea de que lo que hace un investigador sólo puede ser juzgado por sus pares y la tesis de que
los aspectos metodológicos generales deben estar a cargo de epistemólogos. Tal vez se podría prescindir
de esto último si no se usaran los mismos formularios para todas las investigaciones -o sea, si no se
usaran formularios- y si las investigaciones fueran evaluadas en todas sus etapas por especialistas muy
cercanos a cada tema, pero ninguna de estas cosas ha ocurrido hasta ahora, y por tiempo indeterminado
es imposible poner en práctica la última y más importante de ellas, de modo que la intervención del
epistemólogo sigue siendo el mal menor.
3
entre sí en la epistemología actual, y el único especialista en ese debate es el filósofo de
la ciencia. Cuando la ciencia es administrada por científicos “duros”, cada uno de éstos
tiende a extrapolar a todas las disciplinas lo que sólo vale para la suya -o, en el mejor de
los casos, también para otras parecidas a la suya, pero no para todas-. La filosofía
“espontánea” de la ciencia que subyace a sus decisiones combina algunas tesis de la
metodología “clásica” con la idea de que sólo merece ser estimulada la investigación
que Kuhn calificara de “normal”. En virtud de esta circunstancia, los formularios
habitualmente usados para presentar proyectos de investigación, exponer resultados y
evaluar ambas cosas, exigen que se hable de “marco teórico”, “hipótesis”,
“metodología”, “cronograma”, “resultados esperados/obtenidos”, “transferencia” o
“impacto”, etc. Semejante esquema, que sólo es adecuado para algunas disciplinas,
obliga a la simulación a los que cultivan las demás y desean o necesitan permanecer
dentro del sistema.
Es muy común, por ejemplo, que en la presentación de proyectos resulte
necesario formular las hipótesis que la investigación toma como punto de partida y que
tratará de poner a prueba, pero esta exigencia se aparta de lo que se hace en las
disciplinas no-empíricas, como la filosofía o la matemática (donde la palabra
“hipótesis” se emplea en otro sentido), en las que normalmente no se habla de testear
hipótesis. En realidad, aun en las ciencias empíricas, como la física y la astronomía, hay
investigaciones que no parten de hipótesis, como las que procuran determinar el valor
de alguna magnitud o descubrir un nuevo cuerpo celeste. Así, cuando Millikan midió la
carga eléctrica mínima, la carga del electrón -una investigación sobre cuya importancia
no hace falta insistir-, no partió de ninguna hipótesis acerca de cuál era dicha carga; lo
que hizo fue diseñar un arreglo experimental que permitiera medirla. Por supuesto que
aceptaba otras hipótesis, básicamente la hipótesis presupuesta de que las cargas
eléctricas tienen una estructura atómica y son todas ellas múltiplos enteros de la carga
del electrón, así como hipótesis auxiliares sobre las condiciones del experimento. Pero
no tenía ninguna hipótesis acerca de cuál era la carga del electrón, esto es, no tenía
ninguna hipótesis que, en vez de ser presupuesta o auxiliar, versara sobre el tema de su
investigación; con otras palabras, no tenía ninguna propuesta de solución para el
problema que quería resolver. De modo semejante, William Herschel descubrió el
planeta Urano en 1781 explorando el cielo con su telescopio, actividad que había
desarrollado pacientemente durante años, y que ya le había permitido descubrir
estrellas, nebulosas y cometas. Por supuesto, podría decirse que Herschel estaba

4
testeando la “teoría” de que no hay ningún objeto (o la de que sí hay alguno) en cierto
lugar de los cielos, pero una respuesta de este tipo trivializaría indebidamente la
cuestión, ya que siempre podrá encontrarse alguna hipótesis de la cual pueda decirse
que alguien la estaba testeando.4 Y, en efecto, es común encontrar en proyectos de
investigación hipótesis de partida inadmisiblemente triviales, del tipo de “La educación
tiene una influencia muy importante sobre la gente” o “La alimentación es un factor
muy importante en el desarrollo de los ovinos”. Es obvio que sería preferible no
formular ninguna hipótesis, pero, cuando los evaluadores no son (ni están asesorados
por) personas con una sólida formación epistemológica -cosa que ocurre prácticamente
en todos los casos-, y, como consecuencia de eso, ignoran las diferencias entre
disciplinas, áreas y temas, tal omisión puede ser castigada con el rechazo del proyecto.

III

La situación es todavía peor cuando los administradores de la ciencia o sus


evaluadores son científicos “blandos” convencidos de que algunas reflexiones y lecturas
los han convertido en epistemólogos. Tal pretensión se ve favorecida por el hecho de
que las relaciones de la epistemología con las ciencias sociales y humanas son más
complicadas que las que mantiene con las disciplinas “duras”. El asunto se vincula con
una conocida polémica sobre las ciencias sociales, la controversia explicación versus
comprensión, que reseñaremos brevemente.5
Cuando surgen, en el siglo XIX, estudios humanísticos y sociales con pretensio-
nes de cientificidad, se plantea el problema de su relación con las ciencias naturales, que
venían teniendo un notable éxito explicativo y predictivo, y por ello un gran prestigio,
desde la revolución que se había producido en su ámbito durante los siglos XVI y XVII.
La primera respuesta que se dio a esta cuestión fue la filosofía de la ciencia representada
por Augusto Comte y John Stuart Mill, comúnmente llamada “positivismo”,
denominación acuñada por Comte. Según el positivismo, la investigación social, para
ser científica, debe tomar como modelo a la que se lleva a cabo en las ciencias naturales,
que se caracteriza por explicar los hechos subsumiéndolos bajo leyes generales.

4
El caso Millikan lo tomo de Carl G. Hempel, Philosophy of Natural Science, Englewood Cliffs, N. J.,
Prentice-Hall, 1966; versión castellana de Alfredo Deaño, Filosofía de la ciencia natural, Madrid, Alianza,
1973, pp. 46-47. El de Herschel, de John Watkins, Science and Scepticism, Londres, Hutchinson, 1984, p.
251.
5
En los tres párrafos que siguen plagio un poco a G. H. von Wright, Explanation and Understanding,
Ithaca, N. Y., Cornell University Press, 1971, cap. 1.
5
Al positivismo sucedió una reacción antipositivista, que puede denominarse
“hermenéutica”, representada en sus comienzos por filósofos, historiadores y científicos
sociales alemanes, como Droysen, Dilthey, Simmel, Max Weber, el italiano Croce y el
británico Collingwood. Droysen parece haber sido el que introdujo la dicotomía entre
explicación y comprensión, sosteniendo que explicar es el objetivo de las ciencias
naturales, mientras que el propósito de la historia es comprender los fenómenos. Esas
ideas fueron luego elaboradas por Dilthey, que se sirvió de la expresión “ciencias del
espíritu” para referirse al dominio donde se aplica el método de la comprensión.
Varios metodólogos antipositivistas destacaron el carácter psicológico de la
comprensión, especialmente Simmel, que la consideró una forma de empatía, esto es,
una recreación en la mente del estudioso de la atmósfera espiritual y los sentimientos de
las personas estudiadas. Pero los “comprensivistas” actuales procuran atenuar este sesgo
psicológico y poner el acento en otra diferencia entre explicación y comprensión, a
saber, en el hecho de que la comprensión se encuentra vinculada con la intencionalidad
(que, según ellos, es algo de naturaleza semántica, más que psicológica): se comprenden
los propósitos de un agente, el significado de un signo, el sentido de una institución.
Según la teoría positivista de la explicación científica, explicar un hecho es mos-
trar que constituye un caso particular de una ley general, y explicar una ley es mostrar
que se sigue de otras leyes. De acuerdo con esto, una disciplina sólo será científica si es
capaz de establecer leyes generales. Dentro de este marco, algunos han puesto en tela de
juicio la cientificidad de la investigación social alegando que su objeto de estudio crea
obstáculos -como la imposibilidad de hacer experimentos sociales, la relatividad
cultural y el carácter valorativo de dicha investigación- que impiden establecer leyes
generales. En el capítulo XIII de su libro La estructura de la ciencia,6 Ernest Nagel ha
analizado minuciosamente tales dificultades tratando de mostrar que no son
insuperables, al menos “en principio”.
Surge de lo expuesto que se puede elegir entre dos grandes estrategias para
“defender” a las ciencias sociales frente a la acusación de falta de cientificidad: es
posible sostener, a la manera de Nagel, que pueden llegar a ser como las ciencias
naturales (o, al menos, que nadie ha probado que no puedan); y también es posible
sostener, como lo hacen los comprensivistas, que son ya ciencias maduras de un tipo
distinto. En ambos casos se admite que, en la situación actual, hay importantes

6
Nagel, Ernest, The Structure of Science, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1961; versión castellana de
Néstor Míguez, La estructura de la ciencia, Buenos Aires, Paidós, 1968, pp. 404-452.
6
diferencias entre las ciencias naturales y las sociales, aunque unos sostienen que se trata
de diferencias en el grado de desarrollo, y los otros, que son diferencias sustanciales o
de naturaleza. Sea cual fuere la posición correcta con respecto a esto último, una
consecuencia indiscutible de tal situación es que en las ciencias sociales se dedica un
gran espacio a la discusión epistemológica, cosa que no ocurre en las otras (salvo con
respecto a ciertos problemas que se plantean en las fronteras avanzadas del
conocimiento, como los que surgen cuando se pretende interpretar la mecánica cuántica
o establecer la historia del universo), y que, debido a esa circunstancia, las ciencias
sociales son mucho más sensibles que las naturales a los vaivenes de las modas
filosóficas e ideológicas.
¿Es esto bueno o malo? Se trata de una cuestión opinable, y la respuesta depende
de la postura que se adopte en el debate que hemos reseñado. Según los partidarios del
“monismo metodológico”, la mencionada hipertrofia de la discusión epistemológica es
un síntoma de subdesarrollo que debe ser superado, cosa que, por supuesto, los
“hermenéuticos” niegan. No sé quién tiene razón en este punto, pero una cosa parece
bastante segura: en lo que concierne a su contribución a la crítica social, las ciencias
sociales aventajan ya, en su estado actual, a las naturales -como no podría ser de otra
manera, dadas las respectivas temáticas, e independientemente de que en el futuro
puedan aventajarlas aún más, si tienen razón los positivistas y los científicos sociales
siguen sus consejos-, y éste es el motivo por el cual las dictaduras suelen cerrar las
carreras más “ideológicas”, agregando así a su presunto y discutido rezago cognoscitivo
un indudable retraso cronológico y financiero.

IV

Una consecuencia menos positiva -menos positiva que la contribución de las


ciencias sociales a la crítica social- de la situación que he estado describiendo es que
algunos científicos sociales se consideren a sí mismos, además, personas autorizadas en
materia de epistemología. En una ocasión recusé, por no ser epistemólogos, a varios
miembros del jurado de una materia que se llamaba “Epistemología”, y uno de ellos
respondió en su “descargo” que las incumbencias profesionales del epistemólogo no
estaban reglamentadas por ley, y que a la condición de epistemólogo no se accede sólo
mediante la especialización en filosofía de la ciencia sino también mediante la reflexión
sobre la propia práctica científica. Lo de la ley es una estupidez que no merece

7
comentarios. En cuanto a lo otro, la idea de que uno puede suplir con sus propias
reflexiones la dedicación profesional al estudio de arduas discusiones técnicas que
llevan siglos, es, por decirlo suavemente, ridícula; es como creer que uno puede llegar a
ser médico reflexionando sobre sus enfermedades. No pretendo negar que haya
economistas, sociólogos e historiadores con inquietudes y lecturas epistemológicas;
pero eso no los convierte en epistemólogos. Yo he leído algunos libros de historia
argentina, pero jamás se me ocurriría inscribirme como aspirante en el concurso de una
materia que se llamara así, ni mucho menos aceptaría formar parte del jurado. Una cosa
es jugar al tenis los domingos para mantenerse en forma, y otra cosa muy distinta es ser
un tenista profesional.
El dogmatismo metodológico, e incluso el terrorismo seudometodológico, de la
epistemología “autodidacta” tiene consecuencias lamentables. Se rechazan trabajos
porque no se indicó en ellos el “marco teórico”, como si tal indicación constituyera una
exigencia insoslayable en toda tarea de investigación; se niegan becas o subsidios a
proyectos interesantes porque no figuran en ellos las hipótesis de partida, etc. Voy a
citar un caso real y concreto. El dictamen de un miembro del jurado sobre una tesis
doctoral presentada en la Facultad de Ciencias Económicas de la UNMdP dice, entre
otras cosas, lo siguiente: “Muchos autores modernos han señalado la inviabilidad de
demostrar una hipótesis de carácter general por examen de casos”; y después de citar la
proposición principal del trabajo, a saber: “Hay diecinueve necesidades como máximo,
invariables para todos los consumidores”, se pregunta: “¿Cuál es el número de
consumidores que permitiría generalizar la afirmación?”.
Todo parece indicar que el autor del dictamen está pensando en el viejo y nunca
resuelto “problema de la inducción” -que debería estar resuelto para que se pudiera
responder una pregunta como la citada-, y está adoptando frente a él, como si se tratara
de la verdad revelada, una posición popperiana según la cual no es posible justificar
inductivamente la aceptación de una hipótesis. Pero el rechazo total del inductivismo
está muy lejos de ser algo aceptado en forma unánime en la actual filosofía de la
ciencia. Más bien ocurre lo contrario: con escasos bolsones de popperianismo, la
opinión ampliamente mayoritaria es que la metodología de la ciencia empírica no puede
prescindir de alguna dosis de inductivismo. El propio Popper se vio obligado a
reconocer que en su propuesta metodológica se había filtrado un “soplo” de inducción.7

7
En sus respuestas de The Philosophy of Karl Popper, ed. Paul Arthur Schilpp, La Salle, Open Court,
1974, pp. 1192-93.
8
Si lo que se ha querido decir en el dictamen citado es que el autor de la tesis no
ha probado de manera concluyente que las hipótesis defendidas en su trabajo sean
verdaderas, y que no ha podido hacerlo porque las justificaciones inductivas -siempre
parciales y, por lo tanto, falibles- no permiten alcanzar semejante resultado, es
inevitable responder que ningún procedimiento permite alcanzarlo: todas nuestras
pretensiones de conocimiento son falibles, a raíz de lo cual el falibilismo es una
posición ampliamente difundida en la actual filosofía de la ciencia. En el terreno del
conocimiento fáctico nuestra falibilidad se acentúa porque en él las hipótesis se aceptan
o se rechazan en virtud del apoyo empírico con que cuentan, y el apoyo empírico nunca
es concluyente; es siempre, en el principal sentido de la palabra “inducción”, un apoyo
inductivo, y no hay nada mejor que se pueda alegar a favor de una hipótesis (salvo que
se suscriba una concepción apriorista de la ciencia fáctica, pero esta posibilidad ni
siquiera me parece digna de ser tomada en serio).
Por otra parte, aun cuando estas opiniones no fueran mayoritarias, lo menos que
se le puede pedir a quien juzga la excelencia del trabajo ajeno es que distinga
cuidadosamente entre los errores que deben ser corregidos y las discrepancias sobre
cuestiones opinables, a fin de expedirse únicamente sobre los primeros. La
investigación no está gobernada por preceptos tan sencillos y rígidos como los del
soneto. El dictamen que he citado no constituye un caso excepcional; por desgracia,
parece que ésa es más bien la regla. ¿Por qué la gente se comporta de manera tan
frívola? En primer lugar, porque puede hacerlo impunemente, y eso hace que la
tentación sea demasiado grande. Pero también porque a la epistemología se la suele
considerar tierra de nadie, a pesar de que en realidad se trata de todo lo contrario, esto
es, de una disciplina extremadamente especializada, técnica y difícil.

La propuesta de que sean filósofos de la ciencia los que administren la ciencia


requiere algunas aclaraciones. No estoy sosteniendo que las investigaciones deban ser
evaluadas por epistemólogos; estoy sosteniendo que la ciencia debe ser administrada
por epistemólogos. Una vez que una disciplina ingresó a la clase privilegiada de las que
se consideran merecedoras de financiamiento -y al margen de que en algunos casos no
resulte fácil entender cómo lo consiguió-, la calidad intrínseca de lo que hace un
investigador sólo puede ser juzgada por sus pares. Pero, al diseñar formularios y evaluar

9
investigaciones, es necesario tomar decisiones concernientes a problemas
metodológicos generales, y ese aspecto debería estar a cargo de epistemólogos, cuya
competencia profesional se cuenta desde hace mucho entre las más altamente
especializadas. Hay que proscribir el ejercicio “ilegal” de la epistemología por parte de
científicos con inquietudes.
Por otra parte, cuando digo que la ciencia debería ser administrada por filósofos
de la ciencia, me refiero solamente a los aspectos académicos del asunto, esto es, a
cosas como el diseño de formularios para la presentación de proyectos, informes y
evaluaciones. En cambio, la cuestión de cómo distribuir los recursos entre distintas
líneas de investigación, y, en general, toda la política científica, debe ser discutida por el
mayor número posible de personas.
Hay que reconocer, además, que dicha propuesta tiene al menos un
inconveniente. Entre los científicos “normales” es relativamente fácil seleccionar a los
mejores aplicando criterios imparciales, cosa que no ocurre en la disciplinas “blandas”,
incluida la filosofía. Esta diferencia se debe a que sólo en el primer caso hay un límite
nítido entre la discrepancia seria y la no pertenencia a la comunidad profesional de que
se trate. Para decirlo con palabras de Thomas S. Kuhn, “alguien que hoy defienda la
teoría del flogisto no es un físico disidente; sencillamente, no es un físico”. En cambio,
cualquiera que se diga epistemólogo puede pasar por serlo. Y no es posible trazar un
límite imparcial entre discrepancia y no pertenencia a la comunidad epistemológica. Yo
trazo uno no imparcial, es decir, uno dictado por mis preferencias teóricas. Según este
criterio, alguien puede ser un epistemólogo sólo si sabe algo de lógica; digamos, si es
capaz de dar un curso introductorio sin tener que preparar cada clase desde cero. Para
mí, alguien que no pueda hacer eso no es un epistemólogo disidente; sencillamente, no
es un epistemólogo.

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Unidad 2

Nociones preliminares de teoría del conocimiento,


filosofía del lenguaje y lógica

1. El problema del conocimiento. Tipos de conocimiento: conocimiento directo,


habilidades, conocimiento proposicional

Hay tres conceptos que resulta imprescindible conocer para estar en condiciones
de comprender problemas epistemológicos, los conceptos de conocimiento, verdad y
razonamiento. Nos ocupamos a continuación del primero de ellos.
En la reflexión sobre el conocimiento los filósofos han empleado métodos
diversos. Algunos comienzan por preguntarse si el conocimiento es posible, y a veces
terminan por responder negativamente. Tal respuesta es incompatible con el hecho de
que, de acuerdo con el uso común del lenguaje cognoscitivo -es decir, de las palabras
"saber", "conocer" y las emparentadas con ellas-, todos sabemos muchas cosas. Y
parecería que, en lo concerniente a este tema, es razonable aceptar lo que surge del uso
común -esto es, que sabemos muchas cosas- y rechazar las tesis filosóficas
incompatibles con él. Algunos filósofos sostienen que esto vale para todos los
problemas filosóficos; que todos se resuelven (o se disuelven, según aquellos que los
consideran seudoproblemas) mediante el "análisis del lenguaje ordinario". Esta tesis
general me parece discutible -mencionaremos más adelante un par de problemas
filosóficos que no se pueden solucionar, ni disolver, de esta manera-, pero me inclino a
pensar que dicho análisis constituye, en efecto, el mejor método cuando se busca
responder a la pregunta "¿qué es el conocimiento?", y por eso expondré a continuación
algunos de sus resultados. Con respecto a este tema, el método consiste en preguntarnos
en qué casos nos atribuiríamos o atribuiríamos a otros algún conocimiento, y en cuáles
nos negaríamos a hacerlo. Como veremos enseguida, semejante análisis permite
establecer, por ejemplo, que no clasificamos como conocimientos a las creencias que
consideramos falsas, siendo ésta la razón por la que no decimos "Los antiguos sabían
que la Tierra era plana" sino "Los antiguos creían que la Tierra era plana", así como la
razón por la que no admitimos (salvo que creamos en la clarividencia, cosa que no
deberíamos hacer, o que tengamos conocimiento de que el sorteo va a ser tramposo) que
alguien pueda saber qué número va a salir en la quiniela, aunque crea saberlo y acierte.
Todos sabemos, o conocemos, muchas cosas, algunas interesantes y otras
triviales. Por ejemplo, conocemos Mar del Plata, sabemos escribir a máquina, sabemos
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que el radio de la Tierra es de 6.370 kilómetros. Estos tres conocimientos ejemplifican
tres tipos distintos de conocimiento. Cuando decimos que conocemos Mar del Plata,
queremos decir que alguna vez hemos estado en esta ciudad; de modo semejante,
cuando decimos que conocemos a una persona, queremos decir que la hemos visto, o
que nos la han presentado y hemos hablado con ella. Se trata en ambos casos de algo
que podemos llamar conocimiento directo. Cuando decimos que sabemos escribir a
máquina o andar en bicicleta, lo que queremos decir es que somos capaces de hacer
algo, que tenemos cierta habilidad; es lo que a veces se llama también un saber hacer o
(con un anglicismo que sería mejor evitar) un saber-cómo. Por último, cuando decimos
que sabemos que el radio de la Tierra es de 6.370 kilómetros, o que Santa Rosa es la
capital de La Pampa, nos estamos atribuyendo un saber-que o un conocimiento
proposicional; se lo llama de esta última manera porque, en las afirmaciones del tipo
"Sabemos que…", lo que sigue a la palabra "que" es (o, si queremos decirlo más
rigurosamente, expresa) una proposición, como "El radio de la Tierra es de 6.370
kilómetros" o "Santa Rosa es la capital de La Pampa".

2. Condiciones del conocimiento proposicional: creencia, verdad y prueba

El conocimiento proposicional es el tipo más interesante de conocimiento, tanto


en el terreno del sentido común como en el de la ciencia. En lo que concierne a esta
última, aunque el desarrollo de la actividad científica requiere conocimiento directo y
habilidades, el conocimiento científico -producto de esa actividad- es conocimiento
proposicional. Por esta razón, de ahora en adelante nos ocuparemos exclusivamente de
este último tipo de conocimiento.
Para que alguien tenga un conocimiento proposicional, se deben satisfacer al
menos tres condiciones: la condición de creencia, la de verdad y la de prueba. Esto se
puede esquematizar de la siguiente manera (siendo X una persona cualquiera y p una
proposición cualquiera):
1) X cree que p;
X sabe que p si y solo si 2) p;
3) X tiene pruebas de que p.

Para saber algo, es necesario creerlo. Esto puede sonar raro, porque en muchos
casos creer parece incompatible con saber. Así, cuando hacemos afirmaciones del tipo
"Creo que p", estamos reconociendo que no sabemos que p; lo creemos, pero no
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estamos seguros. En estos casos, "creer" se usa en el sentido de creer dubitativamente.
Pero no es así como se lo entiende al formular la condición de creencia. Esta condición
exige que X crea que p, pero no que diga "Creo que p", y sólo esto último es
incompatible con el conocimiento. ¿Por qué los antiguos no sabían que la Tierra es
redonda, a pesar de que lo es, es decir, a pesar de que se cumple la condición de verdad?
Porque no creían que lo fuera; creían que era plana.
¿Por qué no sabían que era plana, entonces, ya que lo creían? Porque no es
plana, es decir, porque no se cumple la condición de verdad. Se puede creer algo falso,
pero no se lo puede saber. Para que una creencia constituya conocimiento, tiene que ser
verdadera. Dicho de otro modo, conocimiento implica verdad: si X sabe que p, entonces
p es verdadera.
Creo que la próxima vez que tire una moneda va a salir cara; tiro la moneda y
sale cara. Están satisfechas la condición de creencia y la condición de verdad.
¿Diríamos en este caso que yo sabía que iba a salir cara? Normalmente, no; diríamos
más bien que acerté. ¿Por qué no atribuimos conocimiento en casos como éste? Porque
no se cumple la condición de prueba: mi creencia de que iba a salir cara, aunque resultó
verdadera, no era una creencia fundada, justificada; era sólo un presentimiento. Para que
una creencia constituya conocimiento, no basta con que sea verdadera; es necesario,
además, que haya elementos de juicio a su favor, que haya buenas razones para creer.
¿Cuántos elementos de prueba se necesitan para que una creencia constituya
conocimiento? ¿Cuáles razones son buenas razones? Este es un problema filosófico
difícil e importante -llamado en algunas de sus versiones "el problema de la inducción"-
, que actualmente sigue siendo objeto de discusión, y que no examinaremos aquí. Es
uno de los problemas filosóficos que no pueden resolverse mediante el análisis del
lenguaje ordinario. En efecto, no todos los problemas filosóficos pueden resolverse, ni
disolverse, haciendo explícito lo que está implícito en el uso ordinario. Hemos visto
que, por ejemplo, la pregunta acerca de si el conocimiento implica verdad está
respondida afirmativamente, como lo muestra el hecho de que no digamos "Los
antiguos sabían que la Tierra era plana"; pero la pregunta acerca de cuáles pruebas no
concluyentes bastan para que una creencia sea un conocimiento no parece estar
respondida en modo alguno, y por eso el problema de la inducción no se puede resolver
por esta vía.
Acabamos de aludir a un aspecto decisivo de esta cuestión: la falta de pruebas
concluyentes. En efecto, todos, o casi todos, nuestros conocimientos son conocimientos

13
para los cuales no es posible obtener pruebas concluyentes, es decir, pruebas que
garanticen su verdad, que sean incompatibles con su falsedad. Por ejemplo: en este
momento estoy viendo un libro sobre la mesa; debido a eso, creo que hay un libro sobre
la mesa, y lo creo por una excelente razón -porque lo estoy viendo-. Sin embargo, mi
percepción sensorial no es infalible; a lo mejor soy víctima de una alucinación, y no hay
ningún libro. En la práctica, esta última posibilidad carece de importancia porque las
alucinaciones son muy raras y puedo confiar de manera casi invariable en el testimonio
de mis sentidos. Pero en teoría debo admitir que mis razones para creer no son
concluyentes, y que, en consecuencia, mi presunto conocimiento de que hay un libro
sobre la mesa podría en realidad ser falso. Y si esto ocurre con una proposición tan
humilde como "Hay un libro sobre la mesa", la situación se agrava con otras más
ambiciosas, como, por ejemplo, "Un átomo de hidrógeno está compuesto por el núcleo,
un protón, en cuyo entorno hay un electrón, no localizado pero con una cantidad precisa
de energía".
Con algunas posibles excepciones, relacionadas con nuestra experiencia presente
(parecería que no puedo equivocarme cuando creo que me duele la cabeza o que veo
una mancha verde), las pretensiones de conocimiento son, entonces, falibles: nunca
disponemos de pruebas concluyentes, y, por lo tanto, cualquiera de nuestros presuntos
conocimientos puede en realidad ser falso. Si exigiéramos tales pruebas concluyentes,
deberíamos admitir, en consecuencia, que no tenemos casi ningún conocimiento. Pero
esto se apartaría extraordinariamente de nuestra manera usual de hablar, y, al hacerlo,
borraría la importante diferencia que hay entre creer que la próxima moneda va a salir
cara y creer que hay un libro sobre la mesa: la primera de estas creencias carece por
completo de fundamento, mientras que la segunda cuenta con muy buenos elementos de
juicio a su favor.

3. Conocimiento en sentido fuerte y conocimiento en sentido débil

Para evitar esta consecuencia indeseable, se han distinguido dos tipos de


conocimiento: conocimiento en sentido fuerte y conocimiento en sentido débil. Lo que
se debilita en este último caso es la condición de prueba. Diremos, entonces, que X sabe
que p en sentido fuerte si y sólo si (además de cumplirse las otras condiciones) X tiene
pruebas concluyentes de que p, es decir, pruebas que son incompatibles con la falsedad
de p; y diremos que lo sabe en sentido débil si lo cree por razones buenas pero no

14
concluyentes. La mayor parte de nuestro conocimiento es conocimiento sólo en el
sentido débil; en general, la certeza -a la cual se llegaría si se obtuvieran pruebas
concluyentes de que alguna proposición es verdadera- constituye una meta inalcanzable.
La distinción entre conocimiento en sentido fuerte y conocimiento en sentido
débil no alcanza para resolver el problema derivado de nuestra falibilidad. En efecto, si
la condición de prueba se cumple sólo en sentido débil, no queda garantizado que se
cumpla la de verdad. Dicho de otro modo, si clasificamos como conocimiento a las
creencias débilmente justificadas -como parece que efectivamente lo hacemos en el uso
común del lenguaje cognoscitivo-, corremos el riesgo de que esas creencias sean falsas.
Desde luego, no las clasificaríamos como conocimiento si supiéramos que son falsas, y
esto sugiere una manera de arreglar el asunto debilitando también la condición de
verdad: en vez de exigir que "p" sea verdadera, tal vez (sólo tal vez; más no se puede
pedir en cuestiones filosóficas) deberíamos conformarnos con exigir que no haya
razones para pensar que es falsa. Si esto estuviera bien, la cosa quedaría así: X sabe que
p en sentido débil si y sólo si 1) X cree que p, 2) X no tiene razones para pensar que "p"
es falsa, y 3) X tiene razones buenas (aunque no concluyentes) para creer que p.

4. El problema de la cuarta condición

Por si las dificultades ya mencionadas fueran pocas, hay más. Varios autores han
mostrado que no atribuiríamos conocimiento en ciertas situaciones en las que sin
embargo se cumplen (con los debilitamientos apuntados en el párrafo anterior) las
condiciones de creencia, verdad y prueba. Ilustraremos el problema con un ejemplo
debido a Bertrand Russell. X pasa todos los días, durante años, frente a un reloj que
funciona bien. Un día, X pasa frente al reloj cuando éste marca las doce y se convence
por ese motivo de que son las doce. Además, son las doce. Pero el reloj no está
funcionando; está parado desde hace por ejemplo doce horas. X cree que son las doce,
son las doce y X tiene buenas razones para creer que son las doce (es la hora que marca
un reloj que ha funcionado bien durante años; si ésa no es una buena razón para creer,
¿dónde hay una?). Sin embargo, no diríamos que sabe que son las doce alguien que se
ha convencido de eso debido a que es la hora que vio en un reloj parado. Se han
propuesto distintas versiones de una cuarta condición para explicar por qué no
atribuiríamos conocimiento en una situación así, pero, como suele ocurrir en las
discusiones filosóficas, ninguna de las propuestas ha encontrado aceptación unánime, y

15
es por eso por lo que a este tema se lo conoce como "el problema de la cuarta
condición".

5. La verdad

El conocimiento es conocimiento verdadero: para que X sepa que p, "p" tiene


que ser verdadera (o, como mínimo, X no debe tener razones para considerarla falsa).
Pero, ¿qué quiere decir "verdadero"? Cuando "verdadero" se aplica a una parte de lo que
decimos -y no, por ejemplo, a personas, según se lo hace al decir "Fulano es un
verdadero amigo"-, la verdad plantea tres problemas filosóficos: a) ¿cuáles son las cosas
que son verdaderas o falsas?; b) ¿qué tiene que pasar para que una de esas cosas sea
verdadera?; c) ¿cómo se averigua si lo es? a) pregunta por los "portadores de la
verdad"; b), por la definición de la verdad, y c), por un criterio de verdad.
Comenzaremos por el primero de estos problemas.

6. El problema de los portadores de verdad: oraciones, proposiciones, afirmaciones

Los candidatos habituales a portadores de verdad son las oraciones, las


afirmaciones, las proposiciones y las creencias. Especificaremos lo que se entiende por
las tres primeras (es muy difícil, o tal vez imposible, definir satisfactoriamente la noción
de creencia; y, por otra parte, la creencia -no su contenido sino ella misma como estado
mental- no parece un buen candidato a portador de verdad primario, pudiendo ser, en
todo caso, un portador que será verdadero de manera derivada cuando lo sea su
contenido u objeto, esto es, lo creído, que será alguno de los otros candidatos). Una
oración es una cadena de expresiones del lenguaje natural, gramaticalmente correcta y
completa; por ejemplo, "La nieve es blanca", "Cierre la ventana", "¿Qué hora es?" son
oraciones. Hay que distinguir entre oraciones-tipo y oraciones-caso. Una oración-caso
es un objeto físico, una sucesión de marcas en el papel o de ondas sonoras. Cuando se
considera a dos o más casos como emisiones (es decir, como inscripciones o
proferencias) de la misma oración, "la misma oración" significa la misma oración-tipo.
Por ejemplo, las dos inscripciones

Todos los chapistas son bohemios


Todos los chapistas son bohemios

16
son casos del mismo tipo. Una oración-tipo es, o bien un modelo ejemplificado por
casos similares, o bien una clase de casos similares. Qué criterio de identidad hay que
adoptar para las oraciones-tipo, es una cuestión discutida; algunos exigen similitud
tipográfica o auditiva, y otros, igualdad de significado. Hay que distinguir las oraciones
declarativas de las interrogativas, imperativas y exclamativas. Son oraciones
declarativas, no sólo las que tienen el verbo principal en indicativo, sino también, por
ejemplo, los condicionales cuyo verbo principal está en subjuntivo. Si los portadores de
verdad fueran oraciones, podríamos decir que las oraciones declarativas -a diferencia de
las interrogativas, etc.- se caracterizan por ser verdaderas o falsas (pero tendríamos que
agregar que lo mismo ocurre con ciertas oraciones interrogativas, a saber, las preguntas
retóricas).
Una afirmación es lo que se hace cuando se emite una oración. La palabra
"afirmación" es, al igual que "creencia", un caso de polisemia acto-contenido; en este
momento la estamos usando en el segundo sentido, para referirnos a lo afirmado, y no al
acto de afirmarlo. Suele decirse que dos o más emisiones hacen la misma afirmación
cuando "dicen lo mismo sobre la misma cosa", interpretación que funciona bastante
bien en casos sencillos como éste:

Tengo calor (dicho por x)


Usted tiene calor (dicho por y a x)
J'ai chaud (dicho por x)

Una proposición es lo que tienen en común todas las oraciones declarativas


sinónimas, como "Juan ama a María" y "María es amada por Juan", o "Llueve" y "Es
regnet". Cuando dos oraciones significan lo mismo, se dice que expresan la misma
proposición. Oraciones de distinta clase pueden tener el mismo "contenido
proposicional". Así, por ejemplo,

Juan cierra la ventana.


¡Cerrá la ventana, Juan!
¿Juan cerró la ventana?

17
tienen como contenido proposicional común "cerrar Juan la ventana", pero sólo en la
primera dicho contenido aparece en forma de proposición.
Oraciones, afirmaciones y proposiciones son cosas distintas; en principio, y
dependiendo de cuáles fueran los criterios de identidad para cada una de ellas, se podría
tener

la misma oración/diferente afirmación/diferente proposición


diferente oración/la misma afirmación/diferente proposición
diferente oración/diferente afirmación/la misma proposición

Varios autores han sostenido que los portadores de verdad no pueden ser las
oraciones. Uno de los argumentos que se presentan en apoyo de esta tesis es que si las
oraciones fueran verdaderas o falsas, algunas oraciones serían a veces verdaderas y a
veces falsas; otro es que algunas oraciones, por ejemplo las imperativas, no son ni
verdaderas ni falsas, de modo que no todas las oraciones pueden ser verdaderas o falsas.
Como señala Haack (1978, pp. 100-101), estos argumentos no parecen concluyentes,
pero sugieren que, sean cuales fueren las cosas que se elijan como portadores de verdad,
deberían satisfacer dos desiderata: 1) que su valor de verdad no cambie; 2) que todos
los miembros de la clase pertinente sean verdaderos o falsos. Dejando a un lado la
cuestión de si estos desiderata son en sí mismos aceptables, resulta que a las
afirmaciones y las proposiciones no les va mejor que a las oraciones con respecto a
ellos.
Dos emisiones separadas por unos segundos de "Juan está sentado" pueden ser
una verdadera y la otra falsa. Podríamos impedir que cambiara el valor de verdad de las
afirmaciones haciendo tan estricto su criterio de identidad como para no admitir que dos
emisiones no simultáneas hagan la misma afirmación. Pero esto establecería una
correspondencia uno a uno entre afirmaciones y oraciones-caso y ya no estaría claro
para qué sirve distinguirlas.
También puede cambiar el valor de verdad de la proposición expresada por una
oración; por ejemplo, la proposición expresada por la oración "El actual presidente de la
República es un militar" en un tiempo fue verdadera y ahora es falsa. Algunos han
rechazado esto haciendo estricto el criterio de identidad para proposiciones, pero esto es
vulnerable a una objeción similar a la que se hizo en el párrafo anterior.

18
Strawson parece sostener que algunos usos de oraciones declarativas -por
ejemplo, durante la representación de una obra de teatro o al escribir una novela- no
hacen afirmaciones. Pero, con respecto a las oraciones cuyo sujeto no denota nada,
como "El actual rey de Francia es calvo", se muestra ambiguo acerca de si no hacen
ninguna afirmación o hacen una que no es ni verdadera ni falsa. Si ocurriera esto último,
algunas afirmaciones carecerían de valor de verdad.
En esto a las proposiciones les va hasta cierto punto mejor que a las oraciones.
Algunas oraciones que, según se dice, no son ni verdaderas ni falsas, como "César es un
número primo", carecen de sentido a pesar de ser gramaticalmente correctas, y, por lo
tanto, no expresan ninguna proposición. Las oraciones interrogativas y las imperativas
no son ni verdaderas ni falsas, y tampoco expresan proposiciones. Pero es dudoso que
pueda especificarse qué tipos de oración expresan proposiciones (nada distingue a las
preguntas retóricas de las demás oraciones interrogativas salvo el hecho de que sólo las
primeras expresan proposiciones -o son portadoras de verdad, o la variante que se
prefiera con respecto a esta cuestión-). Y, según algunos autores, ciertas oraciones
declarativas -por ejemplo, oraciones vagas y oraciones acerca de futuros contingentes-
no son ni verdaderas ni falsas a pesar de ser significativas, con lo cual expresan
proposiciones que no son ni verdaderas ni falsas.
No hace falta insistir en que a las oraciones no les va mejor. Hemos mencionado
ya oraciones que pueden no tener ningún valor de verdad. Y es evidente que muchas
oraciones-tipo cambian su valor de verdad; por ejemplo, "Está lloviendo". Incluso
pueden hacerlo algunas oraciones-caso; un caso de "Patricia está planchando", escrito
en mi cuaderno, podría ser verdadero a la mañana y falso a la noche. Pero esto puede
arreglarse mediante una plausible convención según la cual el valor de verdad de una
oración-caso es el que tiene cuando finaliza su emisión. Quine ha sostenido que
podemos especificar clases de oraciones cuyo valor de verdad no cambia; incluyen a las
oraciones que expresan leyes, para las que no son pertinentes las consideraciones
temporales, y oraciones con una especificación completa de tiempo y lugar, en las que
los verbos en forma temporal y las expresiones como "ahora" se reemplazan por verbos
en forma no temporal, fechas y momentos. Quine llama "oraciones eternas" a estas
oraciones cuyo valor de verdad permanece constante.
Haack (1978, p.103) sostiene que exigencias como 1) y 2), impuestas por
quienes rechazan a las oraciones como portadores de verdad, pero que de todos modos
las afirmaciones y proposiciones tampoco logran satisfacer, surgen, por otra parte, de

19
supuestos cuestionables sobre la teoría de la verdad, a saber, que una teoría correcta
debe ser bivalente (esto es, postular o suponer dos valores de verdad) y producir verdad
atemporal.
Una sola cosa más diremos sobre el problema de los portadores de verdad -que,
por supuesto, sigue siendo actualmente un problemas filosófico no resuelto-: es otro de
los problemas que no se pueden resolver mediante el análisis del lenguaje ordinario. En
efecto, la pregunta correspondiente no está implícitamente respondida en dicho
lenguaje; la gente común atribuye verdad a lo que se dice sin pronunciarse en modo
alguno sobre la naturaleza o el status ontológico de lo que se dice.

7. Teorías de la verdad: definiciones y criterios

Pasamos ahora al segundo de los problemas filosóficos antes mencionados, esto


es, a la pregunta "¿Qué es la verdad?", que le fuera hecha nada menos que a Jesucristo
por Poncio Pilatos. De los varios sentidos que se le pueden atribuir a esta pregunta, nos
quedaremos solamente con el que corresponde a las formulación que antes le dimos,
esto es, la entenderemos como sinónima de "¿Qué tiene que pasar para que un portador
de verdad sea verdadero?". Cualquier respuesta a esa pregunta constituye lo que en la
terminología filosófica se llama una "teoría de la verdad". A continuación trataremos de
esbozar los principales tipos de teorías de la verdad que se han propuesto.
Para las teorías coherentistas, una creencia es verdadera (o falsa) sólo en la
medida en que forma parte de un sistema de creencias, y su verdad consiste en cierta
relación de coherencia con las demás creencias del sistema. Se necesita especificar en
qué consiste esta relación de "coherencia"; algunos críticos de la teoría han supuesto
que se trata sólo de consistencia (algo parecido a la no-contradicción), pero sus
defensores la entienden como consistencia y exhaustividad (se dice que un conjunto de
creencias es exhaustivo si no se le puede agregar ninguna creencia nueva sin volverlo
inconsistente). Para las teorías correspondentistas, la verdad de una proposición
consiste, no en su relación con otras proposiciones, sino en su relación con el mundo, en
su correspondencia con los hechos. La teoría pragmatista -en una versión extrema que
tal vez no haya sido defendida por nadie, pero que sin embargo es la más difundida-
dice que una creencia es verdadera si "funciona", si conduce a un comportamiento
eficaz. En las variantes más matizadas -por ejemplo, en la desarrollada por Peirce-,
combina las dos teorías anteriores, admitiendo que la verdad de una creencia consiste en

20
su correspondencia con la realidad, pero sosteniendo que se manifiesta por su
coherencia con otras creencias. La teoría de la redundancia, propuesta por Ramsey en
1927, afirma que "verdadero" es redundante, pues decir que "p" es verdadero es
equivalente a decir que p.
Hay que distinguir entre definiciones de la verdad (esto es, de la expresión
"enunciado verdadero") y criterios de verdad. Mientras que una definición da el
significado de "enunciado verdadero", un criterio es un test, método o procedimiento
para determinar si un enunciado es verdadero o falso. Suele decirse, sin embargo, que la
definición de cualquier palabra o expresión es un criterio para su aplicación, y en cierto
sentido esto es efectivamente así. Lo que sucede en que en algunos casos averiguar si se
da lo que dice la definición de "x" es tan difícil como averiguar si se da x, y en estos
casos la definición no constituye un criterio en el sentido de la palabra que ahora nos
interesa, esto es, en el sentido de proporcionarnos un indicador confiable de la presencia
de x que sea más fácil de descubrir que x.
La definición de la palabra "mesa" que figura en los diccionarios comunes es
una "definición criterial" en el sentido indicado. Tales diccionarios dicen, en efecto, que
una mesa es un mueble que consta de una tabla apoyada sobre una o varias patas. La
definición sólo hace referencia a características observables de las mesas, de modo que
basta entenderla para reconocer una mesa, para determinar si un objeto cualquiera es
una mesa; la definición es, así, al mismo tiempo, un criterio efectivo de "mesidad".
Cuando disponemos, como en este caso, de un criterio definicional, tenemos la ventaja
de que es infalible (aunque, por supuesto, no nos vuelve infalibles a nosotros, que
podemos aplicarlo mal -o fracasar en la tentativa de aplicarlo, si se prefiere emplear
"aplicación" como palabra de logro-); si un objeto consta de una tabla apoyada sobre al
menos una pata, entonces ese objeto es por definición una mesa. Lamentablemente, no
es esto lo que ocurre con las palabras más interesantes.
Consideremos, por ejemplo, la palabra "ácido", y supongamos que en los libros
de química se la define haciendo referencia a la estructura molecular de los ácidos.
Semejante definición no es un criterio de "acidez" de acuerdo con el sentido que le
venimos dando a la palabra "criterio", porque determinar cuál es la estructura molecular
de un líquido es tan difícil como determinar si ese líquido es un ácido. Pero disponemos
de un criterio de acidez que consiste en sumergir en el líquido un papel de tornasol azul;
si el papel se vuelve rojo, el líquido es un ácido. Este criterio no es infalible porque no
forma parte de la definición de "ácido" ni se deduce de ella; contamos sin embargo con

21
él como un indicador confiable de "acidez" porque aceptamos la hipótesis de que hay
una relación causal entre la estructura molecular de los ácidos y su propiedad de volver
rojo al papel de tornasol azul. Si algún día abandonáramos esta hipótesis, deberíamos
buscar un nuevo criterio.
Cuando se acepta la teoría correspondentista de la verdad en cualquiera de sus
variantes, o, mejor dicho, cuando se acepta el "núcleo duro" de dicha teoría -y no
necesariamente los detalles de alguna de sus variantes particulares-, o sea, la idea de que
un enunciado es verdadero si efectivamente ocurre lo que ese enunciado dice que
ocurre, la situación de la palabra "verdad" es peor que la de la palabra "ácido"; no
solamente la definición correspondentista de la verdad no es un criterio de verdad sino
que, además, no existe ningún criterio general de verdad asociado a ella, esto es, ningún
test que, frente a un enunciado cualquiera, permita determinar si efectivamente ocurre lo
que ese enunciado dice que ocurre. Como definición, la correspondentista tiene sin
embargo importantes ventajas (de las que hablaremos enseguida) y esto ha llevado a
algunos a proponer una combinación de la correspondencia como definición con la
coherencia como criterio; así se lo hace, por ejemplo, según ya lo mencionamos, en la
variante desarrollada por Peirce de la teoría pragmatista de la verdad.
¿Cuáles son las ventajas de la teoría correspondentista de la verdad? Señalemos,
en primer lugar, que coincide con las intuiciones de cualquiera: todos somos
espontáneamente correspondentistas. La respuesta que todo el mundo da implícitamente
-y que se revela en el uso común del lenguaje veritativo- a la pregunta "¿Qué es la
verdad?" (entendida como sinónima de "¿Qué tiene que pasar para que un enunciado
sea verdadero?"), es la respuesta correspondentista. Por supuesto, ésta puede no ser la
respuesta explícita de quienes no han prestado al tema una atención especializada -de
hecho, no lo es en la inmensa mayoría de los casos-; en cuestiones como ésta, las
personas comunes dan respuestas que reflejan fielmente su propio uso del lenguaje sólo
si se las somete a un "hábil interrogatorio", esto es, sólo si se eligen bien las preguntas.
Es que, como dice Stephen Barker, "lo que una persona dice acerca de cómo usa una
palabra no es más digno de confianza que, por ejemplo, lo que dice un tenista acerca de
cómo se mueve mientras juega; es posible cometer errores al describir las propias
actividades". También Ernest Nagel, al referirse a las encuestas como una de las
técnicas utilizadas en la investigación social para la recolección de datos, ha señalado
que la circunstancia de que el entrevistado sepa que es objeto de interés puede inducirlo
"a dar respuestas aplomadas a cuestiones acerca de las cuales nunca ha reflexionado"

22
(1961, p. 421). De modo que, como dice Tarski, las investigaciones realizadas mediante
encuestas

deben llevarse a cabo con el máximo cuidado. Por ejemplo, si le preguntáramos


[…] a un adulto inteligente sin preparación filosófica especial si considera que
una oración es verdadera si concuerda con la realidad, […] puede resultar
simplemente que no comprenda la pregunta; por consiguiente su respuesta,
cualquiera que sea, carecerá de valor para nosotros. Pero su respuesta a la
pregunta acerca de si admitiría que la oración "Está nevando" puede ser
verdadera aun cuando no esté nevando, o falsa aunque esté nevando, sería,
naturalmente, muy importante para nuestro problema (1944, p. 141).

Por eso no le sorprendió en modo alguno -agrega- enterarse de que en una encuesta
realizada por A. Ness sólo el 15 % estuvo de acuerdo en que "verdadero" significaba
para ellos concordante con la realidad, mientras que el 90 % estuvo de acuerdo en que
la oración "Está nevando" es verdadera si y sólo si está nevando.

De modo que una gran mayoría de esas personas parecían rechazar la


concepción clásica de la verdad en su formulación "filosófica", aceptando en
cambio la misma concepción cuando se la formulaba en palabras sencillas (p.
142).

Otra ventaja de la teoría correspondentista consiste en que es "autosuficiente",


mientras que sus rivales parecen tener necesidad de apoyarse en ella. Supongamos que
adherimos al pragmatismo "vulgar" según el cual una creencia es verdadera si nos hace
tener más éxito en el logro de nuestros objetivos, y supongamos también que uno de
nuestros objetivos es ganar dinero, de modo que una creencia cualquiera C será
verdadera si teniéndola ganamos más dinero que no teniéndola. ¿En qué sentido tiene
que ser verdad que ganamos más dinero desde la adquisición de C, en sentido
pragmatista o en sentido correspondentista? Esto es, ¿tenemos que ganar en serio más
dinero o basta con creer que lo estamos haciendo?8 Si se responde que basta con
creerlo, esta nueva creencia tendrá que facilitar a su vez el logro de algún objetivo -el
mismo u otro diferente- con respecto al cual se volverá a plantear la cuestión de si hay
que alcanzarlo realmente o basta con creer que se lo ha alcanzado. Pero alguna vez
habrá que parar, so pena de que no haya ninguna creencia verdadera, y la única manera
de hacerlo consiste en admitir creencias que sean verdaderas en el sentido

8
Esta objeción le fue formulada por Juan de Mairena a un panadero pragmatista que, habiendo
aumentado los precios, sostenía que, para justificar tal aumento, no hacía falta mejorar realmente la
calidad de los productos que vendía, bastando para ello con que los clientes creyeran que dicha calidad
había mejorado. A lo que Juan de Mairena replicó que, entonces, tampoco hacía falta pagar realmente el
aumento, bastando con que el panadero creyera que lo cobraba.
23
correspondentista. (Por supuesto, nada de lo dicho se aplica al pragmatismo
"sofisticado", por la sencilla razón de que éste es correspondentista.)
Todo lo expuesto vale también para el coherentismo. "Un enunciado cualquiera
E es verdadero si es coherente con los demás enunciados creídos por X (un individuo o
comunidad cualquiera)". ¿En qué sentido tiene que ser verdadero ese enunciado -
digamos, E'-, en sentido coherentista o en sentido correspondentista? Esto es, ¿se
necesita que E sea coherente con los demás enunciados creídos por X o basta con que lo
sea E'? Y todo continúa, mutatis mutandis, como en el párrafo anterior.
Incluso alguien que propone una teoría consensual de la verdad, como Apel
(1987), parece admitir las dos ventajas que hemos expuesto cuando dice que "la teoría
realista de la verdad como correspondencia no es sólo la intuición básica natural
respecto a la verdad de los enunciados, sino que está presupuesta también por todas las
teorías de la verdad como su condición necesaria" (p. 44).
Señaladas esas ventajas del correspondentismo, consideremos algunos de sus
posibles defectos. Podría pensarse que la definición correspondentista de "verdad" sólo
es aplicable a proposiciones triviales, como "La nieve es blanca";

podría creerse -ha señalado Simpson (1975)- que si consideramos una oración
más compleja, acerca de campos electromagnéticos o procesos históricos, la
situación es distinta. Sin embargo -sigue diciendo-, esta creencia se basa en una
confusión entre verdad y criterio de verdad; la complejidad de los tests
experimentales que ponen a prueba enunciados teóricos de alto nivel, cuando
tales tests son posibles, sólo muestra que los criterios de verdad son
correlativamente más complejos, pero no que se necesita un cambio en la
definición de verdad.

No disponer de un criterio de verdad infalible es uno de los reproches que


normalmente se le hacen al correspondentismo. Formulada como pregunta retórica, la
objeción es ésta: ¿para qué nos sirven las verdades que no conocemos? También se la
puede formular del siguiente modo: un concepto o una idea de la verdad -una definición
de la palabra "verdad" o de "proposición verdadera"- no es legítimo si no suministra (o,
como mínimo, está asociado con) un criterio de verdad, es decir, un método para
determinar el valor de verdad de cualquier enunciado. Tal como lo entiende el
correspondentismo, el predicado "es verdadero" no se puede aplicar con seguridad a
ningún enunciado (salvo tal vez los que versan sobre mi experiencia presente). ¿No será
mejor abandonar este concepto vacío y reemplazarlo por otro? A esto responderemos,
siguiendo a Rudolf Carnap, que si los términos que no tienen casos seguros de
aplicación debieran ser abandonados, esto no afectaría solamente a la palabra "verdad"
24
sino a todos los términos, o al menos a la mayoría. Si no podemos tener la certeza de
que sea verdadera la afirmación "Esto es alcohol" -y, en efecto, no podemos tenerla,
como lo hemos señalado al ocuparnos del conocimiento-, entonces tampoco podemos
tener la certeza de que esto sea alcohol; de modo que, junto con "verdad", tenemos que
rechazar "alcohol" y todos los demás términos.
Una característica importante de la verdad correspondentista es su
independencia respecto del conocimiento, característica que algunos expresan diciendo
que no es un concepto de verdad epistémico. Dijimos antes, al ocuparnos del análisis del
conocimiento, que el conocimiento implica verdad: si X sabe que p, entonces "p" es
verdadera. Pero, cuando el concepto de verdad es el correspondentista, no ocurre a la
inversa: la verdad es independiente del conocimiento. Consideremos la siguiente
proposición verdadera: "Las golondrinas son aves migratorias". ¿Por qué decimos que
es verdadera? Por una razón extremadamente sencilla: porque las golondrinas son aves
migratorias. No porque sepamos que lo son, sino porque son migratorias -lo sepa
alguien o no-. Para comprenderlo mejor, consideremos esta otra proposición: "Hace diez
millones de años llovió en el lugar donde ahora está la ciudad de Mar del Plata". Nadie
puede saber si esta proposición es verdadera o falsa; sin embargo, tiene que ser una de
las dos cosas, ya que hace diez millones de años, en este lugar, o llovió, en cuyo caso la
proposición es verdadera, o no llovió, en cuyo caso es falsa.

8. Relativismo con respecto a la verdad

Otra característica importante de la verdad correspondentista es que, en lo que a


ella concierne, el relativismo con respecto a la verdad es una teoría falsa. Suele decirse
que no hay verdades absolutas, que todas las verdades son relativas. A veces lo que se
quiere decir con esto está bien; lo que se quiere decir es que con el tiempo cambian las
creencias de la gente, y lo que ayer se creía verdadero, hoy se cree falso; o que lo que
Fulano cree verdadero, Mengano lo cree falso. Todo esto está bien -se trata incluso de
algo trivial, que todo el mundo sabe-, pero se lo expresa de manera innecesariamente
engañosa al decir que la verdad es relativa. Ahora bien, si en serio se quiere decir
literalmente esto último -que la verdad es relativa-, entonces se trata sencillamente de
una afirmación falsa: es obvio que pueden cambiar, como hemos dicho, las creencias de
la gente, pero no los valores de verdad de las proposiciones -al menos, no los de todas-,
y no hay que confundir estas dos cosas. La proposición "La Tierra es plana" no

25
solamente es falsa ahora, cuando todo el mundo cree que la Tierra es redonda; también
era falsa en la antigüedad, cuando muchos la creían verdadera. Como lo hemos señalado
ya varias veces, esto se refleja en nuestra manera de hablar: no decimos "Los antiguos
sabían que la Tierra era plana" sino "Los antiguos creían…"; y nos expresamos de esta
manera porque (al menos prima facie) el conocimiento implica verdad (en cuya
ausencia, por lo tanto, no atribuimos conocimiento), cosa que no ocurre con la mera
creencia. Esta discusión sólo resulta interesante si la idea de la verdad involucrada es la
correspondendista; para las teorías coherentista y pragmatista (vulgar), el relativismo
con respecto a la verdad es una tesis verdadera pero también trivial: es obvio, por
ejemplo, que a mí puede resultarme útil una creencia que a otro no le conviene tener.
El antirrelativista puede admitir que hay proposiciones cuyo valor de verdad
cambia al cambiar las circunstancias (siempre que los portadores de verdad sean en
efecto proposiciones, u oraciones-tipo; el valor de verdad que tiene una oración-caso al
finalizar su emisión no puede cambiar). Así, por ejemplo, la proposición "Está
lloviendo" es verdadera en algunas situaciones -cuando llueve- y falsa en otras; la
proposición "Me duele la cabeza" es verdadera si la profiero yo en este momento, y
falsa si la emite otro, o yo mismo en otro momento. No está obligado a admitirlo; puede
hacer tan estricto el criterio de identidad para proposiciones como para que cualquier
cambio en el estado de cosas implique un cambio de proposición -aunque ya hemos
señalado que esta maniobra tropieza con una grave dificultad-, o sostener que "Está
lloviendo" y "Me duele la cabeza" son, como la mayoría de las oraciones que emitimos,
oraciones elípticas o incompletas, y que el valor de verdad de las correspondientes
oraciones completas -que especifican fechas, momentos y lugares- no puede cambiar.
No está obligado a admitirlo, decía, pero puede hacerlo sin problemas, ya que -para
refutar la tesis de que todas las verdades son relativas- a él le basta con que algunas
oraciones sean "eternas" en el sentido de Quine, y es indudable que esto último ocurre.
En efecto, ningún cambio en las circunstancias podría alterar el valor de verdad de
"Sócrates murió en el 399 a. C." o "Un cuerpo no sometido a la acción de ninguna
fuerza externa persiste en su estado de reposo o de movimiento rectilíneo uniforme".
Estas últimas oraciones pueden ser verdaderas o falsas, se las puede creer verdaderas en
un momento histórico y falsas en otro, pero de ningún modo puede ocurrir que su valor
de verdad cambie.
Contra esta idea de la verdad como algo independiente de lo que crean o sepan
los hombres podría formularse otra objeción: si no hubiera hombres, no habría

26
proposiciones, y, en consecuencia, no habría proposiciones verdaderas, no habría
"verdades". Aunque no todos los filósofos estarían de acuerdo con esto, en el presente
contexto lo admitiremos for the sake of the argument. Aun admitiéndolo, lo que
depende de los hombres es la existencia de proposiciones, pero no su valor de verdad.
Veámoslo a través de un ejemplo. Si no existiéramos nosotros, tampoco existiría -
supongamos- la proposición "Las golondrinas son aves migratorias"; que exista
depende, pues, de nosotros. Pero, una vez que existe, su valor de verdad no depende de
nosotros -no depende de nuestras creencias, conocimientos, deseos, etc.- sino solamente
de los hábitos de las golondrinas. El carácter absoluto de la verdad no requiere que haya
proposiciones; requiere que, dadas ciertas proposiciones, sus valores de verdad sean
inalterables.

9. Analítico-sintético, a priori-a posteriori, necesario-contingente, racionalismo y


empirismo

El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) propuso dos importantes


distinciones, a saber, analítico-sintético y a priori-a posteriori. La definición kantiana
de analiticidad perdió vigencia por ser aplicable solamente a enunciados de la forma "S
es P" (Kant aceptaba la tesis aristotélica según la cual todas las oraciones son en último
análisis de esa forma); contemporáneamente se la ha reformulado diciendo que un
enunciado es analítico si es verdadero en virtud del significado de sus términos (a los
enunciados que son falsos en virtud del significado de sus términos se los llama
"contradicciones"). Así, por ejemplo, "El perro es un animal" es un enunciado analítico
porque ser un animal forma parte del significado de la palabra "perro". Los enunciados
analíticos no dan ninguna información sobre hechos (extralingüísticos); por eso se dice
que carecen de contenido fáctico. Los enunciados sintéticos son verdaderos o falsos, no
sólo en virtud de lo que significan, sino también en virtud de cómo es el mundo y
tienen, en consecuencia, contenido fáctico; "La Luna gira alrededor de la Tierra" es un
enunciado sintético.
"A priori" y "A posteriori" significan literalmente antes y después, pero Kant no
los usaba en este sentido temporal. Calificaba de a priori a los conocimientos que son
independientes de la experiencia (de la experiencia sensorial o perceptual, es decir, de la
observación), pero no independientes en un sentido genético. Kant sostenía que ningún
conocimiento se adquiere sin experiencia; todo conocimiento -decía- comienza con la
experiencia. Pero ciertos conocimientos son, según él, independientes de la expderiencia
27
en otro sentido, en el sentido de que se los puede justificar -esto es, se puede probar que
son verdaderos los enunciados que los expresan- sin recurrir a la experiencia, sin tener
en cuenta el resultado de ninguna observación. Todos los enunciados analíticos son
también a priori. Lo cual no es raro: si un enunciado no dice nada sobre el mundo, no es
extraño que se pueda probar su verdad sin observar el mundo.
Los enunciados a posteriori, en cambio, son afirmaciones que no se pueden
justificar sin recurrir a la experiencia. No se puede probar la verdad del enunciado "La
Luna gira alrededor de la Tierra" citando el significado de sus términos; se necesitan
algunas experiencias específicas, que en este caso son ciertas observaciones
astronómicas. Al conocimiento a posteriori, al que sí depende de la experiencia, se lo
suele llamar hoy conocimiento empírico.
Como dijimos, todos los enunciados analíticos son a priori, y es obvio que hay
enunciados sintéticos a posteriori. La pregunta es: los enunciados sintéticos, ¿son todos
a posteriori? ¿O hay un ámbito del conocimiento que es al mismo tiempo sintético y a
priori? Esto último es lo que sostenía Kant; uno de los supuestos fundamentales de su
pensamiento es que hay conocimiento sintético a priori. A los que admiten esto se los
clasifica como racionalistas (porque le reconocen a la razón la capacidad de saber algo
sobre el mundo sin ayuda de la experiencia); a los que lo rechazan, como empiristas.
Tal vez convenga hacer una aclaración terminológica. Los filósofos usan la palabra
"racionalismo" en al menos dos sentidos: en uno de esos sentidos -el que ahora nos
interesa-, racionalismo se opone a empirismo; en el otro, se opone a irracionalismo.
Debido a esta polisemia, un filósofo puede ser a la vez empirista y racionalista (en el
segundo sentido), o racionalista e irracionalista, combinaciones ambas que de hecho son
frecuentes.
Los enunciados a priori no pueden ser falsos; son enunciados necesariamente
verdaderos, o, como también se dice, verdades necesarias. Esto se explica a veces en
términos de "mundos posibles": un enunciado necesariamente verdadero -se dice- es
verdadero en todos los mundos posibles. Decir que un enunciado es verdadero es decir
que es verdadero para el mundo real, pero algunos enunciados también son verdaderos
para todos los demás mundos posibles; éstos son las verdades necesarias y son también
a priori. Los enunciados que son verdaderos para el mundo real, pero no para todos los
mundos posibles, no son necesarios; son sintéticos a posteriori. A esta última clase
pertenecen las leyes de las ciencias fácticas (aunque no según Kant): aun cuando
describen el mundo real con considerable generalidad, hay muchos mundos posibles

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para los cuales no valen, y, por lo tanto, no son verdades necesarias. Las verdades
lógicas y matemáticas, en cambio, se dice que son verdaderas para todos los mundos
posibles, incluyendo por supuesto el mundo real.
Muchos filósofos han sostenido, sin embargo, que las leyes de la naturaleza son
necesarias. Se trata de una cuestión discutida, pero una cosa parece segura: si hay
alguna necesidad en las leyes de la naturaleza, no es el tipo de necesidad que acabamos
de caracterizar en el párrafo anterior. Desde el punto de vista de ese tipo de necesidad,
las leyes de la naturaleza son contingentes (esto es, no necesarias). Por ejemplo, la ley
de la dilatación térmica de los metales: "Todos los metales se dilatan al ser calentados",
no es verdadera para todos los mundos posibles; hay mundos posibles donde los metales
se contraen al ser calentados.
En muchos casos, cuando un enunciado es verdadero, todos los enunciados que
tienen la misma forma lógica son también verdaderos. Esto ocurre con los enunciados
tautológicos, como "Llueve o no llueve". Pero también sucede con otros que no son
tautologías, como "Todos los cuervos negros son negros". En ambos casos, si los
componentes no lógicos ("llueve", en el primer caso, y "cuervos" y "negros", en el otro)
se reemplazan de manera uniforme, lo que se obtiene es otro enunciado verdadero.
Cuando un enunciado tiene esta propiedad -la propiedad de que todos los enunciados de
la misma forma son verdaderos-, se dice que ese enunciado es verdadero en virtud de su
forma lógica, o que es un enunciado lógicamente verdadero, o una verdad lógica. Como
se ve, las tautologías son un subconjunto de las verdades lógicas; son las verdades de la
lógica proposicional.
Las verdades lógicas son ejemplos paradigmáticos de enunciados analíticos, es
decir, de enunciados cuya verdad depende solamente de los significados de los términos
que contienen. En el caso de las verdades lógicas, los únicos significados que importan
son los significados de los términos lógicos, que en los ejemplos del párrafo anterior son
"o", "no", "todos" y "son".
Todas las verdades lógicas son enunciados analíticos, pero no todos los
enunciados analíticos son verdades lógicas. La verdad de "Ningún soltero es casado" no
depende solamente del significado de sus términos lógicos sino también del significado
de los términos descriptivos "soltero" y "casado". Las verdades lógicas son entonces un
subconjunto de los enunciados analíticos. Lo que sí se puede decir es que todo
enunciado analítico, o bien es una verdad lógica, o bien se puede convertir en una
verdad lógica mediante el intercambio de sinónimos. Así, a partir de "Ningún soltero es

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casado" se puede obtener, mediante el reemplazo de "soltero" por la expresión sinónima
"hombre no casado", "Ningún hombre no casado es casado".

10. Nociones básicas de lógica elemental. Los razonamientos como tema de la


lógica. Componentes de los razonamientos: premisas y conclusión

La lógica estudia los razonamientos, pero no los razonamientos como procesos


mentales -que son tema de la psicología- sino los productos de tales procesos. Entendido
de esta manera, un razonamiento es un conjunto de enunciados (o de oraciones, o de
proposiciones: de los "portadores de verdad" que fueren) formulado por alguien que
pretende que uno de esos enunciados -la "conclusión" del razonamiento- se sigue (se
desprende, se deriva) de los demás -las "premisas" del razonamiento-. Esa pretensión -la
pretensión de que las premisas dan apoyo o fundamento a la conclusión- es lo que
distingue a los razonamientos de otros conjuntos de enunciados como las descripciones
y los relatos.
Es bastante común el uso de la palabra "argumento" como sinónima de
"razonamiento", uso que seguramente constituye un anglicismo ("argument" significa,
en una de sus acepciones, lo mismo que "razonamiento") pero tiene la ventaja de que
permite decir cosas como "función argumentativa del lenguaje", que suena mejor que
"función razonativa…". También "inferencia" significa lo mismo que "razonamiento",
aunque algunos autores prefieren reservar "inferencia" para el proceso y "razonamiento"
para el producto. La relación entre "inferir" y "razonar" es análoga a la que existe entre
"saber" y "conocer"; son verbos que significan lo mismo pero cuyo comportamiento
gramatical es distinto: está bien decir "Infirió que…" y en cambio es incorrecto decir
"Razonó que…" (aunque Borges a veces lo dice).
Hemos dicho que la lógica no se ocupa de los razonamientos como procesos
mentales sino de los razonamientos como conjuntos de enunciados. Sin embargo, a
continuación hemos definido "razonamiento" haciendo intervenir en la definición un
ingrediente psicológico, a saber, la intención del hablante; hemos dicho, en efecto, que
un conjunto de enunciados es un razonamiento, en vez de ser una descripción o un
relato, si el que formula esos enunciados pretende que uno de ellos se sigue de los
demás. Pudimos haber procedido de otro modo; pudimos haber dicho que un
razonamiento es un conjunto de enunciados tal que uno de esos enunciados se sigue de
los demás. Si hubiéramos hecho esto último, habríamos preferido emplear

30
"razonamiento" como palabra "de logro", en vez de usarla como palabra "de intento",
que es lo que de hecho hemos preferido.
Tal vez se pueda aclarar un poco más en qué consisten estas dos maneras de
emplear una palabra mostrando que la misma situación se presenta respecto de otras
palabras, por ejemplo respecto de la palabra "suma". Si alguien dice que dos más dos
son cinco, ¿está sumando mal o no está sumando? En el lenguaje común la palabra
"suma" se usa como palabra de intento, de modo que el que dice que dos más dos son
cinco está sumando, aunque mal. En algunos sistemas de aritmética, en cambio, la suma
se define de modo tal que no puede haber sumas mal hechas; "suma" se emplea en este
caso como palabra de logro y en consecuencia el que dice que dos más dos son cinco no
está sumando.
¿Y por qué preferimos usar "razonamiento" como palabra de intento? Porque
queremos que se aplique también a los razonamientos muy malos, cuya conclusión no
se sigue en modo alguno de sus premisas. Si empleáramos "razonamiento" como
palabra de logro, no podríamos clasificar como razonamientos a esos razonamientos
muy malos, y nos parece que esto podría limitar de manera indeseable las aplicaciones
de la lógica. Además, algunos conjuntos de enunciados pueden corresponder a varios
razonamientos distintos, en cuyo caso se necesita tener en cuenta la intención del
hablante para identificar un razonamiento. Es lo que ocurre con el siguiente conjunto de
enunciados:

Sobre un terreno llano hay un mástil de 3 metros de altura.


El sol brilla en el cielo con una elevación de 53.13º.
El mástil proyecta una sombra de 2,25 metros de longitud.

Cualquiera de esos tres enunciados se sigue de los otros dos (en el sentido más fuerte
posible: se deduce válidamente -concepto que enseguida explicaremos- de los otros
dos). Por otra parte, premisas y conclusión pueden aparecer -y de hecho aparecen- en
cualquier orden en los razonamientos formulados en lenguaje común; no es en modo
alguno obligatorio que la conclusión vaya al final. De modo que, como ya se dijo, no
podemos identificar un razonamiento sin saber, o al menos conjeturar, qué quiso decir el
hablante. Si queremos aplicar la lógica a los lenguajes comunes -y hay razones para
querer hacerlo-, tenemos que ser capaces de identificar argumentos formulados en uno
de esos lenguajes, y en muchos casos no podremos hacerlo sin tener en cuenta la
intención del hablante.

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2. Reconocimiento de razonamientos

¿Cómo podemos saber que un conjunto de enunciados es un razonamiento, y no


una descripción o un relato? Dicho de otro modo, ¿cómo se reconocen los
razonamientos? En los casos más favorables se los reconoce gracias a ciertas
expresiones que acompañan a los enunciados y que indican que estamos en presencia de
un razonamiento. Estos "indicadores de razonamiento" son de dos clases: indicadores de
premisa, como "puesto que", e indicadores de conclusión, como "por lo tanto". En los
casos menos favorables, es decir, cuando los enunciados no están acompañados por
indicadores de razonamiento, tenemos que conjeturar la intención del hablante, en lo
cual podemos, por supuesto, equivocarnos -pero lo más frecuente es que acertemos-.
La caracterización que hemos hecho de los razonamientos implica que un
razonamiento consta de al menos dos enunciados: la conclusión y por lo menos una
premisa. (Se dice a veces que ciertos enunciados se derivan de ninguna premisa, o del
conjunto vacío de premisas; se trata de un tecnicismo cuyo tratamiento parece razonable
omitir en el presente contexto.)
Los silogismos son razonamientos de un tipo especial y tienen por definición dos
premisas; pero esto no vale para los razonamientos no silogísticos, que pueden tener un
número cualquiera de premisas. Desde su creación por Aristóteles, la lógica fue durante
más de veinte siglos casi exclusivamente una teoría del silogismo, y esto ha seguido
influyendo hasta no hace mucho en la enseñanza de la lógica en el colegio secundario,
generando en los estudiantes la tendencia a pensar que todos los razonamientos tienen
dos premisas, por lo cual tiene cierta importancia la aclaración de que los razonamientos
en general -aunque no los silogismos en particular- pueden tener un número cualquiera
de premisas.

3. El concepto de razonamiento válido

Si el razonador pretende que el apoyo que las premisas dan a la conclusión es un


apoyo concluyente -esto es, un apoyo tal que es imposible que la conclusión sea falsa si
las premisas son todas verdaderas-, el razonamiento es deductivo; si pretende, en
cambio, que las premisas dan algún apoyo a la conclusión, pero no un apoyo
concluyente, el razonamiento es inductivo. Si las premisas realmente dan a la

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conclusión un apoyo concluyente, el razonamiento es un razonamiento deductivo
válido; en caso contrario, es decir, si es concluyente el apoyo pretendido pero no el real,
se trata de un razonamiento deductivo inválido. Dicho de otro modo, un razonamiento
es deductivo si el hablante pretende que es válido; si no existe tal pretensión -es decir, si
el que formula el razonamiento lo considera, por decirlo así, plausible, pero no válido-,
el razonamiento es inductivo.
Hemos hecho con "deducción" lo mismo que antes hicimos con "razonamiento",
esto es, la hemos empleado como palabra de intento. Si la hubiéramos usado como
palabra de logro, no podríamos hablar, como lo hemos hecho, de razonamientos
deductivos inválidos, ya que éstos se diferencian de los razonamientos inductivos sólo
por la intención del hablante.

4. Deducción e inducción

Tradicionalmente se decía que los razonamientos deductivos van de lo general a


lo particular y que los inductivos recorren el camino inverso, esto es, van de lo
particular a lo general. Lo que se quería decir con esto es que en los razonamientos
deductivos al menos una de las premisas es más general que la conclusión y que en los
inductivos, por el contrario, la conclusión es más general que cualquiera de las
premisas. Se estaba pensando en razonamientos deductivos como el más citado de los
silogismos: "Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre. Por lo tanto,
Sócrates es mortal", y en razonamientos inductivos como: "Este cuervo es negro, aquél
también, etc.; por lo tanto, todos lo cuervos son negros". El criterio que se aplicaba para
clasificar los razonamientos en deductivos e inductivos era entonces el grado de
generalidad de premisas y conclusión. Según esto, los razonamientos se dividían
primero en deductivos y no-deductivos, y estos últimos se subdividían en razonamientos
inductivos y razonamientos por analogía (en estos últimos premisas y conclusión tienen
el mismo grado de generalidad); o bien se distinguía de entrada entre razonamientos
deductivos, inductivos y por analogía. Tal criterio obliga a clasificar como inductivos a
razonamientos que conservan necesariamente la verdad, como por ejemplo el siguiente:
"Esto es un plato volador; por lo tanto, hay platos voladores", cuya única premisa es
menos general que la conclusión. En nuestros días se ha considerado conveniente
mantener los términos "deducción" e "inducción" pero evitando semejante consecuencia

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mediante un cambio en el criterio de clasificación; ahora se clasifican como deductivos
todos los razonamientos formulados con la pretensión de que la verdad de sus premisas
es incompatible con la falsedad de su conclusión, y a todos los demás se los clasifica
como inductivos.

5. El problema de la inducción

De acuerdo con todo lo dicho, los razonamientos inductivos nunca son válidos,
es decir, nunca conservan la verdad; siempre pueden llevarnos, aunque estén bien
hechos, de premisas verdaderas a conclusiones falsas. Por otra parte, no podemos
prescindir de ellos; estamos obligados a razonar también inductivamente, y no sólo
deductivamente. La conjunción de estas dos cosas -los razonamientos inductivos son
inválidos y estamos obligados a razonar inductivamente- da lugar a lo que se ha llamado
"el problema de la inducción".

6. La validez como conservación de la verdad

De todas las nociones mencionadas hasta ahora, la única que puede definirse en
términos exclusivamente lógicos -o sea, sin hacer intervenir ese factor psicológico que
es la intención del hablante- es, por suerte, la que más nos interesa: la noción de
razonamiento válido. La definición de razonamiento válido que Copi da en el capítulo 1
de su Introducción a la lógica dice más o menos lo siguiente: un razonamiento es válido
si, en caso de que sus premisas sean todas verdaderas, es necesario que la conclusión
también sea verdadera. Otra definición equivalente a ésa dice que un razonamiento es
válido si no puede tener premisas verdaderas (todas, se sobreentiende) y conclusión
falsa.
Estas definiciones mencionan la característica que más nos interesa de los
razonamientos válidos, a saber, que en ningún caso nos llevan de premisas verdaderas a
conclusiones falsas. A veces esto se expresa diciendo que los razonamientos válidos
conservan (necesariamente) la verdad.
Las definiciones que hemos dado de "razonamiento", "razonamiento deductivo"
y "razonamiento válido" tropiezan con un inconveniente bastante grave, a saber,
permiten la existencia de razonamientos que conserven la verdad, o sea, razonamientos
cuyas premisas dan a su conclusión un apoyo concluyente, y que no son deductivos

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debido a que, por error, el razonador los considera plausibles pero no válidos. ¿Cómo se
puede arreglar esto? Tal vez se pueda decir que un razonamiento es inductivo si el
hablante pretende tal y cual cosa, salvo que se trate de un razonamiento válido, en cuyo
caso es deductivo.
Estamos interesados en los razonamientos que conservan la verdad porque
estamos interesados en el razonamiento como fuente indirecta de conocimiento, y en
principio no hay conocimiento falso.
Para que un razonamiento sirva en efecto como fuente de conocimiento, debe
tener dos virtudes: ser válido y tener premisas verdaderas. Cuando un razonamiento las
tiene, se dice que es un razonamiento "sólido". Esas dos virtudes son independientes
una de otra: un razonamiento válido puede constar exclusivamente de enunciados falsos,
como ocurre con el siguiente: "Todos los catamarqueños son franceses; por lo tanto,
algunos franceses son catamarqueños"; y uno inválido puede constar exclusivamente de
enunciados verdaderos, como ocurre con éste: "Si yo fuera Presidente, sería famoso. Yo
no soy Presidente. Por lo tanto, yo no soy famoso".
¿Por qué digo que es inválido este último razonamiento, si no me ha llevado de
premisas verdaderas a conclusión falsa? Porque podría haberlo hecho: es obvio que
cualquiera -hasta yo- podría ser famoso por otro motivo. Si hablamos de situaciones
posibles (los filósofos hacen algo peor: hablan de mundos posibles), podemos decirlo en
indicativo: hay situaciones (mundos) posibles respecto de las cuales ese razonamiento
tiene premisas verdaderas y conclusión falsa. ¿Y cómo se averigua si las hay? Tratando
de imaginarlas; si logro imaginar una situación respecto de la cual un razonamiento
dado tiene premisas verdaderas y conclusión falsa, el razonamiento es inválido. Una
variante de este "método" consiste en encontrar otro razonamiento lógicamente análogo
al razonamiento dado y que tenga premisas verdaderas y conclusión falsa. Sin haber
estudiado lógica, se advierte intuitivamente que un razonamiento como "Si Maradona
fuera Presidente, sería famoso. Maradona no es Presidente. Por lo tanto, Maradona no es
famoso", además de tener premisas verdaderas y conclusión falsa, es lo suficientemente
parecido al que aparece al final del párrafo anterior como para probar la invalidez de
este último.
Algo que a veces llama la atención es que la deducción (válida) conserva la
verdad pero no la falsedad. Mediante la deducción es posible pasar de premisas falsas a
conclusiones verdaderas. ¿Cómo se explica esto? Las premisas de un razonamiento,
consideradas en su conjunto, se clasifican como falsas si al menos una de ellas es falsa,

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y se clasifican como verdaderas sólo si todas ellas lo son. Puede ocurrir, como
consecuencia de esto, que un razonamiento válido tenga como conclusión un enunciado
que se deduzca de la parte verdadera de sus premisas (que consideradas en su conjunto
son falsas). Incluso un solo enunciado falso puede ser verdadero en parte, puede tener
cierto contenido de verdad; es lo que ocurre, por ejemplo, con el enunciado falso
"Todos los domingos llueve en Mar del Plata", del cual se deduce válidamente el
enunciado verdadero "El domingo 30 de enero de 2000 llovió en Mar del Plata". Esta
propiedad de la deducción -la de conservar la verdad pero no la falsedad- tiene
consecuencias importantes para el llamado método hipotético-deductivo.

7. Los métodos de la lógica

Nuestra capacidad de imaginar situaciones posibles no es ilimitada; puede


ocurrir que haya situaciones posibles respecto de las cuales un razonamiento tenga
premisas verdaderas y conclusión falsa sin que seamos capaces de imaginarlas. En
consecuencia, este "método" para determinar la validez no es muy bueno. Pero,
lamentablemente, el concepto de validez que hemos considerado hasta ahora -aunque en
cierto sentido es, como dijimos, el más importante, porque lo que nos interesa de los
razonamientos es que conserven la verdad- no sirve como base para aplicar los métodos
que ha desarrollado la lógica para determinar si un razonamiento deductivo es válido o
inválido -métodos como el método de las tablas de verdad y el método de la deducción-.
Por eso los lógicos dan otra definición de validez en la que las nociones modales -así se
las llama- de posibilidad y necesidad son reemplazadas por la noción de forma lógica.

8. Validez formal

Para presentar esta segunda definición de validez, hay que introducir en primer
lugar la noción de término lógico. Lamentablemente, no hay ninguna definición de
término lógico aceptada en forma unánime por los especialistas. En lo que sí están de
acuerdo es en cuáles son los términos lógicos. Para un lenguaje "natural" como nuestro
idioma, los términos lógicos son: a) los conectivos, esto es, expresiones como "y", "o",
"no", "si-entonces"; b) los cuantificadores, palabras como "todos" y "algunos", y c) el
verbo "ser" en cualquiera de sus formas personales.

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Todos los demás términos se llaman términos no lógicos o también términos
descriptivos. Desde cierto punto de vista, los términos descriptivos se clasifican en
términos de individuo, como "Sócrates" o "El maestro de Platón", y términos de clase,
como "hombre" o "mortal" (carece de importancia para la lógica la distinción gramatical
entre sustantivos y adjetivos). Se dice que los términos de individuo y los términos de
clase son términos de distinta categoría.
Ahora estamos en condiciones de dar una definición -aunque no una definición
explícita, esto es, no una como las que aparecen en los diccionarios comunes- de "forma
lógica": La forma lógica de un enunciado está determinada por (depende
exclusivamente de) los términos lógicos que ese enunciado contiene y la categoría de
sus términos descriptivos. De acuerdo con esto, y estipulando que las letras mayúsculas
indican el lugar donde pueden ir términos de clase, la forma lógica del enunciado
"Todos los hombres son mortales" (y de un número potencialmente infinito de
enunciados; de todos los que se llaman enunciados universales) es "Todos los A son B".
"Todos los A son B" no es un enunciado; no tiene la característica definitoria de los
enunciados, que es la de ser verdaderos o falsos, y no la tiene debido a que "A" y "B"
son letras carentes de significado. Como tampoco puede decirse que sea una fórmula
porque tiene mucho lenguaje natural, diremos que es una "forma de enunciado". Y de
los enunciados de esa forma diremos que son sus "ejemplos de sustitución".
Si lo que hicimos con "Todos los hombres son mortales" lo hacemos también
con los otros dos componentes del silogismo -usando por ejemplo letras minúsculas
para términos de individuo, y respetando la exigencia de que la sustitución sea
uniforme, esto es, reemplazando cada término que aparezca más de una vez por la
misma letra en todas sus apariciones-, lo que nos queda es un conjunto de tres formas de
enunciado. A ese conjunto lo llamaremos una "forma de razonamiento", y sus ejemplos
de sustitución serán por supuesto razonamientos. Esa forma de razonamiento que hemos
obtenido tiene una particularidad: ninguno de sus infinitos ejemplos de sustitución tiene
premisas verdaderas y conclusión falsa. Esto se puede probar aplicando métodos como
los que antes mencionamos. De una forma de razonamiento que tiene esa característica
se dice que es una forma de razonamiento válida, y de sus ejemplos, que son
razonamientos válidos.
Podemos reformular esto como la segunda definición de validez: Un
razonamiento es válido si es un ejemplo de sustitución de una forma de razonamiento
válida; y una forma de razonamiento es válida si no tiene ningún ejemplo de sustitución

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con premisas verdaderas y conclusión falsa. Esta definición sí permite aplicar los
métodos de la lógica para la determinación de la validez.
Primero definimos validez como conservación de la verdad; ahora la hemos
definido como la posesión de una forma lógica tal que ningún razonamiento de esa
forma tiene premisas verdaderas y conclusión falsa. Es obvio que las dos definiciones
no dicen lo mismo. Más aún: ni siquiera tienen la misma extensión. Hay razonamientos
que conservan la verdad, no en virtud de su forma, sino en virtud del significado de
ciertos términos descriptivos, como por ejemplo el siguiente: "Juan es soltero; por lo
tanto, Juan no es casado".

9. ¿Qué lógica es ésta?

La lógica "estándar" se ocupa exclusivamente de la validez formal, y por eso se


la ha llamado a veces lógica formal (también se la ha llamado lógica simbólica y lógica
matemática, debido al uso abundante de símbolos especiales y fórmulas).
A lo largo de la historia la palabra "lógica" (y su traducción a otros idiomas) ha
sido empleada en distintos sentidos. Así, por ejemplo, lo que Hegel entiende por
"lógica" tiene poco que ver con el análisis lógico de los razonamientos tal como se lo ha
venido practicando desde Aristóteles hasta ahora. Por otra parte, en nuestros días se
habla de muchas lógicas distintas: lógica modal, lógica deóntica, lógica cuántica, lógica
paraconsistente, lógica borrosa, etc., y desde hace unos cuantos años se le hace bastante
propaganda a la lógica informal.
La lógica deductiva estándar técnicamente se denomina lógica de predicados de
primer orden o lógica elemental.

Bibliografía citada (que puede consultarse como complementaria)

Apel, Karl-Otto (1987), "Fallibilismus, Konsenstheorie der Wahrheit und


Letzbegründung", en Philosophie und Begründung, Francfort, Suhrkamp.
Versión castellana de Norberto Smilg, "Falibilismo, teoría consensual de la
verdad y fundamentación última", en Apel, Teoría de la verdad y ética del
discurso, Barcelona, Paidós/ICE-UAB, 1991.

38
Carnap, Rudolf (1966), Philosophical Foundations of Physics, Nueva York, Londres,
Basic Books. Versión castellana de Néstor Míguez, Fundamentación lógica de
la física, Buenos Aires, Sudamericana, 1969; reimpresión: Madrid, Orbis, 1985.
Copi, Irving, Introducción a la lógica, Buenos Aires, Eudeba, 1977 y varias
reimpresiones.
Comesaña, Manuel (1994), "La teoría de la verdad en Habermas", Diánoia, XL.
Comesaña, Manuel (1996), Razón, verdad y experiencia. Un análisis de sus vínculos en
la epistemología contemporánea, con especial referencia a Popper, Universidad
Nacional de Mar del Plata.
Comesaña, Manuel (1998a), "Popper: su contribución a la filosofía de la ciencia", en M.
Comesaña y otros, Estudios sobre epistemología y ciencias sociales, Mar del
Plata, Ed. Martín - UNMdP.
Comesaña, Manuel (1998b), "Sobre la utilidad de la epistemología", en A. Novakovsky
y G. Viñuales (eds.), Maestría en gestión e intervención en el patrimonio
arquitectónico. Textos de cátedra, Universidad Nacional de Mar del Plata.
Haack, Susan (1978), Philosophy of Logics, Cambridge University Press. Versión
castellana de Amador Antón con la colaboración de Teresa Orduña, Filosofía de
las lógicas, Madrid, Cátedra, 1991.
Hempel, Carl (1966), Philosophy of Natural Science, Englewood Cliffs, N. J., Prentice-
Hall. Versión castellana de Alfredo Deaño, Filosofía de la ciencia natural,
Madrid, Alianza, 1973.
Nagel, Ernest (1961), The Structure of Science, Londres, Routledge & Kegan Paul.
Versión castellana de Néstor Míguez, La estructura de la ciencia, Buenos Aires,
Paidós, 1968.
Simpson, Thomas (1975), "Irracionalidad, ideología y objetividad", en Gregorio
Klimovsky y otros, Ciencia e ideología, Buenos Aires, Ciencia Nueva.
Tarski, Alfred (1944), "The Semantic Conception of Truth", Philosophy and
Phenomenological Research, 4. Versión castellana de Mario Bunge, "La
concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la semántica", en
Bunge (comp.), Antología semántica, Buenos Aires, Nueva Visión, 1960.

39
Unidad 3
El problema de la clasificación de las ciencias

1. Sobre la clasificación en general

Algo que Marcel Proust dijo de la comparación vale también, sin duda, para la
clasificación: es una de las operaciones básicas de la inteligencia (en cierto sentido, es
más básica que la comparación, ya que la precede y la hace posible: el progreso del
conocimiento consiste, entre otras cosas, en pasar de los conceptos clasificatorios a los
comparativos y de éstos a los cuantitativos). Constantemente estamos haciendo
clasificaciones, aunque en la mayoría de los casos no las hacemos de manera
consciente. En efecto, nuestro comportamiento lingüístico habitual es una permanente
actividad clasificatoria. Los términos de los lenguajes “naturales”, como el castellano
(se llama así, “naturales” -a pesar de que en lo concerniente al significado de las
palabras todos los lenguajes son convencionales-, a los lenguajes que han surgido y
evolucionado de manera espontánea, para distinguirlos de los lenguajes “artificiales”,
como el código Morse o el simbolismo lógico, que son la obra deliberada de personas
identificables); los términos de los lenguajes naturales, decía, se pueden (justamente)
clasificar, desde cierto punto de vista, en términos de individuo y términos de clase (en
la terminología lógica y filosófica se llama “individuo” a cualquier objeto individual, y
no sólo a las personas). Términos de individuo son, como su nombre lo indica, las
expresiones que se usan para referirse a objetos individuales, es decir, son los nombres
propios y otras expresiones que cumplen esa misma función; así, por ejemplo, “Mar del
Plata”, “José de San Martín”, “La Perla del Atlántico” y “El Libertador de América” son
términos de individuo. Términos de clase son los que se usan para referirse a cualquier
elemento indeterminado de una clase, como por ejemplo la palabra “mesa” (aunque su
combinación con otras palabras puede servir para referirse a objetos individuales, como
ocurre con la expresión “esta mesa”) o la palabra “verde” -carece de importancia en este
contexto la diferencia gramatical entre sustantivos comunes y adjetivos, siendo ambos
términos de clase-. Usamos con muchísima frecuencia términos de clase; y cada vez que
empleamos uno de ellos estamos haciendo una clasificación, aunque no la hagamos
conscientemente. Cuando utilizamos la palabra “mesa”, estamos distinguiendo las
mesas de todas las demás cosas que hay en el mundo, es decir, estamos clasificando la
“población” del universo en mesas y no-mesas. No es casual que “clase” y “clasificar”

40
pertenezcan obviamente a la misma familia de palabras. Buena parte de lo que hacemos
al hablar y al escribir es, entonces, clasificar. Y no sólo al hablar: algunos sostienen -y
parece que con bastante fundamento- que si en nuestro sistema conceptual (o categorial,
o clasificatorio) no estuviera el concepto de mesa, no podríamos percibir mesas (la mesa
se fundiría con el fondo de lo percibido en vez de destacarse como figura); de modo que
el sistema clasificatorio asociado a nuestro lenguaje no sólo influye en nuestro
comportamiento lingüístico sino prácticamente en todo nuestro trato con el mundo.
También hay, por supuesto, clasificaciones deliberadas. Clasificar a la ballena
entre los mamíferos, en vez de hacerlo entre los peces, es algo que exige bastante
reflexión. Las ballenas amamantan a sus crías, como por definición lo hacen los
mamíferos, pero viven en el agua, y ésta es una de las características definitorias de los
peces. ¿Fue, entonces, arbitraria -o convencional (una convención es una decisión
arbitraria aceptada por más de uno)- la decisión de incluir a las ballenas entre los
mamíferos? En parte sí, pero no del todo. Se las podría haber incluido entre los peces,
pero en ese caso el sistema de leyes de la zoología sería peor de lo que es. Cuáles sean
las leyes que gobiernan el comportamiento de las cosas de cierta clase es algo que
depende, en efecto (aunque no exclusivamente sino sólo en parte, por supuesto; de otro
modo seríamos dioses), de cómo se haya construido nuestro esquema clasificatorio: si
las ballenas fueran peces, no sería cierto que todos los peces son ovíparos.
El problema de si son arbitrarias o “naturales” se plantea para todas las
clasificaciones, tanto para las inconscientes como para las deliberadas. Formulado como
la cuestión de si hay clases naturales es uno de los más importantes problemas
filosóficos, lo cual está indicando que no ha sido resuelto, ya que, para bien o para mal,
ése parece ser el destino de todos los problemas filosóficos importantes. Parece
razonable admitir, sin embargo -siguiendo a Hospers en su Introducción al análisis
filosófico-, que la pregunta acerca de si hay clases naturales es ambigua y que recibirá
respuesta distintas según en cuál de los sentidos posibles se la entienda. Si lo que se
quiere decir al afirmar que hay clases naturales es que ciertas clasificaciones están en la
naturaleza sin que las haya hecho ningún hombre, la afirmación parece falsa; si lo que
se quiere decir es, en cambio, que ciertas propiedades se presentan juntas regularmente,
de manera que resulta “natural” ubicar a sus poseedores en una misma clase -dicho de
otro modo, resulta natural considerar a esas propiedades como las características
definitorias de los objetos de cierta clase-, entonces la afirmación parece verdadera, o al
menos plausible.

41
2. Requisitos de las clasificaciones

Para ser adecuada, una clasificación debe satisfacer idealmente varios requisitos,
de los cuales mencionaremos aquí dos. Se debe mantener un “criterio de clasificación” a
lo largo de toda la clasificación. La clasificación decimal universal usada en la mayoría
de las bibliotecas viola esta exigencia al incluir el “lodo” entre los tratamientos
cloacales, ya que no se trata de una de estas actividades sino de uno de sus productos, y
también al incluir la “pizarra para techos”, material obviamente caracterizado por su
uso, en la lista de las rocas ordenadas por método de formación. La otra condición que
mencionaremos consiste en que las clases discriminadas resulten mutuamente
excluyentes y conjuntamente exhaustivas, es decir, que todo elemento del “universo del
discurso” pertenezca a una, y sólo a una, de esas clases. Dijimos “idealmente” al
comienzo de este párrafo porque en la práctica suelen presentarse dificultades, como la
complejidad del “universo” o la existencia de casos límites dudosos, que impiden
satisfacer los requisitos de adecuación; veremos más adelante que algo de esto ocurre en
la clasificación de las ciencias. Es obvio que una clasificación no debe rechazarse
porque sea imperfecta; es peor no disponer de ninguna. Levy-Strauss ha expresado esta
idea con una frase feliz: “Cualquier clasificación es superior al caos”.
Una clasificación no muy superior al caos, debido a que viola cualquier requisito
de adecuación real o imaginario, y que suele citarse cuando se habla del tema por ser la
más célebre y divertida de las clasificaciones -la cita, por ejemplo, Foucault al comienzo
de Las palabras y las cosas, y nosotros no vamos a resistir la tentación de transcribirla-
es la que Borges atribuye en “El idioma analítico de John Wilkins” a

cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos


benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en a)
pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e)
sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, I) que se
agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de
camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen
moscas.

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3. La clasificación de las ciencias: ciencia formal y ciencia fáctica

Se han propuesto distintas clasificaciones de la ciencia por lo menos desde


Aristóteles, y ninguna ha estado libre de dificultades y objeciones. Tampoco lo está la
que desde hace bastante tiempo y hasta nuestros días es la más difundida, pero es lo
mejor que tenemos, y, en consecuencia, no la podemos desechar. Se trata de la división
de todas las ciencias en dos grandes grupos, que suelen llamarse “ciencias formales” y
“ciencias fácticas”. Las ciencias formales son la lógica y la matemática puras (esto es,
no-aplicadas; tal vez deba incluirse alguna otra disciplina en este grupo, pero no nos
ocuparemos aquí de esta cuestión); cabe conjeturar que se las llama así porque atienden
sólo a la “forma” de ciertas expresiones, y no a lo que significan o denotan. Ciencias
fácticas son todas las demás: física, química, biología, economía, geografía, psicología,
etc. “Fáctico” es el adjetivo que corresponde al sustantivo “hecho” -adjetivo que se
formó a partir del sustantivo latino, y no del castellano-.
¿Cuál es el criterio aplicado en esta clasificación? Se han propuesto tres criterios
distintos, aunque no independientes sino estrechamente relacionados entre sí. Algunos
han sostenido que ésta es una clasificación de las ciencias por sus objetos: las ciencias
formales se ocuparían, según esto, de “objetos ideales” o “entidades abstractas”, como
números, figuras geométricas, conjuntos y proposiciones (en la terminología filosófica,
las proposiciones son, grosso modo, los significados de las oraciones declarativas, como
“Esta mesa es verde”), mientras que las ciencias fácticas se ocuparían de objetos físicos
(o, como mínimo, mentales -aclaración que resulta necesaria si se adopta una posición
dualista con respecto al problema mente/cuerpo-). Mencionaremos dos de las objeciones
que se han formulado contra esta tesis. Aun cuando se admitiera que realmente existe la
diferencia en cuestión, no alcanzaría para justificar una división de las ciencias en dos
grandes grupos, ya que también hay diferencias de objeto dentro de cada grupo.
Segundo: muchos filósofos no admiten la existencia de entidades abstractas; tampoco
pueden admitir, en consecuencia, la tesis que nos ocupa, ya que ésta supone la
existencia de dichas entidades.
Otros han dicho que las ciencias formales contienen exclusivamente enunciados
“analíticos” (esto es, verdaderos en virtud de lo que significan, como por ejemplo
“Todos los perros son animales”: ser un animal forma parte del significado de la palabra
“perro”; a los enunciados que son falsos en virtud de lo que significan se los suele
llamar “contradicciones”), mientras que las ciencias fácticas contienen también, además

43
de enunciados analíticos, enunciados “sintéticos” (verdaderos o falsos, no en virtud de
lo que significan, sino en virtud de cómo es el mundo). A esta posición se le ha objetado
que la noción de “analiticidad” es inadmisiblemente oscura, cuestión cuyo tratamiento
parece razonable omitir en el presente texto.
Se ha afirmado también, por último, que las ciencias formales y las fácticas
emplean métodos distintos para justificar sus afirmaciones. Una afirmación fáctica sólo
se puede justificar apelando a la experiencia -a la experiencia sensorial o perceptual-, es
decir, sólo se puede justificar mediante los resultados de las observaciones pertinentes.
Los enunciados de la lógica y la matemática puras, en cambio, se justifican haciendo
deducciones, demostrando teoremas. Dicho de otro modo, las afirmaciones fácticas sólo
se pueden justificar empíricamente, mientras que los enunciados de las ciencias
formales se justifican de manera no-empírica. (“Empírico” es a “experiencia” lo que
“fáctico” es a “hecho”, es decir, “empírico” es el adjetivo -de origen latino- que
corresponde al sustantivo “experiencia”, y “experiencia”, por su parte, es en este
contexto la experiencia perceptual o sensorial, esto es, la observación.) A los que
aceptan la tesis de que las afirmaciones fácticas sólo se pueden justificar empíricamente
se los llama por esta razón “empiristas”, según uno de los varios sentidos que la palabra
“empirismo” tiene en la terminología filosófica. Algunos filósofos de la ciencia son tan
empiristas -cosa que parece bastante razonable, ya que no es fácil de admitir la idea de
que podemos justificar nuestras afirmaciones sobre el mundo sin tener en cuenta los
resultados de ninguna observación- que, en vez de hablar de ciencia formal y ciencia
fáctica, hablan de ciencia no-empírica y ciencia empírica. No lo hacen porque “fáctico”
y “empírico” signifiquen lo mismo -acabamos de ver que no es así- sino porque los
consideran términos coextensivos: todo conocimiento fáctico es también empírico, y
viceversa.
Este tercer criterio de clasificación ha sido rechazado desde posiciones
diametralmente opuestas: ha sido rechazado por quienes sostienen que todas las
ciencias, incluidas la lógica y la matemática puras, son empíricas, y ha sido rechazado
por los que sostienen que ninguna ciencia es empírica. Sin meternos en la discusión
teórica de estas cuestiones, diremos solamente que en la práctica es notorio que los
matemáticos no hacen experimentos y los zoólogos no demuestran teoremas, de modo
que, al menos en este terreno, la clasificación que nos ocupa resulta bastante aceptable,
sobre todo si además se tiene en cuenta que, como hemos dicho, no disponemos de otra
mejor. Es interesante señalar que, para la mayoría de los especialistas, la filosofía no

44
entraría en ninguno de los dos grupos. Esto no es raro, ya que en general no se la
considera una ciencia; si se admite, no obstante, que hay conocimiento filosófico, o al
menos teorías filosóficas, algún lugar habrá que asignarles en el mapa del conocimiento.
No es fácil determinar cuál. Todo parece indicar que los filósofos ni demuestran
teoremas ni hacen experimentos -aunque no hay unanimidad con respecto a esto, como
no lo hay con respecto a ningún problema filosófico-, y, en una situación así, no es nada
fácil decir qué es lo que hacen, cuestión que nos limitaremos a mencionar al solo efecto
de dejar indicado que hay aquí un problema.

4. Ciencias naturales y ciencias sociales

A las ciencias fácticas se las subdivide comúnmente en dos grupos que han
recibido distintas denominaciones; según las más usadas actualmente, hay que distinguir
las ciencias naturales, por un lado, de las ciencias sociales y/o humanas, por el otro. Esta
subdivisión ha generado aún más resistencia y polémica que la distinción entre lo
formal y lo fáctico. Muchos autores sostienen que el método científico es el mismo para
todas las ciencias empíricas, y que, por lo tanto, carece de fundamento la distinción
entre ciencias naturales y sociales. Otros sostienen lo contrario, es decir, sostienen que
las ciencias humanas y/o sociales se caracterizan por un método propio, distinto del que
se aplica en las ciencias naturales. Aun admitiendo que tengan razón estos últimos,
subsiste el problema que representan los casos dudosos, como la psicología y la
geografía consideradas en su conjunto, ya que algunas de sus ramas parecen “naturales”
y otras “sociales”. Sea como fuere, la subdivisión que estamos considerando está muy
difundida, de modo que, desde un punto de vista nuevamente práctico, conviene tenerla
en cuenta y puede resultar útil, aun en el caso de que su justificación teórica deje mucho
que desear.
Para terminar, resumiremos en un cuadro lo que, de acuerdo con todo lo
expuesto, no puede tener más pretensión que la de ser una propuesta razonable de
clasificación, en la cual la enumeración de disciplinas tiene un carácter meramente
ejemplificativo, entre otras razones porque se ha preferido evitar los casos discutibles:

45
Lógica
Formal
Matemática

Física
Ciencia Natural Química
Biología

Fáctica

Economía
Social Sociología
Ciencia Política

46
Unidad 4
Los contextos de la ciencia

1. Descubrimiento y justificación de hipótesis y teorías

Los filósofos "clásicos" de la ciencia -esto es, Popper y algunos positivistas


lógicos- han sostenido lo siguiente:

1. La filosofía de la ciencia -a diferencia de otras disciplinas que se ocupan del


mismo objeto, como la psicología y la sociología de la ciencia- debe consistir
en un análisis lógico de la ciencia; por lo tanto, debe ocuparse exclusivamente
de aquellos aspectos de la actividad científica y sus productos que sean
susceptibles de tal análisis.

2. La generación de nuevas hipótesis o teorías no es susceptible de análisis


lógico, y queda excluida, en consecuencia, del ámbito de la filosofía de la
ciencia.

3. La justificación de dichas hipótesis, en cambio, sí es susceptible del


mencionado análisis, y llevarlo a cabo es la tarea del filósofo de la ciencia.

Es muy común formular estas tesis con la terminología que propuso Reichenbah
en su libro Experiencia y predicción, publicado en 1938. Se distingue, así, el "contexto
de descubrimiento" del "contexto de justificación", y se sostiene que la filosofía de la
ciencia debe ocuparse sólo de este último. Según parece, no era ésta la opinión del
propio Reichenbach (cf. Curd, 1980, y Nickles, 1980); pero no estamos interesados en la
exégesis de su libro sino sólo en la distinción estándar, aunque nos parece conveniente
conservar los rótulos de Reichenbach porque son los más usados. Popper, sin embargo,
no los emplea. No podía hacerlo en su Lógica de la investigación -donde presenta de
manera paradigmática la distinción estándar-, ya que ésta se publicó antes que el libro
de Reichenbach; pero, además, Popper no puede hablar de "contexto de justificación"
porque se opone al justificacionismo, es decir, a la idea de que la aceptación de
hipótesis y teorías puede y debe ser justificada.

47
2. Una crítica a la distinción estándar

A partir de Hanson (1958) la distinción estándar ha sido objeto de muchos


ataques, algunos de ellos mal concebidos. Tomaremos como ejemplo de estos últimos el
de Brown (1977, pp. 168-172), que comienza por resumir la mencionada distinción en
dos tesis: que puede trazarse una línea tajante entre descubrimiento y justificación, y
que sólo con respecto a esta última podemos hablar de lógica, ya que no hay una lógica
del descubrimiento.
Brown rechaza la primera de esas tesis alegando que sólo se consideran
descubrimientos los descubrimientos justificados: nadie diría que la invención de una
teoría muy mala, no aceptada por ningún miembro de la comunidad científica
respectiva, fue un descubrimiento científico; de modo que el descubrimiento no es
independiente de la justificación y, en consecuencia, no puede trazarse una línea tajante
entre ambos. Se trata, obviamente, de una cuestión terminológica. Aun admitiendo que
lo usual es llamar "descubrimientos" sólo a las hipótesis justificadas, las palabras son en
general polisémicas y los rótulos son ad placitum, de modo que nada impide llamar
"descubrimientos" también a las teorías muy malas (por más que, en un sentido más
estricto, no se descubran sino que se inventen), y esto es justamente lo que se hace en la
distinción estándar cuando se la presenta con la terminología de Reichenbach. A tal
punto es meramente verbal la objeción que estamos considerando que no se la podría
esgrimir contra los que, como Popper, no emplean dicha terminología.
Sin embargo, el reproche en cuestión puede formularse de modo que no resulta
meramente verbal. Podría sostenerse, en efecto, que -independientemente de la jerga
que utilicemos para hablar del asunto- nuestras pautas de justificación restringen el
ámbito de las hipótesis que podemos concebir, esto es, que sólo se nos ocurren aquellas
ideas que son prima facie justificables. Si esto fuera cierto, el descubrimiento
dependería de la justificación y no habría, por lo tanto, una "línea tajante" entre ambos.
Pero, como lo ha señalado Siegel (1980, pp. 300-303) para el caso particular de
Reichenbach, la distinción estándar no necesita que haya una línea tajante entre ambos
contextos; lo único que necesita es que la justificación no dependa del descubrimiento, y
la objeción que nos ocupa ni siquiera intenta probar algo al respecto. Para oponerse a la
distinción estándar en este punto es necesario suscribir una concepción relativista de la
ciencia según la cual los criterios que se aplican en la evaluación de las teorías cambian,

48
al menos en algunos casos, junto con las teorías, tesis cuya discusión -una de las
controversias básicas en la actual filosofía de la ciencia- permanece abierta.

3. ¿Hay métodos para tener buenas ideas?

La otra objeción de Brown -compartida por muchos autores y formulada


inicialmente por N. R. Hanson en su libro Patterns of Discovery, publicado en 1958- es
que sí hay una lógica del descubrimiento. Hanson sostuvo, siguiendo a Peirce, que esta
lógica es distinta de la deductiva y de la inductiva, y tiene la forma de una inferencia
retroductiva que va de un conjunto de hechos a una hipótesis que los explica. Hanson
adoptó la descripción de este esquema de inferencia hecha por Peirce, que lo llamó
abducción:

1. Se observa algún fenómeno sorprendente F.


2. F sería explicable como algo obvio si H fuera verdadera.
3. Por lo tanto, hay razones para creer que H es verdadera.

Esto no puede ser una lógica del descubrimiento si a la palabra "descubrimiento"


se le da el sentido que tiene en la distinción estándar. Como lo ha señalado Nickles
(1980, p. 23), el esquema retroductivo no puede ser un método lógico para concebir o
generar ideas nuevas, ya que la hipótesis H aparece en las premisas del argumento, y no
sólo en su conclusión. La abducción podrá ser, entonces, en el mejor de los casos, una
lógica de la plausibilidad o de la evaluación preliminar, pero no una del descubrimiento
(en el sentido de generación). Parecería que hay que distinguir, no solamente dos cosas,
sino al menos tres, que en la terminología de Nickles son la generación, la evaluación
preliminar y la evaluación final o justificación (en la de Kordig, 1978, pensamiento
inicial, plausibilidad y aceptabilidad). Y puede sostenerse, como algunos lo hacen, que
la primera de esas cosas no tiene ninguna lógica y que las otras dos tienen la misma,
aunque con diferencias de grado en el apoyo que las hipótesis deben tener para aprobar
el examen.
Sin embargo, como observa Nickles (1980, p. 26), hay "lógicas" del
descubrimiento, esto es, conjuntos de reglas aplicables a problemas específicos, como
ténicas de ajuste de curvas, métodos estadísticos y procedimientos heurísticos de
programación. Pero, como él mismo agrega, "no tenemos, y probablemente nunca

49
tendremos, algo como reglas algorítmicas para generar teorías profundas y
conceptualmente nuevas".

4. ¿Es racional la ciencia en lo que concierne a la justificación?

También se le han reprochado a la distinción estándar cosas como identificar


erróneamente la racionalidad con la lógica, y ésta a su vez con el empleo de métodos
mecánicos, de modo de poder sostener que en el descubrimiento científico hay lógica,
aunque no consista en algoritmos, o hay racionalidad aunque no haya lógica (debe haber
algo, dice Brown con una frase feliz, entre el algoritmo y el capricho). No deseamos
rechazar ninguna de estas tesis, ni siquiera la versión extrema de que hay una lógica del
descubrimiento en el sentido más estricto, aunque hemos tenido ocasión de ver que eso
es sumamente dudoso. De la distinción estándar sólo necesitamos retener la idea de que
es posible ocuparse en forma autónoma de problemas pertenecientes al contexto de
justificación. No necesitamos suscribir las dos primeras tesis que presentamos al
comienzo de esta unidad, es decir, no necesitamos sostener que la filosofía de la ciencia
deba consistir exclusivamente en análisis lógico ni que el descubrimiento científico no
sea susceptible de tal análisis. Dicho de otro modo, no nos hace falta que la filosofía de
la ciencia deba ocuparse sólo de la justificación; nos basta con que pueda hacerlo, y
algo de eso intentaremos en lo que sigue.
¿Qué quiere decir que la ciencia es racional en el contexto de justificación?
Quiere decir que, en la historia de la ciencia, la mayoría de los episodios de aceptación y
rechazo de teorías, o, si se quiere decirlo en términos de evaluación comparativa de
teorías, la mayoría de los episodios de cambio científico (esto es, de reemplazo de una
teoría por otra) han respondido a razones científicamente buenas, y no a motivos
extracientíficos como ganar dinero o quedar bien con el Vaticano. Nótese que no
decimos "todos los episodios…" sino "la mayoría".
¿Es posible probar que ha sido así? Hay un argumento sencillo que, como
mínimo, invierte la carga de la prueba (es decir, obliga a probar que no ha sido así): es
el llamado "argumento del éxito de la ciencia". En una nota de divulgación titulada
"Ciencia, Nueva Era y seudociencia", escrita en colaboración con Celso Aldao,
ofrecimos la siguiente versión popular del argumento:

Sin duda, los científicos no son ángeles sino seres humanos, y tienen más o
menos las mismas pasiones que cualquiera. Pero debe haber algo en su
actividad profesional que pone límites a la influencia nociva de las pasiones; de
50
otro modo resultarían inexplicables los impresionantes logros que la ciencia
puede exhibir. Y, en efecto, los detractores de la ciencia no consiguen explicar
su éxito. Dicho de modo sencillo y pintoresco, no pueden responder la
siguiente pregunta: si la comunidad científica es una mafia, ¿por qué fue la
comunidad científica, y no la mafia, la que puso al hombre en la Luna? (en
Aldao, 1997, pp. 153-154).

Los que adoptan una posición irracionalista con respecto al contexto de justificación no
logran explicar el éxito predictivo y tecnológico de la ciencia; parece necesario admitir
que, al menos en lo que concierne a la evaluación de las teorías, la ciencia es racional.

Bibliografía citada (que puede consultarse como complementaria)

Aldao, C. (1997), Falsas ciencias y charlatanes, Mar del Plata, Ed. Martín.
Brown, H. (1977), Perception, Theory & Commitment, Chicago, Londres, The
University of Chicago Press.
Curd, M. (1980), "The Logic of Dioscovery: An Analysis of Three Approaches", en
Nickles (ed), pp. 201-219.
Hanson, N. (1958), Patterns of Discovery, Cambridge, Cambridge University Press.
Kordig, K. (1978), "Discovery and Justification", Philosophy of Science, 45, pp. 110-
117.
Nickles, Th. (1980), "Scientific discovery and the Future of Philosophy of Science", en
Nickles (ed.), Scientific Discovery, Logic, and Rationality, Boston Studies in the
Philosophy of Science, vol. 56, pp. 1-59.
Reichenbach, H. (1938), Experience and Prediction, Chicago University Press.

51
Unidad 5
El objetivo de la ciencia:
explicación y comprensión

1. ¿Cuáles son los objetivos de la ciencia?

Suele decirse que el objetivo de la ciencia es la verdad, pero esta afirmación no


debe ser entendida literalmente. El objetivo de la ciencia tiene que estar relacionado con
la verdad, pero no puede identificarse con ella. Necesitamos que nuestras teorías sean
verdaderas (o probables, o verosímiles), no porque sea ése el fin último de la ciencia,
sino porque sólo así nos permiten, en alguna medida, entender y dominar el mundo. Nos
ocuparemos ahora de la explicación y la comprensión como posibles objetivos de la
ciencia. Este es el tema de una conocida polémica sobre el método de las ciencias
sociales, que reseñamos brevemente en la unidad 1. Pero el problema rebasa el marco de
las ciencias sociales y se extiende a todas las disciplinas. En la filosofía "clásica" de la
ciencia natural es muy común negar, de manera explícita o tácita, que la comprensión
sea un objetivo de la ciencia. Los motivos de este rechazo son dos: la idea de que la
filosofía de la ciencia -que, obviamente, no puede ignorar la cuestión de cuál sea el
objetivo de la ciencia- debe consistir en un análisis lógico, y, por lo tanto, no puede
ocuparse de la comprensión debido a su naturaleza psicológica; y el hecho de que las
teorías fundamentales de la física contemporánea, cuyo caso paradigmático es la
mecánica cuántica, reúnen dos características cuya conjunción viene preocupando desde
hace tiempo a físicos y filósofos: tienen un notable éxito predictivo y tecnológico, y no
se entienden. Justificadamente impresionados por dicho éxito, algunos han optado por
negar que la falta de comprensión sea un defecto.

2. La teoría hempeliana de la explicación

La teoría positivista de la explicación se atribuye generalmente a Carl G.


Hempel por la importancia de sus contribuciones a dicha teoría, a pesar de que otros
filósofos, desde John Stuart Mill hasta Karl R. Popper, expusieron antes que Hempel
puntos de vista semejantes a los de éste. A esta teoría "hempeliana" de la explicación se
la suele llamar también teoría de la explicación por subsunción bajo leyes abarcativas, o
modelo de cobertura legal (Covering Law Model). Hay dos tipos distintos, o dos

52
submodelos, de explicación: las explicaciones nomológico-deductivas (del griego
"nomos", ley) y las explicaciones estadísticas o probabilísticas.
La explicación nomológico-deductiva de un hecho es un razonamiento cuyas
premisas son las leyes universales L1, L2, ..., Lr y los enunciados singulares C1, C2, ...,
Ck, que son afirmaciones acerca de hechos concretos denominadas condiciones
iniciales, y cuya conclusión es el enunciado E, que describe el fenómeno que se
pretende explicar. Al conjunto de las premisas se lo llama explanans (lo que explica) y a
la conclusión, explanandum (lo que debe ser explicado). Una explicación de este tipo
respondería, entonces, al siguiente esquema:
L1, L2, ..., Lr
explanans
C1, C2, ..., Ck
E explanandum

Un ejemplo artificialmente sencillo de tal esquema, que involucra una sola ley y
una sola condición inicial, es la siguiente explicación de por qué se dilató determinada
barra de hierro: "Todos los metales se dilatan al ser calentados; esta barra de hierro fue
calentada; por lo tanto, esta barra de hierro se dilató".
Es común que las explicaciones omitan la formulación explícita de las leyes
involucradas, pero eso no implica que se pueda prescindir realmente de tales leyes sino
sólo que es posible emplearlas de manera tácita. Puede ocurrir, por ejemplo, que, al
preguntarle a un profesor de física por qué se dilató determinada barra de hierro,
responda solamente "Porque la calenté", dando por sentado que su interlocutor conoce
la ley de la dilatación térmica de los metales. Pero, si no existiera esta última, tal
respuesta carecería de fuerza explicativa; en efecto, si los metales no se dilataran al ser
calentados, el hecho de haber calentado una barra de hierro no constituiría una
explicación de por qué se dilató.

3. Explicaciones estadísticas

A veces no disponemos de leyes universales sino sólo de leyes estadísticas o


probabilísticas, que dan lugar a las explicaciones del mismo nombre. Por ejemplo, el
hecho de que Juancito haya contraído el sarampión puede explicarse diciendo que se lo
contagió su hermano, que lo tuvo unos días antes. Pero esta conexión entre los dos
sucesos -el explanandum y la exposición de Juancito al contagio- no se puede expresar
53
por medio de una ley universal porque no en todos los casos de exposición al contagio
se contrae efectivamente la enfermedad. Lo único que se puede afirmar al respecto es
que las personas expuestas al contagio contraen la enfermedad en un porcentaje muy
elevado de los casos. La explicación diría, entonces, lo siguiente:

En un porcentaje muy elevado de los casos, las


personas expuestas al contagio del sarampión
contraen la enfermedad.
Juancito estuvo en contacto con su hermano, que
tenía sarampión.

Juancito contrajo el sarampión.

La raya doble utilizada en este caso indica que el explanandum no se deduce del
explanans sino que se sigue de él con un alto grado de probabilidad, a diferencia de lo
que ocurría en el esquema nomológico-deductivo presentado antes, en el que la
conclusión estaba separada de las premisas por una sola raya, que se emplea
habitualmente en los razonamientos deductivos para indicar que la conclusión se deduce
de las premisas. Todas las explicaciones de hechos basadas en leyes estadísticas son
explicaciones estadístico-inductivas; en ellas el explanandum no se deduce, sino que se
induce, del explanans. Pero esto no vale para las explicaciones de leyes, que son, o al
menos pueden ser, estadístico-deductivas. Señalemos, de paso, que, al igual que el
propio Hempel, y debido a ciertos problemas que la explicación de leyes presenta, nos
hemos referido sólo a las explicaciones de hechos, a pesar de que los científicos se
preocupan fundamentalmente por explicar leyes.

3. Otras explicaciones

La tesis central de la teoría hempeliana de la explicación es que todas las


explicaciones satisfactorias son nomológico-deductivas o estadísticas, es decir, que
todas son explicaciones de cobertura legal. Muchas veces se dan explicaciones que no
parecen corresponder al modelo; por ejemplo, explicaciones teleológicas (del griego
"telos", finalidad) de acciones intencionales. Así, los historiadores a menudo explican
los esfuerzos de Enrique VIII de Inglaterra por anular su matrimonio con Catalina de
Aragón citando el hecho de que ella no le daba ningún hijo y señalando que obedecían
54
al propósito de tener un heredero masculino. Pero tal explicación -se responde- no sería
satisfactoria si no se basara, aunque sea tácitamente, en ciertas leyes que conectan la
conducta de las personas con sus deseos y creencias. Muy toscamente esbozada, la ley
podría ser en este caso algo así: "En un elevado porcentaje de los casos, cuando una
persona desea intensamente tener un hijo legítimo y su cónyuge no puede dárselo, esa
persona trata de anular su matrimonio".

4. El papel de las leyes en la historia

Algunas de las críticas a la teoría hempeliana de la explicación proceden de la


metodología de la historia. Las explicaciones propuestas por los historiadores raramente
hacen referencia a leyes generales. Los defensores de la teoría saben esto, desde luego,
y han respondido al desafío que les plantea. Según Hempel, hay al menos dos razones
por las cuales esto es así. Por una parte, sería muy difícil formular con precisión, y de
modo que estuvieran de acuerdo con todos los datos empíricos disponibles, las
suposiciones involucradas en las explicaciones históricas. Ni las condiciones iniciales ni
-especialmente- las hipótesis universales pueden ser claramente indicadas. En la
mayoría de los casos, lo que ofrecen los análisis de sucesos históricos no es una
explicación sino un bosquejo de explicación, que consiste en una indicación más o
menos vaga de las leyes y las condiciones iniciales, y que necesita ser "llenado" para
convertirse en una explicación completa. Este completamiento requiere investigación
empírica adicional, cuya dirección es sugerida por el bosquejo.
Para Hempel, otra razón por la cual las explicaciones históricas no hacen
referencia a leyes es que en muchos casos las leyes involucradas son familiares para
cualquiera, y, así, pueden ser supuestas tácitamente; como dice Popper, que en esto
coincide con Hempel, son tan conocidas y triviales que no hace falta mencionarlas. Si
explicamos la primera división de Polonia en 1772 -éste es uno de los ejemplos de
Popper- señalando que no pudo resistir la fuerza combinada de Rusia, Prusia y Austria,
estamos empleando tácitamente la siguiente ley trivial: "Si de dos ejércitos con paridad
de armas y jefes, uno tiene sobre el otro una tremenda superioridad en el número de
hombres, deberá obtener siempre la victoria".

55
5. La posición comprensivista

William Dray (1957) sostiene que la razón por la cual las explicaciones
históricas no hacen referencia a leyes no consiste en que éstas sean muy complejas o
demasiado triviales, sino, sencillamente, en que las explicaciones históricas no se basan
en leyes. Supongamos que deseamos explicar por qué Luis XIV llegó a ser impopular, y
que lo explicamos diciendo que su política exterior perjudicó los intereses nacionales de
Francia. Un explicacionista ingenuo podría decir que esta explicación supone
tácitamente la siguiente ley: "Todos los gobernantes cuya política exterior perjudica los
intereses nacionales de su país llegan a ser impopulares". Pero esta "ley" es falsa. Para
convertirla en una afirmación verdadera habría que añadirle restricciones; tantas
restricciones, según Dray, que al final se llegaría a decir que todos los gobernantes que
siguen una política exterior exactamente como la de Luis XIV en condiciones
estrictamente similares a las que imperaban en la Francia de su época, llegan a ser
impopulares. Si la completa similitud de política y condiciones no se puede especificar
mediante términos generales (esto es, sin decir cosas como "Francia" y "Luis XIV"), el
enunciado resultante no es en absoluto una ley sino una afirmación singular que se
refiere sólo a Luis XIV. Si se pudiera especificar dicha similitud mediante términos
generales -cosa sumamente difícil en la práctica-, tendríamos una ley genuina, pero una
ley cuyo único ejemplo de aplicación sería justamente el caso que se pretende explicar
mediante esa ley. Insistir en que la explicación hace uso de la ley sólo conduciría a
repetir lo que se sabía desde el principio, esto es, que la causa de la impopularidad de
Luis XIV fue su desafortunada política exterior.
Peter Winch (1958) ha sostenido en la filosofía de las ciencias sociales una
posición similar a la defendida por Dray en la filosofía de la historia. Según él, los
fenómenos sociales se comprenden por métodos radicalmente distintos de los
empleados en la ciencia natural. El científico social debe comprender el "significado" de
las conductas que observa si quiere considerarlas como hechos sociales. Alcanza esta
comprensión mediante la interpretación de los datos en términos de conceptos y reglas
que determinan la "realidad social" de los agentes estudiados. La descripción y la
explicación de la conducta social deben usar la misma trama conceptual que emplean
dichos agentes. Debido a esto, el científico social no puede permanecer al margen de su
objeto de estudio de la manera en que puede hacerlo un científico natural. Debe alcanzar

56
una comprensión empática de dicho objeto, pero tal comprensión empática no es un
sentimiento sino una aptitud para participar en una "forma de vida".
En la metodología de las ciencias sociales, la polémica entre explicacionismo y
comprensivismo, entre positivismo y hermenéutica, sigue abierta. Según von Wright
(1971, cap. I), las dos posiciones tejen de manera distinta las tramas conceptuales a
través de las cuales ven el mundo, y la preferencia por una de ellas es una elección
básica, y hasta "existencial", no susceptible de fundamentación. Otros autores, como
David Braybrooke (1987), sostienen que ambas concepciones deben considerarse
complementarias, y no opuestas, ya que la ciencia social tiene tanto aspectos
"naturalistas" como aspectos "interpretativos".

6. Las explicaciones téoricas

La palabra "teoría" se usa en la terminología epistemológica en varios sentidos.


Por un lado, una teoría es un sistema de hipótesis (concepto que examinaremos en la
próxima unidad), con independencia de cuál sea la naturaleza de las hipótesis. Por otro
lado, se dice que un término o un enunciado son teóricos cuando se refieren a entidades
inobservables; una teoría, en este segundo sentido, es un conjunto de hipótesis teóricas,
y éste es el sentido que le daremos a la palabra en la presente sección.
Como dijimos al comienzo de esta unidad, los vínculos entre explicación y
comprensión plantean problemas que exceden el marco de las ciencias sociales,
problemas que se relacionan con la naturaleza psicológica de la comprensión y con la
imposibilidad de entender ciertos fenómenos teóricos. En lo que sigue trataremos de
mostrar que, al respecto, son bastante plausibles las siguientes tesis:

1. Uno de los objetivos de la ciencia es la comprensión del mundo (su otro objetivo,
que no nos interesa tanto en el presente contexto, es la transformación o el control
del mundo).
2. La explicación no es un objetivo último de la ciencia sino un medio para producir
comprensión.
3. La sensación de comprender es condición necesaria, pero no suficiente, de la
comprensión genuina.
4. En el caso de las teorías, es decir, de los discursos sobre entidades inobservables, la
comprensión sólo se produce cuando hay analogías importantes entre esas entidades

57
y ciertas cosas con las que estamos familiarizados; dicho de modo más preciso, sólo
se produce cuando la teoría tiene algún modelo visualizable (o palpable, para no
exluir a los ciegos de nacimiento de la comprensión de los fenómenos teóricos). El
mero acostumbramiento puede producir la sensación de comprender, pero no puede
producir comprensión.
5. Las explicaciones teóricas producen comprensión de los fenómenos explicados sólo
cuando se basan en teorías que son ellas mismas comprensibles. La unificación
sistemática de fenómenos diversos reduce el número de fenómenos independientes
que tenemos que aceptar como últimos, y tal vez pueda, con ello, atenuar la
sensación de no entender, pero no es capaz, por sí sola, de producir comprensión.
6. La explicación tiene que ser, entonces, "reducción a lo familiar"; pero no en el
sentido de "reducir" lo desconocido a lo conocido, sino en el sentido de que, cuando
la explicación sea teórica, la teoría explicativa deberá tener algún modelo
visualizable.
7. La teoría cuántica no se entiende porque no tiene ningún modelo visualizable, y, por
lo tanto, las explicaciones basadas en ella no son satisfactorias.
8. Pero algunos científicos y filósofos de la ciencia están tan impresionados por sus
méritos que se resisten a admitir que tenga algún defecto, y, en consecuencia, se ven
obligados a negar alguna de las tesis anteriores.

7. La explicación como reducción a lo familiar

Quiero defender, entonces, la idea de que la explicación debe ser "reducción a lo


familiar", en el sentido de que, cuando se base en la postulación de entidades teóricas,
tendrá que haber algún modelo visualizable de la teoría explicativa. Una teoría que
típicamente satisface esta condición es la teoría cinética de los gases, que establece una
analogía entre las moléculas de un gas y un enjambre de bolas de billar muy pequeñas
que se mueven de acuerdo con las leyes de Newton. Distintas versiones de esta idea han
sido defendidas por Lord Kelvin, Maxwell, Einstein, Norman Campbell, Percy
Bridgman. Pero los más conocidos filósofos de la ciencia han rechazado la tesis en
cuestión; así ocurre, por ejemplo, en obras clásicas como La estructura de la ciencia, de
Nagel, y Filosofía de la ciencia natural, de Hempel, y también en algunos pasajes de
Popper y Mario Bunge, aunque en algunos casos tal rechazo resulta un tanto ambiguo
debido a que no se hace una distinción clara entre los dos sentidos de "reducción a lo

58
familiar" que mencioné antes: la reducción de lo desconocido a lo conocido -requisito
aristotélico que ninguna explicación teórica satisface- y la existencia de algún modelo
visualizable para la teoría explicativa.
Además, en ninguno de los textos mencionados se hace una distinción clara y
explícita entre dos razones (estrechamente vinculadas, pero diferentes) que uno podría
tener para rechazar la teoría de la explicación como reducción a lo familiar: uno podría
rechazarla, en efecto, o bien por entender que la comprensión de los fenómenos no es
uno de los objetivos de la ciencia, o bien por entender que la sensación de comprender
no es condición necesaria de la comprensión genuina. Algunos autores -Newton-Smith
o John Watkins, por recordar dos casi al azar- rechazan tácitamente dicha teoría por la
primera de las razones mencionadas: dicen que el objetivo de la ciencia es la verdad, o
la aproximación a la verdad, o algo por el estilo, y no hacen ninguna referencia a la
comprensión. En todos los casos de rechazo explícito tiene una influencia decisiva el
hecho de que, si las buenas explicaciones tuvieran que ser reducciones a lo familiar,
algunas teorías muy apreciadas, cuyo caso paradigmático es la mecánica cuántica,
carecerían de poder explicativo, por muy notable que fuera su éxito predictivo, como en
efecto lo es en el caso mencionado.

8. ¿Pueden las explicaciones ser un objetivo último de la ciencia?

Se ha afirmado muchas veces que uno de los objetivos, o incluso el objetivo, de


la ciencia es la explicación. Popper (1973, p. 191), por ejemplo, en un artículo titulado
precisamente "El objetivo de la ciencia", dice que dicho objetivo consiste en encontrar
explicaciones satisfactorias. Pero esta sugerencia deja pendiente una cuestión, a saber:
¿son las explicaciones un objetivo último de la ciencia, o, por el contrario, son un medio
para producir comprensión? Parece obvio que la respuesta correcta es que son un medio.
En efecto, ¿qué valor tendrían las explicaciones si no incrementaran nuestra
comprensión del mundo? En unas pocas ocasiones, y de manera más bien tácita,
algunos filósofos poco inclinados a considerar los aspectos pragmáticos de la ciencia,
como Hempel, han admitido esto; pero en general prefieren evitar el tema debido a que
la comprensión parece ser algo psicológico, subjetivo, algo que puede variar de un
individuo a otro -lo que en uno produce comprensión puede no producirla en otro-, y
que, en consecuencia, no parece susceptible de caracterización objetiva. De hecho, no
hay una definición de la comprensión que sea independiente respecto de las teorías

59
rivales acerca de qué es lo que produce comprensión, y la falta de semejante definición
hace más difícil que pueda dirimirse la competencia entre dichas teorías. No figura entre
los objetivos de este texto la tarea (seguramente imposible) de formular tal definición.
Esta situación -la que consiste en que no se puedan definir términos claves- no es rara
en las discusiones filosóficas, y no las torna en modo alguno imposibles ni poco
fructíferas. No podemos, en consecuencia, indicar de modo explícito qué es lo que
entendemos por "comprensión"; eso es algo que tratamos de dar a entender en la medida
de lo posible. Sí podemos, no obstante, hacer aquí algunas aclaraciones al respecto: a)
no estamos interesados en todos los usos de "comprender" sino en la comprensión de los
fenómenos teóricos y en la que las explicaciones teóricas producen de los fenómenos
empíricos; b) sostenemos que la existencia de modelos visualizables es condición
necesaria de la comprensión teórica pero no identificamos ambas cosas; c) no creemos
que la comprensión de fenómenos teóricos o empíricos requiera en todos los casos
explicaciones -más aún: estamos convencidos de que en ambos extremos de la cadena
explicativa tiene que haber casos de comprensión sin explicación-; d) como en el
presente contexto no estamos especialmente interesados en la comprensión de
fenómenos sociales o humanos, la idea de comprensión involucrada no parece tener
conexiones importantes con las que intervienen en la polémica explicación versus
comprensión (por ejemplo, la comprensión empática de Simmel).
La obra de Hempel, con sus oscilaciones en lo que respecta al papel asignado a
la comprensión en la ciencia, puede ilustrar la influencia de las dificultades
mencionadas. En sus primeros trabajos sobre la explicación, que comienzan en 1942
con "La función de las leyes generales en la historia", Hempel se refiere pocas veces a
la comprensión, y cuando lo hace es para señalar que la comprensión empática, aunque
pueda tener valor heurístico en la búsqueda de las leyes que gobiernan la conducta
humana, carece de fuerza explicativa. Veinticuatro años depués, en su libro Filosofía de
la ciencia natural, y en un artículo de 1970 titulado "Sobre la «concepción estándar» de
las teorías científicas", dice que las explicaciones científicas pretenden proporcionarnos
alguna comprensión del mundo, y que las explicaciones teóricas nos proporcionan una
comprensión más profunda que las basadas solamente en leyes empíricas. Para tener tal
efecto, las explicaciones teóricas deben basarse en buenas teorías. Entre las
características que determinan la bondad de una teoría, Hempel menciona la unificación
sistemática de fenómenos diversos, la exactitud, el éxito predictivo. Está claro que, para
él, tales características son valiosas, no en sí mismas, sino como factores de una más

60
profunda comprensión del mundo. Sin embargo, en artículos posteriores, de 1981 y
1983, Hempel sugiere que sería preferible considerar a estos desiderata, no como
medios para un objetivo independientemente especificado, sino como objetivos que la
investigación científica se esfuerza por alcanzar. Pero sólo de manera reticente propone
este enfoque; si, a pesar de todo, lo hace, debe ser porque ha perdido la esperanza de
definir objetivamente alguna meta más plausible para la actividad científica.

9. El caso de la teoría cuántica

La teoría cuántica es merecidamente prestigiosa por su éxito predictivo y


tecnológico. Se han derivado de ella predicciones extravagantes que increíblemente se
cumplieron; son particularmente asombrosos los resultados experimentales que prueban
la no-separabilidad de ciertos sistemas físicos. Pero la teoría cuántica no se entiende.
Uno de los más grandes especialistas en el tema, Richard Feynman, ha dicho que nadie
la entiende. Por supuesto que, cuando se dice esto, no se quiere decir que nadie entienda
la matemática de la teoría; lo que se quiere decir es que no se la puede interpretar de
manera satisfactoria, y que, por lo tanto, no se sabe de qué habla. Las causas de esta
incomprensión son conocidas: la teoría parece hablar de partículas que en ciertas
situaciones no tienen una posición determinada, tal vez porque se han convertido en
ondas -en ondas de nada-, y otras cosas por el estilo. Es posible bautizar tales entidades
con neologismos como "ondículas" o "cuantones" tratando de crear la ilusión de que
sabemos de qué habla la teoría. Pero, como lo señala Cushing (1991), con esto no se
resuelve el problema fundamental: "La cuestión central es la de comprender versus
meramente redefinir términos para tapar nuestra ignorancia" (p. 337, última oración del
resumen). La teoría cuántica no se entiende en el mismo sentido en que no se entiende
la siguiente frase: "Los marcianos son como nosotros en todo salvo en que pueden estar
en varios lugares al mismo tiempo". Se trata de una oración gramaticalmente correcta -
al menos, eso espero-, y no es obvio que carezca de sentido; pero lo que dice es
inconcebible. Si alguien cree imaginarse un marciano que está en varios lugares al
mismo tiempo, se engaña; en realidad se está imaginando varios marcianos (mejor
dicho, varios seres humanos) muy parecidos. De modo análogo, si alguien cree
imaginarse partículas que se convierten en ondas de nada, en realidad se está
imaginando, por ejemplo, píldoras que se disuelven en vasos de agua. Y si cambia de
estrategia y dice que para entender no necesita imaginarse nada, está cometiendo, con

61
respecto a la presente argumentación, una petición de principio. Si la frase sobre los
marcianos diera lugar a predicciones exitosas y avances tecnológicos, nos plantearía el
mismo problema que nos plantea la física cuántica.

10. La aclimatación puede producir la sensación de comprender, pero ésta no es


condición suficiente de la comprensión genuina

Algunos creen que el problema se resolverá gracias al "efecto Planck": la


presente generación se morirá y vendrá una nueva que no tendrá esta dificultad
conceptual. La teoría resulta incomprensible porque todavía es muy reciente y no hemos
tenido tiempo de familiarizarnos con lo que dice; a las generaciones futuras el mundo
cuántico les resultará tan comprensible y familiar como a nosotros el de Newton. N. R.
Hanson (1963, p. 38) suscribe una versión de esta idea; según él, si una teoría tiene
éxito predictivo y capacidad de unificación, con el paso del tiempo se va haciendo
inteligible. Cuando una teoría es propuesta por primera vez, se la considera como mero
algoritmo o "caja negra". Cuando comienza a hacer más predicciones exitosas que las
teorías anteriores, se convierte en una más respetable "caja gris". Finalmente, a través de
su capacidad para conectar áreas de investigación hasta entonces separadas, se convierte
en una "caja de vidrio", esto es, en un estándar de inteligibilidad: los fenómenos que la
teoría describe resultan paradigmáticamente naturales y comprensibles.
Esta sugerencia -desmentida hasta ahora por las teorías fundamentales de la
física contemporánea- identifica la comprensión con la sensación de comprender, y hace
depender a esta última del acostumbramiento o la aclimatación, por lo cual parece estar
asociada con alguna forma de relativismo. Es cierto que la sensación de comprender
puede producirse por acostumbramiento, pero no parece plausible identificarla con la
comprensión genuina. Reichenbach ilustra convincentemente esta tesis, al comienzo de
su libro La filosofía científica, con el siguiente pasaje de Hegel:

La razón es sustancia, así como fuerza infinita.Su propia materia


infinita sustenta toda la vida natural y espiritual, así como la forma
infinita, que pone a la materia en movimiento. La razón es la sustancia de
la que todas las cosas derivan su ser.

Después de citar este texto, Reichenbach señala, entre otras cosas, lo siguiente:

62
El estudiante de filosofía generalmente no se disgusta con las
formulaciones oscuras. Por el contrario, al leer el pasaje citado muy
probablemente se convencerá de que debe ser culpa suya si no lo entiende.
Por lo tanto, lo leerá una y otra vez hasta llegar a una etapa en que crea
haberlo entendido. En este punto le parecerá obvio que la razón consiste
en una materia infinita que está en la base de toda la vida natural y
espiritual y que es por ello la sustancia de todas las cosas (1951, p. 13).

La sensación de entender puede ser ilusoria, y no constituye, por lo tanto, una


condición suficiente de la comprensión.

11. La teoría de la explicación como unificación

Algunos científicos y filósofos de la ciencia han quedado tan impresionados por


los méritos de la mecánica cuántica que se han convencido de que no necesita otros: si
esta teoría no se entiende -sostienen-, entonces no es necesario que una teoría se
entienda para que sea buena en todo sentido. Entre los filósofos que rechazan la idea de
que la explicación deba ser reducción a lo familiar, el que más claramente reconoce tal
motivación es, que yo sepa, Michael Friedman. En un artículo frecuente y
elogiosamente citado que se titula "Explicación y comprensión científica" (1974),
Friedman admite que uno de los objetivos de la ciencia es la comprensión, y que la
explicación es un medio para producirla. Su tesis central es que la explicación alcanza
su objetivo de producir comprensión cuando logra lo que antes hemos llamado,
siguiendo a Hempel, "la unificación sistemática de fenómenos diversos". En su defensa
de esta teoría, Friedman examina y desecha otras, entre ellas la teoría de la explicación
como reducción a lo familiar. Para rechazarla, establece como una de las condiciones
que una teoría de la explicación debe satisfacer para ser adecuada, el requisito de que
sea suficientemente general, lo cual significa que todas las teorías científicas a las que
atribuimos poder explicativo, o al menos la mayoría de ellas, deben tenerlo de acuerdo
con nuestra teoría de la explicación. La teoría de la reducción a lo familiar no satisface,
según Friedman, esta exigencia: si la explicación tuviera que ser reducción a lo familiar
-es decir, si sólo en ese caso se produjera comprensión de los fenómenos explicados-,
las explicaciones basadas en la física contemporánea, y, en particular, las basadas en la
mecánica cuántica, no serían satisfactorias; por lo tanto, la explicación no es reducción a
lo familiar.

63
El modus tollens de un filósofo suele ser un modus ponens para otro. Susan
Haack cita un ejemplo de esta situación en su libro Filosofía de las lógicas (1978, p.
103): como la teoría de la verdad de Tarski requiere que los portadores de verdad sean
oraciones, algunos sostienen que los portadores de verdad tienen que ser oraciones, y
otros, que hay que rechazar la teoría de la verdad de Tarski. Creo que la argumentación
de Friedman puede fácilmente dar lugar a una situación análoga: no parece muy difícil
de aceptar, en efecto, la idea de que las explicaciones basadas en la mecánica cuántica
no son satisfactorias. Sostener que sí lo son, en el sentido de que producen comprensión
de los fenómenos explicados, aunque la teoría explicativa no se entienda, sólo porque
reducen el número de fenómenos independientes que debemos aceptar como últimos -y
es esto exactamente lo que sostiene Friedman-, es como decir que los teoremas de un
sistema axiomático son verdaderos, aunque los axiomas no lo sean, por el solo hecho de
que estos últimos son pocos.
Esta comparación podría usarse contra la teoría de la reducción a lo familiar,
alegando que incurre en circularidad al sostener que los fenómenos familiares sen
entienden gracias a las teorías, y éstas, gracias a los fenómenos familiares, y que esta
circularidad es tan viciosa como la que se produciría si se pretendiera probar la verdad
de todas las afirmaciones de un sistema. Pero no es así. Hay cosas que se entienden sin
necesidad de explicaciones ni modelos, y su comprensión constituye el punto de partida
en la cadena de explicaciones y modelos; no partimos de cero, como si estuviéramos
suspendidos en el vacío, sino que -dicho en una jerga husserliana- estamos siempre ya
inmersos en la comprensión prerreflexiva propia del "mundo de la vida". Así, por
ejemplo, entendemos cómo se comportan las bolas de billar sin necesidad de ninguna
explicación (lo que la teoría de Newton nos explica es por qué se comportan así), y eso
nos permite comprender la teoría cinética de los gases al proporcionarnos un modelo
visualizable de ella. Si no hubiera en el punto de partida algo entendido sin necesidad de
explicación, no tendríamos de qué pedir explicaciones; si no entendiéramos cómo se
comportan las bolas de billar, no podríamos preguntar por qué se comportan de ese
modo. Todo esto supone que la comprensión es comprensión humana, y no
comprensión de cualquier sujeto cognoscente, pero las diferencias entre distintos sujetos
cognoscentes no parecen depender de su razón sino sólo de características físicas como
el tamaño o el aparato sensorial: si fuéramos mucho más pequeños, podríamos jugar al
billar con moléculas.

64
Bibliografía obligatoria

Hempel, C., Filosofía de la ciencia natural, Madrid, Alianza, 1973 y reimpresiones,


caps. 5 y 6.

Bibliografía citada (que puede consultarse como complementaria)

Braybrooke, D. (1987), Philosophy of Social Science, Englewood Cliffs, N. J., Prentice-


Hall.
Cushing, J. (1991), "Quantum Theory and Explanatory Discourse: End-Game for
Understanding?", Philosophy of Science, 58, pp. 337-358.
Dray, W. (1958), Laws and Explanation in History, Oxford, Oxford University Press.
Friedman, M. (1974), "Explanation and Scientific Understanding", Journal of
Philosophy, vol. 71, N° 1, pp. 5-19.
Haack, S. (1978), Philosophy of Logics, Cambridge University Press.
Hanson, N. (1963), The Concept of the Positron, Nueva York, Cambridge.
Hempel, C. (1942), "The Function of General Laws in History", en Hempel, Aspects of
Scientific Explanation, Nueva York, Free Press, 1965.
Hempel, C. (1966), Philosophy of Natural Science, Englewood Cliffs, N. J., Prentice-
Hall.
Hempel, C. (1970), "On the 'Standard Conception' of Scientific Theories", en M.
Rudner y S. Winocur, Minessota Studies in the Philosophy of Science, vol. 4,
Minneapolis, University of Minnesota Press, pp. 142-163.
Hempel, C. (1981), "Turns in the Evolution of the Problem of Induction", Synthese,
XLVI, 3, pp. 389-404.
Hempel, C. (1983), "Valuation and Objectivity in Science", en Robert S. Cohen y Larry
Laudan (comps.), Physics, Philosophy and Psychoanalysis: Essays in Honor of
Adolf Grünbaum, Boston, Reidel.
Nagel, E. (1961), The Structure of Science, Londres, Routledge & Kegan Paul.
Popper, K. (1951), "The Aim of Science", Ratio, 1; reimpreso en Popper, Objective
Knowledge, Oxford, Clarendon Press, 1973.
Reichenbach, H. (1951), The Rise of Scientific Philosophy, University of California
Press.
Von Wright (1971), Explanation and Understanding, Ithaca, N. Y., Cornell University
Press.
Winch, P. (1958), The Idea of a Social Science and its Relation to Philosophy, Londres,
Routledge & Kegan Paul.

65
Unidad 6
La puesta a prueba de las hipótesis

1. Hipótesis

El principal objetivo de la ciencia es la comprensión del mundo, que se obtiene


mediante explicaciones basadas en leyes. ¿De dónde proceden las premisas de los
razonamientos explicativos? Bajo el supuesto de que no hay métodos para tener buenas
ideas, hay que decir que proceden de la imaginación o la inspiración de los científicos.
Frente a un problema, esto es, frente a un fenómeno que parece necesitar explicación, al
científico se le tienen que ocurrir las premisas de la explicación. Así, por ejemplo, frente
al hecho de que las bombas elevan el agua sólo hasta una altura de aproximadamente
diez metros, a Torricelli se le ocurrió que el agua sube por el tubo de la bomba
empujada por el aire que pesa sobre la superficie del agua, y que el aire que rodea el
planeta -la atmósfera- debe pesar en cualquier área lo mismo que diez metros de agua.
La tesis aristotélica del "horror al vacío" explicaba por qué el agua sube -para que no se
produzca vacío, explicación obviamente teleológica en un ámbito donde no hay agentes
conscientes capaces de perseguir fines-, pero no por qué sube solamente hasta una altura
de diez metros.
La teoría de Torricelli explicaba bien esa limitación de la eficacia de las bombas.
¿Era esto suficiente para aceptarla? El mismo no lo creyó así, y le pareció necesario
ponerla a prueba a fin de obtener nuevos datos a su favor o en su contra. El
comportamiento de las bombas era un dato a su favor; en general, los fenómenos que
una teoría explica (sus explananda) son elementos de prueba (evidencia, suele decirse
con un anglicismo) a favor de la teoría: la explicación y el método hipotético-deductivo
son dos caras de la misma moneda. Pero a Torricelli no le pareció que constituyera
prueba suficiente; podemos decir que a las afirmaciones de su teoría (la Tierra está
rodeada por un mar de aire -así lo decía él- que por su peso ejerce presión sobre todo lo
que está debajo, de modo análogo a como la ejerce el agua) las consideró hipótesis, esto
es, enunciados cuyo valor de verdad no se conoce pero que se suponen verdaderas con
el propósito de averiguar si realmente lo son.

66
2. Testeo9 empírico de hipótesis y teorías

¿Qué hay que hacer para tratar de establecer el valor de verdad de una hipótesis?
Hay que someterla al control de la experiencia, esto es, hay que confrontarla con los
resultados de las observaciones pertinentes. Hay dos tipos de testeo empírico: el directo
y el indirecto. Testear directamente una hipótesis es observar si ocurre el hecho que la
hipótesis describe. Así, si quiero poner a prueba la afirmación de que María está en la
pieza de al lado, voy a la pieza de al lado y miro. No necesito hacer primero
deducciones y por lo tanto el método es hipotético pero no hipotético-deductivo. Las
hipótesis científicas, por ser generales, y en muchos casos también por ser teóricas, no
son susceptibles de testeo directo -dicho de otro modo, no son observacionales-; hay que
someterlas a testeo indirecto, lo cual se lleva a cabo deduciendo de ellas otros
enunciados hasta llegar a alguna de sus consecuencias observacionales, consecuencia
que a continuación se testea directamente, es decir, observando. Si el test directo (el de
la consecuencia observacional) tiene resultado negativo, el indirecto (el de la hipótesis
que la implica) también, debido, como veremos enseguida, al modus tollens. Si tiene

9
En el tratamiento de este tema es inevitable referirse con mucha frecuencia a lo que en inglés
se llama 'to test'. 'To test' significa poner a prueba o probar, pero esto último sólo en el sentido
de poner a prueba. Ninguna de estas dos versiones puede ser razonablemente mantenida para
todas las palabras de la familia. No sería correcto, por ejemplo, traducir 'testable' por 'ponible a
prueba' (habría que emplear un giro más largo, como 'susceptible de ser puesto a prueba', que
a su vez fracasaría cuando se tratara de traducir 'testability'), ni sería adecuado traducirlo por
'probable'. En una de sus acepciones, el significado del verbo 'verificar' es bastante parecido al
de 'to test', pero en la terminología epistemológica se lo usa en otro sentido, a saber, en el de
probar que una afirmación es verdadera, o, también, en el de hacer verdadera una afirmación.
Se han propuesto otras versiones: 'comprobar', 'testar', 'contrastar' y hasta 'experimentar', pero
todas reúnen dos inconvenientes: a) no significan poner a prueba -en este nuevo sentido que
se les asigna, son neologismos-; b) tienen algún otro significado y, por esa razón, resultan
engañosas y molestas como sinónimos por decreto de 'poner a prueba'. Si no hay más remedio
que introducir un neologismo, parece preferible 'testear', que al menos evita la segunda de las
dificultades mencionadas, y que, por otra parte, se ha incorporado hace tiempo (al menos en la
Argentina) al léxico de ciertas actividades. Esto puede parecer contradictorio con mi preferencia
por 'falsificar' como traducción de 'to falsify' sobre el muy difundido 'falsar', propuesto -lo mismo
que 'contrastar' como traducción de 'to test'- por el traductor español del primer libro de Popper
(tanto éxito tuvo esta idea que algunos no se la atribuyen al traductor sino a Popper, esto es,
creen que 'to falsify' no puede, en ninguna de sus acepciones, ser traducido como 'falsificar';
dicho brevemente, creen que es Popper el que dice 'falsar'). Pero la situación no es
exactamente la misma: aunque en su segunda acepción 'to falsify' significa refutar, en la
primera significa falsificar, a diferencia de lo que ocurre con 'to test', que en ninguna de sus
acepciones significa contrastar. De modo que el uso de 'falsificar' como sinónimo de 'refutar' no
resulta tan engañoso como el de 'contrastar' como sinónimo de 'poner a prueba' sino sólo un
poco más engañoso que el de 'to falsify' como sinónimo de 'to refute'. Una prueba de esto es
que Bernays, escribiendo en inglés, dice "la refutación o, como él [Popper] la llama, la
falsificación" ["refutation or, as he calls it, falsification"] (1964, p. 36). Por otra parte, la adopción
de 'falsar', lo mismo que la de refutar como traducción uniforme para 'to falsify' y 'to refute',
rompe la simetría o paralelismo que hay entre 'verificar' y 'falsificar'.

67
resultado positivo, no hay deducción que nos permita trasladar ese resultado a la
hipótesis, y tenemos que conformarnos con decir que ésta ha quedado confirmada (en
vez de verificada).
Tratemos de explicar lo dicho en el párrafo anterior. Una de las afirmaciones de
Torricelli apenas si puede calificarse de hipotética: todo el mundo sabe, y lo sabía en su
época, que la Tierra está rodeada por aire. Si a pesar de todo decidimos considerarla una
hipótesis -por no ser una de las cosas que sabemos en sentido fuerte-, tendremos que
decir que se trata de una hipótesis muy bien confirmada y, además, de una susceptible
de testeo directo. Pero la suposición de que el aire obedece las mismas leyes que
gobiernan el comportamiento de los líquidos es una hipótesis no susceptible de testeo
directo. Torricelli tenía, como dijimos, un elemento de prueba a favor de tal hipótesis: el
funcionamiento de las bombas y la limitación de su eficacia, fenómenos ambos que la
hipótesis explica bien pero que eran conocidos antes de la formulación de la hipótesis.
Esta recibiría un apoyo mayor (algunos filósofos de la ciencia lo niegan, pero vamos a
ignorar esta discrepancia) si de ella pudiera derivarse alguna predicción exitosa, y no
sólo una buena explicación de fenómenos conocidos de antemano. Esto mismo parece
haber pensado Torricelli, y la predicción que se lo ocurrió fue esta: si la teoría es
verdadera, entonces, puesto que el mercurio pesa catorce veces más que el agua, el aire
que rodea la Tierra tiene que contrapesar una columna de mercurio de aproximadamente
setenta centímetros de longitud. Para testear esta predicción realizó el siguiente
experimento: puso mercurio en una cubeta y también en un tubo de, digamos, un metro
de largo; tapó el extremo abierto del tubo, lo sumergió en la cubeta y lo destapó: el
mercurio bajó por el tubo hasta estabilizarse a la altura de aproximadamente setenta
centímetros.

3. Confirmación

Verificar un enunciado significa, en la terminología epistemológica, probar de


manera concluyente que es verdadero. ¿Quedó verificada la teoría de Torricelli como
consecuencia del experimento? No; la predicción de que la columna de mercurio se va a
estabilizar a los setenta centímetros se deduce de la teoría en conjunción con premisas
adicionales sobre el peso del mercurio y el agua, y hemos visto que la deducción
conserva la verdad pero no la falsedad: es posible, entonces, que una predicción
verdadera se haya deducido de premisas falsas. Para simplificar, representemos la teoría

68
testeada mediante la letra "H" e ignoremos por el momento las mencionadas premisas
adicionales; con estas restricciones, el esquema lógico de lo que ocurrió es el siguiente:

H  O
O
H

Tal esquema es una forma de razonamiento inválida pero que puede resultar
convincente; cuando una forma de razonamiento tiene estas características, los lógicos
dicen que es una falacia. Como la primera premisa es un enunciado condicional y la
segunda es su consecuente, se la conoce como la falacia de afirmación del consecuente.
Por tratarse de una forma inválida, los razonamientos que la ejemplifican no prueban la
verdad de sus conclusiones, esto es, no las verifican; pero como se trata de
razonamientos más o menos plausibles, en los cuales las premisas dan algún apoyo a la
conclusión -aunque no un apoyo concluyente-, se dice que esas conclusiones han
quedado confirmadas. La falacia de afirmación del consecuente es, entonces, el
esquema lógico de la confirmación de hipótesis (de la confirmación indirecta; la directa
no responde a ningún esquema lógico sino que se realiza mediante la observación).

4. Consecuencias observacionales

La herradura está usada en el esquema para indicar que "O" se deduce de "H",
situación que también se describe diciendo que "H" implica "O" o que "O" es
consecuencia lógica de "H". Como "O" es además un enunciado observacional, se dice
que "O" es una consecuencia observacional de "H". Lo que venimos diciendo es
entonces que una hipótesis no puede ser verificada sino a lo sumo confirmada por sus
consecuencias observacionales. ¿Y qué pasa con las consecuencias observacionales
mismas? ¿Ellas sí pueden ser verificadas? Hemos visto antes que, debido a nuestra
falibilidad y salvo ciertos casos especiales, no podemos tener la certeza de que un
enunciado sea verdadero. Por lo tanto, ni siquiera las consecuencias observacionales de
una hipótesis pueden ser verificadas; ellas mismas son también hipótesis. Pero, como
son hipótesis de un nivel más bajo, resulta mucho más fácil tomar la decisión de
aceptarlas como suficientemente confirmadas y usarlas como piedra de toque para el
testeo de hipótesis de niveles superiores. De acuerdo con lo que hemos visto, éstas

69
últimas no pueden ser verificadas ni siquiera en el supuesto de que lo hayan sido
algunas de sus consecuencias observacionales.

5. Refutación

¿Qué habría pasado en el caso de que la columna de mercurio no se hubiera


estabilizado a la altura de setenta centímetros? Bajo las mismas suposiciones
simplificadoras que adoptamos antes, la teoría de Torricelli habría quedado refutada,
esto es, habría quedado probado que es falsa. El esquema lógico involucrado sería en
este caso el siguiente:

H  O
O
H

Esta vez se trata de una forma de razonamiento válida que se conoce con el
nombre latino de modus tollens. El modus tollens es entonces el esquema lógico de la
refutación (indirecta) de hipótesis. En el modelo simplificado que estamos
considerando, y que por supuesto no responde a la práctica científica real, las hipótesis
sometidas a testeo indirecto son refutables pero no verificables; en esto consiste lo que
Popper ha llamado la "asimetría" entre verificabilidad y refutabilidad.

6. Hipótesis auxiliares

Pero basta complicar levemente el modelo para que tales hipótesis no sean
tampoco refutables de manera concluyente. Nunca se deducen consecuencias
observacionales de una hipótesis tomada como única premisa; se necesitan siempre
premisas adicionales entre las que figuran las llamadas hipótesis auxiliares, como las
afirmaciones que antes citamos sobre el peso del agua y el mercurio, hipótesis que
pueden ser falsas ellas también. Podría haber ocurrido que la teoría de Torricelli fuera
verdadera y que a pesar de eso la columna de mercurio no se detuviera a los setenta
centímetros debido a la falsedad del enunciado sobre el peso del mercurio. Si
representamos con la letra "A" esta hipótesis auxiliar, el esquema respectivo es el
siguiente:

70
( H  A )  O
 O
 ( H  A)

Lo que ha quedado refutado ya no es la hipótesis "H" sino la conjunción "H  A",


cuya negación es equivalente a "H  A". Lo que sabemos es que es falso uno de los
disyuntos de una disyunción, pero no sabemos cuál. En la práctica la disyunción tiene
más de dos disyuntos, ya que se agregan teorías presupuestas, enunciados sobre las
condiciones de testeo, etc., pero con dos alcanza para entender de qué se trata. Se trata
de que, como dice una célebre frase de Quine, nuestras afirmaciones sobre el mundo no
se someten al tribunal de la experiencia sensorial individualmente sino colectivamente.
Cuando Quine escribió esa frase tenía la idea, un tanto exagerada, de que dichas
afirmaciones se someten todas juntas al tribunal de la experiencia sensorial, idea que
por ese motivo se conoce como la concepción holística del testeo empírico.

7. Concepciones irracionalistas de la ciencia

El hecho de que las afirmaciones sobre el mundo se sometan en grupo al control


empírico suministra el mejor argumento, el más técnico, a favor de las concepciones
irracionalistas de la ciencia. No bastan la experiencia y la lógica para determinar cuáles
hipótesis y teorías deben ser aceptadas y cuáles rechazadas; una vez que ellas han
desempeñado su papel, la comunidad científica tiene que tomar decisiones al respecto, y
las toma bajo la influencia de intereses, valoraciones, ideologías, etc. No se puede negar
que esto último ha ocurrido algunas veces; lo que no parece posible es que haya
ocurrido la mayoría de las veces en la historia de la ciencia, ya que, de ser así, resultaría
inexplicable, como señalamos en una unidad anterior, el éxito de la ciencia.

8. Experimentos cruciales

El papel que desempeñan las hipótesis auxiliares y otras premisas o supuestos


torna imposibles, entonces, las refutaciones concluyentes; y, al hacer esto, también torna
imposibles los llamados "experimentos cruciales" (es mejor decir "experiencias
cruciales", ya que en algunos casos no se trata de experimentos sino de observación no
experimental; es lo que ocurre en el ejemplo que vamos a citar). Lo que se supone es
71
que una experiencia crucial refuta una hipótesis y, al hacerlo, verifica otra hipótesis
rival. Por ejemplo, observar barcos que se alejan es una experiencia crucial que
supuestamente refuta la hipótesis de que la Tierra es plana y verifica la hipótesis de que
es redonda debido a que el casco de un barco que se aleja desaparece de la vista antes
que el mástil. Eso que realmente ocurre -que el casco desaparece de la vista antes que el
mástil- se deduce de la hipótesis de que la Tierra es redonda, mientras que de la
hipótesis rival se deduce que desaparece de la vista todo el barco al mismo tiempo,
consecuencia esta última refutada por la observación. Pero tanto la refutación de una
hipótesis como la verificación de su rival requieren el supuesto adicional ("supuesto",
en vez de "hipótesis", porque no se lo ha hecho explícito) de que los rayos de luz siguen
una trayectoria recta; si los rayos de luz siguieran una trayectoria curva, que el casco de
un barco que se aleja desaparece de la vista antes que el mástil podría deducirse de la
hipótesis de que la Tierra es plana, y que todo el barco desaparece de la vista al mismo
tiempo podría deducirse de la hipótesis de que la Tierra es redonda (en el libro de Copi
este ejemplo de experiencia crucial está explicado más extensamente e ilustrado con
dibujos que facilitan la comprensión).

9. Hipótesis ad hoc

Las hipótesis auxiliares deben satisfacer el requisito de testeabilidad


independiente, esto es, se debe poder someterlas a control empírico sin que figure entre
las premisas o supuestos de la deducción la hipótesis o teoría que ayudan a testear. La
hipótesis auxiliar sobre el peso del mercurio, cuando se la emplea en la puesta a prueba
de la teoría de Torricelli, satisface esta exigencia; es posible testearla, y confirmarla,
independientemente de la teoría de Torricelli. Cuando una hipótesis auxiliar viola esta
condición, y además se la propone para impedir la refutación de una teoría que por
cualquier motivo se prefiere conservar, se dice que es una hipótesis ad hoc (= para eso).
Al enterarse del experimento de Torricelli con el mercurio, los defensores de la teoría
del horror al vacío propusieron un caso paradigmático de hipótesis ad hoc, a saber, la
teoría del funiculus (= hilo): según ellos, la parte superior del tubo no estaba vacía sino
que la llenaba un hilo invisible.

72
Bibliografía obligatoria

C. Hempel, Filosofía de la ciencia natural, Madrid, Alianza, 1973 y reimpresiones,


caps. 2-4.

Bibliografía complementaria

I. Copi, Introducción a la lógica, Buenos Aires, Eudeba, 1977 y reimpresiones, cap. 13.

73
Unidad 7
La controversia sobre los métodos de la ciencia fáctica

En esta unidad examinaremos las dos principales concepciones racionalistas de


la ciencia, el inductivismo y el refutacionismo. Las concepciones irracionalistas no
participan en la discusión sobre los métodos de la ciencia fáctica, ya que no creen que
ésta se caracterice por el empleo de ningún método. Hemos indicado brevemente, en
unidades anteriores, lo que opinamos sobre estas últimas concepciones, a saber, que no
logran explicar el éxito predictivo y tecnológico de la ciencia, y por esta razón deben ser
rechazadas.

1. El problema de la inducción

Los razonamientos inductivos son inválidos en el sentido de que, aunque estén


bien hechos, pueden llevarnos de premisas verdaderas a conclusiones falsas. Ahora
bien, si los razonamientos inductivos tienen este "defecto", ¿por qué razonamos
inductivamente? ¿Por qué no nos conformamos con los razonamientos deductivos?
Porque solamente en los razonamientos inductivos la conclusión dice más que las
premisas -por eso puede ser falsa aunque las premisas sean todas verdaderas-. La
deducción garantiza la transmisión de la verdad de premisas a conclusión, conserva la
verdad, pero lo hace al precio de no agregar nada a lo que ya estaba contenido, al menos
implícitamente, en las premisas; se limita a afirmar de modo explícito alguna parte de
ese contenido. Como lo ha señalado Susan Haack,10 la idea de que en los razonamientos
deductivos la conclusión está "contenida" en las premisas no es fácil de aclarar; es
probable que, al intentarlo, se termine repitiendo que los razonamientos deductivos no
pueden tener premisas verdaderas y conclusión falsa. A pesar de esta dificultad, debe
ser cierto que los razonamientos inductivos tienen un carácter "ampliatorio" del que
carecen los deductivos; de lo contrario, el problema de la inducción ni siquiera habría
surgido.
Solamente los razonamientos inductivos son "ampliatorios", y necesitamos
razonamientos ampliatorios, tanto en la ciencia como en la vida cotidiana. En resumen,
los razonamientos inductivos son inválidos, y estamos obligados a razonar

10
En su Philosophy of Logics (Cambridge University Press, 1978), cap. 1.
74
inductivamente. La conjunción de estas dos cosas da lugar a lo que se ha llamado "el
problema de la inducción".
Este problema ha sido formulado de diversas maneras. A veces se lo plantea,
bajo la denominación de "problema de Hume", como la cuestión de justificar las
inferencias que van del pasado al futuro: ¿qué razones tenemos para esperar que el Sol
salga mañana? A Karl Popper le pareció mejor plantearlo como la cuestión de justificar
ciertas afirmaciones universales del tipo de "Todos los cuervos son negros" o "Todos
los metales se dilatan al ser calentados", que se refieren a un número indefinido de
objetos. A estos enunciados universales se los califica de "nomológicos" o
"legaliformes" para distinguirlos de los enunciados universales "accidentales", como
"Todos los tornillos del auto de Pérez están oxidados" o "Todos los cuerpos de oro puro
pesan menos de cien mil kilos". Se hace esta distinción porque sólo los primeros, los
universales nomológicos, se consideran buenos candidatos al rango de ley científica: si
un enunciado nomológico es verdadero, entonces es una ley, cosa que no ocurre con los
universales accidentales.

2. Inductivismo

La pregunta puede, entonces, ser reformulada del siguiente modo: ¿cómo se


justifica la aceptación de afirmaciones universales nomológicas? Una respuesta consiste
en sostener que tal aceptación queda justificada al presentar dichas afirmaciones como
conclusiones de razonamientos inductivos11 cuyas premisas son enunciados singulares
referentes a hechos observados, tesis ésta que por razones obvias ha recibido el nombre
de "inductivismo".
Se han defendido distintas versiones de este inductivismo. El inductivismo
ingenuo o estrecho sostiene que es posible verificar enunciados observacionales de
manera directa, y que, tomando como premisas esos enunciados observacionales
verificados, es posible verificar también, mediante razonamientos inductivos,
enunciados nomológicos. De ahí que a esta variedad de inductivismo se la llame
también "verificacionismo". La idea es que si hemos observado un número
suficientemente grande de cuervos y todos han resultado negros, la inducción nos

11
Dijimos en la unidad anterior que el esquema lógico de la confirmación indirecta de hipótesis
es la falacia de afirmación del consecuente, una forma inválida de razonamiento deductivo, y
no hablamos entonces de razonamientos inductivos. En realidad, los razonamientos que
confirman hipótesis pueden ser vistos de las dos maneras: como razonamientos deductivos
inválidos pero más o menos plausibles, y como razonamientos inductivos.
75
garantiza que todos los cuervos son negros. Dicho así, esto es claramente falso.
Acabamos de recordar, en efecto, que los razonamientos inductivos no conservan la
verdad (si la conservaran serían, por definición, deductivos) y, por lo tanto, no son
capaces de garantizar que todos los cuervos sean negros; es perfectamente posible que
el próximo cuervo no sea negro o que el próximo trozo de metal no se dilate al ser
calentado.

3. El principio de la inducción

Se ha intentado resolver este problema apelando a un principio de la inducción.


Este principio es un enunciado tal que si se lo agrega, como una premisa más, a
cualquier razonamiento inductivo, lo convierte en deductivo. ¿Qué tiene que decir un
enunciado para poseer semejante capacidad? Puede decir, por ejemplo, que el futuro
será semejante al pasado (en cuyo caso los cuervos todavía no examinados serán
también negros, todos los trozos de metal se dilatarán al ser calentados, etc.) o que la
naturaleza es uniforme, o que causas semejantes producen efectos semejantes.
Si se acepta el principio de la inducción, el problema de la inducción queda
resuelto; aceptarlo equivale, en efecto, a considerarlo incluido, como una premisa
adicional tácita, en todos los razonamientos inductivos, que de este modo resultarían ser
razonamientos deductivos de un tipo especial. Pero, ¿cómo se justifica la aceptación del
principio? Lo necesitamos para justificar la aceptación de enunciados universales, pero
él mismo es, en cualquiera de sus versiones, uno de esos enunciados universales; en
consecuencia, no se lo debería aceptar sin justificación, es decir, en el contexto del
inductivismo ingenuo, sin una prueba de su verdad.
Popper12 ha mostrado que las justificaciones posibles son tres: que el principio
sea analítico, que sea a priori o que se pueda probar empíricamente su verdad. No
puede ser analítico porque las premisas analíticas de un razonamiento válido son
eliminables sin pérdida de la validez (entendiendo por validez la conservación necesaria
de la verdad, aunque no se deba a la forma lógica del razonamiento), y eso no ocurre en
los razonamientos inductivos, que sólo resultan válidos cuando se incluye el principio
de la inducción entre sus premisas. Dicho principio tiene que ser, entonces, sintético. Si,
además, fuera a priori -segunda posibilidad de justificación-, sería sintético a priori, y
eso no puede admitirlo nadie que pretenda ser mínimamente empirista. La única

12
The Logic of Scientific Discovery (Londres, Hutchinson, 1959), cap. 1.
76
posibilidad que queda es que el principio de la inducción sea un enunciado empírico.
Puesto que, además, es un enunciado universal, sólo mediante la inducción podríamos
probar que es verdadero. Una prueba inductiva de su verdad sería un razonamiento
inductivo cuyas premisas dirían, por ejemplo, "En tal ocasión causas semejantes
produjeron efectos semejantes" o "En tal caso el futuro fue semejante al pasado", y cuya
conclusión sería el principio que nos ocupa en alguna de sus versiones. Pero, para que
tal razonamiento garantizara la verdad del principio, éste tendría que figurar también
entre las premisas, con lo cual la prueba resultaría inadmisiblemente circular.
Las tres posibilidades que hemos considerado y desechado son todas las que hay,
de modo que no es posible probar que el principio de la inducción es verdadero, y, en
consecuencia, para el inductivismo ingenuo, tampoco es posible justificar su aceptación.
Esta concepción no puede, entonces, resolver el llamado problema de la inducción. Y no
es ésta la única dificultad que no puede superar. Dijimos antes que, según esta versión
del inductivismo, es posible verificar de manera directa, mediante la observación,
enunciados observacionales -que son los que van a figurar como premisas en los
razonamientos inductivos-; tal observación tendría que ser anterior a la aceptación (aun
preliminar o tentativa) de cualquier teoría, es decir, tendría que tratarse de una
observación pura, no contaminada en modo alguno de teoría, algo cuya existencia
consideran imposible, en forma unánime y seguramente con razón, tanto los psicólogos
de la percepción como los epistemólogos. Además, el inductivismo ingenuo sostiene
que la inducción es, no sólo el método de justificación, sino también el método de
descubrimiento empleado en la ciencia empírica, es decir, sostiene que la ciencia
comienza con observaciones y a partir de ellas descubre inductivamente las leyes, cosa
que indudablemente no puede haber ocurrido en el caso de leyes que se refieren a
entidades inobservables, como los átomos o la inteligencia.

4. El inductivismo "sofisticado"

En su versión sofisticada, el inductivismo no se ocupa de lo que pueda ocurrir en


el "contexto de descubrimiento", es decir, se limita a tratar de resolver el problema de
cómo se justifica la aceptación de afirmaciones legaliformes, sin preguntarse cómo se
descubren (o se inventan) tales afirmaciones. Tampoco sostiene la existencia de una
observación pura que permita la verificación directa de enunciados observacionales; se
conforma con que haya un conjunto de enunciados observacionales aceptados (no

77
importa si son puros o están contaminados de teoría ni si se los ha verificado o sólo
confirmado) capaces de servir como elementos de juicio en la evaluación de hipótesis
nomológicas. Y, por último, este inductivismo sofisticado no pretende que se pueda
probar la verdad de tales hipótesis sino que es posible asignarles alguna probabilidad o
algún grado de confirmación sobre la base de los elementos de juicio disponibles. Por
eso a esta variante del inductivismo se la llama también "probabilismo" o
"confirmacionismo".
En principio, el inductivismo sofisticado enfrenta dificultades semejantes a las
que ya hemos examinado a propósito de su versión ingenua. Si el conjunto de los
cuervos tiene un número indefinido y potencialmente infinito de elementos, ninguna
cantidad de cuervos comprobadamente negros permitirá asignar una probabilidad
distinta de cero a la hipótesis "Todos los cuervos son negros". Necesitaríamos adoptar,
en este caso, un principio de inducción convenientemente modificado, que dijera, por
ejemplo, "Es probable que el futuro sea semejante al pasado"; y, al igual que en el caso
anterior y por razones análogas, no podríamos justificar la aceptación de este principio
demostrando su verdad -ni siquiera podríamos demostrar que es probable-.

5. La concepción popperiana

La concepción popperiana de la ciencia tiene como punto de partida el rechazo


total del inductivismo en cualquiera de sus variantes. Según Popper, no es posible
verificar una afirmación legaliforme ni tampoco asignarle probabilidad alguna; pero sí
es posible, en cambio, refutarla: basta para ello un contraejemplo. Ningún número finito
de cuervos negros prueba que todos los cuervos sean negros, pero uno blanco prueba
que no lo son. Debido a esta "asimetría" entre verificabilidad y refutabilidad, Popper
propone a esta última como criterio de demarcación entre la ciencia empírica y la
"metafísica"; para ser empírica, una teoría tiene que ser refutable. Contra lo que podría
pensarse ingenuamente, la irrefutabilidad no es un mérito sino un defecto inadmisible.
Esto no es sólo una tesis de Popper; se admite en general que, para tener contenido
empírico, una teoría tiene que ser refutable.
Testear empíricamente una teoría es, para Popper, tratar de refutarla -esto es lo
único que se puede hacer para testear teorías, ya que, según él, no es posible verificarlas
ni asignarles probabilidad alguna-; si no se lo logra, la teoría queda "corroborada"
(término que emplea para destacar el hecho de que no se trata de una confirmación

78
inductiva) y puede ser aceptada provisionalmente. La corroboración consiste sólo en el
fracaso de los intentos de refutación, y no nos da absolutamente ninguna razón para
creer que la teoría seguirá funcionando bien en el futuro. Popper está obligado a
sostener esto, ya que cualquier razón que vaya del pasado al futuro, que permita
pronosticar éxito futuro sobre la base del éxito pasado, es una razón inductiva.

6. Dificultades del popperianismo

Pero, si al pasar con éxito un test empírico, es decir, al resultar corroborada, una
teoría no gana ninguna credibilidad en lo concerniente a su probable éxito futuro,
entonces, ¿por qué es mejor una teoría corroborada que una que no lo está? ¿O por qué
de dos teorías rivales es mejor la que tenga el grado más alto de corroboración? Popper
no puede dar una respuesta satisfactoria; para él, el éxito pasado no es ni siquiera un
indicador falible de éxito futuro. Pero, entonces, que una teoría esté más corroborada no
indica (no sólo no prueba sino que ni siquiera indica faliblemente) que esté más cerca de
la verdad, que sea más "verosímil". En efecto, el fracaso futuro de la teoría más
corroborada puede ser más grave que el de la teoría menos corroborada; dicho de otro
modo, la teoría más corroborada puede ser la peor, y su mayor grado de corroboración
no nos da ninguna razón para creer lo contrario. Así, Popper no logra establecer el
vínculo adecuado entre la corroboración y el acercamiento a la verdad, es decir, entre la
metodología de la ciencia y su meta. El llegó a reconocer13 que, para resolver este
problema, tiene que admitir un "soplo" de inductivismo, esto es, llegó a reconocer que
sólo mediante un argumento inductivo se puede establecer el vínculo necesario entre
corroboración y verosimilitud. Pero el rechazo del inductivismo es una cuestión de todo
o nada, y no una de grado, de modo que, como dijo alguien,14 no se trata de un soplo
sino de una tormenta.
Popper no circunscribe ese rechazo a las hipótesis legaliformes sino que lo
extiende a los enunciados observacionales que forman la "base empírica" de la ciencia -
los "enunciados básicos"-. Este es un paso que tiene que dar si quiere ser consecuente:
aceptar una afirmación porque ella describe un hecho que estamos observando, es

13
En sus respuestas de The Philosophy of Karl Popper, ed. Paul Arthur Schilpp (La Salle, Open
Court, 1974), pp. 1192-93.
14
William H. Newton-Smith, The Rationality of Science, Londres, Routledge & Kegan Paul,
1981; versión castellana de Marco Aurelio Galmarini, La racionalidad de la ciencia (Barcelona,
Paidós, 1987), pp. 80-83. De este libro hemos tomado las ideas expuestas en el párrafo
correspondiente a esta nota.
79
aceptarla por razones (o motivos, o causas) que no prueban su verdad de manera
concluyente. En su versión más general, el problema de la inducción no se relaciona
sólo con los razonamientos inductivos sino con todo apoyo no concluyente; el
convencionalismo de Popper con respecto a los enunciados básicos es consecuencia o
parte de su antiinductivismo (reforzado en esto por su antipsicologismo). En efecto, para
no admitir que la experiencia perceptual, la observación, desempeña el papel decisivo
en la aceptación de enunciados observacionales -a los que sólo puede proporcionar un
apoyo no concluyente, ya que se trata de enunciados sobre objetos físicos, que exceden
en contenido a los informes perceptuales-, Popper sostiene que los enunciados básicos
se aceptan como resultado de una convención o acuerdo entre los miembros de la
comunidad científica, convencionalismo que corta los vínculos entre teoría y
experiencia.15

7. Conclusiones sobre la polémica inductivismo versus deductivismo

En la controversia inductivismo versus deductivismo los dos bandos disponen de


buenos argumentos negativos: el inductivismo es vulnerable al "escepticismo con
respecto a la inducción" y el deductivismo no consigue presentar una imagen plausible
de la ciencia (ni del conocimiento en general). Esto se debe a que la inducción parece
tener dos características cuya conjunción es uno de los principales problemas
filosóficos: es tan injustificable como necesaria. Se equivocan los que creen que el
"problema de la inducción" no existe o es fácil de resolver, y cometen el error opuesto
los que creen resolverlo sosteniendo que es la inducción la que no existe. No se trata de
un "seudoproblema" originado en el mal uso que algunos filósofos hacen de términos
como "racional", "buenas razones", etc., ni de un problema susceptible de solución
"analítica", es decir, de uno que pueda resolverse con sólo analizar el significado de
esos términos. Aunque fuera cierto que razonar inductivamente forma parte del
significado de la palabra "racional", también seguiría siendo cierto que los
razonamientos inductivos no conservan la verdad. La pregunta "¿Por qué son confiables
ciertos razonamientos que, sin embargo, pueden llevarnos de premisas verdaderas a
conclusiones falsas?" expresa un problema genuino. Por otra parte, como lo indica
O’Hear,16 sería una petición de principio alegar contra Popper la llamada solución

15
Sobre esto puede verse mi trabajo "Popper: experiencia y enunciados básicos", Análisis
Filosófico, vol. XI (1991), N° 2.
16
Anthony O'Hear, Karl Popper (Londres, Routledge & Kegan Paul, 1980), p. 20.
80
"analítica", ya que él sostiene justamente que hay racionalidad no-inductiva. Pero los
popperianos exageran en el sentido opuesto al sostener que esa racionalidad no-
inductiva es la única que existe. Una vez más, el modus ponens de un filósofo es el
modus tollens de otro. La inducción es necesaria; por lo tanto, está justificada -
argumentan algunos inductivistas-. La inducción no está justificada; por lo tanto, no es
necesaria -razonan todos los popperianos-.
Pero no parece tratarse exactamente de una situación de empate. Por lo pronto,
todos somos espontáneamente inductivistas. En segundo lugar, la búsqueda de la certeza
metacientífica, que -pese a las protestas de falibilismo por parte de Popper y sus
seguidores- parece ser la principal motivación del deductivismo, depende de una
confusión entre la "certeza deductiva" y la certeza a secas. Los deductivistas no parecen
ser conscientes de que no sólo podemos llegar a conclusiones falsas cuando razonamos
inductivamente -y esto aunque lo hagamos bien, debido a que la inducción no conserva
necesariamente la verdad- sino también al hacer deducciones (o al tratar de hacerlas, si
se prefiere emplear "deducción" como palabra de logro), ya que es algo que podemos
hacer mal. Es cierto que el empleo de procedimientos inductivos constituye una nueva e
importante fuente de posibles errores, pero los popperianos no parecen ser conscientes
de que, en lo que concierne a la probabilidad de equivocarse, la diferencia, aunque
importante, es de grado, ya que siempre se expresan como si fuera una cuestión de todo
o nada -como si la probabilidad de equivocarse al (tratar de) hacer deducciones fuera
nula17-. En la necesidad de elegir entre un inductivismo consciente de que el problema
de la inducción es grave y tal vez no se resuelva nunca, y un deductivismo erróneamente
convencido de haber alcanzado una certeza invulnerable a todo escepticismo, que no
logra explicar el progreso de la ciencia ni la racionalidad de la acción, parece que hay
razones bastante buenas para quedarse con el primero.

Nota: Puede consultarse como bibliografía complementaria la citada en notas al pie.

17
No pretendo negar que hay una importante diferencia entre algo que puede fallar aunque lo
hagamos bien y algo que sólo puede fallar si lo hacemos mal, pero el deductivismo popperiano
requiere que la deducción no pueda fallar de ninguna manera, esto es, que no podamos
equivocarnos al (tratar de) hacer deducciones. En efecto, lo que a Popper le molesta de la
inducción no es que sea alta la probabilidad de que falle sino el solo hecho de que pueda fallar.
81
Unidad 8
Problemas metodológicos de las ciencias sociales (I)

1. La posibilidad de establecer leyes

En las unidades 1 y 5 hemos hecho referencia a la polémica explicación-


comprensión y hemos visto que, para la concepción positivista de la ciencia fáctica, sólo
las explicaciones basadas en leyes pueden producir comprensión, de modo que una
disciplina será científica sólo si es capaz de establecer leyes. Cuando se discute dentro
del marco positivista o naturalista si las ciencias sociales merecen ese rótulo, lo que se
está discutiendo es si son capaces de establecer leyes generales. Hemos señalado
también que, dentro de este marco, algunos han puesto en tela de juicio la cientificidad
de la investigación social alegando que su objeto de estudio crea obstáculos que
impiden establecer leyes generales, y que en el capítulo XIII de su libro La estructura
de la ciencia,18 Ernest Nagel ha analizado minuciosamente tales dificultades tratando de
mostrar que nadie ha probado que sean insuperables. En lo que sigue nos basaremos en
su exposición, aunque sin ceñirnos estrictamente a ella, para examinar cuatro de las
cinco dificultades que él discute.
Una línea de argumentación como la de Nagel exige admitir que las ciencias
naturales constituyen el modelo que debe ser emulado en la investigación social, y que
ésta se encuentra por el momento en un estado de "subdesarrollo", ya que, como dice
Nagel, "en ningún dominio de la investigación social se ha establecido un cuerpo de
leyes generales comparable con las teorías sobresalientes de las ciencias naturales en
cuanto a poder explicativo o a capacidad de brindar predicciones precisas y confiables"
(p. 404). Otro síntoma de subdesarrollo es el total desacuerdo entre los investigadores y
el debate permanente sobre los aspectos fundamentales de las respectivas disciplinas.
No hay unanimidad en cuanto a cuáles son los hechos establecidos, cuáles son las
explicaciones adecuadas ni cuáles son los procedimientos válidos de investigación. En
las ciencias naturales también surgen desacuerdos sobre tales cuestiones, pero se
encuentran habitualmente en las fronteras avanzadas del conocimiento, y por lo general
se resuelven con razonable rapidez cuando se obtienen elementos de juicio adicionales.

18
Ernest Nagel, The Structure of Science, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1961; versión castellana de
Néstor Míguez, La estructura de la ciencia, Buenos Aires, Paidós, 1968, pp. 404-452.
82
"En cambio, las ciencias sociales a menudo producen la impresión de que son el campo
de batalla de escuelas de pensamiento en guerra interminable" (p. 405).
Es esta situación, caracterizada por la inexistencia de sistemas explicativos de
gran alcance y por los desacuerdos sobre cuestiones metodológicas y de contenido, la
que ha llevado a poner en duda la cientificidad de cualquier rama de la investigación
social. Entre los problemas que aparecen en las discusiones metodológicas sobre las
ciencias sociales figuran varias dificultades que se suponen creadas por su objeto de
estudio y que se suelen citar como obstáculos que impiden establecer leyes generales,
que son imprescindibles en la formulación de explicaciones adecuadas. A continuación
consideraremos, como dijimos, cuatro de ellas.

8. La experimentación en ciencias sociales

Una dificultad mencionada con frecuencia es la presunta imposibilidad de hacer


experimentos sociales. Si esta imposibilidad fuera real, y si, además, el experimento
fuera el único método de testeo, entonces, en efecto, sería imposible establecer leyes
concernientes a fenómenos sociales, ya que sería imposible testear cualquier hipótesis –
legaliforme o de otro tipo-. Pero, por lo pronto, el experimento no parece ser el único
método de testeo (aunque seguramente es el mejor); se admite en forma casi unánime
que la observación no experimental puede cumplir esa función (la excepción es Popper,
como lo veremos en la unidad 10). ¿En qué se diferencian el experimento y la
observación no experimental? La primera diferencia –de la cual se derivan otras- es que
en el primer caso las condiciones de testeo se crean artificialmente. Si una hipótesis H
implica que en las circunstancias C se producirá el fenómeno F, es habitual admitir que
H puede someterse a un test empírico mediante a) el experimento, esto es, la creación
de las condiciones C con el objeto de comprobar si se produce F, y b) la observación no
experimental, es decir, la observación de casos en que las circunstancias C –que no
pueden ser provocadas a voluntad- se dan espontáneamente, y la comprobación de si se
produce también F.
La ventaja del experimento reside en que se puede manipular a voluntad el
"factor" o "variable" C para determinar cómo influyen su presencia o ausencia –o sus
variaciones cuantitativas, si se trata de magnitudes- en el fenómeno F. Se dice a veces
que, al hacer variar este factor, hay que mantener constantes todos los demás, esto es,
que hay que hacer variar de a uno los factores que puedan influir sobre el fenómeno en

83
estudio. Pero esto es imposible, aun en ciencias naturales. Supongamos que estamos
sometiendo a testeo experimental la ley de los gases, según la cual si la cantidad de un
gas encerrado en un recipiente permanece constante, el producto de la presión por el
volumen es igual al producto de la temperatura por R (una constante que varía con la
cantidad de gas). En esta situación se puede, como dice Hempel, "variar la presión
mientras la temperatura se mantiene constante, o viceversa, pero hay muchas otras
circunstancias que pueden cambiar durante el proceso, entre ellas, quizá, la humedad
relativa, la brillantez de la iluminación y la fuerza del campo magnético en el
laboratorio, y, desde luego, la distancia entre el cuerpo y el Sol o la Luna" (Filosofía de
la ciencia natural, p. 40).
Es imposible eliminar las variaciones en todas las circunstancias excepto una.
Todo experimento requiere hipótesis previas acerca de cuáles son los factores
pertinentes, hipótesis que, desde luego, pueden ser falsas –por definición-. En caso de
duda, deben hacerse experimento preliminares para excluir ciertos factores. Algunos
han puesto en tela de juicio la posibilidad de establecer leyes en la investigación social
alegando que en ella no es posible hacer variar todas las circunstancias salvo una.
Acabamos de ver que en realidad esto no es posible en ningún dominio, de modo que tal
imposibilidad no puede ser fatal para los estudios sociales.
Salvado este primer obstáculo, pasaremos revista brevemente a los distintos
métodos de testeo empírico para tratar de averiguar de cuáles de ellos disponen las
ciencias sociales. Los métodos que examinaremos son el experimento de laboratorio, el
experimento de campo y el análisis estadístico de datos.
Se ha dicho que la experimentación social de laboratorio cuenta con técnicas
bien desarrolladas en diversas áreas (teoría del aprendizaje, role playing, socialización
de monos, etc.), de modo que los científicos sociales pueden imitar a los físicos, es
decir, pueden formular conjeturas y testearlas en situaciones de laboratorio. Pero todos
los ejemplos aducidos comparten una característica que les impide avalar la afirmación
de que cualquier hipótesis de la ciencia social puede ser testeada mediante la
experimentación de laboratorio: todos los ejemplos pertenecen al ámbito de la
experimentación con grupos pequeños. Trataré de explicar por qué esto constituye una
objeción.
Las acciones de los hombres se pueden dividir en dos clases: A) las que se
realizan en situaciones "reales", B) las que se realizan en situaciones de laboratorio. Las
primeras pueden, a su vez, subdividirse así: A1) las que tienen repercusiones

84
importantes sobre la sociedad en su conjunto, como, por ejemplo, un congelamiento de
precios; A2) las que normalmente no tienen repercusiones de este tipo, como ocurre con
la mayoría de nuestras acciones. Los ejemplos alegados muestran, a lo sumo, que las
hipótesis acerca de acciones A2) pueden ser testeadas mediante la realización de
acciones B), pero no que ocurra lo mismo con respecto a las hipótesis sobre A1). Estas
últimas sólo podrían ser testeadas en situaciones de laboratorio si fuera posible construir
microsociedades experimentales, esto es, grupos pequeños y aislados que fueran
similares a una sociedad real en todos los aspectos pertinentes. Que esto sea posible es,
como mínimo, sumamente dudoso. Carnap ha explicado esto de manera breve y clara:
"Los científicos sociales realizan experimentos con grupos, pero habitualmente son
grupos pequeños. Si queremos saber cómo reaccionan las personas cuando no pueden
obtener agua, podemos tomar dos o tres personas, darles una dieta sin líquido y observar
sus reacciones. Pero esto no nos dice mucho acerca de cómo reaccionaría una gran
comunidad si se le cortara el suministro de agua. Sería un experimento interesante cortar
el suministro de agua de Nueva York, por ejemplo" (Fundamentación lógica de la
física, p. 42).
Nagel afirma que hay experimentación de laboratorio en la ciencia social. Sin
embargo, sus observaciones sobre el particular coinciden con lo que venimos
sosteniendo. El ejemplo que cita de experimento iluminador se refiere a "la conducta de
los niños cuando se hacen variar las condiciones en las cuales se entregan a actividades
de juego". Cuando se trata, en cambio, de un experimento diseñado "para determinar si
influye sobre los votantes su conocimiento del credo religioso de los candidatos",
reconoce que "la sensación de importancia fundamental que frecuentemente generan los
problemas de las elecciones políticas no puede ser generada fácilmente en sujetos que
participan en una votación de laboratorio. Debido a limitaciones como ésta, es correcta
la afirmación de que no es posible aceptar con confianza generalizaciones concernientes
a fenómenos sociales basadas exclusivamente en experimentos de laboratorio, sin una
ulterior investigación de medios sociales naturales" (p. 412). Es una manera de decir
que la experimentación social de laboratorio, aunque puede tener considerable valor
heurístico, no sirve como método de testeo.
Como lo han señalado varios autores –entre ellos, Popper-, la experimentación
realizada en condiciones de aislamiento que no le permitan tener repercusiones sobre la
sociedad en su conjunto, no produce resultados confiables; y esto se aplica tanto a los
experimentos de laboratorio, en los cuales el aislamiento se crea de modo artificial,

85
como a los de campo, que se llevan a cabo en comunidades naturalmente aisladas. Así,
por ejemplo, un experimento de socialismo llevado a cabo en una fábrica o un pueblo
sería muy poco concluyente.
Sea como fuere, la mayor parte de la investigación social no es experimental
sino que consiste en tratar de obtener información acerca de un fenómeno y de los
factores que se suponen causalmente relacionados con su aparición. A pesar de que en
estas investigaciones no es posible manipular directamente las variables que se
consideran importantes, se puede efectuar el control empírico mediante el análisis
estadístico de los datos registrados. En un estudio de este tipo (expuesto por Nagel en el
capítulo XIV del libro citado), el problema era el ausentismo entre las mujeres que
trabajan en fábricas. Supongamos que en una muestra de 205 mujeres, 100 de ellas
casadas y 105 solteras, faltan al trabajo regularmente (esto es, tres días por mes o más)
25 de las casadas y 10 de las solteras. Supongamos también que las muestras son
representativas y que las frecuencias relativas que aparecen en ellas pueden ser
extrapoladas para obtener generalizaciones fundadas acerca de las poblaciones
correspondientes. Dos de tales generalizaciones son: "En la población de las mujeres
empleadas en fábricas, la frecuencia relativa de ausentistas entre las casadas es de
25/100 o 0,25" y "En la población..., entre las solteras es de 10/105 o 0,09". Puesto que
la primera de esas frecuencias es significativamente mayor que la segunda, parece haber
una conexión entre estado civil y ausentismo. Sin embargo, el hecho de que sólo
algunas de las casadas sean ausentistas y de que también lo sean algunas de las solteras,
sugiere que no es el estado civil en sí el responsable del ausentismo. Supongamos que se
hace un intento de explicar las generalizaciones mencionadas introduciendo una
variable "de prueba": el número de horas que una mujer dedica a los quehaceres
domésticos, que se considerará "grande" si es de seis horas por semana o más y
"pequeño o nulo" en caso contrario. Cuando se "estratifica" la muestra con respecto a la
variable de prueba, se encuentra que 76 dedican mucho tiempo a labores domésticas y
129, poco o ninguno. En el primer grupo, 24 casadas son ausentistas pero 33 no,
mientras que 8 solteras son ausentistas y 11 no; en el segundo, 1 casada es ausentista
pero 42 no, mientras que 2 solteras son ausentistas y 84 no. Es evidente que en ambas
subpoblaciones la frecuencia relativa de ausentismo entre las casadas es la misma que
entre las solteras. Por lo tanto, dentro de cada parte estratificada de la muestra -y de la
población- el estado civil y el ausentismo son estadísticamente independientes. La

86
dependencia estadística entre esos atributos afirmada para la población no estratificada
se explica por la dependencia entre cada uno de ellos y la variable de prueba.
En estas investigaciones los factores importantes, como por ejemplo el estado
civil, no pueden ser manipulados directamente, pero se logra efectuar el control si es
posible obtener suficiente información acerca de esos factores, de modo que el análisis
de la información permita representar algunos de ellos como constantes –y, por lo tanto,
sin influencia sobre el fenómeno en estudio-, mientras que los datos reunidos sobre las
variaciones de otros muestran alguna correlación (o falta de correlación) con los datos
reunidos acerca del fenómeno. Los objetos manipulados son los datos registrados acerca
de los factores importantes en lugar de los factores mismos. Al someter esos datos a las
manipulaciones del análisis estadístico, es posible fundamentar la atribución a algunos
factores de influencia causal sobre el fenómenos, o bien eliminar algunos como
determinantes causales del fenómeno.
Sin embargo, la fundamentación de dichas atribuciones causales tropieza con
dificultades. No sólo hay serios problemas técnicos concernientes a la elección de las
variables importantes y a la recolección de datos sino que también se plantea el
problema general concerniente a la naturaleza de los elementos de juicio requeridos para
atribuir válidamente una significación causal a las correlaciones entre los datos. Es fácil
caer en la falacia del post hoc ergo propter hoc ("después de eso; por lo tanto, a causa
de eso") al interpretar datos acerca de fenómenos que se producen en forma de sucesión
como si esto indicara conexiones causales. No obstante, como hemos visto en el
ejemplo anterior (y como puede verse con bastante detalle en el capítulo XIV del libro
de Nagel), es posible encontrar fundamento para distinguir entre correlaciones causales
espurias y genuinas.

9. El conocimiento de los fenómenos sociales como variable social

La estrategia general del monista metodológico es la misma frente a todos los


obstáculos que presuntamente impiden establecer leyes generales en el ámbito de la
ciencia social. Como lo hemos visto en la sección anterior en relación con la posibilidad
de someter las teorías al control de la experiencia, dicha estrategia consiste en admitir
que las dificultades existen, e incluso que son muy graves, pero sosteniendo al mismo
tiempo que no son esencialmente insuperables –que no son insuperables "en principio",
como suele decirse, traduciendo literalmente la expresión inglesa "in principle"-. (La

87
tesis central de Nagel es en realidad más modesta, y negativa, a saber, que nadie ha
probado –aunque algunos alegan haberlo hecho- que tales dificultades sean
esencialmente insuperables.) Y una táctica que frecuentemente se pone al servicio de
esa estrategia, consiste en mostrar que el problema de que se trate no es exclusivo de las
ciencias sociales sino que también se presenta en las ciencias naturales. Como nadie
sostiene que estas últimas no puedan establecer leyes generales, eso basta para probar
que el obstáculo no es insuperable. Veamos ahora cómo funciona esta línea de
argumentación en lo que concierne a la siguiente dificultad: los seres humanos a
menudo modifican su conducta social al adquirir nuevo conocimiento acerca de los
procesos sociales. Esta dificultad tiene dos aspectos: por una lado, la investigación
social puede introducir cambios en los materiales que estudia, y, por lo tanto, puede
viciar desde el comienzo las conclusiones que se alcancen; por otro lado,
generalizaciones bien fundadas acerca de fenómenos sociales pueden resultar
invalidadas si se convierten en conocimiento público y si, a la luz de ese conocimiento,
los hombres modifican las conductas en las que se basaban esas generalizaciones.
Examinaremos sucesivamente estos dos aspectos de la dificultad en cuestión.
La realización de encuestas –una de las técnicas utilizadas en la investigación
social para la recolección de datos- puede ilustrar el primero de esos aspectos. Aun
suponiendo que los entrevistadores estén adecuadamente preparados, subsiste el
problema de saber si no influye en las respuestas el hecho de que los que responden
sepan que están siendo entrevistados. Algunos tienen opiniones pesimistas sobre el
particular. Leo Strauss, por ejemplo, se pregunta: "¿Es posible decir algo atinente a los
sondeos de la opinión pública sin comprender el hecho de que muchas respuestas a los
cuestionarios provienen de personas sin inteligencia, sin información, mentirosas e
irracionales, y que no pocas preguntas son formuladas por gente del mismo calibre?"
(citado por Nagel, pp. 442-43). Sin usar palabras tan fuertes, Nagel reconoce que la
circunstancia de que el entrevistado sepa que es objeto de interés puede influir en sus
respuestas, "sea induciéndolo a dar respuestas aplomadas a cuestiones acerca de las
cuales nunca ha reflexionado, sea inclinándolo a emitir opiniones que no son
representativas de sus creencias verdaderas ni reveladoras de su conducta habitual" (p.
421). Las respuestas obtenidas en las entrevistas son los datos sobre los cuales se basan
las conclusiones concernientes a diversos temas. Si el proceso de recolección de datos
sólo permite obtener datos creados por el proceso mismo, resulta evidentemente
incorrecto evaluar hipótesis sobre la base de tales datos.

88
"La dificultad es seria –dice Nagel-, y no hay ninguna fórmula general para
eludirla; pero no es exclusiva de las ciencias sociales ni es insuperable en principio"
(ibid.). En las ciencias naturales, los instrumentos de medición alteran en algunos casos
la magnitud que se quiere medir. Sin meternos en temas tan complicados como las
relaciones de incertidumbre en la mecánica cuántica –donde tiene mucha importancia el
hecho que estamos comentando-, basta señalar que, al introducir un termómetro en un
líquido, modificamos la temperatura del líquido (salvo en el caso improbable de que el
termómetro y el líquido tuvieran exactamente la misma temperatura antes de la
inmersión). Pero sabemos que esta dificultad se puede superar y que es posible medir la
temperatura de los líquidos; por ejemplo, porque se sabe que los efectos de la
mencionada interacción son ínfimos y se los puede despreciar, o porque pueden ser
calculados con precisión sobre la base de leyes conocidas y tomados en cuenta al
asignar un valor numérico a la temperatura, etc.
La situación es la misma en las ciencias sociales. En ambos grupos de
disciplinas, la dificultad surge porque los medios utilizados para estudiar los fenómenos
producen cambios en dichos fenómenos. Es cierto que en las ciencias sociales tales
cambios se deben al conocimiento que los hombres tienen de que están siendo
investigados, cosa que no ocurre en las ciencias naturales; pero esta diferencia relativa
al mecanismo particular mediante el cual se provocan cambios en un dominio, no afecta
a la naturaleza del problema creado por los cambios, problema que consiste en que no
podemos saber cómo es el objeto cuando no lo estudiamos. Por otra parte, las ciencias
sociales frecuentemente emplean otras técnicas de investigación con respecto a las
cuales no surge esta dificultad; por ejemplo, recursos para observar la conducta social
sin que los participantes sepan que son observados.
Pasemos al segundo aspecto de la dificultad que nos ocupa. Las fuerzas que
mantienen a los planetas en sus órbitas no se ven afectadas por los progresos de la
astronomía. En cambio, las relaciones estudiadas por las ciencias sociales pueden ser
modificadas como consecuencia de los progresos de estas disciplinas. Las conclusiones
obtenidas en investigaciones correctas pueden ser invalidadas, como dijimos, si los
hombres modifican sus pautas de conducta al enterarse de tales conclusiones. Si esto es
así –se ha sostenido-, no puede haber leyes sociales que valgan para un futuro
indeterminado ni predicciones más o menos seguras de la conducta social.
Dos tipos de predicción ilustran el modo en que las acciones generadas por
ciertas creencias determinan la verdad o falsedad de esas mismas creencias. En primer

89
lugar, la "predicción suicida" tiene fundamento cuando se la formula, pero resulta
refutada por acciones emprendidas como consecuencia de su difusión. Así, por ejemplo,
si los economistas predicen un receso comercial, los hombres de negocios pueden, a
causa de esa advertencia, bajar los precios de ciertos productos estratégicos, de modo
que aumente la demanda de tales bienes y el receso no se produzca. En segundo
término, la "profecía autorrealizadora" carece de fundamento en el momento en que se
la formula, pero resulta verdadera debido a las acciones emprendidas como
consecuencia de creer en ella: el rumor infundado de que un banco está a punto de
quebrar hace que los depositantes retiren su dinero y el banco quiebre.
A veces se presenta esta dificultad como si fuera producto de la libertad humana,
y, en consecuencia, como si fuera exclusiva de las ciencias sociales. Pero es posible
ilustrar ambos tipos de predicción con ejemplos tomados de las ciencias naturales. Por
ejemplo, es posible hacer apuntar y disparar un cañón antiaéreo mediante un mecanismo
puramente físico que incluye un radar para localizar el blanco, una computadora para
determinar la dirección en la cual debe apuntar el cañón, un aparato de ajuste que mueve
y dispara el cañón, y algún sistema para transmitir en forma de señales los cálculos de la
computadora al aparato de ajuste. Supongamos que si se disparara el cañón de acuerdo
con los cálculos de la computadora, se daría en el blanco; pero supongamos también que
las señales tienen efectos perturbadores (que la computadora no puede corregir) en el
aparato de ajuste o en el blanco. Aunque se dispare el cañón de acuerdo con cálculos
que eran correctos cuando se los hizo, no logra dar en el blanco debido a cambios
introducidos por el proceso de transmisión de esos cálculos. Se trata de una situación
análoga a la predicción suicida en la investigación social. Y, de modo semejante, se
puede construir una analogía física de la profecía autorrealizadora: supongamos que el
dispositivo del ejemplo anterior tiene algún defecto tal que el cañón no lograría dar en el
blanco si se lo apuntara y disparara de acuerdo con los cálculos de la computadora; pero
supongamos también que ese defecto resulta compensado por los efectos perturbadores
de las señales que transmiten los cálculos.
Es cierto, entonces, que con frecuencia aparecen predicciones suicidas y
autorrealizadoras concernientes a cuestiones humanas; pero esto no elimina –como
sostienen algunos que interpretan mal la situación- la posibilidad de establecer leyes
generales. No la elimina por las razones que exponemos a continuación.
En primer lugar, las leyes son enunciados condicionales –o sea, afirmaciones de
la forma "Si p, entonces q"-, incluso en aquellos casos en que a primera vista no lo

90
parecen. Así, por ejemplo, "Todos los metales se dilatan al ser calentados" puede ser
entendido y reformulado como "Si se calienta un trozo cualquiera de metal, se dilata".
Más específicamente, las leyes son enunciados condicionales de un tipo particular:
enunciados condicionales que son falsos solamente cuando su antecedentes es verdadero
y su consecuente falso. En cualquier otro caso, las leyes son verdaderas; en particular,
son verdaderas cuando su antecedente es falso, aunque en tal caso no se aplican a nada y
por eso se dice que son "vacuamente verdaderas". Un trozo de metal que no se haya
sido calentado, o cualquier objeto que no sea de metal, no refutan la ley de la dilatación
térmica de los metales sino sólo su antecedente; lo que se necesita para refutar la ley es
un trozo de metal que no se dilate al ser calentado. Las predicciones científicas son
aplicaciones de las leyes y son ellas mismas condicionales, aunque a veces no lo
parezcan porque el antecedente no está formulado de manera explícita. Una ley
económica sumamente trivial, en la cual se basa la predicción suicida antes citada, dice:
"Si los precios son en general muy altos en relación con el poder adquisitivo de la
mayor parte de la población, se produce un receso comercial". Los economistas que,
aplicando esta ley, predicen un receso, están suponiendo tácitamente que los precios se
mantendrán altos; formulada de manera completa, la predicción dice: "Si los precios se
mantienen altos, se producirá un receso". Los comerciantes que, al enterarse de la
predicción, bajan los precios, en realidad no la refutan; y, por supuesto, tampoco refutan
la ley, así como "el hecho de que los hombres generalmente eviten los vapores del ácido
cianhídrico cuando toman conocimiento de la ley según la cual si se inhala dicho gas se
produce rápidamente la muerte, no constituye una refutación de esta ley" (p. 424).
En segundo lugar, es posible incluso establecer leyes cuyos antecedentes se
refieran precisamente al conocimiento de fenómenos sociales, es decir, leyes que
conecten dicho conocimiento, considerado como variable social, con otras variables.
Dicho de otro modo, aunque el conocimiento de los fenómenos sociales puede influir
sobre esos fenómenos, no sólo es posible establecer leyes concernientes a ellos, sino que
incluso es posible establecer leyes que enuncien la manera en que tiene lugar la
mencionada influencia. Para seguir con el mismo ejemplo trivial, debe haber una ley
(probabilística) que diga algo como lo siguiente: "Si los hombres de negocios se enteran
de que es inminente un receso comercial, es probable que bajen los precios de ciertos
productos estratégicos".
Por último, es necesario tener en cuenta que las acciones de los hombres tienen
consecuencias no deseadas, debido a que normalmente se desarrollan en un

91
ordenamiento social sobre el cual los hombres no tienen un dominio completo. Esto
puede ilustrarse con un ejemplo muy sencillo tomado de Popper: si un hombre desea
comprar una casa, seguramente no desea elevar el precio de las casas; pero el solo hecho
de que aparezca en el mercado como comprador estimula la tendencia a elevar los
precios. Que las acciones tengan resultados no previstos pone límites al papel que
desempeña el conocimiento de los procesos sociales en la modificación de esos
procesos, y crea así un ámbito que puede ser investigado sin tener en cuenta la
influencia de dicho conocimiento. Popper llega incluso a afirmar que la tarea principal
de las ciencias sociales consiste en estudiar las repercusiones no esperadas de las
acciones humanas intencionales. Por otra parte, las acciones de los hombres son en su
mayoría el resultado de hábitos de conducta social muy difíciles de modificar, y no el
producto de un planeamiento consciente. Como consecuencia de todo esto, "los efectos
producidos por esfuerzos tendientes a lograr cierto objetivo suelen quedar anulados por
efectos producidos por una conducta que se ajusta a las pautas habituales de conducta
social o por otros sucesos sobre los cuales los actores no tienen ningún control" (Nagel,
p. 426). Así, la posibilidad de que la acción basada en el conocimiento de los procesos
sociales modifique esos procesos por lo general puede ser ignorada, y no constituye un
obstáculo insuperable para el establecimiento de leyes.

92
Unidad 9
Problemas metodológicos de las ciencias sociales (II)

1. Relatividad cultural y condicionamiento histórico

Un buen ejemplo de ley natural, citado con frecuencia en la bibliografía


epistemológica, es la ley de Snell, según la cual un rayo de luz que pasa oblicuamente
de un medio óptico a otro se refracta en la superficie que los separa de tal modo que la
relación entre el seno del ángulo de incidencia y el seno del ángulo de refracción es una
constante para cualquier par de medios ópticos. Esta relación es la misma en cualquier
región del universo y en cualquier momento del tiempo; la ley tiene, entonces, un
alcance irrestricto. En cambio, la relación entre índice de natalidad y estatus social en
una sociedad y un período determinados es diferente, en la mayoría de los casos, de la
relación que hay entre esas variables en otra sociedad, e incluso en la misma sociedad
durante otro período. Parecería, entonces, que las generalizaciones de las ciencias
sociales sólo pueden tener un alcance muy restringido, debido a que las pautas de
conducta social varían de una sociedad a otra y de un período histórico a otro según el
carácter de sus instituciones, que se han desarrollado como respuestas a ambientes
distintos y dentro de tradiciones culturales diferentes. Hay en todas las sociedad
conocidas instituciones análogas acerca de las cuales pueden formularse
generalizaciones irrestrictas, pero se trata de generalizaciones triviales, como, por
ejemplo, "Toda sociedad tiene algún tipo de organización familiar". "Debe admitirse,
ciertamente –reconoce Nagel-, la posibilidad de que las leyes no triviales y bien
fundadas acerca de fenómenos sociales tengan siempre sólo una generalidad muy
restringida" (p. 415). Pero algunos han interpretado mal este hecho y han sostenido que
las leyes "transculturales" de los fenómenos sociales son imposibles en principio. A
continuación examinamos este problema.
A veces se sostiene que no es posible establecer leyes sociales porque se supone
que las leyes científicas deben permitirnos predecir con exactitud lo que ocurrirá en
cualquier momento del futuro. Al sostener esto, se está tomando como paradigma de
ciencia a la astronomía, capaz de predecir, por ejemplo, eclipses de sol para dentro de
mucho tiempo y con un alto grado de precisión. Pero, como lo señalan Popper y Nagel,
las circunstancias que permiten realizar predicciones a largo plazo en la astronomía no
se dan en otras ramas de la ciencia natural. Las profecías de eclipses "son posibles –dice

93
Popper- porque nuestro sistema solar es un sistema estacionario y repetitivo debido al
accidente de que se encuentra aislado de otros sistemas mecánicos por inmensas
regiones de espacio vacío" (Conjeturas y refutaciones, p. 391). Pero, en la mayoría de
los casos, los demás sistemas físicos no presentan estas características. Podemos
predecir con exactitud los movimientos de un péndulo en la medida en que esté aislado
de la influencia de factores externos; pero no podemos extender las predicciones a un
futuro muy lejano porque el sistema no permanecerá indefinidamente inmune a las
perturbaciones. Además, en muchos casos de investigación física no conocemos las
condiciones iniciales que nos permitirían aplicar las teorías disponibles y formular
predicciones precisas; por ejemplo, "no podemos predecir con mucha exactitud adónde
será llevada por el viento en diez minutos una hoja que acaba de caer de un árbol"
(Nagel, p. 416). La incapacidad de prever el futuro indefinido no es exclusiva, entonces,
de las ciencias sociales, y, por lo tanto, no constituye una prueba de que no se pueden
establecer leyes de vasto alcance.
Otra idea equivocada es la idea de que la existencia de regularidades distintas en
sistemas distintos excluye la posibilidad de que haya un esquema común de relaciones
subyacentes, y, por lo tanto, la posibilidad de que esas uniformidades distintas sean
explicadas por una teoría única. Esta idea surge de confundir la cuestión de si hay una
estructura invariante que pueda ser formulada como una teoría general con la cuestión
de si las condiciones iniciales adecuadas para aplicar la teoría son las mismas en todos
los sistemas. Una tormenta de rayos, los movimientos de una brújula marina, la
aparición de un arco iris y la formación de una imagen óptica en el telémetro de una
cámara fotográfica son, sin duda, fenómenos físicos muy diferentes, pero todos pueden
ser entendidos en términos de la teoría electromagnética. Hay leyes especiales diferentes
para cada uno de ellos, pero la teoría puede explicar todas esas leyes, que se obtienen a
partir de la teoría cuando se especifican condiciones iniciales diferentes. En
consecuencia, el hecho de que las uniformidades sociales varíen de una cultura a otra no
excluye la posibilidad de que dichas uniformidades sean especializaciones de
estructuras comunes a todas las culturas. Las diferencias en la organización de las
sociedades y en los modos de conducta pueden ser consecuencia de diferencias en los
valores específicos de algunas variables que constituyen los componentes elementales
de una estructura común a todas las sociedades. Para decirlo de un modo quizá poco
riguroso pero breve, cosas distintas pueden ser manifestaciones distintas de lo mismo.

94
Así, por ejemplo, estructuras de parentesco diferentes pueden representar maneras
diversas de establecer la prohibición del incesto, que sería el factor invariante.
El "condicionamiento histórico" de los fenómenos sociales no constituye un
obstáculo para la formulación de leyes transculturales de gran generalidad. Para que una
ley cubra una gama amplia de fenómenos diferentes, la formulación de la ley debe
ignorar sus diferencias. A veces esto se logra mediante el uso de variables (en el sentido
matemático de la palabra), aplicándose luego la ley mediante la asignación de valores a
las variables, valores que pueden diferir de una situación a otra. Por ejemplo, la
"constante" gravitacional mencionada en la ley de Galileo sobre los cuerpos en caída
libre no tiene el mismo valor en todos los lugares de la Tierra, pero en la formulación
habitual de la ley no se cita ninguno de sus valores y se obtiene una expresión de mayor
generalidad utilizando la variable "g".
Esta técnica no siempre es posible o conveniente. Otro recurso consiste en
formular la ley para un "caso ideal", de tal modo que la ley afirma alguna relación que
sólo vale en ciertas condiciones límites, que tal vez no se den nunca. Por ejemplo, se
formula la ley de la palanca para barras perfectamente rígidas y homogéneas, aunque las
palancas reales sólo aproximadamente satisfacen esta condición. Cuando se analiza una
situación con la ayuda de una ley de este tipo, es necesario introducir suposiciones
adicionales para llenar la brecha entre el caso ideal y el caso real. Con frecuencia tales
suposiciones son muy complicadas, y no se pueden enunciar con precisión y de manera
completa porque su mención explícita sería demasiado engorrosa o porque no se
conocen todos los factores que diferencian el caso real del ideal. Así, una ley puede
tener en apariencia una generalidad y una sencillez muy grandes debido a que su
formulación no revela las restricciones en su alcance y la complejidad que surgen
cuando se tienen en cuenta las condiciones reales que permiten aplicar la ley a
situaciones concretas.
Ambas técnicas –el empleo de variables en la enunciación de las leyes y la
formulación de éstas para casos ideales- han sido utilizadas en las ciencias sociales. Por
ejemplo, han sido usadas en economía para la construcción de teorías en las que
interviene la noción de competencia perfecta o la noción de agentes económicos
interesados solamente en maximizar sus ganancias. Estos intentos sólo han tenido hasta
ahora, en el mejor de los casos, un éxito moderado. Pero la causa de su fracaso no es la
estrategia de formular las leyes para casos ideales, sino, por un lado, el empleo de
nociones teóricas que no son las adecuadas, y, por otro, las dificultades para determinar

95
cómo hay que modificar la formulación de las leyes a la luz de las circunstancias
especiales que se presentan en cada situación social concreta.
Sin embargo, en la mayor parte de los casos los análisis de fenómenos sociales
han sido efectuados en términos de distinciones cotidianas. Es difícil eliminar de estas
nociones de sentido común la referencia a características de alguna sociedad particular.
Además, por lo general no se conocen de manera completa las condiciones en las cuales
son válidas las generalizaciones formuladas. Como consecuencia de todo esto, dichas
generalizaciones, o bien son estadísticas y no universales, o bien son "casi generales",
en el sentido de que, aunque se las expresa como universales, se las afirma sin la
intención de excluir diversas excepciones. En cualquiera de estos casos, la validez de
una generalización para grupos de otras sociedades puede ser sumamente incierta. Por
ejemplo, la afirmación casi general de que los hombres de mayor educación reclutados
en las fuerzas armadas presentan menos síntomas psicosomáticos que los de menor
educación, no se consideraría falsa si algún grupo particular de reclutas universitarios
manifestara más síntomas que un grupo con educación primaria solamente, en caso de
que se demostrara que el oficial que comanda a ambos grupos tiene una animadversión
especial contra los universitarios. Pero no sería factible enunciar en detalle todos los
tipos de situación no cubiertos por la generalización y que no constituyen, por lo tanto,
genuinas excepciones. Por otra parte, la generalización no es aplicable a aquellas
sociedades donde no hay diferencias en la educación formal (aunque, como ya hemos
visto, tampoco resulta refutada por estas sociedades).
Si las leyes sociales deben expresar relaciones que sean invariantes a través de
todas las culturas, los conceptos que figuren en esas leyes no pueden referirse a
características que aparezcan sólo en algunas sociedades. Los intentos de establecer
leyes transculturales realizados hasta ahora han utilizado, por ejemplo, variables
referentes a factores físicos (como el clima), factores biológicos (como los impulsos
orgánicos), factores psicológicos (como los deseos o actitudes), factores económicos
(como las relaciones de propiedad) y factores específicamente sociológicos (como la
cohesión social), Las leyes propuestas con mayor frecuencia enuncian cambios sociales
supuestamente inevitables y sostienen que las sociedades pasan por una sucesión fija de
etapas de desarrollo. Ninguno de esos intentos ha tenido éxito, y parece sumamente
improbable que una teoría social general pueda ser una teoría del desarrollo histórico.
Es posible que, en comparación con las variables empleadas en el pasado, los conceptos
requeridos tengan que ser mucho más abstractos, deban estar separados por un abismo

96
más grande de las nociones utilizadas cotidianamente en la vida social y exijan el
dominio de técnicas muchos más complicadas.

2. El papel de los juicios de valor en la investigación social

Suele sostenerse que los valores sociales a los cuales adhieren los científicos
sociales no sólo influyen en el contenido de sus conclusiones sino también en la
evaluación de los elementos de prueba con los cuales fundamentan esas conclusiones.
La "neutralidad valorativa", que parece universal en las ciencias naturales, sería, así,
imposible en la investigación social. Y, puesto que los científicos sociales no adhieren
todos a los mismos valores, también sería imposible la unanimidad con respecto a
cuáles son los hechos establecidos y las explicaciones satisfactorias de ellos. Para
examinar algunas de las razones que se han esgrimido en apoyo de tales afirmaciones,
será conveniente dividirlas en cuatro grupos. Consideraremos el papel atribuido a los
juicios de valor en: a) la selección de los problemas; b) la determinación de las
conclusiones; c) la identificación de los hechos, y d) la evaluación de los elementos de
prueba.
Se insiste mucho en que los temas que un científico social elige para su estudio
están determinados por sus ideas acerca de cuáles son los valores socialmente
importantes. Así, por ejemplo, si un economista se dedica a investigar cuáles son las
condiciones indispensables para que exista un mercado libre, tal vez lo hace porque cree
que el mercado libre es un valor humano fundamental. Pero, mientras no se demuestre
que esto inevitablemente distorsiona su evaluación de los elementos de prueba que
presenta en apoyo de sus conclusiones, la investigación realizada por ese economista no
tiene por qué ser menos "objetiva" o "neutral" que la de un fisiólogo ocupado en
averiguar cuáles son los procesos que mantienen una temperatura interna constante en el
cuerpo humano. Sin duda, el fisiólogo considera sumamente valioso ese mantenimiento
de la temperatura, y este juicio de valor ha influido en su elección del tema que
investiga; pero esto no le impide basar sus conclusiones en elementos de prueba
adecuadamente evaluados. Tanto en las ciencias naturales como en las sociales los
intereses del científico determinan los objetos que selecciona para su estudio –si
estuviéramos totalmente despojados de valoraciones e intereses, no investigaríamos
nada-; pero en ninguno de los dos grupos de disciplinas los factores que motivan la
elección del tema controlan la aceptación o rechazo de hipótesis ni la evaluación de los

97
elementos de prueba. "En resumen, no hay diferencia alguna entre las ciencias con
respecto al hecho de que los intereses del científico determinen los objetos que elija para
investigar. Pero este hecho no constituye en sí mismo ningún obstáculo para la
prosecución exitosa de investigaciones objetivamente controladas" (Nagel, pp. 438-39).
Con frecuencia se alega una razón de más peso para probar el carácter
valorativo de la investigación social: cada científico social tiene su ideal social, es decir,
su concepto de lo que constituye una sociedad justa, y esto interviene en sus análisis de
los fenómenos sociales. Está fuera de discusión que muy a menudo "nuestros gustos,
aversiones, esperanzas y temores tiñen nuestras conclusiones" (Nagel, p. 440). Y
también es cierto que desacuerdos aparentemente fácticos –esto es, desacuerdos acerca
de si en realidad han ocurrido ciertos hechos-, que deberían poder resolverse aplicando
técnicas científicas de investigación, tienen su origen en desacuerdos acerca de valores,
que no pueden ser dirimidos por la investigación científica. Sin embargo, este problema
sólo tiene sentido si se admite que en principio es posible distinguir entre hechos y
valores, y, por lo tanto, entre juicios fácticos y juicios de valor. La ciencia no puede
decirnos cuáles deben ser nuestros ideales, pero sí puede decirnos cómo realizar un ideal
determinado. Así, por ejemplo, los economistas pueden discrepar interminablemente
sobre la conveniencia de una sociedad que proteja a sus miembros contra las penurias
económicas, pues el desacuerdo puede provenir de diferencias indecidibles en sus
orientaciones valorativas; pero, si disponen de suficientes elementos de juicio,
presumiblemente estarán de acuerdo en lo que concierne a la proposición fáctica según
la cual no basta un sistema económico puramente competitivo para crear tal sociedad.
A veces se recomienda que los científicos sociales hagan explícitas sus
preferencias valorativas para poder así distinguirlas de la cuestión fáctica de si
determinados medios son adecuados para alcanzar ciertos fines. Pero, en muchos casos,
esas preferencias son inconscientes, y no basta para superarlas nuestro deseo de ser
imparciales. Se las supera gradualmente a través de los mecanismos autocorrectivos de
la ciencia como empresa social. La ciencia se caracteriza, en efecto, por la competencia
y la crítica mutua entre investigadores con orientaciones intelectuales, preferencias
valorativas y adhesiones doctrinarias diferentes, y sólo conserva aquellas conclusiones
que han resistido el examen crítico de toda la comunidad científica respectiva. Este
mecanismo institucional para filtrar creencias bien fundadas se ha desarrollado en las
ciencias naturales durante siglos, y aun así la protección que ofrece en estas disciplinas
no es infalible ni completa. Sería absurdo pretender que actuara con la misma eficacia

98
en la investigación social. "Pero no sería menos absurdo concluir que es inalcanzable un
conocimiento confiable de cuestiones humanas simplemente porque la investigación
social tiene con frecuencia una orientación valorativa" (Nagel, p. 442).
Otro argumento a favor de la tesis de que las ciencias sociales no pueden estar
libres de valoraciones, dice que en el análisis de la conducta humana intencional es
imposible separar los hechos de los valores. Se ha sostenido, por ejemplo, que el
científico social no puede delimitar su objeto de estudio sin hacer valoraciones: un
sociólogo del arte debe distinguir las obras de arte de los cachivaches, y un sociólogo de
la religión debe distinguir la religiosidad sincera de las actitudes mercenarias; y estas
distinciones requieren juicios de valor estéticos y religiosos, respectivamente. Este
argumento confunde dos tipos distintos de afirmaciones relacionadas con valores: una
cosa es establecer la presencia o ausencia de ciertos valores en una situación
determinada, y otra cosa distinta es compartir esos valores. Para evitar esta confusión,
Nagel llama "juicios de valor caracterizadores" a los enunciados que establecen lo
primero y "juicios de valor apreciativos" a aquellos que expresan valoraciones. Ambos
tipos de juicios de valor pueden darse en todas las disciplinas, y en todas es posible
distinguirlos. Cuando un fisiólogo afirma que un animal está anémico, está haciendo un
juicio de valor caracterizador; cuando opina que la anemia es un estado indeseable, está
haciendo un juicio de valor apreciativo. La situación es análoga a la del sociólogo que
caracteriza ciertas actitudes como mercenarias y que, además, desaprueba esas
actitudes. Es cierto que un término como "mercenario", lo mismo que otros de uso
común en la investigación social, se emplea normalmente de manera peyorativa, de
modo que el sociólogo, al calificar de mercenaria cierta actitud, no sólo la está
caracterizando sino que también la está desaprobando. Pero no todos los enunciados
caracterizadores afirmados por científicos sociales son de este tipo; y, por otra parte, lo
que hace ese sociólogo es lo mismo que hace un físico cuando describe un cronómetro
como inexacto o una plataforma de apoyo como inestable.
Según otra variante del argumento que estamos considerando, la suposición ya
mencionada de que las relaciones entre medios y fines sin adherir a los fines se basa en
la idea errónea de que los hombres dan valor únicamente a los fines, y no a los medios.
Pero el carácter de los medios empleados afecta al resultado total, y la elección que
hacen los hombres entre medios alternativos para alcanzar el mismo fin depende de los
valores que asignen a esos medios. Por lo tanto, los enunciados en apariencia puramente

99
fácticos acerca de relaciones entre medios y fines involucran en realidad la adhesión a
determinadas valoraciones.
Este argumento no tiene fuerza alguna. Supongamos que una persona necesita
un automóvil pero no tiene dinero como para comprarse uno; puede conseguir el dinero
necesario pidiéndolo prestado a un banco o a un amigo que no le cobra interés, pero le
disgusta mezclar la amistad con los negocios y por eso prefiere el impersonal préstamos
bancario. Los valores que este individuo asigna a los medios alternativos de que dispone
gobiernan la elección que hace entre ellos, y el resultado total a que llegaría adoptando
una de las alternativas, es diferente del que produciría su adopción de la otra. Pero la
verdad del enunciado según el cual podía comprar el automóvil pidiendo un préstamo a
un banco y la verdad del enunciado según el cual podía comprarlo pidiendo un préstamo
a un amigo no se ven afectadas en lo más mínimo por la distinta valoración de los
medios, de modo que ninguno de esos enunciados supone evaluaciones apreciativas. Es
cierto, entonces, que los enunciados sobre relaciones entre medios y fines están libres de
valoraciones.
Nos queda la tesis de que es imposible una ciencia social libre de valoraciones
porque éstas intervienen en la evaluación de los elementos de prueba que los científicos
sociales presentan en apoyo de sus conclusiones. Nagel examina tres de las muchas
variantes de esta tesis; nosotros nos conformaremos con una sola, que es la más radical
de todas. Según esta variante, hay una conexión necesaria entre la "perspectiva social"
de un estudioso de cuestiones humanas y sus ideas acerca de cuáles elementos de prueba
son suficientes o acerca de qué constituye una investigación social adecuada. Si esto es
así, entonces no es eliminable la influencia de los valores a los cuales adhiere debido a
su situación social. Esta versión de la tesis forma parte del "relativismo histórico" con
respecto al pensamiento social, según el cual todo análisis de los fenómenos sociales
refleja los intereses y valores dominantes en algún sector de la sociedad humana en
determinada etapa de su historia. De acuerdo con esto, en la investigación social no es
posible distinguir entre el origen de las creencias de una persona y la verdad o falsedad
de dichas creencias. Un destacado exponente de esta posición –que también puede
encontrarse en Hegel y en el marxismo- fue Karl Mannheim, que realizó valiosas
contribuciones a la "sociología del conocimiento", es decir, a la investigación de la
influencia de la sociedad sobre las creencias de los hombres.
Lo primero que se puede decir sobre la tesis radical que hemos expuesto es que
no hay elementos de juicio que prueben que los criterios empleados en la investigación

100
social para evaluar teorías están necesariamente determinados por la perspectiva social
del investigador. "Por el contrario, los 'hechos' habitualmente citados en apoyo de esta
afirmación sólo demuestran, a lo sumo, una relación causal contingente entre los
condicionamientos sociales de una persona y sus cánones de validez cognoscitiva"
(Nagel, p. 450). Por otra parte, si se admite que en la matemática y en las ciencias
naturales la génesis de las proposiciones es ajena a su verdad, ¿por qué no pueden
manifestar la misma neutralidad las proposiciones acerca de cuestiones humanas? Dos
caballos pueden, en general, arrastrar una carga mayor que uno solo. La verdad de este
enunciado es independiente del estatus social del individuo que lo afirma. ¿Qué es lo
que hace imposible tal independencia en el caso de un enunciado análogo acerca de las
conductas humanas según el cual dos trabajadores pueden, en general, hacer un pozo
más rápidamente que uno solo?
En segundo lugar, la tesis debe enfrentar una dificultad señalada con frecuencia:
el carácter autorrefutador de las concepciones relativistas del conocimiento. La validez
de un enunciado sobre cuestiones humanas depende de la perspectiva social del que lo
afirma. ¿De qué depende la validez de ese enunciado? Si es aplicable a sí mismo, su
validez está limitada a los que comparten cierta perspectiva social, y debe ser rechazado
por los científicos sociales que adhieren a valores diferentes. Si no es aplicable a sí
mismo, no está claro por qué constituye una excepción; pero, de todos modos, la tesis
será entonces la conclusión de una investigación social "objetivamente válida". Y si hay
una conclusión de este tipo, no se ve por qué no puede haber también otras.

101
Unidad 10

La concepción popperiana de la ciencia social:


la ingeniería social como método de testeo

Una prueba más de que el refutacionismo -el rechazo total del inductivismo- es
insostenible la proporciona el hecho de que Popper lo deje a un lado (tácitamente, sin
mencionarlo) cuando expone sus ideas sobre la ciencia social, que resultan, así, mucho
más razonables que sus tesis sobre la física. La ciencia popperiana, con su preferencia
por la "audacia", es inaplicable, siendo ésta la razón por la cual, cuando propone una
ciencia social tecnológica, Popper se ve obligado a olvidarse del refutacionismo. Como
lo reconoce Watkins,

la preferencia popperiana por la audacia se circunscribe a los contextos teóricos


donde podemos hacer que nuestras hipótesis mueran en lugar nuestro: Popper
nunca instó a las personas que trabajan en una planta nuclear, por ejemplo, a
probar allí hipótesis nuevas y osadas.19

Muy bien; pero, ¿por qué no lo hizo? Porque en contextos pragmáticos la preferencia
del filósofo popperiano por la hipótesis más fuerte tiende a revertirse -dice Watkins,20
muy pocas páginas después de haber negado que el método de selección de hipótesis
varíe de los contextos teóricos a los prácticos-, y él tiende a preferir la decisión más
segura. ¿Y por qué son más seguras las decisiones no-popperianas? Porque la ciencia
popperiana no es aplicable; si la ciencia fuera lo que el popperianismo dice que es,
habría un divorcio entre la teoría y la práctica que tornaría imposibles las aplicaciones
de la ciencia.

Procuraremos reconstruir las ideas de Popper sobre la ciencia social centrando


nuestra presentación en el concepto de la "ingeniería social" como método de testeo. Lo
que trataremos de sostener será, entonces, independiente de dos tesis fundamentales de
la epistemología popperiana: el refutacionismo, esto es, la idea de que testear
empíricamente una teoría es tratar de refutarla y de que la corroboración consiste sólo
en el fracaso de los intentos de refutación; y el convencionalismo con respecto a la
aceptación de enunciados básicos. Esta independencia no es accidental sino que se debe,
como dijimos, al hecho de que Popper recomienda para la ciencia social una
metodología muy distinta de la que propuso para la física.

19
"Scientific Rationality and the Problem of Induction: Responses to Criticism", British Journal
for the Philosophy of Science, 42 (1991), p. 366, n. 16.
20
Science and Scepticism (Londres, Hutchinson, 1984), p. 347.
102
Según Popper, el conocimiento científico de la sociedad sólo podrá desarrollarse
si procura dar respuesta a los problemas prácticos de la vida social. Se trata de una tesis
importante, no sólo para la metodología de la ciencia social, sino también para la
filosofía de la sociedad y de la política, ya que implica que los intentos de reforma
social pueden tener una base científica. Popper ha formulado esta idea diciendo que la
ciencia social debe ser enfocada desde un punto de vista tecnológico, debe servir de
base a una "ingeniería social fragmentaria". A mi juicio, este "enfoque tecnológico de la
ciencia social", que puede ser defendido por razones humanitarias (las reformas
graduales le complican la vida a la gente menos que las revoluciones), encuentra
también justificación epistemológica en ciertas ideas de Popper (y otros) sobre el testeo
empírico de hipótesis y teorías. En lo que sigue trataré de mostrar que, en efecto,
constituye una consecuencia de tales ideas, y que éstas, por su parte, parecen en sí
mismas bastante plausibles -justamente porque no son ideas refutacionistas-.

Una teoría sólo puede ser aceptada si ha pasado con éxito el control de la
experiencia. ¿De qué manera se lleva a cabo este control? La concepción popperiana de
los métodos de testeo empírico presenta algunos rasgos distintivos. Si una hipótesis H
implica que en las circunstancias C se producirá el fenómeno F, es habitual admitir que
H puede someterse a un test empírico mediante a) el experimento, esto es, la creación
de las condiciones C con el objeto de comprobar si se produce F, y b) la observación no
experimental, es decir, la observación de casos en que las circunstancias C -que no
pueden ser provocadas a voluntad- se dan espontáneamente, y la comprobación de si se
produce también F. Popper agrega c) la aplicación tecnológica (o ingeniería), que
consiste en producir C con el objeto de obtener el resultado F. No existe en este caso la
intención de poner a prueba la hipótesis, que no se considera problemática, pero c)
responde al mismo esquema lógico que las otras dos actividades y, en consecuencia, sus
resultados pueden suministrar razones para aceptar o rechazar H. Por otra parte, Popper
sólo admite la variante b) para ciertos casos excepcionales, es decir, niega que la
observación no experimental sirva en general para el control empírico de hipótesis y
teorías; en particular, niega que sirva para dicho control en el campo de la ciencia
social.

Popper dice que mediante los tests empíricos se pretende

103
descubrir hasta qué punto las nuevas consecuencias de la teoría […] resisten las
exigencias de la práctica, sean éstas planteadas por experimentos puramente
científicos o por aplicaciones tecnológicas prácticas.21

Con otras palabras, una teoría se somete al control de la experiencia deduciendo de ella
(junto con otros enunciados que no es necesario examinar aquí) una predicción, que se
confronta con los resultados de la experimentación o la ingeniería. Los textos que tratan
este tema suelen agregar la observación no experimental, que constituye -se argumenta-
la única posibilidad de control empírico en el caso de la astronomía, ciencia no
experimental y, sin embargo, capaz de predicciones notablemente exactas. Podría
pensarse que su omisión en el pasaje citado no fue deliberada, ya que Popper no la
excluye en forma explícita, pero es posible encontrar, en otras partes de su obra,
afirmaciones que disiparían esta impresión: "En general, sólo por el uso del aislamiento
experimental podemos predecir acontecimientos físicos".22 El aislamiento experimental
está destinado a garantizar la repetibilidad, que Popper considera necesaria para la
testeabilidad de cualquier enunciado en cualquier ciencia. Creo que no hace falta
satisfacer esa exigencia para aceptar enunciados singulares en disciplinas que sólo
requieren observación a ojo desnudo. Pero las ciencias sociales no parecen pertenecer a
este grupo, y, por otra parte, no estamos discutiendo el testeo de afirmaciones singulares
sino el de teorías o hipótesis universales.

¿Cómo se explica, entonces, que podamos predecir, por ejemplo, eclipses


solares? Las predicciones científicas -responde Popper- sólo pueden aplicarse a sistemas
que se encuentren aislados y sean estacionarios y repetitivos; a esta clase pertenecen los
sistemas experimentales. Pero existe también un sistema excepcional que, sin ser
susceptible de manipulación experimental, presenta de modo espontáneo las tres
características mencionadas:

El sistema solar es un caso excepcional -un caso de aislamiento natural, no


artificial-.23
Las profecías de eclipses […] sólo son posibles porque nuestro sistema solar es
un sistema estacionario y repetitivo […] debido al accidente de que se

21
The Logic of Scientific Discovery, op. cit., p. 33.
22
The Poverty of Historicism, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1957; versión castellana de
Pedro Schwartz, La miseria del historicismo (Madrid, Alianza-Taurus, 1973), p. 154.
23
Ibid.
104
encuentra aislado de otros sistemas mecánicos por inmensas regiones de
espacio vacío.24

El papel que desempeña la observación no experimental en la astronomía es


posible, entonces, en virtud de una situación excepcional que, según Popper, no se da en
el caso de la ciencia social. Los sistemas aislados, estacionarios y repetitivos "son muy
raros en la naturaleza, y la sociedad moderna, sin duda, no es uno de ellos". "La
sociedad cambia, se desarrolla. Y este desarrollo no es, en lo fundamental, repetitivo".25
Volveremos sobre este tema al exponer la opinión historicista acerca de los
experimentos sociales.

Podemos resumir del siguiente modo lo expuesto hasta aquí:

1. Una teoría sólo puede ser aceptada si ha pasado con éxito el testeo empírico.

2. Dicho testeo puede ser llevado a cabo mediante a) el experimento, b) la observación


no experimental y c) la aplicación tecnológica (o ingeniería).

3. En el campo de la ciencia social, la observación no experimental no permite llevar a


cabo el testeo empírico.

Es oportuno preguntar ahora si la experimentación puede servir en este terreno


como método de testeo y, en caso afirmativo, en qué puede consistir un experimento
social. Popper presenta su concepción de los experimentos sociales oponiéndola a otras
dos: la historicista y la utopista. Su obra sobre la sociedad y la ciencia social se ha
desarrollado en gran parte como polémica con el historicismo, al cual opone la
ingeniería social como método alternativo tanto para el conocimiento de la sociedad
como para su transformación. No intentaremos reseñar aquí la crítica que hace del
historicismo, pero, con el propósito de alcanzar una mejor comprensión de la ingeniería
social (y de la experimentación social), nos parece útil indicar algunos puntos en que
ambos se enfrentan. Por "historicismo" ("rótulo poco familiar" elegido con la experanza
de "evitar subterfugios meramente verbales", esto es, objeciones del tipo de "Ese no es
el verdadero X-ismo") Popper entiende

un enfoque de las ciencias sociales que supone que la predicción histórica es


su principal objetivo, y que supone que este objetivo es alcanzable mediante el

24
Conjectures and Refutations, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1963; versión castellana de
Néstor Míguez, El desarrollo del conocimiento científico (Buenos Aires, Paidós, 1967), p. 391.
25
Ibid.
105
descubrimiento de los "ritmos" o los "patrones", las "leyes" o las "tendencias"
que subyacen a la evolución de la historia.26

Según el historicismo, entonces, el desarrollo histórico de la sociedad está regido por


leyes cuyo descubrimiento permitiría predecir el futuro, y la tarea de las ciencias
sociales consistiría en descubrir esas leyes y hacer predicciones históricas. La ingeniería
social, por su parte, es "el planeamiento y la construcción de instituciones, con el
objetivo, quizá, de detener o controlar o acelerar desarrollos sociales pendientes".27
Sobre la base de estas definiciones, podemos señalar algunas diferencias entre
historicismo e ingeniería social.28

1. El historicismo, en su versión más radical, sostiene que el hombre no puede alterar el


desarrollo de la historia, ni siquiera después de haber descubierto las leyes que lo
rigen. Los planes y acciones del hombre son las vías por las cuales se cumple el
destino histórico, y esto vale también para las medidas adoptadas con la finalidad de
evitar que se cumpla. El ingeniero social, en cambio, considera al hombre dueño de
su destino, es decir, capaz de influir en el curso de la historia de acuerdo con sus
objetivos.

2. El historicista cree que esos objetivos nos son impuestos por el marco histórico o las
tendencias de la historia; el ingeniero social, que son elegidos, e incluso creados, por
nosotros.

3. Para el historicista, la base científica de la política es una ciencia social capaz de


predecir el curso futuro de la historia; la acción política sólo será científica si procura
acelerar la marcha hacia aquellas metas cuyo advenimiento es, de todos modos,
inevitable. El ingeniero social toma como base científica de la política una tecnología
social, que nos suministra la información necesaria para construir o alterar
instituciones sociales de acuerdo con nuestros propósitos.

4. En lo que respecta a la actitud asumida hacia las instituciones sociales, el historicista


se inclina a contemplarlas desde el punto de vista de su historia, esto es, procura
descubrir su origen y destino para establecer su verdadero significado o papel,

26
La miseria del historicismo, op. cit., pp. 17-18; el subrayado y las comillas son de Popper.
27
Ibid., p. 59.
28
Cf. Popper, The Open Society and Its Enemies, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1945;
versión castellana de Eduardo Loedel, La sociedad abierta y sus enemigos (Barcelona, Paidós,
1981), pp. 36-38.
106
mientras que el ingeniero las considera como medios que pueden ser puestos al
servicio de determinados fines.

Hay una versión menos radical del historicismo cuya combinación con la
ingeniería social produce como resultado el utopismo. Este historicismo "moderado"
sostiene, como el radical, que el desarrollo histórico está regido por leyes que lo
impulsan en cierta dirección, pero también que el hombre puede oponerse eficazmente
al cumplimiento de esas leyes. La historia no nos impone los objetivos de nuestra
acción, pero, para que la intervención humana sea capaz de alterar el curso de la
historia, dichos objetivos deben ser determinados científicamente, y no creados por
nosotros. El fin último de una eficaz intervención humana en el curso de la historia sólo
puede ser uno: la sociedad perfecta, el Estado ideal. Por el papel que asigna a la acción
humana, el historicismo moderado requiere como complemento algún tipo de ingeniería
social; y por la naturaleza del objetivo necesita una ingeniería que se proponga
reconstruir totalmente la sociedad, una ingeniería que Popper califica de holística o
utópica y a la que opone la ingeniería social fragmentaria o gradual (peacemeal). Antes
de señalar las diferencias entre estos dos tipos de ingeniería social, consideraremos
distintas clases de experimentos que, en principio, podrían servir para testear teorías
sociales y las posiciones adoptadas con respecto a ellos en las concepciones que
estamos examinando.

Historicismo y utopismo coinciden en que los experimentos sociales realizados


en pequeña escala no son significativos; así, por ejemplo, un experimento de socialismo
llevado a cabo en una fábrica o un pueblo sería muy poco concluyente. Están de
acuerdo, pues, en que un experimento social sólo tendría valor si se lo llevara a cabo en
una escala holística.29 La diferencia entre ambos reside en que, para el historicista, es
imposible llevar a cabo tales experimentos; lo único que podemos hacer es considerar
los experimentos naturales o fortuitos que han tenido lugar hasta ahora, es decir, lo
único que podemos hacer es estudiar la historia.

Esta tesis historicista requiere una aclaración, que se relaciona con lo expuesto
anteriormente sobre la observación no experimental. Si no es posible la experimentación
(ni, por lo tanto, la ingeniería, ya que se diferencian sólo por el objetivo y tienen las
mismas condiciones de posibilidad), entonces dicha observación constituye el único
método de testeo en la ciencia social. Sin embargo, puede decirse que, en cierto sentido,

29
La miseria del historicismo, op.cit., p. 98.
107
no hay observación no experimental en la ciencia social, ya que ésta se ocupa de lo que
hacen los hombres y lo definitorio del experimento es precisamente la intervención
humana -la creación artificial de las condiciones de testeo-. Sólo en un sentido muy
trivial es posible testear hipótesis sin hacer experimentos, a saber, si el experimento lo
hace otro; pero esto vale también para la ciencia natural. En realidad, cuando el
historicista sostiene que no es posible llevar a cabo experimentos sociales, se refiere a
experimentos planeados como los que se realizan, por ejemplo, en la física; lo que niega
es la posibilidad de reproducir condiciones de testeo semejantes. Al final de la presente
sección citaremos la respuesta de Popper a esta objeción, pero hay algo que queremos
señalar ahora. Cuando no es posible que se produzcan condiciones semejantes a las
anteriores, nos encontramos frente a un proceso único, no repetitivo; pero, en tal caso,
no se trata solamente de que no pueda emplearse el experimento como método de
testeo, sino que -según Popper- no puede haber ningún método de testeo, puesto que la
repetibilidad es un requisito que todos deben satisfacer. La observación no experimental
sólo sirve cuando las condiciones se repiten naturalmente. Así, pues, si tuviera razón el
historicista, esto es, si las condiciones no alcanzaran nunca un grado suficiente de
semejanza, el estudio de la historia equivaldría a la observación de un proceso único y,
en consecuencia, no permitiría testear hipótesis universales.

Popper admite que la experimentación realizada en condiciones de aislamiento


que no le permitan tener repercusiones sobre la sociedad en su conjunto -como las que
se darían en el experimento de socialismo mencionado-, no produce resultados
confiables; y esto se aplica tanto a los experimentos de laboratorio, en los cuales el
aislamiento se crea de modo artificial, como a los de campo, que se llevan a cabo en
comunidades naturalmente aisladas. Pero sostiene que hay experimentos en pequeña
escala que no se caracterizan por ese tipo de aislamiento sino que repercuten sobre toda
la sociedad; historicismo y utopismo confunden el alcance de la modificación
introducida con el alcance de sus posibles efectos. Discutiremos en primer lugar el
punto en el cual Popper coincide con estas dos concepciones, esto es, la tesis de que los
experimentos de laboratorio y de campo no permiten llevar a cabo el testeo empírico.

En su artículo "On Popper's Philosophy of Social Science", 30 Noretta Koertge


señala, con razón, que Popper pasa de recomendar 1) una metodología de conjeturas
audaces y tests severos para la física, a recomendar 2) una metodología de conjeturas

30
En Kenneth F. Schaffner y Robert S. Cohen (eds.), PSA 1972, Dordrecht, Holanda, Reidel,
1974.
108
conservadoras y tests cautelosos para la ciencia social. Menciona varias razones que
podrían justificar el tránsito de 1) a 2), pero, en el presente contexto, sólo nos interesa
una que no reconoce del todo como tal por considerarla fácilmente desechable.

Al preguntarse qué alcance puede tener una reforma social sin dejar de ser
fragmentaria, Kortge cita dos criterios propuestos por Watkins (en una conferencia no
publicada), uno de los cuales exige que podamos trazar las cadenas causales entre la
perturbación introducida y sus efectos. Si la ingeniería social fuera el único método de
testeo en la ciencia social, la necesidad de trazar dichas cadenas causales constituiría
una razón epistemológica capaz de justificar el cambio indicado en el párrafo
precedente, y, como veremos, así aparece de modo explícito en la obra de Popper.

Para Koertge, la cuestión de cómo satisfacer esa necesidad ha dejado de ser un


problema; hoy en día -sostiene-, a diferencia de lo que ocurría en la época en que
Popper emprendió la batalla contra el historicismo, la experimentación social de
laboratorio cuenta con técnicas bien desarrolladas en diversas áreas (teoría del
aprendizaje, role playing, socialización de monos, etc.), de modo que los científicos
sociales pueden imitar a los físicos, es decir, pueden formular conjeturas audaces y
testearlas severamente en situaciones de laboratorio.

Si realmente fuera así, el enfoque tecnológico de la ciencia social no sería


susceptible de justificación epistemológica, ya que una premisa clave de su
fundamentación es la tesis de que los experimentos sociales de laboratorio no ofrecen
resultados confiables. Pero tengo la impresión de que todos los ejemplos aducidos
comparten dos características que les impiden avalar la afirmación de que cualquier
hipótesis de la ciencia social puede ser testeada mediante la experimentación de
laboratorio. En primer lugar, se trata de áreas donde hay teorías rivales, circunstancia
que permite poner en tela de juicio el grado de desarrollo alcanzado por las respectivas
técnicas experimentales. No intentaré discutir esto en detalle porque mi principal
objeción es otra, a saber, que todos los ejemplos pertenecen al ámbito de la
experimentación con grupos pequeños. Carnap ha explicado de manera breve y clara
por qué esto constituye una objeción:

Los científicos sociales realizan experimentos con grupos, pero habitualmente


son grupos pequeños. Si queremos saber cómo reaccionan las personas cuando
no pueden obtener agua, podemos tomar dos o tres personas, darles una dieta
sin líquido y observar sus reacciones. Pero esto no nos dice mucho acerca de
cómo reaccionaría una gran comunidad si se le cortara el suministro de agua.

109
Sería un experimento interesante cortar el suministro de agua de Nueva York,
por ejemplo.31

Aun cuando se admita, entonces, que ciertas hipótesis psicológicas pueden ser testeadas
mediante experimentos de laboratorio -y es esto, a lo sumo, lo que muestran los
ejemplos citados-, eso no implica que lo mismo valga para hipótesis sociológicas o
económicas. Estas últimas sólo podrían ser testeadas en situaciones de laboratorio si
fuera posible construir microsociedades experimentales, esto es, grupos pequeños y
aislados que fueran similares a una sociedad real en todos los aspectos pertinentes. Que
esto sea posible es, como mínimo, sumamente dudoso.

Podemos continuar así el resumen que hicimos antes:

4. Hay dos clases de experimentos sociales: a) los que se realizan en condiciones de


aislamiento que no les permiten tener repercusiones sobre la sociedad en su conjunto
(experimentos de laboratorio y de campo); y b) los que se llevan a cabo en
situaciones "reales", es decir, los que introducen modificaciones en la sociedad real.

5. Los experimentos sociales de laboratorio y de campo no permiten llevar a cabo el


testeo empírico.

Hasta el momento hemos tratado de mostrar que, en general, puede haber tres
métodos de testeo: el experimento, la observación y la ingeniería, y que en el campo de
la ciencia social no pueden desempeñar ese papel ni la observación ni los experimentos
de cierto tipo. Veremos enseguida que, en la concepción de Popper, cualquier
modificación del medio social es a la vez un experimento y una operación de ingeniería,
de modo que también podemos dejar establecido lo siguiente:

6. Los experimentos "reales" se identifican con la ingeniería.

¿En qué sentido una modificación de la sociedad constituye un experimento? En


el sentido de que nos permite "adquirir conocimiento mediante la comparación de los
resultados obtenidos con los resultados esperados".32 Dicho de otro modo, ciertas
reformas sociales permiten testear teorías -mediante la creación artificial de las
condiciones de testeo, que es lo que define al experimento-. Para justificar esta
afirmación, comenzaremos por distinguir, como lo hace Popper, dos clases de

31
Rudolf Carnap, Philosophical Foundations of Physics, Nueva York, Londres, Basic Books,
1966; versión castellana de Néstor Míguez, Fundamentación lógica de la física (Buenos Aires,
Sudamericana, 1969; reimpresión: Madrid, Orbis, 1985), p. 42.
32
La miseria del historicismo, op. cit., p.99.
110
modificaciones que pueden introducirse en la sociedad, las holísticas y las
fragmentarias.

"La ingeniería social utópica u holística […] busca remodelar a 'toda la sociedad'
de acuerdo con un determinado plan o modelo".33 Según Popper, esta reconstrucción
holística de la sociedad es imposible. En La miseria del historicismo afirma que en la
bibliografía holística se hace un uso ambiguo del término "todo". Significa a) la
totalidad de las propiedades o aspectos de una cosa y b) aquellos aspectos o propiedades
de la cosa que la hacen aparecer como una estructura organizada y no como un mero
montón. Las totalidades en el sentido a) no pueden ser objeto de ninguna actividad; si se
lo entiende en este sentido, el holismo es lógicamente imposible.34 Pero, aun cuando se
lo entienda en el sentido b),

en la práctica el método holístico resulta imposible; cuanto más grandes sean


los cambios holísticos intentados, mayores serán sus repercusiones no
intencionadas y en gran parte inesperadas, forzando al ingeniero holístico a
recurrir a la improvisación fragmentaria.35

No es, entonces, la ingeniería holística lo que Popper procura desalentar con su crítica,
sino "las medidas aplicadas en una escala que se acerca a lo que los holistas sueñan".36

La reconstrucción holística de la sociedad es imposible; sólo puede haber


tentativas de reconstrucción holística. ¿En qué se diferencian estas tentativas de las
reformas sociales fragmentarias? Una diferencia consiste en que, mientras la ingeniería
fragmentaria puede intentar una reforma social sin ningún prejuicio sobre su alcance, la
holística no puede hacerlo porque ha decidido de antemano que se necesita una
reconstrucción completa. Pero, en general, la diferencia no es de alcance, ya que no se
han puesto límites al alcance de la actitud fragmentaria, sino de preparación ante las
inevitables consecuencias no esperadas.

No se ha señalado todavía una diferencia clara entre ambos tipos de ingeniería,


ya que cabe preguntar en qué casos un ingeniero social está preparado para afrontar las
consecuencias no previstas del cambio que produjo. Popper sostiene que las tentativas
de reconstrucción holística no constituyen genuinos experimentos sociales porque no
nos permiten aprender de nuestros errores: "es muy difícil aprender de equivocaciones

33
Ibid., p. 81.
34
Ibid., pp. 90-93.
35
Ibid, p. 83; el subrayado es de Popper.
36
Ibid., p. 102.
111
muy grandes".37 Son experimentos sólo en el mal sentido de la palabra, esto es, en el
sentido de "acciones cuyo resultado es incierto".38 Entre las varias razones por las cuales
esto es así, la más importante desde el punto de vista epistemológico es que los
experimentos holísticos no nos permiten "atribuir determinados resultados a
determinadas medidas".39 Puesto que no se ha indicado otra característica capaz de
distinguir las tentativas de reforma holística de las reformas fragmentarias, parece
conveniente tomar ésta como definitoria, según se lo hace en el ya citado criterio de
Watkins: una reforma social es fragmentaria si es posible trazar las cadenas causales
entre la perturbación introducida y sus efectos; en caso contrario, es holística.

Una vez que se ha fijado de este modo el límite entre lo holístico y lo


fragmentario, falta mostrar que hay experimentos fragmentarios y explicar cómo son
posibles. Según Popper, constantemente hacemos experimentos de esta clase. La
introducción de un nuevo impuesto, por ejemplo, es un experimento social que
repercute sobre toda la sociedad, a pesar de que no se la remodela íntegramente. Hasta
el hombre que abre un negocio está llevando a cabo un experimento social en pequeña
escala. Todo nuestro conocimiento de la vida social se basa en experimentos como
éstos.40 Sin embargo, hemos visto que, para Popper, "la sociedad cambia, se desarrolla.
Y este desarrollo no es, en lo fundamental, repetitivo".41 Puesto que el método
experimental requiere la repetibilidad de las condiciones de testeo, ¿cómo se explica
que pueda haber experimentos sociales? El desarrollo histórico de la sociedad en su
conjunto constituye un proceso único; una teoría que pretenda explicar o predecir dicho
desarrollo no puede ser testeada mediante experimentos ni de ninguna otra manera (ya
que, como hemos dicho, todos los métodos de testeo requieren la repetibilidad de las
condiciones). Pero hay aspectos parciales de la vida social que sí son repetitivos, y que,
por lo tanto, pueden ser explicados y predichos mediante hipótesis sociológicas: son
éstas las hipótesis que resultan testeadas por la ingeniería social fragmentaria. Dicho de
otro modo, no puede haber leyes históricas (usando la palabra "ley" en el sentido de
hipótesis legaliforme corroborada), pero sí leyes sociológicas, económicas, etc.

Pero el historicista sostiene que cualquier modificación del medio social es


irreversible, es decir, que en ningún caso -tampoco después de una modificación en

37
Ibid.
38
Ibid., p. 99.
39
Ibid., p. 103.
40
Cf. La miseria del historicismo, op. cit., pp. 99-102, y La sociedad abierta…, op.cit., pp. 161-
162.
41
El desarrollo del conocimiento científico, op. cit., p. 391; el subrayado me pertenece.
112
pequeña escala- es posible reproducir condiciones sociales semejantes. Popper admite
que no hay en los experimentos sociales fragmentarios una repetibilidad perfecta ni un
aislamiento perfecto; pero señala que no los hay en ningún experimento. El aislamiento
y la repetibilidad perfectos son metas ideales a las que cada experimento se aproxima en
mayor o menor medida. También admite que los experimentos físicos se acercan más a
esas metas que los sociales; pero se trata de diferencias de grado y no de clase.42

¿Cómo se puede saber de antemano si una modificación del medio social va a


ser fragmentaria? Dicho de otro modo, ¿cómo se puede determinar si una propuesta de
reforma social es fragmentaria? Popper no formula esta pregunta, pero la responde (no
de un modo enteramente satisfactorio, como veremos enseguida): el mejor experimento
-dice-, el que nos permite aprender más, es el que consiste en "alterar una institución
social por vez".43 Pero, como señala Maurice Cornforth,44 Popper nunca define
claramente el término "institución social". En La miseria del historicismo dice que lo
usa

en un sentido muy amplio, que incluye cuerpos de carácter tanto privado como
público […] un negocio, sea una pequeña tienda o una compañía de seguros, y
de modo semejante una escuela, o un "sistema educacional", o una fuerza de
policía, o una iglesia, o un tribunal.45

En realidad, dice Cornforth, lo emplea en un sentido aún más amplio que el sugerido
por estos ejemplos, ya que, según afirma más adelante, "el lenguaje es una institución
social".46 En su conocida polémica con Adorno, de fecha muy posterior, Popper sigue
dando a la expresión un sentido extremadamente amplio: instituciones sociales son

todas aquellas entidades del mundo social que corresponden a las cosas del
mundo físico. Una verdulería, un instituto universitario, una fuerza policial o
una ley son en este sentido instituciones sociales. También la iglesia, el Estado
y el matrimonio son instituciones sociales, y ciertos usos obligatorios, como,
por ejemplo, el harakiri en Japón.47

Si se asigna a la expresión un sentido tan amplio, la máxima de alterar una institución


por vez carece de utilidad, sobre todo teniendo en cuenta que, de acuerdo con los
42
La miseria del historicismo, op. cit., pp. 107-111 y 156.
43
La sociedad abierta…, op. cit., p. 162.
44
The Open Philosophy and the Open Society (Londres, Lawrence and Wishart, 1969), pp.
234-235.
45
P. 79.
46
P. 169.
47
"Die Logik der Sozialwissenschaften", en Th. W. Adorno y otros, Der Positivismusstreit in der
deutschen Soziologie, Ulm, Luchterhand, 1972.
113
ejemplos citados, algunas instituciones pueden formar parte de otras, de modo que, por
ejemplo, la reforma de todo el sistema educativo observa dicha máxima tanto como la
reforma de una sola escuela.

Esta dificultad no invalida la argumentación anterior. Por lo pronto, se podría


tratar de redefinir de modo preciso el término "institución social". También se podría
tratar de encontrar un criterio de "fragmentariedad" que no dependiera del concepto de
institución social. Si ninguna de estas cosas fuera posible, "institución social" seguiría
siendo un término vago, lo mismo que la expresión "propuesta de reforma social
fragmentaria"; pero, aun así, esta última tendría casos claros de aplicación: es indudable
que, por ejemplo, la introducción de un nuevo impuesto o un congelamiento de precios
no son tentativas de remodelar íntegramente la sociedad. La recomendación de realizar
sólo experimentos fragmentarios -evitando aquellas reformas que, por su alcance y
complejidad, impidan "atribuir determinados resultados a determinadas medidas"-
resulta, por lo tanto, aplicable.48

Hay en la ciencia social un método de testeo empírico que Popper no ha


considerado. Como lo señala Ernest Nagel,49 -según lo vimos en la unidad 8- la mayor
parte de la investigación social no es experimental sino que consiste en tratar de obtener
información acerca de un fenómeno y de los factores que se suponen causalmente
relacionados con su aparición. En estas investigaciones los factores importantes no
pueden ser manipulados directamente, pero se logra efectuar el control empírico si es
posible obtener suficiente información acerca de esos factores, de modo que el análisis
estadístico de la información permita representar algunos de ellos como constantes -y,
por lo tanto, sin influencia sobre el fenómeno en estudio-, mientras que los datos
reunidos sobre las variaciones de otros muestran alguna correlación (o falta de
correlación) con los datos reunidos acerca del fenómeno. Los objetos manipulados son
los datos registrados acerca de los factores importantes en lugar de los factores mismos.
Al someter esos datos a las manipulaciones del análisis estadístico, es posible
fundamentar la atribución a algunos factores de influencia causal sobre el fenómeno, o
bien eliminar algunos como determinantes causales del fenómeno.
48
Existe otra dificultad, pero no es de índole teórica. La inauguración de una verdulería no tiene
normalmente repercusiones importantes sobre la sociedad en su conjunto. Es posible que sólo
algunas medidas de gobierno y ciertas acciones privadas de alcance muy amplio, cuya
posibilidad depende directamente de decisiones políticas, permitan testear teorías sociales
interesantes, en cuyo caso tal testeo requeriría que los científicos pudieran influir sobre los
gobernantes.
49
The Structure of Science, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1961; versión castellana de
Néstor Míguez, La estructura de la ciencia (Buenos Aires, Paidós, 1968), pp. 413-414.
114
Parecería, entonces, que si el análisis estadístico de datos sirve como método de
testeo empírico en la investigación social, Popper se equivoca al sostener que sólo la
ingeniería social -identificada con la experimentación social- hace posible en este
campo el control empírico de hipótesis y teorías. Sin embargo, la analogía entre dicho
análisis y el experimento no es completa. El análisis estadístico requiere que la
información acerca de los factores pertinentes esté disponible de antemano -y ésta es
una de las dificultades con que tropieza, ya que, como dice Nagel, hay serios problemas
técnicos concernientes a la recolección de datos-, mientras que los experimentos
(incluidos los experimentos sociales popperianos) son capaces de producir ellos mismos
los datos necesarios, como ocurre, por ejemplo, cuando se hace variar la presión de un
gas encerrado en un recipiente mientras la temperatura se mantiene constante, o
viceversa, para someter a testeo experimental la ley de los gases. Cuando el análisis
estadístico es aplicable porque se dispone de la información necesaria, eso implica que
alguien ha realizado antes los correspondientes experimentos sociales, de modo que la
ingeniería social como método de testeo no puede ser reemplazada por dicho análisis.

Podemos terminar así el resumen de lo expuesto:

7. Las modificaciones introducidas en la sociedad pueden ser de dos clases: a) reformas


sociales en pequeña escala o fragmentarias, que permiten trazar las cadenas causales
entre la perturbación introducida y sus efectos, es decir, que permiten testear teorías,
y constituyen, en consecuencia, genuinos experimentos sociales; y b) reformas en
gran escala -tentativas de reconstrucción holística de la sociedad-, que no lo permiten
y sólo en el mal sentido de la palabra son experimentos.

8. Como consecuencia de 2-7, sólo las reformas sociales fragmentarias permiten testear
teorías sociales.

9. Por lo tanto, las únicas teorías sociales testeables son las que sirven de base a la
ingeniería social fragmentaria.

10.De acuerdo con 1, entonces, son ésas las únicas teorías sociales aceptables, las únicas
que pueden llegar a formar parte de la ciencia: la ciencia social sólo puede ser
tecnológica.

Lo que hemos presentado no es una mera exposisión sino más bien una
"reconstrucción" de los argumentos de Popper acerca de la ingeniería social como
método de testeo. Como dijimos al comienzo de esta sección, sus ideas sobre el
particular parecen bastante plausibles: después del experimento de Pol Pot en Camboya
115
-muy posterior a La miseria del historicismo y La sociedad abierta-, no es difícil estar
de acuerdo en que la ingeniería fragmentaria es mejor que la holística, tanto desde el
punto de vista epistemológico como desde el punto de vista político. Pero también es
cierto que esas ideas no son refutacionistas: las tesis examinadas son, en efecto, una
variante del hipotético-deductivismo confirmacionista, es decir, del inductivismo
sofisticado -el único inductivismo vigente-. Lo que las diferencia de otras variantes es el
énfasis puesto en los conceptos de institución, ingeniería y experimento, énfasis que a
mi juicio se reduce finalmente a un abuso terminológico, tal como lo señaló Cornforth a
propósito del primero de esos conceptos. La ciencia social se ocupa de lo que hacen los
hombres. Si a cualquier cosa que un hombre haga -por ejemplo, abrir una verdulería- se
la considera un experimento social y una operación de ingeniería social, entonces estos
conceptos se tornan tan difusos que ya no sirven para nada, y resulta tan inevitable
como trivial que el experimento/la ingeniería sea el único método posible de testeo y
que, en consecuencia, la ciencia social tenga que ser "tecnológica".

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